PASEO NOCTURNO

El papel estaba desgarrado, pero decía: … SE ACABÓ DE IMPRIMIR A LOS CINCO DÍAS DEL MES DE DICIEMBRE

El padre de la chica, Míster Chan-Chan, había escrito la carta en la página final de un libro.

Paseé por el centro de Finlandia Sur. Hacía frío, los cafés cercanos a la plaza estaban abiertos, con los vidrios empañados, la gente paseaba por las calles con bufandas, guantes y gorros que mostraban hilos de lana sueltos, como si no los hubieran terminado de tejer. La manía de dejar las cosas inconclusas había empezado por los libros, pero ya había contaminado todo. En las plazas, bajo los grandes árboles, las estatuas incompletas recibían el rocío de la noche. Un caballero montaba un bloque de mármol, del que apenas sobresalía la cabeza de un caballo; una diosa griega mostraba una cara perfecta, pero a medida que su cuerpo, nacido en las alturas, llegaba al suelo, ya no se distinguían los brazos de la túnica. Como viajero curioso, me acerqué a la gente que conversaba en los bancos de las plazas, en las esquinas: las anécdotas no se terminaban.

—El otro día me encontré con Camaro. Hacía veinticinco años que no lo veía, desde el colegio. ¿Y a que no sabés lo que me dijo?

Pero uno nunca se iba a enterar de lo que había dicho Camaro.

—Hoy a la mañana salí apurado de casa y me tropecé con un juguete que habían dejado tirado en la vereda. Era un autito que se había caído del cuarto piso, justo donde vive…

Pero uno nunca se enteraba de quién vivía en el cuarto piso.

Entré en un café, al lado del cine, y pedí un café con leche que me trajeron en una taza gigantesca. En una azucarera había unos terrones de azúcar envueltos en papel azul.

Del otro lado del vidrio un viejo me golpeó la ventana y me señaló sus bolsillos. Era un mendigo, pero en vez de pedir, parecía que estaba ofreciendo algo. Cuando el mozo apareció con cara de pocos amigos, el mendigo se alejó.

—¿Qué quería ese hombre? ¿Pedía limosna? —le pregunté al mozo.

—¿Limosna? ¡No! —El mozo bajó la voz—. Es un traficante de finales. Si lo dejamos entrar, la policía nos cierra el local.

—¿Un traficante de finales?

—A algunos les gustan las películas sin final. No a todos. Hay gente chapada a la antigua, que quiere la historia completa. Y estos malvivientes se aprovechan de las expectativas de la gente para venderles finales. Les dan papelitos donde les cuentan qué pasa, en fin, si gana el héroe, si se queda con la chica, si el sheriff dispara primero… Pero para mí que inventan: no sé si ellos vieron esas películas enteras alguna vez.

Terminé mi café con leche y salí a la calle. El aire frío me despertó. Busqué con la mirada hacia los lados, pero el viejo había desaparecido. Ya estaba por irme cuando escuché una voz, desde un umbral:

—¿Qué busca?

No vi a nadie, pero detrás de una columna salía una columna de vapor: esa es la forma que tienen las palabras en invierno.

Respondí:

—Información.

—¿Qué película vio?

—Ninguna.

La voz sonó menos tranquila.

—¿Qué pasa? —preguntó—. ¿Es de la policía?

—¿Parezco policía? Quiero saber quién se ocupa de arrancar las páginas a los libros.

El hombre salió de la oscuridad. Era el mendigo de antes. Noté que los papeles abultaban los bolsillos de su abrigo.

—Libros no. No trabajo con libros. La policía es menos tolerante con los finales de libros. Con las películas nos dejan en paz, siempre que trabajemos de noche y sin hacer escándalo, pero con los libros son muy quisquillosos. ¿Está buscando el final de una novela?

—No, tengo un pedazo de la última página y quiero saber de dónde salió.

Le mostré el pedazo de papel.

—Tengo esto, nada más.

—Quince pesos.

Busqué en mi bolsillo y le tendí un par de billetes. Miró hacia los costados antes de guardar la plata.

—Vaya a la Biblioteca Central. Verá a una vendedora de café. Dígale la contraseña: quiero un café con siete cucharaditas de azúcar.

—¿Esa es la contraseña?

—Sí. Nadie pide un café con siete cucharaditas de azúcar. Por eso ella se da cuenta de que se trata de una contraseña. Nosotros pensamos en todo.

Un policía pasó por la esquina. El vendedor de finales volvió a desaparecer en su rincón oscuro. Yo eché a caminar hacia la Biblioteca.