Birdlip, 21 de septiembre, 1941
La idea de transformación en el trabajo parte V

Sección II.

—La última vez se leyó una disertación sobre la necesidad de no tomar todo como si fuera «Yo» en uno mismo. Ya han oído decir que «a menos que un hombre se divida en dos hombres no puede moverse de donde está». Este dicho, al que se recurre a menudo en el trabajo, se refiere al comienzo del proceso de lo que se llama la separación interior. Un hombre debe primero dividirse en dos. Pero las próximas etapas de la separación interior son aún más complejas.

Permítanme que les dé un ejemplo. Alguien me dijo recientemente que había empezado a ver por primera vez qué significaban la observación de sí y la separación. Dijo: «Siempre tomé las emociones negativas como una parte desagradable de mí mismo. Comprendí mi error». La observación de sí nos mostrará nuestros estados negativos. Pero por regla general se necesita algo más que la mera observación de sí y ésta es la separación interior. Y nadie puede separarse de algo que observa, si contempla lo que observa como si fuera él mismo, porque entonces, inevitablemente, el sentimiento de «Yo» pasará a lo que observa. Ha aprendido a decir de una manera correcta: Esto no es mí, ni «Yo». Ahora bien, si toma sus emociones negativas como un trozo desagradable de sí, no será capaz de separarse de ellas. ¿Ven ustedes el porqué? No será capaz de separarse de ellas porque las toma como si fueran él mismo y así les da el valor de «Yo». Como se dijo en la última charla, si damos a todo lo que está en nosotros el sentimiento de «Yo», si decimos «Yo» a todo lo que pensamos, sentimos, decimos o imaginamos, nada puede cambiar. Si practicamos la observación de sí sobre esta base, todo cuanto observamos será «Yo». Mientras que en realidad todo en nosotros, hablando prácticamente, es «ello», es decir, una máquina que funciona por sí misma. En lugar de decir «Yo pienso», debemos comprender que estaríamos mucho más cerca de la verdad si dijéramos «ello piensa». Y en lugar de decir «Yo siento» estaríamos mucho más en lo cierto diciendo «ello siente».

Lo que llamamos nosotros mismos, aquello a lo que decimos «Yo», es en realidad un mundo inmenso, mucho más extenso y variado que el mundo exterior que contemplamos a través de nuestros sentidos. No decimos «Yo» a lo que vemos en el mundo exterior. Pero decimos «Yo» a todo cuanto tiene lugar en nuestro mundo interior. Este error necesita muchos años para sufrir una ligera modificación. Pero a veces nos es concedida la clara luz de la comprensión durante un instante y tomamos conciencia de lo que significa el trabajo. Si un hombre atribuye el mal a sí mismo está en una posición equivocada respecto al mal, del mismo modo que si atribuye el bien a sí mismo y el mérito que deriva de él. Cada clase de pensamiento puede penetrar, en su mente; cada clase de sentimiento puede penetrar en su corazón. Pero si los atribuye a sí mismo y dice «Yo» a todos ellos, los ata a su propia persona y no se puede separar internamente de ellos. Se pueden evitar los pensamientos y los sentimientos negativos si no se los toma como uno mismo, como «Yo». Pero si uno los toma como «Yo», se combina uno con ellos, se identifica uno con ellos y entonces no se puede evitarlos. Hay estados interiores —en todos nosotros— que es preciso evitar del mismo modo que se evita caminar por el barro en el mundo externo visible. No se debe prestarles atención, no se debe acompañarlos, no se debe tocarlos o dejar que nos toquen. Ésta es la separación interior. Pero no pueden practicar ustedes la separación interior si atribuyen todo cuanto tiene lugar en su vida interior invisible —donde en realidad todos vivimos— a sí mismos. Me sorprendieron muchas veces las preguntas que la gente me hacía en lo tocante a pensamientos importunos y molestos. Por ejemplo, personas que se enorgullecen de ser lo que se llama «decentes» a menudo están torturadas por pensamientos e imágenes indecentes; y esto es exactamente lo que sucede cuando una persona se empeña en pensar que todo en ella es «Yo». A este respecto, recuerdo que después de haber abandonado el Instituto en Francia, fuimos a Escocia, a la casa de mi abuelo. Había reunido una importante biblioteca, entre cuyos libros había muchas obras de teología y de moral. Como no tenía otra cosa que leer, pasé algunas de las largas veladas invernales tratando de comprender a qué se referían. Había en ellos los acostumbrados e interminables argumentos sobre la naturaleza de la Trinidad, la naturaleza de la herejía, etc. Entre esos temas discutidos había uno que aparecía con frecuencia y se refería a si éramos responsables o no de nuestros pensamientos. Algunos de los moralistas más severos insistían en la afirmativa, pero algunos teólogos, muertos desde hace mucho tiempo, opinaban que no éramos responsables. Algunos decían que el diablo nos enviaba nuestros pensamientos. Pero ninguno de los escritores que leí examinaba esta cuestión desde un punto de vista psicológico.

Los pensamientos y las imágenes más extraños pueden entrar en nosotros en cualquier momento. Si decimos «Yo» a ellos, si creemos que los pensamos, entonces tienen poder sobre nosotros. Y si tratamos de eliminarlos, vemos que es imposible. ¿Por qué? Repetiré uno de los ejemplos que ilustran esta situación. Suponga que está usted de pie sobre una tabla y trata de levantarla y se empeña para lograrlo con toda su fuerza. ¿Tendrá éxito? No, porque usted está tratando de levantarse a sí mismo y esto es imposible.

Se requiere una considerable reorientación de todo el concepto que se tiene de uno mismo para ser capaz de comprender cabalmente lo que esto significa. Son tantos los topes y las formas de orgullo y las maneras estúpidas de pensar que nos impiden ver cómo es en realidad la situación dentro de nosotros. Nos imaginamos que nos controlamos a nosotros mismos. Imaginamos que somos conscientes y siempre conocemos lo que estamos pensando y diciendo y haciendo. Imaginamos que somos una unidad, y que tenemos un «Yo» permanente y verdadero y de este modo tenemos voluntad. Pero todo esto es un obstáculo y antes que podamos practicar la separación interior, es necesario lograr un nuevo sentimiento acerca de uno mismo y acerca de lo que realmente se es.

Comentarios psicológicos sobre las enseñanzas de Gurdjieff y Uspenskiï Libro 1
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