Capítulo 13
Max se giró para quitarse el condón, hizo un nudo y sin preguntar lo dejó caer en el suelo.
Vaya con la reprimida. Ahora debería moverse, vestirse y salir cuanto antes de ahí. Unas palabras amables, blablablá y adiós muy buenas. Pero no le apetecía en absoluto, suspiró y decidió que ella no se merecía una despedida así. Colocándose de lado la observó: aún permanecía con los brazos por encima de la cabeza, la blusa abierta, el sujetador colgando de un brazo y la falda arrugada en la cintura, la viva imagen de una mujer preparada para otra ronda. Max, por su parte, también lo estaba.
—Creo —dijo agarrando el sujetador como si se tratara de un artefacto extraño— que deberíamos deshacernos de esto —dicho lo cual lo dejó caer al suelo; no se molestó en comprobar si caía encima del condón usado.
Ella ladeó la cabeza y lo miró sin comprender.
—¿Perdón?
—Quiero verte completamente desnuda —sonrió, intentando suavizar el tono áspero de sus palabras—. Lo que acabamos de hacer es simplemente un aperitivo.
—¿Un… un aperitivo? —titubeó ella. Ese hombre debía estar de broma, ¿verdad?
—Ajá.
Nicole se colocó también de lado, en ese momento quería taparse, no meterse de nuevo en faena.
Pero por la mirada de él… Empezó a tener serias dudas.
—No es necesario —se cerró la blusa—. Ha estado bien —suspiró; eso era quedarse corta, muy corta. Y en ese instante quiso darse de tortas por hablar así—. No tienes por qué…
La detuvo colocando un dedo en sus labios.
—No me conoces lo suficiente, pero te diré una cosa, no soy de los que se conforman con un revolcón de… —miró el reloj— trece minutos, ni siquiera nos hemos desnudado completamente, así que si las matemáticas no fallan, aún quedan cinco condones, ¿me equivoco?
Abrió los ojos como platos. ¿Cinco? ¿Quería hacerlo cinco veces más? Y… ¿Debía sentirse halagada? Frunció el ceño, ella había quedado satisfecha, muy satisfecha.
—Max…
A él le encantó cómo pronunciaba su nombre y le acarició la mejilla. Cogió entre sus dedos un mechón de pelo que se había escapado del recogido y disfrutó del tacto. Un pelo suave, natural; estaba demasiado desencantado con rubias que no lo eran, morenas teñidas y pelirrojas de peluquería. Era tan extraño en estos días ver a una mujer con su color natural de pelo, que disfrutó de ese acto tan simple de deslizar el cabello entre sus manos.
Buscó las horquillas que sujetaban su recogido y fue quitándoselas.
—No… —ella intentó detenerlo sujetándolo de la muñeca.
—¿Por qué? —preguntó con suavidad sin dejar su tarea—. Ese moño tan apretado tiene que doler.
No puedes hacerte una idea, pensó ella.
—Siempre lo llevo así.
—Me gustaría verlo todo suelto —no era una sugerencia ni una amable petición. Terminó de soltar las horquillas y añadió—: Incorpórate —ella lo miró sin entender y él se movió para ayudarla y sentarse tras ella—. Precioso —murmuró al ver cómo su melena caía ligeramente por debajo de los hombros.
Ella giró la cabeza y al hacerlo pudo comprobar cómo Max seguía excitado: tenía los pantalones a medio bajar y vio cómo sobresalía su… ¡Oh, Dios! Volvió inmediatamente la vista al frente.
Al instante sintió unas manos frías en sus hombros bajándole la camisa, iba a desnudarla. Y a cumplir su palabra…
Él se recreó la vista contemplando su espalda desnuda; tiró sin preocuparse la blusa al suelo y empezó a recorrer su espalda con los labios.
—¿Qué haces? —preguntó alarmada.
—Mmmm. Muy suave —murmuró él contra su piel—. ¿Sabes así de bien por todas partes? —Max notó la tensión de ella: o era muy sensible o no estaba acostumbrada a estas cosas. Le daba lo mismo, iba a seguir—. Esto también tiene que desaparecer —tiró de la cinturilla de su falda y con un dedo acarició el borde hasta detenerse en la separación de su trasero.
Para su alivio, Max se separó; no duró mucho, pues oyó cómo se deshacía de sus pantalones y de su propia camisa, y después se colocó frente a ella.
—Levanta ese trasero —tiró de la falda hasta quitársela—. ¿Te he dicho ya que tienes unas piernas de escándalo?
—No —susurró ella.
—Pues ya lo sabes —agarró la prenda y la tiró por encima de su hombro con un gesto carente de preocupación.
Le acarició la mejilla y él le sonrió de nuevo, encantado con la ingenuidad y la ternura de ella. La había tratado con brusquedad, llevado por la excitación y las prisas. Ahora tenía que ser diferente.
O al menos intentarlo.
—No es necesario que digas esas cosas para hacerme sentir bien.
—No lo hago por eso —masculló.
Ahora fue Max el sorprendido cuando ella le abrazó con fuerza.
—Gracias —le murmuró—, gracias por esto.
Que una mujer le agradeciera su actuación era habitual, pero no lo era la forma en que Nicole lo decía. ¿Qué estaba pasando?
—¿Mucho tiempo sin sexo? —ella asintió—. Ya somos dos.
Se apartó para mirarlo a los ojos. Max, sin duda, le estaba tomando el pelo.
—No hace falta que mientas —ese comentario lo pronunció con demasiada aspereza.
—¿Por qué iba a mentirte? —la rodeó con los brazos e hizo que se sentara encima de él a horcajadas.
—Lo has estado haciendo todo el tiempo. Odio que me tomen por tonta.
—Hace más de cuatro meses que no me acuesto con nadie —explicó él jugando con su pelo.
—¿Cuatro meses? —él asintió y Nicole resopló—. Eso no es nada —sonaba resignada y un poco amargada.
¿ Nada? Joder, era el período más largo de abstinencia de toda su vida; había sido por decisión propia, pero, aun así, cuatro meses resultaba mucho tiempo.
—Cuánto.
—¿Cuánto qué?
Max arqueó una ceja, estaba en la cama con una abogada. ¿Qué esperaba?
—¿Cuánto tiempo has estado sin follar?
—Más que tú —respondió incómoda. Por la pregunta y por el verbo empleado.
—¿Seis meses? ¿Siete? —ella negó con la cabeza—. ¿Más? Joder, eso no puede ser bueno. ¿Cuánto? Venga… —la movió en sus brazos—. No se lo diré a nadie —empleó un tono juguetón.
—Año y medio —respondió entre dientes.
—Me tomas el pelo —contestó incrédulo—. ¡Nadie puede estar año y medio sin echar un polvo! —notó que a Nicole esa conversación no le gustaba nada—. Bueno, no pasa nada, siempre queda recurrir a uno mismo.
—¡¿Qué?! —chilló ella intentando apartarse.
—¿No me digas que no tienes un consolador por ahí escondido? Todas las mujeres lo tienen.
—¡Yo no tengo un… uno de esos! —respondió indignada.
—¿No? —la sujetó para que no se escabullera—. Vale, de acuerdo, entonces supongo que te toca recuperar el tiempo perdido.
—Eso no son más que tonterías; como el sueño, si no duermes, no vale de nada dormir el doble al día siguiente.
—Puede que tengas razón —reflexionó en voz alta—, pero ya que estamos aquí… tenemos condones… y estamos desnudos…
Sin previo aviso la tumbó de espaldas y se colocó encima de ella sujetándola.
—¿Qué vas a hacer? —para Nicole esa mirada no presagiaba nada bueno.
Y no iba mal encaminada; él sonrió de medio lado, un tanto siniestro.
—¡Año y medio! —repitió con cierta guasa—. Joder, nena, entonces supongo que me vas a hacer sudar la camiseta, ¿verdad?
—Yo no lo he dicho para…
—Abre las piernas y empecemos.
—No creo que… —intentó escaparse, sin éxito.
—Con este cuerpo —hizo un barrido visual—. Me cuesta creerte —se encogió de hombros.
—¿Piensas que me lo he inventado? —preguntó incorporándose sobre los codos.
—Simplemente me parece raro.
—¿Por qué?
—¿Va a ser una discusión muy larga? —fue echándose hacia atrás para verla mejor—. Lo siento, me cuesta concentrarme viéndote desnuda.
—Contesta a mi pregunta.
—Uy, ese tono —se burló él, y empezó a juguetear en su ombligo con un dedo y ella lo detuvo bruscamente. Max suspiró—. Vale, te creo, ¿puedo seguir?
—No necesito tu lástima, ¿de acuerdo? —movió las piernas a un lado con intención de bajarse de la cama.
—¿Pero qué mosca te ha picado?
—Vete.
—Ni hablar —la agarró tumbándola de nuevo—. Mira, no soy lo que se dice muy paciente, soporto poco o nada las tonterías y no tengo por qué dorarte la píldora. ¿Estamos?
—Pues deja de decir sandeces.
—¿Tú te miras al espejo cada mañana?
—Sí. ¿Y qué?
—Admito que a primera vista pareces un poco… fría —ella se tensó—. Vistes de forma conservadora y, joder, andas sin menear el trasero —Nicole lo miró entrecerrando los ojos—. Aunque cuando te desatas… mira lo que ocurre.
—¿Qué? —preguntó con desconfianza.
Max señaló con la vista su erección.
—Y ahora, ¿vas a dejarme hacer lo que quiera o tienes más preguntas?
Negó con la cabeza; aun así, sabía perfectamente que él simplemente estaba diciendo lo que se supone que debía decir.
De acuerdo, por el momento no iba a discutir más con él. Se suponía que así funcionaban las cosas cuando tenías una relación de una sola noche.
Al ver cómo miraba con atención su entrepierna, se sintió de nuevo fuera de lugar. Y cuando él bajó la cabeza para depositar un sonoro beso en su vello púbico no pudo soportarlo más. Reculó hacia atrás hasta sentarse apoyada en el cabecero y cerró las piernas.
—¿Qué pasa ahora?
Se frotó los ojos, incapaz de entender a esa mujer.
—No quiero seguir —dijo sin mirarlo.
—¿Por qué será que no me sorprende? —preguntó con infinita paciencia.
—¿No puedo decir simplemente «no»?
—No.
—¿Por qué no?
—Dejemos las tonterías para otro momento. ¿De acuerdo?
—Depende.
—Ya veo —el escepticismo era palpable en su voz—. Sigues pensando que estoy fingiendo, ¿no? Joder, eres de lo que no hay.
—Deja de decir palabrotas.
—¿Tan difícil es creer que me apetece un buen revolcón contigo sin tener que dar explicaciones? —a estas alturas Max ya estaría vestido y conduciendo de camino a su casa, pero por alguna extraña razón no quería dejar así las cosas—. Abre las piernas de una puta vez y déjame comerte el coño como es debido.
Jadeó impresionada con ese soez comentario. ¿No iba en serio, verdad? Aunque su mirada decía que sí.
—Eso no me gusta —dijo en voz baja.
Max arqueó una ceja.
—No me digas…
No estaba dispuesto a seguir una absurda conversación que sólo iba a derivar en más tonterías.
Joder, cualquier otra mujer estaría encantada con sus atenciones. Y Max no solía ser, al menos no en los últimos tiempos, muy dado a prodigarlas, era él quién las recibía. Así que decidió pasar a la acción.
Tiró de ella y la arrastró hasta tumbarla de espaldas; el factor sorpresa jugó a su favor. Después, sin contemplaciones, separó las piernas y bajó la cabeza; sabía que ella iba a presentar batalla, así que la agarró por las muñecas mientras recorría con la lengua sus pliegues.
—Delicioso —murmuró contra su piel.
Cerró los ojos con fuerza, estaba indefensa, él la superaba en fuerza; relajó las piernas, pues los anchos hombros de él las mantenían abiertas.
Siempre tuvo miedo de dejarse llevar, se moría de vergüenza, era consciente de que estaba húmeda y que a él le resultaría repulsivo. Ése era uno de los aspectos del sexo que siempre la echaban para atrás, pero del mismo modo que antes empezó a no pensar y dedicarse sólo a sentir, cada lengüetazo, cada presión de sus labios…
No necesitaba que su mente cooperara, pues su cuerpo respondía a cada estímulo; él se percató de ello y aflojó la presión sobre sus muñecas. Ella quería acariciarlo, hacerle saber que estaba conduciéndola a un estado desconocido para ella, verdaderamente satisfactorio.
¿A cuántas mujeres había hecho lo mismo para tener tal maestría?
Esa idea le hizo perder el ritmo, aunque tardó cinco segundos en recuperarlo. Max no daba tregua, por fin logró liberar sus manos y le agarró del pelo, aferrándose a él como un náufrago a su salvavidas.
—Vas a dejarme calvo —gruñó él.
—Per… perdona —jadeó.
—Perdonada. Es estimulante saber que lo estoy haciendo bien.
Más que bien, pensó ella abandonándose de nuevo…
Empezó a penetrarla con dos dedos, curvándolos en su interior, mientras succionaba sin piedad su clítoris, haciendo que ella arqueara las caderas. Estaban, tan, tan cerca, sólo un roce más y llegaría al orgasmo. Max se lo dio, pero no como ella esperaba.
—¡Max! —gritó ella al notar el roce de sus dientes.
—¿Sí? —preguntó él aguantando la risa.
—¡Me has mordido! —exclamó innecesariamente. El problema no era el mordisco en sí, más bien en dónde había sido mordida.
—Y tú te has corrido, ¿no?
Empezó a gatear por encima de ella hasta alcanzar los condones, ni de coña iba a dejarla respirar o a que volviera con sus estúpidas preguntas.
Los condones, aunque necesarios, siempre frenaban. Con rapidez se colocó uno para penetrarla de nuevo.
Follársela otra vez era imperativo.
—Ahora… —pidió Max con voz ronca—. Déjame metértela.
Nicole tardó más de la cuenta en reaccionar; por fortuna no puso objeciones. No le pasó inadvertido que con esa mujer funcionaban mucho mejor las órdenes bruscas que las sugerencias amables.
En cuanto la penetró, palmeó su trasero con fuerza.
—¡Max! —protestó ella quedándose inmóvil y recibió a cambio otro cachete.
—Ni se te ocurra parar ahora —exigió él moviéndose e incitándola a que siguiera el ritmo— o no seré responsable de mis actos.
Ella obedeció, al principio con timidez, esperando a que él diera su aprobación. Y vaya si lo hizo; la sorprendió de nuevo al pellizcar alternativamente sus pezones. Ella echó la cabeza hacia atrás, incapaz de saber si las atenciones de él causaban dolor o placer, nunca antes se había encontrado ante tal situación.
—Eso es —la animó moviéndose con ella, levantándola con cada embestida—, follemos a lo grande.
—No… no hables así —jadeó ella.
Sonrió, la muy mojigata… pero era innegable el efecto que ejercían esas palabras. ¿Para qué dejar algo si funciona?
—Estás a punto de correrte de nuevo, ¿eh? —palmeó otra vez su trasero—. Con mi polla, eso es. Joder, eres increíble.
Nicole no podía entender cómo su cuerpo se preparaba para experimentar otro orgasmo, y mucho menos llegar a ese estado de excitación. Conseguir uno era toda una proeza; dos, una leyenda urbana, y tres, nunca pensó en esa posibilidad.
—¡Ay, Dios mío!
—¿Necesitas la estocada final? —inhaló con fuerza y la embistió con todo su ser—. ¡Córrete! Joder —gruñó—, no voy a aguantar mucho más.
—Aaaaaaaaaaah —gimió incapaz de contener más sus gritos de satisfacción.
Max se unió a ella al cabo de treinta segundos, tampoco es que pudiera resistir mucho más.
—Quédate —murmuró Nicole tras un largo silencio enroscándose junto a él.