Llegamos a Terris a principios de semana y tengo que decir que el paisaje me pareció maravilloso. Las grandes montañas al norte, con sus cimas nevadas y sus faldas boscosas, se alzan como dioses guardianes sobre esta tierra de verde fertilidad. Mis propias tierras del sur son llanas: creo que serían menos temibles si hubiera unas cuantas montañas para dar variedad al terreno.
Aquí la gente se dedica sobre todo al pastoreo, aunque no son extraños los leñadores y los granjeros. Es una tierra de pastos, desde luego. Parece raro que un sitio tan agrícola sea la cuna de las profecías y las ideas teológicas en las que se basa el mundo entero en la actualidad.
3
Camon contó sus monedas, dejando caer los cuartos de oro uno a uno en un cofrecito que había en la mesa. Todavía parecía un poco aturdido, y bien podía estarlo. Tres mil cuartos era una fabulosa cantidad de dinero, mucho más de lo que Camon ganaba incluso en un año muy bueno. Sus amigotes más íntimos estaban sentados a la mesa con él, mientras la cerveza y las risas fluían libremente.
Vin permanecía en su rincón tratando de comprender sus temores. Tres mil cuartos. El Ministerio nunca debería haber soltado semejante suma con tanta ligereza. El prelado Arriev parecía demasiado astuto para dejarse engañar con tanta facilidad.
Camon dejó caer otra moneda en el cofre. Vin no estaba segura de si se estaba haciendo el tonto o de si era astuto al hacer aquella exhibición de riqueza. Las bandas de los bajos fondos trabajaban siguiendo un acuerdo estricto: todos recibían una parte de las ganancias en proporción a su estatus en el grupo. Aunque a veces resultaba tentador matar al jefe y quedarse el dinero, un líder exitoso creaba más riqueza para todos. Su asesinato prematuro equivaldría a quedarse sin ganancias futuras, además de ganarse la ira de los otros miembros de la banda.
De todas formas, tres mil cuartos… Eso era más que suficiente para tentar al ladrón más sensato. Todo era un error.
Tengo que salir de aquí, decidió Vin. Alejarme de Camon y de la guarida, por si sucede algo.
Sin embargo… ¿marcharse? ¿Ella sola? Nunca había estado sola; siempre había tenido a Reen. Era él quien la guiaba de ciudad en ciudad, uniéndose a bandas de ladrones distintas. A ella le encantaba la soledad. Pero la idea de estar sola, ahí fuera en la ciudad, la horrorizaba. Por eso nunca se había escapado de Reen; por eso se había quedado con Camon.
No podía irse, pero tenía que hacerlo. Alzó la cabeza en su rincón, estudiando la habitación. No había mucha gente en la banda por quien sintiera afinidad. Sin embargo, había un par a los que lamentaría ver heridos si los obligadores actuaban contra la banda. Unos cuantos hombres que no habían intentado abusar de ella o, en casos muy raros, la habían tratado con cierta amabilidad.
Ulef encabezaba esa lista. No era un amigo, pero sí lo más parecido que ella tenía ahora que Reen se había marchado. Si la acompañaba, al menos no estaría sola. Con cautela, Vin fue avanzando contra un muro de la habitación hasta el lugar donde Ulef bebía con alguno de los otros miembros jóvenes de la banda.
Le tiró de la manga. Ulef se volvió hacia ella, tan solo algo achispado.
—¿Vin?
—Ulef —susurró ella—. Tenemos que irnos.
Él frunció el ceño.
—¿Irnos? ¿Irnos adónde?
—Fuera —susurró Vin—. Fuera de aquí.
—¿Ahora?
Vin asintió impaciente.
Ulef miró a sus amigos, que reían entre sí, dirigiendo miradas cargadas de picardía hacia Vin y él. Se ruborizó.
—¿Quieres que vayamos a algún sitio, solos tú y yo?
—No para eso —dijo Vin—. Es que… tengo que salir de la guarida. Y no quiero estar sola.
Ulef frunció el ceño. Se acercó más, con un leve hedor a cerveza en su aliento.
—¿Qué es lo que pasa, Vin? —preguntó en voz baja.
Vin hizo una pausa.
—Creo… Creo que puede pasar algo, Ulef —susurró—. Algo con los obligadores. No quiero estar en la guarida en este momento.
Ulef guardó silencio.
—Muy bien —dijo por fin—. ¿Por cuánto tiempo será?
—No lo sé —respondió Vin—. Hasta la noche, al menos. Pero tenemos que irnos. Ahora.
Él asintió lentamente.
—Espera aquí un momento —susurró Vin, volviéndose. Dirigió una mirada a Camon, que se reía con uno de sus propios chistes. Luego se dirigió en silencio hacia el fondo de la sala, lleno de humo y cenizas.
La habitación donde dormía la banda era un sencillo pasillo alargado cubierto de petates. Era un sitio estrecho e incómodo, pero mucho mejor que los fríos callejones en los que ella había dormido durante sus años de viaje con Reen.
Callejones que tal vez tenga que volver a utilizar, pensó. Había sobrevivido antes a ellos. Podría hacerlo de nuevo.
Se acercó a su camastro oyendo las risas y los ruidos apagados de los hombres que bebían en la habitación de al lado. Se arrodilló y recogió lo poco que le pertenecía. Si algo le pasaba a la banda, no podría volver a la guarida. Jamás. Pero no podía llevarse el petate porque hubiese sido demasiado obvio, solo la cajita que contenía sus efectos personales: un guijarro de cada ciudad que había visitado, el pendiente que según Reen le había dado su madre y un pedazo de obsidiana del tamaño de una moneda grande. Tenía forma irregular y Reen lo llevaba como si fuera una especie de amuleto de la buena suerte. Era lo único que había dejado al abandonar la banda medio año antes. Cuando la había abandonado a ella.
Como siempre dijo que haría, se reprendió con severidad Vin. Nunca creí que fuera a hacerlo… y por eso mismo tuvo que marcharse.
Se guardó el pedazo de obsidiana y los guijarros en el bolsillo. Se puso el pendiente: era un adorno sencillo de acero. Parecía más bien un botón que no merecía la pena robar, y por eso no temía dejarlo en la habitación del fondo. Vin apenas se lo ponía por temor a que el adorno la hiciera parecer más femenina.
No tenía dinero, pero Reen le había enseñado a mendigar y rapiñar. Ambas cosas eran difíciles en el Imperio Final, sobre todo en Luthadel, pero encontraría un modo, si tenía que hacerlo.
Vin dejó su caja y su petate y volvió a la habitación grande. Tal vez estaba exagerando; a lo mejor no le pasaría nada a la banda. Pero si pasaba… Bueno, si una cosa le había enseñado Reen era cómo salvar el cuello. Llevarse a Ulef era buena idea. Tenía contactos en Luthadel. Si le pasaba algo a la banda de Camon, seguro que Ulef encontraría trabajo para ambos en…
Vin se detuvo. Ulef no estaba en la mesa donde ella lo había dejado, sino de pie en la parte delantera de la sala. Cerca de la barra. Cerca… de Camon.
—¡Qué es esto! —Camon se levantó, con la cara roja como la luz del sol. Apartó su taburete del camino y se abalanzó hacia ella, medio borracho—. ¿Te escapas? Vas a traicionarme al Ministerio, ¿eh?
Vin corrió hacia la puerta de la escalera, abriéndose paso a la desesperada entre mesas y miembros de la banda.
El taburete de madera de Camon la alcanzó en la espalda y la arrojó al suelo. El dolor ardió entre sus hombros; varios miembros de la banda soltaron una exclamación cuando el taburete rebotó en ella y golpeó las tablas del suelo.
Vin se sintió aturdida. Y algo en su interior, algo que conocía pero no comprendía, le dio fuerzas. La cabeza dejó de darle vueltas, el dolor se convirtió en su centro de atención. Se puso en pie con torpeza.
Camon estaba allí. Le dio un revés mientras se incorporaba. La cabeza de Vin se movió siguiendo el impulso de la bofetada, torciendo el cuello de manera tan dolorosa que apenas sintió que volvía a golpear el suelo.
Camon se inclinó, la agarró por la camisa y la puso en pie mientras alzaba el puño. Vin no se paró a pensar ni se molestó en hablar; solo podía hacer una cosa. Usó toda su Suerte en un único y tremendo esfuerzo, y la lanzó contra Camon calmando su furia.
Camon se tambaleó. Su mirada se suavizó por un momento. La bajó un poco.
Entonces la furia regresó a sus ojos. Dura. Aterradora.
—Maldita zorra —murmuró Camon, agarrándola por los hombros y sacudiéndola—. Ese traidor hermano tuyo no me respetó nunca y tú eres igual. He sido demasiado amable con los dos. Debería…
Vin trató de zafarse, pero la tenaza de Camon era firme. Desesperada, buscó ayuda de otros miembros de la banda, aunque sabía lo que iba a encontrar. Indiferencia. Ellos se volvieron, avergonzados pero no preocupados. Ulef todavía estaba junto a la mesa de Camon, con la cabeza gacha y expresión culpable.
En su mente, a Vin le pareció oír una voz que le susurraba. La voz de Reen. ¡Necia! La frialdad es la más lógica de las emociones. No tienes ningún amigo en los bajos fondos. ¡Nunca tendrás ningún amigo en los bajos fondos!
Renovó sus esfuerzos, pero Camon volvió a golpearla, derribándola al suelo. El golpe la aturdió y jadeó, sin aliento.
Sopórtalo, pensó, la mente confusa. No me matará. Me necesita.
Sin embargo, mientras se volvía con torpeza vio a Camon alzándose sobre ella, el rostro dominado por una furia ebria. Supo que aquella vez iba a ser diferente: no sería una simple paliza. Él creía que pretendía traicionarlo al Ministerio. Estaba fuera de sí.
Había una expresión asesina en sus ojos.
¡Por favor!, pensó Vin con desesperación, buscando su Suerte, tratando de hacerla funcionar. No hubo ninguna respuesta. La Suerte le había fallado.
Camon se agachó, murmurando para sí mientras la agarraba por el hombro. Alzó un brazo, su mano carnosa formó otro puño, sus músculos se tensaron, una furiosa perla de sudor resbaló por su barbilla y la golpeó en la mejilla.
A unos pocos metros de distancia, la puerta de la escalera se sacudió y luego se abrió de golpe. Camon se detuvo con un brazo en alto mirando hacia la puerta y al desafortunado miembro de la banda que había elegido tan inoportuno momento para volver a la guarida.
Vin aprovechó la distracción. Ignorando al recién llegado, trató de librarse de la tenaza de Camon, pero estaba demasiado débil. La cara le ardía de los puñetazos y el costado, de las caídas. Arañó la mano de Camon, pero de improviso se sintió débil, su fuerza interna le fallaba igual que le había fallado la Suerte. El dolor iba en aumento, cada vez más insoportable, más… exigente.
Se volvió desesperada hacia la puerta. Estaba cerca, dolorosamente cerca. Casi había escapado. Solo un poco más…
Entonces vio a un hombre de pie en la escalera, un desconocido. Alto y de rostro aguileño, tenía el pelo rubio y vestía un holgado traje de noble, con la capa suelta. Tenía unos treinta y cinco años. No llevaba sombrero, ni bastón de duelo.
Y parecía muy, muy furioso.
—¿Qué es esto? —exigió saber Camon—. ¿Quién eres?
¿Cómo ha pasado ante los vigías…?, pensó Vin, esforzándose por concentrarse. El dolor. Podía tratar con el dolor. Los obligadores… ¿Lo han enviado ellos?
El recién llegado miró a Vin y su expresión se suavizó ligeramente. Entonces miró a Camon y sus ojos se ensombrecieron.
Las furiosas exigencias de Camon quedaron cortadas en seco cuando saltó hacia atrás como si hubiera sido golpeado por una fuerza poderosa. Su brazo se soltó del hombro de Vin y se desplomó en el suelo haciendo que las tablas se estremecieran.
La sala quedó en silencio.
Tengo que escapar, pensó Vin, obligándose a ponerse de rodillas. Camon gemía de dolor a unos pocos palmos de distancia y Vin se apartó de él, escabulléndose bajo una mesa desocupada. La guarida tenía una salida oculta, una trampilla junto a la pared del fondo. Si lograba arrastrarse hasta allí…
De repente, Vin sintió una paz abrumadora. Se le vino encima como un peso repentino y sus emociones guardaron silencio, como aplastadas por una mano poderosa. Su miedo se apagó como una vela, e incluso su dolor dejó de parecer importante.
Se detuvo, preguntándose por qué había estado tan preocupada. Se incorporó y se detuvo ante la trampilla. Tenía la respiración entrecortada, mareada un poco todavía.
¡Camon acaba de intentar matarme!, advirtió la parte lógica de su mente. Y alguien está atacando la guarida. ¡Tengo que escapar! Sin embargo, sus emociones contradecían la lógica. Se sentía… serena. Sin preocupaciones. Y más que un poco curiosa.
Alguien acababa de emplear la Suerte con ella.
Lo reconoció de algún modo, aunque nunca lo había sentido. Se detuvo junto a la mesa, con una mano en la madera, y se dio la vuelta despacio. El recién llegado seguía en la puerta. La estudió con ojo crítico y luego sonrió de un modo que la desarmó.
¿Qué está pasando?
El recién llegado entró por fin en la sala. Los de la banda de Camon permanecieron sentados a sus mesas. Parecían sorprendidos, pero extrañamente despreocupados.
Está usando la Suerte con todos ellos. Pero… ¿cómo puede hacerlo con tantos a la vez? Vin nunca había podido acumular suficiente Suerte para conseguir otra cosa que un ocasional y breve empujoncito.
Cuando el recién llegado entró en la sala, Vin vio por fin que había una segunda persona en las escaleras. El segundo hombre era menos llamativo, más bajo, con una media barba oscura y el pelo liso y corto. También llevaba un traje de noble, aunque de corte menos elegante.
Al otro lado de la habitación, Camon gimió y se sentó en el suelo sujetándose la cabeza. Miró a los recién llegados.
—¡Maese Dockson! ¡Vaya, vaya, caray, qué sorpresa!
—En efecto —dijo el hombre más bajo, Dockson.
Vin frunció el ceño al darse cuenta de que las voces de estos hombres le resultaban levemente familiares. Las había oído en alguna parte.
El Cantón de las Finanzas. Estaban sentados en la sala de espera cuando Camon y yo nos marchamos.
Camon se puso en pie, estudiando al recién llegado rubio. Miró las manos del hombre, cubiertas de extrañas cicatrices solapadas.
—Por el lord Legislador… —susurró Camon—. ¡El Superviviente de Hathsin!
Vin frunció el ceño. El título le resultaba desconocido. ¿Tendría que haber conocido a ese hombre? Las heridas aún le dolían a pesar de la paz que sentía, y se notaba mareada. Se apoyó en la mesa, pero no se sentó.
Fuera quien fuese el recién llegado, saltaba a la vista que Camon lo consideraba importante.
—¡Vaya, maese Kelsier! —farfulló—. ¡Qué raro honor!
El recién llegado (Kelsier) sacudió la cabeza.
—¿Sabes? En realidad no me interesa escucharte.
Camon dejó escapar un urk de dolor cuando fue impulsado de nuevo hacia atrás. Kelsier no hizo ningún gesto para empujarlo. Sin embargo, Camon se desplomó en el suelo, como empujado por una fuerza invisible. Guardó silencio y Kelsier escrutó la habitación.
—¿Los demás sabéis quién soy?
Muchos de los miembros de la banda asintieron.
—Bien. He venido a vuestra guarida porque vosotros, amigos míos, estáis en deuda conmigo.
La habitación permaneció en silencio. Solo se oían los gemidos de Camon. Al cabo, uno de los hombres habló.
—Nosotros… ¿Sí, maese Kelsier?
—En efecto. Veréis, maese Dockson y yo acabamos de salvaros la vida. Vuestro incompetente jefe salió del Cantón de las Finanzas del Ministerio hace una hora y regresó directamente aquí. Lo siguieron dos oteadores del Ministerio, un prelado de alto rango… y un único inquisidor de acero.
Nadie habló.
Ay, Señor… pensó Vin. Estaba en lo cierto: no había sido lo bastante rápida. Si había un inquisidor…
—Me he encargado del inquisidor —dijo Kelsier.
Hizo una pausa, dejando que lo que eso implicaba flotara en el aire. ¿Qué tipo de persona podía decir tan campante que se había «encargado» de un inquisidor? Según los rumores esas criaturas eran inmortales, podían ver el alma de un hombre y eran guerreros sin rival.
—Exijo mi pago por los servicios prestados —dijo Kelsier.
Camon no se levantó esta vez: había caído con fuerza y estaba obviamente desorientado. La habitación permaneció en silencio. Transcurridos unos instantes, Milev (el hombre de piel oscura que era el segundo de Camon) vio el cofre de cuartos del Ministerio y se abalanzó sobre él. Se lo ofreció a Kelsier.
—El dinero que Camon ha conseguido en el Ministerio —explicó Milev—. Tres mil cuartos.
Milev está ansioso por complacerlo, pensó Vin. Esto es más que simple Suerte… O eso, o es un tipo de Suerte que yo nunca he podido utilizar.
Kelsier hizo una pausa y luego aceptó el cofre de monedas.
—¿Y tú eres…?
—Milev, maese Kelsier.
—Bien, jefe Milev, consideraré esta paga satisfactoria… suponiendo que hagas otra cosa por mí.
Milev hizo una pausa.
—¿Qué tengo que hacer?
Kelsier señaló con la cabeza al semiaturdido Camon.
—Encárgate de él.
—Por supuesto —dijo Milev.
—Quiero que viva, Milev —dijo Kelsier, alzando un dedo—. Pero no quiero que lo disfrute.
Milev asintió.
—Lo convertiremos en mendigo. El lord Legislador desaprueba la profesión… Camon no lo tendrá fácil aquí en Luthadel.
Y Milev lo eliminará en cuanto piense que este Kelsier no está prestando atención.
—Bien —dijo Kelsier. Entonces abrió el cofre y empezó a sacar monedas de oro—. Eres un hombre de recursos, Milev. Rápido de reflejos, y no te dejas intimidar con tanta facilidad como los demás.
—He tratado con brumosos antes, maese Kelsier.
Kelsier asintió.
—Dox —dijo, dirigiéndose a su acompañante—, ¿dónde vamos a celebrar nuestra reunión esta noche?
—Estaba pensando que deberíamos usar el taller de Clubs —respondió el otro hombre.
—Un sitio poco neutral —dijo Kelsier—. Sobre todo si decide no unirse a nosotros.
—Cierto.
Kelsier miró a Milev.
—Estoy planeando un trabajo en esta zona. Me sería útil tener el apoyo de algunos lugareños. —Alzó un puñado de monedas, un centenar de cuartos—. Necesitamos usar vuestro cubil esta noche. ¿Puede ser?
—Por supuesto —dijo Milev, aceptando con ansiedad las monedas.
—Bien —respondió Kelsier—. Ahora, fuera.
—¿Fuera? —preguntó Milev, vacilante.
—Sí. Toma a tus hombres, incluido vuestro antiguo jefe, y marchaos. Quiero tener una conversación en privado con la señora Vin.
En la habitación volvió a reinar el silencio y Vin supo que no era la única en preguntarse cómo sabía Kelsier su nombre.
—¡Bien, ya lo habéis oído! —exclamó Milev. Llamó a un grupo de hampones para que recogieran a Camon y envió al resto de la banda escaleras arriba.
Vin los vio marchar cada vez más aprensiva. Ese Kelsier era un hombre poderoso y el instinto le decía que los hombres poderosos eran peligrosos. ¿Conocía su Suerte? Por supuesto que sí: ¿qué otro motivo podía tener para querer quedarse con ella a solas?
¿Cómo va a intentar utilizarme este Kelsier?, pensó, frotándose el brazo con el que había golpeado el suelo.
—Por cierto, Milev —dijo tranquilamente Kelsier—. Cuando digo «en privado», quiero decir que no quiero que nos espíen los cuatro hombres que están asomados a los miradores tras la pared del fondo. Llévatelos al callejón también.
Milev se puso pálido.
—Por supuesto, maese Kelsier.
—Bien. En el callejón encontraréis a los dos espías muertos del Ministerio. Por favor, encargaos de los cadáveres.
Milev asintió, dándose la vuelta.
—Y, Milev… —añadió Kelsier.
Milev volvió a girarse.
—Que ninguno de tus hombres nos traicione —replicó Kelsier, sin alterarse. Y Vin lo sintió de nuevo: una renovada presión en sus emociones—. Este grupo ya ha llamado la atención del Ministerio de Acero… No me convirtáis también en vuestro enemigo.
Milev asintió con brusquedad y desapareció escaleras arriba tras cerrar la puerta. Unos momentos más tarde, Vin oyó pasos en la habitación mirador; luego todo quedó en silencio. Estaba a solas con un hombre que era, por algún motivo, tan singularmente impresionante que podía intimidar a una habitación llena de ladrones y asesinos.
Miró la puerta cerrada. Kelsier la estaba observando. ¿Qué haría si echaba a correr?
Dice que ha matado a un inquisidor, pensó Vin. Y… ha usado la Suerte. Tengo que quedarme, aunque sea el tiempo necesario para averiguar lo que sabe.
La sonrisa de Kelsier se ensanchó hasta que, al final, se echó a reír.
—Ha sido tremendamente divertido, Dox.
El otro hombre, al que Camon había llamado Dockson, hizo una mueca y se acercó a la parte delantera de la habitación. Vin se envaró, pero él no se acercó a ella sino a la barra.
—Ya eras bastante insufrible antes, Kell —dijo Dockson—. No sé cómo voy a soportar esta nueva reputación tuya. Al menos, no estoy seguro de cómo voy a soportarla y mantener la cara seria.
—Estás celoso.
—Sí, eso es —dijo Dockson—. Tu habilidad para intimidar a criminales de tres al cuarto me provoca unos celos terribles. Si te sirve de algo, creo que has sido demasiado duro con Camon.
Kelsier se acercó a una de las mesas de la sala y tomó asiento. Su alegría se ensombreció un poco mientras hablaba.
—Ya has visto lo que le estaba haciendo a la muchacha.
—La verdad es que no —dijo Dockson, desabrido, mientras rebuscaba entre las mercancías de la barra—. Alguien me bloqueaba la visión desde la puerta.
Kelsier se encogió de hombros.
—Mírala, Dox. La pobrecilla ha estado a punto de quedarse inconsciente por los golpes. No siento ninguna compasión por ese tipo.
Vin permaneció donde estaba, observando a los dos hombres. Cuando la tensión del momento decreció, las heridas empezaron a dolerle de nuevo. El golpe entre los omóplatos se convertiría en un buen moratón, y el bofetón de la cara le ardía también. Todavía se sentía un poco mareada.
Kelsier la estaba observando. Vin apretó los dientes. Dolor. Podía soportar el dolor.
—¿Necesitas algo, niña? —preguntó Dockson—. ¿Un pañuelo húmedo para esa cara, tal vez?
Ella no respondió. Continuó concentrada en Kelsier. Vamos. Dime qué quieres de mí. Haz tu jugada.
Dockson se encogió de hombros, al cabo, y terminó por agacharse un momento tras la barra. Instantes después apareció con un par de botellas.
—¿Algo bueno? —preguntó Kelsier, dándose le vuelta.
—¿Tú qué crees? Incluso entre ladrones, Camon no destaca precisamente por su refinamiento. Tengo calcetines que valen más que este vino.
Kelsier suspiró.
—Dame una copa de todas formas. —Entonces se dirigió a Vin—. ¿Quieres algo?
Vin no respondió.
Kelsier sonrió.
—No te preocupes. Somos bastante menos peligrosos de lo que creen tus amigos.
—No creo que fueran sus amigos, Kell —dijo Dockson desde detrás de la barra.
—Buena observación —respondió Kelsier—. De cualquier forma, niña, no tienes nada que temer de nosotros. Aparte del aliento de Dox.
Dockson puso los ojos en blanco.
—O los chistes de Kell.
Vin no dijo nada. Podía hacerse la débil como había hecho con Camon, pero el instinto le decía que con aquellos hombres no le serviría esa táctica. Así que permaneció donde estaba, calibrando la situación.
La calma volvió a apoderarse de ella. La animaba a estar tranquila, a confiar, a hacer sin rechistar lo que sugerían los hombres…
¡No! Se quedó donde estaba.
Kelsier alzó una ceja.
—Eso no lo esperaba.
—¿Qué? —preguntó Dockson mientras servía una copa de vino.
—Nada —respondió Kelsier, estudiando a Vin.
—¿Quieres un trago o no, chica? —preguntó Dockson.
Vin no dijo nada. Toda su vida, desde que podía recordar, había tenido su Suerte. La hacía fuerte y le daba ventaja sobre otros ladrones. Quizá por eso aún seguía con vida. Sin embargo, en todo ese tiempo nunca había sabido realmente qué era o por qué la usaba. La lógica y el instinto le decían ahora lo mismo: que necesitaba averiguar lo que sabía aquel hombre.
Fueran cuales fuesen sus planes, y cómo intentara utilizarla, necesitaba soportarlo. Tenía que descubrir cómo era tan poderoso.
—Cerveza —dijo por fin.
—¿Cerveza? —preguntó Kelsier—. ¿Nada más?
Vin asintió, observándolo con atención.
—Me gusta.
Kelsier se frotó la barbilla.
—Tendremos que trabajar en eso —dijo—. Ven, siéntate.
Vacilante, Vin se acercó y se sentó frente a Kelsier a la pequeña mesita. Le dolían las heridas, pero no podía permitirse mostrar debilidad. La debilidad mataba. Tenía que fingir que ignoraba el dolor. Al menos, sentada, la cabeza se le despejó.
Dockson se reunió con ellos un momento después, le dio a Kelsier un vaso de vino y a Vin, su jarra de cerveza. Ella no bebió.
—¿Quién eres? —preguntó en voz baja.
Kelsier alzó una ceja.
—Eres directa, ¿eh?
Vin no respondió.
Kelsier suspiró.
—Se acabó mi intrigante aire de misterio.
Dockson soltó una risita.
Kelsier sonrió.
—Me llamo Kelsier. Soy lo que podrías llamar el jefe de una banda, pero dirijo una banda que no se parece a ninguna que hayas conocido. A los hombres como Camon y los suyos les gusta considerarse depredadores y se alimentan de la nobleza y las diversas organizaciones del Ministerio.
Vin sacudió la cabeza.
—Depredadores, no. Carroñeros.
Hubiese cabido suponer que, tan cerca del lord Legislador, las bandas de ladrones no podían existir. Sin embargo, Reen le había enseñado que era todo lo contrario: la nobleza rica y poderosa se congregaba en torno al lord Legislador. Y, donde había poder y riqueza, también había corrupción, sobre todo desde que el lord Legislador tendía a controlar a sus nobles mucho menos que a los skaa. Tenía que ver, al parecer, con su aprecio por sus antepasados.
En cualquier caso, las bandas de ladrones como la de Camon eran las ratas que se alimentaban de la corrupción de la ciudad. Y, como a las ratas, era imposible exterminarlas por completo, sobre todo en una ciudad con la población de Luthadel.
—Carroñeros —dijo Kelsier, sonriendo; al parecer, le gustaba la corrección—. Es una descripción adecuada, Vin. Bien, Dox y yo somos carroñeros también… solo que somos carroñeros de más calidad. Estamos mejor criados, como si dijéramos… O tal vez solo somos más ambiciosos.
Ella frunció el ceño.
—¿Sois nobles?
—Cielos, no —dijo Dockson.
—Al menos, no de sangre pura —dijo Kelsier.
—Se supone que los mestizos no existen —dijo Vin con cuidado—. El Ministerio los caza.
Kelsier alzó una ceja.
—¿Mestizos como tú?
Vin sintió un arrebato de sorpresa. ¿Cómo…?
—Ni siquiera el Ministerio de Acero es infalible, Vin —dijo Kelsier—. Si pueden pasarte a ti por alto, pueden pasar por alto a otros.
Vin reflexionó.
—Milev. Os llamó brumosos. Eso es un tipo de alomántico, ¿no?
Dockson miró a Kelsier.
—Es observadora —dijo con un gesto apreciativo.
—Sí que lo es —reconoció Kelsier—. El hombre nos llamó brumosos, Vin…, aunque tal vez se precipitara, puesto que en teoría ni Dox ni yo somos brumosos. Sin embargo, nos parecemos bastante a ellos.
Vin guardó silencio un momento, sintiendo el escrutinio de los dos hombres. Alomancia. El poder místico concedido a la nobleza por el lord Legislador un millar de años antes como recompensa por su lealtad. Era una doctrina básica del Ministerio: incluso una skaa como Vin lo sabía. La nobleza gozaba de la alomancia y de privilegios gracias a sus antepasados; los skaa eran castigados por el mismo motivo.
La verdad, sin embargo, era que no sabía en realidad lo que era la alomancia. Tenía algo que ver con combatir, había supuesto siempre. Se decía que los «brumosos», como los llamaban, eran lo bastante peligrosos para matar a una banda entera de ladrones. No obstante, los skaa que conocía hablaban del poder en susurros inciertos. Hasta aquel momento nunca se había parado a considerar la posibilidad de que pudiera ser simplemente lo mismo que su Suerte.
—Dime, Vin —preguntó Kelsier, inclinándose interesado hacia delante—. ¿Te das cuenta de lo que le hiciste a ese obligador en el Cantón de las Finanzas?
—Utilicé mi Suerte —respondió Vin en voz baja—. La uso para que la gente se sienta menos enfadada.
—O menos recelosa —dijo Kelsier—. Más fácil de timar.
Vin asintió.
Kelsier alzó un dedo.
—Hay un montón de cosas que vas a tener que aprender. Técnicas, reglas y ejercicios. Una lección, sin embargo, no puede esperar. Nunca uses la alomancia emocional con un obligador. Todos están entrenados para reconocer cuándo están manipulando sus pasiones. Incluso los altos nobles tienen prohibido empujar o tirar de las emociones de un obligador. Tú eres la causa de que ese obligador mandara llamar a un inquisidor.
—Reza para que la criatura nunca vuelva a encontrar tu rastro, muchacha —dijo Dockson, con toda tranquilidad, mientras bebía su vino.
Vin palideció.
—¿No has matado al inquisidor?
Kelsier negó con la cabeza.
—Solo lo he distraído un poco… Cosa bastante peligrosa, debo añadir. No te preocupes, muchos de los rumores que hay sobre ellos no son ciertos. Ahora que te ha perdido la pista, no podrá volver a encontrarte.
—Lo más probable —dijo Dockson.
Vin miró con aprensión al hombre más bajo de los dos.
—Lo más probable —reconoció Kelsier—. Hay un montón de cosas que no sabemos de los inquisidores. No parecen seguir las reglas normales. Esos clavos que les atraviesan los ojos, por ejemplo, deberían matarlos. Nada de lo que yo he aprendido de alomancia me ha proporcionado jamás una explicación a cómo siguen viviendo esas criaturas. Si fuera solo un buscador brumoso que te siguiera la pista, no tendríamos que preocuparnos. Un inquisidor… Bueno, querrás mantener los ojos abiertos. Naturalmente, ya pareces bastante buena en eso.
Vin se sintió incómoda. Al cabo de un rato, Kelsier indicó su jarra de cerveza.
—No estás bebiendo.
—Podríais haberle echado algo —dijo Vin.
—Bah, no hay ninguna necesidad de que te eche nada en la bebida —dijo Kelsier con una sonrisa, sacando un objeto del bolsillo de su casaca—. Después de todo, vas a beber de este vial de líquido misterioso por voluntad propia.
Colocó el frasquito encima de la mesa. Vin frunció el ceño, observando el líquido que contenía. Había un oscuro poso en el fondo.
—¿Qué es?
—Si te lo dijera, no sería misterioso —contestó Kelsier con una sonrisa.
Dockson puso los ojos en blanco.
—El frasquito está lleno de una solución de alcohol y algunos copos de metal, Vin.
—¿De metal? —preguntó ella, frunciendo el ceño.
—Dos de los ocho metales alománticos básicos —dijo Kelsier—. Tenemos que hacer algunas pruebas.
Vin miró el frasquito.
Kelsier se encogió de hombros.
—Tendrás que beberlo si quieres saber algo más sobre esa Suerte tuya.
—Bebe tú la mitad primero —dijo Vin.
Kelsier alzó una ceja.
—Un poquito paranoica, por lo que veo.
Vin no respondió.
Transcurridos unos instantes, él destapó el frasco con un suspiro.
—Agítalo antes —dijo Vin—. Para que tomes algo del sedimento.
Kelsier miró al techo, pero hizo lo que le pedía, sacudió el frasquito y se bebió la mitad de su contenido. Lo depositó sobre la mesa con un golpecito.
Vin frunció el ceño. Entonces miró a Kelsier, que sonreía. Sabía que la tenía. Le había mostrado su poder, la había tentado con él. El único motivo de someterse a quien tiene el poder es aprender para tomar algún día lo que tiene. Palabras de Reen.
Vin tendió la mano, tomó el frasquito y apuró su contenido. Se sentó, esperando alguna transformación mágica o un arrebato de poder… o incluso signos de envenenamiento. No sintió nada. Qué… decepcionante. Frunció el ceño y se repantigó en el asiento.
Por curiosidad, probó su Suerte.
Y abrió unos ojos como platos, sorprendida.
Estaba allí, como un enorme almacén dorado. Una acumulación de poder tan increíble que ponía a prueba su capacidad de comprensión. Siempre había sentido la necesidad de ser ahorrativa con su Suerte, de mantenerla en reserva, de consumir las migajas con cuidado. Ahora se sentía como una mujer hambrienta invitada al festín de un alto noble. Permaneció allí sentada, aturdida, observando la enorme riqueza de su interior.
—Bien —la instó Kelsier—. Pruébalo. Tranquilízame.
Vin lo intentó, tocando su recién hallada masa de Suerte. Tomó un poquito y lo dirigió a Kelsier.
—Bien. —Kelsier se inclinó hacia delante, ansioso—. Pero ya sabíamos que podías hacer eso. Ahora la auténtica prueba, Vin. ¿Puedes hacer lo contrario? Puedes aplacar mis emociones, pero ¿puedes inflamarlas también?
Vin frunció el ceño. Nunca había usado su Suerte de esa forma; ni siquiera se había dado cuenta de que pudiera hacerlo. ¿Por qué estaba él tan ansioso?
Con recelo, Vin recurrió a su fuente de Suerte. Al hacerlo, advirtió algo interesante. Lo que al principio había interpretado como una enorme fuente de poder eran en realidad dos fuentes diferentes. Había tipos distintos de Suerte.
Ocho. Él ha dicho que son ocho. Pero… ¿qué hacen las otras?
Kelsier seguía esperando. Vin recurrió a la segunda fuente desconocida de Suerte, hizo lo que había hecho anteriormente y la dirigió hacia él.
La sonrisa de Kelsier creció y se echó hacia atrás en su asiento y miró a Dockson.
—Eso es. Lo ha hecho.
Dockson sacudió la cabeza.
—Para ser sinceros, Kell, no estoy seguro de qué pensar. Tener a uno de vosotros cerca ya es bastante inquietante. Pero dos…
Vin los miró con ojos entornados y dubitativos.
—¿Dos qué?
—Incluso entre los nobles, Vin, la alomancia es moderadamente rara —dijo Kelsier—. Cierto, es una habilidad hereditaria, con la mayoría de sus linajes de poder reducidos a la alta nobleza. Sin embargo, la casta por sí sola no garantiza fuerza alomántica.
»Muchos altos nobles solo tienen acceso a una única habilidad alomántica. La gente así, la que solo puede emplear la alomancia en uno de sus ocho aspectos básicos, se llama brumosa. A veces estas habilidades las tiene un skaa… pero solo si ese skaa tiene sangre noble de sus antepasados cercanos. Por lo general se puede encontrar a un brumoso entre… No sé, uno de cada diez mil skaa mestizos. Cuanto mejores y más cercanos y más nobles sean los antepasados, más probable es que el skaa sea un brumoso.
—¿Quiénes fueron tus padres, Vin? —preguntó Dockson—. ¿Los recuerdas?
—Me crio mi hermanastro, Reen —dijo Vin en voz baja, incómoda. Había cosas de las que no hablaba con nadie.
—¿Te habló de tus padres?
—De vez en cuando —admitió Vin—. Reen decía que nuestra madre era una puta. No por decisión propia, pero en los bajos fondos… —Guardó silencio. Su madre había intentado matarla, una vez, cuando era muy joven. Guardaba un vago recuerdo del hecho. Reen la había salvado.
—¿Y tu padre, Vin? —preguntó Dockson.
Vin alzó la cabeza.
—Es un alto prelado del Ministerio de Acero.
Kelsier dejó escapar un silbidito.
—Vaya, esa sí que es una falta levemente irónica al cumplimiento del deber.
Vin se quedó mirando la mesa. Al final, tendió la mano y dio un buen trago a su jarra de cerveza.
Kelsier sonrió.
—La mayoría de los obligadores de rango del Ministerio son altos nobles. Tu padre te dio un raro don en esa sangre tuya.
—Entonces… ¿soy una de esas brumosas que has mencionado?
Kelsier negó con la cabeza.
—La verdad es que no. Verás, esto es lo que te hace tan interesante para nosotros, Vin. Los brumosos solo tienen una habilidad alomántica. Tú acabas de demostrar que tienes dos. Y, si tienes al menos dos de las ocho, entonces también tienes acceso al resto. Así es como funciona: si eres alomántico, o tienes una habilidad o las tienes todas.
Kelsier se inclinó hacia delante.
—Tú, Vin, eres lo que en términos generales se llama una nacida de la bruma. Incluso entre la nobleza, eres increíblemente rara. Entre los skaa… Bueno, digamos que solo he conocido a otro skaa nacido de la bruma en toda mi vida.
De algún modo, la habitación pareció más silenciosa. Más tranquila. Vin miró la jarra con ojos distraídos e incómodos. Nacida de la bruma. Había oído las historias, por supuesto. Las leyendas.
Kelsier y Dockson permanecieron sentados en silencio, dejándola pensar. Al cabo de un rato, ella habló.
—Entonces… ¿qué significa esto?
Kelsier sonrió.
—Significa que tú, Vin, eres una persona muy especial. Tienes un poder que la mayoría de los altos nobles envidian. Es un poder que, si hubieras nacido siendo aristócrata, te habría convertido en una de las personas más letales e influyentes del Imperio Final. —Kelsier volvió a inclinarse hacia delante—. Pero no naciste siendo aristócrata. No eres noble, Vin. No tienes que jugar según sus reglas… y eso te hace aún más poderosa.