Extrañamente, en ocasiones, siento paz interior. Se podría pensar que después de todo lo que he visto, después de todo lo que he sufrido, mi alma sería un amasijo de tensiones, confusión y melancolía. A menudo, así es.

Pero luego está la paz.

La siento a veces, como ahora, asomado sobre los acantilados congelados y las montañas de cristal en la quietud de la mañana, contemplando un amanecer tan majestuoso que sé que ningún otro será jamás su igual.

Si hay profecías, si existe un Héroe de las Eras, entonces mi mente susurra que debe de ser algo que dirige mi camino. Algo observa; algo se preocupa. Esos pacíficos susurros me dicen una verdad que deseo creer con todas mis fuerzas.

Si fracaso, otro vendrá a terminar mi labor.

EPÍLOGO

A la única conclusión a la que puedo llegar, maese Marsh —dijo Sazed—, es a que el lord Legislador era a la vez feruquimista y alomántico.

Vin frunció el ceño, sentada en la cima de un edificio vacío, cerca de un barrio skaa. Su pierna rota, cuidadosamente entablillada por Sazed, colgaba del tejado oscilando en el aire.

Había dormido casi todo el día, como al parecer había hecho Marsh, que estaba junto a ella. Sazed había transmitido un mensaje al resto de la banda, contándoles que Vin había sobrevivido. Aparentemente, no había habido ninguna baja entre los demás, cosa que alegró a Vin. Sin embargo, aún no había ido a verlos. Sazed le había dicho que necesitaba descansar y estaban muy ocupados preparando el nuevo gobierno de Elend.

—Feruquimista y alomántico —especuló Marsh.

Se había recuperado, en efecto, muy rápidamente. Aunque Vin todavía tenía magulladuras, fracturas y cortes debidos a la lucha, él parecía curado ya de sus costillas rotas. Se agachó, apoyó una mano en su rodilla y contempló la ciudad con clavos en vez de con ojos.

¿Cómo ve?, se preguntó Vin.

—Sí, maese Marsh —explicó Sazed—. Verás, la juventud es algo que los feruquimistas pueden almacenar. Es un proceso bastante inútil: para almacenar la capacidad de sentirte y parecer un año más joven, has de pasarte parte de la vida sintiéndote un año más viejo y con el aspecto de tenerlo. A menudo, los guardadores usan esa habilidad como disfraz, cambiando de edad para engañar a los otros y ocultarse. Aparte de eso, sin embargo, nadie le ha visto mucha utilidad.

»Sin embargo, si el feruquimista fuera también alomántico, podría quemar sus propios recursos de metal, liberando la energía interior multiplicada diez veces. Vin ya trató de quemar algunos de mis metales, pero no pudo acceder al poder. Sin embargo, si uno mismo pudiera crear el almacenamiento feruquímico y luego quemarlo para conseguir poder extra…

Marsh frunció el ceño.

—No te sigo, Sazed.

—Pido disculpas. Quizá sea difícil comprenderlo sin formación en teoría alomántica y feruquímica. A ver si me explico mejor. ¿Cuál es la principal diferencia entre la alomancia y la feruquimia?

—Con alomancia se obtiene el poder de los metales —contestó Marsh—. La feruquimia extrae poder del propio cuerpo de la persona.

—Exactamente —dijo Sazed—. Así que lo que hacía el lord Legislador, supongo, era combinar esas dos habilidades. Usaba un atributo del que solo dispone la feruquimia, cambiar de edad, pero lo alimentaba con alomancia. Al quemar un depósito feruquímico que él mismo había creado, creaba un nuevo metal alomántico para sí mismo…, un metal que lo rejuvenecía cuando lo quemaba. Si mi suposición es correcta, habría conseguido un suministro ilimitado de juventud, pues extraía la mayor parte de su poder del metal en sí y no de su propio cuerpo. Todo lo que tenía que hacer era pasar un poco de tiempo envejecido para cargar el depósito feruquímico que quemar y con ello permanecer joven.

—Entonces, ¿solo con quemar esos depósitos lograba ser aún más joven que cuando empezó? —preguntó Marsh.

—Tendría que colocar ese exceso de juventud dentro de otro depósito feruquímico, creo —explicó Sazed—. Verás, la alomancia es muy espectacular: sus poderes generalmente se expresan con estallidos y llamaradas. El lord Legislador no habría querido tanta juventud de una sola vez, así que la almacenaría en un trozo de metal del que pudiera absorberla lentamente, manteniéndose joven.

—¿Los brazaletes?

—Sí, maese Marsh. Sin embargo, la feruquimia tiene sus pegas: gasta más que la cantidad proporcional a tu objetivo. Por ejemplo, la necesaria para ser cuatro veces más joven de la edad normal, en vez del doble. En el caso del lord Legislador, eso significaba que tenía que gastar más y más juventud para impedir envejecer. Cuando la señora Vin robó los brazaletes, envejeció de manera increíblemente rápida porque su cuerpo intentaba regresar al estado de vejez en el que debería haber estado.

Vin contemplaba el Torreón de Venture sintiendo el frío viento del atardecer. Resplandecía de luz; no había pasado ni un solo día y Elend ya se había reunido con los líderes skaa y los nobles con el fin de redactar un código de leyes para su nueva nación.

Vin acarició su pendiente en silencio. Lo había encontrado en la sala del trono y había vuelto a colgárselo en el lóbulo lastimado en cuanto había empezado a sanar. No estaba segura de por qué lo conservaba. Tal vez porque era un enlace con Reen y con la madre que había intentado matarla. O tal vez tan solo porque era un recordatorio de cosas que no debería haber podido hacer.

Quedaba mucho que aprender sobre la alomancia. Durante mil años, la nobleza había confiado a pies juntillas en lo que decían el lord Legislador y los inquisidores. ¿Qué secretos habían guardado, qué metales habían mantenido ocultos?

—El lord Legislador —dijo por fin—. Él… solo usaba un truco para ser inmortal, entonces. Eso significa que en realidad no era ningún dios, ¿no? Solo tuvo suerte. Cualquiera que fuese a la vez alomántico y feruquimista podría haber hecho lo que él hizo.

—Eso parece, señora —respondió Sazed—. Tal vez por eso temía tanto a los guardadores. Cazaba y mataba a los feruquimistas porque sabía que la habilidad era hereditaria… igual que la alomancia. Si los linajes de Terris se hubiesen mezclado con los de la nobleza imperial el resultado bien podría haber sido una criatura capaz de desafiarlo.

—De ahí los programas reproductores —dijo Marsh.

Sazed asintió.

—Necesitaba asegurarse por completo de que no se permitía a los terrisanos mezclarse con el populacho, no fueran a pasar sus habilidades feruquímicas latentes.

Marsh sacudió la cabeza.

—Su propio pueblo. Hizo esas cosas horribles para impedir que le arrebataran el poder.

—Pero si los poderes del lord Legislador procedían de una mezcla de feruquimia y alomancia —preguntó Vin, frunciendo el ceño—, ¿qué sucedió en el Pozo de la Ascensión? ¿Cuál era el poder que tenía que encontrar el hombre que escribió el libro, fuera quien fuese?

—No lo sé, señora —respondió Sazed en voz baja.

—Tu explicación no lo aclara todo. —Vin sacudió la cabeza. No había hablado de sus propias extrañas habilidades, pero sí de lo que el lord Legislador había hecho en la sala del trono—. Era tan poderoso, Sazed. Pude sentir su alomancia. ¡Era capaz de empujar metales dentro de mi cuerpo! Tal vez podía aumentar su feruquimia quemando los depósitos almacenados, pero ¿cómo logró ser tan fuerte en alomancia?

Sazed suspiró.

—Me temo que la única persona que podría haber contestado a esas preguntas murió esta mañana.

Vin vaciló. El lord Legislador había ocultado secretos sobre la religión de Terris que el pueblo de Sazed había buscado durante siglos.

—Lo siento. Tal vez no debería haberlo matado.

Sazed negó con la cabeza.

—Su propia edad lo habría matado pronto de todas formas, señora. Lo que hiciste estuvo bien. Así podré registrar que el lord Legislador cayó ante una de los skaa que había oprimido.

Vin se ruborizó.

—¿Registrar?

—Por supuesto. Sigo siendo un guardador. Debo transmitir esas cosas: historias, acontecimientos y verdades.

—No dirás… mucho de mí, ¿no?

Por algún motivo, la idea de que otras personas contaran historias sobre ella la hacía sentirse incómoda.

—Yo no me preocuparía demasiado, señora —dijo Sazed con una sonrisa—. Mis hermanos y yo estaremos muy ocupados, creo. Tenemos tanto que restaurar, tanto que contar al mundo… Dudo que los detalles sobre ti tengan que ser transmitidos con urgencia. Registraré lo que ha pasado, pero me lo guardaré para mí durante un tiempo, si lo deseas.

—Gracias —asintió Vin.

—Ese poder que el lord Legislador encontró en la cueva —especuló Marsh—, tal vez fuera la alomancia. Dijiste que no hay noticias de que existieran alománticos antes de la Ascensión.

—Es en efecto una posibilidad, maese Marsh. Hay muy pocas leyendas sobre los orígenes de la alomancia y casi todas reconocen que los primeros alománticos «aparecieron con las brumas».

Vin frunció el ceño. Siempre había creído que el título «nacido de la bruma» se debía a que los alománticos solían actuar por la noche. Nunca había considerado que pudiera haber una relación más directa.

La bruma reacciona a la alomancia. Gira cuando un alomántico usa sus habilidades cerca. Y… ¿qué sentí al final? Fue como si extrajera algo de las brumas.

Fuera lo que fuese lo que había hecho, no habría podido repetirlo.

Marsh suspiró y asintió. Llevaba despierto solo unas horas, pero siempre parecía cansado. La cabeza le pesaba, como si los clavos hicieran sentir su presencia.

—¿Duelen, Marsh? —preguntó ella—. ¿Los clavos?

Él vaciló.

—Sí. Los once… laten. El dolor reacciona de algún modo a mis emociones.

—¿Once? —preguntó Vin, sorprendida.

Marsh asintió.

—Dos en la cabeza, ocho en el pecho, uno en la espalda para unirlos. Es la única forma de matar a un inquisidor: hay que separar los clavos superiores de los inferiores. Kell lo hizo por medio de una decapitación, pero es más fácil arrancando el clavo central.

—Creíamos que habías muerto. Cuando encontramos el cadáver y la sangre en la comisaría…

Marsh asintió de nuevo.

—Iba a notificaros que estaba vivo, pero me vigilaron con mucha atención ese primer día. No esperaba que Kell fuera a actuar tan rápido.

—Ninguno de nosotros lo esperaba, maese Marsh —dijo Sazed—. Ninguno de nosotros.

—Lo logró, ¿no? —dijo Marsh, sacudiendo la cabeza, asombrado—. Ese hijo de perra. Hay dos cosas que nunca le perdonaré. La primera es que me robara mi sueño de derrocar al Imperio Final y lo consiguiera.

Vin vaciló.

—¿Y la segunda?

Marsh volvió los clavos hacia ella.

—Que se hiciera matar para conseguirlo.

—¿Puedo preguntar, maese Marsh, de quién era el cadáver que la señora Vin y maese Kelsier descubrieron en la comisaría?

Marsh contempló la ciudad.

—En realidad había varios cadáveres. El proceso para crear a un nuevo inquisidor es… sangriento. Prefiero no hablar de ello.

—Naturalmente —dijo Sazed, inclinando la cabeza.

—Tú, sin embargo, podrías hablarme de esa criatura que Kelsier utilizó para imitar a lord Renoux.

—¿El kandra? —preguntó Sazed—. Me temo que incluso los guardadores sabemos poco de ellos. Están relacionados con los espectros de la bruma…, tal vez incluso sean las mismas criaturas, pero más viejas. A causa de su reputación, generalmente prefieren no ser vistos… aunque algunas de las casas nobles los contratan en ocasiones.

Vin frunció el ceño.

—Entonces… ¿por qué Kell no hizo que ese kandra lo suplantase y muriera en su lugar?

—Ah —dijo Sazed—. Verás, señora, para que un kandra interprete a alguien, primero debe devorar la carne de esa persona y absorber sus huesos. Los kandra son como los espectros de la bruma: no tienen esqueleto propio.

Vin se estremeció.

—Oh.

—Ha vuelto, ¿sabes? —dijo Marsh—. La criatura ya no usa el cuerpo de mi hermano. Tiene otro. Pero ha venido a buscarte, Vin.

—¿A mí?

Marsh asintió.

—Dijo algo de que Kelsier te había transferido su contrato cuando murió. Creo que la bestia te considera ahora su ama.

Vin se estremeció. Esa… cosa se comió el cuerpo de Kelsier.

—No lo quiero cerca —dijo—. Le ordenaré que se marche.

—No te apresures tanto, señora —dijo Sazed—. Los kandra son sirvientes caros: hay que pagarles en atium. Si Kelsier hizo un contrato para bastante tiempo con uno, sería una tontería malgastar sus servicios. Un kandra podría ser un aliado muy útil en los meses venideros.

Vin negó con la cabeza.

—No me importa. No lo quiero cerca. No después de lo que hizo.

Los tres guardaron silencio. Finalmente, Marsh se puso en pie, suspirando.

—Si me disculpáis, tengo que personarme en la fortaleza… El nuevo rey quiere que represente al Ministerio en sus negociaciones.

Vin frunció el ceño.

—No comprendo por qué el Ministerio se merece tomar parte en nada.

—Los obligadores siguen siendo muy poderosos, señora —dijo Sazed—. Y son la fuerza burocrática más eficaz y bien entrenada del Imperio Final. Su Majestad demostraría sabiduría si intentara atraerlos, y reconocer a maese Marsh contribuiría a conseguirlo.

Marsh se encogió de hombros.

—Naturalmente, suponiendo que pueda establecer el control sobre el Cantón de la Ortodoxia, el Ministerio debería… cambiar durante los próximos años. Actuaré despacio y con cuidado, pero cuando termine, los obligadores ni siquiera se darán cuenta de lo que han perdido. Sin embargo, los otros inquisidores podrían suponer un problema.

Vin asintió.

—¿Cuántos hay fuera de Luthadel?

—No lo sé. No fui miembro de la orden demasiado tiempo antes de destruirla. Sin embargo, el Imperio Final era grande. Muchos hablan de que había unos veinte inquisidores, pero nunca he logrado que nadie me diera un número exacto.

Vin asintió mientras Marsh se marchaba. No obstante, los inquisidores, aunque peligrosos, la preocupaban menos puesto que ya conocía su secreto. Le preocupaba más otra cosa.

No sabéis lo que hago por la humanidad. Era vuestro dios, aunque no pudierais comprenderlo. Al matarme, os habéis condenado…

Las últimas palabras del lord Legislador. Ella había supuesto que hablaba del Imperio Final al referirse a aquello que hacía «por la humanidad». Sin embargo, ya no estaba tan segura. Había… miedo en sus ojos cuando pronunciaba esas palabras, no orgullo.

—Sazed —dijo—. ¿Qué era la Profundidad? Eso que el Héroe del libro tenía que derrotar.

—Ojalá lo supiéramos, mi señora.

—Pero no vino, ¿no?

—Aparentemente, no. Las leyendas coinciden en que, si la Profundidad no hubiera sido detenida, el mundo habría sido destruido. Por supuesto, tal vez las historias sean exageradas. Quizás el peligro de la Profundidad fuese solo el lord Legislador mismo… Tal vez la lucha del Héroe no consistiera más que en un dilema ético. Debía elegir entre dominar el mundo o dejarlo ser libre.

Eso no le encajaba a Vin. Había más. Recordó el miedo en los ojos del lord Legislador. El terror.

Dijo «hago», no «hice». «Lo que hago por la humanidad». Eso implica que seguía haciéndolo, fuera lo que fuese.

Os habéis condenado…

Se estremeció con el aire de la tarde. El sol se ponía, lo que permitía ver aún más fácilmente el Torreón de Venture iluminado: el lugar que Elend había elegido como sede provisional, aunque tal vez se trasladara a Kredik Shaw. No lo había decidido todavía.

—Deberías ir con él, mi señora —dijo Sazed—. Necesita ver que estás bien.

Vin no respondió inmediatamente. Contempló la ciudad, la brillante torre iluminada en el cielo cada vez más oscuro.

—¿Estuviste allí, Sazed? —preguntó—. ¿Escuchaste su discurso?

—Sí, señora. Cuando descubrimos que no había ningún atium en ese tesoro, lord Venture insistió en que fuéramos a buscar ayuda para ti. Estuve de acuerdo con él: ninguno de nosotros éramos guerreros y yo aún no tenía mis depósitos feruquímicos.

No había atium, pensó Vin. Después de todo esto, no hemos encontrado ni pizca. ¿Qué hacía con él el lord Legislador? ¿O… alguien llegó primero?

—Cuando maese Elend y yo encontramos al ejército —continuó Sazed—, sus rebeldes estaban matando a los soldados de palacio. Algunos intentaban rendirse, pero nuestros soldados no los dejaban. Fue una escena… preocupante, mi señora. A tu Elend… no le gustó lo que vio. Cuando se plantó ante los skaa, creí que iban a matarlo también. —Calló y ladeó ligeramente la cabeza—. Pero… las cosas que dijo, mi señora… Sus sueños de un nuevo gobierno, su condena del baño de sangre y el caos… Bueno, señora, me temo que no puedo repetirlo. Ojalá hubiera tenido mis mentes de metal para poder memorizar sus palabras exactas. —Suspiró, sacudiendo la cabeza—. De todas formas, creo que maese Brisa ayudó a calmar el tumulto. Cuando un grupo empezó a escuchar a maese Elend, los demás lo hicieron también y, a partir de ese momento… bien, es buena cosa que un noble haya acabado siendo rey, creo. Maese Elend da cierta legitimidad a nuestra toma de poder y creo que veremos más apoyo por parte de la nobleza y los mercaderes con él a la cabeza.

Vin sonrió.

—Kell se enfadaría con nosotros, ¿sabes? Hizo todo este trabajo y al final ponemos a un noble en el trono.

Sazed sacudió la cabeza.

—Ah, pero hay algo más importante que considerar, creo. No solo hemos puesto a un noble en el trono: hemos puesto a un buen hombre.

—Un buen hombre —dijo Vin—. Sí. He conocido a unos cuantos.

Vin estaba arrodillada en la azotea del Torreón de Venture, rodeada de brumas. Su pierna entablillada le dificultaba los movimientos de noche, pero la mayor parte del esfuerzo que hacía era alomántico. Solo tenía que asegurarse de aterrizar con suavidad.

Había caído la noche y las brumas la envolvían. La protegían, la ocultaban, le daban poder…

Elend Venture estaba sentado a su escritorio, bajo una claraboya que todavía no había sido reparada desde que Vin lanzara un cuerpo a través de ella. No la veía agazapada allí arriba. ¿Quién hubiese podido hacerlo? ¿Quién veía a una nacida de la bruma en su elemento? Ella era, en cierto modo, como una de las imágenes-sombra creadas por el Undécimo metal. Incorpórea. Algo que podría haber sido.

Podría haber sido…

Los acontecimientos del día eran muy difíciles de entender; Vin no había intentado siquiera encontrar sentido a sus emociones, que eran un embrollo mucho más grande. No se había acercado a Elend todavía. No había podido hacerlo.

Lo miró, sentado a la luz de la linterna, leyendo y anotando en su librito. Sus reuniones anteriores al parecer habían salido bien: todo el mundo parecía dispuesto a aceptarlo como rey. Marsh susurraba que, sin embargo, detrás del apoyo había política. La nobleza veía a Elend como una marioneta que podría controlar y ya se creaban facciones entre los líderes skaa.

A pesar de todo, Elend tenía por fin una oportunidad para esbozar el código de leyes con el que siempre había soñado. Podía intentar crear la nación perfecta, tratar de aplicar las teorías filosóficas que había estudiado durante tanto tiempo. Habría baches en el camino, y Vin sospechaba que al final tendría que contentarse con algo mucho más realista que su sueño idealista. Eso no importaba, en realidad. Sería un buen rey.

Naturalmente, comparado con el lord Legislador, un montón de hollín sería un buen rey…

Quería ir con Elend, saltar a la cálida habitación, pero… algo la retenía. Había pasado por demasiados quiebros de fortuna recientes, demasiadas tensiones emocionales, alománticas y no alománticas. No estaba segura de que quisiera más; no estaba segura de ser Vin o Valette, ni de cuál de las dos deseaba ser.

Sentía frío en las brumas, en la silenciosa oscuridad. Las brumas daban poder, protegían y ocultaban… incluso cuando en realidad no quería ninguna de las tres cosas.

No puedo hacer esto. Esa persona que estaría con él no soy yo. Eso era una ilusión, un sueño. Soy la niña que creció en las sombras, la niña que debería estar sola. No me merezco esto.

No me lo merezco a él.

Se había terminado. Como había previsto, todo estaba cambiando. En realidad, nunca había sido una noble muy buena. Había llegado la hora de volver a ser aquello en lo que era buena. Un ser de sombras, no de fiestas y bailes.

Era el momento de irse.

Se volvió para marcharse, ignorando sus lágrimas, frustrada consigo misma. Caminó con los hombros hundidos, cojeando por el tejado metálico, y desapareció en la bruma.

Pero entonces…

Él murió prometiéndonos que habías muerto de hambre hacía años.

Con todo el caos, casi había olvidado lo que el inquisidor había dicho de Reen. Sin embargo, el recuerdo la hizo detenerse. Las nieblas la adelantaron, enroscándose, instándola a seguir.

Reen no la había abandonado. Lo habían capturado los inquisidores que la estaban buscando a ella, la hija ilegítima de su enemigo. Lo habían torturado.

Y había muerto protegiéndola.

Reen no me traicionó. Siempre prometió que lo haría, pero al final, no lo hizo. Distaba mucho de ser un hermano perfecto, pero la había amado de todas formas.

Un susurro en el fondo de su mente habló con la voz de Reen.

Vuelve.

Antes de que pudiera convencerse a sí misma de lo contrario, cojeó de regreso a la claraboya rota y lanzó una moneda al suelo.

Elend se volvió curioso, miró la moneda, ladeó la cabeza. Vin se dejó caer un segundo más tarde, empujándose para detener la caída, aterrizando apoyándose en su pierna buena.

—Elend Venture —empezó a hablar, irguiéndose—. Hay algo que quería decirte desde hace tiempo. —Hizo una pausa, parpadeando para espantar las lágrimas—. Lees demasiado. Sobre todo en presencia de las damas.

Él sonrió, echó la silla hacia atrás y la rodeó con un firme abrazo. Vin cerró los ojos, sintiendo el calor de ser abrazada, sin más.

Y comprendió que eso era lo que siempre había anhelado.

FIN DEL LIBRO PRIMERO