No sé por qué me traicionó Kwaan. Incluso así, este hecho acosa mis pensamientos. Fue él quien me descubrió; él fue el filósofo de Terris que me llamó primero Héroe de las Eras. Parece irónicamente surrealista que ahora, después de su larga pugna por convencer a sus colegas, sea el único hombre santo de importancia que predica contra mi reino.
15
—¿Dejaste que te acompañara? —preguntó Dockson, irrumpiendo en la sala—. ¿Te llevaste a Vin a Kredik Shaw? ¿Estás loco de remate?
—Sí —replicó Kelsier—. Has tenido razón todo el tiempo. Estoy loco. Soy un lunático. ¡Tal vez debería haber muerto en los Pozos y no haber vuelto jamás para molestaros a ninguno!
Dockson se detuvo, sorprendido por la fuerza de las palabras de Kelsier, quien dio un puñetazo en la mesa lleno de frustración, quebrando la madera por la fuerza del golpe. Seguía quemando peltre, el metal que le ayudaba a resistir sus diversas heridas. Su capa de bruma yacía hecha jirones y tenía en el cuerpo media docena de cortes de poca gravedad. Todo el costado derecho le ardía de dolor. Tendría una magulladura enorme allí, y tendría suerte si no se había roto ninguna costilla.
Kelsier avivó el peltre. El fuego en su interior le sentó bien: le proporcionaba un foco para la ira y el asco que sentía por sí mismo. Uno de los aprendices trabajaba con rapidez, tratando de vendarle la herida más grande. Clubs estaba sentado junto a Ham en un rincón de la cocina; Brisa estaba fuera, en uno de los suburbios.
—Por el lord Legislador, Kelsier —dijo Dockson en voz baja.
Incluso Dockson, pensó Kelsier. Incluso mis más viejos amigos juran en nombre del lord Legislador. ¿Qué estamos haciendo? ¿Cómo podemos enfrentarnos a esto?
—Había inquisidores esperándonos, Dox.
Dockson palideció.
—¿Y la dejaste allí?
—Ella escapó antes de que yo lo hiciera. Traté de distraer a los inquisidores todo lo que pude, pero…
—¿Pero?
—Uno de ellos la siguió. No pude impedirlo… Quizá los otros dos inquisidores tan solo han intentado mantenerme ocupado para que su compañero pudiera encontrarla.
—Tres inquisidores —dijo Dockson, aceptando una copa de brandy que le ofrecía uno de los aprendices. La apuró.
—Debimos de hacer mucho ruido al entrar —dijo Kelsier—. Eso, o ya estaban allí por algún motivo. ¡Y seguimos sin saber qué hay en esa sala!
Todos guardaron silencio en la cocina. La lluvia en el exterior volvió a arreciar, asaltando el edificio con furia vengativa.
—Bueno… —dijo Ham—. ¿Qué ha sido de Vin?
Kelsier miró a Dockson, y vio pesimismo en sus ojos. Kelsier había escapado a duras penas y tenía años de entrenamiento. Si Vin estaba todavía en Kredik Shaw…
Kelsier sintió un agudo dolor en el pecho. La dejaste morir también. Primero, Mare; luego, Vin. ¿A cuántos más llevarás a la muerte antes de que esto acabe?
—Puede que esté oculta en algún lugar de la ciudad —dijo Kelsier—. Temerosa de venir al taller porque los inquisidores la están buscando. O… tal vez por algún motivo haya vuelto a Fellise.
Tal vez esté en alguna parte ahí fuera, muriendo sola bajo la lluvia.
—Ham —dijo Kelsier—, tú y yo vamos a volver al palacio. Dox, con Lestibournes, visitad a otras bandas de ladrones. Tal vez uno de sus vigías haya visto algo. Clubs, envía a un aprendiz a la Mansión Renoux para ver si ha vuelto allí.
El solemne grupo empezó a moverse, pero Kelsier no necesitó decir lo obvio. Ham y él no podrían acercarse a Kredik Shaw sin toparse con patrullas de guardia. Aunque Vin estuviera ocultándose en algún lugar de la ciudad, lo más probable era que los inquisidores la encontrasen antes.
Kelsier se detuvo y su súbito movimiento hizo que los otros lo imitaran. Había oído algo.
Sonaron pasos apresurados mientras Lestibournes bajaba corriendo las escaleras y entraba en la habitación, completamente empapado por la lluvia.
—¡Viene alguien!
—¿Vin? —preguntó Ham, esperanzado.
Lestibournes negó con la cabeza.
—Hombre grande. Fuerte.
Ya está, entonces. He causado la muerte de la banda… He traído a los inquisidores hasta aquí.
Ham se puso en pie y empuñó una vara de madera. Dockson sacó un par de dagas y los seis aprendices de Clubs se dirigieron al fondo de la habitación con el espanto en los ojos.
Kelsier avivó sus metales.
La puerta trasera de la cocina se abrió. Una forma alta y oscura, con una túnica mojada, se alzaba bajo la lluvia. Y llevaba en sus brazos una figura envuelta en tela.
—¡Sazed!
—Está malherida —dijo Sazed, entrando rápidamente en la habitación, su bella ropa chorreando—. Maese Hammond, necesito peltre. Su suministro está agotado, creo.
Ham se abalanzó mientras Sazed depositaba a Vin sobre la mesa de la cocina. Tenía la piel pegajosa y pálida y estaba totalmente empapada.
Es tan pequeña, pensó Kelsier. Apenas poco más que una niña. ¿Cómo se me ha ocurrido llevarla conmigo?
Tenía una enorme herida ensangrentada en el costado. Sazed apartó algo (un gran libro que llevaba) y aceptó de Hammond un frasco. Lo abrió y vertió el líquido en la garganta de la muchacha inconsciente. La habitación permaneció en silencio mientras el sonido de la lluvia seguía llegando por la puerta todavía abierta.
El rostro de Vin cobró un poco de color y su respiración pareció estabilizarse. Para los sentidos alománticos potenciados por el bronce de Kelsier, empezó a emitir un suave pulso no muy distinto a un segundo latido.
—Ah, bien —dijo Sazed, deshaciendo el vendaje improvisado de Vin—. Temí que su cuerpo estuviera demasiado poco familiarizado con la alomancia para quemar metales inconscientemente. Hay esperanza, creo. Maese Cladent, necesito una olla de agua hirviendo, vendas y la bolsa médica de mis habitaciones. ¡Rápido!
Clubs asintió e indicó a sus aprendices que trajeran lo que se había pedido. Kelsier dio un respingo mientras observaba el trabajo de Sazed. La herida era grave, peor que ninguna a las que él mismo había sobrevivido. El corte le llegaba hasta el intestino: el tipo de herida que mataba lenta pero inevitablemente.
Vin, sin embargo, no era una persona corriente: el peltre mantenía vivo a un alomántico mucho después de que su cuerpo hubiera cedido. Además, Sazed no era un curandero cualquiera. Los ritos religiosos no eran lo único que los guardadores almacenaban en su sorprendente memoria; sus mentes de metal contenían enormes tesoros de información sobre cultura, filosofía y ciencia.
Clubs echó a sus aprendices de la habitación cuando empezó la operación. El procedimiento requirió una alarmante cantidad de tiempo, con Ham aplicando presión a la herida mientras Sazed cosía lentamente el interior de Vin. Por fin, cerró la herida exterior, aplicó un vendaje limpio y luego le pidió a Ham que llevara con cuidado a la muchacha a su cama.
Kelsier se levantó, viendo cómo Ham sacaba de la cocina el cuerpo débil y flácido de Vin. Luego se volvió hacia Sazed. Dockson, la otra única persona presente, estaba sentado en un rincón.
Sazed negó gravemente con la cabeza.
—No sé, maese Kelsier. Podría sobrevivir. Tendremos que suministrarle peltre… Eso ayudará a su cuerpo a crear nueva sangre. Incluso así, he visto a muchos hombres fuertes morir por heridas más pequeñas que esta.
Kelsier asintió.
—Creo que llegué demasiado tarde —dijo Sazed—. Cuando descubrí que se había marchado de la Mansión Renoux, vine a Luthadel lo más rápido que pude. Usé toda una mente de metal para hacer el viaje. Siguió siendo demasiado lento…
—No, amigo mío. Lo has hecho bien esta noche. Mucho mejor que yo.
Sazed suspiró y luego acarició con la mano el gran libro que había apartado antes de iniciar la operación. El tomo estaba manchado de lluvia y sangre. Kelsier lo miró, frunciendo el ceño.
—¿Qué es eso?
—No lo sé —respondió Sazed—. Lo encontré en el palacio, mientras buscaba a la muchacha. Está escrito en khlenni.
Khlenni, el lenguaje de Khlennium, la antigua tierra del lord Legislador, antes de la Ascensión. Kelsier se acercó.
—¿Puedes traducirlo?
—Tal vez —dijo Sazed, y de repente pareció muy cansado—. Pero… no por ahora, creo. Después de esta noche, necesitaré descansar.
Kelsier asintió y llamó a uno de los aprendices para que preparara una habitación para Sazed. El terrisano hizo un gesto de agradecimiento y empezó a subir cansinamente las escaleras.
—Ha salvado algo más que la vida de Vin esta noche —dijo Dockson, acercándose a Kelsier—. Lo que has hecho es una estupidez, incluso para ti.
—Tenía que saberlo, Dox. Tenía que volver. ¿Y si el atium está allí?
—Dijiste que no lo está.
—Lo dije y estoy casi seguro. Pero ¿y si me equivoco?
—Eso no es excusa —dijo Dockson, enfadado—. Ahora Vin se está muriendo y el lord Legislador sabe que existimos. ¿No fue suficiente que causaras la muerte de Mare intentando entrar en esa sala?
Kelsier hizo una pausa, pero estaba demasiado agotado para sentir ninguna ira. Suspiró y se sentó.
—Hay más, Dox.
Dockson frunció el ceño.
—He evitado hablar del lord Legislador a los demás, pero… estoy preocupado. El plan es bueno, pero tengo esta terrible sensación ominosa de que nunca tendremos éxito mientras él viva. Podremos robar su dinero, podremos quitarle sus ejércitos, podremos expulsarlo de la ciudad… pero sigue preocupándome no poder detenerlo.
Dockson frunció el ceño.
—¿Entonces hablas en serio de ese Undécimo metal?
Kelsier asintió.
—Llevo dos años buscando un modo de matarlo. Los hombres lo han intentado todo. No le afectan las heridas normales y la decapitación solo le molesta. Un grupo de soldados incendió la posada donde se alojaba durante una de las primeras guerras. El lord Legislador salió de allí siendo apenas un esqueleto y luego sanó en cuestión de segundos.
»Solo las historias del Undécimo metal ofrecían alguna esperanza ¡Pero no puedo hacerlo funcionar! Por esto he tenido que volver al palacio. El lord Legislador lo esconde en algún lugar de esa sala… Lo presiento. No puedo dejar de pensar que, si supiéramos qué es, lograríamos detenerlo.
—No tenías que llevarte a Vin contigo.
—Me siguió —dijo Kelsier—. Me preocupaba que intentara entrar por su cuenta, así que se lo permití. La chica es testaruda, Dox… Lo oculta bien, pero es enormemente obstinada cuando quiere serlo.
Dockson suspiró, y luego asintió lentamente.
—Y seguimos sin saber qué hay en esa sala.
Kelsier miró el libro que Sazed había dejado sobre la mesa. La lluvia lo había manchado, pero el tomo obviamente había sido diseñado para durar. Estaba bien cerrado para impedir que la lluvia se colara dentro y la tapa era de cuero bien curtido.
—No, no lo sabemos —dijo Kelsier por fin. Pero tenemos esto, sea lo que sea.
—¿Ha merecido la pena, Kell? —preguntó Dockson—. Esa hazaña de locos, ¿ha merecido la pena realmente que estuvieran a punto de mataros, a ti y a la chica?
—No lo sé —contestó Kelsier con sinceridad. Se volvió hacia Dockson y miró a su amigo a los ojos—. Pregúntamelo cuando sepamos si Vin va a vivir o no.
FIN DE LA SEGUNDA PARTE