Birdlip, 15 de marzo, 1943
Consideración Interna y Consideración Externa
IV
Cuando se siente que alguien no se ha comportado bien con uno, se siente que no han estimado el propio valor. Por ejemplo, sentirse insultado es sentir que no lo estiman por su propio valor. Por eso la gente dice muchas veces, cuando es insultada: «¿Sabe usted quién soy yo?», o algo semejante. Esto significa que una persona se ha forjado cierta valoración de sí misma, de modo que dice: «¿Sabe usted quién soy yo?», queriendo decir que si la otra persona lo supiera, no se atrevería a portarse como lo hace. Desde luego, si uno se forja una imagen de su propia persona que tiene escaso o ningún valor, esta pregunta no lo trastornará tan fácilmente. Si la estimación que se tiene de sí es muy grande, entonces es más fácil sentir que los otros no lo estiman por el propio valor. Por eso la consideración interior se torna más fácil. Una persona puede llegar al punto de preocuparse tanto por ser tratada bien por los otros, y sospechar siempre que los otros se están riendo de ella, que toda su vida está comprometida en la consideración interna. O también, algunas personas, se creen superiores a las otras debido a sus sufrimientos. La gente se apega a sus sufrimientos y llega a considerarse a sí misma merecedora de una valoración especial por haber sufrido toda clase de penurias, miserias y padecimientos. Se ofenden si otra persona comienza a hablar de sus sufrimientos. Sienten que la otra persona no tiene la debida consideración para con ellas y que esto es prueba de egoísmo. Les cuesta darse cuenta que las otras personas tienen también sus propios sufrimientos. Ni tampoco se dan cuenta de que cuando ven el egoísmo en los otros lo que ven es el reflejo de su propio egoísmo, porque cuanto más exigen de los otros, más egoístas le parecerán.
¿Qué es lo que provoca en nosotros la consideración interior? Hagamos esta pregunta: «¿En qué punto, o dónde, se empieza a hacer cuentas?». Se empieza a hacerlo al sentir que no se es apreciado en debida forma, al sentirse subestimado. El camarero no acude cuando se lo llama. El dependiente del almacén sirve primero a otra persona. Quizá, en la calle la gente no se fija en nosotros, o, digamos, por lo general no nos presta suficiente atención. O, al parecer, alguien persiste en ignorarnos. O quizá lleguemos a enterarnos de lo que alguien dijo de nosotros, lo cual es casi siempre desagradable. Hay mil y un ejemplos posibles, más o menos serios. Los incidentes nimios nos desconciertan fácilmente, el camarero, el dependiente del almacén. Forman pequeñas cuentas y con el tiempo suelen transformarse en hábito. Pero tenemos toda clase de viejas cuentas que cobrar a los otros, algunas ya almacenadas en el pasado, desdichadamente para nosotros. Todas comienzan con la misteriosa cuestión de la propia valoración de sí. Una persona capaz de observarse a sí misma podría exclamar: «¿Qué es aquello que en mí se ofende en este momento?». Lo observo trabajando en mí y recogiendo materiales y comenzando a recordar cosas desagradables y encontrando palabras y frases que serán utilizadas contra la otra persona para que sienta que yo la subestimo, en efecto, para que se dé cuenta que no vale nada. ¿Es una imagen de mí mismo? ¿Es un «Yo» imaginario? ¿Es una falsa personalidad? ¿O qué hay en el fondo de todo ello? La respuesta es que uno se identifica consigo mismo. Todas las formas de consideración interior, una de las cuales es culpar a otra persona, pertenecen a la identificación. El Trabajo dice que debemos estudiar la identificación hasta sus mismas raíces. Un hombre únicamente se ofende donde está identificado consigo mismo. Y el Trabajo dice asimismo que el estudio de la identificación debe comenzar con el estudio de donde se está identificado consigo mismo. Es allí donde es posible desconcertarse, sentirse herido, ofendido, insultado. Primero viene el estar identificado consigo mismo, segundo el estar desconcertado y ofendido, tercero el echar cuentas interiores.