Birdlip, 19 de julio, 1941 comentario
Algunos pensamientos sobre la guerra desde el punto de vista del
trabajo
Parte I.
La guerra es un evento que arrastra a millones de hombres quiéranlo o no, a su torbellino. La gente, empero, se imagina que es libre. Toda la vida del hombre se basa en la idea de que su elección es libre. Si un hombre pudiera ver claramente que es mecánico, es decir, que no es libre, no podría soportarlo. Es preciso comprender que en la tierra la humanidad está bajo 48 leyes, y cada persona está en realidad bajo 96 órdenes de leyes. Esto es a primera vista difícil a menos que se recuerde el Rayo de Creación y se comprenda así que una parte está bajo más leyes que el todo. Sin embargo, el hecho de que el hombre en la tierra está bajo muchas leyes se comprende en general. Estas leyes o influencias, de las cuales algunas crecen y otras menguan, o se entrecruzan y forman diferentes combinaciones, producen los eventos que forman el drama de la existencia humana en la superficie de la tierra. Antes de que ocurra un evento, no cuesta nada decir que se está libre de él. Pero cuando se produce el evento, el caso es diferente. Al parecer, trata de arrastrar a todos aquéllos que están a su alcance y de alimentarse con ellos. La gente olvida lo que pensaba antes. El evento los atrae a su esfera de influencia. Por medio de los topes y la justificación de sí, entran en el evento y caen bajo su poder. Un hombre resuelve que nunca luchará otra vez en una guerra. Está seguro de no hacerlo. Pero cuando empieza a oír el redoble de los tambores, cuando comienzan los horrores y la locura de la guerra y los ve o se entera de ellos por la lectura, olvida todas sus resoluciones. Y ocurre lo mismo no solo con los eventos en escala de la guerra, sino con los eventos en escala de la vida cotidiana ordinaria. Porque los eventos están en distintas escalas. Por ejemplo, existen los eventos colectivos, es decir, los eventos en que están implicadas muchas naciones o una sola nación, tales como las guerras o las revoluciones. Y al otro extremo de la escala están los pequeños ciclos de acontecimientos que forman la vida privada del hombre común y que giran como ruedecillas, repitiéndose interminablemente, de la misma manera, a no ser que el hombre empiece a luchar consigo mismo y cambie. Y aunque nadie esté realmente satisfecho de su vida, no ve que su nivel de ser atrae su clase particular de vida, es decir, el ciclo repetido de los pequeños sucesos. Los acontecimientos colectivos, a saber, los acontecimientos que comprometen a millones de hombres, se asemejan a grandes ruedas. Pero la vida de una persona se asemeja a una ruedecilla que gira en alguna enorme máquina de grandes y pequeñas ruedas y todas esas ruedas, grandes y pequeñas, forman la «vida», que arrastra a todos.
Este trabajo habla muchas veces de la necesidad de aislarnos de los acontecimientos colectivos. Estamos en relación con ellos por nuestras actitudes, como por hilos invisibles. Para aislarse de los acontecimientos colectivos, es preciso cambiar las actitudes en uno mismo. Solo mediante una actitud correcta hacia el trabajo se ven las actitudes formadas mecánicamente y se las puede cambiar o bien producir un cambio en dichas actitudes. Solo se puede observar una cosa en uno mismo por medio de otra cosa. Una cosa no puede observarse a sí misma. Para observar, es preciso estar fuera de lo que se observa. Todo el sistema de trabajo y todas sus ideas, que pertenecen a una añeja enseñanza acerca del hombre y de su posible desarrollo y libertad interior, ofrecen la plena posibilidad de la observación de sí, es decir, que uno puede observarse a sí mismo según la enseñanza, las ideas y al conocimiento del trabajo. El hombre en la vida no puede hacerlo, pues ha sido formado por la vida y solo puede observarse a sí mismo según las ideas pertenecientes a la vida.
En este sistema se dice que la guerra fue causada por influencias extraterrestres, no por la gente. Se dice simplemente que las influencias planetarias crean la guerra en la tierra. Pero se agrega que esas influencias crean la guerra en la humanidad dormida. Debido a que el hombre está tan profundamente dormido, estas influencias obran sobre él en una forma particular. Si estuviese despierto, obrarían sobre él en otra forma. El mayor de los errores y la mayor de las injusticias que cometemos, respecto de nuestros semejantes, es imaginar que todos son conscientes. Este trabajo nos dice también que en la vida todo sucede. Al parecer el hombre hace y puede hacer, pero esto no es así, sino en apariencia. En realidad, todo sucede, de la misma manera que la última guerra sucedió y la guerra actual sucede. El trabajo insiste en que todo sucede en la tierra porque el hombre está dormido. Todo sucede en un mundo de gente dormida. Todo cuanto tiene lugar tiene lugar de la única manera en que puede hacerlo. Millones de hombres se matan los unos a los otros, y sufren desdichas increíbles, porque no pueden hacer otra cosa, y todo ello no conduce a lugar alguno. Lo único que puede llevar a algún lugar es el despertar del sueño. En cada pequeña fracción de tiempo, algunas personas están prontas para despertar. Si no lo hacen, impiden el paso a las otras. Es como una escalera en la cual cada peldaño está ocupado por gente. Si las personas que están arriba no se mueven, los que están debajo tampoco pueden moverse. Despertar es la tarea individual de cada persona. Pero solo unos pocos pueden despertar al mismo tiempo o encontrar las posibilidades, que se les ofrecen. Si empiezan a despertar el efecto cunde y otros empiezan a comprender qué significa el trabajo y qué significa el despertar.
El hipnotismo de la vida es siempre muy poderoso. La naturaleza tiene como fin mantener al hombre dormido y apoyado en la violencia, porque así sirve a los propósitos de la naturaleza. El trabajo es una fuerza que penetra en la vida proveniente de fuentes conscientes que están fuera de la vida. Hoy el hipnotismo de guerra es muy fuerte. Es preciso resistirlo. Con el fin de resistirlo, las influencias que nos llegan por medio de este trabajo deben mantenerse vivas. Con ese fin es preciso pensar constantemente en él, concentrarse en sus diferentes aspectos, renovarlo diariamente, y ponerlo en práctica. El trabajo debe mantenerse vivo y todo cuanto lo mantiene vivo es útil y todo cuanto tiene un efecto contrario es dañino. Cada uno de ustedes debe pensar en lo que significa mantener vivo el trabajo en esta época y en el esfuerzo que requiere por parte de quienes enseñan este sistema. Solo aquéllos que piensan seriamente en el trabajo y ven todas sus dificultades y han comprendido por sí mismos cuan fácil es olvidar todo y recaer en la vida ordinaria pueden comprender lo que esto significa. Cabe agregar otra cosa —ustedes ya están enterados de que en este camino todos deben desempeñar su parte en la vida— es decir, el cuarto camino —que ahora estudiamos—. Pero una cosa es identificarse con lo que debe hacerse en la vida y otra tomar la vida como medio de trabajo sobre sí. La vida y el trabajo no deben mezclarse. Si un hombre mezcla el trabajo con la vida y no puede ver la diferencia, no sentirá la acción del trabajo sobre él. Se desvanecerá y llegará a ser nada en su mente. Como ustedes saben, se destacó este punto en muchas de las conferencias que se dieron desde que empezara la guerra. La razón de ello es evidente, pero aunque sea así, lo olvidamos fácilmente y debemos luchar una y otra vez por recordar el trabajo y restablecerlo en nuestra mente, ver una vez más su significado interior, y comprender de nuevo por qué este trabajo, en una forma o en otra, siempre fue enseñado a la sufriente humanidad en todas las épocas. Del mismo modo que no hay que amoldarse a la guerra, tampoco hay que amoldarse al sistema. Amoldarse a la guerra es caer en el sueño en lo que concierne a la guerra.
Algunos pensamientos sobre la guerra desde el punto de vista del trabajo.
Parte II.
Todo lo que se basa en la violencia solo puede crear la violencia. No hay una sola escuela de verdadera enseñanza que enseñe la violencia. Hasta las escuelas de Hatha-Yoga, como las dudosas escuelas de Jiu-Jitsu, en realidad no enseñan la violencia sino el método de vencer la violencia, pero muchas veces se la toma en un sentido erróneo, y en las escuelas de Hatha-Yoga hay muchas cosas equivocadas e inútiles. El hombre —el hombre natural— se apoya en la violencia y debido a ello dirige ciertas influencias planetarias de un modo, particular que producen la guerra. Las influencias planetarias no son ni buenas ni malas. Es el estado interior del hombre lo que las traduce en bien o en mal. El hombre debe vencer la violencia en sí mismo. Ésta es una cuestión de la mayor importancia, y antes que nada el hombre debe estudiar la identificación en sí mismo hasta sus raíces antes de que pueda comprender qué significa vencer la violencia en sí mismo. La guerra existe porque el hombre se basa en la violencia. Si recibe influencias que no sabe cómo usar y no comprende debido a su aparato receptor defectuoso y no desarrollado, no puede manejarlas, y así pasan a la irritación, la ira o la violencia. El hombre se asemeja a un mal transmisor. Es malo porque transmite mal. Si un hombre empieza a ocuparse más conscientemente del pequeño ciclo de sucesos recurrentes en su vida personal y no se identifica con algunos de ellos, será capaz de transformar su vida en pequeña escala. Transmite algo mejor y empieza a estar algo más libre de la maquinaria que gira a su alrededor. Si todos lo hicieran, las influencias planetarias que actúan sobre el hombre no podrían llevar con tanta facilidad a la humanidad a la guerra. La gente entonces podría resistirse a la guerra.
Cuando sobreviene la guerra, los hombres encuentran razones que la justifican y hasta se sienten dispuestos a participar voluntariamente en ella. Por consiguiente, la guerra, como un amplio acontecimiento colectivo, como un torbellino, los apresa en su poderosa influencia y los obliga a tomar parte en ella. Por eso, si la necesidad se impone por sí misma el hombre, ni siquiera necesita servir a la naturaleza. Si practica el Karma Yoga —es decir, si no se identifica con lo que tiene que hacer y debe hacer— se libera de esa servidumbre. Pero si siente que es una cosa buena hacer lo que está haciendo, se identificará hasta el extremo de desear ser recompensado por su meritoria acción. Practicar la no identificación puede llevar a algún lugar; servir a la naturaleza no lleva a lugar alguno. No hay recompensas exteriores para la no identificación. Todo cuanto haga un hombre respecto del trabajo sobre sí no tiene relación alguna con las retribuciones de la vida exterior. Solo usted sabe lo que usted hace a este respecto. Si se le exige que sea un buen dueño de casa, un hombre debe hacer en lo posible lo que se espera de él. Pero debe recordar que el buen dueño de casa se define como el hombre que acepta sus responsabilidades y obra con arreglo a ellas, pero que no cree en la vida. Ésta, a primera vista, es una definición extraordinaria. Consideremos su significado. Un buen dueño de casa, en el sentido del trabajo, es el hombre que se desempeña concienzudamente; por ejemplo, cuando ejerce su profesión no lo hace por sí mismo, sino por temor a su reputación por la ganancia, el poder, etc. No cree en la vida, pero ve la vida de cierta manera y se desempeña bien, pero no según él mismo. Quizás haga la cosa justa pero de una manera equivocada. Por eso el sendero, o, como se lo llama, «El Camino del Buen Dueño de Casa», es tan largo, y exige tantas repeticiones. Todos conocen una importante clase de gentes que cumplen su deber, no porque creen en la vida, sino porque influye en ellas el mérito, las recompensas, la ambición, el poder, el dinero, y tal vez ciertos ideales de mejoramiento. Atribuyen todo a sí mismas. Su actitud hacia la vida les permite muchas veces obrar como si no estuviesen identificadas. Pero están identificadas de su propia manera. Empero, estas gentes son muy útiles en la vida y a menudo producen la impresión de obrar con sinceridad. Y para consigo mismas, son al parecer sinceras y honestas. Pero en cualquier situación que exige un verdadero sacrificio de su posición, etc., vacilan y encuentran diversas razones para no obrar de éste o de otro modo. Están en la vida. Pero no creen en la vida. «El Camino del Buen Dueño de Casa» es largo porque lo que hay de bueno en estas personas debe ser mudado de su base y transformarse en algo verdadero y esencial. Un hombre puede ser una buena persona mecánicamente, según sus actitudes, empero su bondad no es verdadera. Si un hombre cumple con su deber en la vida como un buen dueño de casa, está al parecer cerca de la acción sin identificación. Sin embargo, está muy lejos de la acción sin identificación. En los Evangelios, Cristo atacó al buen dueño de casa cuando atacó a los fariseos, y es preciso leer todo cuanto se dice allí de ellos y de su merecimiento. Quizá Cristo los atacó con tanta acritud porque eran los hombres que podrían haberlo comprendido y que habrían sido más útiles. Como han de saber; este trabajo ataca la falsa personalidad, porque es irreal —es decir, porque no puede constituir el punto inicial de la evolución interior. Es mucho lo que se puede decir sobre este particular, pero ya se dijo bastante como para plantear cuestiones acerca de la guerra y acerca de la comprensión según las ideas del trabajo.