Capítulo 2
ndex

—Eh, eh, tranquila —el vagabundo le dio unas palmaditas en la espalda…

Nicole no le prestó atención. En otras circunstancias, que un desconocido la tocara, la hubiera hecho saltar inmediatamente y apartarse, además de soltar alguna que otra perla.

En ese momento hasta lo agradecía; en su entorno los gestos afectivos resultaban escasos, por no decir nulos.

—Yo… —tartamudeó—. Yo…

—Ya lo sé, tiene un mal día —añadió él en tono comprensivo—. No se preocupe por eso, lo que sí debería importar ahora es curar esas heridas.

—Pero ¿qué hace? —inquirió entre sollozos, intentando controlar su inminente crisis de llanto, al notar unas manos subiendo su falda.

—Evidente, ¿no cree? —de repente se quedó paralizado al palpar el borde de unas medias sujetas con ligas—. Joder…

—Déjeme a mí —Nicole apartó sus manos y ella misma intentó desenganchar las ligas.

El problema no era quitarse las medias, el problema era hacerlo sin enseñar nada, así que empezó a retorcerse. No podía ponerse de rodillas para soltar las ligas traseras, así que se inclinó primero a un lado y después al otro.

Él no quería mirar: era el striptease más antierótico que había presenciado en su vida; aun así, todo el proceso tenía un extraño componente, algo que lo inquietaba, lo cual hizo que ahogara un gemido. Ver unas piernas desnudas a esas alturas de la vida debía ser como ver llover, pero no era así; inexplicablemente se estaba excitando. Bajo esas medias aparecieron unas piernas de primera categoría, con un tono ligeramente bronceado, lejos de esas piernas blanquecinas que algunas mujeres lucían como si se tratase de dos tubos fluorescentes encendidos.

—Bueno —carraspeó tras ver cómo ella arrojaba las destrozadas medias a un lado—, ahora voy a curarla; esto escuece, aviso, así que quédese quieta.

—Va… vale.

Desinfectar la herida como era debido implicaba tocarla, y tocarla implicaba problemas. Si bien se moría por comprobar si esas piernas eran tan suaves como aparentaban, temía no poder controlarse.

Empapó una gasa en yodo y lo aplicó sobre los rasguños. Nicole, en respuesta, le clavó las uñas en la muñeca.

—Tranquila —gruñó él entre dientes—. Ya se lo advertí.

—Lo sé —murmuró ella sin soltarlo—, lo siento.

La miró de reojo; ya no parecía la mujer peleona de hacía diez minutos: su voz, ahora más suave, bien modulada, algo quejumbrosa por los efectos del llanto, lo llevó a la conclusión de que, efectivamente, era una abogada poco acostumbrada a caerse en la calle y hablar con extraños.

Mientras continuaba limpiándola, ella se mantenía quieta, aunque podía ver cómo se aguantaba las ganas de protestar.

—Bueno, esto ya está —se acercó e hizo un montoncito con las gasas sucias—. Por cierto, me llamo Max —y le tendió la mano.

Ella levantó la vista y clavó sus ojos llorosos en él, parpadeó y bajó la vista hacia la mano que él tendía. Con timidez, se la estrechó.

—Nicole —dijo ella sin soltarle la mano y volvió a llorar desconsoladamente. El motivo no eran los rasguños.

Max no sabía qué hacer con esta mujer; bueno, en general no sabía qué hacer con las crisis de llanto de las mujeres. Lo que sí sabía es que ofrecer soluciones era perder el tiempo.

De repente y sin saber cómo, se encontró abrazándola, con ella llorando y empapando su camiseta, calmándola en silencio, sentados en la acera y acariciando su espalda.

—Todo me sale mal —comenzó a decir ella con la voz amortiguada—, sólo quería demostrarle… ¿Cómo he podido ser tan idiota?

¿Qué podía responder a eso? Básicamente nada, ya que no comprendía las palabras de Nicole.

Aun así, sentenció:

—Todos cometemos errores —se sintió inmediatamente el estúpido número uno del reino.

—Había planeado todos los de… detalles, pero no contaba con la aparición de esa… zorra.

Uy, esto se ponía interesante.

—Yo sé que le hice daño… —buscó algo con lo que limpiarse la nariz y Max le ofreció de nuevo su pañuelo—. Íbamos a casarnos —se sonó la nariz—. Pero yo lo dejé plantado —otra crisis de llanto igual o superior a la anterior.

—¿Te fue infiel? —inquirió él recurriendo a un clásico en lo que a rupturas se refiere.

—¿Quién? —le miró un instante a los ojos, pero en seguida desvió la mirada—. ¿Aidan? Imposible —Nicole dejó de preocuparse por su estado—. Él siempre estuvo pendiente de mí. Fue culpa mía.

—Entonces… ¿Le pusiste tú los cuernos?

—¡No! —respondió visiblemente molesta por la insinuación.

—Ah.

—Lo dejé porque… —le miró a los ojos, sollozó con ganas y dijo—: se hizo policía.

Max, tras la inicial expresión de incomprensión, contuvo una sonrisa. Tanto dramatismo para tan poco drama.

—Yo sabía —continuó ella— que Aidan me quería, por… por eso intenté recuperarlo.

—Y apareció la zorra —concluyó Max, y ella asintió fervorosamente.

—Como hombre, Aidan tiene necesidades y yo… —tragó saliva—. Yo nunca supe satisfacerlo —Max hizo una mueca—. Pero hoy estaba dispuesta a todo.

—¿Y él te rechazó? —preguntó cada vez más interesado en las cuitas amorosas de la abogada.

Nicole negó con la cabeza.

—Estaba… estaba a punto de hacerle…

—¿Qué estabas a punto de hacerle? —inquirió deseoso de conocer el resto de la historia.

—U… una felación —tartamudeó.

Madre del amor hermoso, vaya temita, pensó él, esto se ponía cada vez más interesante. Puede que el término felación sonara demasiado técnico, pero seguía siendo un tema apasionante.

—Ella nos interrumpió —Nicole ya no podía parar—. Y se interpuso entre los dos —otro estallido de llanto.

—¿Había llamado a una prostituta?

—No, ella es… oh, no sé lo que es… Había preparado todo, incluso leí algunos libros para hacerlo bien, pero…

—Joder —fue lo único que acertó a decir Max.

Aquella conversación debía acabarse, no por falta de interés, sino porque atentaba peligrosamente contra su autocontrol. Tenía a Nicole entre sus brazos sollozando mientras escuchaba cómo había intentado hacerle una mamada a su exnovio… Decididamente peligroso.

—¿Aceptas un consejo?

—Bu… bueno —murmuró ella sin estar convencida del todo.

—Vete a casa, date un buen baño y olvídate del día de hoy.

—No es fácil.

—Inténtalo. Ven —se despegó de ella poniéndose de pie—. Llamaré a un taxi. No estás en condiciones de conducir.

—¡Ay, Dios mío! —gritó ella.

—¿Qué pasa ahora?

—He sido una desconsiderada, tu coche…

A buenas horas…

—No te preocupes ahora por eso —se agachó y recogió los zapatos de tacón, tendiéndoselos—. Toma…

—No —ella los agarró y, tras mirarlos con disgusto, los tiró al contenedor.

—¿Vas a tirar unos Manolos?

Lo miró por encima del hombro, sorprendida; que un tipo así distinguiera unos zapatos de marca era poco menos que extraño.

—No quiero volver a verlos.

—Pero no vas a andar descalza.

Ella caminó renqueante hasta su Audi, abrió el maletero y sacó unos prácticos zapatos de tacón bajo. Una vez puestos, volvió junto a él.

Se inclinó sobre la puerta y sacó su bolso, buscó dentro y extrajo una tarjeta.

—Te pido disculpas por mi comportamiento, ha sido imperdonable, nunca antes me había comportado así.

—No pasa nada.

—Insisto —le ofreció de nuevo la tarjeta, aunque su tono volvía a parecerse al habitual.

—Vale —Max la tomó y sin mirarla se la guardó en el bolsillo trasero de los vaqueros.

—Llama a mi oficina y arreglaremos los papeles —dicho esto, sonrió tímidamente y se sentó al volante del Audi.

—Creo que no deberías conducir.

Nicole le dedicó otra sonrisa triste y señaló un edificio.

—Vive allí, no quiero que piense que lo acoso —arrancó el motor, maniobró con tranquilidad y efectividad, sin rozar su camioneta, sorprendiéndole y dejándole allí de pie mirando cómo se alejaba el pequeño deportivo.