Capítulo 5
Oportunidad que resultó un completo fracaso, reflexionó Max una semana más tarde sentado en su caótico despacho, pero para lo que lo usaba…
Era una jornada como otra cualquiera, es decir, nada que hacer, salvo pasar el día en la oficina, navegar por Internet y leer el periódico. Agradecía el esfuerzo de Martín por intentar que se involucrara en la empresa y no ser sólo el socio capitalista.
Linda estaba enfadada con él por su comportamiento durante la cena y tenía razón. Pese a que Mónica resultó ser una mujer agradable, con un buen cuerpo y que no se sentía intimidada por su presencia. Su cuñada había hecho lo imposible por mantener viva la conversación, y Max se limitaba a responder desganado y con monosílabos, remover la comida en su plato y mirar el reloj, al principio disimuladamente; vamos, que él mismo parecía una de esas aspirantes a modelo con las que antes perdía el tiempo.
Todos los presentes se percataron de su comportamiento; aunque nadie dijo nada en voz alta, no hizo falta, pues la organizadora de la cena lo advirtió varias veces con la mirada de que alegrara la cara o que hiciese el mínimo esfuerzo para que no fuera tan evidente su desagrado.
La velada lo aburrió a más no poder y sabía que al día siguiente iba a tener que soportar el sermón de su cuñada, pero le daba igual, no se sentía a gusto y nada podía remediarlo.
Lo que terminó por arruinar la noche fue la maldita casualidad; tras pagar la cuenta, ellas insistieron en ir a tomar una copa y accedió de mala gana, otro tedioso rato más y podría largarse a casa. Así que, cuando a la salida su hermano se detuvo a hablar con una clienta, hizo una mueca de disgusto, pero cuando la mujer se volvió y Max reconoció a Nicole sonriendo a Martín mientras éste hacía lo propio, le entraron ganas de montar una buena bronca, como en sus mejores tiempos.
Detrás de él, Linda y Mónica seguían charlando animadamente, como viejas amigas que eran, sin prestar atención a la escena. Cuando Martín se acercó a ellos llevando a la abogada reprimida, como si se conocieran de toda la vida, y la presentó, estuvo a punto de partirle la boca a su hermano. ¿Qué manera era ésa de tontear? ¡Y con su mujer a menos de un metro! Y lo peor era ver a Nicole embobada con su acompañante.
Vaya mierda, ¿por qué todas las mujeres reaccionaban así ante Martín? Y eso que él no podía quejarse, pero maldita sea, estaba casado…
Miró a Linda, aunque a ésta no parecía molestarle, seguía a lo suyo.
Su hermano invitó a Nicole a unirse al grupo y ella, de nuevo con una sonrisa (mírame a mí así, joder), declinó la oferta amablemente. Se despidió y entonces, sólo entonces, se dignó a mirarlo más de cinco segundos, pero sin esa sonrisa.
—¿Se puede? —la recepcionista, a la par que cuñada, asomó la cabeza sin haberse molestado primero en llamar a la puerta.
—Ahora ya te dignas a hablarme, por lo que veo.
Se encogió de hombros y se sentó frente a él.
—Este despacho está hecho un asco, Max.
—Tú déjalo como está y no ejerzas de mamá gallina.
—Bueno, aunque seguiré intentándolo, además siempre terminas haciendo caso de mis consejos—. Linda sonrió—. Y si no, fíjate, al final te arreglaste la barba.
—¿No tienes trabajo? —no le apetecía dar explicaciones y menos aún a ella, que luego le hacía a su querido esposo un informe completo, y ya no sólo tenía que aguantar una monserga individual, sino una a dúo.
—Martín está reunido con Travis, dando los últimos retoques al proyecto de rehabilitación de ese edificio, y a mí me aburre —explicó tranquilamente sin hacer el menor amago de marcharse.
—Ya.
—No estás muy hablador, ¿eh? Mira, si es por lo de Mónica, no sufras, no va a deprimirse porque pasaras de ella como de la peste, aunque ella me dijo que tú te lo pierdes.
—Me alegro, de todas formas la llamaré para disculparme.
—Mejor no.
—Linda, ¿puedes venir un momento? —era la voz de Martín.
—Voy —se levantó—. ¿Qué demonios querrá ahora?
—Nunca protestas tanto cuando te encierras con él en el despacho —la aguijoneó él, encantado de poder chincharla un poco.
Eso le valió a Max un golpe en el brazo.
—¿Vienes o no? —insistió Martín desde la puerta—. Deja de cotillear con Max.
—Ven conmigo.
—¿Yo? —se señaló a sí mismo incrédulo ante la sugerencia.
—No es mala idea —intervino Martín—, de vez en cuando es interesante que te empapes de cómo funciona esto.
Max no tenía nada mejor que hacer y estaba lo suficientemente aburrido como para buscar una excusa convincente, así que se encontró sentado en el despacho de su hermano oyendo al arquitecto del proyecto explicar todas las ideas y cuestiones técnicas. Para él significaba lo mismo que oír llover.
—La señorita Sanders ha aportado buenas ideas, trabajar con ella ha sido muy fácil.
Ese comentario de Travis lo sacó de su letargo.
—Sí, realmente es una mujer inteligente.
Y ahora su hermano ensalzando a la abogada reprimida. ¿Qué sería lo próximo?
—Y con buenas piernas —bromeó el idiota del arquitecto.
Joder con el imbécil de Travis.
—Pues sí —corroboró Martin, sumándose al comentario.
—Se supone que estamos aquí para hablar de trabajo —adujo la única mujer presente.
Gracias, querida cuñada.
—Lo sé —Travis sonrió a Linda—. Pero no puedo obviar un dato tan relevante.
Gilipollas.
—Entonces, según tú, con este proyecto el ayuntamiento dará el visto bueno —Martín volvió a retomar el verdadero motivo de la reunión.
—Por supuesto —el aspirante a payaso miró el reloj—. Tengo otro compromiso. ¿Te encargas tú de hacérselo llegar?
Max observó cómo al arquitecto le hubiera gustado ser el mensajero.
—La llamaré ahora mismo. Tengo aquí su tarjeta —Martín descolgó el teléfono y marcó el número mientras Travis se marchaba —. ¿La señorita Sanders, por favor? —tapó el auricular mientras esperaba y se acomodó en su silla.
—¿Diga?
—Hola, Nicole, soy Martín. ¿Qué tal estás?
—Bien, gracias. ¿Y tú?
—Muy bien —Martín sonrió y agarró la carpeta—. Tengo listo el proyecto, me gustaría quedar contigo y explicártelo.
Cambió de postura en la silla. Su hermano seguía con su coqueteo particular; si no estuviera Linda delante, empezaría a pensar mal.
Y a todo esto… ¿qué más le daba? Martín, al igual que él, se había divertido bastante, la única diferencia era que sus líos no se publicaron, y ahora estaba felizmente casado con una mujer a la que Max había conocido antes y en quien creyó haber encontrado a la mujer ideal.
—Estupendo.
—¿Tienes un hueco hoy?
—Hum, espera un segundo… Hoy ando bastante ocupada, pero después del trabajo podría ser.
—No quiero que dejes de hacer cosas por mí —Martín no dejaba de sonreír.
—No te preocupes, no tengo ningún compromiso importante —parecía afectada al decirlo.
—Está bien, dime a qué hora.
—A eso de las siete estaré libre.
—Estupendo a las siete… ¿Te parece bien que nos veamos en tu casa? Lo digo porque así, sobre el terreno, te explicaría mejor el proyecto.
Max entrecerró los ojos: vaya forma de fijar una cita con una clienta…
—Muy bien.
Si no supiera de qué iba todo, parecería que su querido hermano pequeño estaba pidiendo una cita a la abogada. De haber sido así, Martín habría hablado de la misma forma.
—Gracias. Nos vemos —Martín colgó el teléfono y miró a Linda, que negaba con la cabeza—. ¿Qué pasa?
—Se te ha olvidado, ¿verdad?
—¿El qué? —inquirió confirmando las sospechas de su mujer.
—Hoy es el estreno de la obra de mi antiguo grupo de teatro, les he asegurado que iré. Y… —levantó la mano para impedirle hablar— tú me prometiste acompañarme.
—Joder…
—Bueno, chicos, esto es una discusión privada, yo me marcho —Max se levantó dispuesto a salir pitando de allí.
Esos dos eran tan peligrosos en modo pastelito como en modo vinagre.
—¡Un momento! —Linda lo interrumpió—. Necesito testigos.
—Nena, ya sé que es importante, pero…
—No hay peros que valgan —ella se mantuvo firme.
—Esto también es importante —aseveró señalando los documentos esparcidos sobre la mesa.
—Lo sé, lo que no entiendo es por qué has quedado con ella si tenías otro compromiso —Martín puso cara de niño pillado in fraganti—. Lo has olvidado, ¿no?
—Bueno…
—De verdad, no tengo por qué ver esto.
—¡Tú quieto ahí! —Linda lo obligó a sentarse—. Esto también te concierne.
—¿A mí? —no podía entender qué pretendía, pero cualquiera se largaba de allí.
—Pues sí, a pesar de que te pases todo el día perdiendo el tiempo en tu despacho y deambulando por la oficina, también puedes implicarte un poco en los asuntos de trabajo.
—Te invito a almorzar algunos días —se defendió Max.
—Y yo te lo agradezco —en esos momentos parecía la madre de ambos echándoles una buena reprimenda—. Así que… —agarró el documento y se lo tendió— toma, encárgate de ello.
—¿Yo? —preguntó Max atónito.
—¿Estás loca? —saltó Martín, más atónito aún, y recuperó el expediente—. No tiene ni idea de qué va esto.
—Hombre, gracias —dijo el aludido. Era cierto, pero podía ser más diplomático.
—Pues ya es hora de que aprenda —ella le arrebató de nuevo los papeles para entregárselos, bruscamente, a Max.
—Nena… —Martín utilizó un tono meloso.
—Le explicas lo más importante y punto.
—¿Y por qué no la llamas para quedar otro día? —sugirió Max, que dejó la carpeta como si fuera material radiactivo.
—Estamos casi fuera de plazo —se defendió Martín— y no podemos cometer errores.
—Pues entonces tenéis mucho trabajo. Tú… —señaló a Max— te sientas ahí y haces un esfuerzo, lees el documento y te aprendes lo más importante… Y tú… —ahora señaló a su marido— te portas bien y con tu característico don de palabra le haces un resumen para que lo entienda —la secretaria mandona parecía orgullosa de sus dotes de mando y organización.
—No —dijeron los dos hermanos al unísono.
—¿Por qué no?
—Esto no es lo mío.
—Y si sigues así nunca lo será. Joder, Max, que no es tan difícil, si hasta yo me entero de qué va.
—¿Siempre es así cuando quiere algo? —preguntó a su hermano.
—Sí —Martín sonrió, pero borró esa sonrisa de su cara al mirar a Linda—. Cariño…
—Tú y yo tenemos una cita esta tarde y, a menos que quieras descubrir si el sofá de casa es sofá cama, ya puedes ir empezando.
—Eso son palabras mayores —Max aguantó la risa.
—No te hagas el gracioso, para ti también tengo algo —Linda parecía un comandante dando órdenes.
—Yo no duermo contigo —apuntó el mayor de los Scavolini.
—Pero bien que te gusta tomar el café que yo hago. ¿Vas a arriesgarte a perderlo?
—Es dura —murmuró Max y Martín asintió.
—Pues venga, cuanto antes os pongáis, antes terminaréis —dicho esto, no les dio tiempo a réplica y los dejó solos.
—Esto no va a salir bien.
—No quiero dormir en el sofá.