Apenas duermo unas cuantas horas cada noche. Debemos continuar adelante, viajando cuanto podamos cada día, pero cuando finalmente me acuesto, el sueño me elude. Los mismos pensamientos que me preocupan durante el día aumentan en la quietud de la noche.

Y, por encima de todo, oigo los golpeteos de las alturas, los pulsos de las montañas. Atrayéndome con cada latido.

23

Dicen que la muerte de los hermanos Geffenry fue en venganza por el asesinato de lord Entrone —dijo lady Kliss en voz baja.

Tras el grupo de Vin, los músicos tocaban en el escenario, pero se hacía tarde ya y poca gente bailaba.

El círculo de asistentes a la fiesta que rodeaba a lady Kliss frunció el ceño al oír la noticia. Eran unos seis, incluyendo a Vin y su acompañante, un tal Milen Davenpleu, un joven heredero de una casa menor.

—Vamos, Kliss —dijo Milen—. Las Casas Geffenry y Tekiel son aliadas. ¿Por qué iba Tekiel a asesinar a dos nobles Geffenry?

—¿Por qué, eh? —respondió Kliss, inclinándose hacia delante con un gesto conspirador, con su enorme moño rubio oscilando levemente. Kliss no tenía demasiado sentido de la moda. Sin embargo, era una excelente fuente de chismorreos—. ¿Recuerdas cuando encontraron muerto a lord Entrone en los jardines de Tekiel? —preguntó—. Bueno, parecía obvio que uno de los enemigos de la Casa Tekiel lo había asesinado. Pero la Casa Geffenry ha estado solicitando una alianza a Tekiel… Al parecer, una facción de la casa pensó que si sucedía algo que enardeciera a los Tekiel, estarían más dispuestos a buscar aliados.

—¿Estás diciendo que Geffenry mató a propósito a un aliado Tekiel? —preguntó Rene, el acompañante de Kliss. Arrugó la ancha frente.

Kliss le dio un golpecito en el brazo.

—No te preocupes demasiado, querido —le aconsejó, y luego volvió ansiosamente a la conversación—. ¿No lo veis? Al matar en secreto a lord Entrone, Geffenry esperaba conseguir la alianza que necesita. Eso le daría acceso a las rutas por el canal hacia las llanuras del este.

—Pero le salió mal —dijo Milen, pensativo—. Tekiel descubrió la añagaza y mató a Ardous y Callins.

—Bailé con Ardous un par de veces en la última fiesta —dijo Vin. Ahora está muerto, su cadáver abandonado en las calles junto a un arrabal skaa.

—¿Sí? —preguntó Milen—. ¿Era bueno?

Vin se encogió de hombros.

—No mucho.

¿Eso es todo lo que sabes preguntar, Milen? ¿Un hombre ha muerto y solo quieres saber si me gustaba más que tú?

—Bien, ahora está bailando con los gusanos —dijo Tyden, el último hombre del grupo.

Milen dejó escapar una risa forzada, más de lo que el comentario merecía. Los intentos de Tyden por hacer gracia generalmente dejaban algo que desear. Parecía el tipo que se habría sentido más a gusto con los rufianes de la banda de Camon que con los nobles de un salón de baile.

Naturalmente, Dox dice que en el fondo todos son así.

La conversación que había mantenido con Dockson todavía dominaba sus pensamientos. Cuando Vin había empezado a asistir a las fiestas de los nobles aquella primera noche (la noche que estuvieron a punto de matarla), todo le había parecido falso. ¿Cómo había olvidado su primera impresión? ¿Cómo se había dejado atrapar y había empezado a admirar su pose y su esplendor?

Ahora, el brazo de los nobles alrededor de su cintura la hacía rechinar los dientes, como si pudiera sentir la podredumbre en sus corazones. ¿A cuántas skaa había matado Milen? ¿Y Tyden? Parecía el tipo capaz de disfrutar una noche de putas.

Pero, de todas formas, ella les seguía el juego. Finalmente, se había puesto el vestido negro aquella noche, obedeciendo a la necesidad de diferenciarse de las otras mujeres con sus colores vivos y sus sonrisas resplandecientes. Sin embargo, no podía evitar la compañía de los demás: Vin había empezado por fin a ganarse la confianza que necesitaba su banda. Kelsier estaría encantado de conocer que su plan para la Casa Tekiel estaba funcionando, y eso no era lo único que ella había podido descubrir. Tenía docenas de pequeños fragmentos de información que serían vitales para los esfuerzos de la banda.

Uno de esos fragmentos era acerca de la Casa Venture. La familia se estaba atrincherando para lo que se esperaba que fuera una prolongada guerra entre casas; una prueba de ello era el hecho de que Elend asistía a muchos menos bailes que antes. No es que a Vin le importara. Cuando asistía, normalmente la evitaba, y en realidad ella no quería hablar con él. El recuerdo de lo que le había dicho Dockson la hacía sospechar que mantener con Elend una actitud cortés le traería problemas.

—¿Milen? —preguntó lord Rene—. ¿Sigues planeando unirte a nosotros para jugar mañana a las conchas?

—Por supuesto, Rene.

—¿No lo prometiste la última vez? —preguntó Tyden.

—Estaré allí —dijo Milen—. La última vez me salió un compromiso.

—¿Y no volverá a salirte otra vez? Sabes que no podemos jugar a menos que tengamos un cuarto hombre. Si no vas a asistir, podríamos invitar a otro…

Milen suspiró, y luego alzó una mano en un gesto brusco. El movimiento llamó la atención de Vin, que solo había estado escuchando a medias la conversación. Miró a un lado y casi dio un respingo al ver a un obligador acercarse al grupo.

Hasta ese momento había conseguido evitar a los obligadores en los bailes. Después de su primer encuentro con un alto prelado, unos meses antes (y la subsiguiente alerta de un inquisidor), había temido acercarse a ninguno.

El obligador se aproximó, sonriendo de una manera algo torcida. Tal vez fueran los brazos cruzados con las manos ocultas por dentro de las mangas grises. Tal vez fueran los tatuajes alrededor de los ojos, arrugados por la vejez. Tal vez fuera la manera en que la miraban, como si pudieran ver a través de su disfraz. No se trataba solo de un noble: era un obligador, los ojos del lord Legislador, el que aplicaba su ley.

El obligador se detuvo al llegar junto al grupo. Sus tatuajes lo identificaban como miembro del Cantón de la Ortodoxia, el principal brazo burocrático del Ministerio. Miró al grupo y habló con voz suave.

—¿Sí?

Milen sacó unas cuantas monedas.

—Prometo reunirme con estos dos para jugar a las conchas mañana —dijo, tendiendo las monedas al viejo obligador.

Parecía un motivo algo tonto para llamar a un obligador… o al menos eso pensó Vin. El obligador, sin embargo, no se rio ni recalcó la frivolidad de la demanda. Se limitó a sonreír, acariciando las monedas con la misma destreza que cualquier ladrón.

—Soy testigo de ello, lord Milen —dijo.

—¿Satisfechos? —les preguntó Milen a los otros dos.

Ellos asintieron.

El obligador se dio media vuelta, sin dirigir a Vin otra mirada, y se marchó. Ella dejó escapar un silencioso suspiro al ver que se iba.

Deben de saber todo lo que sucede en la corte, advirtió. Si la nobleza los llama para que sean testigos de algo tan simple… Cuanto más sabía sobre el Ministerio, más se daba cuenta de lo astuto que había sido el lord Legislador al organizarlos. Eran testigos de cada contrato mercantil; Dockson y Renoux tenían que tratar con los obligadores casi a diario. Solo ellos podían autorizar matrimonios, divorcios, compras de terrenos o ratificar títulos hereditarios. Si un obligador no había actuado como testigo de un hecho, no había sucedido, y si uno no había sellado un documento, entonces bien podría no haber sido escrito.

Vin sacudió la cabeza mientras la conversación pasaba a otros temas. La noche había sido larga y su mente estaba llena de información que anotar en el camino de vuelta a Fellise.

—Disculpe, lord Milen —dijo, posando una mano en su brazo… aunque tocarlo la hizo temblar levemente—. Creo que tal vez sea hora de que me retire.

—La acompañaré a su carruaje.

—No será necesario —dijo ella dulcemente—. Quiero refrescarme y luego tendré que esperar a mi terrisano, de todas formas. Iré a sentarme a nuestra mesa.

—Muy bien —respondió él, asintiendo respetuosamente.

—Vete si quieres, Valette —dijo Kliss—. Pero nunca sabrás la noticia que tengo sobre el Ministerio…

Vin se detuvo.

—¿Qué noticia?

Los ojos de Kliss chispearon y miró al obligador que se marchaba.

—Los inquisidores zumban como insectos. Han golpeado al doble de bandas skaa que de costumbre estos últimos meses. Ni siquiera hacen prisioneros para ejecutarlos: los matan a todos.

—¿Cómo sabes eso? —preguntó Milen, escéptico. Parecía tan sincero y noble. Nadie hubiese sospechado lo que realmente era.

—Tengo mis fuentes —contestó Kliss con una sonrisa—. Los inquisidores han encontrado a otra banda esta misma tarde. Un escondite no muy lejos de aquí.

Vin sintió un escalofrío. No estaban muy lejos del taller de Clubs… No, no pueden ser ellos. Dockson y los demás son demasiado listos. Incluso sin Kelsier en la ciudad, estarán a salvo.

—Malditos ladrones —escupió Tyden—. Los malditos skaa no saben cuál es su sitio. ¿No es la comida y la ropa que les damos suficiente saqueo de nuestros bolsillos?

—Es sorprendente que las criaturas puedan sobrevivir como ladrones —dijo Carlee, la joven esposa de Tyden, con su habitual vocecita ronroneante—. No imagino qué incompetente puede dejar que los skaa le roben.

Tyden se ruborizó y Vin lo miró con curiosidad. Carlee rara vez hablaba excepto para lanzar una pulla contra su marido. Deben de haberle robado. ¿Un timo, tal vez?

Atesorando la información para investigarla más tarde, Vin se volvió para marcharse… Un movimiento que la plantó cara a cara con una recién llegada al grupo: Shan Elariel.

La exprometida de Elend iba inmaculada, como de costumbre. Su largo cabello castaño tenía un brillo casi luminoso y su preciosa figura le recordó a Vin lo flaca que estaba. Consciente de su propia importancia de un modo que podía hacer que incluso una persona confiada se sintiera insegura, Shan era, como Vin estaba empezando a comprender, exactamente lo que la mayoría de los aristócratas consideraba la mujer perfecta.

Los hombres del grupo saludaron respetuosamente con la cabeza y las mujeres hicieron una reverencia, honradas de que alguien tan importante se uniera a su conversación. Vin miró a un lado, tratando de escapar, pero Shan estaba justo delante.

Shan sonrió.

—Ah, lord Milen —le dijo al acompañante de Vin—, lástima que su cita de esta noche enfermara. Parece que se ha tenido que contentar con las pocas opciones que quedaban.

Milen se ruborizó, pues el comentario de Shan lo situaba hábilmente en una situación difícil. ¿Defendía a Vin y se ganaba con ello la ira de una mujer muy poderosa? ¿O en cambio convenía con lo dicho e insultaba por tanto a su acompañante?

Tomó la salida del cobarde: ignoró el comentario.

—Lady Shan, es un honor que se una a nosotros.

—Por supuesto —dijo Shan llanamente, los ojos brillando de placer mientras advertía la incomodidad de Vin.

¡Maldita mujer!, pensó Vin. Parecía que cada vez que Shan se aburría buscaba a Vin para ponerla en ridículo.

—No obstante, me temo que no he venido a charlar —dijo Shan—. Por desagradable que pueda ser, tengo asuntos que tratar con esta niña Renoux. ¿Nos disculpan?

—Naturalmente, mi señora —dijo Milen, retrocediendo—. Lady Valette, gracias por su compañía esta noche.

Vin le asintió a él y a los demás, sintiéndose un poco como un animal herido abandonado por el rebaño. No quería hablar con Shan aquella noche.

—Lady Shan —dijo, una vez que estuvieron a solas—. Creo que su interés en mí carece de fundamento. No he pasado mucho tiempo con Elend últimamente.

—Lo sé —respondió Shan—. Parece que sobrestimé tu competencia, niña. Si te ganas el favor de un hombre mucho más importante que tú, no lo dejas escapar tan fácilmente.

¿No debería estar celosa?, pensó Vin, reprimiendo un escalofrío mientras sentía el inevitable contacto de la alomancia de Shan sobre sus emociones. ¿No debería odiarme por ocupar su lugar?

Pero los nobles no actuaban de esa forma. Vin no era nada: una diversión momentánea. Shan no estaba interesada en reconquistar el afecto de Elend: solo quería desquitarse del hombre que la había despreciado.

—Una chica inteligente se colocaría en situación de utilizar la única ventaja que tiene —dijo Shan—. Si crees que cualquier otro noble importante te prestará atención alguna vez, estás muy equivocada. A Elend le gusta escandalizar a la corte… así que, naturalmente, eligió para hacerlo a la mujer más pueblerina y simple que pudo hallar. Aprovecha esta oportunidad: no encontrarás a otro pronto.

Vin apretó los dientes contra los insultos y la alomancia: Shan obviamente era una experta en el arte de obligar a la gente a aceptar los abusos que quisiera cometer.

—Bien —dijo Shan—. Quiero información sobre ciertos textos que Elend tiene en su poder. Sabes leer, ¿no?

Vin asintió bruscamente.

—Bien. Lo único que tienes que hacer es memorizar los títulos de sus libros… No mires las portadas, pueden confundirte. Lee las primeras páginas y luego infórmame.

—¿Y si en lugar de eso le dijera a Elend lo que está planeando?

Shan se echó a reír.

—Querida, no sabes lo que estoy planeando. Además, parece que estás haciendo algunos progresos en la corte. Sin duda, te das cuenta de que traicionarme no es algo que ni siquiera puedas plantearte.

Con esas palabras, Shan se marchó, para ser rodeada al momento por un grupo de jóvenes nobles. Debilitado el poder aplacador de Shan, Vin sintió que su frustración y su ira aumentaban. Hubo una época en que se habría quitado de en medio sin más, con el ego demasiado herido ya como para molestarse por los insultos de Shan. Esa noche, sin embargo, deseó poder contraatacar.

Cálmate. Esto es bueno. Te has convertido en un peón en los planes de una Gran Casa: la mayoría de los nobles menores soñaría con una oportunidad semejante.

Suspiró, retirándose hacia la mesa vacía que había compartido con Milen. El baile esa noche se celebraba en el maravilloso Torreón de Hasting. Su alta y cilíndrica atalaya central estaba rodeada por seis torres auxiliares, cada una erigida a corta distancia del edificio principal y conectada a él por un puente colgante. Las siete torres estaban adornadas con diseños sinuosos de cristal tintado.

El salón de baile ocupaba la planta superior de la ancha torre central. Por fortuna, un sistema de plataformas con poleas tiradas por skaa evitaba que los nobles invitados tuvieran que subir andando hasta allí. El salón en sí no era tan espectacular como algunos de los que Vin había visto: solo una cámara cuadrada con techos en cúpula y vidrieras.

Es curioso, lo fácil que es acostumbrarse, pensó Vin. Tal vez por eso los nobles pueden hacer todas esas cosas terribles. Llevan tanto tiempo matando que ya no les inquieta.

Le pidió a un criado que fuera a buscar a Sazed y se sentó a descansar. Ojalá Kelsier se dé prisa y regrese pronto, pensó. La banda, Vin incluida, parecía menos motivada sin él cerca. No es que no quisiera trabajar, pero la viva inteligencia y el optimismo de Kelsier la ayudaban a seguir adelante.

Alzó la cabeza por casualidad y sus ojos se toparon con Elend Venture, que charlaba con un grupito de jóvenes nobles. Se envaró. Una parte de ella (la parte de Vin) quiso escabullirse y esconderse. Cabía bajo la mesa, con vestido y todo.

Sin embargo, curiosamente, descubrió que su parte de Valette era más fuerte. Tengo que hablar con él, pensó. No por Shan, sino porque tengo que averiguar la verdad. Dockson está exagerando. Tiene que estar haciéndolo.

¿Cuándo se había vuelto tan combativa? Incluso mientras se levantaba, Vin se sorprendió por su firme resolución. Cruzó el salón de baile, comprobando brevemente su vestido negro mientras caminaba. Uno de los compañeros de Elend le dio un golpecito en el hombro y señaló con la cabeza a Vin. Elend se volvió y los otros dos hombres se apartaron.

—Vaya, Valette —dijo el joven cuando se le puso delante—. He llegado tarde. Ni siquiera sabía que estuvieras aquí.

Mentiroso. Claro que lo sabías. Valette no se perdería el baile de Hasting. ¿Cómo abordar el tema? ¿Cómo preguntar?

—Me has estado evitando —dijo.

—Bueno, yo no diría eso. He estado ocupado. Asuntos de la Casa, ya sabes. Además, te advertí que era grosero… —Guardó silencio—. ¿Valette? ¿Todo va bien?

Vin advirtió que moqueaba levemente y sintió una lágrima en su mejilla. ¡Idiota!, pensó, frotándose los ojos con el pañuelo de Lestibournes. ¡Te echarás a perder el maquillaje!

—¡Valette, estás temblando! —dijo Elend, preocupado—. Ven, vamos al balcón a que te dé el aire.

Ella permitió que la apartara de los sonidos de la música y la charla y salieron al aire tranquilo y oscuro del balcón, uno de los muchos que sobresalían de la cima de la torre central Hasting y que en aquel momento estaba vacío. Una única linterna de piedra formaba parte de la balaustrada y algunas plantas de buen gusto adornaban las esquinas.

La bruma flotaba en el aire, dominante como siempre, aunque el balcón estaba lo suficientemente cerca del calor de la torre como para que allí no fuera densa. Elend no le prestó atención. Como la mayoría de los nobles, consideraba que el miedo a la bruma era una necia superstición skaa… cosa que, suponía Vin, era cierta.

—¿De qué va todo esto? —preguntó Elend—. Lo admito, te he estado ignorando. Lo siento. No te lo merecías, pero es que yo… bueno, me pareció que estabas encajando tan bien que no necesitabas que un tipo problemático como yo te…

—¿Te has acostado alguna vez con una mujer skaa? —preguntó Vin.

Elend vaciló, sorprendido.

—¿De eso se trata? ¿Quién te lo ha dicho?

—¿Lo has hecho? —exigió saber Vin.

Lord Legislador. Es cierto.

—Siéntate —dijo Elend, acercándole una silla.

—Es cierto, ¿no? —preguntó ella, sentándose—. Lo has hecho. Él tenía razón, todos sois unos monstruos.

—Yo…

Elend colocó una mano sobre el brazo de Vin, pero ella lo apartó, solo para sentir que una lágrima le corría por la cara y le manchaba el vestido. Se secó los ojos, ensuciando el pañuelo de maquillaje.

—Sucedió cuando yo tenía trece años —dijo Elend en voz baja—. Mi padre pensó que era el momento de que me convirtiera en «un hombre». Yo ni siquiera sabía que iban a matar a la chica después, Valette. De verdad, no lo sabía.

—¿Y después de eso? —insistió ella, enfadada—. ¿A cuántas muchachas has asesinado, lord Venture?

—¡A ninguna! Nunca, Valette. No después de que descubriera lo que pasó aquella primera vez.

—¿Esperas que te crea?

—No lo sé —dijo Elend—. Mira, sé que las mujeres de la corte suelen tachar a los hombres de brutos, pero tienes que creerme. No todos somos así.

—Me dijeron que lo eras.

—¿Quién? ¿La nobleza rural? Valette, no nos conocen. Tienen envidia porque nosotros controlamos la mayoría de los canales… Y puede que tengan razón. Sin embargo, su envidia no nos convierte en gente terrible.

—¿Qué porcentaje? —preguntó Vin—. ¿Cuántos nobles hacen estas cosas?

—Tal vez un tercio —dijo Elend—. No estoy seguro. No es gente que yo suela frecuentar.

Ella quería creerlo y ese deseo tendría que haberla vuelto más escéptica. Pero al mirar aquellos ojos, ojos que siempre le habían parecido tan sinceros, se sintió vacilar. Por primera vez que ella pudiera recordar, apartó por completo los susurros de Reen y, sencillamente, creyó.

—Un tercio —susurró. Tantos. Pero eso es mejor que todos ellos. Se llevó la mano a los ojos para secárselos y Elend vio el pañuelo.

—¿Quién te ha regalado eso? —preguntó con curiosidad.

—Un pretendiente.

—¿El que te ha estado contando todas esas cosas sobre mí?

—No, ese fue otro —dijo Vin—. Él… dijo que todos los nobles… o más bien todos los nobles de Luthadel eran gente terrible. Dijo que las mujeres de la corte ni siquiera consideran que las engañan cuando sus maridos se acuestan con putas skaa.

Elend bufó.

—Tu informador no conoce muy bien a las mujeres, entonces. Te reto a que me encuentres una dama a quien no le moleste que su esposo se divierta con otra… sea skaa o noble.

Vin asintió, tomó aire y se calmó. Se sentía ridícula… pero también en paz. Elend se arrodilló junto a su silla, todavía claramente preocupado.

—Bueno —dijo ella—. ¿Tu padre forma parte de ese tercio?

Elend se ruborizó a la tenue luz y agachó la cabeza.

—Le gustan toda clase de mujeres… skaa, nobles, no le importa. Todavía pienso en aquella noche, Valette. Desearía… no sé.

—No fue culpa tuya, Elend. Solo eras un chico de trece años que hacía lo que le dijo su padre.

Elend apartó la mirada, pero ella ya había visto la ira y la culpa en sus ojos.

—Alguien tiene que impedir que sucedan estas cosas —dijo, y Vin se asombró por la pasión de su voz.

Este es un hombre que se preocupa, pensó. Un hombre como Kelsier o como Dockson. Un buen hombre. ¿Por qué no pueden verlo?

Finalmente, Elend suspiró, se levantó y acercó una silla. Se sentó, el codo contra el reposabrazos, y se pasó la mano por el pelo alborotado.

—Bueno, quizá no seas la primera dama a la que hago llorar en un baile, pero sí la primera que me preocupa sinceramente. Mi caballerosidad ha alcanzado nuevas cotas.

Vin sonrió.

—No es por ti —dijo, echándose atrás—. Han sido… unos meses muy duros. Cuando me enteré de estas cosas, no pude aceptarlas.

—Hay que combatir la corrupción de Luthadel —dijo Elend—. El lord Legislador ni siquiera la ve… no quiere hacerlo.

Vin asintió, luego miró a Elend.

—¿Por qué me has estado evitando exactamente?

Elend volvió a ruborizarse.

—Supuse que tenías nuevos amigos que te mantenían ocupada.

—¿Y eso qué significa?

—No me gusta mucha de esa gente a la que has estado frecuentando, Valette. Has conseguido encajar muy bien en la sociedad de Luthadel y he descubierto que jugar a la política cambia a la gente.

—Eso es fácil de decir —repuso Vin—. Sobre todo cuando estás en la cima de la estructura política. Puedes permitirte ignorar la política… Algunos no somos tan afortunados.

—Supongo.

—Además, tú juegas a la política igual que el resto. ¿O vas a decirme que tu interés inicial no se debió al deseo de fastidiar a tu padre?

Elend alzó las manos.

—Muy bien, considérame justamente castigado. Fui un necio y un cabeza de chorlito. Es cosa de familia.

Vin suspiró, se acomodó en su asiento y sintió el frío susurro de la bruma en sus mejillas húmedas. Elend no era un monstruo; en eso lo creía. Tal vez fuese un necio, pero Kelsier la estaba afectando. Empezaba a confiar en la gente que la rodeaba y no había nadie en quien quisiera confiar más que en Elend Venture.

Y, si no estaban directamente relacionados con Elend, le parecía más fácil soportar los horrores de la relación nobles-skaa. Aunque un tercio de los nobles asesinara a mujeres skaa, debía de haber algo salvable en esa sociedad. La nobleza no tendría que ser purgada: esa era la táctica de la «nobleza». Vin tendría que asegurarse de que ese tipo de cosas no le sucedieran a nadie, fuese de la sangre que fuese.

Lord Legislador, pensó, estoy empezando a pensar como los demás… Es casi como si pensara que podemos cambiar las cosas.

Miró a Elend, que estaba sentado de espaldas a las brumas. Parecía pensativo.

He despertado malos recuerdos, pensó Vin, sintiéndose culpable. No me extraña que odie tanto a su padre. Anheló hacer algo que le ayudara a sentirse mejor.

—Elend —dijo, llamando su atención—. Son como nosotros. Los skaa de las plantaciones. Me preguntaste por ellos una vez. Tuve miedo, así que actué como una noble… pero pareciste decepcionado cuando no dije nada más.

Él se inclinó hacia delante.

—Entonces, ¿has estado alguna vez con los skaa?

Vin asintió.

—Muchas veces. Demasiadas, si le preguntas a mi familia. Tal vez por eso me enviaron aquí. Conocí muy bien a algunos skaa… a un hombre mayor, en concreto. Perdió a alguien, a una mujer a la que amaba, por un noble que quería un juguete para pasar la noche.

—¿En tu plantación?

Vin negó rápidamente con la cabeza.

—Se escapó y llegó a las tierras de mi padre.

—¿Y lo escondiste? —preguntó Elend, sorprendido—. ¡Se supone que los skaa fugitivos tienen que ser ejecutados!

—Le guardé el secreto. No lo conocí mucho tiempo, pero… bueno, puedo asegurarte una cosa, Elend: su amor era tan fuerte como el de cualquier noble. Más fuerte que el de la mayoría de los que viven en Luthadel, con toda seguridad.

—¿Y su inteligencia? —preguntó Elend ansiosamente—. ¿Parecían… retardados?

—Por supuesto que no —replicó Vin—. Yo diría, Elend Venture, que he conocido a varios skaa más listos que tú. Puede que no tengan educación, pero siguen siendo inteligentes. Y están furiosos.

—¿Furiosos?

—Algunos de ellos. Por la forma en que los tratan.

—¿Lo saben, entonces? ¿Lo de las desigualdades entre ellos y nosotros?

—¿Cómo no van a saberlo? —dijo Vin, secándose la nariz con el pañuelo. Se detuvo al advertir cuánto se había manchado de maquillaje.

—Toma —dijo Elend, ofreciéndole su propio pañuelo—. Cuéntame más. ¿Cómo sabes estas cosas?

—Me lo dijeron ellos mismos. Confiaron en mí. Sé que están furiosos porque se quejan de la vida que llevan. Sé que son inteligentes por las cosas que mantienen ocultas a la nobleza.

—¿Como cuáles?

—Como la red subterránea —dijo Vin—. Los skaa ayudan a los fugitivos a recorrer los canales de plantación en plantación. Los nobles no lo advierten porque nunca prestan atención a las caras de los skaa.

—Interesante.

—Además, están las bandas de ladrones. Supongo que esos skaa deben de ser bastante listos si pueden ocultarse de los obligadores y los nobles, robando a las Grandes Casas justo delante de las narices del lord Legislador.

—Así es —dijo Elend—. Ojalá pudiera conocer a uno de ellos, para preguntarle cómo se esconden tan bien. Deben de ser gente fascinante.

Vin se disponía a añadir algo más, pero se mordió la lengua. Lo más probable es que ya haya hablado más de la cuenta.

Elend la miró.

—Tú también eres fascinante, Valette. Tendría que haberme dado cuenta de que no te habías dejado corromper por todos ellos. Tal vez puedas corromperlos tú.

Vin sonrió.

—Pero tengo que marcharme —dijo Elend, poniéndose en pie—. He venido a la fiesta de esta noche con un propósito concreto: algunos amigos míos van a reunirse.

¡Eso es!, pensó Vin. Uno de los hombres con los que Elend estaba antes, aquellos que Kelsier y Sazed consideraban extraño que fueran sus amigos, era un Hasting.

Vin se levantó también y le devolvió a Elend su pañuelo.

Él no lo aceptó.

—Quizá quieras quedártelo. No pretendía ser exclusivamente funcional.

Vin miró el pañuelo. Cuando un noble quiere cortejar a una dama, le da su pañuelo.

—¡Oh! —dijo ella, guardándolo—. Gracias.

Elend sonrió y se le acercó.

—Ese otro hombre, sea quien sea, puede llevarme ventaja a causa de mi estupidez. Sin embargo, no soy tan tonto como para dejar pasar la oportunidad de hacerle un poco la competencia.

Hizo un guiño, una leve reverencia, y regresó al salón de baile.

Vin esperó un momento, luego echó a andar y entró por la puerta del balcón. Elend estaba reunido con los dos mismos jóvenes que antes, un Lekal y un Hasting, enemigos políticos de los Venture. Se detuvieron un instante y luego los tres se dirigieron hacia unas escaleras situadas a un lado de la sala.

Esas escaleras solo conducen a un sitio, pensó Vin mientras entraba en la sala. A las torres auxiliares.

—¿Señora Valette?

Vin dio un respingo y se volvió para ver a Sazed que se acercaba.

—¿Podemos marcharnos?

Vin se acercó a él rápidamente.

—Lord Elend Venture acaba de desaparecer por esas escaleras con sus amigos Hasting y Lekal.

—Interesante —dijo Sazed—. Y por qué… ¿Qué le ha pasado a tu maquillaje?

—No importa —respondió Vin—. Creo que deberíamos seguirlos.

—¿Eso es otro pañuelo, señora? —preguntó Sazed—. Has estado ocupada.

—Sazed, ¿me estás escuchando?

—Sí, señora. Supongo que podrías seguirlos si quisieras, pero sería demasiado evidente. No creo que sea el mejor método de conseguir información.

—No los seguiría al descubierto —dijo Vin tranquilamente—. Usaría la alomancia. Pero necesito tu permiso para hacerlo.

Sazed vaciló.

—Ya veo. ¿Cómo está tu costado?

—Hace siglos que está curado. Ni siquiera lo noto ya.

Sazed suspiró.

—Muy bien. Maese Kelsier pretendía comenzar de nuevo tu entrenamiento cuando regrese, de todas formas. Pero… ten cuidado. Es ridículo decirle esto a una nacida de la bruma, pero te lo pido igualmente.

—Lo tendré —dijo Vin—. Me reuniré contigo en ese balcón dentro de una hora.

—Buena suerte, señora —dijo Sazed.

Vin corría ya hacia el balcón. Dobló la esquina y se plantó ante la balaustrada de piedra y las brumas más allá. El hermoso y revoloteante vacío. Ha pasado demasiado tiempo, pensó, rebuscando en su manga y sacando un frasquito de metales. Lo bebió ansiosamente y sacó un puñado de monedas.

Entonces, por fin, se subió a la balaustrada y se abalanzó hacia las oscuras brumas.

El estaño le proporcionó visión mientras el viento agitaba su vestido. El peltre le dio fuerzas mientras volvía los ojos hacia la muralla que corría entre la torre y el edificio principal. El acero le dio poder cuando arrojó una moneda a la oscuridad.

Se zambulló en el aire, cuya resistencia hizo que su vestido revoloteara, pero su alomancia era lo bastante fuerte para contrarrestarlo. La torre de Elend era la siguiente; necesitaba llegar al puente colgante que la unía a la torre central. Vin avivó acero, empujándose un poco más hacia arriba y luego lanzó otra moneda a las brumas, detrás de ella. Cuando golpeó la muralla, la usó para impulsarse hacia delante.

Chocó contra la pared que era su objetivo demasiado despacio (los pliegues de ropa amortiguaron el golpe), pero consiguió agarrarse al borde del puente colgante. Una Vin sin el refuerzo del metal habría tenido problemas para encaramarse al muro, pero Vin la alomántica lo hizo fácilmente.

Se agazapó y recorrió en silencio el pasadizo elevado. No había guardias, pero la torre que se alzaba ante ella tenía un puesto de guardia iluminado en su base.

No puedo ir por ahí, pensó, mirando hacia arriba. La torre parecía tener varias habitaciones, y un par de ellas estaban iluminadas. Vin arrojó una moneda y se catapultó hacia arriba, luego tiró de la moldura de una ventana y se lanzó hasta aterrizar con suavidad en el alféizar de piedra. Los postigos estaban cerrados y tuvo que acercarse, avivando estaño, para escuchar lo que sucedía dentro.

—… los bailes duran hasta bien entrada la noche. Me imagino que tendremos que poner doble guardia.

Guardias, pensó Vin, y saltó y empujó contra el dintel de la ventana, que se sacudió cuando se impulsaba hacia el lado de la torre. Se agarró al siguiente alféizar y se aupó.

—… no lamento mi tardanza —dijo una voz familiar desde dentro. Elend—. Es más atractiva que tú, Telden.

Una voz masculina se echó a reír.

—El poderoso Elend Venture, finalmente capturado por una cara bonita.

—Es más que eso, Jastes —dijo Elend—. Es amable: ayudó a algunos skaa fugitivos en su plantación. Creo que tendríamos que traerla para que hablara con nosotros.

—Ni hablar —dijo un hombre de voz grave—. Mira, Elend, no me importa que quieras hablar de filosofía. Demonios, incluso compartiré unas cuantas copas contigo cuando lo hagas. Pero no voy a dejar que gente cualquiera venga a unirse a nosotros.

—Estoy de acuerdo con Telden —dijo Jastes—. Cinco somos suficientes.

—Creo que no estáis siendo justos —dijo la voz de Elend.

—Elend… —suplicó otra voz.

—Muy bien —dijo Elend—. Telden, ¿te leíste el libro que te di?

—Lo intenté. Es un poquito denso.

—Pero es bueno, ¿no?

—Bastante bueno —dijo Telden—. Comprendo por qué el lord Legislador lo odia tanto.

—Las obras de Redalevin son mejores —dijo Jastes—. Más concisas.

—No pretendo llevar la contraria —comentó una quinta voz—. Pero ¿esto es todo lo que vamos a hacer? ¿Leer?

—¿Qué tiene de malo leer? —preguntó Elend.

—Es un poco aburrido —dijo la quinta voz.

Ahí lleva razón, pensó Vin.

—¿Aburrido? —preguntó Elend—. Caballeros, estas ideas, estas palabras… lo son todo. Esos hombres sabían que iban a ser ejecutados por sus palabras. ¿No podéis sentir su pasión?

—Su pasión, sí —dijo la quinta voz—. Su utilidad, no.

—Podemos cambiar el mundo —dijo Jastes—. Dos de nosotros son herederos de sus casas, los otros tres son segundos herederos.

—Algún día seremos los que estén al mando —dijo Elend—. Si llevamos estas ideas a la práctica… Justicia, diplomacia, moderación… ¡Podremos ejercer presión incluso sobre el lord Legislador!

La quinta voz bufó.

—Puede que seas heredero de una casa poderosa, Elend, pero los demás no somos tan importantes. Teldes y Jastes es probable que no hereden nunca, y Kevoux… sin ánimo de ofender… no puede decirse que sea muy influyente. No podemos cambiar el mundo.

—Pero sí que podemos cambiar la forma en que actúan nuestras casas —dijo Elend—. Si las casas dejaran de pelear, podríamos ganar algún poder real en el gobierno, en vez de plegarnos a los caprichos del lord Legislador.

—Cada año la nobleza se vuelve más débil —reconoció Jastes—. Nuestros skaa pertenecen al lord Legislador, igual que nuestras tierras. Sus obligadores determinan con quién podemos casarnos y qué podemos creer. Incluso nuestros canales son oficialmente de «su» propiedad. El Ministerio asesina a los hombres que hablan demasiado a las claras, o que tienen demasiado éxito. Esto no es manera de vivir.

—Estoy de acuerdo contigo en eso —dijo Telden—. El parloteo de Elend sobre la desigualdad de clases me parece una tontería, pero entiendo la importancia de formar un frente unido contra el lord Legislador.

—Exactamente —dijo Elend—. Eso es lo que tenemos que…

—¡Vin! —susurró una voz.

Vin dio un respingo y estuvo a punto de caerse del alféizar. Miró a su alrededor, alarmada.

—Aquí arriba —susurró la voz.

Ella alzó la mirada. Kelsier colgaba de otro alféizar, más arriba. Sonrió, hizo un guiño y luego indicó el puente colgante de abajo.

Vin miró hacia la habitación de Elend mientras Kelsier caía junto a ella a través de las brumas. Finalmente se soltó de su asidero y siguió a Kelsier, usando su misma moneda para aminorar la velocidad del descenso.

—¡Has vuelto! —dijo ansiosamente mientras aterrizaba.

—He llegado esta tarde.

—¿Qué haces aquí?

—Estudiaba a nuestro amigo —dijo Kelsier—. No parece que haya cambiado mucho desde la última vez.

—¿La última vez?

Kelsier asintió.

—Espié a ese grupito un par de veces desde que me hablaste de ellos. No tendría que haberme molestado: no son ninguna amenaza. Solo un puñado de nobles que se reúnen para beber y debatir.

—¡Pero quieren derrocar al lord Legislador!

—Qué va —dijo Kelsier con una mueca—. Están haciendo lo que hacen los nobles: planean alianzas. No es extraño que la siguiente generación empiece a organizar coaliciones para sus casas antes de llegar al poder.

—Esto es diferente.

—¿Sí? —preguntó Kelsier, divertido—. ¿Eres noble desde hace tanto tiempo que ya puedes decir eso?

Ella se ruborizó, y él se echó a reír mientras le pasaba un brazo amistoso sobre los hombros.

—Venga ya, no te pongas así. Parecen chicos bastante agradables, para ser nobles. Te prometo que no mataré a ninguno de ellos, ¿de acuerdo?

Vin asintió con la cabeza.

—Tal vez podamos encontrar un modo de utilizarlos… Parecen de mente más abierta que la mayoría. Pero no quiero que te lleves una decepción, Vin. Siguen siendo nobles. Tal vez no puedan evitar ser lo que son, pero eso no cambia su naturaleza.

Igual que Dockson, pensó Vin. Kelsier asume lo peor acerca de Elend. Pero ¿de verdad tenía ella algún motivo para esperar lo contrario? Para librar una batalla como la que habían emprendido Kelsier y Dockson quizá fuese más práctico (y mucho mejor para la mente) asumir que todos sus enemigos eran malvados.

—¿Qué le ha pasado a tu maquillaje, por cierto? —preguntó Kelsier.

—No quiero hablar de eso —dijo Vin, recordando su conversación con Elend. ¿Por qué he tenido que llorar? ¡Qué idiota soy! Y la forma en que he farfullado la pregunta de si se había acostado con alguna skaa

Kelsier se encogió de hombros.

—Está bien. Tendríamos que irnos… Dudo que el joven Venture y sus camaradas discutan acerca de nada relevante.

Vin vaciló.

—Los he escuchado en tres ocasiones distintas, Vin —dijo Kelsier—. Te lo resumiré, si quieres.

—De acuerdo —dijo ella con un suspiro—. Pero le he dicho a Sazed que me reuniría con él en la fiesta.

—Vete, pues. Prometo que no le diré que estabas espiando y usando la alomancia.

—Él me ha dicho que podía hacerlo —repuso Vin, a la defensiva.

—¿Ah, sí?

Vin asintió con la cabeza.

—Me he equivocado, entonces —dijo Kelsier—. Tendrás que pedirle a Sazed que te busque una capa antes de abandonar la fiesta: tienes todo el vestido manchado de ceniza. Me reuniré con vosotros en el taller de Clubs. Que el carruaje os deje allí y luego continúe hasta salir de la ciudad, para guardar las apariencias.

Vin volvió a asentir y Kelsier le hizo un guiño, saltó y se sumergió en las brumas.