Capítulo 40
No iba a discutir con un hombre impresionante, un hombre impresionante y desnudo, con una erección digna de una estrella porno.
Vale, él imponía las reglas, aunque su mano actuó por su cuenta y sin pedir permiso le agarró la polla, sobresaltándolo.
—No he podido reprimirme —le brindó una sonrisa a modo de arrepentimiento; nada más lejos de la realidad, pues se demoró más de la cuenta acariciándole esa erección—. Pensé que…
—¿Qué? —masculló él.
—Que agradecerías la iniciativa —respondió apretando con más fuerza.
—Suficiente —se apartó de malos modos; por el bien de ambos debía tener las riendas. Nicole podía hacerle perder el control—. Al agua —ordenó de repente.
Ella empezó a bajarse las medias y con la mirada buscó un sitio donde dejarlas junto con los zapatos; eso a Max le sacó de quicio. Le arrebató las prendas y las tiró. Ni se molestó en mirar dónde caían. La agarró del brazo y la ayudó a meterse dentro.
—Suéltate el pelo.
—Se me quedará hecho un asco.
—Mira lo que me importa. Me gusta verte sin esas horquillas, con el pelo libre; si se moja, mejor, tienes que estar preciosa, deja de ser tan estirada.
Para probar su teoría, en un rápido movimiento, la hundió deliberadamente y, cuando ella emergió del agua, escupiendo y protestando, Max se limitó a encogerse de hombros.
—Ahora ya podemos concentrarnos en lo importante —dijo de forma despreocupada y acto seguido se unió a ella en el agua.
Nicole se movió para hacerle sitio, cosa del todo innecesaria, y Max se estiró con tranquilidad en el agua.
—Esto es vida —dijo él con satisfacción—, y si además te pusieras encima y te ocuparas de mi polla, podría ser aún mejor.
—¿Quieres que yo…?
Max la miró de reojo.
—Nicole, lo estás deseando —aseveró en tono condescendiente—; además tiene que ser la hostia con ese coño afeitado.
—Mmm, vale —aceptó toda resuelta.
Ella maniobró para colocarse encima, sin la ayuda de Max, que se limitaba a contemplarla, reclinado cómodamente, hasta que sintió cómo ella se situaba sobre su erección con intención de ser penetrada.
—No.
—¿No?
—Todavía no —dijo él y deslizó la mano bajo el agua para acariciarla—. Estás mojada.
—Estoy en el agua.
—Sabes perfectamente a qué me refiero —sin previo aviso la penetró con un dedo haciéndola jadear—. No me lleves la contraria.
Negó con la cabeza. ¿Qué podría hacer? Según su reciente, pero corta, experiencia adquirida con este hombre, era siempre mucho mejor dejarse llevar.
—Max, por favor…
—Esto te encanta, ¿verdad? —continuó con su exploración táctil, recorriendo sus pliegues, entrando y saliendo, presionando, lo justo, su hinchado clítoris, y de paso muriendo en el intento.
—S… sí —tartamudeó rodeándole el cuello con los brazos sin dejar de mover las caderas buscando el máximo contacto, deseando que él no la torturara de esa manera de forma indefinida. Y sorprendiéndose a sí misma al desear una sola cosa: llegar al orgasmo cuanto antes.
—Debo reconocer que no me esperaba esto —murmuró Max sin dejar de acariciarla—. ¿Cómo se te ha ocurrido algo así? Y que conste que no te estoy criticando.
—Yo… bueno, quería hacer algo diferente y pedí consejo a una… amiga —¿Cómo pretendía que siguiera una conversación medianamente coherente con la estimulación que estaba recibiendo?
—Vaya amigas tienes, cariño —aseveró él divertido y aumentó el ritmo de la estimulación—. Y dime, ¿te dolió?
—Una barbaridad —admitió.
—Ay, pobre —mintió él e introdujo otro dedo—, pues debes ir acostumbrándote.
—¿Humm? —ronroneó ella.
—No te corras —advirtió por enésima vez—. A partir de ahora exijo que estés siempre así —palmeó su hinchado clítoris y ella le clavó en respuesta las uñas—. Joder, cómo me gusta —atrapó su boca de forma brusca y expeditiva, sin dar tregua, mordiéndola, avasallando y pegándola a su cuerpo.
Se movió con ella en brazos sin dejar de jugar con sus dedos, besándola con intensidad, mordiéndole el labio inferior, haciendo cuanto quería con ella y sin objeciones por parte de Nicole, sólo suaves murmullos de aprobación.
Eso y algún que otro gritito.
—Necesito…
—¿Qué necesitas, nena? —inquirió Max; parecía divertido—. Pídemelo, venga, quiero oírlo.
—Ya sabes lo que quiero —contestó ella a duras penas.
—Me hago una ligera idea —dejó de penetrarla con los dedos—. Pero ya que tú me has preparado una sorpresa… —dio un último repaso a su coño afeitado—. Lo menos que puedo hacer es darte yo algo especial —la agarró de las axilas y la apartó—. Date la vuelta.
Ella le miró sin comprender.
—¿Cómo?…
—Quiero ese precioso culo a mi entera disposición —enfatizó sus palabras con un buen azote… Y a ese ritmo iba a ponérselo bien colorado—. Agárrate al borde —se situó tras ella, después recorrió su espalda hasta llegar a su trasero y dibujar con un dedo la separación y detenerse donde Nicole nunca imaginó.
—¿Qué haces? —preguntó dando un respingo.
—Mmmm… —presionó un poco más—. Estate quieta, Nicole, y relájate.
—¿No pretenderás…? —parecía verdaderamente alarmada.
—Te gustará —aseveró y se estiró buscando el tubo de lubricante—. Siempre protestas pero luego disfrutas como una loca —la levantó dejando su trasero fuera del agua; Nicole descansó su cuerpo sobre la fría repisa de azulejos—. Ni te imaginas qué vista tan hermosa… —sus palabras transmitían verdadera admiración.
—No me siento cómoda.
No iba a dar más explicaciones, así que extendió el lubricante y comenzó a prepararla estimulando su ano con un dedo.
—Nena, tienes un culo espectacular.
—Max, esto no me gusta, yo… —se calló de repente al sentir cómo Max también estimulaba su clítoris.
—Calla —dijo en voz baja—, disfruta esto, siéntelo…
—Nunca antes he hecho esto —jadeó ella.
Y siendo sincera, nunca antes había hecho muchas otras cosas.
—Humm… ¿Me estás diciendo que voy a ser el primero? —Max la vio asentir—. Joder, qué honor.
—No te rías —protestó ella ante ese tono sarcástico.
—¿Qué has hecho con tu tiempo? —empezó a penetrarla con dos dedos, estirando; ir tan despacio lo estaba matando, pero no quería hacerle daño.
—Básicamente tra… trabajar.
—Pues te voy a poner al día —aseveró con toda la arrogancia del mundo.
Nicole se contorneó ante la invasión, quería sujetarse a algo pero en su intento hizo caer un jarrón de cristal llenando el suelo de vidrios rotos.
—Lo… lo siento…
—Me importa una mierda ese jarrón —contestó él—, concéntrate en lo importante.
—¿Me dolerá?
—Un poco.
A veces Nicole odiaba tanta sinceridad.
—Max, ¿por qué no lo hacemos como siempre? —le rogó ella.
—Que te calles —¡Zas! Otra palmada en el culo—. Tienes que ir acostumbrándote poco a poco.
Y él demostró infinita paciencia estirándola y acallando todas sus dudas, al mismo tiempo que contenía sus propios impulsos.
Casi llegaba a odiarse a sí mismo por demostrar tanta consideración con una mujer. Quizás porque antes todas sus amantes eran mujeres que sabían a lo que venían, no le negaban nada, le consentían cualquier capricho; eso sí, con una contrapartida; dependiendo del caso podía ser simple publicidad o una buena remuneración en forma de regalos, viajes y cenas de lujo.
Por eso estar con Nicole resultaba tan diferente. Por un lado su inseguridad, su falsa mojigatería, su docilidad (no siempre) y verla disfrutar de lo nuevo hacían que cosas que él ya había probado con anterioridad fueran redescubiertas.
Ella, por su parte, no se lo podía creer: le estaba dejando hacer lo que él quería y era incapaz de protestar. Simplemente la postura en la que estaba podía considerarse humillante, totalmente expuesta y casi inmovilizada, pues, inclinada sobre el borde, sin poder agarrarse y dejando que Max explorara a su antojo, daba como resultado una ecuación de lo más erótica.
—No sé si te lo he dicho ya, pero este culo se merece lo mejor —murmuró él.
—Y por su… supuesto tú te vas a ocupar. ¿Me equivoco? —acertó a decir Nicole.
Ese comentario le hizo sonreír. Un último conato de resistencia. Excelente.
—¿Lo dudabas?
Notaba cómo ella cada vez se iba sintiendo más cómoda con la invasión y no dejaba de menear el trasero. Sí, ya iba siendo hora de dar un paso más.
Se colocó tras ella y cubrió su polla con más lubricante.
—Ahora viene lo mejor, no te muevas.
—¿Me dolerá? —insistió de nuevo, insegura. No se fiaba de él, aunque prefería esperar a ver qué pasaba antes de negarse en rotundo.
—Sí —y antes de que ella protestara añadió—: pero te encantará.
Sin dejar de juguetear con sus labios vaginales Max empujó, con suavidad al principio, para traspasar el primer anillo de músculos. Ella en respuesta emitió un grito, pero no se apartó, lo cual indicaba que estaba tan impaciente como él.
—Max… no sé si…
—Tranquila —empujó un poco más—. Nos lo vamos a pasar de puta madre. Acabarás pidiéndome más.
Nicole, en ese momento, no supo qué responder; sí, de acuerdo, la sensación era tan extraña como excitante, todo el entorno, la presencia de Max a su espalda transmitiendo su energía, el burbujeo del agua, la música suave… Estaba perdida.
La misma sensación invadió a Max cuando la penetró por completo. Aferrándose a sus caderas para poder sostenerse empezó a moverse. Joder, qué bueno.
No, bueno era poco, era increíble.
—Dime qué sientes —exigió sin dejar de penetrarla. Depositó un beso en su espalda húmeda y resbaladiza.
—No… no sé qué decirte —jadeó ella—. Es raro, es diferente, es…
—Cojonudo —empujó con más fuerza.
Jamás hubiera empleado ese adjetivo, pero daba en el clavo. Al igual que Max estaba dando en un punto de no retorno. Nunca podría llegar a describir lo que su cuerpo experimentaba, las sensaciones, y por mucho que él insistiese, no iba a poder retrasar lo inevitable.
Con cada empujón, la movía de tal forma que sus sensibilizados pezones se frotaban con el frío azulejo; a veces creía que iba a salir despedida por la potencia con la que embestía, pero él la tenía bien amarrada por las caderas.
—Tócate —gruñó él.
—¿Pe… perdón?
—Mete una mano entre tus piernas y acaríciate —explicó él con voz ronca—. Vamos. ¡Hazlo!
Otra vez esa voz, esa orden, y Nicole obedecía mansamente.
Era difícil mantenerse en esa postura; Max la ayudó y ella empezó a acariciarse, al principio sintió vergüenza, tocarse delante de él suponía desterrar otra idea preconcebida de su cabeza, pero a medida que sus dedos presionaban sobre el hinchado clítoris, ella sólo buscaba un objetivo…
—Te correrás cuando yo diga. Hazme caso, será mucho más fuerte, intenso, indescriptible…
—Pe… pero yo…
—Espera un poco más, un… poco… más —logró decir él.
—Max… —su voz era suplicante.
Entonces, cuando la desesperación la ahogaba, cuando lo necesitaba como si su vida dependiera de ello, cuando veía que estaba al alcance de su mano… Nicole recibió el golpe de gracia.
La azotó, un golpe seco, una palmada en el trasero y un grito apremiante que lo dejó sin fuerzas.
Cayó sobre ella sin poder evitarlo, dejando que soportara su peso. No podía hacer otra cosa. Un hombre puede correrse simplemente al penetrar en el cuerpo de una mujer; ahora bien, lo ocurrido en ese jacuzzi era demasiado diferente como para calificarlo como un simple polvo.
—¿Max?
Él respondió con una onomatopeya imposible de descifrar.
Y Nicole estaba aguantando un peso muerto.
—Max, no puedo… esto… pesas y… —quería ser diplomática.
—¡Joder, lo siento! —se echó hacia atrás quedando sentado en el agua, cerró los ojos y respiró con fuerza.
Ella se incorporó sobre sus rodillas y las burbujas la recibieron, rodeando su inestable cuerpo; al igual que él, necesitaba serenarse.
Después de una experiencia como ésta necesitaba, otra vez, replantearse muchas cosas.
—Ven aquí —pidió abriendo sus brazos, invitándola a que se recostara sobre él.
Nicole iba a protestar pero se dio cuenta de la inutilidad de hacerlo.
—Como quieras —dijo sumisa.
Él la colocó entre sus piernas y la instó a que se recostara sobre él. Así no perdía el contacto, podía tocarla si era necesario, que lo era, y abrazarla.