No es una sombra.
Esta cosa oscura que me sigue, la cosa que solo yo puedo ver… no es realmente una sombra. Es negruzca y transparente, pero no tiene el contorno sólido de una sombra. Es insustancial, retorcida e informe. Digamos que está hecha de niebla negra.
O de bruma, tal vez.
20
Vin empezaba a cansarse del paisaje entre Luthadel y Fellise. Había hecho el viaje al menos una docena de veces durante las últimas semanas, viendo las mismas colinas marrones, los árboles macilentos y la capa de matorrales y cañizos. Empezaba a sentirse capaz de distinguir cada bache del camino.
Asistía a numerosos bailes… Pero eso no era todo. Almuerzos, meriendas y otras formas de diversión diarias eran igual de populares. A menudo, Vin viajaba entre las ciudades dos o tres veces al día. Al parecer, las jóvenes nobles no tenían nada mejor que hacer que pasarse sentadas en sus carruajes seis horas diarias.
Vin suspiró. No muy lejos, un grupo de skaa trabajaba junto a un canal, tirando de una barcaza hacia Luthadel. Su propia vida podría haber sido mucho peor, pero, a pesar de todo, se sentía llena de frustración. Todavía era mediodía, pero no ocurriría nada importante hasta la tarde, así que no tenía otra cosa que hacer sino volver a Fellise. No dejaba de pensar que haría el viaje mucho más rápido si usara el camino de clavos. Anhelaba saltar de nuevo entre las brumas, pero Kelsier se había mostrado reacio a continuar su entrenamiento. La dejaba salir un breve periodo de tiempo cada noche para mantener sus habilidades, pero no le permitía ningún salto extremo ni excitante. Solo los movimientos básicos, principalmente empujar y tirar de pequeños objetos dentro de los terrenos de la Mansión Renoux.
Empezaba a sentirse frustrada por su continua debilidad. Habían transcurrido más de tres meses desde su encuentro con el inquisidor; lo peor del invierno había pasado sin un copo de nieve. ¿Cuánto iba a tardar en recuperarse?
Al menos puedo seguir acudiendo a los bailes, pensó. A pesar de que le molestaba estar viajando constantemente, Vin empezaba a disfrutar de su misión. Fingir ser una noble era algo mucho más relajado que el trabajo normal de una ladrona. Cierto, su vida correría peligro si descubrían su secreto, pero de momento la nobleza parecía dispuesta a aceptarla, a bailar con ella, a cenar con ella, a charlar con ella. Era una buena vida, un poco carente de emoción, pero su regreso a la alomancia, tarde o temprano, le aportaría eso.
Dos cosas la incomodaban. La primera era su incapacidad para recopilar información útil: cada vez se molestaba más cuando ignoraban sus preguntas. Estaba adquiriendo la suficiente experiencia para darse cuenta de que había un buen montón de intrigas en marcha, pero ella era demasiado nueva para que le permitieran formar parte de aquello.
Sin embargo, aunque su posición de recién llegada era un inconveniente, Kelsier confiaba en que cambiaría. La segunda incomodidad de Vin tenía más difícil solución. Lord Elend Venture había estado ausente de varios bailes durante las últimas semanas y todavía tenía que volver a pasar toda la velada con ella. Aunque Vin ya rara vez se sentaba sola, estaba empezando a comprender que ninguno de los otros nobles tenía la misma… profundidad que Elend. Ninguno de ellos tenía su chispeante ingenio, ni sus ojos sinceros y curiosos. Los demás no parecían reales. No como él.
No parecía que estuviera evitándola. Sin embargo, tampoco parecía que hiciese muchos esfuerzos por estar con ella.
¿Lo he interpretado mal?, se preguntó mientras el carruaje llegaba a Fellise. Elend era difícil de comprender en ocasiones. Por desgracia, su aparente indecisión no había cambiado el temperamento de su exprometida. Vin estaba empezando a comprender por qué Kelsier le había advertido que tratara de no llamar la atención de gente demasiado importante. Por suerte, no se encontraba muy a menudo con Shan Elariel, pero cuando lo hacía, Shan aprovechaba cualquier ocasión para despreciar, insultar y humillar a Vin. Lo hacía de manera tranquila y aristocrática, recordando incluso en su porte lo inferior que era Vin.
Tal vez me estoy identificando demasiado con mi papel de Valette, pensó Vin. Valette era solo una fachada: se suponía que era todas las cosas que decía Shan de ella. Sin embargo, los insultos seguían doliéndole.
Vin sacudió la cabeza, apartando de su mente tanto a Shan como a Elend. Había caído ceniza durante su viaje a la ciudad y, aunque la lluvia había cesado, su efecto se notaba en los pequeños remolinos y corrientes negras que revoloteaban por las calles. Los obreros skaa recogían el hollín en cubos y lo sacaban de la población. De vez en cuando tenían que apresurarse para apartarse del carruaje de algún noble, que nunca se molestaba en frenar el paso por unos obreros.
Pobrecillos, pensó Vin al pasar ante un grupo de niños harapientos que sacudían álamos para que cayera la ceniza: no hubiese estado bien que a un noble se le cayera en la cabeza, al pasar, la carga de ceniza acumulada en la copa de un árbol. Los niños sacudían los árboles por parejas, haciendo caer copiosas precipitaciones negras sobre sus cabezas. Los capataces, bastón en ristre, caminaban de un lado a otro de la calle, asegurándose de que el trabajo continuaba.
Elend y los demás no pueden comprender lo dura que es la vida para los skaa, pensó ella. Viven en sus bonitas mansiones, bailando, sin comprender de verdad el alcance de la opresión del lord Legislador.
Podía ver belleza en la nobleza: no era como Kelsier, que la odiaba por completo. Algunos nobles eran bastante agradables, a su modo, y estaba empezando a pensar que algunas de las historias que los skaa contaban sobre su crueldad debían de ser exageraciones. Y, sin embargo, cuando veía hechos como la ejecución de aquel pobre niño o los chiquillos skaa, tenía que dudar. ¿Cómo podían no verlo los nobles? ¿Cómo podían no comprenderlo?
Suspiró y apartó la mirada mientras el carruaje llegaba por fin a la Mansión Renoux. Advirtió de inmediato la mucha gente reunida en el patio interior y tomó un frasquito nuevo de metales, preocupada porque el lord Legislador hubiera enviado soldados para arrestar a lord Renoux. Sin embargo, comprendió rápidamente que la multitud no estaba compuesta por soldados, sino por skaa vestidos con su sencilla ropa de obrero.
El carruaje cruzó las puertas y la confusión de Vin aumentó. Había cajas y sacos apilados entre los skaa, muchos de los cuales estaban manchados de hollín de la reciente caída de ceniza. Los obreros trabajaban activamente cargando una serie de carros. El carruaje de Vin se detuvo delante de la mansión y ella no esperó a que Sazed abriera la puerta. Saltó del vehículo por su cuenta, sujetándose el vestido, y corrió hacia Kelsier y Renoux, que supervisaban la operación.
—¿Vais a enviar material a las cuevas desde aquí? —preguntó Vin entre dientes cuando alcanzó a los dos hombres.
—Hazme una reverencia, niña —dijo lord Renoux—. Mantén las apariencias mientras puedan vernos.
Vin hizo lo que le ordenaban, conteniendo su malestar.
—Pues claro que sí, Vin —contestó Kelsier—. Renoux tiene que hacer algo con todas las armas y suministros que ha estado reuniendo. La gente empezará a sospechar si no ve que las envía a alguna parte.
Renoux asintió.
—Aparentemente, vamos a enviar los suministros en barcaza por el canal hasta mis plantaciones del oeste. Sin embargo, las barcazas se detendrán para descargar los suministros y muchos de los hombres en las cuevas rebeldes. Las embarcaciones y unos cuantos hombres continuarán su camino para guardar las apariencias.
—Nuestros soldados ni siquiera saben que Renoux forma parte del plan —dijo Kelsier, sonriendo—. Creen que es un noble a quien estoy timando. Además, esto será una gran oportunidad para que vayamos a inspeccionar el ejército. Después de una semana o así en las cuevas, podremos regresar a Luthadel en una de las barcazas de Renoux que vuelva al este.
Vin se detuvo.
—¿«Podremos»? —preguntó, imaginando de repente semanas en la barcaza, contemplando el mismo paisaje aburrido día tras día mientras viajaban. Eso sería aún peor que viajar continuamente de Luthadel a Fellise.
Kelsier alzó una ceja.
—Pareces preocupada. Al parecer, alguien está empezando a disfrutar de sus bailes y fiestas.
Vin se ruborizó.
—Me ha parecido que debía asistir. Quiero decir, después de todo el tiempo que perdí cuando estaba enferma, yo…
Kelsier alzó una mano, riendo.
—Tú te quedas: Yeden y yo somos los que van a ir. Necesito pasar revista a las tropas y Yeden va a encargarse de echarle un vistazo al ejército para que Ham pueda volver a Luthadel. También llevaremos a mi hermano con nosotros y lo dejaremos en el punto de encuentro con los acólitos del Ministerio, en Vennias. Menos mal que has vuelto: quiero que pases algún tiempo con él antes de que nos marchemos.
Vin frunció el ceño.
—¿Con Marsh?
Kelsier asintió.
—Es un brumoso buscador. El bronce es uno de los metales menos útiles, sobre todo para un nacido de la bruma pleno, pero Marsh dice que puede enseñarte unos cuantos trucos. Quizás esta sea tu última oportunidad de entrenarte con él.
Vin contempló la caravana.
—¿Dónde está?
Kelsier frunció el ceño.
—Llega tarde.
Cosa de familia, supongo.
—Estará aquí pronto, niña —dijo lord Renoux—. ¿Te gustaría tomar un refresco dentro?
He tomado refrescos de sobra últimamente, pensó ella, controlando su malestar. En vez de entrar en la mansión, deambuló por el patio, estudiando los artículos y los obreros, que cargaban los suministros en carros para transportarlos a los muelles de los canales locales. El terreno estaba bien cuidado y, aunque no habían limpiado la ceniza todavía, la hierba corta permitía que no tuviera que subirse el vestido para no arrastrarlo por la suciedad.
Aparte de eso, la ceniza era sorprendentemente fácil de quitar de la ropa. Con un lavado adecuado y un poco de jabón caro, incluso un atuendo blanco podía limpiarse de ceniza. Por eso la nobleza llevaba siempre la ropa flamante. Era un asunto muy simple que dividía a los skaa y la aristocracia.
Kelsier tiene razón, pensó Vin. Estoy empezando a disfrutar de ser noble. Y le preocupaban los cambios que su nuevo estilo de vida estaban propiciando en su interior. Antes sus problemas eran el hambre y las palizas; ahora eran cosas como los pesados viajes en carruaje y los acompañantes que llegaban tarde a las citas. ¿Qué le hacía a una persona una transformación como esa?
Suspiró para sí mientras caminaba entre los suministros. Algunas de las cajas estarían llenas de armas (espadas, bastones de guerra, arcos), pero el grueso del material eran alimentos. Kelsier decía que formar un ejército requería mucho más grano que acero.
Pasó los dedos por un montón de cajas, cuidando de no rozar la ceniza que había encima. Sabía que iban a enviar una barcaza ese mismo día, pero no esperaba que Kelsier se fuera en ella. Lo más probable era que no hubiera tomado la decisión hasta poco tiempo antes: incluso el Kelsier nuevo y más responsable seguía siendo un hombre impulsivo. Tal vez era un buen atributo para un líder. No tenía miedo de incorporar ideas nuevas, no importaba cuándo se le ocurrieran.
A lo mejor tendría que pedirle que me dejara acompañarlo. He estado haciendo de noble demasiado tiempo, pensó Vin. Hacía unos días se había sorprendido a sí misma sentada con la espalda recta en el carruaje, manteniendo una postura recatada a pesar de que estaba sola. Temía estar perdiendo sus instintos: ser Valette ya era casi tan natural para ella como ser Vin.
Pero, naturalmente, no podía ir. Tenía una cita con lady Flavine, por no mencionar el baile de Hasting: iba a ser el acontecimiento social del mes. Si Valette se ausentaba, era probable que tardase semanas en reparar el daño. Además, siempre estaba Elend. Seguro que la olvidaría si volvía a desaparecer.
Ya te ha olvidado, se dijo. Apenas te ha hablado en las tres últimas fiestas. Mantén la cabeza bien alta, Vin. Esto es solo un timo más: un juego, como lo que hacías antes. Te estás labrando una reputación para conseguir información, no para flirtear y tontear.
Asintió, decidida. A su lado, unos cuantos skaa cargaron uno de los carros. Vin se detuvo junto a un puñado de cajas y observó trabajar a los hombres. Según Dockson, el reclutamiento estaba mejorando.
Estamos ganando adeptos, pensó. Supongo que se está corriendo la voz. Eso era bueno… suponiendo que no se corriera demasiado.
Observó a los hombres un momento, sintiendo algo… extraño. Parecían desconcentrados. Al cabo de un momento pudo determinar la fuente de su distracción. No paraban de mirar a Kelsier, susurrando mientras trabajaban. Vin se acercó con disimulo, manteniéndose al otro lado de las cajas, y quemó estaño.
—… no, es él seguro —susurraba uno de los hombres—. He visto las cicatrices.
—Es alto —dijo otro.
—Pues claro que lo es. ¿Qué esperabas?
—Habló en la reunión donde me reclutaron —dijo otro—. El Superviviente de Hathsin. —Había asombro en su voz.
Los hombres se acercaron a otro grupo de cajas. Vin ladeó la cabeza, luego los siguió, escuchando. No todos los hombres hablaban de Kelsier, pero sí un número sorprendente. También oyó varias referencias al Undécimo metal.
Así que es por eso, pensó. La rebelión no está ganando adeptos… es Kelsier. Los hombres hablaban de él en voz baja, casi con reverencia. Por algún motivo, eso hizo que Vin se sintiera incómoda. Nunca hubiese podido soportar oír cosas similares sobre ella. Sin embargo, Kelsier las aceptaba sin inconveniente: su carismático ego seguro que avivaba aún más los rumores.
Me pregunto si podrá dejarlo cuando todo esto haya acabado. Los otros miembros de la banda no tenían ningún interés evidente en el liderazgo, pero a Kelsier parecía que le complacía mandar. ¿Dejaría realmente que la rebelión skaa se hiciera cargo de la situación? ¿Era hombre alguno capaz de renunciar a ese tipo de poder?
Vin frunció el ceño. Kelsier era un buen hombre; quizá fuese también buen gobernante. Sin embargo, si intentaba hacerse con el control, eso olería a traición, sería renegar de las promesas que le había hecho a Yeden. No quería ver hacer eso a Kelsier.
—Valette —llamó Kelsier.
Vin dio un ligero respingo, sintiéndose un poco culpable. Kelsier señaló un carruaje que se acercaba a los terrenos de la mansión. Marsh había llegado. Ella regresó mientras el carruaje se detenía y alcanzó a Kelsier al mismo tiempo que Marsh.
Kelsier sonrió y señaló a Vin con un gesto.
—No estaremos listos para partir hasta dentro de un rato —le dijo a Marsh—. Si tienes tiempo, ¿podrías enseñarle unas cuantas cosas a la chica?
Marsh se volvió hacia ella. Era tan alto y tan rubio como Kelsier, pero no era tan guapo. Tal vez fuese porque no sonreía.
Él señaló hacia el balcón principal de la mansión.
—Espérame ahí arriba.
Vin abrió la boca para responder, pero algo en la expresión de Marsh le hizo volver a cerrarla. Le recordaba los viejos tiempos, varios meses atrás, cuando no cuestionaba a sus superiores. Se volvió, los dejó a los tres y se dirigió hacia la mansión.
El trayecto hasta el balcón fue breve. Cuando llegó, se sentó en una silla junto a la barandilla de madera pintada de blanco. Naturalmente, ya habían limpiado el balcón de ceniza. Abajo, Marsh seguía hablando con Kelsier y Renoux. Más allá de ellos, incluso más allá de la caravana que se extendía, Vin vio las colinas yermas ante la ciudad, iluminadas por la luz rojiza del sol.
Solo unos meses de hacerme pasar por noble y ya considero inferior todo lo que no está cultivado. Nunca había pensado que el paisaje fuera «yermo» durante los años que había viajado con Reen. Y Kelsier dice que toda la tierra solía ser aún más fértil que el jardín de un noble.
¿Pensaba recuperar esas cosas? Los guardadores podían, tal vez, memorizar lenguas y religiones, pero no crear semillas para plantas que llevaban tantísimo tiempo extintas. No podían hacer que la ceniza dejara de caer o que las brumas desaparecieran. ¿Cambiaría realmente el mundo si el Imperio Final cayese?
Además, ¿no tenía el lord Legislador cierto derecho a todo aquello? Había derrotado la Profundidad, o eso decía. Había salvado al mundo, lo cual, de manera algo retorcida, hacía que fuese suyo. ¿Qué derecho tenían a intentar quitárselo?
Se preguntaba a menudo esas cosas, aunque no expresaba sus preocupaciones a los demás. Todos parecían comprometidos con el plan de Kelsier: algunos incluso compartían su visión. Pero Vin dudaba más. Como le había enseñado Reen, había aprendido a ser escéptica con el optimismo.
Y si había un plan sobre el que cabía dudar era aquel.
Sin embargo, estaba llegando más allá del punto en que se cuestionaba a sí misma. Conocía el motivo por el que permanecía en la banda. No era por el plan: era por la gente. Le gustaba Kelsier. Le gustaban Dockson, Brisa y Ham. Incluso le gustaban el extraño y pequeño Fantasma y su tío cascarrabias. Era una banda diferente a todas las otras con las que había trabajado.
¿Y eso es un buen motivo para dejar que te maten?, preguntó la voz de Reen.
Vin se detuvo. Últimamente escuchaba sus susurros cada vez con menos frecuencia, pero todavía estaban allí. Las enseñanzas de Reen, grabadas en ella durante dieciséis años de vida, no podían ser descartadas tan fácilmente.
Marsh llegó al balcón momentos después. La miró con aquellos ojos suyos antes de hablar.
—Al parecer Kelsier espera que me pase la tarde entrenándote en alomancia. Empecemos.
Vin asintió.
Marsh la miró, esperando obviamente otro tipo de respuesta. Vin no dijo nada más. No eres el único que puede ser brusco, amigo.
—Muy bien —dijo Marsh, sentándose junto a ella y apoyando un brazo en la barandilla del balcón. Su voz pareció un poco menos agria cuando continuó—. Kelsier dice que has pasado muy poco tiempo entrenándote en las habilidades mentales internas. ¿Correcto?
Vin volvió a asentir.
—Sospecho que muchos nacidos de la bruma plenos descuidan esos poderes —dijo Marsh—. Y eso es un error. El bronce y el cobre tal vez no sean tan deslumbrantes como los otros metales, pero pueden ser muy poderosos en manos de alguien bien entrenado. Los inquisidores actúan manipulando el bronce y los brumosos de los bajos fondos sobreviven porque confían en el cobre.
»De los dos poderes, el bronce es con diferencia el más sutil. Puedo enseñarte a usarlo adecuadamente… Si practicas lo que te enseñe, entonces tendrás una ventaja que muchos nacidos de la bruma descartan.
—Pero ¿los otros nacidos no saben quemar cobre? —preguntó Vin—. ¿Qué sentido tiene aprender el bronce si todos los que combatas son inmunes a sus poderes?
—Veo que ya piensas como uno de ellos —dijo Marsh—. No todo el mundo es un nacido de la bruma, niña: de hecho, muy poca gente lo es. Y, a pesar de lo que os guste pensar, los brumosos normales también pueden matar gente. Saber que el hombre que te ataca es un violento en vez de un lanzamonedas podría salvarte la vida.
—Muy bien.
—El bronce también te ayudará a identificar a un nacido de la bruma —dijo Marsh—. Si ves a alguien usando alomancia cuando no hay ningún ahumador cerca y sin embargo no percibes que emita ningún pulso alomántico, entonces sabrás que es un nacido de la bruma… o un inquisidor. En cualquier caso, deberías echar a correr.
Vin asintió en silencio. La herida en su costado latió levemente.
—Hay grandes ventajas en quemar bronce en vez de ir por ahí con el cobre encendido. Cierto, te ahúmas al usar cobre… pero en cierto modo también te ciega. El cobre te vuelve inmune a que tiren o empujen de tus emociones.
—Pero eso es bueno.
Marsh ladeó un poco la cabeza.
—¿Sí? ¿Y qué es más ventajoso? ¿Ser inmune, pero ignorar las atenciones de algún aplacador? ¿O saber, en cambio, por tu bronce, exactamente qué emociones está intentando suprimir?
Vin tardó en reaccionar.
—¿Se puede ver algo tan específico?
Marsh asintió.
—Con cuidado y práctica, puedes reconocer cambios muy pequeños en los movimientos alománticos de tus oponentes. Puedes identificar exactamente en qué emoción de una persona intenta influir un aplacador o un encendedor. También podrás saber si alguien está avivando su metal. Si desarrollas una buena habilidad, puede que incluso sepas cuándo se están quedando sin metales.
Vin reflexionó, sin decir nada.
—Empiezas a verle las ventajas —dijo Marsh—. Bien. Ahora quema bronce.
Vin así lo hizo. Inmediatamente sintió dos rítmicos golpes en el aire. Los pulsos mudos la cubrieron como el golpeteo de tambores o el ritmo de las olas del océano. Eran confusos.
—¿Qué sientes? —preguntó Marsh.
—Yo… creo que hay dos metales diferentes quemándose. Uno viene de Kelsier, de allá abajo; el otro es tuyo.
—Bien —aprobó Marsh—. Has practicado.
—No mucho —admitió Vin.
Él enarcó una ceja.
—¿No mucho? Ya puedes determinar el origen de los pulsos. Eso requiere práctica.
Vin se encogió de hombros.
—A mí me parece natural.
Marsh guardó silencio un momento.
—Muy bien —dijo por fin—. ¿Los dos pulsos son diferentes?
Vin se concentró, el ceño fruncido.
—Cierra los ojos. Elimina otras distracciones. Concéntrate solo en los pulsos alománticos.
Vin obedeció. No era como oír… No realmente. Tuvo que concentrarse para distinguir algo específico en los pulsos. Uno parecía… que latía contra ella. El otro, una extraña sensación, parecía como si la atrajera con cada latido.
—Uno está tirando de metal, ¿no? —preguntó Vin, abriendo los ojos—. Ese es Kelsier. Tú estás empujando.
—Muy bien —dijo Marsh—. Él está quemando hierro, como le pedí que hiciera para que tú pudieras practicar. Yo, naturalmente, estoy quemando bronce.
—¿Lo son todos? ¿Diferentes, quiero decir?
Marsh asintió.
—Se puede distinguir un tirón al metal de un empujón por la firma alomántica. Lo cierto es que así es como algunos de los metales se dividieron originalmente en categorías. No es intuitivo, por ejemplo, que el estaño tire mientras que el peltre empuja. No te he dicho que abrieras los ojos.
Vin los cerró.
—Concéntrate en los pulsos —dijo Marsh—. Trata de distinguir sus longitudes. ¿Puedes notar la diferencia entre ellos?
Vin frunció el ceño. Se concentró con todas sus fuerzas, pero su sentido de los metales parecía… apagado. Nublado. Al cabo de unos minutos las longitudes de los distintos pulsos seguían pareciéndole iguales.
—No puedo sentir nada —dijo, frustrada.
—Bien —dijo Marsh llanamente—. Yo tuve que practicar seis meses para distinguir las longitudes de los pulsos… Si lo hubieras hecho a la primera, me habría sentido un incompetente.
Vin abrió los ojos.
—Entonces, ¿por qué me has pedido que lo hiciera?
—Porque necesitas practicar. Si ya puedes distinguir tirar de metales de empujarlos… Bueno, al parecer tienes talento. Tal vez tanto talento como va pregonando que tienes Kelsier.
—¿Qué se suponía que debía ver, entonces?
—Con tiempo, podrás sentir dos longitudes distintas de pulso. Los metales internos, como el bronce y el cobre, emiten pulsos más largos que los metales externos, como el hierro y el acero. La práctica también te permitirá sentir las tres pautas dentro de los pulsos: una para los metales físicos, otra para los metales mentales y la otra para los dos metales más grandes.
»Longitud de pulso, grupo metálico y variación tirón-empuje… Cuando conozcas estas tres cosas, podrás decir exactamente qué metales está quemando tu oponente. Un pulso largo que late contra ti y tiene una pauta rápida será peltre: el metal físico de tirón interno.
—¿Por qué dices externo e interno? —preguntó Vin.
—Los metales vienen en grupos de cuatro… o al menos los ocho inferiores lo hacen. Dos metales externos, dos metales internos: uno de cada empuja, otro de cada tira. Con el hierro, tiras de algo fuera de ti, con acero empujas algo fuera de ti. Con estaño tiras de algo dentro de ti mismo, con peltre empujas algo dentro de ti mismo.
—Pero el bronce y el cobre… —dijo Vin—. Kelsier los llamó metales internos, pero parece que influyen en cosas externas. El cobre impide que la gente note cuándo usas la alomancia.
Marsh negó con la cabeza.
—El cobre no cambia a tus oponentes: cambia algo dentro de ti que tiene efecto sobre tus oponentes. Por eso es un metal interno. El latón, sin embargo, altera directamente las emociones de otra persona, y es un metal externo.
Vin asintió, pensativa. Luego se volvió y miró hacia Kelsier.
—Sabes mucho sobre metales, pero solo eres brumoso, ¿no?
Marsh asintió. Pero no parecía dispuesto a responder.
Probemos otra cosa, pues, pensó Vin, apagando su bronce. Empezó a quemar ligeramente cobre para enmascarar su alomancia. Marsh no reaccionó, sino que continuó contemplando a Kelsier y la caravana.
Debería ser invisible para sus sentidos, pensó ella, quemando cuidadosamente cinc y latón a la vez. Se proyectó, tal como Brisa le había enseñado a hacer, y sutilmente tocó las emociones de Marsh. Suprimió sus sospechas e inhibiciones potenciando al mismo tiempo su predisposición. Teóricamente, eso le haría sentir más ganas de hablar.
—Debes de haber aprendido en alguna parte —dijo Vin con cuidado. Verá lo que he hecho con toda seguridad. Se enfadará y…
—Rompí cuando era muy joven —contestó Marsh—. He tenido mucho tiempo para practicar.
—Igual que mucha gente.
—Yo… tenía motivos. Es difícil de explicar.
—Siempre lo es —dijo Vin, aumentando levemente su presión alomántica.
—¿Sabes lo que piensa Kelsier de los nobles? —preguntó Marsh, volviéndose hacia ella, los ojos como el hielo.
Ojos de acero, pensó Vin. Como decían. Asintió en respuesta a su pregunta.
—Bueno, pues a mí me pasa lo mismo con los obligadores. Haré cualquier cosa por hacerles daño. Se llevaron a nuestra madre… Fue entonces cuando rompí y cuando juré destruirlos. Así que me uní a la rebelión y empecé a aprender todo lo que pude sobre alomancia. Los inquisidores la usan, así que tenía que entenderla…, comprender todo lo que pudiera, ser tan bueno como fuera posible y… ¿me estás aplacando?
Vin dio un respingo y apagó bruscamente sus metales. Marsh se volvió de nuevo hacia ella, su expresión fría.
¡Corre!, pensó Vin. Estuvo a punto de hacerlo. Era bueno saber que sus viejos instintos seguían allí, aunque un poco enterrados.
—Sí —dijo mansamente.
—Eres buena —dijo Marsh—. No me habría dado cuenta si no hubiera empezado a farfullar. Para.
—Ya lo he hecho.
—Bien. Es la segunda vez que alteras mis emociones. No vuelvas a hacerlo jamás.
Vin asintió.
—¿La segunda vez?
—La primera fue en mi taller, hace ocho meses.
Es cierto. ¿Por qué no lo recordaba?
—Lo siento.
Marsh sacudió la cabeza, y finalmente se volvió.
—Eres una nacida de la bruma… eso es lo que haces. Él hace lo mismo. —Estaba mirando a Kelsier.
Permanecieron callados unos instantes.
—¿Marsh? —preguntó Vin—. ¿Cómo supiste que yo era una nacida de la bruma? Entonces solo sabía aplacar.
Marsh se encogió de hombros.
—Conocías los otros metales instintivamente. Estuviste quemando peltre y estaño ese día… solo un poquito, algo apenas perceptible. Me imagino que obtenías los metales del agua y los utensilios de cocina. ¿Te has preguntado alguna vez por qué sobreviviste cuando tantos otros murieron?
Vin guardó silencio. He sobrevivido a un montón de palizas. Un montón de días sin comida, noches en callejones bajo la lluvia o las nevadas de ceniza…
Marsh asintió.
—Muy poca gente, incluso los nacidos de la bruma, están tan en sintonía con la alomancia para quemar metales instintivamente. Eso es lo que me interesó de ti… Por eso te seguí y le dije a Dockson dónde encontrarte. Y… ¿estás empujando de nuevo mis emociones?
Vin negó con la cabeza.
—Te lo prometo.
Marsh frunció el ceño y la miró con una de sus miradas de piedra.
—Eres tan severo como mi hermano —dijo Vin en voz baja.
—¿Erais íntimos?
—Lo odiaba —susurró Vin.
Marsh hizo una pausa, luego se volvió.
—Ya veo.
—¿Odias a Kelsier?
Marsh negó.
—No, no lo odio. Es frívolo y engreído, pero sigue siendo mi hermano.
—¿Y eso es suficiente?
Marsh asintió.
—A mí… me cuesta entender eso —dijo Vin con sinceridad, contemplando a los skaa, las cajas y los sacos.
—¿Es que tu hermano no te trataba bien?
Vin negó con la cabeza.
—¿Y tus padres? —preguntó Marsh—. Uno era un noble. ¿La otra?
—Loca —dijo Vin—. Oía voces. La cosa se puso tan mal que mi hermano tenía miedo de dejarnos a solas con ella. Pero, claro, no tenía otra opción…
Marsh no dijo nada.
¿Cómo se ha vuelto esto contra mí?, pensó Vin. Él no es aplacador y sin embargo me está sonsacando tanto como yo a él.
De todas formas, era un alivio poder contarlo por fin. Vin se acarició el pendiente.
—No lo recuerdo —dijo—, pero Reen me contó que volvió un día a casa y encontró a mi madre cubierta de sangre. Había matado a mi hermana pequeña. Ensañándose con ella. A mí, sin embargo, no me había tocado… excepto para darme un pendiente. Reen dijo… Dijo que me tenía en el regazo, farfullando, diciendo que yo era una reina, con el cadáver de mi hermana a nuestros pies. Me rescató de mi madre y ella huyó. Es probable que me salvara la vida. En parte me quedé con él por eso, supongo. Incluso cuando las cosas iban mal. —Sacudió la cabeza y miró a Marsh—. No sabes la suerte que tienes, con un hermano como Kelsier.
—Supongo —dijo Marsh—. Tan solo… desearía que no tratara a la gente como juguetes. Yo he matado a obligadores, pero asesinar a hombres solo porque son nobles… —Marsh sacudió la cabeza—. Y no es solo eso. Le gusta que la gente lo adore.
En eso llevaba razón. Sin embargo, Vin también detectó algo en su voz. ¿Celos? Eres el hermano mayor, Marsh. Eras el responsable… Te uniste a la rebelión en vez de trabajar con ladrones. Debe de haberte dolido que Kelsier fuera aquel al que apreciaba todo el mundo.
—De cualquier forma, está mejorando —dijo Marsh—. Los Pozos lo han cambiado. La muerte de… ella lo ha cambiado.
¿Qué es esto?, pensó Vin, alzando levemente la cabeza. Aquí también había algo. Dolor. Profundo, más del que un hombre debería sentir por una cuñada.
Así que es eso. No es que «cualquiera» apreciara más a Kelsier, era una persona en concreto. Alguien a quien tú amabas.
—De todas maneras —dijo Marsh, la voz más firme—. La arrogancia del pasado queda atrás. Este plan suyo es una locura y estoy seguro de que lo hace en parte para enriquecerse, pero… bueno, no tenía por qué acudir a la rebelión. Está intentando hacer algo bueno… aunque lo más probable es que consiga que lo maten.
—¿Por qué continúas si estás seguro de que fracasará?
—Porque va a meterme en el Ministerio —dijo Marsh—. La información que consiga allí ayudará a la rebelión durante siglos después de que Kelsier y yo hayamos muerto.
Vin asintió, contemplando el patio. Habló con vacilación.
—Marsh, no creo que eso sea todo. La manera en que se está situando entre los skaa… la forma en que empiezan a mirarlo…
—Lo sé —dijo Marsh—. Empezó con ese plan suyo del Undécimo metal. No creo que tengamos que preocuparnos. Es Kelsier, jugando como de costumbre.
—Me pregunto por qué hace este viaje —dijo Vin—. Estará apartado de la acción todo un mes.
Marsh sacudió la cabeza.
—Tendrá un ejército entero de hombres ante los que actuar. Además, necesita salir de la ciudad. Su reputación está creciendo demasiado y los nobles empiezan a tener demasiado interés en el Superviviente. Si empiezan a correr rumores de que un hombre con cicatrices en los brazos se aloja con lord Renoux…
Vin asintió, comprendiendo.
—Ahora mismo, se hace pasar por uno de los parientes lejanos de Renoux —dijo Marsh—. Ese hombre tiene que marcharse antes de que alguien lo relacione con el Superviviente. Cuando Kell regrese, tendrá que llamar poco la atención… colarse en la mansión en vez de entrar por la puerta principal y llevar la capucha puesta cuando esté en Luthadel. —Marsh guardó silencio, luego se puso en pie—. Bueno, ya sabes lo más básico. Ahora solo tienes que practicar. Cada vez que estés con brumosos, que quemen para ti y concéntrate en sus pulsos alománticos. Si volvemos a encontrarnos, te enseñaré más, pero no puedo hacer otra cosa hasta que hayas practicado.
Vin asintió y Marsh salió por la puerta sin despedirse. Unos momentos más tarde, ella lo vio acercarse de nuevo a Kelsier y Renoux.
Es verdad que no se odian, pensó Vin, cruzando ambos brazos sobre la barandilla. ¿Cómo será eso? Después de pensarlo, descubrió que los hermanos que se querían era un poco como las longitudes de pulso alomántico que se suponía que debía buscar: algo demasiado desconocido para comprenderlo en este momento.