25
Erika Foster tomó esa tarde un tren rápido en Bromley y llegó al cabo de media hora a la estación Victoria. El bufete Fortitudo Chambers se hallaba en un edificio de ladrillo rojo a cinco minutos de la estación, unos portales más allá del teatro Apollo.
Todo tenía un aspecto serio, desde la severa mujer de la portería hasta la opulenta zona de recepción, de paredes de piedra labrada y altos techos con molduras. La acompañaron al despacho de Oscar Browne, que se encontraba en la última planta y gozaba de una vista panorámica de los rascacielos de Londres.
—Inspectora jefe —dijo él levantándose y rodeando su escritorio para recibirla. Se dieron la mano—. ¿Puedo ofrecerle alguna cosa? ¿Té?, ¿café?, ¿un poco de agua?
—No, gracias.
Browne era un hombre alto y distinguido, con algunas canas primerizas. Llevaba un traje a medida y zapatos caros. En la época de la desaparición de Jessica tenía dieciocho años, lo que significaba que ahora iba por los cuarenta y cuatro. Erika se sentó en un cómodo sillón frente al escritorio. Saltaba a la vista que aquel era el despacho de un abogado de categoría: gruesas alfombras, lustrosa madera oscura y una secretaria que lo controlaba todo y que, según supuso la inspectora, había sido seleccionada con gran cuidado: no era tan llamativa como para distraer a los abogados, pero sí lo bastante atractiva para demostrar que aquel era un bufete joven y dinámico.
Browne aguardó a que la secretaria se retirase antes de iniciar la conversación:
—Sentí una enorme tristeza al enterarme de que habían encontrado el cuerpo de Jessica. En cierto modo, estos veintiséis años han pasado muy deprisa; y por otro lado, parece como si hubiera sido ayer. —Había tal afectación en su voz que Erika supuso que debía de explotarla al máximo en los tribunales.
—No creo que haya pasado tan deprisa para la familia Collins.
—No, claro que no. ¿Tienen pistas? ¿Sospechosos?
Ella lo miró directamente a los ojos y sentenció:
—No he venido para decirle si tenemos pistas o sospechosos, señor Browne. En realidad, dígame, ¿para qué estoy aquí?
Él sonrió. Tenía unos dientes de una blancura deslumbrante.
—Yo sigo en contacto con la familia Collins, y fui un testigo de primera mano en el desarrollo de la primera investigación. Le aseguro que fue muy dañina y angustiante para la familia.
—Estoy informada de lo que sucedió.
—La familia me ha pedido que actúe como su portavoz.
—Pero usted es abogado, no relaciones públicas.
—Correcto.
—Por ello, ha de darse cuenta de que hay un conflicto de intereses. Usted es un testigo potencial de los hechos ocurridos hace veintiséis años…
—También podría ser un sospechoso.
Erika no respondió.
—¿Soy un sospechoso? —dijo él sonriendo.
—Señor Browne, no voy a comentar el caso con usted.
—En ese caso, ¿puedo hablarle como un ciudadano preocupado?
—Por supuesto.
—Durante la primera investigación de la policía metropolitana, las cosas acabaron fuera de control. Al final dio la impresión de que los malos habían triunfado, y quedaron muchas preguntas pendientes; en particular, si la investigación se había llevado correctamente. Y si se habían pasado cosas por alto.
—Usted estaba fuera con Laura Collins, ¿verdad? O sea que tiene una coartada.
Él se puso tenso un instante.
—¿Una coartada? —Enseguida se arrellanó en la silla y le dirigió una sonrisa encantadora—. Yo ya le hice una declaración completa a la inspectora, junto con Laura. Los dos estábamos de camping.
—En la península Gower, ¿no?
—Sí. Es un rincón precioso del país.
—¿Por qué escogieron Gales?
—Ambos estudiábamos en la Universidad de Swansea. Queda bastante cerca. Habíamos estado allí con unos amigos la Pascua anterior, y nos apetecía hacer un viaje como es debido, es decir, los dos solos.
—¿Sigue manteniendo una relación estrecha con Laura?
—Yo no diría «estrecha». Nuestra relación no duró. Rompimos a principios de 1991.
—¿Por qué?
—En septiembre de 1990 debíamos volver a la universidad para hacer segundo curso. Yo estudiaba Derecho; ella Matemáticas. Después de lo sucedido, obviamente, Laura no volvió. ¿Usted fue a la universidad?
—No, no fui. —La respuesta le salió con más hostilidad de lo que pretendía.
—Bueno, permítame que se lo explique. La vida universitaria resulta muy aislada e intensa. El caso es que conocí a otra chica; Laura estaba muy alterada, y yo también, pero nos separamos amigablemente, y yo seguí apoyándola.
—¿En definitiva, que la dejó plantada?
—Yo no lo diría así. La propia Laura reconocerá que fue una época terrible, no sabía cómo afrontar aquello. Ella…
—¿Qué?
—Se volvió insoportable. Aunque no la culpo lo más mínimo. —Estas últimas palabras las subrayó con la palma de la mano sobre la lustrosa mesa.
—Ustedes estaban de camping en mitad de la nada. ¿Cómo se enteraron tan deprisa de que Jessica había desaparecido?
—¿Me está interrogando?
—Creía estar hablando con un ciudadano preocupado.
Él sonrió ampliamente y respondió:
—Había un bar-cafetería en el camping. Lo vimos al día siguiente en las noticias de la noche mientras nos tomábamos una copa. Cogimos el coche y volvimos directamente… Como le decía, ya expliqué todo esto en mi declaración.
—Me podría haber ahorrado el viaje contándomelo por teléfono.
—Me gusta hablar con la gente cara a cara… He mantenido varias conversaciones por teléfono con Marianne. A ella le preocupa que usted no esté dispuesta a revisar el papel de Trevor Marksman en la desaparición de Jessica. Teme que le asuste la demanda civil que él le ganó a la policía.
—Llamaré a Marianne personalmente para asegurarle que estamos investigando a todo el mundo. Marksman ahora vive en Vietnam.
—¿Ah, sí? ¿Dónde?
Erika se devanó los sesos para recordarlo.
—Tenemos una dirección de Hanói.
—¿Está enterada de que recientemente pasó seis meses en una cárcel de ese país por delitos sexuales con menores?
Ella guardó silencio, tratando de ocultar su irritación, y al fin respondió:
—Hemos estado revisando los expedientes del caso; aún no hemos podido acceder a ese tipo de información.
—¿Está enterada también de que ese individuo ha vuelto a Gran Bretaña y de que ahora vive en Londres?
—¿Cómo?
—¿Ah, no está enterada?
Erika hizo un esfuerzo para mantener la compostura. Browne abrió un cajón, sacó un sobre grande marrón y lo dejó encima de la mesa frente a ella.
—Está todo aquí. Su dirección anterior de Hanói, su dirección actual y la sociedad que ha constituido para gestionar sus propiedades inmobiliarias. Es un hombre bastante rico.
La inspectora cogió el sobre.
—¿Cómo ha conseguido esto?
—He investigado un poco. Soy abogado. Es lo que hago para ganarme la vida… ¿Entiende ahora por qué he creído que era mejor no hablar por teléfono con usted? Aunque le daré mi número directo del despacho por si necesita ponerse en contacto conmigo. —Cogió una tarjeta del escritorio y, con una elegante estilográfica negra, subrayó el número de teléfono. Dos veces. Erika apenas podía disimular su irritación. Él le sostuvo la mirada y le tendió la mano.
—Le agradezco su tiempo, inspectora jefe. Espero poder seguir ayudándola con más información.
—Gracias.
Browne le lanzó su sonrisa más encantadora, pero ella no se la devolvió y salió del despacho.
Al salir del bufete, se acurrucó en un portal, abrió el sobre y echó un vistazo a los documentos. Acto seguido, llamó al centro de coordinación. Respondió Peterson y le contó lo ocurrido. Estaba muy enfadada.
—¿Cómo no sabíamos nada de esto? —preguntó—. He quedado como una idiota.
—Jefa, estamos revisando todo el material antiguo. Yo tenía previsto indagar más sobre él, pero estamos desbordados.
—Lo sé. Escuche, no va a creerlo: ¡Trevor Marksman vive en un jodido ático en Borough High Street!
—¿Quiere hacerle una visita?
—Aún no. Tengo que pensar.
—¿Qué quiere que le diga al equipo? ¿Vamos a trabajar mañana?
—Sí. No podemos aflojar. Ni siquiera tenemos la perspectiva de un sospechoso.
Colgó y, mientras volvía a la estación, decidió hacerle otra visita a alguien que entendería cómo se sentía.