Capítulo 26
Nicole, aburrida hasta la saciedad, estaba en un rincón charlando con Simon; allí por lo menos podía escapar de las miradas recriminatorias de su madre. Sabía que se estaba mordiendo la lengua, aunque tarde o temprano recibiría sus atenciones.
Y mientras tanto Thomas hacía su trabajo. Siempre atento, respondiendo lo que sus padres querían oír, tan políticamente correcto… Daban ganar de tirarle encima el café, hirviendo a ser posible. A ver si por una vez perdía la compostura.
Su padre y el abogado se enzarzaron en una conversación acerca de temas legales y Carol decidió que ya era hora de dar la lata a su prometido.
—Simon, cariño, ¿prefieres música clásica en la ceremonia o alguna balada romántica?
—Lo que tú quieras —respondió amablemente—. Confío en tu criterio.
Qué chico tan conformista, pensó Nicole; eso es amor y lo demás, tonterías.
—¿Y tú? —preguntó Carol a su prima—. Seguro que tu prometido y tú ya habéis hablado de ello.
Thomas, a quien no se le escapaba una, intervino rápidamente.
—Aún no lo hemos decidido —y de paso dedicó una sonrisa a la concurrencia.
—Pues no lo dejéis para última hora —comentó Carol, muy solícita ella. Cualquier cosa para asegurarse de que era el centro de atención.
—Por supuesto, gracias, Carol —alegó Thomas con su ensayada sonrisa.
—Vas a ser un novio muy atractivo —le respondió Carol devolviéndole la sonrisa y peloteando a diestro y siniestro.
—Creo que deberíamos hacer un intercambio. ¿Qué te parece, prima?
Todos miraron a Nicole como si hubiera perdido la cabeza al decir eso. Simon sonrió a modo de disculpa; Amelia miró severamente a su hija, advirtiéndola con la mirada de que se callase, y Thomas se acercó a ella: claro que ésta esquivó su mano cuando intentó agarrarla de la cintura. Carol se rió como una tonta.
—Creo que son los nervios, ¿verdad, hija? —intervino Nicholas intentando apaciguar el ambiente.
—Te estás pasando —murmuró Thomas en voz baja junto a Nicole para que nadie más lo oyera.
—Gilipollas —respondió ella en los mismos términos.
—Simon, cielo, no hagas caso a mi prima.
—Lo siento —murmuró Simon a Nicole antes de dejarla y dirigirse hacia Carol como un perro bien entrenado.
Por suerte el señor Sanders atrajo de nuevo la atención de Thomas, y éste, cómo no, aprovechaba cualquier ocasión para hacer la pelota a su futuro suegro. Aunque le aburrieran mortalmente las viejas batallitas de Nicholas como abogado.
Simon, callado como siempre, se escabulló con el pretexto de atender una llamada y Carol empezó a parlotear de su boda como si fuera el acontecimiento del siglo.
Nicole nunca bebía más allá de una copa de vino durante las comidas, pero en ese momento entendió a la perfección a aquellos que intentaban evadirse con una copa de coñac o lo que fuera.
Por hacer algo, cogió uno de los muestrarios que su prima había esparcido por la mesa y empezó a pasar hojas sin prestar atención.
—Tu comportamiento está siendo deplorable —regañó Amelia a su hija—, tus comentarios estaban fuera de lugar.
—Lo sé —admitirlo la dispensaba de un severo sermón.
—Thomas no se merece tus desaires; por suerte, y a diferencia de ti, sabe comportarse.
—Creo que la decoración de la iglesia debería ser minimalista —intervino Carol, pero ni madre ni hija hicieron caso.
—Por supuesto, Thomas es un caballero y sabe pasar por alto tus salidas de tono.
—¿O mejor algo temático? No sé, tipo oriental… —Carol seguía a lo suyo.
—Evidentemente, no me refiero únicamente a tus desplantes de hoy.
—Nicole, ¿tú qué opinas? —Carol persistía en su intento de introducir a su prima en sus planes.
—¿Qué dice Simon? —sabía perfectamente lo que diría, y aun así…
—Carol, querida, más tarde nos ocuparemos de eso —Amelia dio unas palmaditas a su sobrina en el brazo en tono amistoso. Después se concentró en su hija—. Espero que los rumores sean falsos.
—¿Rumores?
—A Thomas le ha costado un gran esfuerzo hablar con nosotros de tu… desliz con ese hombre. ¿Dónde tenías la cabeza? ¡Por el amor de Dios, se dedica a la construcción!
Carol abrió los ojos como platos fingiendo sorpresa y en ese momento todo lo relacionado con su boda pasó a un segundo plano.
—Estoy segura de ello —dijo la ahora hija díscola con ironía. Vaya con Thomas y sus fuentes de información.
—Nicole, éste es un asunto serio —su madre se esforzaba por no elevar la voz ante la actitud de su hija—. Espero que sólo haya sido un malentendido. Dime que no mantienes una relación con un… un… lo que sea.
—Mamá, no voy a discutir eso contigo y menos aún con Thomas.
—¡Estáis comprometidos! —exclamó su madre—. No se merece eso, querida, de ninguna manera —Amelia respiró profundamente—. Puedo entender que, en un momento de confusión, de debilidad… —hablaba como si fuera algo castigado por ley—. Pero tienes que poner fin a eso.
En ese instante entró Martha para avisar a la señora Sanders de que tenía una llamada y Amelia abandonó el salón.
Nicole sabía que, por desgracia, la conversación aún no había acabado.
—¿Has tenido una aventura? —preguntó Carol entusiasmada como si fuera una proeza.
—No —mintió Nicole, aunque podría estar diciendo la verdad.
—Vamos, prima, a mí puedes contármelo. Y que conste que me parece estupendo. Quiero decir, que a todas se nos pasa por la cabeza alguna vez.
—No me digas que has engañado a Simon.
—No —Carol tardó demasiado en responder y Nicole la miró fijamente.
—¿No?
—Estuve a punto, pero al final no me atreví. Simon me quiere y no se merece una cosa así.
—Simon es un buen hombre —asintió Nicole.
—¿Y Thomas no? —Nicole miró hacia otro lado—. No soy tan tonta como crees, prima, sé perfectamente que no os lleváis bien —ahora Carol ya no hablaba como la cabeza hueca que conocía —. Y estoy al tanto de la putada que te ha hecho y de cómo se pasa el día lamiéndole el culo a tus padres.
—Bonita forma de describirlo —respondió agriamente Nicole, aunque no añadiría ni una coma a lo sentenciado por ella.
—Si has tenido una aventura, bien por ti —Carol parecía sincera—. Se ve de lejos que no te sientes atraída por Thomas.
—Eres buena observadora.
Carol se encogió de hombros.
—Es la ventaja de que todos me tomen por tonta: hablan delante de mí sin preocuparse.
Nicole esbozó una sonrisa.
—Me alegro por ti —si hubiera tenido una copa en las manos brindaría por Carol.
—¿Lo conozco? —Nicole negó con la cabeza y se dio cuenta de su error, había admitido las palabras de su madre. Carol sonrió satisfecha—. ¿Es uno de eso fornidos albañiles que están trabajando en tu edificio? —parecía emocionada al decirlo—. Dios mío, en estos momentos te envidio.
Por suerte o por desgracia, según se mire, Amelia apareció de nuevo.
—Siento la interrupción —se disculpó su madre, y se sentó de nuevo en el sofá.
Nicole la observó; siempre tan correcta, siempre perfectamente arreglada para la ocasión, con uno de esos trajes sastre en tonos pastel y las joyas justas para mostrar su fortuna pero sin caer en la vulgaridad de los nuevos ricos.
Si no tengo cuidado, acabaré así dentro de treinta años, pensó amargamente.
—No te preocupes, Amelia, estábamos hablando de mi boda.
Gracias por el cable, prima.
—Me alegra oír eso, al fin y al cabo Nicole es la siguiente, y una boda requiere tantos prepara…
—Mamá, Thomas y yo no vamos a casarnos —interrumpió Nicole.
—¿Es por ese hombre? —preguntó su madre enfadada.
—No, simplemente he reflexionado y he llegado a la conclusión de que no tendríamos un buen matrimonio. No estoy enamorada de él, ni él de mí —añadió por si acaso. Aunque haber conocido a Max era un factor determinante.
—Eso no son más que bobadas, hija —la contradijo su madre—. Sois socios, trabajáis juntos, tenéis intereses comunes…
—Pero no le quiero —sentenció Nicole— y no necesito un marido y menos aún uno que me subestime, me desacredite y se burle de mi trabajo.
—¡No sabes lo que dices!
—Mamá, sé perfectamente de qué hablo; su última jugarreta sólo ha servido para abrirme los ojos. No quiero casarme con Thomas. No quiero casarme con nadie —se mantuvo firme y buscó las palabras que su madre no quería oír—: No me excita, hace tiempo que no mantenemos relaciones sexuales…
—¡Nicole!
—Es la verdad, mamá, no voy a comprometerme con un hombre al que no soporto y al que no tengo ningún aprecio. No quiero ser su florero particular.
—¿Te estás oyendo? —Amelia estaba a punto de perder los papeles—. Un matrimonio es mucho más que sexo —casi se atraganta al decirlo.
—Bueno, el sexo está muy bien —apuntó Carol, y Amelia la fulminó con la mirada.
—Por supuesto que es mucho más que sexo: es respeto, comprensión, por parte de los dos, y Thomas ni me respeta ni me comprende. Sólo quiere a una mujer que lo ayude a escalar posiciones, mantenga la boca cerrada y se entretenga con los niños.
—Querida, ¿no quieres tener hijos?
—No —respondió categóricamente— y, en el caso de quererlos, no tengo por qué casarme.
Se puso de pie, ya había dicho cuanto tenía que decir y no estaba dispuesta a que Thomas apareciera para unirse a su madre en la cruzada contra ella. Sabía que más tarde su socio estaría informado de esta conversación, pero ahora sólo deseaba marcharse y olvidar.
Estaba hasta la coronilla, todo el mundo diciéndole cuanto tenía que hacer, sin prestar jamás atención a lo que ella sentía o necesitaba.
—¡Nicole! —la estridente y amenazante voz de su madre la detuvo—. No puedes hacernos esto ni a tu padre ni a mí —Amelia la siguió hasta la puerta e intentó detenerla—. No sé qué te ha pasado últimamente, pero sea lo que sea debes reconsiderar todo el asunto de tu boda.
—Mamá, precisamente reconsiderar es lo que he estado haciendo.
—¡No sabes lo que dices!
—¿Ocurre algo? —intervino Thomas. Había intuido problemas y no estaba de más acercarse a investigar.
—Nada, simplemente me marcho —respondió Nicole con tirantez.
—Ah, bien —el abogado sonrió—. Te acompaño. Me despido de tus padres y nos vamos.
—He traído mi propio coche, no te molestes.
Ni loca iba a permitir que la acompañase, y no sólo por evitar su compañía. Sin duda Thomas tendría el discurso preparado para aburrirla de camino a casa, en el que no faltaría su extraño comportamiento, su falta de interés por su compromiso, ahí tenía razón, y, por supuestísimo, el «incidente» que contempló en la oficina. El muy traidor… no había mencionado, delante de ella, ni una sola palabra, pero no perdió el tiempo contándoselo a sus padres.