PREPARATIVOS DE VIAJE

Costó convencer a mi madre de que me dejara viajar. Tuve que decirle que era la editorial la que me mandaba. Mi madre leía desde niña las revistas de la editorial: había empezado con revistas para niñas, luego había seguido con las que tenían juguetes troquelados para armar, más adelante las fotonovelas, y ahora las de tejido y cocina.

—A lo largo de los años, nunca encontré una escena inconveniente o una mala palabra.

—Mamá, leés revistas de cocina. ¿Qué mala palabra puede haber?

—Los cocineros a veces se queman y dicen cosas terribles. En las páginas de las revistas de Libra, lo más fuerte que encontré fue un ¡caramba!

Insistió en prepararme el equipaje con ropa que me hubiera permitido sobrevivir varios años en una isla desierta. Cuando tuve oportunidad, reduje los numerosos bultos a una sola valija marrón que había sido de mi padre y en la que todavía seguían pegadas calcomanías de hoteles y de barcos.

El señor Carey insistió en darme una bolsa de terciopelo negro llena de botones de diferentes formas y tamaños.

—Me voy por cuatro o cinco días. No voy a usar tantos botones.

—Lleve la bolsa, hágame caso. Botones, hilo y aguja son cosas que nunca están de más.

Y así partí en tren a Finlandia Sur, con la valija de mi padre, una bolsa llena de inútiles botones y el cuaderno amarillo. Apenas el tren arrancó me puse a leer el relato de Salerno.