Capítulo 49
—¿Max?
Puso los ojos en blanco ante la pregunta: su hermano era tonto o se lo hacía. Puede que estar ausente unos cuantos días y replantearse unas cuantas cosas sin avisar no fuera del todo correcto, pero, joder, nadie nace enseñado.
—Sí, soy yo, deja de poner cara de gilipollas. ¿Quieres?
—Bueno, si te soy sincero no te esperaba a estas horas; ya no queda nadie en la oficina, tú llevas desaparecido casi una semana y de repente vienes hecho un figurín, de lo cual, por otro lado, me alegro. Si no es para sospechar…
—Déjate de sospechas y coge la chaqueta. Necesito que me acompañes.
—Mira, tengo que estar en casa antes de una hora, lo he prometido. Puede que hayas redescubierto la maquinilla de afeitar y el aftershave, que hayas decidido hacer uso de tu fondo de armario de diseño y que seguramente hayas quedado con alguna peliteñida para pasar la noche; puede que necesites que vaya contigo para que no sea tan evidente tu interés, pero te lo repito: no puedo.
Se cruzó de brazos mientras escuchaba la perorata de Martín. En el fondo tenía razón: de repente se presentaba y exigía. Podía perder unos instantes y dar una explicación.
—Sé que esta empresa te importa y, como no quiero joderla, ¿estamos?, vas a venir conmigo a ver a Nicole —se acercó. Hizo un gesto para que mantuviera la boca cerrada mientras él se explicaba —. Voy a hablar con ella, explicarle las cosas tal y como son.
—¿Y qué pinto yo en todo eso? —preguntó mosca.
—He dicho que no me interrumpas. Bien, una cosa son los asuntos personales, de eso me encargo yo, y otra muy diferente los profesionales. Quiero que ella no se…, digamos, tome todo este enrevesado asunto como algo personal y afecte al buen entendimiento que hasta ahora ha habido entre tú y ella en el ámbito profesional.
—Joder… —Martín se pasó la mano por el pelo, sopesando las consecuencias de todo este lío—. Una pregunta… ¿por qué has cambiado de opinión?
—¿Sinceramente? —parecía reacio a asimilarlo—. Porque, y no te rías que te veo venir, me gusta esa mujer. Pensé que a mí no iba a pasarme algo así, que yo no iba a…
—¿Enamorarte? —inquirió aguantando la risa.
—Más o menos —admitió a regañadientes. Se estaban poniendo los dos de un sensiblero…
—¡Alegra esa cara, chaval! —le golpeó en la espalda—. No es tan grave, lo peor es siempre admitir que uno la ha cagado, pero ya verás como merece la pena hacer el ridículo.
—¿El ridículo? ¡Aquí nadie ha hablado de hacer el ridículo! —exclamó Max a punto de perder la paciencia con las tonterías de su hermano.
Martín se cruzó de brazos, negó con la cabeza y dijo:
—Hazme caso, puede que no seas al ciento por ciento culpable, pero jamás admitas eso delante de ella. Si es preciso te arrastrarás, suplicarás y pasarás por alto todo cuanto sea necesario. Ya tendrás tiempo después, mucho después… —se abstuvo de decir que con seguridad jamás llegaría esa oportunidad, pero tampoco iba a torpedear la ilusión de ese hombre— de ajustar cuentas. Pero, y es un consejo, si quieres convencerla, no se te ocurra echarle nada en cara. ¿Estamos?
—Joder, que sólo quiero hablar con ella, que entienda mis razones y no me monte un numerito.
—Si de verdad te importa, y me da a mí que sí, porque si no, no hubieras abandonado tu disfraz de vagabundo, harás lo que sea, el ridículo incluido, para no joderla de nuevo —al ver la cara de Max aclaró—: Joderla en el sentido negativo de la palabra.
—Ya lo sé, idiota. Llama a casa, pide permiso para salir y vamos de una puta vez —le espetó impaciente. ¡Joder con la filosofía barata de Martín! Claro que si lo pensaba puede que el tontaina de su hermano pequeño tuviera razón.
Los dos hermanos abandonaron las oficinas. Martín, por supuesto, informó a Linda del motivo de su retraso y ésta le dio autorización, pero sólo como observador neutral. Según ella, Max no se merecía ninguna ayuda, por gilipollas.
—Tengo que reconocer una cosa: si pretendes impresionar a una chica, un coche deportivo y negro es lo más acertado.
Max no hizo comentario alguno a la velada crítica de su hermano mientras conducía. Además, ¿para qué negarlo? Conducir un Jaguar XKR-S era bastante más agradable que la camioneta, aunque no pensaba deshacerse de ella. Podía permitirse muchos y caros caprichos, ése era uno de ellos.
—Voy a ver si está en casa —dijo Max aparcando sin ningún cuidado sobre la acera cuando llegaron junto al edifico. Hoy no estaba para consideraciones sobre el civismo.
Quince minutos más tarde, e informado por las amables arrendatarias de Nicole, supo que ésta estaría con toda probabilidad en la oficina.
—Parece que la chica es aplicada y trabajadora —comentó Martín por el simple placer de tocarle un poco los huevos a su hermano mayor. Joder, puede que al final la empresa pagase las consecuencias, pero la diversión no se la quitaba nadie.
—Ajá —murmuró distraído.
—Eso está bien —prosiguió con sus divagaciones a la par que le tocaba la moral—. No se quedará en casa pensando en cómo derrochar tu dinero.
Max condujo evitando responder a las provocaciones. Cuando enfiló la calle donde se ubicaba el bufete de abogados, se quedó sorprendido al ver dos coches patrulla cortando el paso y se sorprendió más aún cuando vio salir del edificio de oficinas a dos agentes con un detenido.
Dejó el vehículo de cualquier manera y saltó del mismo, con un mal presentimiento ahogándole.
—No puede pasar.
Un policía de uniforme le impidió acceder al edificio y le indicó que permaneciera tranquilo.
—Mi… —¿para qué darle más vueltas?—. Mi novia trabaja ahí dentro.
El policía lo reconoció pero tenía que cumplir con su trabajo.
—Lo siento, pero no puedo dejarle pasar.
—Joder… —exclamó angustiado.
Muchos edificios tenían accesos secundarios; éste no era uno de ellos. Lo averiguó cuando la visitó por primera vez.
—¿Qué pasa? —preguntó Martín llegando junto a él y entregándole las llaves del coche—. He conseguido dejarlo medianamente bien aparcado. Te he ahorrado una buena multa, claro que eso a ti te resbala.
—No tengo ni puta idea de lo que ocurre —respondió sin mirarlo.
No apartaba la vista de la puerta.
Con estupor la vio salir, junto con un hombre, que no se separaba de ella, y al parecer ella tampoco quería separarse de él.
Observó cómo tenía la ropa en mal estado, iba despeinada y el tipo la abrigaba con su propia sudadera. Para después abrazarla.
Efusivamente.
Demasiado efusivamente.
No sabía qué coño estaba pasando allí, pero iba a averiguarlo en seguida.
Saltándose el cordón policial, caminó sin mirar atrás ni escuchar las advertencias hasta llegar junto a ella.
—¿Se puede saber qué coño haces abrazada a ese tipo? —espetó Max saltándose a la torera la prohibición de traspasar el perímetro de seguridad.
Nicole se separó inmediatamente de Aidan, miró a derecha y a izquierda, pues esa voz no podía confundirse con ninguna otra, pero tardó unos segundos en reconocer el rostro que la miraba como si fuera una pecadora.
—¿Max? —murmuró incrédula. Ése no parecía él.
Iba afeitado, vestido con elegancia. Era otro Max. Aunque su expresión ceñuda ayudaba a reconciliar las dos facetas del hombre.
—El mismo —aseveró todavía molesto porque ella se mantuviera junto a ese tipo—. Aún no me has dicho qué pasa para que te pegues a él como una lapa.
—¡Oh! —se apartó un poco—. Lo siento. Éste es Aidan, mi…
—¿El poli al que dejaste plantado? —remató él.
—Oye, ¿qué vas contando por ahí de mí? —protestó Aidan para nada molesto con la definición.
—Nada —se apresuró a decir ella para no disgustarlo. Con lo que había costado llegar a un entendimiento más o menos amistoso ahora no iba a estropearlo.
—¿Y bien? —insistió Max.
Nicole no quería perder el tiempo dando explicaciones. Sin más se lanzó a sus brazos. Con tal entusiasmo que lo desestabilizó.
Empezó a besarlo, besos cortos, rápidos, por el cuello, en la comisura de la boca. En cualquier parte de su piel donde pudiera posar sus labios y disfrutar de su contacto.
—Te he echado de menos —admitió ella entre beso y beso—. No puedes imaginarte cuánto.
—Créeme, me hago una idea —bromeó él encantando con el recibimiento. Pero debía aclarar, y cuanto antes, ciertos aspectos—. Salgamos de aquí —le pidió sujetándola por la cintura.
—No —lo contradijo ella, ahora menos besucona—, hablemos ahora. Hay muchas cosas que quiero que sepas —le puso una mano en la boca para impedir que hablara.
—Nicole… —protestó él.
—Escúchame, te lo pido por favor —cogió aire antes de seguir, se jugaba mucho y no quería estropear nada utilizando palabras inadecuadas—. Te quiero. Y no voy a permitir que nadie se interponga. Nadie. Me da igual quien seas, no me importa que trabajes de simple obrero, mientras seas honrado —oyó un ejem, ejem a sus espaldas pero no hizo caso—. Y si alguna vez has hecho algo ilegal, no te preocupes, aquí estoy yo para arreglarlo —otra tos inoportuna, pero ella estaba embalada —. Sé que te puede resultar algo difícil aceptar que una mujer se ocupe de todo, pero a mí me van bien las cosas y quiero que te vengas a vivir conmigo.
—¿Pero qué tonterías estás diciendo? —interrumpió Aidan, que, situado tras ella, no parecía querer perderse ni un solo detalle.
—Haz el favor de no meterte donde no te llaman —contestó ella molesta por la interrupción. Entonces se dio cuenta de que tenía más espectadores—. Hola, Martín.
—Hooola —respondió él con cautela y una sonrisa de disculpa.
Ella se concentró en lo verdaderamente importante aquí. Estaba hecha un asco pero no podía permitirse ahora ser una remilgada.
—Dentro de poco tengo que asistir a la boda de mi prima, y quiero que seas mi acompañante. Me da igual lo que opine mi familia. Te compraré el esmoquin más elegante y seré la envidia de todos cuando me vean junto a ti —le sonrió y lo besó de forma fugaz.
—Joder, ¿has bebido?
Miró de nuevo a su ex entrecerrando los ojos.
—Aidan, por favor. Nunca pensé que fueras tan esnob y clasista. Le quiero y no hay más que hablar.
—Esto… Nicole… —Max intentó meter baza.
—No, no voy a consentir que nadie haga comentarios despectivos sobre ti. Nunca más. Porque sea un honrado trabajador no tiene por qué soportar los comentarios de nadie. ¿Está claro?
—Deja de decir chorradas. ¿Obrero de la construcción? Nicole, ni borracha te veo yo con un currela. Tú siempre picas alto —le reprochó Aidan.
—Pues para que lo sepas, esta vez te has caído con todo el equipo. Quiero a Max. Y no voy a tolerar ningún tipo de comentario malicioso. ¿Queda claro?
—Señor Scavolini, ¿podría firmarme un autógrafo? —uno de los policías uniformados se acercó hasta Max.
Nicole observó sin comprender.
—Ahora es cuando se va a armar la gorda —murmuró Martín.
—Cállate —ordenó Max haciendo un borratajo y despidiendo al hombre sin mucha educación.
—¿Y tú quién eres? —preguntó Aidan mirando al menor de los hermanos.
—Martín Scavolini. Encantado —le tendió la mano—. Sólo he venido como apoyo.
—¡Ya vale! —exclamó Nicole harta de tanto opinólogo—. Esto es algo privado, entre él y yo —dijo advirtiendo a la concurrencia de que no quería más intromisiones.
Pero por lo visto no era posible.
De nuevo otro de los policías se acercó, saludó afectuosamente a Max y le habló como si fuera poco menos que un dios.
Ella seguía sin comprender… Seguía sin querer comprender.
—Tú, eres poli, haz que la gente no moleste —dijo mirando al ex de su chica.
—Me parece que va a ser un poco difícil.
—Se acabó —sentenció Nicole aburrida de tantos dimes y diretes. Acunó su rostro entre las manos y habló—: Mírame —le rogó emocionada—, es muy importante para mí, Max. Quiero que no haya ninguna duda, que tengas claro lo que siento, que me ocuparé de todo lo que necesites.
—Hay que joderse. ¿Cómo puedes ser tan creída? Mira que decirle eso… —Aidan negó con la cabeza incrédulo ante la sarta de sandeces que estaba oyendo salir de la boca de Nicole.
—Me parece que hay un pequeño detalle… —apuntó Martín queriendo echar un capote a su hermano.
—Da igual lo que digan éstos… —se detuvo al ver a otro individuo pedir un autógrafo a Max—. Buen hombre, ¿se puede saber por qué interrumpe una conversación privada? —interpeló al fan, enfadada, recordando a la Nicole soberbia de antaño.
—Disculpe, señorita, pero este hombre es uno de mis mayores ídolos —se defendió, dejándola aún más confundida.
Aidan entrecerró los ojos. Nunca sería un policía de esos que utilizan el método deductivo con más o menos acierto, pero por la expresión de ella…
—¿Es posible que no lo sepa? —preguntó a Martín.
—Ése es el quid de la cuestión —respondió Martin poniendo cara de disculpa.
—Pues conociéndola se va a poner de uñas. Te lo digo yo —apuntó el policía sin vocación.
—Llevo tiempo advirtiéndoselo a mi hermano —Martín se encogió de hombros—. Ahora que asuma las consecuencias.
—Va a hacerle pagar, te lo digo yo.
—Vosotros dos, ¿queréis dejar el puto club de la comedia y callaros?
—Max, no les hagas caso —le pidió ella—. Sólo lo hacen por molestar.
—Por joder la marrana, diría yo —corrigió él—. Escúchame, cariño, vamos a otro sitio, hablemos tranquilamente de todo.
—Ya sabía yo que ésta no podía liarse con un don nadie —murmuró Aidan.
—¡Aidan!
—¿Qué? Es la verdad. Todo ese rollo de que te ocuparás de él… ¡Pero si hasta le has dicho que vas a comprarle un esmoquin! —dijo entre risas.
—Teniendo en cuenta la colección de ropa de diseño de la que dispone… —apuntó Martín solícito.
—¿Qué tiene de malo que quiera ocuparme de él? —observó a Martín y a su ex, que negaban con la cabeza. Algo se le escapaba.
—Nicole, joder, te has ligado a un tipo que gana millones, exjugador de fútbol para más señas. Fue uno de los fichajes más caros de la liga. ¿Y quieres comprarle un traje? Maldita sea, tenía que haberos grabado con el móvil, cuando lo cuente en casa…
—¿Pero qué estás dicien…? —la voz se fue desvaneciendo al mirar la expresión culpable de Martín, la cara divertida de Aidan y, sobre todo, la mirada del hombre al que se acababa de declarar.