Al final, he de confiar en mí mismo. He visto hombres capaces de arrancar de su interior la capacidad de reconocer la verdad y la bondad, y creo que no soy uno de ellos. Sigo viendo las lágrimas en los ojos de un niño y siento el dolor de su sufrimiento.

Si alguna vez pierdo esto, entonces sabré que he llegado a un punto más allá de ninguna esperanza de redención.

24

Kelsier ya estaba en el taller cuando llegaron Vin y Sazed, sentado con Ham, Clubs y Fantasma en la cocina, disfrutando de una cena tardía.

—¡Ham! —exclamó Vin cuando entró por la puerta trasera—. ¡Has vuelto!

—Así es —dijo él alegremente, alzando su copa.

—¡Parece que hayas estado fuera una eternidad!

—A mí me lo dices —contestó Ham, divertido.

Kelsier se echó a reír y se levantó para servirse otra copa.

—Ham está un poco cansado de hacer de general.

—Tenía que llevar uniforme —se quejó Ham, desperezándose. En aquel momento llevaba su pantalón y su chaleco de costumbre—. Ni siquiera los skaa de las plantaciones tienen que soportar esa tortura.

—Prueba a ponerte alguna vez un vestido de gala —dijo Vin, sentándose. Se había cepillado la parte delantera del suyo y no estaba ni la mitad de mal de lo que se había temido. La ceniza grisácea y negruzca todavía se notaba un poco sobre el tejido oscuro y las fibras estaban ásperas por haberlas frotado contra la piedra, pero apenas se notaba.

Ham soltó una carcajada.

—Parece que te has convertido en toda una damisela mientras he estado fuera.

—A duras penas —dijo Vin mientras Kelsier le ofrecía una copa de vino. Vaciló un momento, luego dio un sorbo.

—La señora Vin está siendo modesta, maese Hammond —dijo Sazed mientras tomaba asiento—. Está demostrando mucha habilidad en la corte…, lo hace mucho mejor que muchos nobles que he conocido.

Vin se ruborizó y Ham volvió a reírse.

—¿Humildad, Vin? ¿Dónde has adquirido una mala costumbre como esa?

—De mí no, desde luego —dijo Kelsier, ofreciendo a Sazed una copa de vino. El terrisano alzó una mano en gesto de respetuoso rechazo.

—Pues claro que no ha aprendido humildad de ti, Kell —dijo Ham—. Tal vez se la haya enseñado Fantasma. Parece el único del grupo capaz de mantener la boca cerrada, ¿eh, chaval?

Fantasma se ruborizó, tratando claramente de evitar mirar a Vin.

Tengo que hablar de esto con él en algún momento, pensó ella. Pero… no esta noche. Kelsier ha vuelto y Elend no es un asesino: esta es una noche para relajarse.

Oyeron pasos en las escaleras y un momento después Dockson entró en la habitación.

—¿Una fiesta? ¿Y nadie me ha mandado llamar?

—Parecías ocupado —dijo Kelsier.

—Además —añadió Ham—, sabes que eres demasiado responsable para sentarte y emborracharte con un puñado de crápulas como nosotros.

—Alguien tiene que encargarse de mantener este equipo en funcionamiento —dijo Dockson alegremente, sirviéndose una copa. Vaciló y miró a Ham—. Ese chaleco me resulta familiar…

Ham sonrió.

—Le arranqué las mangas a la guerrera de mi uniforme.

—¡No serías capaz! —dijo Vin con una sonrisa.

Ham asintió, satisfecho consigo mismo.

Dockson suspiró y siguió llenando su copa.

—Ham, esas cosas cuestan dinero.

—Todo cuesta dinero —contestó Ham—. Pero ¿qué es el dinero? Una representación física de un esfuerzo abstracto. Bien, llevar ese uniforme durante tanto tiempo ha sido un esfuerzo terrible. Yo diría que este chaleco y yo estamos empatados.

Dockson puso los ojos en blanco. En la habitación principal, la puerta delantera del taller se abrió y se cerró, y Vin oyó a Brisa saludar al aprendiz de guardia.

—Por cierto, Dox —manifestó Kelsier—. Voy a necesitar unas cuantas «representaciones físicas de un esfuerzo abstracto». Me gustaría alquilar un pequeño almacén para reunirme con mis informadores.

—Quizá podamos conseguirlo —dijo Dockson—. Suponiendo que mantengamos controlado el presupuesto de los vestidos de Vin, yo… —Se interrumpió, mirando a Vin—. ¿Qué le has hecho a ese vestido, jovencita?

Vin se ruborizó y se encogió en su asiento. Tal vez se nota un poco más de lo que creía…

Kelsier se echó a reír.

—Deberías acostumbrarte a la ropa sucia, Dox. Vin ha vuelto a actuar como nacida de la bruma esta noche.

—Interesante —dijo Brisa entrando en la cocina—. ¿Puedo sugerir que evite luchar contra tres inquisidores de acero esta vez?

—Haré todo lo posible.

Brisa se acercó a la mesa y escogió un asiento con su característico decoro. Alzó su bastón de duelo y apuntó con él a Ham.

—Veo que mi periodo de respiro intelectual ha llegado a su fin.

Ham sonrió.

—Se me ocurrieron un par de preguntas peliagudas mientras estuve fuera, y las he estado reservando para ti, Brisa.

—Me muero de curiosidad —dijo Brisa. Volvió el bastón hacia Lestibournes—. Fantasma, bebida.

Fantasma se apresuró a servirle una copa de vino.

—Es tan buen chico —comentó Brisa, aceptando la bebida—. Casi no tengo que darle ningún empujoncito alomántico. Si el resto de vosotros, rufianes, fuerais tan serviciales…

Fantasma frunció el ceño.

—Nostá bien el nostar de sin jugar.

—No tengo ni idea de lo que acabas de decir, chico —repuso Brisa—. Así que voy a fingir que era coherente y pasaré a otra cosa.

Kelsier puso los ojos en blanco.

—Perder la tensión del recorte —dijo—. Sin la en necesidad de cuidao.

—Enredar el enredo de los rizos del racimo —asintió Fantasma.

—Pero ¿qué estáis diciendo? —preguntó Brisa, picado.

—Siendo el ser de la iluminia —dijo Fantasma—. Cortar el tener de desear de to esto.

—Siempre teniendo el hacer de to esto —coincidió Kelsier.

—Siempre teniendo el deseo de tener to lo que tenemos —añadió Ham con una sonrisa—. Luminando el deseo de siendo el no.

Brisa se volvió hacia Dockson, exasperado.

—Creo que nuestros compañeros se han vuelto locos de remate, querido amigo.

Dockson se encogió de hombros. Entonces, con la cara completamente seria, dijo:

—En no ser es ser queriendo.

Brisa se sentó, abrumado, mientras todos estallaban en carcajadas. Se encogió de hombros, indignado, sacudiendo la cabeza y murmurando acerca del declarado infantilismo del grupo.

Vin estuvo a punto de atragantarse con el vino.

—¿Qué has dicho? —le preguntó a Dockson cuando este se sentaba a su lado.

—No estoy seguro —confesó él—. Pero me sonaba bien.

—No creo que hayas dicho nada, Dox —dijo Kelsier.

—Sí, claro que ha dicho algo —repuso Fantasma—. Pero no significaba nada.

Kelsier se echó a reír.

—Suele ser así casi siempre. He descubierto que puedes ignorar la mitad de las cosas que dice Dox y no perderte demasiado… excepto tal vez la queja ocasional de que gastas en exceso.

—¡Eh! —exclamó Dockson—. ¿Una vez más he de señalar que alguien tiene que hacerse responsable? Sinceramente, la forma en que gastáis los cuartos…

Vin sonrió. Incluso las quejas de Dockson eran amables. Clubs estaba sentado junto a la pared con aspecto de cascarrabias como siempre, pero Vin captó una ligera sonrisa en sus labios. Kelsier se levantó y abrió otra botella de vino, volvió a llenar las copas y le contó al grupo los preparativos del ejército skaa.

Vin se sentía… contenta. Mientras bebía vino vio la puerta abierta que conducía al taller a oscuras. Se imaginó, por un instante, que podía ver una figura en las sombras: una niña delgaducha y asustada, desconfiada, recelosa. Tenía el pelo corto y despeinado, y llevaba una sencilla camisa sucia y un par de pantalones marrones.

Vin recordó aquella segunda noche en el taller de Clubs, cuando escuchó a los demás conversar desde la oscura sala de trabajo. ¿De verdad había sido aquella niña capaz de esconderse en la fría oscuridad para ser testigo de las risas y la amistad, con envidia oculta pero sin atreverse a unirse a ellos?

Kelsier hizo entonces un comentario jocoso que arrancó las risas de todos los presentes.

Tienes razón, Kelsier, pensó Vin con una sonrisa. Esto es mejor.

Todavía no era como ellos: no del todo. Seis meses no podían acallar los susurros de Reen, ni ella podía ser tan confiada como Kelsier. Pero… por fin comprendía, al menos un poco, por qué él actuaba como lo hacía.

—Muy bien —dijo Kelsier, acercándose una silla y sentándose a horcajadas—. Parece que el ejército estará listo en el tiempo previsto, y Marsh está en su puesto. Tenemos que movernos. Vin, ¿alguna noticia del baile?

—La Casa Tekiel es vulnerable —informó ella—. Sus aliados se dispersan y los buitres se acercan. Algunos susurran que las deudas y los negocios perdidos obligarán a Tekiel a vender su torreón a finales de mes. Es imposible que puedan permitirse continuar pagando los impuestos que por ella exige el lord Legislador.

—Lo cual elimina de la ciudad, y de modo efectivo, una Gran Casa —dijo Dockson—. La mayoría de los nobles de Tekiel, incluidos brumosos y nacidos de la bruma, tendrá que dirigirse a las plantaciones para tratar de recuperar pérdidas.

—Bien —se felicitó Ham. Cuantas más casas nobles pudieran alejar de la ciudad más fácil sería apoderarse de ella.

—Siguen quedando nueve Grandes Casas —dijo Brisa.

—Pero han empezado a matarse entre sí por las noches —dijo Kelsier—. Están a un paso de la guerra declarada. Sospecho que veremos el inicio de un éxodo muy pronto… Todo el que no esté dispuesto a arriesgarse a ser asesinado por mantener el dominio en Luthadel dejará la ciudad durante un par de años.

—Pero las casas fuertes no parecen tener miedo —dijo Vin—. Siguen celebrando fiestas.

—Ya, y seguirán haciéndolo hasta el final —contestó Kelsier—. Los bailes son magníficas excusas para reunirse con sus aliados y no perder de vista a los enemigos. Las guerras entre casas son principalmente políticas y por eso exigen campos de batalla políticos.

Vin asintió.

—Ham —dijo Kelsier—, tenemos que echarle un ojo a la Guarnición de Luthadel. ¿Sigues planeando visitar mañana a tus contactos entre los soldados?

Ham asintió con la cabeza.

—No puedo prometer nada, pero debería poder restablecer algunos contactos. Dame un poco de tiempo y descubriré qué van a hacer los militares.

—Bien.

—Me gustaría ir con él —dijo Vin.

Kelsier vaciló.

—¿Con Ham?

Vin asintió.

—No me he entrenado todavía con un violento. Ham podría enseñarme unas cuantas cosas.

—Ya sabes quemar peltre —dijo Kelsier—. Lo hemos practicado.

—Lo sé —respondió Vin. ¿Cómo podía explicarlo? Ham había practicado con peltre nada más: tenía que ser mejor en eso que Kelsier.

—Venga, deja de incordiar a la chica —dijo Brisa—. Estará cansada de fiestas y bailes. Deja que vuelva a ser una golfilla callejera durante un rato.

—Bien —respondió Kelsier, encogiéndose de hombros. Se sirvió otra copa—. Brisa, ¿cómo podrían apañárselas tus aplacadores si estuvieras fuera una temporada?

Brisa hizo un gesto de indiferencia.

—Yo soy, naturalmente, el miembro más efectivo del grupo. Pero he entrenado a los demás: reclutarán bien sin mí, sobre todo ahora que las historias sobre el Superviviente se están haciendo tan populares.

—Por cierto, tenemos que hablar de eso, Kell —dijo Dockson, frunciendo el ceño—. No estoy muy seguro de que me guste todo ese misticismo acerca de ti y el Undécimo metal.

—Podemos discutirlo más tarde.

—¿Por qué preguntas por mis hombres? —dijo Brisa—. ¿Por fin sientes tanta envidia de mi impecable sentido de la moda que has decidido librarte de mí?

—Podríamos decir que sí —contestó Kelsier—. Estaba pensando en enviarte a sustituir a Yeden dentro de unos cuantos meses.

—¿Sustituir a Yeden? —preguntó Brisa, sorprendido—. ¿Quieres decir que yo dirija el ejército?

—¿Por qué no? Eres muy bueno dando órdenes.

—En segundo plano, querido amigo —dijo Brisa—. No destaco. Vaya, y encima sería general. ¿Te das cuenta de lo ridículo que suena?

—Piénsatelo. El reclutamiento ya habría terminado para entonces, así que nos serías más útil si fueras a las cuevas y dejaras que Yeden regresara para trabajar aquí sus contactos.

Brisa frunció el ceño.

—Supongo.

—Muy bien —dijo Kelsier, poniéndose en pie—. Creo que no he tomado suficiente vino. Fantasma, sé buen chico y corre a la bodega por otra botella, ¿quieres?

El muchacho asintió y la conversación pasó a temas más ligeros. Vin se acomodó en su asiento, sintiendo el calor de la estufa de carbón que había a un lado de la habitación, contenta por el momento con disfrutar sin más de la paz de no tener que preocuparse, luchar, ni planear.

Si Reen hubiese conocido algo así, pensó, acariciando abstraída su pendiente. Tal vez entonces las cosas habrían sido diferentes para él. Para nosotros.

Ham y Vin se marcharon al día siguiente a visitar la Guarnición de Luthadel.

Después de tantos meses haciéndose pasar por noble, Vin había creído que le resultaría extraño vestir de nuevo ropa de calle. Sin embargo, no fue así. Cierto, era un poco diferente: no tenía que preocuparse por sentarse con decoro o caminar de modo que su vestido no rozara el suelo o las paredes sucias. De todas formas, la ropa sencilla todavía le parecía natural.

Llevaba pantalones marrones, una camisa blanca suelta metida en la cintura y un chaleco de cuero. Se había recogido el pelo largo bajo una gorra. La gente de la calle la tomaría por un chico, aunque a Ham no parecía importarle.

Y no le importaba. Vin se había acostumbrado a que la gente la estudiara y la evaluara, pero nadie en la calle se molestó en dirigirle una sola mirada. Los esforzados obreros skaa, los nobles despreocupados, incluso skaa bien situados como Clubs… todos la ignoraron.

Casi había olvidado lo que es ser invisible, pensó Vin. Por fortuna, las antiguas actitudes (agachar la cabeza mientras caminaba, apartarse del paso de la gente, encogerse para no llamar la atención) regresaron fácilmente. Convertirse en Vin, la skaa callejera, fue tan sencillo como recordar una vieja melodía familiar.

En realidad, esto es otro disfraz, pensó mientras caminaba junto a Ham. Mi maquillaje es una leve capa de ceniza, cuidadosamente aplicada sobre mis mejillas. Mi vestido, un par de pantalones manchados para que parezcan viejos y gastados.

¿Quién era ella en realidad? ¿Vin la ladronzuela? ¿Valette la dama? ¿La conocía alguno de sus amigos? ¿Se conocía a sí misma?

—Ah, cómo extrañaba esto —dijo Ham, caminando feliz a su lado. Ham siempre parecía feliz; ella no podía imaginarlo insatisfecho a pesar de lo que había dicho sobre el tiempo que había estado dirigiendo el ejército—. Es curioso —dijo, volviéndose hacia Vin. No caminaba con el mismo aire de sumisión que Vin había cultivado: ni siquiera parecía importarle destacar entre los otros skaa—. No debería echar de menos este lugar…, quiero decir, Luthadel es la ciudad más abarrotada y sucia del Imperio Final. Pero también tiene algo…

—¿Es aquí donde vive tu familia? —preguntó Vin.

Ham negó con la cabeza.

—Viven en una ciudad más pequeña. Mi esposa es costurera allí; le dice a la gente que pertenezco a la Guarnición de Luthadel.

—¿Los echas de menos?

—Pues claro que sí. Es duro. Solo puedo pasar unos cuantos meses seguidos con ellos… pero es mejor así. Si me mataran en un trabajo, a los inquisidores les sería difícil localizar a mi familia. Ni siquiera le he dicho a Kell en qué ciudad viven.

—¿Crees que el Ministerio se tomaría tantas molestias? Quiero decir, si ya estuvieras muerto.

—Soy un brumoso, Vin, eso significa que todos mis descendientes tendrán algo de sangre noble. Mis hijos podrían ser alománticos, y sus hijos. No, cuando los inquisidores matan a un brumoso, se aseguran de eliminar también a sus vástagos. La única forma de mantener a salvo a mi familia es estar alejado de ellos.

—Podrías no usar tu alomancia.

Ham sacudió la cabeza.

—No sé si podría hacer eso.

—¿Por el poder?

—No, por el dinero —dijo Ham con sinceridad—. Los violentos… o los brazos de peltre, como prefiere llamarlos la nobleza, son los brumosos más buscados. Un violento competente puede enfrentarse a media docena de hombres normales y levantar más, soportar más y moverse más rápido que nadie. Estas cosas significan mucho cuando solo puedes permitirte un equipo reducido. Mezcla a un par de lanzamonedas con cinco violentos y tendrás un pequeño ejército móvil. Hay quien está dispuesto a pagar un montón por ese tipo de protección.

Vin asintió.

—Comprendo que el dinero resulta tentador.

—Es más que tentador, Vin. Mi familia no tiene que vivir en casas de vecinos abarrotadas de skaa, ni tiene que pasar hambre. Mi esposa solo trabaja para guardar las apariencias: lleva una buena vida, para ser skaa. Cuanto tenga suficiente dinero, nos mudaremos al Dominio Central. Hay sitios en el Imperio Final que mucha gente no conoce… sitios donde un hombre con dinero suficiente puede llevar la vida de un noble. Sitios donde puedes dejar de preocuparte y tan solo vivir.

—Eso parece… atractivo.

Ham asintió, se volvió y tomó por una calle más ancha hacia las puertas principales de la ciudad.

—Kell me contagió ese sueño. Es lo que siempre decía que quería hacer. Espero tener más suerte que él…

Vin frunció el ceño.

—Todo el mundo dice que era rico. ¿Por qué no se marchó?

—No lo sé. Siempre había otro trabajo… cada uno más grande que el anterior. Supongo que cuando eres jefe de una banda como él, el juego puede volverse adictivo. Pronto el dinero ni siquiera pareció importarle. Con el tiempo, se enteró de que el lord Legislador guardaba un secreto de valor incalculable en ese santuario oculto. Si Mare y él se hubieran marchado antes de ese trabajo… Pero, bueno, no lo hicieron. No sé… tal vez no habrían sido felices si no hubiesen tenido que preocuparse.

La idea parecía intrigarlo y Vin vio que daba vueltas a otra de sus «cuestiones». Supongo que cuando eres jefe de una banda como él, el juego puede volverse adictivo…

Volvió a sentir la antigua aprensión. ¿Y si Kelsier se apoderaba del trono imperial? No sería tan malo como el lord Legislador, pero… Vin había seguido leyendo el libro de viajes. El lord Legislador no siempre había sido un tirano. Una vez, fue un buen hombre. Un buen hombre cuya vida se había torcido.

Kelsier es distinto, se dijo Vin. Hará lo adecuado.

Con todo, vacilaba. Ham tal vez no lo comprendiera, pero Vin le veía el incentivo. A pesar de la depravación de los nobles, había algo embriagador en la alta sociedad. Vin se sentía cautivada por la belleza, la música y los bailes. Su fascinación no era la misma que la de Kelsier (no le interesaban los juegos políticos ni los timos), pero comprendía por qué él habría sido reacio a dejar Luthadel.

Esa reluctancia había destruido al antiguo Kelsier, pero había producido algo mejor: un Kelsier más decidido, menos volcado en sí mismo. Por suerte.

Naturalmente, sus planes también le costaron a la mujer que amaba. ¿Por eso odia tanto a la nobleza?

—¿Ham? ¿Kelsier ha odiado siempre a los nobles?

Ham asintió.

—Pero ahora es peor.

—A veces me asusta. Parece que quiere matarlos a todos, no importa quiénes sean.

—A mí también me preocupa eso —dijo Ham—. Esa historia del Undécimo metal… es casi como si estuviera convirtiéndose en una especie de santo. —Calló, luego se volvió hacia ella—. No te preocupes demasiado. Brisa, Dox y yo ya hemos hablado de eso. Vamos a enfrentarnos a Kell, a ver si podemos controlarlo un poco. Tiene buenas intenciones, pero tiende a pasarse un poco algunas veces.

Vin asintió. Ante ellos, la gente en apretadas filas esperaba el permiso para cruzar las puertas de la ciudad. Ham y ella dejaron atrás el solemne grupo: obreros enviados a los muelles, hombres que iban a trabajar a una de las fábricas del otro lado del río o el lago, nobles menores que deseaban viajar. Todos debían tener buenos motivos para salir de la ciudad: el lord Legislador controlaba estrictamente los viajes dentro de su reino.

Pobrecillos, pensó Vin mientras pasaba junto a un harapiento grupo de niños que cargaban cubos y cepillos, disponiéndose tal vez a subir a la muralla para limpiar el liquen que producía la bruma en los parapetos. Ante ellos, cerca de las puertas, un oficial maldijo y empujó a un hombre fuera de la fila. El obrero skaa cayó al suelo, pero poco a poco logró ponerse en pie y se arrastró hasta el final de la cola. Puede que si no lo dejaban salir de la ciudad no podría trabajar aquel día… Y no tener trabajo significaba no conseguir vales de comida para su familia.

Vin siguió a Ham y ambos se encaminaron por una calle paralela a las murallas de la ciudad, al fondo de la cual Vin vio un gran complejo de edificios. Nunca había estudiado antes los cuarteles de la Guarnición: la mayoría de los miembros de las bandas tendía a mantenerse a distancia prudente de ellos. Sin embargo, mientras se acercaban, le impresionó su aspecto defensivo. Había grandes picas montadas en la pared, rodeando todo el complejo. Los edificios del interior eran enormes y estaban fortificados. Soldados apostados en las puertas miraban con hostilidad a los transeúntes.

Vin vaciló.

—Ham, ¿cómo vamos a entrar ahí?

—No te preocupes —dijo él, deteniéndose a su lado—. En la Guarnición me conocen. Además, no es tan malo como parece: los soldados solo ponen mala cara para intimidar. Como puedes imaginar, no son muy apreciados. La mayoría de los de ahí dentro son skaa…, hombres que, a cambio de una vida mejor, se han vendido al lord Legislador. Cada vez que hay disturbios skaa en la ciudad, la guarnición local es atacada por los descontentos. Por eso las fortificaciones.

—Entonces… ¿conoces a estos hombres?

Ham asintió.

—No soy como Brisa o Kell, Vin…, no sé fingir. Soy quien soy. Esos soldados no saben que soy un brumoso, pero sí que trabajo en los bajos fondos. Conozco a muchos de esos tipos desde hace años; siempre han intentado reclutarme. Generalmente tienen mejor suerte reclutando a gente como yo, que ya está fuera de la corriente principal de la sociedad.

—Pero tú vas a traicionarlos —dijo Vin en voz baja, apartando a Ham a un lado del camino.

—¿Traicionarlos? No, no será ninguna traición. Esos hombres son mercenarios, Vin. Han sido contratados para pelear y atacarán a sus amigos, incluso a sus parientes, en una algarada o una rebelión. Los soldados aprenden a comprender este tipo de cosas. Puede que seamos amigos, pero cuando se trata de luchar ninguno de nosotros vacilaría en matar a los otros.

Vin asintió lentamente. Parecía… duro. Pero así es la vida. Dura. Esa parte de las enseñanzas de Reen no era mentira.

—Pobres muchachos —dijo Ham, mirando la Guarnición—. Podríamos haber usado a hombres como ellos. Antes de marcharme a las cuevas, conseguí reclutar a los pocos que pensé que podrían ser receptivos. El resto… bueno, eligieron su camino. Como yo, solo intentan dar a sus hijos una vida mejor. La diferencia es que ellos están dispuestos a trabajar para él para hacerlo.

Ham se volvió hacia ella.

—Muy bien, ¿querías algún consejo para quemar peltre?

Vin asintió ansiosamente.

—Los soldados suelen dejarme entrenar con ellos. Puedes verme pelear… Quema bronce para ver cuándo uso la alomancia. Lo primero y más importante que aprenderás sobre los brazos de peltre es cuándo usar tu metal. He advertido que los jóvenes alománticos tienden a avivar siempre su peltre, pensando que cuanto más fuertes sean, mejor. Sin embargo, no siempre quieres golpear con todas tus fuerzas.

»La fuerza es una parte importante de una pelea, pero no la única. Si siempre golpeas con todas tus fuerzas te cansarás más rápido y le darás a tu oponente información sobre tus limitaciones. Un hombre listo golpea más fuerte al final de una batalla, cuando su oponente está más débil. Y, en una batalla prolongada, como una guerra, el soldado listo es el que sobrevive más tiempo. Será el hombre que sepa controlarse.

Vin asintió.

—Pero ¿no tardas más en cansarte cuando usas la alomancia?

—Sí. De hecho, un hombre con suficiente peltre puede seguir luchando con casi la máxima eficacia durante horas. Pero recurrir al peltre de esa forma requiere práctica, y tarde o temprano te quedas sin metal. Cuando lo haces, la fatiga podría matarte.

»Lo que estoy tratando de explicarte es que suele ser mejor controlar la quema de peltre. Si usas más fuerza de la necesaria, podrías quedar en desequilibrio. Además, he visto a violentos que se apoyan tanto en su peltre que descuidan el entrenamiento y la práctica. El peltre aumenta tus habilidades físicas, no tu capacidad innata. Si no sabes cómo usar un arma, o si no tienes práctica pensando con rapidez en una pelea, perderás, no importa lo fuerte que seas.

»Tendré que ser muy cuidadoso con la Guarnición, puesto que no saben que soy alomántico. Te sorprenderá lo a menudo que eso es importante. Observa cómo uso el peltre. No lo avivaré solo para conseguir fuerza: si me tambaleo, lo quemaré para que me proporcione una instantánea sensación de equilibrio. Cuando esquive, puede que lo queme para ayudarme a que me aparte un poco más rápido. Hay docenas de pequeños trucos que puedes usar si sabes cuándo hay que darse un impulso.

Vin asintió.

—Muy bien —dijo Ham—. Vamos, pues. Diré a los soldados de la Guarnición que eres la hija de un pariente. Tienes aspecto bastante joven para tu edad y ni siquiera se lo pensarán dos veces. Obsérvame pelear y hablaremos más tarde.

Vin volvió a asentir y los dos se acercaron a la Guarnición. Ham saludó a uno de los guardias.

—Hola, Bevidon. Tengo el día libre. ¿Anda por ahí Sertes?

—Está aquí, Ham —dijo Bevidon—. Pero no creo que sea el mejor día para practicar…

Ham alzó una ceja.

—¿No?

Bevidon compartió una mirada con uno de los otros soldados.

—Ve por el capitán —le dijo.

Instantes después, un soldado de aspecto atareado salió de un edificio lateral y saludó en cuanto vio a Ham. Su uniforme tenía unas cuantas tiras de color y unos cuantos trozos de metal dorado en el hombro.

—Ham —dijo el recién llegado.

—Sertes —respondió Ham con una sonrisa, estrechando la mano del hombre—. Ahora eres capitán, ¿eh?

—Desde el mes pasado —asintió Sertes. Se detuvo a mirar a Vin.

—Es mi sobrina —dijo Ham—. Buena chica.

Sertes asintió.

—¿Podríamos hablar a solas un momento, Ham?

Ham se encogió de hombros y dejó que lo llevara a un lugar más apartado, junto a las puertas del complejo. La alomancia permitió a Vin captar lo que decían. ¿Qué haría yo sin el estaño?

—Mira, Ham —dijo Sertes—. No podrás venir a entrenarte durante una temporada. La Guarnición va a estar… ocupada.

—¿Ocupada? —preguntó Ham—. ¿Cómo?

—No puedo decirlo. Pero… Bueno, nos vendría bien un soldado como tú ahora mismo.

—¿Para combatir?

—Sí.

—Debe de ser algo serio si requiere la atención de la Guarnición entera.

Sertes guardó silencio un momento y luego volvió a hablar en voz baja… tan baja que Vin tuvo que esforzarse para oír.

—Una rebelión —susurró Sertes—, justo aquí en el Dominio Central. Nos hemos enterado. Un ejército de rebeldes skaa apareció y atacó la Guarnición de Holstep, al norte.

Vin sintió un súbito escalofrío.

¿Qué? —dijo Ham.

—Deben de haber surgido de las cavernas que hay por allí —respondió el soldado—. Las últimas noticias son que las fortificaciones de Holstep aguantan… pero Ham, solo son mil hombres. Necesitan refuerzos desesperadamente y los koloss no llegarán a tiempo. La Guarnición de Valtroux envió cinco mil soldados, pero no vamos a dejárselo a ellos. Parece que las fuerzas rebeldes son numerosas y el lord Legislador nos ha dado permiso para acudir en su ayuda.

Ham asintió.

—¿Qué te parece? —preguntó Sertes—. Una lucha de verdad, Ham. Una verdadera batalla. Nos vendría bien un hombre de tu habilidad… Te haré oficial ahora mismo y tendrás tu propio escuadrón.

—Yo… tendré que pensármelo —dijo Ham. No era bueno ocultando sus emociones y su sorpresa no le pareció convincente a Vin. Sertes, sin embargo, no se dio cuenta.

—No tardes demasiado —dijo Sertes—. Tenemos previsto ponernos en marcha dentro de dos horas.

—Lo haré —dijo Ham, con voz de desconcierto—. Déjame que vaya a dejar a mi sobrina y recoja algunas cosas. Volveré antes de que os marchéis.

—Buen hombre —dijo Sertes, y Vin pudo ver que le daba una palmada a Ham en el hombro.

Nuestro ejército ha sido descubierto, pensó Vin, horrorizada. ¡No están preparados! Se suponía que tenían que tomar Luthadel con rapidez y sigilo… no enfrentarse directamente a la Guarnición.

¡Van a masacrar a esos hombres! ¿Qué ha pasado?