Sé lo que sucederá si tomo la decisión equivocada. Debo ser fuerte; no he de quedarme el poder para mí.
Porque he visto lo que sucederá si lo hago.
35
Para trabajar conmigo, había dicho Kelsier, solo os pido que me prometáis una cosa: confiad en mí.
Vin flotaba en la bruma, inmóvil. Fluía a su alrededor como un arroyo silencioso. Arriba, por delante, a los lados y debajo. Todo era bruma a su alrededor.
Confía en mí, Vin, había dicho él. Confiaste lo suficiente para saltar de la muralla y te sostuve. Vas a tener que confiar ahora también.
Te sostendré.
Te sostendré…
Era como si no estuviera en ninguna parte. Entre la bruma, de la bruma. Cómo la envidiaba. No pensaba. No se preocupaba.
No lastimaba.
Confié en ti, Kelsier, pensó. Confié de verdad… pero me dejaste caer. Prometiste que en tus bandas no había traiciones. ¿Y qué es esto? ¿Qué hay de tu traición?
Flotaba, el estaño apagado para ver mejor las brumas. Eran levemente húmedas, frías contra su piel. Como las lágrimas de un hombre muerto.
¿Qué importa ya?, pensó, alzando la cabeza. ¿Qué importa nada? ¿Qué fue lo que me dijiste, Kelsier? ¿Que yo nunca comprendía? ¿Que todavía tenía que aprender lo que era la amistad? ¿Y tú? Ni siquiera te enfrentaste a él.
Lo vio de nuevo en su mente. El lord Legislador lo derribaba con un golpe despectivo. El Superviviente había muerto como cualquier otro hombre.
¿Por eso vacilaste tanto cuando me prometiste que no me abandonarías?
Deseó poder… marcharse. Flotar. Convertirse en bruma. Una vez había deseado la libertad… y luego había supuesto que la había encontrado. Se equivocaba. Eso no era la libertad, esa pena, ese agujero en su interior.
Igual que cuando Reen la abandonó. ¿Cuál era la diferencia? Al menos Reen había sido sincero. Siempre había prometido que se marcharía. Kelsier la había guiado, diciéndole que confiara y amara, pero Reen siempre había sido el sincero.
—Ya no quiero esto —les susurró a las brumas—. ¿No podéis llevarme?
Las brumas no respondieron. Continuaron girando juguetonas, despreocupadas. Siempre cambiantes y, sin embargo, invariables.
—¿Señora? —llamó una voz insegura desde abajo—. Señora, ¿estás ahí?
Vin suspiró, quemando estaño, y luego apagó el acero y se dejó caer. Su capa de bruma aleteó mientras descendía; aterrizó suavemente en el tejado, sobre el refugio. Sazed estaba cerca, junto a la escalerilla de acero que los vigías usaban para subir al terrado del edificio.
—¿Sí, Sazed? —preguntó cansada, y recogió de un tirón las tres monedas que había estado usando como anclaje para estabilizarse, como las patas de un trípode. Una de ellas estaba doblada y torcida: la misma moneda que Kelsier y ella habían usado para competir hacía tantos meses.
—Lo siento, señora —dijo Sazed—. Me preguntaba adónde habías ido, nada más.
Ella se encogió de hombros.
—Es una noche extrañamente tranquila —observó Sazed.
—Una noche de luto.
Cientos de skaa habían sido masacrados después de la muerte de Kelsier y cientos más habían sido aplastados en su prisa por escapar.
—Me pregunto si su muerte ha significado algo —dijo ella en voz baja—. Debimos de salvar a muchos menos de los que luego murieron.
—Asesinados por hombres malvados, señora.
—Ham se pregunta a menudo si existe el «mal».
—A maese Hammond le gusta hacer preguntas —dijo Sazed—, pero ni siquiera él se cuestiona las respuestas. Hay hombres malvados… igual que hay hombres buenos.
Vin sacudió la cabeza.
—Me equivocaba con Kelsier. No era un buen hombre… Era solo un mentiroso. Nunca tuvo un plan para derrotar al lord Legislador.
—Tal vez —dijo Sazed—. O tal vez nunca tuvo una oportunidad de llevar a cabo ese plan. Tal vez es que nosotros no comprendemos el plan.
—Hablas como si todavía creyeras en él. —Vin se volvió y se acercó al borde del terrado y contempló la noche oscura y silenciosa.
—Creo, señora —dijo Sazed.
—¿Cómo? ¿Cómo puedes?
Sazed sacudió la cabeza y se acercó a ella.
—La fe no es solo para los bellos momentos y los días felices. ¿Qué es la fe, qué es creer, si no continúas en ella después del fracaso?
Vin frunció el ceño.
—Cualquiera puede creer en alguien, o en algo, que siempre tiene éxito, señora. Pero en el fracaso… Ah, en eso sí que es difícil creer, con certeza y confianza. Es muy difícil tener valor.
Vin negó con la cabeza.
—Kelsier no se lo merece.
—No lo dices en serio, señora. Estás enfadada por lo sucedido. Estás dolida.
—Sí, claro que lo digo en serio —contestó Vin, sintiendo una lágrima en la mejilla—. No se merece nuestra fe. Nunca se la mereció.
—Los skaa no piensan lo mismo… Sus leyendas sobre él crecen rápidamente. Tendré que regresar aquí pronto para recopilarlas.
Vin frunció el ceño.
—¿Vas a recopilar historias sobre Kelsier?
—Naturalmente. Recopilo todas las religiones.
Vin bufó.
—No estamos hablando de ninguna religión, Sazed. Se trata de Kelsier.
—No estoy de acuerdo. Para los skaa es ciertamente una figura religiosa.
—Pero nosotros lo conocimos. No era ningún profeta, ningún dios. Era solo un hombre.
—Muchos de ellos lo son —dijo Sazed tranquilamente.
Vin tan solo sacudió la cabeza. Permanecieron allí un momento, contemplando la noche.
—¿Y los demás? —preguntó ella por fin.
—Están discutiendo qué hacer a continuación —respondió Sazed—. Creo que han decidido dejar Luthadel por separado y buscar refugio en otras ciudades.
—¿Y… tú?
—Debo viajar hacia el norte… hacia mi tierra, el hogar de los guardadores, para compartir el conocimiento que poseo. Debo hablar a mis hermanos y hermanas del libro de viajes… sobre todo de las palabras referidas a nuestro antepasado, el hombre llamado Rashek. Creo que hay mucho que aprender de su historia.
Vaciló, luego la miró.
—No es un viaje que pueda compartir con nadie, señora. Los lugares de los guardadores deben permanecer secretos, incluso para ti.
Por supuesto, pensó Vin. Por supuesto, él se tiene que marchar también.
—Regresaré —prometió.
Pues claro que sí. Como han regresado todos los demás.
La banda la había hecho sentirse necesaria durante una temporada, pero siempre había sabido que aquello se terminaría. Era hora de volver a las calles. Hora de volver a estar sola.
—Señora… —dijo Sazed lentamente—. ¿Oyes eso?
Ella se encogió de hombros. Pero… había algo. Voces. Vin frunció el ceño y se acercó al otro lado del edificio. Las voces se hicieron más fuertes, cada vez más claras incluso sin el estaño. Se asomó.
En la calle había un grupo de hombres skaa, quizás una decena. ¿Una banda de ladrones?, se preguntó Vin mientras Sazed se reunía con ella. El número de hombres aumentaba a medida que más skaa salían tímidamente de sus viviendas.
—Salid —dijo un skaa, al frente del grupo—. ¡No temáis a la bruma! ¿No se llamó a sí mismo el Superviviente Señor de las Brumas? ¿No dijo que no teníamos nada que temer de ellas? En efecto, nos protegerán, nos darán seguridad. ¡Incluso nos darán poder!
A medida que más y más skaa salían de sus casas sin que hubiera ninguna repercusión obvia, el grupo empezó a aumentar.
—Ve a llamar a los demás —dijo Vin.
—Buena idea —contestó Sazed, yendo rápidamente hacia la escalera.
—Vuestros amigos, vuestros hijos, vuestros padres, vuestras madres, esposas y amantes yacen muertos en la calle ni a media hora de aquí —dijo el skaa, encendiendo una linterna y alzándola—. ¡El lord Legislador ni siquiera tiene la decencia de mandar limpiar esta matanza!
La multitud empezó a murmurar su acuerdo.
—Y aunque se limpie, ¿serán las manos del lord Legislador las que caven las tumbas? ¡No! Serán nuestras manos. Lord Kelsier nos habló de esto.
—¡Lord Kelsier! —convinieron varios hombres. El grupo aumentaba, ahora con mujeres y jóvenes.
Un traqueteo en la escalera anunció la llegada de Ham. Poco después lo siguieron Sazed, luego Brisa, Dockson, Fantasma e incluso Clubs.
—¡Lord Kelsier! —proclamó el hombre de abajo. Otros encendieron antorchas, iluminando las brumas—. ¡Lord Kelsier ha luchado por nosotros hoy! ¡Ha matado a un inquisidor inmortal!
La multitud murmuró su acuerdo.
—¡Pero luego ha muerto! —chilló alguien.
Silencio.
—¿Y qué hemos hecho nosotros para ayudarle? —preguntó el líder—. Muchos de nosotros estábamos allí… miles de nosotros. ¿Le ayudamos? ¡No! Nos quedamos mirando, aunque luchó por nosotros. Nos quedamos allí como bobos y lo dejamos caer. ¡Lo vimos morir!
»¿O no? ¿Qué dijo el Superviviente…? Que el lord Legislador nunca podría matarlo. ¡Kelsier es el Señor de las Brumas! ¿No está hoy con nosotros?
Vin se volvió hacia los demás. Ham observaba con atención, pero Brisa tan solo se encogió de hombros.
—Ese hombre está loco. Un chalado religioso.
—¡Os lo digo, amigos! —gritó el hombre en la calle. La multitud seguía aumentando y más y más antorchas se encendían—. ¡Os digo la verdad! ¡Lord Kelsier se me ha aparecido esta misma noche! Ha dicho que siempre estaría con nosotros. ¿Lo dejaremos tirado otra vez?
—¡No! —fue la respuesta.
Brisa sacudió la cabeza.
—No creía que tuvieran valor. Lástima que sea un grupo tan pequeño…
—¿Qué es eso? —preguntó Dox.
Vin se volvió con el ceño fruncido. Había un resplandor en la distancia. Como… antorchas, encendidas en las brumas. Otro apareció al este, cerca de un suburbio skaa. Y un tercero. Luego un cuarto. En cuestión de segundos pareció que toda la ciudad brillaba.
—Genio loco… —susurró Dockson.
—¿Qué? —preguntó Clubs, frunciendo el ceño.
—No nos dimos cuenta —dijo Dox—. El atium, el ejército, la nobleza… No era eso lo que Kelsier estaba planeando. ¡Esto era su trabajo! Nuestra banda nunca iba a derrocar el Imperio Final… Éramos demasiado pocos. Sin embargo, la población de toda la ciudad…
—¿Estás diciendo que hizo esto a propósito? —preguntó Brisa.
—Siempre me hacía la misma pregunta —intervino Sazed desde atrás—. Siempre preguntaba qué daba a las religiones tanto poder. Y yo siempre le respondía lo mismo… —Sazed los miró, ladeando la cabeza—. Le decía que era porque sus creyentes tenían algo que hacía que sintieran pasión. Algo… o a alguien.
—Pero ¿por qué no nos lo dijo a nosotros? —preguntó Brisa.
—Porque lo sabía —contestó Dox en voz baja—. Sabía que había algo a lo que nunca accederíamos. Sabía que alguien tenía que morir.
Brisa sacudió la cabeza.
—No me lo creo. ¿Por qué entonces perder el tiempo con nosotros? Podría haberlo hecho por su cuenta.
¿Por qué perder el tiempo…?
—Dox —dijo Vin, volviéndose—. ¿Dónde está ese almacén que alquiló Kelsier, ese donde se reunía con sus informadores?
Dockson vaciló.
—No muy lejos. Dos calles más abajo. Dijo que quería que estuviera cerca del refugio…
—¡Enséñamelo! —dijo Vin, saltando del edificio.
Los skaa congregados seguían gritando, cada grito más fuerte que el anterior. Toda la calle ardía de luz y las fluctuantes antorchas convertían la bruma en una llamarada brillante.
Dockson la condujo calle abajo mientras el resto de la banda los seguía. El almacén era una estructura grande y olvidada que se alzaba en la sección industrial de los skaa. Vin se acercó, avivó peltre y rompió el cerrojo.
La puerta se abrió lentamente. Dockson alzó una linterna y su luz reveló el destello de montones de metal. Armas. Espadas, hachas, bastones y cascos brillaban a la luz… Un increíble alijo plateado.
Todos se quedaron mirando, asombrados.
—Este es el motivo —dijo Vin en voz baja—. Necesitaba que Renoux comprara armas en gran número. Sabía que sus rebeldes las necesitarían si querían apoderarse de la ciudad con éxito.
—¿Por qué reunir entonces a un ejército? —dijo Ham—. ¿Era también una fachada?
—Supongo.
—Os equivocáis —dijo una voz que resonó en el cavernoso almacén—. Había mucho más.
El grupo dio un respingo y Vin avivó sus metales… hasta que reconoció la voz.
—¿Renoux?
Dockson alzó aún más su linterna.
—Muéstrate, criatura.
Una figura se movió al fondo del almacén, permaneciendo en las sombras. Sin embargo, cuando habló, su voz fue inconfundible.
—Necesitaba el ejército para proporcionar a la rebelión un núcleo de hombres entrenados. Esa parte de su plan fue… lastrada por los acontecimientos. Sin embargo, os necesitaba por más motivos. Las casas nobles tenían que caer para dejar un vacío en la estructura política. La Guarnición tenía que salir de la ciudad para que los skaa no fueran masacrados.
—Planeó todo esto desde el principio —dijo asombrado Ham—. Kelsier sabía que los skaa no se levantarían. Habían estado sometidos demasiado tiempo y habían sido condicionados para pensar que el lord Legislador poseía sus cuerpos y sus almas. Comprendía que nunca se rebelarían… a menos que les diera un nuevo dios.
—Sí —dijo Renoux, dando un paso al frente. La luz resplandeció en su cara y Vin jadeó de sorpresa.
—¡Kelsier! —gritó.
Ham la agarró por el hombro.
—Cuidado, niña. No es él.
La criatura la miró. Tenía la cara de Kelsier, pero los ojos… eran diferentes. El rostro no tenía la sonrisa característica de Kelsier. Parecía hueca. Muerta.
—Pido disculpas —dijo—. Este iba a ser mi papel en el plan, y es el motivo por el cual Kelsier se puso al principio en contacto conmigo. Yo tenía que tomar sus huesos cuando hubiera muerto y luego aparecer ante sus seguidores para darles fuerza y fe.
—¿Qué eres? —preguntó Vin, horrorizada.
Renoux-Kelsier la miró y su cara titiló, volviéndose transparente. Ella vio sus huesos a través de la piel gelatinosa. Le recordó a…
—Un espectro de la bruma.
—Un kandra —corrigió la criatura, mientras su piel perdía su transparencia—. Un espectro de la bruma que ha… crecido, podríamos decir.
Vin se volvió, asqueada, recordando a las criaturas que había visto en la bruma. Carroñeros, había dicho Kelsier… Criaturas que digerían los cuerpos de los muertos, robando su esqueleto y su aspecto. Las leyendas son más verdaderas de lo que pensaba.
—También formabais parte de este plan —dijo el kandra—. Todos vosotros. ¿Preguntáis por qué necesitaba una banda? Necesitaba hombres con virtudes, hombres que aprendieran a preocuparse más por la gente que por el dinero. Os puso por delante ejércitos y multitudes, dejando que practicarais el liderazgo. Os estaba utilizando… Pero también os entrenaba.
La criatura miró a Dockson, a Brisa y luego a Ham.
—Burócrata, político, general. Para que nazca una nueva nación, necesitará hombres con vuestros particulares talentos. —El kandra indicó una gran hoja de papel clavada en una mesa cercana—. Son instrucciones para que las sigáis. Yo tengo otras cosas que hacer.
Se dio la vuelta como para marcharse, pero se detuvo junto a Vin, volviéndose hacia ella con su perturbador rostro de Kelsier. Sin embargo, la criatura en sí no era como Renoux o Kelsier. Parecía falta de pasión.
El kandra alzó una bolsita.
—Me pidió que te diera esto.
Dejó caer la bolsa en su mano y continuó su camino, mientras el resto del grupo se apartaba dejándole espacio de sobra para salir.
Brisa llegó primero a la mesa, pero Ham y Dockson fueron más rápidos. Vin miró la bolsa. Tenía miedo de ver lo que contenía. Se apresuró a reunirse con los demás.
La hoja de papel era un mapa de la ciudad, al parecer copiado del que había enviado Marsh. Decía:
Amigos míos, tenéis mucho trabajo que hacer y debéis hacerlo con rapidez. Tenéis que organizar y distribuir las armas de este almacén y luego tenéis que hacer lo mismo con las de los otros dos que hay emplazados en los otros suburbios. Hay caballos en una cuadra contigua para facilitaros el viaje.
Cuando repartáis las armas, debéis asegurar las puertas de la ciudad y someter a los miembros restantes de la Guarnición. Brisa, tu equipo se encargará de eso: marchad primero contra la Guarnición, para poder tomar las puertas sin dificultades.
Dockson, quédate en la retaguardia mientras se producen los ataques iniciales. Más y más skaa vendrán a los almacenes cuando se corra la voz. Los ejércitos de Brisa y Ham incluirán las tropas que hemos entrenado, además de nuevas incorporaciones, espero, de los skaa que se aglomeran en las calles. Necesitaréis aseguraros de que los skaa reciben sus armas para que Clubs pueda liderar el asalto al palacio.
Las comisarías de aplacadores ya deberían haber desaparecido: Renoux dio la orden adecuada a nuestros equipos de asesinos antes de venir a traeros esto. Si tenéis tiempo, enviad a algunos de los violentos de Ham a comprobarlo. Brisa, tus propios aplacadores serán necesarios entre los skaa para animar su valentía.
Creo que eso es todo. Ha sido un trabajo divertido, ¿no? Cuando me recordéis, por favor, acordaos de esto. Acordaos de sonreír. Ahora, actuad rápido.
Y que gobernéis con sabiduría.
En el mapa la ciudad estaba dividida en diversas zonas marcadas con los nombres de los miembros de la banda. Vin vio que ella y Sazed no habían sido incluidos.
—Volveré con ese grupo que hemos dejado junto a nuestra casa —dijo Clubs con decisión—. Los traeré aquí para entregarles las armas.
Empezó a marcharse, cojeando.
—¿Clubs? —preguntó Ham, volviéndose—. No es por ofender, pero… ¿por qué te ha incluido como líder del ejército? ¿Qué sabes tú de guerras?
Clubs hizo una mueca, luego se alzó la pernera, mostrando la larga cicatriz serpenteante que corría por el interior de su muslo y su pantorrilla: obviamente, la fuente de su cojera.
—¿Dónde crees que me hice esto? —respondió, y se dispuso a marcharse.
Ham se volvió, maravillado.
—No puedo creer que esto esté pasando.
Brisa sacudió la cabeza.
—Y yo que pensaba que sabía algo de manipular a la gente. Esto… esto es sorprendente. La economía está al borde del colapso y la nobleza que sobreviva pronto estará en guerra abierta en el campo. Kell nos enseñó a matar inquisidores… Solo tenemos que derribar a los demás y decapitarlos. Y en cuanto al lord Legislador…
Todos se volvieron hacia Vin. Ella miró la bolsita que tenía en la mano y la abrió. Un saco más pequeño, obviamente lleno de perlas de atium, cayó en su palma. Lo siguió una barrita de metal envuelta en una hoja de papel. El Undécimo metal.
Ella desenvolvió el papel y leyó lo que decía:
Vin, tu deber esta noche iba a ser en un principio asesinar a los altos nobles que quedaran en la ciudad. Pero, bueno, me convenciste de que tal vez deban vivir.
Nunca pude averiguar cómo funciona este maldito metal. Es seguro quemarlo (no te matará), pero no parece que sirva para nada útil. Si estás leyendo esto, entonces no conseguí descubrir cómo usarlo cuando me enfrenté al lord Legislador. No creo que importe. La gente necesitaba algo en lo que creer y esta era la única forma de ofrecérselo.
Por favor, no te enfades conmigo por abandonaros. Me dieron una prórroga en la vida. Tendría que haber muerto en lugar de Mare hace años. Estaba preparado para esto.
Los otros seguirán necesitándote. Ahora eres su nacida de la bruma: tendrás que protegerlos en los meses venideros. La nobleza enviará asesinos contra nuestros esquivos gobernantes.
Adiós. Le hablaré a Mare de ti. Ella siempre quiso tener una hija.
—¿Qué dice, Vin? —preguntó Ham.
—Dice… dice que no sabe cómo funciona el Undécimo metal. Lo lamenta… No estaba seguro de cómo derrotar al lord Legislador.
—Tenemos una ciudad entera llena de gente para combatirlo —dijo Dox—. Dudo seriamente que pueda matarnos a todos: si no podemos destruirlo, lo ataremos y lo arrojaremos a un calabozo.
Los demás asintieron.
—¡Muy bien! —dijo Dockson—. Brisa y Ham, tenéis que ir a esos otros almacenes y empezar a repartir armas. Fantasma, ve por los aprendices: los necesitaremos para transmitir mensajes. ¡Vamos!
Todos se pusieron en marcha. Pronto, los skaa que habían visto antes irrumpieron en el almacén empuñando sus antorchas y contemplaron asombrados la abundancia de armas. Dockson trabajó con eficacia, ordenó a algunos de los recién llegados que se encargaran de repartirlas y envió a otros a reunir a sus amigos y familiares. Los hombres empezaron a ponerse en cola y a recoger armas. Todos estaban atareados, menos Vin.
Miró a Sazed, que le sonrió.
—A veces solo tenemos que esperar el tiempo suficiente, señora —dijo—. Luego descubrimos por qué exactamente seguimos creyendo. Hay un dicho al que maese Kelsier era muy aficionado.
—Siempre hay otro secreto —susurró Vin—. Pero, Sazed, todo el mundo tiene algo que hacer excepto yo. Se suponía que debía asesinar a los nobles, pero Kelsier ya no quiere que me encargue de eso.
—Tienen que ser neutralizados —dijo Sazed—, pero no necesariamente asesinados. Tal vez tu misión solo consista en hacerle entender eso a Kelsier.
Vin negó con la cabeza.
—No. Tengo que hacer más, Sazed.
Agarró la bolsa vacía, frustrada. Algo crujió en su interior.
Abrió la bolsa y advirtió un papelito que no había visto antes. Lo sacó y lo desdobló con delicadeza. Era el dibujo que Kelsier le había enseñado: el dibujo de una flor. Mare siempre lo había llevado consigo, soñando con un futuro en el que el sol no fuera rojo y las plantas crecieran…
Vin alzó la cabeza.
Burócrata, político, soldado… Hay algo más que necesita todo reino.
Un buen asesino.
Se dio la vuelta, sacó un frasquito de metal y se bebió su contenido, usando el líquido para tragar un par de perlas de atium. Se acercó al montón de armas y escogió un puñadito de flechas. Tenían la punta de piedra. Empezó a romperlas dejándoles unos centímetros de madera, descartando los astiles.
—¿Señora? —preguntó Sazed con preocupación.
Vin no le hizo caso y continuó buscando entre las armas. Encontró lo que quería: una cota de malla. Soltó varios eslabones grandes de metal con una daga y sus dedos reforzados por el peltre.
—Señora, ¿qué estás haciendo?
Vin se acercó a un arcón que había junto a la mesa, dentro del cual había visto gran cantidad de metales en polvo. Llenó su bolsa con varios puñados de polvo de peltre.
—Me preocupa el lord Legislador —dijo, sacando una lima de la caja y arrancando con ella varias virutas del Undécimo metal. Se detuvo, mirando el desconocido metal plateado, y luego se tragó las virutas con el contenido de su frasquito. Metió un par más en uno de sus frascos de reserva.
—Seguro que la rebelión puede encargarse de él —dijo Sazed—. No es tan fuerte sin todos sus criados.
—Te equivocas —respondió Vin, levantándose y dirigiéndose hacia la puerta—. Es fuerte, Sazed. Kelsier no podía sentirlo, no como puedo yo. No lo sabía.
—¿Adónde vas? —preguntó Sazed, tras ella.
Vin se detuvo en la puerta, se volvió; la bruma se arremolinó a su alrededor.
—Dentro del complejo del palacio hay una cámara protegida por soldados e inquisidores. Kelsier trató de entrar en ella dos veces. —Se volvió hacia las oscuras brumas—. Esta noche voy a averiguar qué contiene.