Capítulo 14
ndex

Cuando consiguió abrir los ojos y enfocar la vista se dio cuenta de varias cosas al mismo tiempo. La primera es que estaba en la habitación más horrorosamente decorada del mundo. La segunda, que no había dormido en su casa, por lo tanto… ¡Joder! Se incorporó en la cama, estaba desnudo y… ¡Mierda!

Eran casi las diez de la mañana.

Nunca tenía problemas de insomnio, y mucho menos tras tal actividad antes de acostarse, pero las diez de la mañana… y un día laborable.

Buscó su ropa, debía estar tirada por ahí de cualquier manera, y masculló unos juramentos al no encontrarla… En buen lío se encontraba: una casa ajena, sin ropa y de mal humor. Se sorprendió al ver sus pantalones perfectamente colgados en un galán de noche junto con su camisa, sus bóxers, sus calcetines y sus zapatos.

No se entretuvo más y se vistió con rapidez, ella debía de andar por la casa. Ahora, vestido, se sentía mejor. Incluso puede que desayunara con ella.

Salió del dormitorio buscando el cuarto de baño, la llamada de la naturaleza no podía ser obviada.

Allí se llevó otra sorpresa, aunque esta vez agradable… Una gran bañera antigua, con las patas de bronce, dominaba todo el espacio; mejor que un jacuzzi, evocaba decadencia, hedonismo de tiempos pasados. Una bañera con múltiples posibilidades.

Interesante observación.

Una vez cumplidas sus necesidades fue a la cocina. Y se extrañó: ni rastro de ella. La casa era grande, así que podía encontrarla en otra habitación. Su búsqueda resultó infructuosa, volvió a la cocina y se dio cuenta de algo que había pasado por alto. En la mesa estaba dispuesta una bandeja con fruta, café y tostadas. Vaya con Nicole.

No quería quedarse más tiempo del necesario, así que cogió una tostada; con ella en la boca agarró los papeles del proyecto y salió de la casa.

—¡Eh, un momento, joven!

—Me cago en la puta… —Max cerró los ojos e intentó calmarse: lo que le faltaba. Ancianita curiosa interceptando a hombre al salir del apartamento de una mujer por la mañana—. Buenos días —masculló fingiendo una sonrisa.

—Buenos días… ¿Ha pasado la noche en casa de la Finolis?

Joder con la perspicacia de la vieja.

—Creo que no es asunto suyo. Adiós.

—Pues yo creo que sí, porque tiene novio, ¿sabe? Un relamido como ella. Aunque nunca se queda a pasar la noche.

—Señora…

—Ahora me dirá que es su primo o algo así.

—No soy su primo.

¿Por qué había dicho eso? La vieja le había dado una excusa, absurda, eso sí, para largarse, y él como un idiota la contradecía.

—Lo sé, conozco a toda su familia, ¿sabe? Además anoche me dijo que venía por asuntos de trabajo. Soy vieja pero aún no chocheo. Lo que me sorprende es que un buen mozo como usted haya pasado la noche con la Finolis.

—¿Y eso por qué? Si no le importa que pregunte —en el acto se arrepintió de preguntar, así sólo daba pie a alargar una conversación de la que pretendía escaquearse.

—No se relaciona con gente como usted —aseveró la anciana encogiéndose de hombros—. Aún no me explico cómo vino a vivir aquí.

Y la vieja se pasó los siguientes quince minutos despotricando contra la vida y milagros de la familia de Nicole.

Miró el reloj: cojonudo, su hermano en estos momentos estaría a punto de hacerse el haraquiri y él cotilleando con una viejecita chismosa. Eso sí, una fuente inagotable de información. Max temía que si decía cualquier cosa la cotilla acabaría haciéndole la declaración de la renta. Se cruzó de brazos y se recostó en la escalera esperando a que acabara la James Bond de la tercera edad.

—Su cara me suena…

El cambio brusco de tema lo sobresaltó.

—Mire, no quiero ser descortés, me esperan para llevar esto —levantó los papeles para dar más credibilidad a sus palabras—. Así que si me disculpa…

—¿Piensa volver?

—Es mi trabajo —respondió sin creérselo.

Se escabulló rápidamente, pisaba terreno peligroso.

Cuando llegó a la oficina se limitó a dejar el dosier sobre la mesa de Linda, masculló unos buenos días y se encerró en su despacho.

Su cuñada arqueó una ceja: cualquiera se hubiera dado cuenta de que Max vestía la misma ropa del día anterior. Y por supuesto era prioridad averiguar qué había pasado.

Como Martín estaba reunido en su despacho, corrió hacía el de su cuñado y sin llamar, lo hacía siempre, entró.

Max estaba quitándose la camisa y se dio la vuelta para advertirla de que no dijera ni una palabra.

Por supuestísimo, ella no le hizo ni caso.

—Vaya horas de venir —dijo ella sentándose en la esquina de la mesa.

—Lárgate. ¿No ves que voy a desnudarme? —buscó ropa limpia. Tras el incidente de la semana pasada había dejado en su oficina varias prendas por si las moscas.

—¿Y?

—¿Cómo que «y»? —se desabrochó el cinto—. A menos que quieras averiguar cómo es un hombre de verdad, te sugiero que te largues.

—¡Ya te he visto desnudo! —exclamó Linda con indiferencia—. Vaya cosa —añadió para mortificarlo. Cogió una revista y ni siquiera lo miró.

Max gruñó y se cambió de ropa; claro que lo había visto desnudo: si la memoria no le fallaba, en una situación comprometida. Él estaba en su casa disfrutando de una interesante conversación en el recibidor con una amiga, cuando Martín y Linda se presentaron sin avisar. Como tenían llave entraron en la casa y le pillaron in fraganti. El pensó que se retirarían, pero no: Linda empezó a hacer chistes sobre la decoración y Martín a seguirla… ¡Joder con el club de la comedia!

—¿Estás ya visible? —preguntó Linda aguantando la risa y mirándolo por encima de la revista.

—Un día de éstos vas a tener problemas —advirtió abrochándose los vaqueros; después empezó a sacar las cosas de los pantalones de vestir para guardárselas.

—¡Bah! —ondeó la mano restando importancia—. De todas formas todo queda en la familia, ¿no?

—En vez de estar ahí tocándome los huevos, podías traerme un café.

—Pues aún te los puedo tocar un poco más.

Max se rió entre dientes; joder con Linda, tenía respuestas para todo.

Se sentó tras su desordenado escritorio. Si no andaba descaminado, ahora era el turno de Linda para empezar con el interrogatorio.

—¿No tienes nada que hacer? ¿Fotocopias? ¿Hacerle la pelota a tu marido? ¿Traerme un café?

—Martín está reunido, ya he terminado lo que me ordenó y el café te lo puedes hacer tú solito —empezó a balancear el pie sentada sobre el escritorio—. Vamos a lo que realmente hace que este trabajo merezca la pena.

—¿Enrollarte con el jefe?

Ella sonrió antes de responder.

—Cotillear.

—¡Cuánto lo siento! —mintió—. Me sabe mal decirte que no tengo nada que contar.

—Max, cielo, después de protestar tanto cuando te sugerí el cambio, apareces con la misma ropa, y me atrevería a decir que sólo hay un motivo.

—¿Me quedaba como un guante? —sugirió él casi posando antes de terminar de arreglarse a sabiendas de que intentar despistarla era casi misión imposible.

—Has pasado la noche fuera —estaba encantada mortificándolo—. Ahora la pregunta es: ¿con quién?

—Con unos amigos. Ya sabes, empiezas a hablar, a beber y se hace tarde.

—Humm. No cuela, querido. Te conozco, hay una mujer en todo esto.

—¿Y a ti qué más te da?

—Oh, te aseguro que me da. Llevabas cuánto… ¿tres, cuatro meses, sin…?

—¿Se puede saber qué coño has hecho? —Martín entró gritando en el despacho y arrojó una carpeta—. O mejor dicho, ¿qué no has hecho?

—¡Martín! No grites, por favor —le increpó Linda.

—Joder, lo sabía, mira que lo sabía —se pellizcó el puente de la nariz—. Simplemente tenías que traer el maldito presupuesto firmado. ¿Tan difícil era llegar, explicarlo y que lo firmara?

—Te estás pasando —le advirtió de nuevo ella al ver que seguía vociferando.

—Maldita sea, estamos casi fuera de plazo; sabías lo importante que es este proyecto para la puta empresa, pero no, el señorito tenía que cagarla. Como a él todo le importa una mierda… Sólo está aquí para pasar el rato, cotillear con mi mujer —miró a la aludida— y leer el periódico…

—¡Vale ya! —lo interrumpió Linda—. Ésas no son formas. Deja que se explique.

—Tiene razón —admitió Max; prefería que su hermano lo tomara por un inútil.

—Vamos a ver —Martín relajó un poco su tono—. Si lo sabías, por qué narices esto —señaló con un dedo el maldito dosier— está sin firmar. ¡Espera! Ésta me la sé, ayer ibas de camino y la chatarra te dejó tirado.

—Martín, relájate —Linda se levantó, se acercó a su marido y le colocó bien la corbata.

—No tuve ningún problema con la camioneta.

—Ya, entonces, ¿qué? Joder, tío, podías haberme llamado.

—Martín, ¿por qué no llamas a la señorita Sanders? Estoy segura de que puede arreglarse.

—Se lo prometí…

—Deja de perder el tiempo —ella lo empujó para que saliera.

—¿Pero tú de qué parte estás? —preguntó Martín contrariado mirándola por encima del hombro mientras ella seguía echándolo de la oficina.

—¿En este momento? De él —señaló a Max.

—Lo que me faltaba —farfulló.

—¡Haz esa llamada!

—Vale, vale…

—Y… —Linda cerró la puerta para evitar interrupciones—. Vas a decirme qué pasó exactamente anoche.

—Ya has oído al gran jefe.

—No me lo trago —chasqueó los dedos frente a las narices de Max—. ¿Fuiste o no fuiste a casa de Nicole? —preguntó ceñuda.

—¿Y qué más da?

—Max…

—Sí, estuve allí. ¿Contenta? —se puso en pie.

—¿Y bien…?

Se acercó a la ventana y le dio la espalda.

—No es asunto tuyo.

Ella entrecerró los ojos. Vale, aquí estaba pasando algo. La actitud de su marido podía explicarse, ya que ese proyecto solventaría muchos problemas y era razonable que se implicara de tal forma, pero… ¿y Max?

—¿Qué pasó? ¿Ella no te abrió la puerta?

—¿Por qué cojones iba a hacer eso? —inquirió cabreado.

—Tal vez porque no te comportaste con ella de una forma razonable. Acuérdate de lo del seguro del coche.

—¡Ni siquiera he tramitado el parte de accidente! —se defendió él.

—¿Entonces? —le preguntó, dejando entrever que se estaba haciendo una idea.

—Joder, déjalo ya. Es entre ella y yo.

—¡Ay, Dios mío! —Linda se tapó la boca con la mano, sorprendida—. No me digas que pasaste la noche… ¡con ella!

—Ni que fuera un delito —en el acto interrumpió sus palabras.

—¡Pero qué pillín! —se acercó y le dio un azote en el trasero.

En ese instante se abrió la puerta y los dos volvieron la vista.

—¿Debo empezar a preocuparme? —Martín parecía de mejor humor.

—Depende —dijo Linda—. ¿Cómo te ha ido?

—Ah, bueno… —Martín ahora parecía otro hombre, evidentemente aliviado—. Ya está solucionado. Nicole me ha remitido toda la documentación firmada por correo electrónico; con eso podemos presentar el proyecto en el ayuntamiento.

—¿Te ha dicho algo más? —preguntó Linda.

—Que fue culpa suya y que Max le explicó perfectamente… —miró a su hermano disculpándose— todo lo relacionado con la obra.

—¿Lo ves? Todo tiene arreglo. Bueno, casi todo —señaló a su cuñado, que les daba la espalda.

—¿Qué pasa? —preguntó a su mujer en voz baja.

—¿Podéis dejar de cuchichear a mis espaldas? —masculló Max—. Ya tienes lo que querías.

Cogió su chaqueta de cuero y les dejó sin despedirse.

—¡Espera! —Martín lo llamó sin obtener respuesta—. ¿Qué bicho le ha picado?

—Vamos a tu oficina y te lo explico todo.

Martín arqueó una ceja, pero no puso objeción a la sugerencia de su mujer.

—Joder, me he pasado tres pueblos, ¿no? —dijo Martín cerrando la puerta tras pasar Linda.

—Un poco, sí.

—¿De qué estabais hablando?

—De esto…, de aquello.

—¿No vas a contármelo?

—Como buena secretaria no puedo difundir ninguna noticia hasta contrastarla —se acercó a él y empezó a jugar con la corbata.

—Ya —Martín la sujetó poniendo las manos en sus caderas—. Bueno, ¿sabes cuál es tu primera obligación como secretaria?

No hacía falta mucha imaginación para distraer al jefe.

—¿Mantener contento al mandamás?

Martín sonrió.

—A tu jefe —recalcó él—. Exacto. ¿Y la segunda?

—¿Procurarle todo cuanto necesita?

—Muy bien —empezó a desabrochar su blusa—. ¿Tienes que hacer alguna llamada o cualquier otra cosa en los próximos veinte minutos?

—¿Veinte minutos? —se arrimó a él e hizo una pausa pensando—. No —susurró.

—¿Alguna cita?

Negó con la cabeza y acarició de forma ascendente el muslo de su jefe hasta llegar a lo más interesante. Después le bajó la cremallera y metió la mano.

—Uy, jefe, ¡cómo está usted hoy! —le agarró la polla y empezó a masturbarlo.

—Un… día de éstos… se va a enterar mi mujer.

Ella arqueó una ceja.

—Yo no diré nada.

Martín la apartó un momento para sentarla sobre el escritorio.

—Ella me conoce bien —metió las manos bajo la falda hasta encontrar el elástico de la bragas y tirar de él—. Terminará enterándose.

—Pero yo sólo hago mi trabajo —murmuró ella abriendo las piernas para facilitarle las cosas—. ¿Y por qué no se divorcia?

—Nunca —respondió con rotundidad—. Ella lo es todo para mí —Martín se situó entre sus piernas.

—Y aun así folla conmigo.

—Eres irresistible.

Ambos jadearon mientras Martín la penetraba en un solo movimiento.

—Mmmm.

—Pero quiero a mi mujer —empezó a moverse sobre ella—. Aunque a veces llego a casa y me riñe.

—¿Por qué? —suspiró ella, y cerró los ojos dejándose llevar por la fantasía que ambos compartían.

—Cuando pongo los pies encima de la mesa del salón. Cuando me olvido de despertarla con un beso, cuando le pellizco el trasero mientras se viste, cuando está cocinando y le meto mano…

—Es usted muy malo, jefe.

—Aun así no la dejaría por nada del mundo. Me eligió a mí, podía estar con un deportista famoso y sin embargo me quiere a mí.

—Entonces… ¿Yo sólo soy…?

—Un pasatiempo —respondió él con una sonrisa.

—Ya veo —tiró de su corbata para poder besarlo—. A mí me pasa algo parecido con mi… novio.

—¿Tienes novio? —Martín se detuvo y la miró frunciendo el ceño—. Eso no me lo habías dicho.

—No se pare, jefe —le mordió en el cuello—. Por lo que más quiera, no se pare.

—No creo poder hacerlo —le devolvió el mordisco—. Y dime, ¿qué piensa tu «novio» que haces aquí? ¿No será celoso?

—Un poco —susurró ella en medio de ese intenso placer.

—Vaya… —Martín la embistió con más fuerza— ¿Lo dejarías por mí?

—Acaba de decirme que no va a divorciarse. Aaaaah, por Dios, ¡qué bueno!

—¿Él te folla así? —susurró en su oído.

—A veces… a veces sí —ella estaba a un paso de correrse—. Pero otras… estoy tan enfadada con él que…

—¿Por qué te enfadas con él?

—Porque pone los… ¡Ay, jefe voy a correrme!

—¡Dímelo! —exigió con un gruñido Martín, que estaba también al borde.

—Pone los pies en la mesa… ¡Joder, es increíble, jefe!

—¿Qué más? —Martín salió de ella para volver a metérsela con fuerza.

—Me… me pellizca el culo. ¡Martín! —gritó sin poderse aguantar.

—Eres la mejor secretaria que he tenido —la besó con fuerza echándose sobre ella; en ese instante notó cómo llegaba su propio orgasmo y se corrió.