Capítulo 24
Asintió agradecida por no ser quien pronunciara el término, aunque de haberlo tenido que hacer hubiera recurrido a uno más técnico. Max no pudo aguantar más la risa.
Furiosa, tiró de sus ataduras. Darle un bofetón estaba más que justificado; al no poder hacerlo, movió una pierna y le dio en la espinilla.
—No te rías de mí.
—Joder, no puedo evitarlo… Nicole, cariño, eso no tienes ni que preguntarlo. ¿Quieres chupármela? ¡Pues hazlo! Yo nunca digo que no a una buena mamada.
Se miraron durante unos segundos y no pudo soportarlo más.
—No sé hacerlo. ¿De acuerdo? Y como vuelvas a reírte… —estalló. ¿Para qué darle más vueltas?
A Max inmediatamente le vino a la cabeza la confesión de ella el día que se conocieron, cuando Nicole chocó su coche contra su camioneta.
—Cierra los ojos.
—¿Perdón?
—Cierra los ojos —le iba a costar Dios y ayuda concentrarse, joder, ella quería mamársela y le estaba pidiendo que le enseñara—. Bien, ahora humedécete los labios. ¡No abras los ojos! ¡Concéntrate!
Tímidamente sacó la lengua e hizo lo que él pedía.
Aunque seguía sin entender muy bien adónde quería llegar él con todo esto. De acuerdo, él era el experto.
Max llevó un dedo a sus labios y recorrió el contorno suavemente.
—Abre la boca —introdujo el dedo—. Succiónalo, despacio, haciendo presión con los labios, y mucho cuidado con los dientes —si algo sabía es que una mujer inexperta podía causarle bastante dolor con la dentadura.
—Max… así no creo que…
—Chis, sigue, ve acostumbrándote, presiona con la lengua —el papel de tutor no le iba bien y le exigía fuertes dosis de autocontrol y, la verdad, estaba acumulando demasiada tensión en la entrepierna—. Hazlo con suavidad, tienes que disfrutarlo, sentirlo…
Ella prefería no abrir los ojos, más que nada por la vergüenza, y eso que sólo le estaba chupando el dedo. Él seguía con las instrucciones, hablándole de forma susurrante, hipnotizadora, relajante, y acabó pensando que no era tan difícil.
Continuaba atada, y si bien al principio le horrorizaba la idea, se iba acostumbrando. Era una total sumisión, y ése siempre parecía el factor decisivo; cuando ella intentaba tomar el mando, todo se iba al garete. Por no hablar de lo increíblemente erótica que le estaba resultando la situación.
—Muy bien —murmuró, dominándose para no asustarla y para no dejarse arrastrar; su cuerpo pedía a gritos dejarse de tonterías y pasar a la acción.
Verla totalmente entregada a sus demandas lo estaba llevando a un punto de no retorno, y eso que estaban, como quien dice, en la parte más tonta. Abandonó por un instante la visión de su rostro y observó cómo ella contoneaba las caderas; podía tocarla, lo justo para subir un escalón más, para que se sintiera aún más partícipe de todo aquello, no hay nada como una mujer bien estimulada para una buena mamada.
Y de todas formas ya iba siendo hora de que se dejaran de prácticas.
Cambió de postura y se deshizo de su bóxer tirándolo de cualquier manera.
—¿Max? —lo llamó cuando sacó el dedo de su boca.
—Tranquila, sigue con los ojos cerrados —se colocó de rodillas a un lado de ella, de esa forma podía controlar la situación—. Ahora viene lo mejor —se agarró la polla con una mano y la dirigió a su boca—. Gira la cabeza y empieza, despacio —indicó con los dientes apretados.
Nicole lamió sólo la punta, de forma indecisa, tenía ciertos reparos. ¿Y si no le gustaba el sabor?
Una de las cosas que más detestaba del sexo, y por ello siempre se mantenía al margen, eran los olores corporales, aunque hasta la fecha con Max no había registrado nada desagradable. Pero ahora le estaba lamiendo ahí, ¡ahí!
—Joder —gruñó él sin poder contenerse.
Inmediatamente Nicole se apartó y abrió los ojos.
Cosa que no debió hacer: el cuerpo de Max, erguido sobre ella, resultaba casi aterrador e intimidante, y su erección le apuntaba a la cara.
En lo que se refería a tamaño no la sorprendía tanto; ahora bien, la cercanía, la postura… demasiado para ella.
Y para colmo la expresión de él, estaba claro que no lo disfrutaba.
—Será mejor que lo dejemos.
Max puso mala cara. ¿Dejarlo? Ni hablar.
—No.
—No te gusta, puedo verlo en tu cara —Tierra trágame.
—¡¿Qué?!
—Pareces horrorizado, y no quiero hacerte daño, los hombres sois muy sensibles ahí.
Se pasó una mano por la cara intentando entender el lado positivo. ¿Daño? ¿La muy tonta pensaba que le hacía daño?
—Nicole, créeme, no me estás haciendo daño…
—¿Entonces por qué pones esa cara?
Tranquilo, chaval, se recordó.
—Joder, ¿y qué cara quieres que ponga? Me dices que quieres chupármela y luego te dedicas a preguntar estupideces. Pongo la cara que tengo. ¿O eso no lo pone en tu libro?
—Se supone que tiene que gustarte.
—¡Y me gusta! Por el amor de Dios, Nicole, abre la boca, chúpamela y deja de decir sandeces —adelantó las caderas para facilitarla el acceso—. ¡Vamos!
—¿Cierro los ojos?
Decididamente le estaba tomando el pelo.
—Hazlo como te dé la puta gana, pero hazlo de una jodida vez —ordenó.
Cerró los ojos, respiró profundamente y se humedeció los labios. Oyó el resoplido de Max y empezó a lamer la punta de su erección. Tal y como hizo con su dedo, se dedicó a presionar con los labios, dejando que él marcase el ritmo, sólo recibiéndolo.
—Joder con las alumnas aplicadas —siseó Max según se iba poniendo la cosa más interesante.
Desde luego no iba a ganar la medalla a la mamada del año, pero en honor a la verdad se estaba esforzando, sus movimientos eran precisos, tal y como le indicó.
Deseaba ir más despacio, más que nada para que ella no preguntase cualquier chorrada, que poco a poco fuera cogiendo confianza, pero sus caderas empezaron a moverse cada vez más de prisa, introduciendo la polla cada vez más profundamente, y ella respondía. Mantuvo una mano en la base de su erección y con la otra empezó a pellizcarle el pezón, sabía lo sensibles que los tenía. Se sorprendió: cuanta más presión aplicaba, con más fuerza succionaba ella.
Decidió que ella se estaba manejando bastante bien y soltó su pene, la agarró por la cabeza, ayudándola; en esa posición ella tenía que forzar los músculos del cuello, aunque resultara increíblemente erótico.
—Lo estás haciendo muy bien, nena, muy bien —la animó él.
Gimió. Nada de mal sabor, nada de dolor, sólo un placer extraño, desconocido, pese a ser ella quien lo estaba proporcionando. Oír los gruñidos de Max, su respiración…, permanecer atada…, los pellizcos casi dolorosos en los pezones… todo, todo resultaba nuevo y tan, tan excitante.
—Me encanta follarte la boca…
A Nicole cada una de esas palabras sucias, ofensivas, antaño podían parecerle denigrantes; ahora no, ahora eran parte del juego, otra cosa muy distinta es que ella se atreviera a responder en los mismos términos.
Abrió los ojos. Max tenía la misma expresión de antes, cercana al dolor, tensa, aunque sabía que no era así… De repente, él la miró.
—Voy a correrme. ¿Estás preparada para eso? —no recordaba cuándo fue la última vez que preguntó, si es que alguna vez había llegado a hacerlo. Si se aplica el término mamada al acto, éste debía realizarse hasta el final.
Ella asintió, no debía pensar en lo que eso significaba, desconocía el sabor del semen, aunque no por mucho tiempo.
Max embistió con más brusquedad, sin soltar su cabeza, metiéndosela hasta la garganta; no iba a durar mucho más, quizás era la mamada más extraña de su vida, pero, joder, lo estaba disfrutando como si fuera la primera. Y al parecer no sólo él, pues Nicole aceptaba cada uno de sus embestidas; podría ir con más cuidado, podría, ésa era la cuestión.
Él tensó los músculos del abdomen, echó el cuello hacia atrás y eyaculó.
Se atragantó al recibir el primer chorro, directo a su garganta, no tuvo tiempo de prepararse. Se lo tragó sin saber qué hacer.
—Todo —gimió él antes de echarse hacia atrás y dejarse caer junto a ella.
Nicole tosió, una, dos veces… La temida sensación de asco no llegó. El sabor era desconocido, sí, aunque no desagradable.
Tampoco le dio tiempo a pensar más: él se movió rápidamente y se tumbó encima. Separó las rodillas con la mano y la besó, dejándola de nuevo sin aliento. Ella quiso apartarse; por el amor de Dios, acababa de eyacular en su boca y la estaba besando y algo más…
La penetró, con fuerza, sin dar opción a réplica…
—Ahora te toca a ti, querida —murmuró en su oído—. Voy a follarte como es debido.
La voz de Max, con ese toque amenazante que a ella tanto la excitaba, funcionó. Arqueó su cuerpo para recibirlo.
—¡Oh, Dios! —Nicole tensó aún más sus brazos, la blusa iba a quedar hecha un asco, y lo mejor de todo es que le importaba un pimiento. Max clavándosela, entrando en ella como poseído, era lo único importante en ese momento.
—Grita, quiero oírte gritar.
—¡Síiii!
Esta vez no se reprimió, aunque según él podía hacerlo mejor.
—Más alto, más fuerte —apoyó los brazos a ambos lados de su cabeza y se levantó para mirarla.
—Esto es tan bueno… —susurró.
—Y puede ser aún mejor —respondió él con una sonrisa—. Rodéame con las piernas.
Se derritió; ver a ese hombretón con barba descuidada, encima de ella, moviéndose en su interior sin parar. ¡Siendo un perfecto desconocido! Era ella, Nicole Sanders, la seria, la responsable, la trabajadora, la eficiente abogada, la hija obediente, quien estaba en la cama con un tipo del que sabía su nombre y poco más. En ese momento deseó no estar atada y poder acariciarlo. Bien mirado esa oscura barba le daba un aspecto rudo, muy diferente al de los hombres que por lo general la rodeaban, un hombre que no la impresionaba llevándola a cenar a un restaurante de cinco tenedores, un hombre que conducía una vieja camioneta, un hombre que seguramente vivía al día, que se compraba la ropa en grandes almacenes sin preocuparse de más. Un hombre que sin saberlo estaba proporcionándole un regalo de valor incalculable.
Levantó la cabeza con dificultad, instándole a que la besara de nuevo. Bien valía tener las mejillas irritadas con tal de volver a saborearlo.
—Bésame —le imploró.
—Por supuesto —no sólo la besó, la devoró, literalmente, antes de hundirse por última vez en ella y hacerla gritar como él quería.
Nicole no supo cuándo la desató, ni cuánto tiempo permaneció dormida. Cuando volvió a abrir los ojos estaba acurrucada en la cama, con Max pegado a su espalda y rodeándola con los brazos. Por la luz que entraba por la ventana debían de ser más de las doce; impensable para ella estar en la cama a esas horas, como también lo era cuanto había sucedido unas horas antes.
Se movió con ligereza, no porque deseara levantarse, simplemente quería asegurarse de que seguía de una pieza. Notó cómo él también se movía a su espalda. Vaya, lo había despertado. Recibió un beso en el hombro como castigo.
—Nicole… —no estaba seguro de cómo había pasado y tenía que preguntarlo—. ¿Te das cuenta de lo que hemos hecho?
—Sí —sonrió tímida y satisfecha a la vez.
—Ha sido increíble… —dijo al notar cómo se estremecía en sus brazos; por supuesto que lo había sido; sin embargo, quedaba otra cuestión—. Pero… no sé si te has dado cuenta de que… no hemos utilizado protección.
A Nicole se le cayó el alma a los pies, en medio de todo ese remolino de sensaciones, tampoco ella se acordó de los dichosos condones.
La falta de práctica, seguro.
—Lo siento.
—No te estoy haciendo responsable —indicó tenso. Ella intentó separarse pero lo impidió atrayéndola hacia sí—. Nicole, escúchame, los dos nos dejamos llevar, tú… yo… joder…
Mira que se había acostado con mujeres, mira que muchas le decían cariño, no te preocupes, mira que siempre, a pesar del momento, siempre era consciente de la necesidad de tener un condón a mano; por muy bueno que fuera follar sin látex, nunca se dejaba convencer.
—Lo que te estoy preguntando es si debemos preocuparnos.
Nicole sólo hablaba de eso con su ginecóloga. Su ciclo era irregular y le recomendaron tomar anticonceptivos orales para evitarlo, pero, ya que no mantenía una vida sexual muy activa que digamos, dejó de hacerlo.
En ese momento la invadió una sensación de miedo ante las repercusiones de sus actos, que borró de un plumazo la sensación de bienestar con la que se despertó.
—Nicole, ¿tenemos o no tenemos que preocuparnos?
Bueno, al menos no la dejaba sola cargando las culpas.
—Sí —respondió con sinceridad. Y le oyó coger aire con brusquedad.
—Está bien, no adelantemos acontecimientos. Mañana… —se calló pensando muy bien cómo iba a decirlo, a ninguna mujer le hacían mucha gracia estos temas—. Mañana cuando regresemos te acompañaré a urgencias, podemos pedir la píldora del día después.
—Ya veo que sabes de esto —respondió dolida. Consiguió deshacerse de su abrazo y se puso en pie; huyó rápidamente al baño.
—Joder… —masculló enfadado consigo mismo; ni siquiera la visión del trasero de Nicole lo ayudó a serenarse…
Miró el reloj: un desayuno tardío, sí, eso podría servir. Siempre era más prudente dejarla unos minutos a solas…
Nicole, muy lejos de serenarse, se metió en la ducha y no perdió el tiempo, sólo deseaba borrar las huellas. En menos de cinco minutos y con el pelo hecho un asco salió en dirección al dormitorio.
Indiferencia, ésa era la clave. Nada de melodramas, ni teatro, le pediría de forma educada que la llevara de vuelta y que ya se ocuparía ella de solucionar las cosas, si es que había algo que solucionar.
Hizo un rápido repaso mental para establecer con claridad cuándo había tenido la regla por última vez, cosa bastante difícil debido a su irregularidad. Bueno, qué más daba, ahora sólo pensaba en volver a casa.
¿Y si…? Madre del amor hermoso, ésa sí que era una noticia bomba: la niña… ¡madre soltera!
Porque estaba claro que no podía contar con él, nada más ver su reacción quedaba patente, Max había buscado la solución rápida. Por otro lado…, ¿de qué forma iba a poder hacerse él cargo? Un hijo conlleva gastos y seguramente eso era lo que le preocupaba.
En ese momento todo cayó de repente. ¿Cómo había sido tan confiada? Lo más probable es que ya tuviera una familia; que no llevara anillo de casado no significaba nada.
Tonta, tonta, tonta, más que tonta. ¿Cómo, si no, se explicaba tanto afán por estar aislados? No era porque se sintiera inferior a ella; sin duda estaría acostumbrado a liarse con la primera que se pusiera a tiro.
En el fondo estaba más enfadada consigo misma que con Max, por dejarse tentar, y por caer en la tentación. Debió advertirlo la primera noche: ese aire brusco, la sensación de hacer algo prohibido, una mujer de vida solitaria como ella sin duda era el premio gordo. La pobrecita, tan sola, tan desvalida… Maldita sea.
Con rabia, se vistió; por suerte el dormitorio estaba vacío. Eso le permitió controlar sus impulsos de gritarle. «¡Desgraciado!», podría valer.
Bien, se acabaron las tentaciones. Sabía enfrentarse a un tribunal sin parpadear y salir adelante.
Decidida, se dirigió en su busca.
—Siéntate, he preparado una especie de desayuno-almuerzo.
—Si eres tan amable de llevarme hasta el pueblo más cercano…
—El café está recién hecho.
—… estoy segura de poder encontrar transporte para volver a casa y…
—¿Tostadas o bollos?
—… ocuparme de mis cosas.
—¿Mantequilla o mermelada?
—¿No me has oído? —chilló frustrada.
—Alto y claro. ¿Desayunamos? —se sentó indicando que hiciera lo propio.
—No voy a comer nada —se agarró al respaldo de la silla—. No tengo estómago para estar aquí perdiendo el tiempo.
—¿Tan pronto? —bromeó él.
—Está bien —se fue hecha una furia en busca de su móvil para darse cuenta con horror de que no había ni pizca de cobertura—. ¿Hay algún teléfono en la casa?
—Sí —Max, con toda parsimonia, dio un sorbo de café.
—¿Podría llamar?
—Viniste conmigo y conmigo volverás. Siéntate y desayuna de una puta vez.
De nuevo ese tono autoritario y Nicole creyéndose preparada para ello dudó unos instantes antes de mirarlo de forma despectiva; se cruzó de brazos, debía mantenerse firme. Por mucho que le temblaran las piernas. Por mucho que sintiera esa especie de cosquilleo entre los muslos.
—Gracias por el desayuno, pero no me apetece, de veras —dijo con fría cortesía.
Estaba cabreada y mucho. Max en ese momento sólo deseaba tumbarla en la mesa de la cocina y obligarla a aceptar la comida, eso sí, de forma bastante creativa.
Se percató de la mirada de Max y la evitó, con tan buena suerte que encontró el teléfono.
Descolgó el auricular pero, antes de poder marcar, una mano interceptó el teclado.
—Pagaré la llamada —dijo ella sin mirarlo.
—¡Puedo pagar una maldita llamada! —estalló él y le arrebató el auricular. Nicole pensó que se había roto al ser colgado con tal brusquedad.
La acorraló contra la pared y, sin explicarse bien por qué, bajó la cabeza para besarla. Notó los brazos de ella haciendo palanca, intentando apartarlo, pero él podía dominarla sin despeinarse.
—¡Apártate! —gritó ella en el corto instante en que Max dejó que respirase.
Pero de nuevo apresó sus labios y de paso se pegó a su cuerpo aplastándola contra la fría pared de baldosas de la cocina.
Se resistía, pese a que de nuevo cada beso de él parecía debilitarla y pensar sólo en conseguir más, como un adicto a su droga. ¡No podía permitirse caer de nuevo! Estaba jugando sucio y para su mortificación ella misma le proporcionaba las armas necesarias para controlarla.
—Eso está mejor —murmuró Max arrogante cuando la oyó gemir.
Nicole explotó.
—Quita tus manazas de encima. ¿Me oyes? —le propinó un bofetón—. Si vuelves a intentarlo te juro que… —respiró en profundidad— que te pongo una demanda por acoso. Estoy segura de que no tienes dónde caerte muerto y me ocuparé personalmente de arrastrarte por el juzgado.
Max se quedó frío. De repente toda su excitación se perdió en las palabras cargadas de ira de Nicole. El bofetón podía doler, pero sólo unos instantes; los términos amenazantes de ella le calaron muy hondo. Podía pagarse el mejor abogado del mundo, desde luego, pero si ella le ponía una demanda su imagen no valdría una mierda.
—Como quieras —aceptó en tono serio—. Deja que me vista. Recoge tus cosas, en media hora nos vamos.
No quería ni pretendía entenderla. Sus palabras eran lo suficientemente claras como para pedir más explicaciones.