Capítulo 35
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Con los nervios, Nicole olvidó que en su bolso llevaba un discreto, pero detectable por el escáner, aparato, y tuvo que soportar las miradas de los dos policías de la entrada. Si a los abogados nunca se les recibía con los brazos abiertos, ahora, además, sería la comidilla. Y, por si fuera poco, el escáner también detectó lo que llevaba escondido en el sujetador.

Su reputación de mujer profesional y abogada seria hecha añicos. Por lo menos no me han obligado a desnudarme para ver si llevo algo más, pensó aliviada.

Media hora más tarde seguía esperando en recepción, sentada en una de las impersonales e incómodas sillas de plástico, a que Aidan apareciera.

Podía intuir que él no iba a aparecer a los dos minutos sonriente y deseoso de verla, eso lo daba por sentado. Frustrada, cansada de que cada vez que pasaba algún agente la mirase y murmurase, se dirigió hacia el mostrador de información. Una cosa era alegrar el día gris de la policía y otra muy distinta ser tomada por idiota.

—Disculpe, agente, he preguntado por el sargento Patts y llevo media hora esperando. ¿Seguro que lo han avisado?

La mujer de la recepción levantó lentamente la mirada y observó a la abogada; no iba a dejarse amedrentar por ese tonito exigente e impaciente.

—Mire, señora, si no ha bajado es porque estará ocupado. Ya se le ha avisado; siéntese y espere.

Nicole no iba a quedarse esperando como un pasmarote. Eso ya lo había hecho.

—Eso mismo me dijeron hace media hora, así que le agradecería que lo avisaran de nuevo —se acercó y volvió a la carga con su tono altanero—. Es un asunto de vital importancia.

—Pues cuánto lo siento —la agente de policía, por su expresión, mentía.

Pensó en exigir que se la tratara como era menester, podía armar un buen jaleo pidiendo ver al responsable, era conocida en esa y otras comisarías por su fama de implacable, pero decidió dejar a un lado la mala leche y probar, por una vez, si era verdad eso de que se atrapan más moscas con miel que con vinagre.

—Sé que ya lo ha avisado —empezó en tono suave—, ha hecho estupendamente su trabajo —forzó una sonrisa, tendría que ensayar más—. Y se lo agradezco. Únicamente me gustaría saber si tardará mucho más, es importante. ¿Me comprende?

Nicole se hubiera dado de tortas; las últimas palabras estropearon todo su esfuerzo de mostrarse amable, y la mujer, que no tenía un pelo de tonta y que estaba acostumbrada a todo tipo de actitudes, se mostró, como era de esperar, escéptica.

—Lo has intentado, la próxima vez esfuérzate un poco más.

Se dio la vuelta al oír la voz de Aidan; estaba tranquilamente mirándola, con las manos en los bolsillos, impecablemente vestido y sonriendo como siempre.

Lo conocía y sabía que esa sonrisa no era más que su máscara habitual. Aidan podría estar hirviendo por dentro y aun así mantenerse impasible.

¿Cómo pude ser tan injusta con él?, pensó. Él siempre la trató con respeto, nunca impuso sus decisiones, y ella lo dejó plantado. Sabía que él la había perdonado hacía mucho, pero no era su perdón lo que necesitaba, pues ese perdón salía de la indiferencia; perdonar es fácil cuando ya no te importa.

—Necesito hablar contigo —caminó hacia él.

—Te escucho —él mantuvo las distancias.

—Preferiría estar en un sitio privado.

—Estoy bastante liado, Nicole, di lo que tengas que decir.

—Por favor —miró a su alrededor, eran objeto de atención y estaba segura de que Aidan ya había sido informado del incidente a su entrada.

—Está bien, acompáñame —aceptó resignado; dedicar diez minutos en vez de discutir en la recepción no lo comprometía—. Gracias por todo, Kelly —sonrió a la recepcionista.

Lo siguió hasta una sala, agradeció que estuviera limpia y ordenada. Aidan cerró la puerta y se sentó en la esquina de la mesa. A la espera.

Buscó en su sujetador y sacó el pequeño dispositivo de almacenamiento, lo dejó sobre la mesa y Aidan arqueó una ceja.

—No entiendo por qué se ha organizado tanto alboroto por algo así —señaló con la vista la memoria USB y ella supo que se refería a otro dispositivo.

—Ya veo que te lo han contado —murmuró medio avergonzada, medio enfurruñada.

—¿Qué esperabas? Y que conste que no me esperaba eso de ti.

—No he venido a hablarte de eso —dijo a la defensiva.

—Una pena, sin duda tu explicación debe de ser de lo más entretenida.

Estaba desviando la atención, con su amabilidad y con sus buenas formas. Nicole lo sabía, así que se dejó de cumplidos y fue directa al grano.

—Otro día —cogió la memoria USB y se la tendió—. Aquí tienes toda la información del caso Hart, desde el principio, todo; puedes usarla como quieras.

Aidan rechazó la oferta.

—¿Y se puede saber por qué me das eso?

—No es justo que ese bastardo se libre por poder pagar un buen abogado, y tú eres el único que puede hacer buen uso de esta información.

—¿El motivo?

—Ya te lo he dicho: Hart es basura y…

—Y así, de repente, has visto la luz, ¿no? Joder, ¿de verdad piensas que soy tan tonto como para tragarme ese repentino ataque de honestidad?

—Es la verdad.

Aidan entornó los ojos.

—La verdad —dijo escéptico— es un término muy ambiguo. ¿No crees? Prueba otra vez.

—Acéptala.

—¿Tiene algo que ver que ahora tu novio lleve ese caso?

No se sorprendió de que Aidan estuviera al tanto.

—No es mi novio —alegó en su defensa—. He roto con él y simplemente quiero que se haga justicia.

—Sí, bueno, para eso estamos —se levantó de la mesa y caminó hasta la ventana—. Mira, que quieras joder a tu novio pasándome información me parece una jugada estúpida cuando menos.

—¡Que no es mi novio! —protestó cual niña enfurruñada.

—Lo que sea, simplemente piensa una cosa: si yo utilizo esos documentos, ¿no crees que adivinarán de dónde han salido? Y eso no es todo, en caso de presentar pruebas basadas en ellos cualquier juez las invalidaría, dando a Hart la oportunidad de salir impune. Como abogada deberías saberlo.

—Pues simplemente lee los informes, quizás encuentres algo que te ayude a despejar dudas, úsalos como apoyo en tus investigaciones.

—Eres lista, ¿eh?

—No te entiendo.

—Quieres vengarte de tu novio —ella lo miró furiosa—. Bueno, de tu ex —corrigió—, y de paso me jodes a mí, dos pájaros de un tiro. Joder, Nicole, he de reconocerlo, eres buena.

—¡No quiero joder nada! —gritó, y se dio cuenta de que estaba perdiendo las formas y de paso utilizando palabrotas—. Simplemente quiero ayudarte. ¿Tan difícil es de comprender?

—Tú no «ayudas», eso de entrada; simplemente has encontrado la forma de salirte con la tuya, como siempre, pero no te molestes, guarda eso y busca a otro idiota al que fastidiar.

—¿No puedes, por una vez, confiar en mí? —preguntó a la desesperada, y él la miró indiferente.

Cosa que le dolió.

—No —respondió sinceramente—. Tengo cosas que hacer —abrió la puerta—. Que tengas suerte —se despidió, y la dejó sola.

Bueno, de acuerdo, esperar a un Aidan colaborador y receptivo era ser demasiado optimista.

Podía acudir a otro agente, pero tal y como él señaló eso complicaría el proceso: cualquier prueba obtenida fuera de los cauces legales no ayudaría a resolver el caso.

Resignada, de momento, abandonó la sala y se dirigió a la salida. Buscó las gafas de sol en su bolso y con la cabeza bien alta se encaminó hacia su coche.

—Algo se podrá hacer… —murmuró mientras maniobraba para incorporarse al tráfico.

Y no se le ocurrió otra idea que ir a un centro comercial.

Nicole jamás pisaba centros como ése, donde una multitud de gente iba de tienda en tienda, mirando ofertas y sin preocuparse en demasía por la calidad; «estaba bien de precio», era la frase que más se repetía.

Claro que ella no estaba allí para mirar ofertas, sino para ir a una tienda de bricolaje. Otro mundo desconocido para ella, pues en su casa nadie era capaz de apretar un tornillo; en consecuencia, una caja de herramientas básicas no era necesaria.

Entró en la tienda y fue directa a información. Miró a su alrededor mientras esperaba a que la dependienta atendiera a un cliente que intentaba devolver un artículo sin recibo, y escuchó dos veces que la política de la empresa no lo permitía. Qué paciencia, pensó, y seguramente esa chica cobraba el salario mínimo por aguantar pelmas como ése. Ella también aguantaba lo suyo, con la diferencia de que al final recibía una cuantiosa remuneración.

—Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarla?

Nicole sonrió a la chica.

—Buenas tardes, estaba buscando a una empleada, a la señorita Stone.

—¿A Carla? —preguntó sorprendida la chica y Nicole asintió—. Ah, bueno, está revisando el stock. Si quiere puedo ayudarla yo a buscar lo que necesita.

—Muy amable, pero es un asunto personal, si pudiera avisarla o decirme dónde encontrarla…

—Cómo no, vaya al fondo; junto a la puerta de emergencias está la entrada al almacén, se encuentra allí —la chica señaló la dirección.

—Muchas gracias.

Se encaminó hacia la dirección indicada sin dejar de fijarse en todo cuanto veía a su alrededor y le resultó cuando menos curioso, nunca imaginó que hubiera tantas cosas. Ella estaba reformando un edificio y de lo único que se preocupaba era de elegir acabados o sugerir modificaciones. Los materiales eran cosa de la empresa.

Encontró a Carla subida en una escalera, con una agenda electrónica en la mano en la que hacía anotaciones. Llevaba el horrible uniforme que lucían todos los empleados y parecía concentrada en su tarea.

—Necesito hablar contigo.

—Un momento, por favor, en seguida la atiendo —Carla se bajó de la escalera y entonces fue consciente de quién había hablado—. Vaya, vaya, qué visita más inesperada —sonrió de oreja a oreja, como si en el pasado no hubieran tenido ningún encontronazo.

—¿Hay algún sitio donde podamos hablar en privado?

—¿En privado, dices? Uy, pues no sé, viniendo de ti puedo imaginarme lo peor. En horas de trabajo no nos dejan… —movió las cejas sugestivamente— intimar —tras completar la frase de la forma más mojigata posible que se le ocurrió, se echó a reír.

Nicole iba a perder la paciencia ante su tono de burla.

—Es importante —respondió secamente.

—¿No me digas que has reconsiderado tu decisión y te vas a animar a jugar con nosotros? —Carla siguió con su buen humor.

—No —dijo entre dientes.

—¿Qué ocurre aquí?

—Nada —respondió Carla al encargado.

Nicole se dio media vuelta y miró al intruso con su altivez habitual.

—¿Está usted bien atendida? —inquirió el hombre mirando a la empleada con cara de pocos amigos.

—Perfectamente —respondió la abogada dejándole claro que no necesita su ayuda.

—Eso espero.

El hombre volvió a advertir a Carla con la mirada que se comportara adecuadamente.

—Aguarde un instante —Nicole le detuvo—. No sé quién se ha creído que es para interrumpirnos de esa forma tan grosera, la señorita Stone estaba atendiéndome y no tiene usted derecho a suponer lo contrario.

—Soy el encargado de la tienda y sólo superviso a mis empleados, señora.

—¿Interrumpiendo deliberadamente?

Carla arqueó una ceja ante la reprimenda que estaba recibiendo ese tonto de los cojones por aparecer sin venir a cuento; visto así, tener una abogada a mano no estaba tan mal.

—Cumplo con mi trabajo —alegó él.

—Pues hágalo en otra parte. ¿De acuerdo?

Ante el tono severo de Nicole, al hombre no le quedó más remedio que desaparecer; nunca se discutía con los clientes.

—No era necesario —dijo Carla cuando ya no podían oírlas—, le gusta hacerse notar.

—Pues no deberías permitir que te tratara así —parecía sincera.

—Está resentido porque le solté un buen bofetón cuando me tocó el culo.

—Demándalo por acoso.

—¿Para qué? Eso serviría para darle más importancia, es lo que pretende. Prefiero manejarlo a mi manera, de esa forma me divierto más.

—Como quieras.

Las dos mujeres se quedaron en silencio unos instantes: Nicole porque buscaba una forma diplomática de abordar el tema y Carla porque no tenía más que decir.

—Bueno, supongo que no has venido para decirme que te unes a nosotros, qué pena —expuso de forma teatral—, y no creo que estés interesada en nuestras ofertas para redecorar tu casa…

—Tienes razón, pero preferiría hablar en otro sitio.

—Sígueme —Carla la condujo a una pequeña sala que hacía las veces de oficina.

Nicole se quedó allí parada, observando la minúscula habitación; no esperaba encontrar un despacho impresionante, pero casi parecía inhumano trabajar allí. Durante su examen visual se percató de la fotografía puesta con cinta adhesiva junto al monitor, en ella aparecían Aidan y Carla sacando la lengua, semivestidos y riéndose como niños.

—Tuve que obligarle a hacerlo —informó Carla al darse cuenta de lo que Nicole miraba con tanto interés—. Aidan a veces es demasiado mojigato. Las compañías, ya sabes —tiró a dar al recordar su pasada relación—. En fin, ¿qué es eso tan importante que quieres decirme?

—Tengo esto para ti —sacó la memoria USB, esta vez del bolso.

Carla la cogió y la miró con desdén.

—Uy, pues gracias por el regalo, ya tenemos, pero nunca viene de más.

—En el interior… —pasó por alto el sarcasmo— está toda la información que tengo relativa al caso Hart —respiró antes de continuar—. Puedes hacer con ella lo que creas conveniente.

—Y yo que creía que encontraría fotos tuyas comprometedoras para animar el ambiente. ¡Qué desilusión más grande!

—Esto es serio, por favor.

—Vale, voy a hacer como que me importa. ¿Por qué no se lo das a Aidan? A él le encanta todo eso de la investigación, es su trabajo.

—Ya he hablado con él, lo ha rechazado.

—Me pregunto por qué.

—No se fía de mí —intentó parecer desvalida, Carla no picó.

—Mira, guapa, que me conozco el percal. ¿Qué es lo que no me estás contando? —Carla chasqueó los dedos—. Sorpréndeme.

—Está bien… —Nicole explicó cómo su socio ahora llevaba el caso y cómo ella fue apartada.

—Tú eres tonta, ¿o qué? —exclamó Carla.

Aguantó el insulto lo mejor que pudo, lo que faltaba por oír. Iba a replicar cuando ella continuó:

—A ver, ¿tu novio y a la par socio te levanta un caso y no se te ocurre nada mejor para tocarle los huevos?

—¡Qué no es mi novio, caray!

—Pues no es eso lo que yo tenía entendido —murmuró Carla—. Da igual, sea como fuere, si tenías una relación con él, la que sea —se apresuró a decir ante la mirada exasperada de Nicole—, hay mil maneras más de joderlo, bonita.

—¿Sí? Dime una.

—¿Ahora somos amigas?

—Más o menos —aceptó a regañadientes—. Tienes que convencer a Aidan de que lea esto.

—Nanay, guapa, yo no me meto en sus asuntos; bueno, no siempre. Además, nos dejaste plantados en lo mejor, por si no te acuerdas.

—¿Otra vez con eso? —Nicole se ruborizó.

Carla se echó a reír.

—En fin, por intentarlo que no quede.

—¿Vas a dárselo o no?

—Espera un minuto —pidió Carla al oír el timbre del teléfono y levantó el auricular—. ¿Diga?

—Hola, rayito de sol.

—Hola, pitufín.

Nicole no dijo ni mu.

—¿Pasa algo? —preguntó Carla.

—No, simplemente te llamo para decirte que me retrasaré como media hora.

—Vale, no hay problema. ¿Te has acordado de pasar por la tienda y comprar lo que te encargué?

—Lo recojo de camino. Esto…

—¿Qué pasa? —inquirió Carla arrastrando las palabras.

—Sé que quieres mantenerte al margen, pero debes saberlo. Hoy ha venido a verme Nicole.

—¿Ah, sí? —preguntó divertida mirando a su visita.

—Pues sí, quería darme información sobre el caso Hart. Al parecer el estirado de su novio le ha levantado el caso y para joderlo pretendía que yo aceptase los informes que tiene.

—¿Y la has rechazado?

Yo no debería estar escuchando esto, pensó Nicole. Aunque resultaba divertido ver a Carla.

—Sí.

—¿Así, sin más?

—No voy a cagarla, Carla, si veo cualquiera de esos documentos todo puede irse al carajo.

Además, ella no quiere ayudar, sólo terminar de joderme…

—Humm.

—¿Humm, qué?

—Nada, estoy pensando. Bueno, ya hablaremos, ahora estoy ocupada con una clienta —miró a la clienta divertida.

—Vale. Nos vemos en un rato. Te quiero, rayito de sol.

—Y yo a ti, pero sólo un poco, así consigo que te esfuerces más. Adiós —colgó sin esperar réplica y se dirigió a su visita—. Me parece que lo tenemos un poco difícil.

—Lo sé. Créeme, no pretendo estropearle el caso, simplemente le ofrezco mi ayuda. Aidan está resentido conmigo, pero tú puedes convencerlo.

—¿Y qué saco yo de todo esto? —inquirió con toda lógica.

—Pensé que querías a Hart en la cárcel.

—Ya me quedé a gusto cuando le pateé los huevos, a él y a su amiguito. No voy a ir de víctima por la vida, pidiendo ayuda psicológica y dejando que la gente cuestione mi forma de ser. Si esta vez se libra, que lo disfrute, porque estoy segura de que un hijo de puta como ése tarde o temprano caerá.

—Interesante forma de verlo —reflexionó Nicole, y sus palabras llevaban impresas una nota de admiración.

—Por eso no voy a intervenir, lo siento. Aidan sabe lo que hace y punto.

—¿Le vas a decir que he venido?

—¿Necesito hacerlo? —a Carla parecía divertirla la situación.

—Sabes perfectamente cómo enfocar esto, ¿no es cierto? Y de paso te diviertes.

—Lo intento al menos. No voy a discutir con Aidan por esta chorrada, así que ahórrate los esfuerzos.

—No es mi intención, me alegra que estéis juntos, por si quieres saberlo —creía que decirlo ayudaba a que la otra mujer confiara en sus intenciones.

—Oh, gracias, viniendo de su ex supone un gran consuelo.

—Sé perfectamente cuándo me equivoco, si quieres oírlo lo diré: la jodí. ¿Te sientes mejor? —ella al menos sí, pese a que ya era la segunda vez que utilizaba expresiones así; quizás Thomas tenía un punto de razón diciendo que estaba influenciada.

—Y si te sientes mejor, te diré que nuestra oferta sigue en pie —dijo Carla para torturarla—. Tu socio tiene que ser un muermo en la cama.

Nicole hizo una mueca.

—Sin comentarios —masculló Nicole y sonrió—. Bueno, será mejor que me vaya, si Aidan me encuentra aquí…

—Yo no me preocuparía por eso —las dos se pusieron en pie.

Carla la acompañó hasta la salida, pero Nicole aún tenía una duda más.

—¿Puedo preguntarte una cosa más?

—Si no hay más remedio…

Buscó en su bolso y la entregó una pequeña barra de labios.

—¿Sabes cómo funciona?

Carla estalló en carcajadas y Nicole quiso morirse, pues eran el centro de atención.

—Muy simple —contempló el objeto—. Como habrás adivinado, no es una barra de labios. Quitas la tapa y giras la base, ¿ves?

—Apaga eso, por Dios. ¿Qué va a pensar la gente?

—Es un modelo bueno, muy discreto, aunque sirve de poco; si lo que buscas es algo más «interesante», puedo recomendarte una web de lo más surtida.

—¡No! Quiero decir… es que me lo han regalado —informó en voz baja. Carla seguía jugando con el aparatito y ella intentando esconderlo—. Gracias por la información.

—De nada.

En ese momento debería marcharse y punto. La curiosidad mató al gato. Si una cosa estaba clara es que Carla podía facilitar cierta información reservada. Cansada de ser ella la sorprendida, pretendía intercambiar los papeles.

—Una última pregunta.

—Dispara.

—Si quisieras… impresionar a un hombre… darle una sorpresa… ya me entiendes… ¿Qué me sugerirías?

—¿A un abogado?…

—¡No! Estoy harta de repetir que Thomas no es mi novio.

—Vale, vale, no te alteres. ¿A qué se dedica?

—¿Y eso qué tiene que ver? —preguntó exasperada.

—Mucho.

—De acuerdo —cedió—, trabaja en una empresa de rehabilitación.

—Uy, chica, pues has venido al lugar adecuado —dijo Carla sonriendo de oreja a oreja—, en la sección de embalajes tenemos cada cosa…

—No, nada de eso, algo diferente, algo, no sé, íntimo…

—No me lo estás poniendo nada fácil. En fin, déjame que piense…

—Carla…

—Vale, lo tengo, aunque creo que voy a invadir tu intimidad.