Capítulo 12
No se cayó al suelo porque entre la encimera y el cuerpo de Max no era logísticamente posible. Eso era un asalto en toda regla; tuvo que agarrarse a él para poder mantenerse erguida.
—No, ni hablar —gruñó pensando que ella lo rechazaba.
—No… Sí… —Nicole era incoherente hablando.
Él se separó mirándola fijamente; ella tenía los ojos cerrados, expectante. No, desde luego que no le estaba rechazando, así que volvió a la carga.
Joder, ella no le estaba lo que se dice animando, lo cual importaba muy poco en esos momentos, pues tenía suficiente entusiasmo para ambos, y Max, al que siempre le encantaba dominar, veía en ella a la sumisa perfecta.
Gruñó, excitado como hacía mucho tiempo que no estaba. ¿Ella era consciente de lo peligroso que era mostrarse así?
—Max… —gimió ella y a él le encantó esa voz suplicante.
Vaya, vaya, la señorita estirada era en el fondo como todas. ¿O no? Ahora no pienses en eso, joder, concéntrate.
Se apretó contra ella, embistió con las caderas para que a ella no le quedase ni la más mínima duda de lo que iba a pasar.
Nunca antes se había sentido tan sumamente excitada, no podía hacer nada para evitarlo, tampoco quería. Y mucho menos debía; él controlaba completamente la situación, no tenía ni voz ni voto, y eso aumentaba el calor que invadía su cuerpo. Él no estaba preguntando ni pidiendo permiso, simplemente actuaba, y ella estaba encantada.
Aun así necesitaba hacerle saber que ella quería seguir, que no era tan fría como pensaba la gente.
Era consciente de la erección que la presionaba, y sonrió, era la causante, ahora sólo tenía que estar a la altura.
Max necesitaba tocar más piel, poner sus manos por todo ese delicioso cuerpo, comprobar si estaba tan cachonda como él. Ya no bastaba con devorar su boca y mordisquear su cuello.
La agarró de las caderas y la sentó en la encimera, ella le clavó las uñas en el brazo pero no le importó. Empezó a desabrochar su blusa con movimientos bruscos hasta que apareció su sencillo sujetador negro, sin encaje, sin lacitos, completamente liso.
—Sencillamente perfectas, tienes unas tetas de lo más apetecibles —murmuró con voz ronca al apartar las copas. Si se desgarró la costura, ella no lo mencionó.
—Gracias —acertó a decir. Estaba intentando no perder el equilibrio, y aunque sabía que Max exageraba, ahora no era el momento de aclararlo.
—De nada. Ahora abre las piernas para ver el resto —ella las abrió lo que pudo, pues su falda no facilitaba el asunto. Max metió las manos bajo la tela y se la subió hasta poder ver sus bragas.
Después se colocó entre sus piernas.
—Oh… —se sentía totalmente expuesta, en la cocina, dejando que un perfecto desconocido le metiera mano, sin haber salido a cenar antes, sin unas cuantas citas, sin mantener una conversación previa, nada.
—Esto también tiene que desaparecer —desabrochó el sujetador dejando que le colgara de un brazo—. Quiero ver cómo se mueven mientras te follo.
Qué lenguaje más vulgar, le recordó el lado puritano de su conciencia.
Nicole se mordió el labio, gritar no estaría bien. La pregunta ahora era: ¿cuánto tiempo aguantaría en silencio? Él estaba en ese instante sobre su pezón derecho, torturándolo con los dientes del mismo modo que antes lo había hecho con el lóbulo de la oreja.
—Tócame, maldita sea —pidió él.
—¿Don… dónde? —inquirió dejando patente su indecisión.
—Aquí —agarró su mano—. Desabróchame los pantalones, mete la mano y mira a ver qué encuentras.
—Va… vale —tartamudeó ella con timidez y, temiendo perder el equilibrio, bajó la mano. Él se lo puso fácil apartándose, sólo lo imprescindible…—. No…no puedo —se quejó.
—Joder —Max se apartó un momento y él mismo soltó el cinturón y el primer botón—. No veo el momento de metértela.
Qué vulgar y qué explícito.
—¿Así? —le agarró la polla con timidez, sólo la punta, y él respondió moviendo las caderas en busca del máximo contacto.
—Más fuerte, agárrala con más fuerza —señaló él.
Nicole quería hacerlo, de verdad que sí, pero era difícil, y no sólo por sus temores, no quería hacerle daño y que él se arrepintiese.
—Yo no pienso ir con cuidado —dijo él—. Rodéame con las piernas.
Era una orden en toda regla, y a ella nadie le hablaba en ese tono de superioridad, nadie. Quizás por eso se sintió confusa al ver que su cuerpo deseaba acatar la orden.
Obedeció, incapaz de contradecirlo; entonces sintió el primer latigazo, cuando él se colocó de tal forma que conectaban sus genitales.
—Ay, Dios mío… —ella no podía explicarse mejor.
Empezó a imitar los movimientos de la penetración.
—¿Quieres follar aquí en la cocina o prefieres otro sitio? —preguntó y la levantó sujetándola del culo—. Decídete, ¿quieres?
—En la cama —susurró aferrándose a él.
¿En la cocina? ¿Ha dicho en la cocina? Ahora ni se te ocurra parar a analizarlo.
Max giró con ella en brazos. Vale, también prefería una cama, o cualquier otra forma que implicara el plano horizontal.
—¿Cuál es tu dormitorio? —preguntó saliendo de la cocina; necesitaba, y pronto, tumbarla.
Ella lo guió por el pasillo, subida en sus brazos y agarrada como una lapa; nunca había tenido unos preliminares así. Con palabras vulgares y manoseos en la cocina.
Las pocas veces que mantenía relaciones sexuales se limitaba a meterse en la cama, apagar la luz y esperar a que todo acabara.
Él encendió la luz con el codo y a ella le entró pánico: iba a verla, y ella iba a verlo a él… Oh Dios, oh Dios mío.
Con Max iba todo demasiado rápido como para pararse a pensar, pues ya estaba tumbada sobre la cama y él se estaba quitando los zapatos; sin mirarlo se deshizo de los suyos y buscó a tientas la cremallera de la falda.
Los nervios impidieron que ella pudiera desnudarse a la misma velocidad y a Max le importó muy poco, la miró de una forma que ella no supo descifrar; realmente estaba pasando, o iba a pasar.
Nicole quería mostrarse más segura, no era tan tonta como para no saber los aspectos técnicos de la relación sexual, otra cosa muy diferente era esta situación…
—¿Te lo estás pensando? —preguntó él acercándose a ella y Nicole negó con la cabeza—. De todas formas iba a dar lo mismo.
¡Oh, qué arrogante!
Ella le hizo sitio en la cama, aunque de forma absurda, pues él se colocó inmediatamente encima con los pantalones desabrochados, de nuevo sin preguntar…
Se revolvió bajo él buscando una postura más cómoda, Max no era precisamente un peso pluma.
De nuevo se sintió avasallada cuando él atacó sus labios, vaya forma de besar, al mismo tiempo que se deshacía de sus bragas, notó sus manos ásperas recorriendo sus muslos.
—Levanta el culo.
Otra vez dando órdenes y de nuevo su cuerpo temblando con esa voz. Vio de reojo cómo sus bragas negras se quedaban enganchadas en el tobillo. Movió la pierna intentando que cayeran al suelo, pero no hubo manera.
Max no dejaba de tocarla por todas partes, besándola, mordiéndola, pellizcándola; ella quería hacer lo mismo y buscó con sus manos los botones de la camisa, quería verlo, tocarlo, desnudarlo como él había hecho con ella, eso sí, a medias, de forma impulsiva, precipitadamente. Nada de una lenta seducción.
Con una rodilla él separó sus piernas lo necesario como para acomodarse entre ellas; a Nicole, que no estaba acostumbrada a ello, le encantó el roce de los pantalones sobre sus muslos mientras seguía desabrochándole la camisa.
Resultaba todo tan primitivo, tan diferente que, a pesar de estar fuera de su elemento, se sentía viva, ansiosa incluso por ser penetrada, y eso que en otras ocasiones llegar al plato fuerte significaba simplemente el principio del fin; algo en su interior la advertía de que esta vez iba a ser muy diferente.
—Estate quieta —gruñó él.
De inmediato apartó sus manos de los botones y las colocó sobre sus hombros. Otra vez esa voz, de nuevo esa sensación de indefensión, y lo peor de todo es que estaba dispuesta a rendirse completamente.
—Como quieras —jadeó.
Para Max oír esas palabras era como escuchar música celestial.
Si no se daba prisa en penetrarla iba a correrse en los pantalones; tener bajo su cuerpo a una mujer como Nicole, sumisa, a la espera de sus órdenes y no de esas que le gritaban que se diera prisa, lo excitaba sobremanera.
Sacó su cartera del bolsillo trasero y con una mano buscó en su interior. Joder, tenía que tener algún condón… Se apartó de ella para mirar mejor.
—¡Mierda!
—¿Qué… qué ocurre? —se temía lo peor.
—Condones, ¿tienes?
—El cajón de la mesilla.
—Joder, menos mal.
Se estiró por encima de ella, aplastándola con su cuerpo, sin ninguna consideración, para abrir el cajón; cuando sacó el envase lo miró y luego la miró a ella, y no porque le sorprendiera que una mujer tuviera preservativos en casa, sino porque esa marca en concreto hacía más de un año que había cambiado el logotipo. Olvidó al instante ese detalle; joder, joder, joder, Nicole no parecía una mujer a punto de follar, más bien parecía una mujer que iba a follar por primera vez.
Con los ojos cerrados, mordiéndose el labio inferior… ¿Estaría fingiendo? Debía tener treinta y pico años, por Dios, a esa edad no quedaban vírgenes.
Sacó un condón de la caja y se lo colocó con rapidez.
—Quiero que sepas una cosa —murmuró él situándose entre sus piernas mientras se bajaba los pantalones lo suficiente como para no interrumpir sus movimientos.
—¿Qué? —Nicole habló suavemente.
—No voy a prometerte nada…
—No te lo he pedido —no le gustó que se lo recordase, era consciente de que por fin iba a saber lo que es un polvo de una noche.
—Me refiero a que quizás esta primera vez… —Max se aclaró la garganta— no pueda…
Ella abrió los ojos como platos y lo miró sin comprender… ¿Qué no iba a poder?
Max sonrió de forma provocadora. ¿Qué estaba pensando esta mujer? Por su cara nada bueno, eso seguro; bueno, tal vez su forma ambigua de expresar las cosas.
—Quiero decir que estoy demasiado excitado.
—Ah.
—Y que eso puede hacer que las cosas se desarrollen demasiado rápido, para ti, quiero decir.
—¿Eres eyaculador precoz?
Lo preguntó con esa forma tan peculiar… Como si le preguntara qué hora es.
—Joder —Max se echó a reír—. Es la primera vez en mi vida que me dicen eso. No, simplemente quiero advertirte, pero no temas, me encargaré de ti.
No debía importarle si ella se corría o no, nunca le importó demasiado, pues confiaba en sí mismo y hasta ahora nadie había solicitado el libro de reclamaciones. Una visión egoísta del asunto, desde luego; aun así, quería ser franco con ella.
—Por lo tanto, prepárate…
Dicho esto la penetró, sin previo aviso, sin comprobar si ella estaba lo suficientemente lubricada, que lo estaba, y ella gritó.
No se esperaba algo así, cielo santo, la invasión la dejó sin aliento. En ningún caso el grito se debía al dolor, pues su cuerpo estaba más que preparado.
¿Él lo había notado? Porque siempre le preocupaba eso de los fluidos corporales, era otro de los capítulos del sexo que odiaba. Tanto esfuerzo para nada y encima después estaba el sudor… Prefería irse al gimnasio, por lo menos quemaba calorías.
Max la aplastaba, le robaba el aire; la presión de su cuerpo debería resultar agobiante, pero no era así en absoluto pues estaba imprimiendo un ritmo constante, provocando en su zona genital una fricción deliciosa, no se limitaba a entrar y salir, rotaba las caderas buscando la estimulación de su clítoris.
—¿Esto es lo que querías? —jadeó Max incorporándose sobre sus brazos para mirarla.
Estaba demasiado ocupada disfrutando como para responder; abrió los ojos y se topó con los ojos verdes de él, que no perdían detalle de sus expresiones. Sabía que estaba ruborizada pero sólo Max supo a qué punto había llegado.
Seguía aferrada a sus hombros, conteniendo las ganas de gritar, de gemir, eso no estaría bien.
¿Qué iba a pensar él? Por Dios, ya era suficientemente mortificante haberse ido a la cama con él como cualquier mujerzuela.
—Quiero oírte gritar —ordenó él—, quiero saber que esto te gusta —embistió con más fuerza haciendo que ella casi se golpeara en el cabecero de latón—. ¡Vamos, hazlo!
Negó con la cabeza, mientras apretaba los labios; evitó su mirada, no iba a hacerlo, no, de ninguna manera.
—¿Cómo que no? —insistió él—. Joder, mírame —la obligó a que lo hiciera y sonrió al ver su expresión a medio caballo entre el placer y la vergüenza—. Vas a gritar —amenazó él—. ¿Y sabes por qué?
—No —susurró ella.
—Porque lo digo yo —sentenció.
Max sonrió de medio lado, ¡cuánto comedimiento! Podría parecer que se lo estaba montando con una muñeca hinchable, si no fuera por el calor de ambos cuerpos, el sonido inconfundible de un cuerpo penetrando en otro y, sobre todo, porque él hacía mucho tiempo que no estaba con una mujer que le hiciera concentrarse no sólo en sus propios deseos.
¿Pero qué clase de idiota estaba hecho? Ni que fuera la primera vez que se llevaba a la cama a una desconocida. Sólo que esta desconocida le había tocado la moral, con su rigidez, su indiferencia.
Pocas, por no decir ninguna, le obviaban de esa manera.
—¡Quiero oírte! —gruñó él sintiendo que se acercaba su orgasmo. Maldita sea, nadie podía contenerse de esa manera. ¡Nadie!
Algo tenía que haber, algo a lo que no pudiera resistirse. Max no era tan tonto como para desconocer que cada vez que daba una orden ella temblaba o se mordía con más fuerza el labio.
—Esta cama es perfecta para atarte —murmuró en su oído—. ¿Eso te gustaría?
Nicole parpadeó. ¿Atada? ¿Eso no lo hacían los pervertidos?
—¡No! —casi chilló.
—Creo que empezamos a entendernos —Max sonrió, ahí estaba la llave—. Te ataría con tus propias medias… —por supuesto no las tenía a mano, así que la agarró por las muñecas, obligándola a estirar sus brazos por encima de la cabeza—. Agárrate al cabecero —dijo él—, con fuerza, no te sueltes…
—¿Qué haces? —preguntó con temor.
—Voy a conseguir que grites. Que grites como nunca mientras te corres, con mi polla bien hundida en tu cuerpo, sin posibilidad de escapar. ¿Qué te parece?
No sabía qué responder a eso. Una abogada sin palabras, vaya ironía.
Se colocó de rodillas frente a ella, dispuso ambas manos en el interior de sus muslos, abriéndola al máximo, después las movió hasta situarlas bajo su trasero y allí clavó los dedos para moverla a su antojo.
—Eso es —gruñó él—, muévete contra mí, me encanta ver cómo mi polla desaparece en tu bonito y empapado coño —Nicole gimió, evidentemente se estaba reprimiendo—. Nos vamos acercando, ¿eh? ¡Más alto! —seguía implacable penetrándola—. Tienes un culo prometedor, no te haces una idea de lo que podría hacer con él.
—¡Ay, Dios!
—Vas a correrte, y quiero que grites cuando lo hagas —insistió él.
Nicole emitió otro sonido incoherente, continuaba aferrada al cabecero de latón; en esa postura podía recibir cada embestida de él y además hacer fuerza clavando los talones en la cama, que traqueteaba golpeando contra la pared… Nunca antes había pasado algo parecido en esa cama.
No podía más, contener sus gemidos iba a conseguir que se hiciera daño de tanto morderse los labios, así que gritó, gritó como una posesa, y no sólo por alcanzar un orgasmo hasta ahora desconocido, gritó al sentir que se liberaba algo en su interior.
Max no tardó ni cinco segundos en correrse.
—Joder —exclamó saliendo de ella y tumbándose a su lado. Se tapó los ojos con su antebrazo incapaz de decir algo coherente.
Ella aflojó los dedos y se soltó del cabecero; no llegaba a comprender qué había pasado exactamente para llegar a descontrolarse así, no se atrevía a mirarlo ni a hablar.
¿Qué iba a decirle? Muchas mujeres podían estar acostumbradas a una situación como ésta, desde luego ella no.
Intentó pensar en el trabajo, buscar algo que desviara sus pensamientos de cuanto acababa de ocurrir en esa vieja cama. ¡Cielo santo! ¡Lo había hecho con un desconocido en la cama de su abuela!