Al principio, estaban aquellos que no creían que la Profundidad fuera un peligro serio, al menos no para ellos. Sin embargo, trajo consigo una plaga que he visto infectar a casi toda la tierra. Los ejércitos son inútiles contra ella. Las grandes ciudades son arrasadas por su poder. Las cosechas se pierden y la tierra muere.

A eso combato. Este es el monstruo que debo derrotar. Me preocupa haber tardado demasiado. Ya se ha producido tanta destrucción que temo por la supervivencia de la humanidad.

¿Es verdaderamente el fin del mundo, como predicen tantos filósofos?

22

Llegamos a Terris a principios de semana —leyó Vin—, y tengo que decir que el paisaje me pareció maravilloso. Las grandes montañas al norte, con sus cimas nevadas y sus faldas boscosas, se alzan como dioses guardianes sobre esta tierra de verde fertilidad. Mis propias tierras del sur son llanas: creo que serían menos temibles si hubiera unas cuantas montañas para dar variedad al terreno.

Aquí la gente se dedica principalmente al pastoreo, aunque no son raros los leñadores y los granjeros. Es una tierra de pastos, desde luego. Parece extraño que de un sitio tan agrícola hayan surgido las profecías y doctrinas en las que se basa el mundo entero.

Escogimos a un grupo de porteadores terrisanos para que nos guíen por los difíciles pasos montañosos. Sin embargo, no son hombres corrientes. Parece que las historias son ciertas: algunos terrisanos tienen una habilidad destacada que resulta muy intrigante.

De algún modo acumulan fuerzas para usarlas al día siguiente. Antes de dormir, por la noche, se pasan una hora acostados y, durante ese tiempo, se vuelven muy frágiles de aspecto, casi como si hubieran envejecido medio siglo. Sin embargo, cuando se despiertan a la mañana siguiente se vuelven muy musculosos. Al parecer, sus poderes tienen algo que ver con los brazaletes y pendientes de metal que llevan siempre.

El líder de los porteadores se llama Rashek y es bastante taciturno. Sin embargo, Braches (inquisitivo como siempre) ha prometido interrogarlo con la esperanza de descubrir exactamente cómo se consigue esa maravillosa capacidad para hacer acopio de fuerzas.

Mañana comenzaremos la fase final de nuestra peregrinación, las Montañas Lejanas de Terris. Allí, es de esperar que encuentre la paz, tanto para mí como para nuestra pobre tierra.

Mientras leía su ejemplar del diario, Vin tomó rápidamente varias decisiones. Primero, quedó firmemente convencida de que no le gustaba leer. Sazed no escuchaba sus quejas: solo decía que no había practicado lo suficiente. ¿No veía que leer no era una habilidad práctica como manejar una daga o recurrir a la alomancia?

A pesar de todo, continuó leyendo según sus órdenes, aunque solo fuera para demostrar testarudamente que podía hacerlo. Le costaba entender muchas de las palabras del diario de viaje y tenía que leer en una zona apartada de la Mansión Renoux donde podía descubrir las palabras por su cuenta, tratando de descifrar el extraño estilo de letra del lord Legislador.

La lectura continuada la llevó a la segunda conclusión: el lord Legislador era mucho más quejica de lo que tenía derecho a ser ningún dios. Cuando las páginas del libro no estaban llenas de aburridas notas sobre los viajes del lord Legislador, estaban repletas de reflexiones y prolijas enseñanzas morales. Vin estaba empezando a desear no haber encontrado aquel libro.

Suspiró, acomodándose en su silla de mimbre. Una fresca brisa de principios de primavera agitaba los jardines. El aire era confortablemente húmedo gracias a la pequeña fuente que había a la izquierda, y los árboles la protegían del sol de la tarde. Ser noble, incluso una noble falsa, tenía desde luego sus ventajas.

Sonaron pasos tras ella. Estaban lejos, pero Vin se había acostumbrado a quemar un poco de estaño en todo momento. Se dio la vuelta y miró con disimulo por encima del hombro.

—¿Fantasma? —dijo con sorpresa cuando vio al joven Lestibournes recorrer el sendero del jardín—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Fantasma se detuvo, ruborizado.

—Perando que el Dox venga y en sequede.

—¿Dockson? —dijo Vin—. ¿Está aquí también?

¡Tal vez tenga noticias de Kelsier!

Fantasma asintió y se acercó.

—Armas paendaytomá porenprimera vé.

Vin vaciló.

—Me he perdido.

—Teníamos que repartir algunas armas más —dijo Fantasma, esforzándose por no hablar en su dialecto—. Y las almacenaremos aquí durante un tiempo.

—Ah —dijo Vin, levantándose y cepillándose el vestido—. Debería ir a verlo.

Fantasma pareció de pronto avergonzado, se ruborizó de nuevo, y Vin ladeó la cabeza.

—¿Había algo más?

Con un súbito movimiento, Fantasma echó mano al chaleco y sacó algo. Vin avivó peltre en respuesta, pero no era más que un pañuelo blanco y rosa. Fantasma se lo tendió.

Vin lo aceptó, vacilante.

—¿Para qué es esto?

Fantasma se ruborizó otra vez, se dio media vuelta y se marchó.

Vin lo vio irse, desconcertada. Miró el pañuelo. Estaba hecho de suave encaje, pero no parecía haber nada extraño en él.

Qué chico tan raro, pensó, guardándose el pañuelo en la manga. Recogió su ejemplar del diario de viajes y echó a andar por el sendero. Se estaba acostumbrando tanto a llevar vestido que apenas tenía que prestar atención a que las capas inferiores rozaran los matojos o las piedras.

Supongo que eso es en sí mismo una habilidad valiosa, pensó mientras llegaba a la entrada del jardín sin haberse enganchado el vestido en una sola rama. Abrió la puerta de muchos paneles de cristal y detuvo al primer criado que vio.

—¿Ha llegado maese Delton? —preguntó, usando el nombre falso de Dockson. Se hacía pasar por uno de los mercaderes que Renoux tenía como contacto dentro de Luthadel.

—Sí, mi señora —dijo el criado—. Está reunido con lord Renoux.

Vin lo dejó marchar. Hubiese podido participar en la reunión, pero no le pareció bien. Lady Valette no tenía ningún motivo para asistir a un encuentro mercantil entre Renoux y Delton.

Vin se mordió los labios, pensativa. Sazed siempre le decía que tenía que guardar las apariencias. Bien, pensó. Esperaré. Tal vez Sazed pueda decirme qué espera que haga ese muchacho loco con el pañuelo.

Se marchó a la biblioteca de arriba con la agradable sonrisa propia de una dama mientras trataba de deducir de qué estaban hablando Renoux y Dockson. El hecho de traer las armas era una excusa; Dockson no hubiese hecho personalmente algo tan mundano. Tal vez Kelsier se había retrasado. O tal vez Dockson había entrado por fin en contacto con Marsh: el hermano de Kelsier, junto con los otros nuevos iniciados de los obligadores, debía llegar pronto a Luthadel.

Dockson y Renoux podrían haberme mandado llamar, pensó, molesta. Valette solía atender a los invitados con su tío.

Sacudió la cabeza. Aunque Kelsier hubiera dicho que era miembro pleno de la banda, los demás obviamente seguían considerándola todavía una niña. Eran amistosos y la aceptaban, pero no parecían incluirla. Quizá lo hicieran sin intención, pero no por eso resultaba menos frustrante.

Había luz en la biblioteca. En efecto, Sazed estaba sentado traduciendo las últimas páginas del diario. Alzó la cabeza cuando Vin entró, sonrió y asintió respetuosamente.

Tampoco lleva gafas esta vez, advirtió Vin. ¿Por qué las usó durante tan poco tiempo antes?

—Señora Vin —dijo, levantándose y acercándole una silla—. ¿Cómo van tus estudios del libro?

Vin contempló las páginas que tenía en la mano.

—Bien, supongo. No comprendo por qué tengo que molestarme en leerlo… Les diste copias a Kell y Brisa también, ¿no?

—Desde luego —respondió Sazed, colocando la silla junto a su mesa—. Sin embargo, maese Kelsier pidió que todos los miembros del grupo leyeran las páginas. Creo que hace bien. Cuantos más ojos lean esas palabras, más probable es que descubramos los secretos ocultos que hay en ellas.

Vin suspiró, se alisó el vestido y se sentó. El vestido blanco y azul era precioso: aunque pretendidamente para uso diario, era solo ligeramente menos lujoso que los vestidos que usaba para las fiestas.

—Debes admitir que el texto es sorprendente —dijo Sazed mientras se sentaba—. Esta obra es el sueño de un guardador. ¡Estoy descubriendo cosas sobre mi cultura que ni siquiera sospechaba!

Vin asintió.

—Acabo de llegar a la parte en que llegan a Terris.

Con suerte, la siguiente contendrá menos listas de suministros. Sinceramente, para tratarse de un dios maligno de la oscuridad puede ser bastante aburrido.

—Sí, sí —dijo Sazed, hablando con extraño entusiasmo—. ¿Has visto que describe Terris como un lugar de «verde fertilidad»? Las leyendas de los guardadores hablan de eso. Terris es ahora una tundra de tierra congelada donde no sobrevive casi ninguna planta. Pero antiguamente fue verde y hermosa, como dice el texto.

Verde y hermosa, pensó Vin. ¿Por qué tiene el verde que ser hermoso? Sería como tener plantas azules o púrpura… solo algo extraño.

Sin embargo, había algo más en el libro de viajes que despertaba su curiosidad: algo que tanto Sazed como Kelsier no habían querido mencionar.

—Acabo de leer la parte en la que el lord Legislador contrata a unos porteadores de Terris —dijo Vin con cuidado—. Habla de que se volvían más fuertes durante el día porque se dejaban debilitar durante la noche.

Sazed de pronto se volvió más retraído.

—Sí, en efecto.

—¿Sabes algo de esto? ¿Tiene que ver con ser guardador?

—Sí. Pero debe permanecer en secreto. No es que no seas digna de confianza, Vin. Sin embargo, cuanta menos gente sepa cosas sobre los guardadores, menos rumores se contarán acerca de nosotros. Lo mejor sería que el lord Legislador empezara a creer que nos ha destruido por completo, tal como ha sido su objetivo durante los últimos mil años.

Vin se encogió de hombros.

—Bien. Esperemos que ninguno de los secretos que Kelsier quiere que descubramos en este texto estén relacionados con los poderes terrisanos… Si lo están, se me han pasado por completo.

Sazed no dijo nada.

—Ah, bien —dijo Vin desenfadadamente, hojeando las páginas que no había leído—. Parece que se pasa mucho tiempo hablando de los terrisanos. Supongo que no podré ayudar gran cosa cuando Kelsier vuelva.

—Tienes razón —dijo Sazed lentamente—. Aunque lo expreses de manera un poco melodramática.

Vin sonrió.

—Muy bien —dijo Sazed con un suspiro—. Creo que no deberíamos haberte dejado pasar tanto tiempo con maese Brisa.

—Los hombres del libro de viajes. ¿Son guardadores?

Sazed asintió.

—Lo que ahora llamamos guardadores eran mucho más corrientes entonces… quizás incluso más corrientes que actualmente los brumosos entre los nobles modernos. Nuestro arte se llama «feruquimia»: la habilidad de almacenar ciertos atributos físicos dentro de trozos de metal.

Vin frunció el ceño.

—¿También quemáis metales?

—No —dijo Sazed, sacudiendo la cabeza—. Los feruquimistas no son como los alománticos… No «quemamos» nuestros metales. Los usamos como depósito. Cada trozo de metal, dependiendo del tamaño y la aleación, puede almacenar cierta cualidad física. El feruquimista conserva un atributo y recurre a esa reserva posteriormente.

—¿Atributo? ¿Como la fuerza?

Sazed asintió.

—En el texto, los porteadores de Terris se debilitan durante la noche, acumulando fuerzas en sus brazaletes para usarlas al día siguiente.

Vin estudió el rostro de Sazed.

—¡Por eso llevas tantos pendientes!

—Sí, señora —dijo él, y se subió las mangas. Bajo la túnica llevaba gruesos brazaletes de hierro en los antebrazos—. Mantengo ocultas algunas de mis reservas… pero llevar muchos anillos, pendientes y otras joyas siempre ha sido parte de la cultura de Terris. El lord Legislador intentó prohibir una vez que los terrisanos tocaran o poseyeran metal alguno… de hecho, intentó imponer que llevar metales fuera privilegio de los nobles y no de los skaa.

Vin frunció el ceño.

—Qué extraño —dijo—. Cabría pensar que son los nobles quienes no querrían llevar metal, porque eso los haría vulnerables a la alomancia.

—En efecto. Sin embargo, la moda ha sido siempre adornar los vestidos con metal. Comenzó, sospecho, con el deseo del lord Legislador de negar a los terrisanos el derecho a tocar metal. Él mismo empezó a llevar anillos y brazaletes de metal, y los nobles siempre lo imitaron en sus modas. Hoy en día, los más ricos a menudo llevan metal como símbolo de poder y orgullo.

—Parece una estupidez.

—La moda suele serlo. De todas formas, el intento fracasó: muchos nobles solo llevan madera pintada para que parezca metal y los terrisanos consiguieron capear el descontento del lord Legislador en este tema. Sencillamente, era imposible llevar a la práctica que los sirvientes nunca manejen metal. Sin embargo, eso no ha impedido que el lord Legislador tratara de exterminar a los guardadores.

—Os teme.

—Y nos odia. No solo a los feruquimistas, sino a todos los terrisanos. —Sazed colocó una mano sobre la parte del texto que aún no había traducido—. Espero encontrar ese secreto aquí también. Nadie recuerda por qué el lord Legislador persigue al pueblo de Terris, pero sospecho que tiene algo que ver con esos porteadores. Su líder, Rashek, parece un hombre muy extraño. El lord Legislador habla a menudo de él en su narración.

—Menciona la religión —dijo Vin—. La religión de Terris. Algo sobre unas profecías.

Sazed negó con la cabeza.

—No puedo responder a eso, señora, pues no sé más que tú de la religión de Terris.

—Pero si recopilas religiones. ¿Es que no conoces la tuya propia?

—No —respondió Sazed solemnemente—. Verás, por eso se formaron los guardadores. Hace siglos, mi pueblo ocultó a los últimos feruquimistas de Terris. Las purgas del lord Legislador se volvían muy violentas: eso fue antes de que iniciara el programa reproductor. Entonces no éramos criados ni mayordomos… ni siquiera éramos skaa. Éramos algo que había que destruir.

»Sin embargo, algo impidió que el lord Legislador nos aniquilara por completo. No sé por qué… Quizá pensó que el genocidio era demasiado castigo. De todas formas, destruyó con éxito nuestra religión durante los dos primeros siglos de su dominio. La organización de guardadores se formó durante el siglo siguiente y sus miembros se dedicaron a descubrir lo que se había perdido y recordarlo para el futuro.

—¿Con feruquimia?

Sazed asintió, pasando los dedos por el brazalete de su brazo derecho.

—Este es de cobre: permite almacenar recuerdos y pensamientos. Cada guardador lleva varios brazaletes como este, llenos de conocimiento: canciones, relatos, oraciones, historias y lenguajes. Muchos guardadores tienen un área de interés concreta (la mía es la religión), pero todos recordamos la colección entera. Si tan solo uno de nosotros sobrevive hasta la muerte del lord Legislador, entonces nuestro pueblo podrá recuperar todo lo que ha perdido. —Hizo una pausa y se bajó la manga—. Bueno, no todo lo que se ha perdido. Todavía hay cosas que faltan.

—Vuestra propia religión —dijo Vin en voz baja—. Nunca la encontrasteis, ¿verdad?

Sazed sacudió la cabeza.

—El lord Legislador da a entender en su libro de viajes que fueron nuestros profetas quienes le condujeron al Pozo de la Ascensión, pero incluso esto es información nueva para nosotros. ¿Qué creíamos? ¿A qué, o a quién, adorábamos? ¿De dónde procedían esos profetas de Terris, y cómo predecían el futuro?

—Yo… lo siento.

—Seguimos buscando. Acabaremos por encontrar nuestras respuestas. Aunque no lo hagamos, habremos proporcionado un servicio de valor incalculable a la humanidad. Otra gente nos considera dóciles y serviles, pero a nuestro modo hemos luchado contra él.

Vin asintió.

—¿Y qué otras cosas puedes almacenar? Fuerza y recuerdos. ¿Algo más?

Sazed se la quedó mirando.

—Ya he dicho demasiado. Entiendes la mecánica de lo que hacemos: si el lord Legislador menciona estas cosas en su texto, no te confundirás.

—Capacidad de visión —dijo Vin, alzando la cabeza—. Por eso llevaste gafas durante unas cuantas semanas después de rescatarme. Necesitabas poder ver mejor esa noche, cuando me salvaste, y por eso agotaste tu provisión. Luego pasaste unas semanas con visión débil hasta que pudiste recargarla.

Sazed no respondió al comentario. Tomó su pluma con la evidente intención de volver a su trabajo como traductor.

—¿Alguna cosa más, señora?

—La verdad es que sí —respondió Vin, sacando el pañuelo de su manga—. ¿Tienes idea de lo que es esto?

—Parece un pañuelo, señora.

Vin alzó una ceja.

—Muy gracioso. Has pasado demasiado tiempo con Kelsier, Sazed.

—Lo sé —contestó él con un suspiro—. Creo que me ha corrompido. De todas maneras, no comprendo tu pregunta. ¿Qué tiene de particular ese pañuelo en concreto?

—Eso es lo que quiero saber. Fantasma me lo ha dado hace un ratito.

—Ah. Entonces tiene sentido.

—¿Qué?

—En la sociedad noble, un pañuelo es el regalo tradicional que un joven hace a una dama cuando desea cortejarla en serio.

Vin vaciló y miró anonadada el pañuelo.

¿Qué? ¿Ese chaval está loco?

—Creo que la mayoría de los hombres de su edad están un poco locos —dijo Sazed con una sonrisa—. Sin embargo, no es inesperado. ¿No te has dado cuenta de cómo te mira cuando entras en la habitación?

—Solo me parece que es un poco raro. ¿En qué está pensando? Es mucho más joven que yo.

—El muchacho tiene quince años, Vin. Solo tiene uno menos que tú.

—Dos —dijo Vin—. Cumplí diecisiete la semana pasada.

—De todas maneras, no es mucho más joven que tú.

Vin miró al cielo.

—No tengo tiempo para sus atenciones.

—Cabría pensar que agradecerías las oportunidades que tienes. No todo el mundo es tan afortunado.

Vin vaciló. Es un eunuco, idiota.

—Sazed, lo siento. Yo…

Sazed agitó una mano.

—Es algo de lo que nunca he sabido lo suficiente, señora. Tal vez soy afortunado… Viviendo en los bajos fondos no es fácil criar una familia. Vaya, el pobre maese Hammond lleva meses alejado de su esposa.

—¿Ham está casado?

—Pues claro. Igual que maese Yeden, creo. Protegen a sus familias separándolas de las actividades del submundo, pero para eso tienen que pasar largos periodos de tiempo separados.

—¿Quién más? —preguntó Vin—. ¿Brisa? ¿Dockson?

—Maese Brisa está un poco demasiado… centrado en sí mismo para tener familia, creo. Maese Dockson no ha hablado de su vida sentimental, pero sospecho que hay algo doloroso en su pasado. Eso no es nada extraño en los skaa de las plantaciones, como cabría esperar.

—¿Dockson es de una plantación? —preguntó Vin, un tanto sorprendida.

—Naturalmente. ¿Es que no hablas nunca con tus amigos?

Amigos. Tengo amigos. Era una idea extraña.

—Tendría que continuar con mi trabajo —dijo Sazed—. Lamento tener que despedirte, pero casi he terminado la traducción…

—Por supuesto —dijo Vin, poniéndose en pie y alisándose el vestido—. Gracias.

Encontró a Dockson sentado en el estudio de invitados, escribiendo en silencio en un papel, con un montón de documentos perfectamente organizados al lado. Llevaba un traje de noble clásico, y como siempre parecía más cómodo con esa ropa que los demás. Kelsier era descarado, Brisa, inmaculado y llamativo, pero Dockson… sencillamente llevaba con naturalidad aquel atuendo.

Alzó la cabeza al verla entrar.

—¿Vin? Lo siento… tendría que haberte mandado llamar. Por algún motivo supuse que estabas fuera.

—A menudo lo estoy, de un tiempo a esta parte —respondió Vin, cerrando la puerta—. Hoy me he quedado en casa: escuchar a las nobles parlotear en el almuerzo puede ser un poco pesado.

—Me lo imagino —sonrió Dockson—. Siéntate.

Vin asintió con la cabeza y entró en la habitación. Era un lugar tranquilo, decorado con colores cálidos y maderas caras. Todavía había un poco de luz en el exterior, pero Dockson ya había corrido las cortinas y trabajaba a la luz de las velas.

—¿Alguna noticia de Kelsier? —preguntó Vin mientras se sentaba.

—No —respondió Dockson, haciendo a un lado el documento—. Pero era de esperar. No iba a estar mucho tiempo en las cuevas, así que enviar un mensajero de vuelta habría sido un poco tonto…, como alomántico, él podría llegar incluso antes que un hombre a caballo. Sea como sea, sospecho que llegará unos cuantos días tarde. Después de todo, estamos hablando de Kell.

Vin asintió y guardó silencio un momento. No había pasado tanto tiempo con Dockson como con Kelsier y Sazed… o con Ham y Brisa. Sin embargo, parecía un hombre agradable. Muy estable y muy listo. Mientras que la mayoría de los otros contribuía con algún tipo de poder alomántico al grupo, Dockson era valioso por su capacidad organizativa.

Cuando había que conseguir algo (como los vestidos de Vin), Dockson se encargaba de hacerlo. Cuando había que alquilar un edificio, procurar suministros u obtener un permiso, Dockson hacía que sucediera. No estaba en primera fila, engañando a nobles, luchando en las brumas o reclutando soldados. Sin embargo, sin él, Vin sospechaba que todo el grupo se haría pedazos.

Es un hombre agradable, se dijo. No le importará si se lo pregunto.

—Dox, ¿cómo era vivir en una plantación?

—¿Hummm? ¿La plantación?

Vin asintió.

—Creciste en una, ¿no? ¿Eres un skaa de plantación?

—Sí —dijo Dockson—. O al menos lo fui. ¿Cómo era? No estoy seguro de cómo responder, Vin. Era una vida dura, pero la mayoría de los skaa lleva una vida dura. No se me permitía salir sin permiso de la plantación, ni salir siquiera de la comunidad. Comíamos de manera más regular que un montón de skaa callejeros, pero trabajábamos tan duro como cualquier trabajador de fábrica. Quizá más.

»Las plantaciones son algo distintas de las ciudades. Allí, cada lord es su propio amo. En teoría, el lord Legislador es el dueño de los skaa, pero los nobles los alquilan y se les permite matar a tantos como quieran. Cada lord solo tiene que asegurarse de entregar las cosechas.

—Lo dices con una… frialdad.

Dockson se encogió de hombros.

—Ha pasado tiempo desde que vivía allí, Vin. No creo que la plantación fuera demasiado traumática. Era solo la vida… No conocíamos nada mejor. De hecho, ahora sé que de entre los lores de las plantaciones el mío era bastante compasivo.

—¿Por qué te marchaste, entonces?

Dockson hizo una pausa.

—Sucedió algo —dijo, con voz triste—. ¿Conoces la ley que dice que un lord puede acostarse con cualquier mujer skaa que desee?

Vin asintió.

—Tiene que matarla cuando termine.

—O poco después —dijo Dockson—. Lo bastante rápido para que no engendre hijos mestizos.

—¿El lord tomó a una mujer que amabas, entonces?

Dockson asintió.

—No hablo mucho de ello. No porque no pueda, sino porque creo que sería inútil. No soy el único skaa que perdió a un ser querido por la pasión de un lord, o incluso por la indiferencia de un lord. De hecho, apuesto a que tendrías problemas para encontrar a un skaa que no tenga a algún ser querido que no haya sido asesinado por la aristocracia. Es solo… como son las cosas.

—¿Quién era ella?

—Una chica de la plantación. Como decía, mi historia no es original. Recuerdo… que me colé entre las chozas una noche para estar con ella. Toda la comunidad nos siguió el juego, ocultándonos de los capataces… Se suponía que yo no podía salir después de oscurecer, ya sabes. Me interné entre las brumas por primera vez, por ella, y aunque muchos me consideraron un necio por salir de noche, otros superaron sus supersticiones y me ayudaron. Creo que el romance los inspiró; Kareien y yo recordamos a todos que había algo por lo que vivir.

»Cuando lord Devinshae se llevó a Kareien… y luego devolvió su cuerpo a las chozas para que fuera enterrado… algo… murió en las chozas de los skaa. Me marché esa noche. No sabía que hubiera una vida mejor, pero no podía quedarme, no con la familia de Kareien allí, no con lord Devinshae viéndonos trabajar…

Dockson suspiró, sacudiendo la cabeza. Vin por fin vio emoción en su cara.

—¿Sabes? A veces hasta me sorprende que lo intentemos —dijo él—. Con todo lo que nos han hecho (las muertes, las torturas, las agonías) cabría pensar que renunciaríamos a cosas como la esperanza y el amor. Pero no lo hacemos. Los skaa siguen enamorándose. Siguen tratando de tener familia y siguen afanándose. Quiero decir… aquí estamos, luchando en la loca guerra de Kell, resistiéndonos a un dios que sabemos que va a matarnos a todos.

Vin no dijo nada, tratando de comprender el horror de lo que él describía.

—Yo… creía que habías dicho que tu señor era amable.

—Sí, y lo era —replicó Dockson—. Lord Devinshae rara vez mataba a palizas a sus skaa y solo purgaba a los viejos cuando la población se descontrolaba por completo. Tenía una reputación impecable entre la nobleza. Lo habrás visto en alguno de los bailes… Ha estado en Luthadel recientemente, para pasar el invierno, entre las temporadas de plantación.

Vin sintió frío.

—¡Dockson, eso es horrible! ¿Cómo pueden dejar a un monstruo semejante entre ellos?

Dockson frunció el ceño y luego se inclinó ligeramente hacia delante, apoyando los brazos sobre la mesa.

—Vin, todos son así.

—Sé que eso es lo que dicen algunos skaa, Dox —respondió Vin—. Pero la gente de los bailes no es así. Los he conocido, he bailado con ellos. Dox, muchos de ellos son buena gente. Creo que no se dan cuenta de lo terribles que son las cosas para los skaa.

Dockson la miró con expresión extraña.

—¿De verdad estoy oyendo esto de ti, Vin? ¿Por qué crees que luchamos contra ellos? ¿No te das cuenta de las cosas de las que esa gente, toda esa gente, es capaz?

—Crueldad, tal vez —dijo Vin—. E indiferencia. Pero no son monstruos… no todos ellos. No como tu antiguo lord de la plantación.

Dockson sacudió la cabeza.

—No los ves como son, Vin. Un noble puede violar y asesinar a una mujer skaa una noche y ser alabado por su moralidad y virtud al día siguiente. Para ellos los skaa no son personas. Las mujeres nobles ni siquiera consideran que sus señores las engañan cuando se acuestan con una mujer skaa.

—Yo… —Vin no supo qué decir, cada vez más insegura. Esa era una parte de la cultura noble a la que no había querido enfrentarse. Las palizas tal vez pudiera perdonarlas, pero eso…

Dockson negó con la cabeza.

—Estás dejando que te droguen, Vin. Estas cosas son menos visibles en las ciudades porque hay casas de prostitución, pero los asesinatos siguen. Algunos burdeles usan a mujeres de muy pobre cuna, pero nobles. La mayoría, sin embargo, mata periódicamente a sus prostitutas para contentar a los inquisidores.

Vin se sintió un poco débil.

—Yo… conozco los burdeles, Dox. Mi hermano siempre me amenazaba con venderme a uno. Pero que los burdeles existan no significa que todos los hombres vayan a ellos. Hay montones de obreros que no visitan los burdeles.

—Los nobles son diferentes, Vin —dijo Dockson severamente—. Son criaturas horribles. ¿Por qué crees que no me quejo cuando Kelsier los mata? ¿Por qué crees que trabajo para derrocar su gobierno? Deberías preguntarle a alguno de esos niños bonitos con los que bailas con cuánta frecuencia se acuesta con mujeres skaa que saben que van a matarlas poco después. Todos lo han hecho, en un momento u otro.

Vin agachó la cabeza.

—No se les puede redimir, Vin —dijo Dockson. No parecía tan apasionado por el tema como Kelsier, tan solo… resignado—. No creo que Kell sea feliz hasta que estén todos muertos. Dudo que lleguemos tan lejos, o incluso que podamos hacerlo, pero yo, por mi parte, me sentiría más que contento si viera su sociedad desmoronarse.

Vin no dijo nada. Todos no pueden ser así, pensó. Son tan hermosos, tan distinguidos. Elend nunca ha tomado y asesinado a una mujer skaa… ¿verdad?