Capítulo 17
ndex

Echó su bolsa de viaje en la maltrecha camioneta. Antes de arrancar pensó seriamente en dejar, de una vez por todas, ese trasto. Al fin y al cabo en el garaje tenía seis vehículos en perfectas condiciones. Vale que el MG clásico no servía para hacer turismo rural, pero sí el todoterreno BMW.

Éste había sido uno de sus últimos caprichos; claro que para su cuenta corriente comprarse un vehículo así era como para el común de los mortales comprarse un helado.

Arrancó la camioneta. De todas formas, una de las muchas razones por las que hacía esa escapada de fin de semana era el anonimato y, si además Nicole lo seguía considerando un simple empleado de una empresa de rehabilitación, mejor que mejor.

En sus dos encuentros previos sintió un pequeño atisbo de culpa, tan pequeño y fugaz que no merecía la pena darle más vueltas.

Aunque en el fondo le jodía, más que nada porque ella seguía manteniendo ese aire de superioridad, continuaba viéndolo como el sucio secreto de una mujer. Tampoco es que él hubiera hecho mucho por corregirlo; bien podía invitarla a cenar, presentarse con ella en un lugar público, eso sí, discreto.

Mientras conducía en dirección a casa de Nicole, tenía ese tema en la cabeza. ¿Cómo reaccionaría ella? Estaba por apostar cualquier cosa a que ella lo rechazaría, educadamente, por supuesto.

Lo cual llevaba a otra cuestión. ¿Se estaba dejando llevar por ese ideal de mujer discreta y refinada? Después de varios intentos fallidos, incluyendo a Linda (menos mal que ésta no fue a contarlo a la prensa), había establecido una especie de perfil: nada de mujeres aspirantes a algo, nada de mujeres inestables, nada de mujeres espectaculares deseosas de hacerse publicidad y, por supuesto, nada de mujeres estridentes con la lengua muy larga y la falda muy corta.

Si con sus treinta y ocho años quería, digamos, establecer una relación seria, la posible candidata no debía tener ninguno de esos defectos. Ni uno. Nada de arrebatos pasionales, nada de celos infundados (o no), nada de numeritos teatrales para llamar su atención.

De acuerdo, quizás estaba destinado a juntarse con una respetable (pero aburrida) profesora de catequesis. Ya había tenido suficiente descontrol en su vida.

Visto desde fuera, no era tan necio como para negarlo, eso sólo le hacía ser un jodido hipócrita, a la par que egoísta y, por qué no decirlo, anticuado.

Olvídate ahora de esos pensamientos trascendentales, se dijo.

Aparcó frente al viejo edificio donde vivía Nicole. No pensaba entrar; no estaba de humor para sortear las preguntas de dos viejas cotillas. Sacó su móvil; la llamaría y punto.

Entonces se dio cuenta de algo.

—Mierda —dijo mirando con desagrado el terminal.

Y no porque no fuera uno de esos aparatitos ultramodernos con toda clase de funciones y de un diseño exclusivo. Obsequio del fabricante tras participar en la campaña publicitaria. ¿Cómo iba a explicar a la abogada que un simple trabajador tuviera un móvil así?

Resignado, marcó su número para avisarla y que bajara de casa.

Contradicciones de la vida, mucha gente estaría encantada de mostrar el juguetito, ¡incluso había gente que pagaba por ellos!

Apagó el móvil y lo metió en la guantera. Sólo saldría de allí en caso de extrema urgencia. Como por ejemplo que la vieja camioneta le diera otro susto. Esperaba que no fuera así, se había preocupado de llevarla a un taller y de que la revisaran de arriba abajo.

Ella abrió la puerta y salió; arrastraba una maleta inmensa y un gran bolso de viaje, y lucía un conjuntito de exploradora que lo hizo reír. Se bajó del vehículo para ayudarla.

—¿Es necesario todo esto? —preguntó sin quitarse las gafas de sol, así ella no tendría la oportunidad de ver la chispa de diversión.

—Sí —resopló moviendo la maleta—, me dijiste que llevara lo necesario para un fin de semana en el campo.

—Ya —agarró la maleta, pesaba una tonelada, o más—. ¿Qué has puesto aquí dentro? No es preciso llevar piedras, ya están allí.

—Muy gracioso. ¿Qué haces?

—Intentar meter la maleta en el coche sin lesionarme.

—¿Vamos a ir en este… trasto? —Nicole se cruzó de brazos negándose a colaborar.

—Sí, trae eso —intentó agarrar el bolso de viaje, pero ella no lo dejó.

—Ni hablar. Mejor vamos en mi coche —señaló su pequeño Audi aparcado dos coches más allá.

—Si vamos en tu coche nos quedaremos atascados en el primer tramo de la pista forestal. Dame eso.

—No podemos ir en… esto —señaló la camioneta de Max—. Dudo mucho que lleguemos.

—Deja de decir bobadas —esperaba no tener que comerse sus palabras más adelante.

Nicole lo ayudó, más o menos, a meter las cosas en ese viejo trasto. No debería estar allí. Ahora podría estar en el spa, relajándose, recibiendo un fabuloso masaje y no haciendo el ridículo vestida de exploradora. Cielo santo, ¿por qué había hecho caso a la vendedora?

Aunque tras una sesión en el spa llegaría una sesión con su madre.

—¿Cuánto tardaremos? —se abrochó el cinturón. Seguía con cara de no poder creérselo, estaba en una camioneta de vaya usted a saber qué año. Eso sí, al menos razonablemente limpia.

—Si no hay mucho tráfico, unas tres horas —arrancó el coche y se incorporó al tráfico. Maldita falda de exploradora ¿Dónde se la había comprado? Tres horas intentando no mirar sus piernas…

Debería haber traído el BMW, el trayecto podrían hacerlo en dos.

—Y… ¿esto supera los cien kilómetros hora?

—Cuesta abajo, sí —bromeó Max.

Por suerte la vieja camioneta no falló; ahora bien, en vez de tres horas tardaron casi cuatro en llegar… Los apenas cinco kilómetros de camino forestal que conducían a la casa estaban peor de lo que recordaba. El lunes sin falta hablaría con su administrador para que se ocupara de ello. Eso les habría retrasado como mucho veinte minutos, lo que realmente les retrasó fue la insistencia de Nicole en parar tras dos horas de viaje.

—Es lo que recomiendan las campañas de tráfico —había dicho ella.

Y descansar incluía: parada en área de servicio, visita al aseo, tomar algo y estirar las piernas.

Puede que, de toda la lista, esto último fuera lo más ridículo: la camioneta era cómoda, en vez de los modernos asientos ergonómicos tenía asientos como viejos butacones de esos que se ponen delante de la chimenea para disfrutar de una buena lectura y un vino reserva.

—Voy a encender el generador —informó Max tras abrir la puerta de la casa—, puedes ir metiendo las maletas, si puedes con ellas —añadió malicioso. Tras ese comentario la dejó a solas.

No es que tuviera miedo, pero estaba anocheciendo, no conocía la distribución de la casa y no quería romper algo por error. Se quedó en la entrada esperando que ese generador arrancara.

Tenía algo de frío, pero toda su ropa estaba en las maletas, así que tendría que esperar.

Excusas, excusas. Estaba cagadita de miedo por lo que podía suceder ese fin de semana.

—¿Pero qué…? —masculló él; casi se la lleva por delante al entrar en la casa unos minutos más tarde—. ¿A qué esperas? —la sujetó como pudo; ella chilló asustada—. Soy yo, maldita sea… ¿Por qué no has metido las cosas?

—No quería tropezar con nada —se disculpó.

Max, todavía agarrándola, respiró profundamente. Joder, sí que empezaban bien, ella asustada y él cachondo, pues nada más sentirla contra su cuerpo sintió la presión en la entrepierna de sus vaqueros. Durante el trayecto se había controlado para no parar y abalanzarse sobre ella, pero ahora estaban solos y la casa a oscuras.

—El interruptor está aquí —le costó muchísimo separarse de ella.

Nicole se quedó maravillada al ver el interior de la casa cuando por fin se hizo la luz.

—Es preciosa… —y sabía que se estaba quedando corta.

Ante ella había un enorme salón, con las paredes de piedra; al fondo, un gran ventanal de pared a pared, por el que se veía todo el bosque. Los muebles, sencillos, pero perfectamente integrados en el ambiente, de madera oscura; un gran sofá blanco en forma de ele y en una esquina una chimenea, también de piedra.

—Gracias —respondió Max—. Voy a meter las maletas antes de que se haga totalmente de noche —se dirigió a la puerta—. Por ese pasillo está el dormitorio y el cuarto de baño. A la cocina se accede por la galería —señaló el gran ventanal—. Ve preparando algo, en seguida vuelvo.

—¿Te refieres a algo de cenar?

—Evidentemente —se dio la vuelta para salir.

—¿Max? —lo llamó y puso una cara de disculpa.

—Dime.

—¿Si te dijera que no sé hervir ni agua te sorprendería?

—No hace falta que prepares un banquete, en la cocina hay provisiones, con cualquier cosa bastará —respondió él.

—Lo intentaré, no prometo nada.

No era quisquilloso en cuanto a la comida, aunque las palabras de Nicole le dejaron intranquilo.

Él tampoco era ningún cocinero memorable, pero sabía defenderse.

Salió de la casa a buscar el equipaje; tuvo que hacer dos viajes. Le tentó la idea de abrir la maleta de ella y averiguar qué demonios llevaba para pesar tanto… No, eso molestaría a cualquier mujer, así que se limitó a dejarla en el dormitorio junto con el bolso de viaje. Después se fue a buscar leña para encender la chimenea.

Cuando ya lo tenía todo a punto, la casa ya estaba caldeada y sentía ganas de saber cómo se las apañaba Nicole en la cocina, se dirigió hacia allí.

—¿Cómo lo llevas? —preguntó apoyándose en el marco de la puerta, tras observarla unos instantes.

Ella se sobresaltó y dejó caer al suelo un bol de cristal, poniendo todo el suelo perdido.

—¡Me has asustado!

—¿Estás nerviosa? —Max se acercó y sacó una escoba del armario para recoger los cristales.

—Un poco —admitió ella.

—¿Por qué? —inquirió mirando lo que se suponía iba a ser la cena.

Nicole respiró profundamente.

—Bueno, si te soy sincera, estamos en medio de la nada, apenas nos conocemos y no quiero ser ridícula pero… aquí podría pasar cualquier cosa y nadie se enteraría.

—Ya, bueno, te aseguro que el viejecito del hacha está de vacaciones.

—Eso no me tranquiliza.

—Relájate. He encendido el fuego, cenamos tranquilamente y después te aseguro que dormiremos como troncos.

O no, pensó Max mirando a Nicole, la exploradora.

—En cuanto a la cena…

—Déjame ver —Max se acercó a la encimera y vio lo que ella estaba preparando: una triste ensalada, dos bocadillos sospechosos y algo de fruta. Debería haber sido previsor y ordenar que trajeran comida preparada, nadie puede ser tan negado como para no saber utilizar el microondas—. Servirá —dijo no muy convencido.

Tenía pensado comer junto al fuego, pero al ver la gran mesa de la cocina preparada como si fuera un banquete digno de un diplomático extranjero se sorprendió. Desde luego cocinar no era lo suyo, ahora bien, decorar una mesa… No faltaba nada.

Incluso vio enseres de cocina que desconocía tener.

—¿Pasa algo? —interrumpió ella al ver que Max permanecía callado mirando la mesa y se dio cuenta: con los nervios había olvidado colocar copas de vino junto a las de agua—. ¡Qué tonta!

Con rapidez abrió el gran aparador donde estaba todo el menaje y colocó las copas, no sin antes limpiarlas con una servilleta.

Max sonrió, pero no hizo ningún comentario. Abrió el armario que contenía su reserva de vinos; quizás debería preguntar qué caldo iba mejor con el menú. Se limitó a descorchar una botella al azar y sentarse a la mesa.

—¿Vino? —preguntó él.

Ella asintió y colocó el menú en la mesa.

—¿No se enfadará el dueño contigo por abrir una botella como ésa? —con un dominio absoluto de los utensilios, sirvió los platos.

—No —la observó servir; si alguna vez lo acompañaba a cualquier evento, Nicole sería perfecta, jamás le preguntaría qué tenedor utilizar, más bien sería al revés—. El dueño y yo somos viejos amigos —Max no quiso adornar la mentira y cambió de tema—. Mañana, si el tiempo acompaña, te mostraré los alrededores.

—¿El campo? —preguntó como si hubiera hablado de ver un vertedero.

—Ajá —casi se atraganta al probar la ensalada: estaba suficientemente avinagrada como para desinfectar una herida. Bebió rápidamente para pasar el mal trago—. Hay una ruta que los excursionistas recorren en verano, lleva a un pueblo abandonado.

—Bueno —prefería no ir—. Esperemos que el tiempo acompañe —si la lluvia estropeaba el día… ella no iba a disgustarse.

Max, en vista de su entusiasmo, no realizó ningún comentario más e hizo lo que pudo por comer; de una cosa estaba seguro: él se encargaría de los postres.

Cuando acabaron de cenar recogieron en silencio e hizo café. Nicole se excusó para ir a cambiarse.

¿Qué estaba haciendo allí?, se preguntó mientras abría su maleta y sacaba la ropa. Sabía que en la casa había al menos dos dormitorios más, aunque dudaba de tener uno propio. Allí, junto a sus cosas, estaba la bolsa de viaje de él. La miró extrañada. ¿D&G? No podía ser, seguramente era de esas de imitación, como las que venden en esos sitios al aire libre, mercadillos o algo así los llaman.

Miró el reloj, apenas eran las diez de la noche; podría trabajar un poco, así que sacó su portátil, un portafolios y se encaminó al salón.