Capítulo 32
ndex

—Apaga ese maldito trasto —gruñó Max en su oreja.

Se movió y se soltó de él para alcanzar el despertador y apagarlo. Por extraño que pareciera, era la primera vez en mucho tiempo que ella no se despertaba antes que el maldito trasto. Claro que las actividades nocturnas tenían un efecto secundario: dormir a pierna suelta.

Apartó las sábanas con intención de levantarse.

—¿Dónde coño vas tan pronto? —otra vez ese gruñido.

—Tengo que trabajar. No te preocupes, duérmete.

—Joder —abrió un ojo y comprobó la hora—. ¡Pero si son las seis de la mañana! Nicole, aún no han puesto las calles.

A ella le hizo gracia ese comentario.

—Lo sé —bostezó e intentó de nuevo levantarse.

—No tan rápido —Max la atrajo hacia él—. Vamos a ver, ¿a qué hora tienes que estar en el juzgado?

—A las once y media.

—¿Y te levantas a las seis? ¡Estás loca!

—Max, tengo que revisar unas cosas y…

—Anoche lo dejaste todo repasado y bien repasado —la contradijo él—. Sólo necesitas un último… digamos… ¿incentivo? Para arrasar en el juzgado.

—¿Y es?

—Para empezar, quiero que nada más entrar todos te miren con envidia.

—¿Cómo es eso?

—Porque todos cuantos te vean hoy sólo tendrán un pensamiento al mirarte.

—No quiero oírlo —pero la curiosidad venció a la prudencia.

Como era de esperar, con prudencia o sin ella iba a escucharlo.

—Todos dirán: mira, ahí va la mujer mejor follada de todo el sistema judicial —dijo él con voz ronca al mismo tiempo que se colocaba encima de ella—. Y claro, yo tengo que cumplir mi parte del trato —estiró la mano y buscó un condón en la mesilla, se lo pasó a ella y fue descendiendo por su cuerpo, besando todo el recorrido.

—¡Max!

Levantó la cabeza y sonrió, como el pervertido que era, y claro, ella se excitó como la pervertida que intentaba no ser.

—No quiero que haya dudas —un mordisquito en la cadera—. Ninguna —separó sus piernas y bajó la cabeza—. Ninguna —repitió besándola en el clítoris.

—¡Ay, Dios mío!

—Deja a Dios en paz, me gusta más oír mi nombre cuando te corres; no lo tomes a mal, pero si me esfuerzo… —se acercó y volvió a besarla.

Ella no sabía si reír o llorar.

—¡Max! ¡Por favor! No puedes… Anoche… —Nicole parecía mortificada; después de follar como unos locos antes de acostarse estaba tan cansada que no se había podido asear—. ¡No me he duchado! —le informó a gritos, totalmente abochornada.

—Tú preocúpate de tener el condón preparado y deja a los profesionales.

—Pero no me pude lavar y… y…

—¿Y? Me importa una mierda. Me encanta lamerte, adoro tu sabor y todo lo que encuentro aquí abajo. Sé buena y no protestes tanto. ¡Mmmm, qué delicia!

—No puedo creerlo, no puedo creerlo —repetía como una tonta moviéndose en la cama, arqueando las caderas, tirándole del pelo…

—La próxima vez te amordazo y te ato a la cama —murmuró él contra su piel.

—¡¿Qué?! —preguntó temblorosa.

—Lo que has oído. ¡Y deja de moverte! —le propinó una palmada en la cadera—. De pies y manos, a ver si así tenemos un poco de formalidad.

—¡Eres un pervertido! —le espetó ella, sabiendo lo injusto de su acusación, pues la idea de ser atada estaba ayudándola a desarrollar ciertas fantasías hasta ahora desconocidas.

—Y bien que te gusta —levantó la cabeza lamiéndose los labios—. No disimules conmigo. La próxima vez recuérdame que coja unas cuerdas del coche.

—Eso no te lo crees ni borracho.

—Nicole, ¿puedo llamarte Niky? —susurró él ascendiendo por su cuerpo hasta colocarse encima de ella.

—Nadie me llama así.

—Mejor, yo seré el único que lo haga. Levanta los brazos y agárrate al cabezal, fingiremos que estás atada —ella lo miró asombrada—. No pongas esa cara, ya te he dicho que el próximo día traeré cuerdas. ¿O prefieres esposas?

—Como te acerques a mí con algo así…

—¿Vas a demandarme? —se burló él—. Hazlo, me lo pasaré en grande viéndote explicar ante un juez cómo yo, el pervertido que te folla como nadie, te somete a su voluntad y cómo tú, indefensa, gritas cuando te corres como nunca.

—Eres imposible.

—Bueno, es una de mis virtudes. ¿Tienes el condón a mano? —se incorporó quedándose de rodillas frente a ella—. Levanta las piernas. Ponlas sobre mis hombros y no te sueltes del cabezal. ¿Comprendido? —asintió no muy segura de comprenderlo bien—. Estupendo —dijo una vez colocado el condón—. Odio estas cosas pero la seguridad manda, y ahora…

—¡Max!

—El primer empujón siempre es el mejor —aseveró él con los dientes apretados ante la sensación de metérsela. Tenía que ser la rehostia poderlo hacer, siempre, sin látex; claro que eso implicaba una relación más o menos seria. ¿Y por qué no? Joder, tío, ¿de verdad quieres pensar ahora en eso?—. Eso es, Niky, apriétame fuerte, estás preciosa en esa postura.

—No… no lo creo —jadeó ella.

Pues se equivocaba, razonó Max; con cada empujón, con cada embestida, sus tetas se balanceaban; en esa posición conseguía la máxima estimulación para ambos. Se la imaginó en su gran cama; mandaría colocar sábanas negras y enfriar una buena botella de champán, para verterlo sobre ella mientras se la follaba. Nada era comparable al sabor del champán sobre el cuerpo de una mujer.

—Hoy todos van a mirarte con envidia… —Max hablaba con voz ronca—. Se preguntarán una y otra vez quién es el hijo de puta que tiene la gran suerte de follarte y tú podrás mirarles a todos por encima del hombro y decirles: ¡Que os den!

—¡No puedo decir eso! —protestó ante el lenguaje vulgar de él, aunque lo cierto es que en su mente se estaba formando la imagen.

—Y tú podrás pasar delante de ellos y no descubrirán tu otro gran secreto —hizo una pausa calculada esperando a que ella se devanara los sesos; joder, con esta mujer era tan fácil llevar la voz cantante…—. ¿No lo adivinas?

Ella negó con la cabeza.

No estaba para ese tipo de preguntas. Y, conociéndolo, a saber qué idea tenía en mente, pero lo cierto es que se moría de ganas por saberlo.

—¿Cuál? —gimió, y si no se encontrase a punto de perder la razón le hubiera dado un buen bofetón por engreído.

—Debajo de ese elegante traje, debajo de esa fachada de mujer seria, nadie, excepto yo, sabrá que no llevas bragas.

—Argg.

—Cuando camines por el juzgado, cuando subas las escaleras, cuando hables con el juez, tu precioso coño estará desnudo… Mmm, ¿no te parece realmente delicioso?

—Pervertido —consiguió decir ella a duras penas. Sabía que se estaba repitiendo, pero no le venía a la cabeza un adjetivo mejor.

—Por supuesto. Fíjate, estoy a punto de acompañarte y esperar al primer descanso para meter la mano bajo tu falda… —Max aumentó el ritmo de sus embestidas—. Después, delante de todos, lameré uno por uno todos mis dedos… Joder… ¡Qué idea acabo de tener!

—¡Para!

—Y tú tendrás que aguantar la compostura, sintiendo cómo te humedeces, anhelando que todo se acabe para poder follar en el primer sitio disponible… Soy bueno, ¿eh?

—Eres… eres… de lo que no hay.

—Lo sé —sonrió y la agarró fuerte de los tobillos—. Ahora vamos a por lo mejor —empezó a alternar sus embestidas con rotaciones de pelvis—. Sabes que adoro oírte gritar, Niky; que todos te oigan, que todos sepan lo que estamos haciendo.

—No, no, no…

—Lo harás —la mordió en el dedo gordo del pie…

—¡Max! No puedo, no puedo…

—¡Grita! O… me paro.

—¡No! —gritó—. ¡No!

—¡Más fuerte! —no le daba tregua—. Bien alto, destrózame los tímpanos, ¡vamos!

Y gritó, chilló, se mordió el labio, jadeó en busca de aire hasta que todo su cuerpo se agitó, hasta que no le quedaron fuerzas ni para decir su nombre. Hasta que de lo único que fue consciente fue de cómo Max se dejó caer sobre ella y la abrazó con fuerza.

Definitivamente tengo que replantearme la relación con esta mujer.

No se conformaba con cualquier cosa, y si bien, técnicamente, Nicole no era la mujer con la que mejor sexo había practicado, era desde luego con la que más se divertía. Atormentarla con ideas extravagantes, incluso factibles, resultaba no sólo entretenido, sino que a la vez estimulaba su propia imaginación.

Una de las consecuencias de haber follado con todo tipo de chicas es que uno se deja de esforzar y simplemente disfruta del acto en sí, para qué negarlo, un buen polvo siempre es satisfactorio, pero las mujeres con las que se acostaba fingían descaradamente; si él les pedía algo, ellas aceptaban sabiendo que después venía la recompensa, y no se refería al orgasmo, así que hacían o decían lo que él quería.

Ahí radicaba la diferencia con Nicole, Niky para los momentos íntimos; ella aceptaba sus órdenes por puro placer, y las cuestionaba, lo cual le exigía aún más determinación, haciendo que el sexo nunca resultara mecánico.

Y por si fuera poco, ella, que desconocía su pasado, le ahorraba las odiosas explicaciones y sobre todo las complicaciones; no quería, tras un revolcón, salir de inmediato al local de moda para que los vieran juntos.

Permitió que ella se levantara de la cama y la observó caminar, desnuda, hasta la puerta.

—¡Que no me entere yo de que ese culito pasa hambre!

Max se rió a carcajadas y esquivó la zapatilla que ella le lanzó con toda su mala leche. Joder, se lo había puesto a huevo.

De nuevo a solas, se quedó tendido en la cama escuchando los sonidos propios de una mujer arreglándose para salir. Antes nunca prestaba atención a esas pequeñas cosas; se suponía que una vez acabada la función él podía dormirse o vestirse para largarse, según el caso.

Bien mirado, antes nunca había compartido este grado de ¿intimidad? Con ninguna mujer. Claro que no era ajeno al hecho de que las mujeres se emperifollaban y todas esas majaderías.

—Como se te ocurra hacer cualquier comentario…

La voz de Nicole entrando en el dormitorio vestida con uno de sus sosos trajes le hizo abrir bien los ojos.

—Tengo un par: ¿prefieres el fino o la versión para mayores de dieciocho?

—Voy retrasada por tu culpa —abrió el armario y sacó unos zapatos—. Ahórratelos.

—¡Qué dura! Perdón, ¿dura es un comentario aceptable? —se burló él.

Ella lo fulminó con la mirada. Volvía a ser Nicole la abogada, y a él se le puso dura. Temiendo enfadarla aún más con sus comentarios, se limitó a apartar la sábana y que ella sacase conclusiones.

—Tápate. ¡Por Dios!

—Yo no he dicho nada.

—No hace falta, es más que evidente lo que estás pensando.

—¿Ah sí? ¿Y por qué no me dices lo que estoy pensando?

—No merece la pena —dijo ella en tono remilgado.

—Ven aquí —movió el dedo instándola a obedecer y ella negó con la cabeza—. Sólo quiero darte un beso de buena suerte —ella, desconfiada, volvió a negarse—. Te lo prometo, sólo un besito.

—Está bien —se acercó y Max la besó castamente en los labios.

—¿Ves? Yo cumplo mis promesas —dicho esto metió la mano por debajo de su falda—. Cosa que no puedo decir de ti. ¡Llevas bragas! ¿No habíamos hablado ya de eso?

—Max, por mucho que te empeñes no puedo ir por ahí con el culo al aire. ¡¿Qué haces?!

—Quitarte las bragas —tiró de ellas y se rompieron—. Ahora ya puedes ir a trabajar —se tumbó, guardó la prenda bajo la almohada y cerró los ojos—. Que tengas un buen día, cariño.

Sonrió, muy satisfecho consigo mismo cuando oyó el portazo que dio ella al marcharse.

Excelente.

Miró el reloj, con un poco de suerte podía echar una cabezadita y después acudir a la oficina. No tenía por qué, pero… ¡Qué narices! Estaba de buen humor y no tenía nada mejor que hacer.