Capítulo 41
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Tumbada parcialmente sobre Max en una enorme cama, sobre sábanas negras, en completo silencio, aún intentaba creerse lo que acababa de pasar en el jacuzzi. Si bien su cuerpo no estaba acostumbrado a ese tipo de penetración, y de hecho aún notaba una sensación incómoda, no dudaría en repetir.

Repetir absolutamente todo, desde el principio hasta el último abrazo antes de salir del agua. Sin dar importancia a su aspecto, que debía ser horrible, ya que no pudo secarse el pelo, pues Max se entretuvo con la toalla sobándola concienzudamente pero sin permitir que agarrara un peine.

¿Se estaba convirtiendo en una adicta al sexo? Se hizo esa pregunta más que nada por cómo se comportaba últimamente. Pasar de ser una mujer a quien el sexo le parecía sobrevalorado a una mujer deseosa de practicarlo, y en tan poco tiempo, daba que pensar.

—¿Nicole? —interrumpió sus pensamientos y de paso su serenidad al acariciarle el cuello con los labios—. Cuando has dicho que nunca antes lo habías hecho así, ¿decías la verdad?

—Sí —respondió con un suspiro.

—Curioso, extraño, pero curioso.

—¿Por qué? —preguntó algo molesta.

—Tranquila —volvió a besarla en el cuello—. Una mujer de tu edad se supone que tiene experiencia.

—Se supone —repitió con sorna.

—¿Ahora también vas a hacerme creer que eras virgen?

Si se estaba burlando de ella, tendría que ponerle los puntos sobre las íes.

—No, tanto como eso, no.

—Entonces hay algo que no encaja —ella lo pellizcó—. Y si sigues por ese camino terminarás atada a la cama, así que tú verás lo que haces.

Vaya tentación… Pero hoy estaba cansada… Otro día.

—¿Por qué te sorprende? No todo el mundo se dedica a ir de flor en flor —arguyó picada.

—Nicole, simplemente era una observación.

—Pues ahórratela.

Se calló, había tocado una fibra sensible, de eso no cabía duda. Joder, pero seguía sin comprenderlo. Cualquier hombre con dos dedos de frente estaría encantado de follársela.

—Y dime —comenzó Max y se detuvo en busca de las palabras adecuadas; por supuesto, no las encontró—. ¿Cómo fue tu primera vez?

Ella se incorporó y lo miró.

—¿A qué viene ahora esa pregunta?

—Simple curiosidad —se encogió de hombros.

—Todos los hombres siempre preguntáis lo mismo, a mí me da igual cómo fue la primera vez que tú…

—Tenía dieciséis años. Al final de un partido de fútbol vino una de las animadoras y me dijo lo mucho que le había gustado y blablablá; ella tenía al menos dos años más que yo, fuimos a los vestuarios y me lo hizo todo ella. No duré ni cinco minutos. Hice el ridículo. Por suerte y con el tiempo, mejoré bastante.

—No hace falta que lo jures —dijo ella con sarcasmo pero sin faltar a la verdad.

—Venga… —la engatusó—. Cuéntamelo… ¿Fue en el instituto?

—Estuve interna hasta los dieciocho… Sólo éramos chicas.

—Mmmm, una de mis fantasías. ¿Te lo montaste con tu compañera de cuarto? ¿En el gimnasio? —y añadió emocionado —: ¡¿En la ducha?!

—¡No! —chilló ella escandalizada—. No compartíamos habitación con nadie, nos tenían muy vigiladas.

—Entonces, ¿te escapaste y follaste con un chico del internado de al lado en la caseta del guarda?

—¡No seas bobo! —no se podía creer la cantidad de tonterías que decía Max—. Sólo nos dejaban salir cuando recibíamos visitas de familiares.

—Vaya mierda de internado —aseveró desilusionado—: ni escapadas, ni sexo lésbico, ni chicos colándose en el dormitorio de las chicas…

—Tienes una imaginación…

—Puede ser. ¿Y entonces? ¿Cómo terminaste con tu virginidad?

—Bueno… —dudó unos instantes antes de responderle—. Fue en la universidad.

La miró como si fuera una extraterrestre.

—Joder, ¿y cuántos años tenías?

—Veintiuno.

—Mientes.

—No, ¿por qué iba a mentir?

—No sé… ¿Para que me suba la tensión? ¡Veintiuno! ¡Me cago en la puta! A esa edad yo…

—No hace falta que entres en detalles, me hago una idea.

—Vale, vale, la universidad —decidió mostrarse comprensivo para no irritarla—. Bien mirado es lógico, fuiste a una de esas fiestas, que vienen a ser una excusa etílica y para poder follar. Te pasaste bebiendo y el guaperas del campus te levantó la falda.

—Ves demasiada televisión. No, no fue así —ella se recostó de nuevo y cerró los ojos recordando—. Estaba a punto de finalizar el primer año. Muchas de mis compañeras hablaban de lo que hacían los sábados por la noche en el coche, en el cine… ya sabes.

—¿Y tú qué hacías los sábados por la noche?

—Estudiar —al responder, Max notó un deje de amargura—. No podía bajar de mi media de sobresaliente.

—Eras la empollona de la clase, ¿eh?

—Más o menos —respondió haciendo una mueca—, por eso decidí poner fin a esa situación.

—Joder, esto mejora por momentos.

—Calla, deja de interrumpir.

—Sí, señora.

—En la biblioteca entablé amistad con un chico, se llamaba Justin, era otro de los empollones.

Siempre coincidíamos en las horas de estudio y en las actividades extra.

—¿Te lo montaste en la biblioteca? ¡La hostia! Qué morbo. ¿Tienes carné de socia?

—¡Calla! —lo increpó, pero sonreía; le tiró del vello del pecho—. Si sigues interrumpiendo, no continúo.

—Prometo no decir ni mu. No me perdería el final de la historia por nada del mundo.

—Como teníamos cierta confianza se lo propuse —notó cómo Max se mordía la lengua—. Creo que Justin estaba en la misma situación que yo. Y aceptó. No tenía ni idea de qué iba a pasar y, como te he dicho, creo que él tampoco, así que me informé, después lo organizamos, quedamos al finalizar los exámenes y alquilamos una habitación de hotel.

Se detuvo ahí y Max no pudo aguantar.

—Cariño, ya sé que lo he prometido, pero no puedes dejarme así. Necesito los detalles más jugosos.

—No fue gran cosa —inspiró antes de continuar—. No hubo dolor, no hubo nada, dejé de ser virgen, era lo que quería, ¿no? —rió sin ganas—. Después me dediqué a lo importante: sacarme la carrera… —ahora ya no estaba convencida de que fuera así; visto con la perspectiva del tiempo y la experiencia, las cosas daban giros inesperados—. Seguí viendo a Justin, incluso alguna vez he coincidido con él en los juzgados, aún nos hablamos.

—Bueno, no serás la primera ni la última en tener una primera vez desastrosa. Supongo que después te pusiste a ello con más empeño.

—No. Ya te he dicho que me concentré en los estudios.

—Dime que repetiste de nuevo, que… —ella negó con la cabeza—. Nicole, nadie puede estar tanto tiempo sin sexo.

—En el último año de carrera conocí a Aidan.

—¿Otro abogado? —preguntó con evidente disgusto—. Perdona que te lo diga, pero no parecen tener sangre en las venas.

—No. Era estudiante de programación informática. Coincidimos en unas conferencias de orientación profesional para los más destacados de cada carrera.

—Y recuperaste el tiempo perdido.

—No, lo intenté pero no. Él se mostró paciente, atento, cariñoso… Sé que él necesitaba más, pero no supe dárselo. Como nos llevábamos bien, mis padres lo aceptaron —sonrió con afecto—. Así que nos comprometimos.

—Espera, espera. Cuando dices Aidan, ¿te refieres a ese Aidan?

—El mismo. Mi exprometido. Lo dejé plantado un mes antes de la boda.

—Recuérdame que no me comprometa, joder, hasta me da pena. ¿Por qué lo dejaste? —inquirió mientras se rascaba la barba; acababa de decir algo bastante extraño para él.

—Le ofrecieron un puesto de mucha responsabilidad en una empresa de desarrollo informático, y un mes antes decidió apuntarse en la academia de policía.

—Qué raro… ¿Y lo dejaste por eso?

—Sí —suspiró—. Teníamos una buena relación pero no podía casarme con un policía. Ya sé que te parecerá estúpido, pero en aquella época la imagen era muy importante, y yo estaba empezando.

—¿Y ahora? —preguntó con curiosidad; saber lo que opinaba al respecto resultaría revelador.

—¿Ahora? —esbozó una sonrisa amarga—. Ahora me doy cuenta de lo estúpida que fui. Del daño que hice a un hombre estupendo, un hombre que siempre me quiso y que aún no me ha perdonado.

Casi estoy celoso, casi, se dijo.

—¿Has hablado con él? —inquirió Max abrazándola, molesto por el cariño con el que hablaba de ese hombre. No tengo derecho, se dijo.

—Sí. Dice que me perdona, pero lo dice porque no le importa —aguantó las lágrimas—. Mi última jugarreta fue intentar recuperarlo. El día que te conocí.

—Ah —recorrió su espalda tranquilizándola.

—Había conocido a una mujer que… bueno, resumiendo, a otra y parecía feliz. Además, para más inri, uno de mis clientes había sido denunciado por ella y, la verdad, la traté fatal. Así que ya ves, utilizando tus palabras, la jodí, pero bien.

—Ya veo que estoy siendo una buena influencia para ti —murmuró él.

Sus palabras eran más un intento de desdramatizar; si bien no compartía su forma de proceder, podía entenderla.

Y de nuevo ese runrún interior. Ella se había sincerado; puede que fuera una esnob, pero una esnob sincera.

Nicole no quería moverse, en esa postura se estaba tan bien… La mano de Max recorría una y otra vez su sensibilizada espalda, transmitiendo serenidad. Era la primera vez que hablaba de su pasado con alguien, pues hasta la fecha nadie conocía sus vivencias; claro que, llegados a este punto, nadie conocía a la mujer que se escondía tras la abogada. Y puestos a ser sinceros, tampoco nadie lo intentaba. Hasta ella misma se sorprendía de lo que era capaz de llegar a hacer rodeada del ambiente adecuado.

—Estás muy callado —murmuró ella—; supongo que te habrá parecido de lo más patético, ¿verdad?

—No entiendo por qué, cada uno vive las cosas a su manera —respondió utilizando por una vez la diplomacia. La historia de Nicole era triste, desapasionada, pero por desgracia no era la única.

—Pues a mí me lo parece. Y por si fuera poco… —levantó la cabeza y lo observó antes de continuar: Max la estaba mirando de tal forma que le llegó muy hondo—. No aprendí la lección —le acarició la mejilla y él respondió besándola en la palma de la mano—. Volví a salir con un hombre sin desearlo.

A Max no le gustó esto último. ¿Qué trataba de decirle?

—Sabía y sé perfectamente sus intenciones. Y que mis padres están encantados con él. Es el yerno perfecto.

Respiró aliviado. Debía tratarse de algún lameculos cercano a Nicole.

Bueno, no tan aliviado.

—Incluso hemos anunciado nuestro compromiso; aun así, he decidido no seguir adelante.

—¿Por qué? —debía cambiar de conversación, él no era el paño de lágrimas de nadie. Y menos aún de una mujer desnuda que compartía con él sábanas negras y a la que acababa de tirarse en el jacuzzi. Era deprimente escuchar cómo hablaba de otros hombres. Le hacía sentirse utilizado, como si fuera poco menos que el premio de consolación. ¡Joder! Eso te pasa por jugar a los secretitos, le dijo una vocecilla interior.

—No tiene sentido. Piénsalo, comprometida con uno y acostándome con otro. Soy, como diría mi madre, una mujer sin conocimiento y una huelebraguetas.

—Joder con mamá —masculló Max agradecido de no tener que presentarse nunca ante esa mujer.

¡Espera un momento! ¿Y eso cómo lo sabes? Y ya puestos, su propia madre tampoco era lo que se dice un angelito; cuando se lo proponía, tiraba a dar. Y según su experiencia, pocas veces, o ninguna, fallaba.

—Así que soy toda una perdida.

—Una perdida con un excelente cuerpo —retomó un camino seguro—. Y dime, el tipo ese ¿ya lo sabe? ¿Sabe que va a ser uno más en tu lista de desplantes? —la pregunta tenía guasa viniendo de alguien como él, pero le interesaba. Ahora mismo no sabría decir por qué, pero era así.

—¿Thomas?

—¿Estás comprometida con tu socio? —preguntó sorprendido; lo de lameculos había sido un disparo al aire, pero mira por dónde acertó.

—Sí. Soy un gran paso en su consolidación como socio. Se casa con la hija del jefe, se comporta como el perfecto yerno, mi madre lo adora y yo…

—Y tú… —Max se movió para dejarla bajo él. Con toda la conversación sobre los amantes de ella sentía un impulso muy claro: marcarla, que olvidara a esos hombres que no la supieron entender, demostrarle que a él sí le importaba, que estaba loco por ella y que… ¡joder! Que se estaba enamorando de una abogada estirada, a la que mentía o, para ser más suaves, a quien no decía toda la verdad—. ¿Te acuestas con él? —preguntó interesadísimo en la respuesta.

—Hace tiempo que no… Nunca me gustó, lo hacía por obligación. Fingía.

Max parpadeó. Ésa no era la respuesta que esperaba, joder con la sinceridad, claro que esa sinceridad aumentaba su autoestima.

—¿Fingías con él? —ella asintió—. ¿Lo haces conmigo?

—No… no podría.

—¿Por qué? —estiró el brazo y sacó un condón del envase.

—No es necesario.

Buena respuesta, pensó él enfundándose el preservativo.

—¿No irás otra vez a…? —preguntó medio ansiosa, medio sorprendida, pero para nada molesta.

—Dime una cosa, Niky —sonrió como un niño a punto de hacer una travesura—. ¿Alguna vez has gritado como cuando estás conmigo?

—No —y para reafirmar su respuesta negó vehementemente con la cabeza—. Hasta… —se detuvo, pues no era bueno inflar su ego diciéndole que con él, sólo con él, se corría—. Hasta hace poco no disfrutaba del… —se aclaró la garganta— sexo.

—Pues grita.

Y así, sin prepararla, sin avisarla, se la metió, de una sola vez, y ella, por supuesto, gritó, encantada, confusa, sorprendida, agradecida…