Birdlip, 15 de mayo, 1943
Consideración Interna y Consideración Externa
XI
sobre ser pasivo (5)
Proseguiremos hablando hoy sobre el tema de la no identificación consigo mismo. Les recuerdo otra vez que la gente da por supuesto esa cosa llamada sí mismo, y no solo la toma como una sola cosa sino que permite decir «Yo» a todo lo que ello hace o piensa o siente.
Hemos hablado la última vez sobre la identificación consigo mismo desde el punto de vista de los centros y hemos empezado con el Centro Intelectual. Cuando se enseña por primera vez la observación de sí, se dice que es preciso el trabajo de los diferentes centros de modo que se pueda ver si las tres personas que están en uno corresponden a ellos. Las actividades del Centro Intelectual son muchas. La última vez nos hemos referido a las opiniones y pensamientos que pertenecen al Centro Intelectual. Por lo general un hombre se identifica por completo con sus opiniones, que fueron tomadas en préstamo de otras personas, de periódicos, etc. Luego se habló de la identificación con los pensamientos. Nuestros pensamientos no son visibles para las demás personas, ni para nosotros. Pero son cosas muy definidas, compuestas de sustancias definidas. Solemos ser más o menos conscientes de nuestros pensamientos. Ahora bien, cuando se observa un pensamiento, no se está identificado con él. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que a menos que se observe el Centro Intelectual y lo que sucede en él se tiende a presuponer nuestras actividades. Se creerá en los propios pensamientos o se los dará por supuestos. Se identificará uno con ellos. Se les conferirá la calidad de veracidad y se dirá «Yo pienso» o, más interiormente, se tomará esos pensamientos como si fueran uno mismo. Entonces tienen poder y ejercen su influencia. Un pensamiento desagradable, lúgubre, pesado, receloso, pesimista, malvado, etc. —todos esos pensamientos se convierten en usted: y así usted es ellos, por medio de la identificación con ellos—. Pero usted no es sus pensamientos. Cualquier pensamiento puede penetrar en la mente. Toda clase de pensamientos malos, inútiles, estúpidos, informes e imbéciles suelen penetrar en la mente. Y si dice «Yo» a todos ellos, ¿dónde estará usted? Dirá «sí» a todos ellos. Los aceptará. En suma, se identificará con ellos, porque en todo momento los creerá «Yo» y creerá que «Yo» es pensarlos y que son sus pensamientos. Pero, como dije, cualquier pensamiento puede entrar en la mente, del mismo modo que la gente suele entrar en su casa. Son muy escasos los pensamientos que merecen ser seguidos con el fin de comenzar a pensar rectamente; casi todos tienen que ser desechados por su inutilidad o su falta absoluta de sentido. Los pensamientos pueden ser por cierto muy peligrosos, sobre todo cuando se los acepta como si fueran propios. Es tal nuestra ingenuidad que creemos que todos los pensamientos que pasan por la mente son nuestros y que nosotros mismos los hemos pensado. Y así decimos «Yo» a ellos, porque no podemos hacer otra cosa. Pero si comprendemos que hemos de observar nuestros pensamientos, nuestro punto de vista no tardará en ser muy diferente.
Recuerdo que, hace muchos años, cuando mi mujer y yo abandonamos el Instituto de Francia y fuimos a casa de mi abuelo en Escocia, pasé muchos meses examinando en la biblioteca de mi abuelo, los libros de teología escritos por diversos teólogos escoceses. Eran todos, claro está, puramente informativos. Versaban sobre temas doctrinales y sobre la letra de la ley y se entregaban a toda clase de argumentos capciosos. Pero uno de ellos me sorprendió. El autor decía que es menester recordar que el diablo nos envía muchos pensamientos y que no hay que creer que son los propios. Explicaba esta idea con bastante amplitud y muchas veces subrayaba la frase: «Nuestros pensamientos no son nuestros». Tenía aquí a un hombre que comprendía algo psicológico y leerlo era como un fresco soplo de aire, entre todos aquellos libros muertos y terribles, en los cuales no se veía huella alguna de comprensión, y nada se decía en el nivel psicológico y todo se tomaba en su sentido literal —en el nivel de la piedra—. Este autor decía que no éramos responsables de nuestros pensamientos, sino de nuestro pensar. Un pensamiento pasa por la mente y busca atraernos. Si lo logra, se empieza a «pensarlo» —es decir, a pensar desde él—. Entonces se magnifica ese pensamiento, prestándole atención y pensando desde él, hasta que crece en todas direcciones, y forma, por así decirlo, un arbolito de pensamiento en uno mismo, que da su fruto, el que a su vez es la semilla de otros pensamientos. Esto es bastante claro en el caso de los pensamientos de recelo.
Es preciso comprender que el pensamiento y pensar no son la misma cosa. Supongamos que le pasa por la mente el pensamiento de que el Sr. X está mintiendo. Éste es solo un pensamiento. Es probable que se diga: «Tengo que pensarlo». Pero si cree en ese pensamiento enseguida se identifica con él. Su pensamiento ha transformado ahora al Sr. X en un mentiroso. Los pensamientos con los cuales nos identificamos cambian las cosas en sumo grado. Por ejemplo, algunas personas se identifican generalmente con pensamientos sombríos, tortuosos, recelosos. Gustan de los pensamientos que tienen esa forma y color. De modo que aceptan esos pensamientos y rechazan los otros. Esos pensamientos alteran las cosas, como llevar anteojos oscuros. Ahora bien, como están identificadas con esos pensamientos no pueden verlos. Ellos son esos pensamientos de modo que no pueden observarlos y ver que son cierta clase de pensamientos y que existen toda suerte de otros pensamientos, con formas y colores muy diferentes. Un hombre puede tener toda clase de pensamientos. Cualquier pensamiento puede entrar en un hombre. En los Evangelios se señala que no es lo que entra en un hombre lo que lo mancilla sino lo que sale de un hombre. Cualquier clase de pensamiento puede entrar en la mente, pero si uno se identifica con él y obra según él —o más bien, reacciona— es otra cuestión. Si uno se identifica con un pensamiento le dice «Yo» a él y cree en él. Por eso pensará según él u obrará según él. Cómo piensa y cómo obra es lo que sale de usted. Los pensamientos que entran en la mente es lo que entra en un hombre. Lo que piensa y hace según ese pensamiento es lo que sale de él. Un pensamiento que es una mentira, un pensamiento equivocado, mal unido, un pensamiento falso, un pensamiento deprimente, un pensamiento que se aferra a una cosa e ignora todo lo demás, o esa clase de pensamiento que solo niega y contradice, etc. —si una persona se identifica con tales pensamientos, pensará y obrará según ellos—. Su mente será una confusión. Las ideas de este Trabajo se proponen construir la mente en un orden correcto de modo que todo se interrelacione armónicamente. En el centro de la mente está el Rayo de Creación —es decir, la Escala de Ser. Desde la cosa más baja a la más elevada todo ocupa el lugar que le corresponde. Pero a menos que la Mente sea cambiada por el Trabajo, sigue pensando que todos sus pensamientos son reales y verídicos. La mente se asemeja a una tienda que está tirada en el suelo, en un montón informe, sin su soporte central. Todas sus partes se tocan de un modo equivocado. La tela no está extendida. Por medio del adiestramiento del Trabajo y aprendiendo a pensar según lo que enseña, un hombre llega a ser capaz de distinguir entre el pensamiento correcto y el pensamiento incorrecto. Empieza, a aprender cómo pensar en escala correcta, y cómo no mezclar las escalas. Todo ello lo ayuda a no identificarse con sus pensamientos. Le da un centro de gravedad a su pensamiento.
Este Trabajo se propone hacer que el hombre piense rectamente. Por eso es tan importante entender lo que el Trabajo enseña. Al aprender, por ejemplo química, o, si prefiere, un idioma extranjero, es muy importante prestar atención a lo que le enseñan, y disponerlo en la mente, y reflexionar sobre lo que le están enseñando. Mucha gente nunca piensa en lo que le están enseñando. Pero en el Trabajo es necesario. ¿Por qué? Porque edifica un nuevo sistema de pensamiento y de pensar en la mente. En realidad, hace que la mente empiece a trabajar de una manera correcta —que en realidad piense—.
Permítanme subrayar ahora que un pensamiento, y pensar un pensamiento, no son la misma cosa. Un pensamiento puede entrar en la mente, pero se puede pensarlo o no. Y aun cuando se lo piense, no es preciso identificarse necesariamente con él. Pero hay muchas clases diferentes de pensamiento, elevados y bajos, grandes y pequeños, y esto pertenece a una enseñanza que daremos posteriormente. Lo que es preciso comprender ahora es que los pensamientos son de todas las clases posibles y que no son nuestros, pero que llegan a ser nuestros mediante la identificación con ellos. Y si se hace así, nos llevan de un lado para otro. Hay una ciencia del pensamiento. Este Trabajo, con todas sus ideas y enseñanzas e instrucciones, tiene que ver con una correcta ciencia del pensamiento y del pensar. Por esta razón, todos aquéllos que han prestado atención al Trabajo durante algunos años deberían saber lo que significa culpar los pensamientos y el pensar, y ser capaces de ver los pensamientos y el pensar inadecuados y no relacionados, los pensamientos débiles, los pensamientos negativos, los pensamientos inútiles, los pensamientos embusteros, etc. El primer cambio exigido en este Trabajo, como en los Evangelios, es un cambio de mente. Mas para que tenga lugar un «cambio de mente», es preciso empezar a pensar desde el Trabajo y lo que éste enseña. Luego más tarde, quizá, se puede empezar a obrar desde el Trabajo. Pero ante todo es preciso una nueva manera de pensar. Ahora bien, en esta disertación estamos hablando sobre lo que enseña el Trabajo. Dice que suelen entrar en la mente diversos pensamientos, pero que no son nuestros pensamientos. Dice que se puede pensarlos o no, y que se puede identificarse con ellos o no. Cuando se oye esto, como parte de la enseñanza del Trabajo, y se lo aplica por la observación de sí al Centro Intelectual, se comprenderá que es muy cierto. Cuando se lo comprenda, se pensará de una nueva manera acerca de sí.
Si se puede entender prácticamente —es decir, por la experiencia— que es posible ser pasivo hacia los pensamientos no identificándose con ellos, ya se ha llegado a una etapa definida de trabajo sobre el Centro Intelectual. Pero si se toma a sí mismo como uno solo nunca llegará a este punto. Seguirá apegado a la ilusión de que todos sus pensamientos así como todos sus sentimientos y estados de ánimo son usted o más bien «Yo mismo». No se discernirá el dilatado mundo interior de alturas y profundidades que contiene miles de habitantes, buenos y malos, a los que se considera como si fueran una sola persona, como uno mismo, y en el acostumbrado estado de sueño se les dice «Yo» en todo momento. A todo cuanto tiene lugar en uno mismo se lo llama «Yo». De modo que nunca se podrá salir de la posición en que se está, por tomarse a sí mismo como uno, y así nunca se comprenderá lo que significa llegar a ser pasivo para consigo mismo.
En la disertación anterior hemos hablado del trabajo práctico que lleva a ser pasivo hacia los pensamientos. Ello pertenece al trabajo profundo en el Centro Intelectual. La presente disertación trata del trabajo práctico sobre la no identificación con los pensamientos.