Al parecer, la siguiente etapa de mi viaje nos llevará a las tierras altas de Terris. Se dice que es un lugar frío e implacable, una tierra donde las montañas mismas están hechas de hielo.
Nuestros sirvientes no sirven para ese viaje. Es probable que tengamos que contratar a algunos porteadores de Terris para que lleven nuestras pertenencias.
4
—¡Ya habéis oído lo que ha dicho! ¡Está planeando un trabajo! —Los ojos de Ulef brillaban de entusiasmo—. Me pregunto a cuál de las Grandes Casas va a robar.
—Será a una de las más poderosas —dijo Disten, uno de los principales rastreadores de Camon. Era manco, pero tenía los ojos y los oídos más agudos de la banda—. Kelsier nunca se dedica a trabajos de poca monta.
Vin estaba sentada en silencio, con su jarra de cerveza (la misma que le había dado Kelsier) todavía casi llena sobre la mesa, repleta de gente. Kelsier había dejado a los ladrones volver a su escondite poco antes de que terminara su encuentro. Vin, sin embargo, hubiese preferido quedarse sola. La vida con Reen la había acostumbrado a la soledad: si dejabas que alguien se acercara demasiado, le dabas más oportunidades para traicionarte.
Incluso después de la desaparición de Reen, Vin se había mantenido apartada. No quiso marcharse; sin embargo, tampoco sintió la necesidad de intimar con los otros miembros de la banda. Ellos, a su vez, se mostraron perfectamente dispuestos a dejarla en paz. El lugar de Vin era precario y asociarse con ella los hubiera salpicado. Solo Ulef había hecho algún intento por ganarse su amistad.
Si dejas que alguien se te acerque, solo te lastimará más cuando te traicione, pareció susurrarle Reen al oído.
¿Había sido Ulef de verdad su amigo? Desde luego, la había vendido con bastante rapidez. Además, los miembros de la banda habían aceptado la paliza de Vin y su súbito rescate como cosa hecha, sin mencionar su traición ni su negativa a ayudarla. Solo habían hecho lo que cabía esperar.
—El Superviviente no se ha dedicado a ningún trabajo en los últimos tiempos —dijo Harmon, un ladrón viejo y de barba descuidada—. Apenas se le ha visto en Luthadel un puñado de veces durante los últimos años. De hecho, no ha dado ningún golpe desde…
—¿Este es el primero? —preguntó Ulef, ansioso—. ¿El primero desde que escapó de los Pozos? ¡Entonces tendrá que ser algo espectacular!
—¿Te ha dicho algo al respecto, Vin? —inquirió a su vez Disten—. ¿Vin? —Agitó un grueso brazo para llamar su atención.
—¿Qué? —preguntó ella, alzando la cabeza. Se había limpiado un poco desde que Camon le propinara aquella paliza. Al final, acabó por aceptar un pañuelo de Dockson para quitarse la sangre de la cara. Sin embargo, no podía hacer gran cosa con los cardenales. Aún le dolían. Era de esperar que no tuviera nada roto.
—Kelsier —repitió Disten—. ¿Ha dicho algo sobre el trabajo que está planeando?
Vin negó con la cabeza. Miró el pañuelo manchado de sangre. Kelsier y Dockson se habían marchado hacía poco, prometiendo regresar cuando hubiera tenido tiempo de pensar en las cosas que le habían contado. Sin embargo, sus palabras encerraban… una oferta. Fuera cual fuese el trabajo que planeaban, ella estaba invitada a participar.
—¿Por qué te ha escogido para ser su intra, Vin? —preguntó Ulef—. ¿Ha dicho algo al respecto?
Eso era lo que todos suponían: que Kelsier la había elegido para que fuera su contacto con la banda de Camon… de Milev.
Había dos bandos en los bajos fondos de Luthadel. Estaban las bandas normales, como la de Camon. Y luego estaban… las especiales. Grupos formados por gente extremadamente habilidosa, extremadamente temeraria, o por alománticos de talento extremo.
Los dos sectores de los bajos fondos nunca se mezclaban: los ladrones normales dejaban tranquilos a sus superiores. En ocasiones, no obstante, alguna de aquellas bandas contrataba a un ladrón corriente para que hiciera parte de su trabajo mundano y se elegía a un intra (un intermediario) para que trabajara con ambos grupos. De ahí la deducción de Ulef sobre Vin.
Los miembros de la banda de Milev advirtieron su silencio y pasaron a otro tema: los brumosos. Hablaban de la alomancia en voz baja y dubitativa, y ella los escuchó, incómoda. ¿Cómo podía estar relacionada con algo que los asombraba tanto? Su Suerte… su alomancia era algo pequeño, algo que usaba para sobrevivir, pero a la vez sin importancia.
Pero, ese poder… pensó, mirando su reserva de Suerte.
—Me pregunto qué habrá estado haciendo Kelsier estos últimos años —comentó Ulef. Parecía un poco incómodo con ella al principio de la conversación, pero se le había pasado enseguida. La había traicionado, pero así eran los bajos fondos. No había amigos.
No parece ser igual entre Kelsier y Dockson. Parece que confían el uno en el otro. ¿Una tapadera? ¿O no sería más que uno de esos raros equipos que no se preocupan de que el otro los traicione?
Lo más inquietante de Kelsier y Dockson había sido su franqueza con ella. Parecían dispuestos a confiar en Vin, incluso a aceptarla, incluso después de relativamente poco tiempo. No podía ser cierto: nadie sobrevivía en los bajos fondos siguiendo esa táctica. A pesar de todo, su actitud amistosa era desconcertante.
—Dos años… —dijo Hrud, un ladrón callado y de cara chata—. Debe de haberse pasado todo el tiempo planeando este golpe.
—Debe de ser todo un golpe… —dijo Ulef.
—Habladme de él —pidió Vin en voz baja.
—¿De Kelsier? —preguntó Disten.
Vin asintió.
—¿No hablaban de Kelsier allá en el sur?
Vin negó con la cabeza.
—Era el mejor jefe de bandas de toda Luthadel —explicó Ulef—. Una leyenda, incluso entre los brumosos. Robó a algunas de las Grandes Casas más ricas de la ciudad.
—¿Y?
—Alguien lo traicionó —dijo Harmon en voz baja.
Cómo no, pensó Vin.
—El mismísimo lord Legislador capturó a Kelsier —dijo Ulef—. Lo envió junto con su esposa a los Pozos de Hathsin. Pero él escapó. ¡Escapó de los Pozos, Vin! Es el único que lo ha conseguido.
—¿Y la esposa? —preguntó Vin.
Ulef miró a Harmon, quien sacudió la cabeza.
—No lo consiguió.
Así que él también ha perdido a alguien. ¿Cómo puede reír tanto, tan sinceramente?
—De ahí esas cicatrices —dijo Disten—. Ya sabes, las que tiene en los brazos. Se las hizo en los Pozos, con las rocas de una pared cortada a pico que tuvo que escalar para escapar.
Harmon hizo una mueca.
—No se las hizo así. Mató a un inquisidor mientras escapaba… Así se hizo las cicatrices.
—He oído que fue luchando contra uno de los monstruos que guardan los Pozos —dijo Ulef—. Se metió en su boca y lo estranguló desde dentro. Los dientes le arañaron los brazos.
Disten frunció el ceño.
—¿Cómo se estrangula a alguien desde dentro?
Ulef se encogió de hombros.
—Eso es lo que he oído.
—El hombre no es normal —murmuró Hrud—. Le sucedió algo en los Pozos, algo malo. No era alomántico antes, ¿sabes? Entró en los Pozos siendo un skaa corriente y ahora… Bueno, es un brumoso con toda seguridad… si es que sigue siendo humano. Ha estado mucho tiempo ahí fuera en la bruma. Algunos dicen que el verdadero Kelsier está muerto, que la criatura que lleva su rostro es… otra cosa.
Harmon negó con la cabeza.
—Eso son tonterías de los skaa de las plantaciones. Todos hemos estado ahí fuera, en las brumas.
—No en las brumas de fuera de la ciudad —insistió Hrud—. Allí hay espectros de la bruma. Atrapan a un hombre y le roban la cara, tan seguro como que el lord Legislador existe.
Harmon puso los ojos en blanco.
—Hrud tiene razón en una cosa —dijo Disten—. Ese hombre no es humano. Puede que no sea un espectro de la bruma, pero tampoco es un skaa. He oído decir que hace cosas, cosas que solo ellos pueden hacer. Los que salen por la noche. Ya habéis visto lo que le ha hecho a Camon.
—Nacido de la bruma —murmuró Harmon.
Nacido de la bruma. Vin había oído el término antes de que Kelsier se lo mencionara, por supuesto. ¿Quién no? Sin embargo, los rumores sobre los nacidos de la bruma hacían que las historias sobre inquisidores y brumosos parecieran racionales. Se decía que los nacidos de la bruma eran heraldos de la misma bruma a los que el lord Legislador había conferido grandes poderes. Solo los altos nobles podían ser nacidos de la bruma: se decía que eran una secta secreta de asesinos que le servían y que solo salían de noche. Reen siempre le había dicho que eran un mito y Vin había dado por supuesto que tenía razón.
Y Kelsier dice que yo, igual que él, soy uno de ellos. ¿Cómo podía ser? Hija de una prostituta, no era nadie. No era nada.
Nunca confíes en un hombre que te da buenas noticias, había dicho siempre Reen. Es la forma más antigua, pero más fácil, de timar a alguien.
Sin embargo, ella tenía su Suerte. Su alomancia. Todavía podía sentir las reservas que el frasquito de Kelsier le habían proporcionado y había puesto a prueba sus poderes con los miembros de la banda. Como ya no estaba limitada a solo un poco de Suerte al día, descubrió que podía producir efectos mucho más sorprendentes.
Vin estaba empezando a comprender que su antiguo objetivo en la vida (sobrevivir, sin más) carecía de valor. Había muchas cosas que podía hacer. Había sido esclava de Reen; había sido esclava de Camon. Sería también esclava de este Kelsier, si tarde o temprano eso la conducía a la libertad.
En la mesa, Milev miró su reloj de bolsillo y luego se levantó.
—Muy bien, todo el mundo fuera.
La sala empezó a despejarse para la reunión de Kelsier. Vin se quedó donde estaba: Kelsier había dejado claro a los demás que estaba invitada. Permaneció sentada un rato, sintiendo la habitación más cómoda conforme se iba vaciando. Los amigos de Kelsier empezaron a llegar poco después.
El primer hombre que bajó las escaleras tenía aspecto de soldado. Llevaba una camisa sin mangas que dejaba al descubierto un par de brazos bien esculpidos. Su musculatura era impresionante, pero no grotesca, y llevaba el pelo cortado a cepillo.
El compañero del soldado era un hombre vestido con elegancia de noble (chaleco púrpura, botones dorados, casaca negra), tocado con un sombrero negro de ala corta y que llevaba bastón de duelo. Era mayor que el soldado y un poco grueso. Se quitó el sombrero al entrar en la habitación, revelando un pelo negro bien peinado. Los dos hombres charlaban amistosamente mientras entraban, pero se detuvieron cuando vieron la habitación vacía.
—Ah, esta debe de ser nuestra intra —dijo el hombre trajeado—. ¿Ha llegado ya Kelsier, querida?
Hablaba con familiaridad, como si fueran amigos desde hacía mucho tiempo. De repente, a su pesar, Vin descubrió que le caía simpático aquel hombre bien vestido y acicalado.
—No —respondió. Aunque el mono y la camisa de trabajo siempre le habían parecido bien, de pronto deseó poseer algo más bonito. El porte de aquel hombre requería una atmósfera más formal.
—Deberíamos haber previsto que Kell llegaría tarde a su propia cita —dijo el soldado, sentándose en una de las mesas del centro de la habitación.
—Desde luego —respondió el hombre trajeado—. Supongo que su tardanza nos permite tomar un refresco. Me vendría bien algo de beber…
—Déjenme que les traiga algo —se apresuró a sugerir Vin, poniéndose en pie de un salto.
—Muy amable por tu parte —dijo el hombre trajeado, escogiendo una silla junto al soldado. Se sentó con las piernas cruzadas, el bastón a un lado, la punta contra el suelo, y una mano en la empuñadura.
Vin se acercó a la barra y empezó a buscar bebidas.
—Brisa… —dijo el soldado en tono de advertencia cuando Vin escogió una botella del vino más caro de Camon y empezó a servir una copa.
—¿Ham…? —preguntó el hombre trajeado, alzando una ceja.
El soldado indicó a Vin con un gesto de cabeza.
—Ah, estupendo —dijo el otro hombre con un suspiro.
Vin se detuvo, con el vino a medio servir, y su ceño se pobló de sutiles arrugas. ¿Qué estoy haciendo?
—Te juro, Ham, que a veces eres terriblemente estirado —dijo el hombre trajeado.
—Solo porque puedas empujar a alguien no significa que debas hacerlo, Brisa.
Vin se quedó allí de pie, desconcertada. Él… ha usado la Suerte conmigo. Cuando Kelsier había intentado manipularla, había sentido su contacto y podido resistirse. Esta vez, sin embargo, ni siquiera se había dado cuenta de lo que hacía. Miró al hombre, entornando los ojos.
—Nacido de la bruma.
El hombre del traje, Brisa, se echó a reír.
—Lo dudo. Kelsier es el único skaa nacido de la bruma que conocerás jamás, querida… y reza por no encontrarte nunca con uno noble. No, solo soy un humilde brumoso corriente.
—¿Humilde? —preguntó Ham.
Brisa se encogió de hombros.
Vin miró la copa medio llena de vino.
—Has tirado de mis emociones. Con… alomancia, quiero decir.
—Las he empujado, más bien —dijo Brisa—. Tirar hace a la persona menos confiada y más decidida. Empujar las emociones, aplacarlas, vuelve a la persona más confiada.
—Sea como sea, me has manipulado. Me has obligado a traerte una bebida.
—Bueno, yo no diría que te haya «obligado» a nada —replicó Brisa—. Me he limitado a imprimir una leve alteración a tus emociones, colocándote así en un estado mental más predispuesto a satisfacer mis deseos.
Ham se frotó la barbilla.
—No sé, Brisa. Es una cuestión interesante. Al influir en sus emociones, ¿le quitas su capacidad de elección? Si, por ejemplo, ella tuviera que matar o robar bajo tu control, ¿el crimen sería suyo o tuyo?
Brisa puso los ojos en blanco.
—En realidad no hay ninguna pregunta que contestar. No deberías pensar en esas cosas, Hammond… Te lastimarás el cerebro. Le he dado ánimos, solo que por medios irregulares, eso es todo.
—Pero…
—No voy a discutir contigo, Ham.
El hombretón suspiró, un poco contrariado.
—¿Vas a traerme la bebida…? —preguntó Brisa, esperanzado, mirando a Vin—. Ya estás de pie e ibas a volver de todas formas…
Vin examinó sus emociones. ¿Se sentía anormalmente impulsada a hacer lo que le pedía? ¿La estaba manipulando de nuevo? Se apartó de la barra, al cabo, dejando la bebida donde estaba.
Brisa suspiró. Sin embargo, no se levantó para recoger el vino.
Vin se acercó con cautela a la mesa de los dos hombres. Estaba acostumbrada a las sombras y las esquinas, lo bastante cerca para escuchar, pero lo bastante lejos para escapar. Sin embargo, no podía esconderse de esos hombres: no mientras la habitación estuviera tan vacía. Así que eligió una silla en la mesa de al lado y se sentó. Necesitaba información: mientras fuera ignorante, iba a estar en seria desventaja en este nuevo mundo de bandas de brumosos.
Brisa se echó a reír.
—Nerviosilla, ¿eh?
Vin ignoró el comentario.
—Tú —dijo, señalando a Ham—. ¿Tú también eres un brumoso?
Ham asintió.
—Soy un violento.
Vin frunció el ceño, confundida.
—Quemo peltre —dijo Ham.
De nuevo, Vin lo miró, intrigada.
—Puede hacerse más fuerte, querida —dijo Brisa—. Golpea cosas, sobre todo a otras personas que intentan inmiscuirse en lo que el resto de nosotros esté haciendo.
—Hay más que eso —dijo Ham—. Me encargo de la seguridad general de los trabajos, proporcionando a mi jefe hombres fuertes y guerreros en caso necesario.
—E intentará aburrirte con filosofía de andar por casa cuando no esté ocupado en eso —añadió Brisa.
Ham suspiró.
—Brisa, de verdad, a veces no sé por qué te… —Guardó silencio cuando la puerta volvió a abrirse y entró otro hombre.
El recién llegado llevaba un tabardo marrón oscuro, pantalones marrones y una sencilla camisa blanca. Sin embargo, su rostro era más llamativo que su ropa. Lo tenía retorcido y distorsionado, como un pedazo de madera, y sus ojos brillaban con el grado de recriminación propio de los viejos. Vin no supo calcular su edad: era lo bastante joven para no caminar encorvado y, sin embargo, lo bastante mayor para que incluso Brisa, de edad mediana, pareciera juvenil a su lado.
El recién llegado miró a Vin y los demás, rezongó con desdén, y luego se acercó a una mesa del otro lado de la habitación y se sentó. Una clara cojera marcaba sus pasos.
Brisa suspiró.
—Voy a echar de menos a Trampa.
—Todos lo haremos —añadió Ham en voz baja—. Pero Clubs es muy bueno. Ya he trabajado con él.
Brisa estudió al recién llegado.
—Me pregunto si lograré que él me traiga mi bebida.
Ham se echó a reír.
—Pagaría por verte intentarlo.
—Estoy seguro de que sí.
Vin miró al recién llegado, que parecía perfectamente capaz de ignorarlos a ella y a los otros dos.
—¿Qué es?
—¿Clubs? —preguntó Brisa—. Es un ahumador, querida. Es el que impedirá que los demás seamos descubiertos por un inquisidor.
Vin se mordió el labio, digiriendo la nueva información mientras estudiaba a Clubs. El hombre la miró con mala cara y ella desvió la mirada. Al darse la vuelta, se dio cuenta de que Ham la estaba mirando.
—Me gustas, chica —dijo—. Los demás intras que he conocido o bien estaban demasiado intimidados para hablar con nosotros o sentían resquemor porque nos metíamos en su territorio.
—En efecto —replicó Brisa—. No eres como la mayoría de esos migajas. Te apreciaría mucho más, ni que decir tiene, si me trajeras ese vaso de vino…
Vin lo ignoró y miró a Ham.
—¿Migajas?
—Así es como algunos de los miembros más pagados de sí mismos de nuestra sociedad llaman a los ladrones de poca monta —dijo Ham—. Os llaman migajas, puesto que soléis implicaros en… proyectos menos inspirados.
—Sin ningún ánimo de ofender, por supuesto —añadió Brisa.
—Qué va, yo nunca me ofendería por un… —Vin hizo una pausa al sentir un irregular deseo de complacer al hombre bien vestido. Miró fijamente a Brisa—. ¡Deja de hacer eso!
—¿Ves? —dijo Brisa, mirando a Ham—. Sigue conservando la capacidad de elegir.
—No tienes remedio.
Creen que soy una intra, pensó Vin. Así que Kelsier no les ha dicho lo que soy. ¿Por qué? ¿Por falta de tiempo o el secreto era demasiado valioso para compartirlo? ¿Hasta qué punto se podía confiar en esos hombres? Y, si la consideraban una simple «migaja», ¿por qué eran tan amables con ella?
—¿A quién más esperamos? —preguntó Brisa, mirando hacia la puerta—. Además de a Kell y Dox, quiero decir.
—A Yeden —respondió Ham.
Brisa torció el gesto.
—Ah, sí.
—Estoy de acuerdo —dijo Ham—. Pero estaría dispuesto a apostar que él piensa lo mismo de nosotros.
—Ni siquiera sé por qué lo han invitado.
Ham se encogió de hombros.
—Obviamente, tendrá algo que ver con el plan de Kell.
—Ah, el famoso «Plan» —dijo Brisa, divertido—. ¿Qué trabajo puede ser…?
Ham sacudió la cabeza.
—Kell y su maldita teatralidad.
—Desde luego.
La puerta se abrió un instante después y entró el hombre del que estaban hablando, Yeden. Resultó ser un tipo bastante corriente y a Vin le extrañó que los otros dos estuvieran tan descontentos con su asistencia. Bajo, con el pelo rizado y corto, Yeden iba vestido con sencillas prendas grises de skaa y un abrigo marrón, remendado y cubierto de hollín. Aunque lo miró todo con desaprobación, no se mostró tan hostil como Clubs, que permanecía todavía sentado al otro lado de la habitación, mirando con mala cara a todos los que se volvían hacia él.
No es una banda muy grande, pensó Vin. Con Kelsier y Dockson, son seis. Ham, por su parte, había dicho que lideraba un grupo de «violentos». ¿Tal vez los hombres presentes en la reunión no fueran más que simples representantes? ¿Los jefes de bandas más pequeñas, más especializadas? Algunas bandas actuaban así.
Brisa comprobó su reloj de bolsillo tres veces más antes de que Kelsier llegara por fin. El jefe nacido de la bruma cruzó la puerta con alegre entusiasmo, seguido por Dockson. Ham se puso en pie de inmediato, sonriendo de oreja a oreja, y le estrechó la mano. Brisa se levantó también y, aunque su saludo fue menos efusivo, Vin tuvo que admitir que nunca había visto a unos hombres tan contentos de saludar a ningún jefe de banda.
—Ah —dijo Kelsier, mirando hacia el fondo de la sala—. Clubs y Yeden están aquí también. Bien, ya estamos todos. Me alegro: odio que me hagan esperar.
Brisa alzó una ceja mientras Ham y él volvían a sentarse. Dockson ocupó una silla de la misma mesa.
—¿Vamos a recibir alguna disculpa por tu tardanza?
—Dockson y yo hemos visitado a mi hermano —explicó Kelsier, dirigiéndose hacia la parte delantera de la guarida. Se volvió y se apoyó contra la barra, escrutando la sala. Cuando sus ojos se posaron en Vin, hizo un guiño.
—¿Tu hermano? —dijo Ham—. ¿Va a venir Marsh a la reunión?
Kelsier y Dockson intercambiaron una mirada.
—Esta noche no —respondió Kelsier—. Pero se unirá al grupo más adelante.
Vin estudió a los demás. Parecían escépticos. ¿Tensión entre Kelsier y su hermano, tal vez?
Brisa alzó su bastón de duelo, apuntando a Kelsier.
—Muy bien, Kelsier, has mantenido este «trabajo» en secreto durante ocho meses. Sabemos que es algo grande, sabemos que estás entusiasmado y todos estamos tan molestos como corresponde contigo por tu secretismo. Así que ¿por qué no vas y nos cuentas de qué se trata?
Kelsier sonrió. Luego se irguió y señaló con la mano al sucio y simple Yeden.
—Caballeros, os presento a vuestro nuevo patrón.
Esto, al parecer, fue una declaración sorprendente.
—¿Él? —preguntó Ham.
—Él —asintió Kelsier.
—¿Qué? —preguntó Yeden, hablando por primera vez—. ¿Tenéis problemas para trabajar con alguien que tenga moral?
—No es eso, querido mío —dijo Brisa, cruzando el bastón sobre su regazo—. Es que, bueno, tenía la extraña impresión de que no te gustaban mucho los de nuestro tipo.
—No me gustan —fue la sucinta respuesta de Yeden—. Sois egoístas, indisciplinados y habéis dado la espalda al resto de los skaa. Vestís bien, pero por dentro sois tan sucios como la ceniza.
Ham bufó.
—Veo que este trabajo va a ser magnífico para nuestra moral.
Vin observó en silencio, mordiéndose los labios. Saltaba a la vista que Yeden era un obrero skaa, quizá trabajador de una fragua o una fábrica textil. ¿Qué relación tenía con los bajos fondos? Y… ¿cómo podía permitirse los servicios de una banda de ladrones, sobre todo de una al parecer tan especializada como el equipo de Kelsier?
Tal vez Kelsier advirtió su confusión, pues lo descubrió mirándola mientras los demás seguían hablando.
—Sigo un poco confundido —dijo Ham—. Yeden, todos somos conscientes de lo que piensas de los ladrones. Así que… ¿por qué quieres contratarnos?
Yeden se rebulló.
—Porque todo el mundo sabe lo efectivos que sois —dijo por fin.
Brisa se echó a reír.
—Desaprobar nuestra moral no te impide hacer uso de nuestras habilidades, ya veo. Bien, ¿cuál es el trabajo? ¿Qué quiere de nosotros la rebelión skaa?
¿Rebelión skaa?, pensó Vin, mientras un fragmento de la conversación encajaba en su sitio. Había dos sectores en los bajos fondos. El más grande estaba compuesto por ladrones, bandas, putas y mendigos que trataban de sobrevivir apartados de la cultura skaa principal.
Y luego estaban los rebeldes. La gente que trabajaba contra el Imperio Final. Reen siempre los había considerado idiotas, un sentimiento que compartía la mayoría de la gente que Vin había conocido, ya fueran skaa corrientes o miembros de los bajos fondos.
Todos los ojos se volvieron muy despacio hacia Kelsier, quien se apoyó de nuevo en la barra.
—La rebelión skaa, cortesía de su líder Yeden, nos ha contratado para algo muy específico.
—¿Qué? —preguntó Ham—. ¿Robo? ¿Asesinato?
—Un poco de ambas cosas —dijo Kelsier—, y, al mismo tiempo, ninguna. Caballeros, esto no va a ser un trabajo corriente. Va a ser distinto de todo lo que ninguna banda haya intentado jamás. Vamos a ayudar a Yeden a derrocar al Imperio Final.
Silencio.
—¿Cómo dices? —preguntó Ham.
—Me has oído bien, Ham. Ese es el trabajo que he estado planeando: la destrucción del Imperio Final. O, al menos, de su centro de gobierno. Yeden nos ha contratado para que le proporcionemos un ejército y luego le demos una oportunidad para hacerse con el control de esta ciudad.
Ham se echó hacia atrás en su asiento y luego compartió una mirada con Brisa. Ambos hombres se volvieron hacia Dockson, quien asintió solemne. La habitación permaneció en silencio un momento más; luego el silencio se rompió cuando Yeden empezó a reír sin ganas para sí.
—Nunca tendría que haber accedido a esto —dijo Yeden, sacudiendo la cabeza—. Ahora que lo dices, me doy cuenta de lo ridículo que parece.
—Confía en mí, Yeden —dijo Kelsier—. Estos hombres tienen por costumbre llevar a cabo planes que parecen ridículos a primera vista.
—Puede que eso sea cierto, Kell —dijo Brisa—. Pero, en este caso, estoy de acuerdo con nuestro reticente amigo. Derrocar al Imperio Final… ¡Eso es algo en lo que los rebeldes skaa llevan trabajando mil años! ¿Qué te hace pensar que tendremos éxito donde esos hombres han fracasado?
Kelsier sonrió.
—Tendremos éxito porque tenemos visión, Brisa. Eso es algo de lo que siempre ha carecido la rebelión.
—¿Disculpa? —dijo Yeden, indignado.
—Es cierto, por desgracia —contestó Kelsier—. La rebelión condena a gente como nosotros por nuestra avaricia, pero pese a su elevada moral (que desde luego yo respeto) nunca consiguen que se haga nada. Yeden, tus hombres se ocultan en los bosques y las montañas planeando cómo algún día se alzarán y dirigirán una guerra gloriosa contra el Imperio Final. Pero no tenéis ni idea de cómo desarrollar y ejecutar un plan adecuado.
La expresión de Yeden se ensombreció.
—Tú sí que no tienes ni idea de lo que estás diciendo.
—¿No? —dijo animadamente Kelsier—. Dime, ¿qué ha conseguido vuestra rebelión en sus mil años de lucha? ¿Dónde están vuestros éxitos y vuestras victorias? ¿La Masacre de Tougier, hace tres siglos, en la que siete mil rebeldes skaa murieron? ¿El ataque ocasional a un barco en el canal o el secuestro de un funcionario menor?
Yeden se ruborizó.
—¡Es lo mejor que podemos conseguir con la gente que tenemos! No responsabilices a mis hombres de sus fracasos… Échale la culpa al resto de los skaa. Ni siquiera podemos conseguir que nos ayuden. Llevan mil años siendo explotados, no les queda ningún espíritu. ¡Es difícil conseguir que nos escuche uno entre un millar, y todavía más que se rebele!
—Paz, Yeden —dijo Kelsier, alzando una mano—. No intento insultar tu valor. Estamos en el mismo bando, ¿recuerdas? Acudiste a mí en concreto porque tenías problemas para reclutar a gente para tu ejército.
—Cada vez lamento más la decisión, ladrón.
—Bueno, ya nos has pagado —dijo Kelsier—. Así que es un poco tarde para que te eches atrás. Pero conseguiremos ese ejército, Yeden. Los hombres de esta sala son los alománticos más capaces, más astutos y más hábiles de la ciudad. Ya lo verás.
La habitación volvió a quedar en silencio. Vin permaneció sentada en su mesa, asistiendo a la conversación con el ceño fruncido. ¿Cuál es tu juego, Kelsier? Sus palabras sobre derrocar al Imperio Final eran una fachada, eso saltaba a la vista. Le parecía más probable que pretendiera engañar a la rebelión skaa. Pero… si ya le habían pagado, ¿por qué continuar con la charada?
Kelsier se volvió hacia Brisa y Ham.
—Muy bien, caballeros. ¿Qué os parece?
Los dos hombres intercambiaron una mirada.
—Por el lord Legislador —habló Brisa, al cabo—, no soy de los que renuncian a un reto así como así. Pero, Kelsier, pongo en duda tu razonamiento. ¿Estás seguro de que podremos conseguirlo?
—Estoy seguro —contestó Kelsier—. Los anteriores intentos de derrocar al lord Legislador han fracasado por falta de organización y planificación adecuadas. Nosotros somos ladrones, caballeros… y extraordinariamente buenos. Podemos robar lo imposible y engañar al impasible. Sabemos cómo emprender una tarea colosal y reducirla a porciones manejables, y luego ocuparnos de cada una de esas porciones. Sabemos cómo conseguir lo que queremos. Estas cosas nos hacen perfectos para esta tarea concreta.
Brisa frunció el ceño.
—Y… ¿cuánto nos van a pagar por conseguir lo imposible?
—Treinta mil cuartos —dijo Yeden—. La mitad ahora, la otra mitad cuando entreguéis el ejército.
—¿Treinta mil? —dijo Ham—. ¿Por una operación de tanta envergadura? Eso apenas cubrirá nuestros gastos. Necesitaremos un espía entre los nobles para recoger los posibles rumores, necesitaremos un par de escondites seguros, por no mencionar un lugar lo bastante grande para ocultar y entrenar a todo un ejército…
—No tiene sentido regatear ahora, ladrón —replicó Yeden—. Treinta mil puede que no parezca mucho a los de tu clase, pero es el resultado de décadas de ahorro por nuestra parte. No podemos pagar más porque no tenemos más.
—Es un buen trabajo, caballeros —comentó Dockson, uniéndose a la conversación por primera vez.
—Sí, bueno, todo es magnífico —dijo Brisa—. Me considero un tipo bastante amable. Pero… esto me parece demasiado altruista. Por no decir estúpido.
—Bueno… —intervino Kelsier—, podría haber un poco más para nosotros…
Vin alzó la cabeza y Brisa sonrió.
—El tesoro del lord Legislador —dijo Kelsier—. El plan, hoy por hoy, es proporcionar a Yeden un ejército y la oportunidad de apoderarse de la ciudad. Una vez que tome el palacio, se hará con el tesoro y usará sus fondos para asegurarse el poder. Y, junto a ese tesoro…
—Está el atium del lord Legislador —dijo Brisa.
Kelsier asintió.
—Nuestro acuerdo con Yeden nos garantiza la mitad de las reservas de atium que encontremos en el palacio, no importa lo vastas que sean.
Atium. Vin había oído hablar del metal, pero nunca había llegado a verlo. Era increíblemente raro, y se suponía que solo podían usarlo los nobles.
Ham sonreía.
—Muy bien, ese premio es casi lo bastante grande para intentarlo —dijo con parsimonia.
—Se supone que la cantidad de atium acumulada es enorme —replicó Kelsier—. El lord Legislador vende el metal solo poco a poco, cobrando sumas escandalosas a la nobleza. Tiene que mantener una reserva enorme para asegurarse de que controla el mercado, y de que tiene suficiente riqueza para casos de emergencia.
—Cierto… —dijo Brisa—. Pero ¿estás seguro de que quieres intentar algo así tan pronto después de… de lo que pasó la última vez que intentamos entrar en el palacio?
—Esta vez vamos a hacer las cosas de un modo distinto —dijo Kelsier—. Caballeros, seré sincero. No va a ser un trabajo fácil, pero puede funcionar. El plan es sencillo. Vamos a encontrar un modo de neutralizar la Guarnición de Luthadel, dejando la zona sin fuerza policial. Luego, sumiremos la ciudad en el caos.
—Tenemos un par de opciones para hacerlo —dijo Dockson—. Pero de eso podremos hablar más tarde.
Kelsier asintió.
—Entonces, en medio de ese caos, Yeden entrará con su ejército en Luthadel y tomará el palacio y hará prisionero al lord Legislador. Mientras Yeden se asegura la ciudad, nosotros robaremos el atium. Le daremos la mitad y desapareceremos con la otra mitad. Después de todo, su trabajo es conservar aquello de lo que se haya apoderado.
—Parece un poco peligroso para ti, Yeden —advirtió Ham, mirando al líder rebelde.
Yeden se encogió de hombros.
—Tal vez. Pero si por algún milagro conseguimos controlar el palacio, entonces al menos habremos hecho algo que ninguna rebelión skaa ha conseguido antes. Para mis hombres, no se trata de un asunto de riqueza… ni siquiera de supervivencia. Se trata de hacer algo grandioso, algo maravilloso para dar esperanza a los skaa. Pero no espero que vosotros comprendáis este tipo de cosas.
Kelsier dirigió una mirada tranquilizadora a Yeden y el hombre hizo una mueca y se calló. ¿Ha usado alomancia?, se preguntó Vin. Había visto relaciones entre patrones y bandas antes, y le parecía que Yeden estaba más en el bolsillo de Kelsier que lo contrario.
Kelsier se volvió hacia Ham y Brisa.
—Este asunto es más que una simple demostración de arrojo. Si conseguimos robar el atium, será un fuerte golpe contra los cimientos financieros del lord Legislador. Depende del dinero que le proporciona el atium… Sin él, podría quedarse sin medios para pagar a sus ejércitos.
»Aunque escape a nuestra trampa, se quedará en la ruina. No podrá enviar soldados para que arrebaten la ciudad a Yeden. Si esto sale bien, la ciudad quedará sumida en el caos y la nobleza estará demasiado debilitada para reaccionar contra las fuerzas rebeldes. El lord Legislador se sentirá confuso e incapaz de agrupar un ejército importante.
—¿Y los koloss? —preguntó Ham en voz baja.
Kelsier hizo una pausa.
—Si lanza a esas criaturas contra su propia capital, la destrucción que causará será aún más peligrosa que la inestabilidad financiera. En medio del caos, los nobles de las provincias se rebelarán y se erigirán en reyes, y el lord Legislador no tendrá soldados para volver a meterlos en cintura. Los rebeldes de Yeden podrán mantener Luthadel, y nosotros, amigos míos, seremos muy, muy ricos. Todos tendremos lo que queremos.
—Te olvidas del Ministerio de Acero —exclamó Clubs, casi olvidado en un rincón de la habitación—. Esos inquisidores no permitirán que hundamos en el caos su pequeña teocracia.
Kelsier hizo una pausa y se volvió hacia el hombre retorcido.
—Tendremos que encontrar un modo de ocuparnos del Ministerio… Tengo unos cuantos planes al respecto. Sea como sea, ese tipo de problemas son los que tenemos que solventar… en equipo. Tenemos que librarnos de la Guarnición de Luthadel: es imposible conseguir nada con la policía patrullando las calles. Tendremos que encontrar un modo adecuado de sumir la ciudad en el caos y un modo de mantener a los obligadores apartados de nuestros pasos.
»Pero si jugamos bien, podremos obligar al lord Legislador a enviar a la guardia de palacio, tal vez incluso a los inquisidores, a la ciudad para restaurar el orden. Eso dejará el palacio sin protección, lo que dará a Yeden una oportunidad perfecta para actuar. Después ya no importará lo que suceda con el Ministerio o la Guarnición: el lord Legislador no tendrá dinero para mantener el control de su imperio.
—No sé, Kell —dijo Brisa, sacudiendo la cabeza. Parecía estar sopesando sinceramente el plan—. El lord Legislador tiene ese atium en alguna parte. ¿Y si va y extrae más?
Ham asintió.
—Nadie sabe dónde está la mina de atium.
—Yo no diría que nadie —repuso Kelsier con una sonrisa.
Brisa y Ham intercambiaron una mirada.
—¿Tú lo sabes? —preguntó Ham.
—Por supuesto —contestó Kelsier—. Me he pasado un año de mi vida trabajando allí.
—¿Los Pozos? —preguntó Ham, sorprendido.
Kelsier asintió.
—Por eso el lord Legislador se asegura de que nadie sobreviva a los trabajos allí: no puede permitir que se filtre su secreto. No es solo una colonia penitenciaria, no es solo un agujero infernal donde envían a los skaa a morir. Es una mina.
—Desde luego… —dijo Brisa.
Kelsier se enderezó, se apartó de la barra y se acercó a la mesa de Ham y Brisa.
—Tenemos una oportunidad, caballeros. Una oportunidad de hacer algo grande… algo que ninguna otra banda de ladrones ha conseguido jamás. ¡Le robaremos al mismísimo lord Legislador!
»Pero hay más. Los Pozos estuvieron a punto de acabar conmigo y veo las cosas… de un modo diferente desde que escapé. Veo a los skaa trabajando sin esperanza. Veo a las bandas de ladrones tratando de sobrevivir con las sobras de los aristócratas, a menudo haciéndose matar junto con otros skaa en el proceso. Veo la rebelión skaa esforzándose por resistir al lord Legislador y sin lograr ningún progreso.
»La rebelión fracasa porque está demasiado dispersa y extendida. En el momento en que una de sus muchas piezas gana impulso, el Ministerio de Acero la aplasta. Esa no es forma de derrotar al Imperio Final, caballeros. Pero un equipo pequeño, especializado y altamente dotado, tiene esperanza. Podemos trabajar sin gran riesgo a exponernos. Sabemos cómo evitar los tentáculos del Ministerio de Acero. Sabemos cómo piensan los altos nobles y cómo explotar a sus miembros. ¡Podemos hacerlo!
Hizo una pausa junto a la mesa.
—No sé, Kell —dijo Ham—. No es que esté en desacuerdo con tus motivos. Es que… Bueno, parece un poco alocado.
Kelsier sonrió.
—Ya lo sé. Pero vas a hacerlo de todas formas, ¿verdad?
Ham hizo una pausa y luego asintió.
—Sabes que me uniré a tu grupo no importa cuál sea el trabajo. Parece una locura, pero lo mismo parecen la mayoría de tus planes. Pero… dime, ¿hablas en serio de derrocar al lord Legislador?
Kelsier asintió. Por algún motivo, Vin casi se sintió tentada a creerlo.
Ham asintió con vehemencia.
—Muy bien, pues. Cuenta conmigo.
—¿Brisa? —preguntó Kelsier.
El hombre bien vestido sacudió la cabeza.
—No estoy seguro, Kell. Esto es un poco extremo, incluso para ti.
—Te necesitamos, Brisa —dijo Kell—. Nadie puede aplacar a una multitud como tú. Si vamos a formar un ejército, necesitaremos a tus alománticos… y vuestros poderes.
—Bueno, eso es cierto. Pero, con todo…
Kelsier sonrió y puso algo en la mesa: la copa de vino que Vin había servido para Brisa. Ella ni siquiera había advertido que Kelsier la hubiese recogido de la barra.
—Piensa en el desafío, Brisa —dijo Kelsier.
Brisa miró la copa y luego a Kelsier. Transcurridos unos instantes, se echó a reír y tomó el vino.
—Bien. Cuenta conmigo.
—Es imposible —rezongó una voz desde el fondo de la habitación. Clubs estaba sentado con los brazos cruzados y miraba a Kelsier con mala cara—. ¿Qué planeas hacer en realidad, Kelsier?
—Estoy siendo sincero —repuso Kelsier—. Planeo apoderarme del atium del lord Legislador y derrocar su imperio.
—No puedes —dijo el hombre—. Es una estupidez. Los inquisidores nos colgarán con ganchos de la garganta.
—Tal vez —respondió Kelsier—. Pero piensa en la recompensa si tenemos éxito. Riqueza, poder y una tierra donde los skaa puedan vivir como hombres, no como esclavos.
Clubs emitió un sonoro bufido. Entonces se puso en pie, derribando la silla al suelo.
—Ninguna recompensa sería suficiente. El lord Legislador intentó matarte una vez… Veo que no quedarás satisfecho hasta que lo consiga.
Dicho esto, el hombre se dio la vuelta y salió cojeando de la habitación dando un portazo.
La guarida quedó en silencio.
—Bueno, supongo que necesitaremos a otro ahumador —dijo Dockson.
—¿Vais a dejarlo marchar? —preguntó Yeden—. ¡Lo sabe todo!
Brisa se echó a reír.
—¿No se supone que tú eres la moral de este grupo?
—La moral no tiene nada que ver —dijo Yeden—. ¡Permitir que nadie se vaya así es una locura! Podríamos tener encima a los obligadores en cuestión de minutos.
Vin asintió, pero Kelsier negó con la cabeza.
—Yo no actúo así, Yeden. Invité a Clubs a una reunión en la que he esbozado un plan peligroso… un plan que algunos pueden considerar estúpido. No voy a mandarlo asesinar porque haya decidido que es demasiado peligroso. Si haces así las cosas, muy pronto nadie viene a escuchar tus planes.
—Además —dijo Dockson—, no invitaríamos a nadie a una de estas reuniones si no confiáramos en que no nos va a traicionar.
Imposible, pensó Vin, frunciendo el ceño. Tenía que tratarse de un farol para mantener alta la moral de su banda: nadie era tan confiado. Después de todo, ¿no habían dicho los otros que el fracaso de Kelsier unos años antes (que lo había enviado a los Pozos de Hathsin) se había producido a causa de una traición? Debería haber ordenado que unos asesinos siguieran a Clubs en aquel mismo momento, para asegurarse de que no acudiera a las autoridades.
—Muy bien, Yeden —dijo Kelsier, volviendo al tema—. Han aceptado. El plan sigue en marcha. ¿Sigues de acuerdo?
—¿Devolverás el dinero de la rebelión si digo que no? —preguntó Yeden.
La única respuesta a eso fue una risita de Ham. La expresión de Yeden se ensombreció, pero solo negó con la cabeza.
—Si tuviera otra opción…
—Bah, deja de quejarte —dijo Kelsier—. Formas parte oficialmente de una banda de ladrones, así que bien podrías acercarte y sentarte con nosotros.
Yeden se detuvo un instante, luego suspiró y se acercó a sentarse a la mesa de Brisa, Ham y Dockson. Kelsier seguía de pie junto a ellos. Vin estaba sentada en la mesa de al lado.
Kelsier se volvió a mirarla.
—¿Y tú, Vin?
Ella vaciló. ¿Por qué me lo pregunta? Ya sabe que me tiene en su poder. El trabajo no importa, mientras aprenda lo que sabe.
Kelsier esperó.
—Cuenta conmigo —dijo Vin, suponiendo que eso era lo que él quería oír.
Suponía bien, pues Kelsier sonrió y le indicó la última silla de la mesa.
Vin suspiró, pero hizo lo que le pedían. Se puso en pie y se acercó a la mesa para ocupar el último asiento.
—¿Quién es la chica? —preguntó Yeden.
—Intra —dijo Brisa.
Kelsier alzó una ceja.
—En realidad, Vin es una nueva recluta. Mi hermano la pilló aplacando sus emociones hace unos meses.
—Una aplacadora, ¿eh? —preguntó Ham—. Supongo que siempre nos vendrá bien utilizar otra.
—Lo cierto es que también parece capaz de encender las emociones de la gente —advirtió Kelsier.
Brisa se lo quedó mirando.
—¿De veras? —preguntó Ham.
Kelsier asintió.
—Dox y yo la hemos probado hace unas cuantas horas.
Brisa se echó a reír.
—Y yo que estaba diciéndole que lo más probable era que nunca conocería a otro nacido de la bruma aparte de ti.
—Un segundo nacido de la bruma en el equipo —apreció Ham—. Bueno, eso aumenta de algún modo nuestras posibilidades.
—¿Qué estáis diciendo? —farfulló Yeden—. Los skaa no pueden ser nacidos de la bruma. ¡Ni siquiera estoy seguro de que los nacidos de la bruma existan! Desde luego, yo nunca he conocido a ninguno.
Brisa alzó una ceja y luego colocó una mano sobre el hombro de Yeden.
—Deberías intentar no hablar tanto, amigo mío —sugirió—. De esa forma parecerás mucho menos estúpido.
Yeden se zafó de la mano de Brisa y Ham se echó a reír. Vin, sin embargo, permaneció callada, considerando las implicaciones de lo que había dicho Kelsier. La parte referida al robo de las reservas de atium era tentadora, pero ¿tomar la ciudad para hacerlo? ¿Tan intrépidos eran estos hombres?
Kelsier acercó una silla a la mesa y se sentó a horcajadas, apoyando los brazos en el respaldo.
—Muy bien —dijo—. Tenemos una banda. Planearemos los detalles en la próxima reunión, pero quiero que todos penséis en el trabajo. Tengo algunos planes, pero quiero mentes frescas que consideren nuestra tarea. Tendremos que discutir formas de sacar a la Guarnición de la ciudad, y formas de crear tanto caos en este sitio que las Grandes Casas no puedan movilizar sus fuerzas para detener al ejército de Yeden cuando ataque.
Los miembros del grupo, excepto Yeden, asintieron.
—Antes de terminar por hoy, sin embargo —continuó Kelsier—, hay una parte más del plan que quiero comentaros.
—¿Más? —preguntó Brisa, riendo—. ¿Robar la fortuna del lord Legislador y derrocar su imperio no es suficiente?
—No —respondió Kelsier—. Si puedo, también voy a matarlo.
Silencio.
—Kelsier —empezó Ham—, el lord Legislador es la Lasca del Infinito. Es un pedazo del mismo Dios. No se le puede matar. Incluso capturarlo es probable que resulte imposible.
Kelsier no respondió. En sus ojos, sin embargo, había determinación.
Eso es, pensó Vin. Tiene que estar loco.
—El lord Legislador y yo tenemos una deuda pendiente —dijo Kelsier, despacio—. Me quitó a Mare y casi me robó la cordura también. Admito que mis motivos para llevar a cabo este plan son en parte vengarme de él. Vamos a quitarle su gobierno, su hogar y su fortuna.
»Sin embargo, para que eso funcione, tendremos que deshacernos de él. Tal vez encarcelarlo en sus propias mazmorras… Como mínimo, expulsarlo de la ciudad. No obstante, se me ocurre algo mejor. En esos pozos a los que me envió, mis poderes alománticos despertaron. Ahora pretendo usarlos para matarlo.
Kelsier rebuscó en su bolsillo y sacó algo. Lo colocó sobre la mesa.
—En el norte tienen una leyenda —dijo—. Según ella el lord Legislador no es inmortal… no del todo. Dicen que se le puede matar con el metal adecuado. El Undécimo metal. Este metal.
Todos los ojos se volvieron hacia el objeto que había sobre la mesa. Era una fina barra metálica, quizá del diámetro del meñique de Vin, recta, de color blanco plateado.
—¿El Undécimo metal? —preguntó Brisa, inseguro—. No he oído semejante leyenda.
—El lord Legislador la ha eliminado —dijo Kelsier—. Pero todavía puede encontrarse, si sabes dónde buscar. La teoría alomántica habla de diez metales: los ocho básicos y los dos altos. Existe otro, no obstante, desconocido para la mayoría. Mucho más poderoso que los otros diez.
Brisa frunció el ceño, escéptico.
Yeden, sin embargo, parecía intrigado.
—¿Y este metal puede de algún modo matar al lord Legislador?
Kelsier asintió.
—Es su punto flaco. El Ministerio de Acero quiere que creáis que es inmortal, pero incluso él puede morir… si un alomántico quema esto.
Ham sostuvo en la mano la fina barra metálica.
—¿De dónde lo has sacado?
—Del norte —respondió Kelsier—. De una tierra cercana a la Península Lejana, una tierra donde la gente aún recuerda cómo se llamaba su antiguo reino en los días anteriores a la Ascensión.
—¿Cómo funciona? —preguntó Brisa.
—No estoy seguro —respondió con toda sinceridad Kelsier—. Pero me propongo averiguarlo.
Ham miró el metal de color de porcelana y lo giró entre sus dedos.
¿Matar al lord Legislador?, pensó Vin. El lord Legislador era una fuerza, como los vientos o las brumas. Esas cosas no se mataban. No vivían, en realidad. Sencillamente «eran».
—De cualquier forma —dijo Kelsier, recuperando el metal de las manos de Ham—, no tenéis que preocuparos por esto. Matar al lord Legislador es tarea mía. Si resulta imposible, nos contentaremos con engañarlo para que salga de la ciudad y luego robarle en sus narices. Solo me ha parecido que debíais saber lo que planeo.
Me he unido a un loco, pensó Vin con resignación. Pero eso no importaba, en realidad… No mientras le enseñara alomancia.