En el fondo, me preocupa que mi arrogancia nos destruya a todos.
9
Vin empujó contra la moneda y se lanzó a la bruma. Salió volando de la tierra y la piedra, surcando las oscuras corrientes del cielo, la capa aleteando al viento.
Esto es libertad, pensó, mientras inhalaba profundamente el aire fresco y húmedo. Cerró los ojos, sintiendo el viento al pasar. Esto es lo que siempre eché de menos, aunque no lo sabía.
Abrió los ojos cuando empezó a descender. Esperó hasta el último momento y entonces arrojó una moneda. Golpeó el empedrado y ella la empujó levemente, refrenando su caída. Quemó peltre con un destello y golpeó el suelo a la carrera, precipitándose por las tranquilas calles de Fellise. El aire de finales de otoño era fresco, pero los inviernos eran generalmente suaves en el Dominio Central. A veces no caía ni un copo de nieve en años.
Lanzó una moneda hacia atrás y la usó para empujarse levemente hacia arriba y a la derecha. Aterrizó en un muro bajo de piedra, sin detener apenas el ritmo mientras corría a lo largo de la parte superior. Quemar peltre reforzaba algo más que los músculos: ampliaba todas las habilidades físicas del cuerpo. Mantener el peltre a bajo nivel le proporcionaba una sensación de equilibrio que cualquier ladrón nocturno hubiese envidiado.
La muralla giraba y Vin se detuvo en la esquina. Se agazapó, los pies descalzos y los sensibles dedos aferrados a la fría piedra. Con el cobre encendido para ocultar su alomancia, avivó estaño para reforzar sus sentidos.
Quietud. Los álamos formaban hileras sin sustancia en la bruma, como skaa macilentos en sus filas de trabajo. Las mansiones se alzaban en la distancia, cada una de ellas amurallada, atendida y bien guardada. Había muchos menos puntos de luz en la ciudad que en Luthadel. Muchas de las casas eran solo residencias de temporada, pues sus dueños estaban fuera visitando cualquier otro rincón del Imperio Final.
De repente aparecieron líneas azules ante ella, un extremo de cada una apuntándole al pecho, el otro perdido en la bruma. Vin saltó inmediatamente a un lado, esquivando un par de monedas que pasaron de largo en el aire nocturno y dejaron su rastro en la bruma. Avivó peltre, aterrizó en la calle junto a la muralla. Sus oídos amplificados por el estaño detectaron un sonido de roce; entonces una forma oscura salió despedida hacia el cielo, mientras unas cuantas líneas azules apuntaban a su bolsa de las monedas.
Vin dejó caer una moneda y se lanzó al aire tras su oponente. Volaron un momento, surcando el aire por encima de los terrenos de algún noble que nada sospechaba. El oponente de Vin cambió de rumbo en el aire, hacia la mansión. Vin lo siguió soltándose de la moneda que tenía debajo, quemando hierro y tirando del picaporte de una de las ventanas del edificio.
Su oponente llegó primero y ella oyó un golpe mientras corría hacia un lado del palacio. Se perdió un segundo más tarde.
Una luz aumentó su brillo y una confusa cabeza asomó por una ventana cuando Vin giraba en el aire y aterrizaba con los pies contra la fachada. Inmediatamente se impulsó en la superficie vertical, desviándose un poco y empujando contra el mismo picaporte. El cristal crujió y ella salió disparada en la noche antes de que la gravedad pudiera reclamarla.
Vin voló a través de la bruma, forzando los ojos para seguir a su oponente. Él le lanzó un par de monedas, pero ella las apartó, empujándolas con desdén. Una débil línea azul cayó al suelo, una moneda arrojada; su oponente se movió de nuevo a un lado.
Vin dejó caer su propia moneda y empujó. Sin embargo, la moneda salió despedida hacia atrás desde el mismo suelo: el resultado de un empujón de su oponente. El súbito movimiento cambió la trayectoria del salto de Vin, arrojándola a un lado. Maldijo, lanzó otra moneda, la usó para empujarse de vuelta a su rumbo. Pero ya había perdido su presa.
Muy bien… pensó, golpeando el suave terreno tras la muralla. Se puso unas cuantas monedas en la mano y luego arrojó la bolsa casi llena al aire, dándole un fuerte empujón en la dirección por donde había visto desaparecer a su oponente. La bolsa desapareció en la bruma, dejando una débil línea alomántica azul.
Un puñado de monedas salió disparado de los matorrales que tenía delante, corriendo hacia su bolsa. Vin sonrió. Su oponente había supuesto que la bolsa voladora era ella. Estaba demasiado lejos para ver las monedas que tenía en la mano, igual que antes había estado demasiado lejos para que ella viera las monedas que él llevaba.
Una oscura figura salió de los matorrales, saltando sobre la muralla de piedra. Vin esperó tranquilamente mientras la figura corría a lo largo de la muralla y pasaba al otro lado.
Vin se lanzó al aire y luego arrojó su puñado de monedas mientras la figura pasaba por debajo. El oponente empujó inmediatamente, dispersando las monedas… pero eran solo una distracción. Vin aterrizó ante él, desenfundando los cuchillos de cristal. Atacó y descargó un golpe, pero el contrario dio un salto hacia atrás.
Algo va mal. Vin esquivó y se hizo a un lado mientras un puñado de chispeantes monedas (las suyas, las que su oponente había dispersado) caían desde el cielo en la mano del rival, que se volvió y las lanzó contra ella.
Vin soltó las dagas con un gritito ahogado, parapetándose con las manos y empujando las monedas. Inmediatamente, fue impelida hacia atrás cuando su oponente igualó su empujón.
Una de las monedas saltó al aire y quedó flotando directamente entre ambos. El resto de las monedas desaparecieron en la bruma, dispersadas por fuerzas contrarias.
Vin avivó su acero mientras volaba y oyó a su oponente gruñir mientras era empujado también hacia atrás hasta que golpeó la pared. Vin chocó contra un árbol, pero avivó peltre e ignoró el dolor. Usó la madera para sostenerse y continuó empujando.
La moneda titiló en el aire, atrapada entre la fuerza amplificada de dos alománticos. La presión aumentó. Vin apretó los dientes, sintiendo el pequeño álamo doblarse tras ella.
El empuje de su oponente era implacable.
¡No… dejaré… que me venza!, pensó Vin, avivando acero y peltre a la vez, gruñendo ligeramente mientras arrojaba toda su fuerza a la moneda.
Hubo un momento de silencio. Entonces Vin saltó hacia atrás y el árbol chasqueó con fuerza en el aire nocturno.
Vin golpeó el suelo, rodeada de trozos de madera. Ni siquiera el estaño y el peltre fueron suficientes para mantener su mente despejada mientras rodaba por el empedrado y acababa por detenerse, mareada. Una figura oscura se acercó, los lazos de la capa de bruma revoloteando a su alrededor. Vin se puso en pie de un salto y echó mano a los cuchillos, olvidando que los había dejado caer.
Kelsier se quitó la capucha y le ofreció los cuchillos. Uno estaba roto.
—Sé que es algo instintivo, Vin, pero no tienes que extender las manos cuando empujas… ni tienes que soltar lo que llevas en las manos.
Vin hizo una mueca en la oscuridad, se frotó el hombro y asintió mientras recogía las dagas.
—Buen trabajo con la bolsa —dijo Kelsier—. Has estado a punto de engañarme.
—Para lo que ha servido —gruñó Vin.
—Solo llevas unos cuantos meses haciendo esto. Considerándolo, tu progreso es fantástico. Sin embargo, te aconsejaría que evitaras competiciones de empuje con gente que pesa más que tú. —Hizo una pausa, mirando la figura bajita y delgada de Vin—. Lo cual significa que deberías evitar enfrentarte casi con cualquiera.
Vin suspiró y se desperezó. Tendría más magulladuras. Al menos no serán visibles. Ahora que los moratones que le había causado Camon habían desaparecido por fin, Sazed le había advertido que tuviera cuidado. El maquillaje no los cubriría completamente y tendría que parecer una joven noble «decente» si iba a infiltrarse en la corte.
—Toma —dijo Kelsier, entregándole algo—. Un recuerdo.
Vin alzó el objeto: la moneda que habían empujado entre los dos. La presión la había doblado y aplastado.
—Te veré en la mansión —dijo Kelsier.
Vin asintió y Kelsier desapareció en la noche. Tiene razón, pensó. Soy más pequeña, peso menos y tengo un alcance más breve que la gente con quien pueda enfrentarme. Si ataco a alguien de frente, perderé.
La alternativa siempre había sido su método de cualquier manera: debatirse en silencio, permanecer invisible. Había aprendido a usar la alomancia del mismo modo. Kelsier seguía diciéndole que estaba desarrollando de manera sorprendentemente rápida sus habilidades alománticas. Parecía convencido de que era por sus lecciones, pero Vin creía que se debía a otra cosa. Las brumas… los paseos nocturnos… todo eso le parecía adecuado. No le preocupaba dominar la alomancia a tiempo para ayudar a Kelsier contra otros nacidos de la bruma.
Era su otra función en el plan lo que la preocupaba.
Suspirando, Vin saltó sobre la muralla para buscar su bolsa de monedas. En la mansión (no la casa de Renoux, sino la vivienda de algún otro noble) había luces encendidas y gente moviéndose. Nadie se aventuró a salir a la noche. Los skaa temían a los espectros; los nobles seguramente imaginaban que los nacidos de la bruma habían causado el alboroto. Ninguna de las dos posibilidades invitaba a una persona en su sano juicio a un enfrentamiento.
Vin localizó su bolsa siguiendo las líneas de acero en las ramas superiores de un árbol. Tiró suavemente hasta hacerla caer en su mano y luego se marchó a la calle. Kelsier debía de haber dejado allí la bolsa: las dos docenas de óbolos que contenía no merecían su tiempo. Sin embargo, durante casi toda su vida Vin había mendigado y pasado hambre. No podía permitirse derrochar. Incluso lanzar monedas para saltar la hacía sentirse incómoda.
Así que usó sus monedas lo menos que pudo mientras regresaba a la Mansión Renoux, prefiriendo empujar y tirar de edificios y trozos abandonados de metal. El paso, medio carrera medio salto, de los nacidos de la bruma ya le resultaba natural y no tenía que pensar mucho en sus movimientos.
¿Cómo le iría, cuando intentara hacerse pasar por noble? No podía ocultar sus temores, no de sí misma. Camon había sido bueno imitando a los nobles porque tenía mucha confianza en sí mismo, y ese era un atributo del que Vin carecía. Su éxito con la alomancia solo demostraba que su lugar estaba en las esquinas y las sombras, no frecuentando salas de baile con vestidos elegantes.
Kelsier, sin embargo, se negaba a dejarla renunciar. Vin aterrizó ante la Mansión Renoux jadeando levemente por el esfuerzo. Miró las luces con una leve sensación de aprensión.
Tienes que aprender a hacerlo, Vin, le decía Kelsier continuamente. Eres una alomántica de talento, pero necesitarás más que empujones al acero para tener éxito con los nobles. Hasta que puedas moverte en su sociedad con la facilidad con que lo haces en las brumas, estarás en desventaja.
Dejando escapar un silencioso suspiro, Vin se incorporó, se quitó la capa y la dejó caer para recogerla más tarde. Luego subió los escalones y entró en el edificio. Cuando preguntó por Sazed, los criados de la mansión le indicaron las cocinas, así que se encaminó hacia la sección apartada y oculta del edificio formada por las viviendas de los sirvientes.
Incluso esa parte del edificio estaba inmaculadamente limpia. Vin estaba empezando a comprender por qué Renoux era un impostor tan convincente: no permitía imperfecciones. Si mantenía su actuación la mitad de bien que mantenía el orden en su mansión, entonces Vin dudaba que nadie descubriera jamás el engaño.
Pero debe de tener algún defecto, pensó. En la reunión de hace dos meses, Kelsier dijo que Renoux no podría soportar el escrutinio de un inquisidor. ¿Es posible que puedan percibir algo de sus emociones, algo que lo traicione?
Era un asunto secundario, pero Vin no lo había olvidado. A pesar de las palabras sobre la sinceridad y la confianza, Kelsier todavía tenía sus secretos. Todo el mundo los tenía.
Sazed estaba, en efecto, en las cocinas. Hablaba con una criada de mediana edad. Era alta para tratarse de una skaa, aunque de pie junto a Sazed parecía diminuta. Vin la reconoció como un miembro del personal de la casa; se llamaba Cosahn. Vin había hecho el esfuerzo de memorizar los nombres de todo el personal, aunque solo fuera para no perderles la pista.
Sazed se volvió cuando ella entraba.
—Ah, dama Vin. Regresas a tiempo. —Indicó a su acompañante—. Ella es Cosahn.
Cosahn estudió a Vin con aire profesional. Vin ansió regresar a las brumas, donde la gente no podía mirarla así.
—Creo que ya es lo bastante largo —dijo Sazed.
—Es probable —respondió Cosahn—. Pero no puedo hacer milagros, maese Vaht.
Sazed asintió. «Vaht» era, al parecer, el tratamiento que se daba a los mayordomos terrisanos. Sin ser del todo skaa, pero tampoco claramente nobles, los terrisanos ocupaban un lugar muy extraño en la sociedad imperial.
Vin los estudió a los dos con recelo.
—Tu pelo, señora —dijo Sazed tranquilo—. Cosahn va a cortártelo.
—Oh —dijo Vin, tocándoselo. Lo tenía un poco largo para su gusto, aunque dudaba que Sazed fuera a hacérselo cortar como un muchacho.
Cosahn indicó una silla y Vin se sentó, reticente. La enervaba sentarse dócilmente mientras alguien trabajaba con tijeras tan cerca de su cabeza, pero no había más remedio.
Después de pasar las manos por el pelo de Vin, recortando suavemente, Cosahn empezó a cortar.
—Qué pelo tan bonito —dijo, casi para sí—, denso, con un precioso tono negro. Es una lástima que lo lleve tan descuidado, maese Vaht. Muchas mujeres de la corte morirían por un pelo como este… Tiene suficiente cuerpo para ahuecarse, pero es lo bastante liso para trabajar con facilidad con él.
Sazed sonrió.
—Tendremos que encargarnos de que reciba mejores cuidados en el futuro —dijo.
Cosahn continuó su trabajo, asintiendo para sí. Al cabo de un rato, Sazed se acercó y se sentó delante de Vin.
—Supongo que Kelsier no ha regresado todavía, ¿no? —preguntó Vin.
Sazed negó con la cabeza y Vin suspiró. Kelsier no creía que tuviera suficiente práctica para acompañarlo en sus incursiones nocturnas, muchas de las cuales realizaba directamente después de sus sesiones de entrenamiento con ella. Durante los dos últimos meses, Kelsier había visitado las propiedades de una docena de casas nobles diferentes, tanto en Luthadel como en Fellise. Cambiaba de disfraz y de motivo aparente, tratando de crear confusión entre las Grandes Casas.
—¿Qué? —preguntó Vin, mirando a Sazed, que la observaba con expresión curiosa.
El terrisano asintió respetuoso.
—Me estaba preguntando si estarías dispuesta a escuchar otra propuesta.
Vin suspiró, encogiéndose de hombros.
—Bien.
No puede decirse que tenga otra cosa que hacer aquí.
—Creo que tengo la religión perfecta para ti —dijo Sazed, y su rostro normalmente estoico reveló un atisbo de ansiedad—. Se llama trelagismo, por el dios Trell. Lo adoraban los nelazanos, un pueblo que vivía muy lejos, al norte. En su tierra, el ciclo del día y la noche era muy extraño. Durante algunos meses del año estaba oscuro casi todo el día. En verano, sin embargo, solo oscurecía unas cuantas horas.
»Los nelazanos creían que había belleza en la oscuridad y que la luz del día era más profana. Consideraban las estrellas los Mil Ojos de Trell que los miraban. El sol era el único ojo celoso del hermano de Trell, Nalt. Como Nalt solo tenía un ojo, lo hacía brillar con tanta fuerza para superar a su hermano. Los nelazanos, sin embargo, no se dejaban impresionar y preferían adorar al silencioso Trell, que los vigilaba incluso cuando Nalt oscurecía el cielo.
Sazed guardó silencio. Vin no estaba segura de cómo responder, así que no dijo nada.
—Realmente es una buena religión, dama Vin —dijo Sazed—. Muy amable y a la vez muy poderosa. Los nelazanos no eran un pueblo avanzado, pero sí bastante decidido. Trazaron mapas de todo el cielo nocturno, contando y situando cada estrella importante. Sus costumbres te vienen bien… sobre todo su preferencia por la noche. Puedo contarte más cosas, si lo deseas.
Vin negó con la cabeza.
—No importa, Sazed.
—¿No te parece bien, entonces? —dijo Sazed, frunciendo levemente el ceño—. Ah, bueno. Tendré que pensarlo un poco más. Gracias, señora…, creo que eres muy paciente conmigo.
—¿Pensarlo un poco más? —preguntó Vin—. Es la quinta religión a la que tratas de convertirme, Sazed. ¿Cuántas más puede haber?
—Quinientas sesenta y dos —dijo Sazed—. O, al menos, ese es el número de sistemas de creencias que conozco. Hay, probable y desafortunadamente, otras que han desaparecido de este mundo sin dejar huellas para que mi pueblo las recopile.
Vin hizo una pausa.
—¿Y tienes memorizadas todas esas religiones?
—Tantas como es posible. Sus oraciones, sus creencias, su mitología. Muchas son muy similares: derivaciones o sectas unas de otras.
—Incluso así, ¿cómo puedes recordar todo eso?
—Tengo… métodos.
—Pero ¿qué sentido tiene?
Sazed frunció el ceño.
—La respuesta debería ser obvia, creo. Las personas son valiosas, dama Vin, y también, por tanto, lo son sus creencias. Desde la Ascensión de hace mil años, han desaparecido muchas de esas fes. El Ministerio de Acero prohíbe adorar todo lo que no sea el lord Legislador y los inquisidores han destruido muy diligentemente cientos de religiones. Si alguien no las recuerda, desaparecerán sin más.
—¿Quieres decir que estás intentando hacerme creer en religiones que llevan mil años muertas? —preguntó Vin, incrédula.
Sazed asintió.
¿Es que todos los que se relacionan con Kelsier están locos?
—El Imperio Final no puede durar eternamente —dijo Sazed en voz baja—. No sé si maese Kelsier será quien le ponga fin, pero ese fin vendrá. Y cuando lo haga, cuando el Ministerio de Acero ya no domine, los hombres querrán regresar a las creencias de sus padres. Ese día recurrirán a los guardadores y ese día devolveremos a la humanidad sus verdades olvidadas.
—¿Guardadores? —preguntó Vin mientras Cosahn procedía a recortar sus rizos—. ¿Hay más como tú?
—No muchos. Pero algunos. Suficientes para pasar las verdades a la siguiente generación.
Vin permaneció en silencio, pensativa, resistiendo la necesidad de agitarse bajo la labor de Cosahn. La mujer, desde luego, se estaba tomando su tiempo: cuando Reen le cortaba el pelo a Vin le bastaban unos cuantos trasquilones.
—¿Repasamos tus lecciones mientras esperamos, dama Vin? —preguntó Sazed.
Vin miró al terrisano y él le sonrió. Sabía que la tenía cautiva: no podía moverse, ni siquiera sentarse a la ventana para contemplar las brumas. Lo máximo que podía hacer era seguir allí sentada y escuchar.
—Bien.
—¿Puedes nombrar las diez Grandes Casas de Luthadel por orden según su poder?
—Venture, Hasting, Elariel, Tekiel, Lekal, Erikeller, Erikell, Haught, Urbain y Buvidas.
—Bien. ¿Y tú eres…?
—Soy lady Valette Renoux, prima cuarta de lord Teven Renoux, dueño de esta mansión. Mis padres, lord Hadren y lady Fellete Renoux, viven en Chakath, una ciudad del Dominio Occidental. Su principal exportación, la lana. Mi familia se dedica al comercio de tintes, sobre todo rojo cárdeno, de los caracoles que son comunes allí, y amarillo margarita, hecho con corteza de árbol. Como parte de un acuerdo comercial con su primo lejano, mis padres me enviaron a Luthadel para que pueda pasar algún tiempo en la corte.
Sazed asintió.
—¿Y qué te parece esta oportunidad?
—Estoy sorprendida y un poco abrumada. La gente me prestará atención porque desea conseguir favores de lord Renoux. Como no estoy familiarizada con las costumbres de la corte, me halagará su atención. Me integraré en la comunidad cortesana, pero me mantendré tranquila y apartada de las intrigas.
—Tus dotes de memorización son admirables, señora —dijo Sazed—. Este humilde ayudante se asombra de cuánto éxito podrías tener si te dedicaras a aprender en vez de evitar tus lecciones.
Vin se lo quedó mirando.
—¿Todos los «humildes ayudantes» dan tanta conversación a sus amos como tú?
—Solo los que tienen éxito.
Vin lo miró, luego suspiró.
—Lo siento, Sazed. No pretendo evitar tus lecciones. Es que… las brumas… a veces me distraigo.
—Bueno, afortunada y sinceramente, eres muy rápida aprendiendo. Sin embargo, la gente de la corte ha tenido toda la vida para estudiar etiqueta. Incluso como noble rural, hay ciertas cosas que debes saber.
—Lo sé. No quiero destacar.
—Ay, eso no podrás evitarlo, señora. ¿Una recién llegada, de una parte lejana del imperio? Sí, se fijarán en ti. Lo que no queremos es hacerles sospechar. Debes ser estudiada y luego ignorada. Si te haces demasiado la tonta, eso levantará sospechas.
Magnífico.
Sazed hizo una pausa y ladeó ligeramente la cabeza. Unos cuantos segundos más tarde, Vin oyó pasos en el pasillo. Kelsier entró en la sala con una sonrisa de satisfacción. Se quitó la capa de bruma y se detuvo al ver a Vin.
—¿Qué? —preguntó ella, hundiéndose un poco más en el asiento.
—El corte de pelo está muy bien —dijo Kelsier—. Buen trabajo, Cosahn.
—No ha sido nada, maese Kelsier. —Vin captó el rubor en su voz—. Solo trabajo con lo que tengo.
—Un espejo —dijo Vin, tendiendo la mano.
Cosahn le entregó uno. Vin lo alzó y lo que vio la dejó sin habla. Parecía… una chica.
Cosahn había hecho un trabajo notable alisándole el pelo para que no se le encrespara. Vin había descubierto que, si se dejaba el pelo demasiado largo, tenía tendencia a rizársele. Ahora el pelo de Vin no era demasiado largo (apenas le llegaba hasta las orejas), pero por lo menos se mantenía liso.
No quieras que piensen en ti como en una chica, le advirtió la voz de Reen. Sin embargo, por una vez, quiso ignorar aquella voz.
—¡Podríamos convertirte en toda una damisela, Vin! —dijo Kelsier con una risotada, y se ganó una mirada de reproche por su parte.
—Primero tendremos que convencerla de que no frunza tanto el ceño, maese Kelsier —comentó Sazed.
—Eso va a ser difícil. Está acostumbrada a poner mala cara. De todas formas, muy bien, Cosahn.
—Todavía me quedan unos cuantos retoques que hacer, maese Kelsier —dijo la mujer.
—Continúa pues. Pero voy a llevarme a Sazed un momento.
Kelsier le hizo un guiño a Vin y Sazed y él salieron de la habitación… dejando una vez más a la muchacha en situación de no poder escucharlos.
Kelsier se asomó a la cocina y vio a Vin sentada en su silla, malhumorada. El corte de pelo era realmente bueno. Sin embargo, sus cumplidos tenían un motivo ulterior: sospechaba que Vin había escuchado decir demasiadas veces que no valía nada. Tal vez con un poco más de confianza en sí misma no intentaría esconderse tanto.
Dejó que la puerta se cerrara y luego se volvió hacia Sazed. El terrisano esperaba, como siempre, con descansada paciencia.
—¿Cómo va el entrenamiento? —preguntó Kelsier.
—Muy bien, maese Kelsier —respondió Sazed—. Ella ya sabía algunas cosas por la formación recibida de su hermano. Aparte de eso, es una chica enormemente inteligente, receptiva y de memoria rápida. No esperaba tanta habilidad en alguien que creció en sus circunstancias.
—Muchos niños de la calle son listos —dijo Kelsier—. Los que no lo son, mueren.
Sazed asintió solemnemente.
—Es extremadamente reservada y creo que no aprecia mis lecciones en todo su valor. Es muy obediente, pero es rápida a la hora de explotar errores o malentendidos. Si no le digo exactamente dónde y cuándo reunirnos, suelo tener que buscarla por toda la mansión.
Kelsier asintió.
—Creo que es su forma de tener un poco de control sobre su vida. De todas maneras, lo que quería saber es si está preparada o no.
—No estoy seguro, maese Kelsier —respondió Sazed—. El conocimiento puro no equivale a habilidad. No estoy seguro de que tenga la… capacidad para imitar a una noble, aunque sea a una joven e inexperta. Hemos practicado cenas, repasado la etiqueta para conversar y memorizado chismorreos. Parece hábil en todo, en una situación controlada. Le ha ido bien en las meriendas que Renoux ha celebrado para algunos invitados nobles. Sin embargo, no podremos saber con seguridad si es capaz de hacerlo hasta que la dejemos sola en una fiesta de aristócratas.
—Ojalá pudiéramos practicar un poco más —dijo Kelsier, sacudiendo la cabeza—. Pero cada semana que pasamos preparándola aumentan las posibilidades de que el Ministerio descubra nuestro creciente ejército en las cuevas.
—Es una prueba de equilibrio, entonces —dijo Sazed—. Debemos esperar lo suficiente para reunir a los hombres que necesitamos y movernos pronto para evitar ser descubiertos.
Kelsier asintió.
—No podemos detenernos por un miembro del grupo… Tendremos que encontrar a otra persona que nos haga de topo si a Vin le sale mal. Pobre chica…, ojalá la hubiera entrenado mejor en la alomancia. Apenas hemos cubierto los primeros cuatro metales. ¡Pero no tengo suficiente tiempo!
—Si puedo hacer una sugerencia…
—Por supuesto, Sazed.
—Envía a la chica con alguno de los brumosos del grupo. He oído decir que Brisa es un aplacador eficaz y sin duda los demás son igualmente dotados. Que ellos le enseñen a Vin cómo usar sus habilidades.
Kelsier hizo una pausa y reflexionó.
—Es buena idea, Sazed.
—¿Pero?
Kelsier miró hacia la puerta. Al otro lado, Vin seguía sometida a su corte de pelo.
—No estoy seguro. Hoy, cuando nos estábamos entrenando, nos enzarzamos en una pelea empujando acero. La chica debe de pesar menos de la mitad que yo, pero me ofreció de todas formas un enfrentamiento decente.
—Personas distintas tienen fuerzas distintas en la alomancia —dijo Sazed.
—Sí, pero la diferencia no suele ser tan grande —respondió Kelsier—. Además, yo tardé meses en aprender a manipular mis tirones y empujones. No es tan fácil como parece: incluso comprender algo tan sencillo como empujarte a ti mismo hasta lo alto de un tejado requiere asimilar el peso, el equilibrio y la trayectoria.
»Pero Vin… parece saber todas esas cosas por instinto. Cierto, solo puede usar los primeros cuatro metales con habilidad, pero el progreso que ha hecho es sorprendente.
—Es una chica especial.
Kelsier asintió.
—Se merece más tiempo para aprender sus poderes. Me siento un poco culpable por haberla metido en nuestros planes. Seguro que acaba en una ceremonia de ejecución del Ministerio con el resto de nosotros.
—Pero esa culpabilidad no te impedirá usarla como espía de la aristocracia.
Kelsier negó con la cabeza.
—No. No lo hará. Necesitamos toda la ventaja que podamos conseguir. Pero… vigílala, Sazed. De ahora en adelante, actuarás como mayordomo y guardián de Vin en todos los actos a los que asista… No resultará extraño que la acompañe un sirviente terrisano.
—En absoluto —reconoció Sazed—. De hecho, sería extraño enviar a una chica de su edad a la corte sin escolta.
—Protégela, Sazed. Puede que sea una alomántica poderosa, pero carece de experiencia. Me sentiré mucho menos culpable enviándola a esos cubiles aristocráticos si sé que tú estás con ella.
—La protegeré con mi vida, maese Kelsier. Te lo prometo.
Kelsier sonrió y colocó agradecido una mano en el hombro de Sazed.
—Pobre del hombre que se interponga en tu camino.
Sazed inclinó la cabeza con humildad. Parecía inofensivo, pero Kelsier conocía la fuerza que escondía. Pocos hombres, alománticos o no, lo tendrían fácil para enfrentarse a un guardador cuya furia hubieran despertado. Quizás eso explicara que el Ministerio hubiese perseguido a aquella secta hasta su práctica extinción.
—Muy bien —dijo Kelsier—. Vuelve a tus enseñanzas. Lord Venture va a celebrar un baile a finales de semana y, preparada o no, Vin estará allí.