Capítulo 6
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Dormir bien era un lujo desconocido, bien a causa de la carga de trabajo, que la obligaba a levantarse temprano, o bien por su insomnio crónico, así que, como todos los días, Nicole se levantó y se arregló siguiendo su rutina diaria, que comenzaba con una ducha, desayuno fugaz, maquillaje suave y recogido de pelo para terminar vistiéndose con uno de sus muchos trajes de chaqueta, en tonos neutros.

Cerró la puerta intentando hacer el menor ruido posible para no alertar a sus vecinas metomentodo; para su desgracia, esa condenada puerta no ajustaba bien, así que para encajarla dio un portazo, que, como era de esperar en un edificio antiguo, retumbó por todos lados.

—Maldita sea —masculló.

Que el ascensor no funcionara era tan habitual que optó directamente por las escaleras. Hoy tenía por delante varios asuntos; el principal: convencer a Thomas de que rechazase llevar la defensa de Hart.

Después de mucho meditarlo, llegó a la conclusión de que el enfrentamiento directo no llevaba a nada, así que apelaría a otras cuestiones como la amistad, e incluso podría intentar un acercamiento, en el terreno personal, pues podía asegurar que para Thomas pertenecer a la familia Sanders estaba entre sus prioridades.

Era triste, desde luego, y su madre estaría orgullosa, pues siempre repetía que a los hombres se los puede convencer de muchas maneras, pero sólo hay una que no falla. Amelia jamás pronunciaría la palabra sexo, aunque quedaba implícita en la frase. Mantener relaciones sexuales con Thomas era como ir al ginecólogo, abrirte de piernas y relajarte: cuanto menos lo pienses, antes se acaba. La única diferencia era que no se trataba de un trámite anual.

No podía culparlo a él al ciento por ciento: nunca era brusco, intentaba excitarla, pero no conseguía llegar al interruptor general.

Y, para qué negarlo, ella tampoco le ponía empeño.

Ella misma era consciente de sus escasas habilidades sexuales, quizás porque siempre las consideró una obligación. Sólo se había acostado con tres hombres: con el primero fue para no ser una virgen de por vida; con Aidan, porque estaban prometidos, y con Thomas, porque era lo más lógico.

Nunca entendió por qué algunas mujeres perdían la cabeza o hablaban del sexo como algo divino. ¿Qué tenía de divino sudar, jadear y deshacer la cama?

Se conseguía mucho más yendo al gimnasio.

—Buenos días…

Nicole oyó a sus espaldas la voz chillona y sarcástica de la señora Monroe.

—Buenos días —respondió educadamente.

—¿Sabe que de nuevo estamos sin ascensor?

—Sí, y lo siento.

—Ya, claro, lo siente… Pero para una jubilada como yo subir dos pisos supone un gran esfuerzo.

—No se preocupe, me encargaré de llamar al técnico —Nicole estaba a dos pasos de alcanzar la puerta y salir al exterior.

—¿No sería mejor instalar uno nuevo? —sugirió la anciana frustrando su huida.

Ya estamos de nuevo, pensó irritada; se mordió la lengua para no recordar a esa «adorable jubilada» que con la renta mísera que pagaban difícilmente cubría gastos.

—Hablaré de ello con los de mantenimiento. Si me disculpa…

—Cómo no, su trabajo es lo primero —contestó con cinismo la señora Monroe—. No me extraña que no pesque marido.

Nicole oyó ese último comentario y de nuevo se mordió la lengua.

¿Quién quiere un marido?, quiso responderle.

***

—Buenos días, señorita Sanders —saludó Helen al verla entrar, como siempre eficiente pero seca —. El señor Andrews la está esperando en su despacho.

—Gracias, Helen… ¿Thomas ha llegado? —inquirió. Ni loca iba a llamarlo señor Lewis.

—Aún no, tenía una cita en los juzgados.

—Avíseme cuando llegue, por favor.

Entró a su despacho y dejó el portafolio en la mesa. Andrews se puso inmediatamente en pie y le tendió la mano.

—Siento presentarme así —se disculpó él—, es urgente…

—Toma asiento, por favor.

Nicole hizo lo propio.

—Verás, ha llegado esto del ayuntamiento —le tendió una carta y esperó a que ella desdoblara el documento—. En resumen, nos obligan a rehabilitar el edificio, pues está situado en pleno centro turístico.

—Ya veo —Nicole lo miró por encima del papel.

—He presentado un recurso para ganar tiempo, aunque me temo que debemos ir pensando en acatar la decisión; los técnicos municipales han inspeccionado el inmueble y han presentado un informe con las reparaciones obligatorias.

—No nos dejan alternativa, por lo que aquí dice.

—Lo sé, yo mismo te aconsejé en su momento deshacerte de ese viejo edificio; venderlo ahora supondría perder dinero, ningún comprador se arriesgaría a tener que acometer una reforma de esa índole nada más firmar la compraventa.

—Aquí dice que debemos respetar la estructura original.

—Sí; al estar dentro del centro histórico, no podemos derribarlo.

—Ahora bien, indican que podemos acogernos a las ayudas.

—Ésa es la buena noticia. Ofrecen una línea de financiación a bajo interés.

—Está bien —Nicole sabía que tarde o temprano ocurriría; el dinero no era el problema, pero lo de meterse en obras…—. Ahora necesitamos encontrar una empresa de rehabilitación fiable.

—También me he encargado de eso: la semana que viene he concertado una cita con la empresa de restauración Scavolini; conozco al dueño, y ya ha trabajado para otros clientes míos.

—De acuerdo, te acompañaré.

—Como quieras —Andrews se levantó.

En ese instante llamaron a la puerta.

—Perdón, no sabía que estabas reunida —su socio entró—. ¿Cómo le va? —saludó a Andrews.

—Muy bien, gracias —el administrador devolvió el saludo.

Nicole observó la postura de Thomas, tan tranquilo como siempre, como si todo siguiera en su sitio, como si la pelea de ayer no hubiera tenido lugar.

Tanto control empezaba a molestarla. Por lo menos esperaba un poco de arrepentimiento. Verle charlar con su administrador la puso en el disparador. Tan formal, tan correcto, tan cretino.

Entrecerró los ojos; si en ese momento estaba segura de algo era de que intentar dialogar con Thomas serviría más bien para nada.

—Yo también intenté convencerla para que vendiera esa ruina. Nicole se dejó llevar por una especie de impulso sentimental —remató sus palabras con una sonrisa indulgente.

Ese último comentario, dicho en tono de reproche, junto con la sonrisa condescendiente del abogado la irritaron sobremanera.

—Thomas, no creo que eso sea de tu incumbencia —le espetó ella bruscamente, sorprendiendo a ambos; después se dirigió a Andrews—. Estaremos en contacto, concierta esa cita para la semana que viene y avísame de los detalles.

El administrador parpadeó un instante ante la tensión existente entre los dos. Afortunadamente no dijo nada, limitándose a despedirse con educación.

Cuando se quedaron a solas, Thomas adoptó una actitud serena, como siempre.

—Creo que ese comentario ha estado fuera de lugar —dijo él sin inmutarse.

—Y yo creo que tu opinión es irrelevante —Nicole intentaba controlarse.

—Veo que aún sigues disgustada.

—Disgustada es un término muy suave para describirlo —se acercó a él—. Espero que hayas reflexionado seriamente sobre nuestra conversación de ayer.

—No hay nada sobre lo que reflexionar, voy a encargarme del caso. Por supuesto, cuento contigo; ni qué decir tiene que tu trabajo es muy valioso como para desperdiciarlo. Tómatelo como un simple cambio de formas. Al fin y al cabo todo queda en casa.

—¿Entonces no hay manera de que cambies de opinión? —inquirió sabiendo de antemano la respuesta.

—No.

Si hubiera respondido de otra forma, Nicole se hubiera pellizcado para comprobar su estado.

—Bien.

Él la miró algo inquieto, el comportamiento alterado de ella era inusual.

—Deberías tomarte unas vacaciones… —aconsejó él, sin tener el más mínimo respeto por sus sentimientos.

Eso era justamente lo que Nicole no quería escuchar.

—Puede que tengas razón —dijo sarcástica—. O mejor aún, ¿por qué no me dedico a preparar una boda?

—¿Has reconsiderado la decisión de anular nuestro compromiso? —preguntó a medio caballo entre la sorpresa y la esperanza.

Así que era eso: Nicole percibió inmediatamente cómo Thomas aún acariciaba la idea de entrar formalmente en la familia Sanders.

—De todas formas, si nos casamos insistirás en tener hijos y que yo ocupe mi lugar como ama de casa, tendré que ir acostumbrándome a la idea, ¿no?

—Veo que te apasiona la idea —respondió Thomas con ironía.

—Entonces entiendes perfectamente mi postura.

—Nicole… —levantó una mano con intención de acariciarla en la mejilla, pero ella no se lo permitió—. Sé que esta situación es desagradable.

Él intentó de nuevo el acercamiento y ella se volvió a apartar.

—Pero tú insistes en ella —le reprochó.

—No me queda otra opción —Thomas empleó una voz suave, conciliadora.

Pero a Nicole no la engañaba, sabía lo que no tenía que hacer: confiar en él. Ahora quedaba lo más difícil, saber qué hacer.