18
Miguel había entrado en el auto. Se sentó en el asiento del acompañante y encendió la radio. Ninguna estación lo conformaba y hacía girar el dial de un lado a otro, captando confusas emisoras lejanas.
—Quiero que ese hombre me dé una explicación —dijo Blanes.
Se había acercado agresivamente a Kuhn, que no retrocedió. Aunque estaba acostumbrado a inclinarse para hablar con la gente, esta vez Kuhn aprovechó la diferencia de altura para resistir la amenaza. Estaba erguido, mirando hacia el frente.
—Lo buscamos. No lo pudimos encontrar —dijo—. Estoy seguro de que Zúñiga no tuvo la intención de dañar a su paciente…
—No me entienda mal. Ya se me pasó el enojo. Lo que me importa es que él tiene un secreto.
—Zúñiga no tiene ningún secreto, es un hombre un poco raro, desde que llegó estuvo solo y no habló con nadie. Quizá, como usted experimentaba con su paciente, él también quiso jugar un poco, para ver si traducía palabras sin sentido.
—En mis conferencias nunca falta alguien que le pide que traduzca palabras sin sentido, pero esta vez lo que pasó fue otra cosa. Investigo a este hombre desde hace años, y de pronto me doy cuenta de que otro tiene un secreto al que yo ni siquiera me acerqué. ¿Quién es este Zúñiga? ¿Es lingüista, como usted?
—Es traductor. Se recibió de ingeniero pero nunca ejerció. Vivió toda su vida con su madre en Buenos Aires, y sólo se separa de ella cuando tiene que viajar a Barcelona, una o dos veces por año. Traduce del francés para editoriales españolas, sobre todo ensayos. No lo conozco a fondo; lo vi un par de veces antes, nada más.
—¿Y esa lengua que habló? ¿Alguien más sabe de qué se trata?
—Apenas llegamos se encerró en una comisión con Valner y otra traductora, para hablar de las lenguas artificiales. Quizás era una de esas lenguas. Probablemente el idioma de los ángeles de John Dee. Ese fue el tema de la conferencia de Valner. Su paciente tiene una gran imaginación para traducir, quién sabe qué sentido terrible le dio a esas palabras que no significan nada.
Blanes miró a Miguel, que seguía jugando con la radio, subiendo y bajando el volumen.
—Me quedaría a buscarlo, pero necesito llevar a este hombre para que le curen los oídos.
—¿Había tenido antes algún otro ataque auto-destructivo? —pregunté.
—Éste no fue un ataque autodestructivo, señor De Blast. Lo hizo para protegerse.
Blanes buscó en sus bolsillos hasta que encontró un papel arrugado que tendió a Kuhn.
—Déle mi tarjeta a Zúñiga y dígale que se comunique conmigo. Tenemos que hablar.
Blanes subió al auto y cerró con un portazo.
—Antes de irme voy a dar una vuelta por el pueblo, a ver si lo cruzo.
—Suerte —dijo Kuhn saludándolo con la mano. El Rambler verde tomó el camino de la costa—. Espero no verlo más.
Nos sentamos en las escalinatas del hotel.
—Este hombre está más loco que su paciente. Cree que un idioma puede trasmitir sentido aunque se ignore el significado de sus palabras.
—Le dijiste que era la lengua de John Dee. ¿Realmente lo crees?
—No. Suena completamente distinto. ¿Habías oído antes algo parecido?
Recordé a Zúñiga disparando las palabras a Naum. Recordé a Naum abandonándolo a su soledad y a su terror.
—Nunca —respondí.