Birdlip, 1.º de febrero, 1943
Pensar desde la vida y pensar desde el trabajo
I
Documento I.
El siguiente documento fue escrito después de una conversación que versó sobre el pensamiento desde el nivel de vida y el pensamiento desde el nivel del Trabajo. La conversación se inició con una referencia a las personas posesivas —es decir, a aquéllas que se identifican con sus posesiones— aquéllas que dicen, por ejemplo: «¿Dónde está mi libro?». «No tomé mi almuerzo», o «Mi sueño», o «Mi justa parte». No se discutió la mera cuestión de poseer cosas sino el sentimiento de tener derecho a poseer cosas. Todos ustedes conocen la clase de trabajador que antepone sus sagrados derechos a cualquier cosa y que dice: «Tengo que tomar mi cena» en medio de alguna tarea de la mayor importancia, y se siente contrariado y profundamente ofendido durante el resto del día si le dicen que esa vez puede muy bien perder su cena. Y el mismo hombre, si alguien le pide prestada una de las herramientas que no está usando, no dejará de quejarse y de reclamar «mi escoplo, mi martillo», etc. Este ejemplo es muy claro. Pero todo radica en encontrar en sí mismo a ese «obrero» ese «Yo» que insiste en que le respeten sus sagrados derechos y dice mi a todo y es tan inflexible y rígido y falto de inteligencia. Recuerdan que «la inteligencia se distingue por su poder de adaptación y que toda la fuerza en el Trabajo significa flexibilidad, no rigidez». El «hombre fuerte» en la vida es, por lo general, considerado desde el ángulo del Trabajo, simplemente un hombre cristalizado en la Personalidad —un hombre que comprende una sola cosa a la vez, como se suele decir. En esta charla examinaremos la diferencia que existe entre el pensar desde la vida y hacerlo desde el Trabajo. Pensar desde el Trabajo es pensar según las ideas enseñadas por el Trabajo. Si se intenta hacer este Trabajo sin haber entendido las ideas, y sin pensar de acuerdo con ellas es lo mismo que aprender a nadar estando en el suelo. Estos esfuerzos se apoyan en una base por completo equivocada.
Las ideas del Trabajo nos dan una nueva manera de pensar. Seguir pensando desde las ideas de vida y tratar de hacer el Trabajo al mismo tiempo es mezclar las cosas. Es preciso aprender a mirar la vida y sus eventos a través de las ideas del Trabajo —a reinterpretar la vida—. A menos que no se hayan meditado y asimilado las ideas del Trabajo, se carecerá de las fuerzas necesarias para resistir la acción que la vida ejerce sobre uno. Por eso el trabajo personal seguirá perdiendo fuerzas. Todos piensan según sus ideas u opiniones ordinarias. Pero el Trabajo nos da nuevas ideas, nuevos conceptos. Si pensamos desde las ideas del Trabajo veremos la vida según una perspectiva diferente y nuestro trabajo personal recibirá la ayuda de las ideas del Trabajo. Entonces el trabajo sobre sí recibirá su fuerza de las ideas del Trabajo. Las ideas tienen fuerza. Las ideas son lo más poderoso que existe. Pero trabajar sobre sí con ideas de vida comunes es eventualmente imposible. Las parábolas que en los Evangelios se refieren a este particular ya fueron mencionadas en disertaciones anteriores —por ejemplo, remendar un viejo vestido con un trozo de tela nuevo y poner vino nuevo en viejos odres.
Nos ocuparemos esta noche de una de las ideas del Trabajo que nos inducirá a pensar de una nueva manera respecto a la vida. Permítanme recordarles primero que en los Evangelios se dice constantemente que un hombre debe pensar de una nueva manera —la palabra fue traducida equivocadamente por arrepentirse—. Para cambiar el ser, para elevar su nivel, es preciso pensar de una nueva manera. Y todas las ideas que se imparten una y otra vez en el Trabajo tienden a procurar los medios de pensar de una nueva manera.
La idea de que el Hombre está dormido es una nueva idea, tal como su aplicación personal —que significa que uno está dormido—. La idea general de que el hombre puede evolucionar en esta vida, y de que fue creado para que lo haga así, es asimismo una nueva idea.
¿Han entendido la idea de evolución tal como la enseña el Trabajo? ¿Ha llegado ya a formar parte de su pensamiento? En suma, ¿lo han pensado seriamente? ¿O es simplemente un vago concepto en su memoria? Recuerden que el Trabajo solo se enseña durante cierto tiempo. Este tiempo tiene un límite.
Hay evolución y no hay evolución. Para nosotros como individuos, no hay evolución mecánica. Pero hay una evolución consciente, y la enseñanza esotérica en todos los tiempos se ha referido a la posibilidad de una evolución individual consciente. La evolución consciente solo tiene lugar mediante un esfuerzo consciente. A esto se refiere el Trabajo. Un solo individuo puede evolucionar. La humanidad no puede evolucionar salvo en función de la evolución de los planetas. Usted puede evolucionar ahora. Pero no todos pueden evolucionar. No hay evolución colectiva: pero hay evolución individual. De usted depende todo, como individuo y como organismo autoevolutivo. ¿Entiende la enseñanza del Trabajo sobre este particular? Hay un ejemplo, y solo un ejemplo de pensamiento desde la idea del Trabajo. Si usted empieza a pensar desde esta idea recibirá fuerza para trabajar sobre sí mismo. Mientras que, si sus ideas no son claras, o son meras ideas de vida, pensará incorrectamente. En su mente las ideas serán incorrectas y por eso, cuando trate de trabajar sobre sí, lo que está haciendo estará en contradicción con sus pensamientos ordinarios. Y de este modo sus pensamientos e ideas ordinarios contrarrestarán sus esfuerzos. Mientras que, si trabaja sobre sí en presencia del Trabajo —es decir, en correspondencia con las ideas del Trabajo— sus esfuerzos recibirán la ayuda de las ideas del Trabajo en su mente. Las ideas del Trabajo son conductoras de una gran fuerza cuando se las entiende y llegan a formar parte de su pensamiento interior. Pero las ideas de vida le extraen su fuerza. Hacen que usted se identifique con la vida y todos sus eventos. La vida agota a la gente. Las ideas del Trabajo lo protegen de la vida y le ayudan a crear más fuerza, impidiendo que la vida, la Luna lo «coma». Impiden que la vida lo transforme —en una máquina dirigida por los eventos exteriores. Las ideas de Trabajo reinterpretan la vida para usted. Le dicen a qué se asemeja la vida.
Ahora nos referiremos a la parte inicial de este Documento —al hombre que dice— «Mi libro, mi almuerzo, mi cena», y que tiene tantas ideas sobre sus derechos sagrados. Tal hombre está en todo hombre y es el que piensa desde la vida. Pero en el Trabajo debemos aprender gradualmente a no pensar más de este modo. Los asuntos personales pierden su importancia en vista de las ideas de la enseñanza. Si no podemos escapar de este nivel de pensamiento personal, de egoísmo personal, de las ofensas personales y las ventajas personales, ¿cómo seremos capaces de pensar más allá de nosotros mismos y de nuestras necesidades? Cuando fui con mi mujer al Instituto en Francia, G. nos dijo: «Recuerden, la Personalidad no tiene derecho a existir aquí». ¡Piensen en lo que ello significa! Cuán difícil es hablar en el Trabajo a gente que se da mucha importancia, que tiene extraordinarias ideas sobre sí misma. Son personas que tienen sentimientos de sí o formas particulares de egoísmo. Y es esta base de egoísmo, de autoengreimiento y de autoadmiración la que debe ser desplazada —¡y cuán difícil es! Y verán que el hombre o la mujer que tiene una alta opinión de sí mismo no será capaz de prestar atención a las ideas de Trabajo. Una persona que tiene un fuerte sentido de su virtud tendrá al mismo tiempo un fuerte sentido de lo mío y de mi.
¿Por qué? Porque tal persona piensa en todo momento en mi libro, en mi almuerzo, en mi cena, yo mismo, mi valor personal. Es un estado de sueño. Ésta es una razón, una de muchas, por la cual las ideas del Trabajo, que están concebidas para producir una revolución mental, un cambio de mente, en suma, una transformación, no pueden actuar sobre nosotros como deberían. Un hombre en el Trabajo debe llegar a darse cuenta de que no es nada. Contemplamos vagamente los diagramas o tomamos notas. O decimos: «Oh, sí, ya lo he oído antes», y seguimos pensando como lo hacíamos antes, que estamos seguros de nuestro valor y de conocer realmente lo que es correcto y lo que es incorrecto. Pero este sueño, esta profunda infatuación de nosotros mismos, este autoengreimiento, deben cesar con el tiempo. Un hombre debe comenzar a sentir que para él no hay otra cosa que el Trabajo, y que debe pensar hondamente por sí mismo y comprender el significado de todo lo que se le enseña, día tras día en el Trabajo. Entonces, por fin, empieza a despertar. El Cochero que hay en él se trepa a la caja y se apodera de las riendas. El Cochero es el intelecto —no el intelecto ordinario— sino el intelecto que comienza a pensar las ideas del Trabajo. Es la mente que se despierta. Es pensar de una nueva manera. Éste es el hecho sobre el cual se insiste tanto en los Evangelios —μετάνοια— pensar de una nueva manera —el primer paso que lleva a un cambio de ser. Esto es lo que en los Evangelios se llama «oír»— «aquél que oiga…». Es oír las ideas con la mente, no con los oídos, no con la memoria. Y solo esta clase de oír despertará al Cochero. Es oír, no las palabras, sino el significado de las palabras. Esto es oír.
Sabemos, de acuerdo con la enseñanza del Trabajo, que el Hombre es sembrado en la «Tierra» por el «Sol», como una semilla capaz de desarrollarse a sí misma. El Hombre es un experimento en la Tierra, un experimento realizado en el laboratorio del Sol. Ahora bien, ésta es una nueva idea. El nivel de Ser e Inteligencia, tal como lo representa exteriormente el Sol y lo señala la nota Sol en el Rayo de Creación, crea al Hombre como un experimento en la Tierra, representado por la nota inferior Mi.
Es preciso observar que el Hombre es creado desde arriba, desde un nivel superior. La nota Sol, representada externamente por el Sol, crea al Hombre en la Tierra con el objeto de que evolucione en comprensión hasta alcanzar el nivel de la nota Sol. Por lo tanto el Hombre fue creado incompleto, no desarrollado, no evolucionado —pero capaz de evolución—. A menos que el nivel de Ser e Inteligencia representado por la nota Sol en el Rayo de Creación reciba un número suficiente de seres humanos evolucionados, que ascienden desde la nota Mi, la ramilla de todo el Árbol del Universo creado —a saber, nuestra Tierra y la Luna— será destruida como algo inútil.
Para el Hombre son posibles dos clases de evolución. El hombre se encuentra situado en un Ser llamado Tierra cuyo período de evolución es muy extenso si se lo compara con la vida del Hombre. Antes de que la Tierra evolucione hasta llegar al estado del Sol, deben pasar muchos millones de años de nuestro tiempo. Para la tierra es meramente toda su vida. Sin embargo, la Tierra puede dejar de evolucionar, en cuyo caso se desmenuzará en una masa de pequeños fragmentos que girarán en torno del Sol como minúsculos «planetas» o «asteroides». Entre las órbitas de Marte y Júpiter hay gran cantidad de estos asteroides.
Ahora bien, la evolución de la Tierra es demorada por la evolución de la Luna. Es preciso comprender que la idea de un planeta que evoluciona es una idea del Trabajo. No se la encuentra en la ciencia. Altera todas nuestras nociones del Universo. De acuerdo con la enseñanza del Trabajo, el tiempo que necesita un planeta para evolucionar es alrededor de ochenta mil millones de años del tiempo del Hombre. Los remitiré a la Tabla del Tiempo. Para el planeta mismo es un período de ochenta años en la escala de su tiempo. Puesto que la Tierra está en estrecha relación con su Luna, la evolución de la primera es demorada por el estado de la segunda. En realidad hay influencias —vibraciones y materias muy finas— que llegan continuamente a la Luna desde la Tierra y la alimentan del mismo modo que el Sol alimenta a la Tierra. Por ejemplo, todo el inútil sufrimiento humano, las emociones negativas y la violencia en la Tierra, alimentan a la Luna. Recuerden que nada se pierde en el Universo. Si el hombre pudiera evolucionar rápidamente —es decir, empezar a despertar— el sufrimiento inútil y la violencia dejarían de existir en la Tierra. Pero no interesa a la Tierra ni a la Luna que el Hombre evolucione independientemente de ellas. La evolución del Hombre debe ir a la par con su evolución. Ésta es una de las dos clases de evoluciones posibles para el Hombre. Verán que exigen períodos de tiempo tan prodigiosos que en la práctica carecen de sentido para nosotros. No tienen relación alguna con nuestra breve vida. Por dicha razón se dice en el Trabajo que no hay progreso en los asuntos humanos. Los planetas mantienen al Hombre demorado —lo mantienen dormido. Citaré aquí, una conversación que G. tuvo con Uspenskiï, hace muchos años, antes de que este último hubiera visto el diagrama del Rayo de Creación. G. exponía algunas ideas preliminares que conducían al gran concepto del Rayo.
El Sr. Uspenskiï refiere esta conversación.
En aquella época me había sorprendido mucho una charla acerca del sol, los planetas y la luna. No recuerdo cómo empezó esta charla, pero sí que G. trazó un pequeño diagrama y trató de explicar lo que llamaba la correlación de fuerzas en los diferentes mundos. Se relacionaba esto con una charla previa que se refería a las influencias que actúan sobre la humanidad. La idea era grosso modo así: la humanidad, o, más correctamente, la vida orgánica sobre la tierra, sufre simultáneamente la acción de influencias que provienen de diversas fuentes: influencias de los planetas, influencias de la luna, influencias del sol, influencias de las estrellas. Todas estas influencias actúan simultáneamente; una influencia predomina en un momento dado y otra en otro. Y para el Hombre existe cierta posibilidad de escoger las influencias —en otras palabras—, de pasar de una influencia a otra.
«Explicar el cómo demandaría una charla muy larga», dijo G., «así hablaremos sobre este particular en otro momento. Ahora deseo que comprenda una cosa: es imposible liberarse de una influencia sin quedar sometido a otra. Todo ello, todo el trabajo sobre sí, consiste en elegir la influencia a la cual uno desea someterse y en caer bajo esta influencia. Y para eso es preciso conocer de antemano qué influencia es la más provechosa».
Lo que me interesaba en esta charla fue que G. habló de los planetas y la luna como si fueran seres vivientes, con una edad definida, un período definido de vida y posibilidades de desarrollo y transición a otros planos de ser. Según lo que dijo parecía que la luna no era un «planeta muerto», como por lo general se acepta, sino, al contrario, un «planeta naciente», un planeta en la etapa inicial de su desarrollo que aún no había «alcanzado el grado de inteligencia poseído por la tierra».
«Pero la luna está creciendo y desarrollándose» dijo G. «Y dentro de un tiempo alcanzará posiblemente el mismo nivel que la Tierra. Entonces, cerca de ella aparecerá una nueva luna y la Tierra llegará a ser su sol. Hubo un tiempo en que el Sol era como la Tierra. Y aún antes el Sol era como la Luna».
Éste despertó en seguida mi atención. Nada me parecía tan artificial, tan indigno de confianza y dogmático como las acostumbradas teorías sobre el origen de los planetas y los sistemas solares, desde la teoría Kant-Laplace hasta la última, con todos sus agregados y variaciones. El «público general» considera que esas teorías o, en todo caso, la última conocida, son científicas y están comprobadas. Pero en realidad no hay nada menos científico y comprobado que ellas. Por lo tanto el hecho de que el sistema de G. aceptaba una teoría por completo diferente, una teoría orgánica que se originaba en principios enteramente nuevos y que mostraba un orden del universo diferente, me parecía muy interesante e importante.
«¿En qué relación está la inteligencia de la Tierra con la inteligencia del Sol?», pregunté.
«La inteligencia del Sol es divina», dijo G. «La Tierra puede llegar a ser como el Sol; pero esto, desde luego, no está garantizado y la Tierra puede morir sin haber logrado nada».
¿De qué depende esto?, pregunté.
La respuesta de G. fue muy vaga.
«Hay un periodo definido», dijo, «para cada cosa. Si, pasado cierto tiempo, lo que debía ser hecho no lo ha sido, la Tierra puede perecer sin haber alcanzado lo que podría haber alcanzado».
«¿Se conoce ese período» pregunté?
«Se conoce», dijo G. «Pero no sería en absoluto provechoso que la gente lo conociera. Sería hasta peor. Algunos lo creerían, otros no lo creerían, aquéllos exigirían pruebas. Luego empezarían a romperse la cabeza los unos a los otros. Todo acaba de este modo».
En otra oportunidad, en conexión con la idea de que la evolución del Hombre en general es demorada por la evolución de los planetas, G. habló de progreso. La charla se refería a las últimas invenciones de la ciencia y así al aparente progreso del Hombre. G. dijo:
«Sí, las máquinas están progresando, pero no el Hombre».
En respuesta a la pregunta de si el Hombre no había progresado mucho más allá de lo que era antes, aún en los tiempos históricos, G. dijo:
«Es extraño que ustedes crean tan fácilmente en la palabra progreso. Es como si esta palabra los hubiera hipnotizado, de modo que no pueden ver la verdad. El Hombre no progresa. No hay progreso alguno. Todo es exactamente lo mismo de lo que era hace miles, y decenas de miles, de años. Es solo la forma exterior la que cambia. La esencia no cambia. Esto se debe a que el Hombre permanece esencialmente el mismo. La gente “civilizada” y “culta” vive exactamente con los mismos intereses que los salvajes más ignorantes. La civilización moderna descansa en la violencia y la esclavitud, pero éstas adoptan diferentes formas exteriores. Todas las bellas palabras sobre el progreso y la civilización son meras palabras. Si el Hombre es el mismo, la vida es la misma».
Claro es que estas palabras nos produjeron una profunda impresión, por que fueron dichas en 1916, en la época en que las últimas manifestaciones de «progreso» y de «civilización», en la forma de una guerra que el mundo aún no había visto, seguían creciendo y desarrollándose, arrastrando a millones y millones de hombres en su órbita.
Recordé que pocos días antes de esa charla había visto dos enormes camiones cargados hasta la altura del primer piso de las casas con nuevas muletas de madera aún no pintada. Por alguna razón esos camiones me impresionaron particularmente. En esas montañas de muletas para piernas que aún no habían sido arrancadas se veía una burla particularmente cínica de todas las cosas con las cuales la gente se sigue engañando. Imaginé involuntariamente que camiones similares debían recorrer las calles de Berlín, París, Londres, Viena, Roma y Constantinopla. Y, de resultas de ese horror, aquellas ciudades, a las que conocía casi todas y me gustaban porque se complementaban y contrastaban, se habían vuelto hostiles tanto para mí como la una para con la otra y estaban separadas por murallas de odio y crimen.
Hablé de los camiones cargados de muletas y los pensamientos que habían suscitado en mí.
«¿Qué esperaba usted?», dijo G. «Los hombres son máquinas. Las máquinas tienen que ser ciegas e inconscientes; no pueden ser de otro modo, y todas sus acciones deben corresponder a su naturaleza. Todo sucede. Nadie hace nada. “Progreso” y “civilización”, en el verdadero sentido de estas palabras, solo pueden aparecer como resultado de esfuerzos conscientes. Y únicamente cada hombre solo puede hacer esfuerzos conscientes. Pero nadie quiere hacerlo. El progreso es solo posible individualmente en cada hombre. No puede aparecer de resultas de las acciones mecánicas inconscientes. ¿Y qué esfuerzo consciente puede haber en máquinas? Y si una máquina es inconsciente, centenares de máquinas lo son, y también lo son miles de máquinas, o centenares de miles, o un millón. Y la actividad inconsciente de un millón de máquinas debe necesariamente resultar en la destrucción y el exterminio en masa. Es precisamente en las manifestaciones personales inconscientes e involuntarias donde todo el mal tiene su origen. Éste es el origen del mal. Aún no comprenden ni pueden imaginar todos los resultados de la acumulación del mal, desde pequeñas fuentes. Pero ya llegará el día en que comprenderán. Si el Hombre se comportara conscientemente, todo el mal cesaría. Pero el Hombre no es consciente.».
Con esto, por lo que recuerdo, la charla terminó.
Pero además de la Evolución del Hombre en función de dilatados tiempos planetarios, es posible para él otra evolución. Siempre hubo una enseñanza especial sobre el Hombre que tenía que ver con su inmediata evolución. Los escasos fragmentos de la enseñanza de Cristo que se encuentran en los Evangelios se refieren al conocimiento sobre esta evolución. Toda la enseñanza acerca del posible crecimiento interior y la evolución del Hombre puede ser llamada enseñanza esotérica. Esotérico significa interior. La enseñanza esotérica se refiere a la evolución interior —acerca del hombre interior— no al lado de vida exterior del hombre. Todo el Trabajo se refiere a la posibilidad de una inmediata evolución interior que está a la disposición del Hombre. Y aquí tenemos otro gran concepto o idea enseñada por el Trabajo, en conexión con el Rayo de Creación y la octava lateral del Sol. El Hombre es sembrado en la Tierra desde la nota Sol con la posibilidad de un desarrollo interior, y la existencia de este Trabajo, la existencia de la enseñanza de Cristo y de muchas otras enseñanzas, se debe solamente a este hecho —que el Hombre es creado como un organismo capaz de evolución interior, por completo ajena a la evolución de los planetas—.
Ahora bien, si pueden entender estos dos grandes conceptos del Hombre —cómo la humanidad en general es demorada por razones planetarias y cómo al mismo tiempo queda un camino abierto para aquéllos que quieren despertar—, empezarán a pensar en términos del Trabajo.