La mayoría de los terrisanos no son tan malos como Rashek. Sin embargo, puedo ver que creen en él, hasta cierto punto. Son hombres sencillos, no filósofos ni eruditos, y no comprenden que sus propias profecías dicen que el Héroe de las Eras será un extranjero. Solo ven lo que señala Rashek: que son un pueblo ostensiblemente superior y deberían «dominar» en vez de estar sometidos.

Ante tanta pasión y odio, incluso los hombres buenos pueden ser engañados.

30

Fue necesario volver al salón de baile Venture para que Vin recordara qué era la auténtica majestad.

Había visitado tantas fortalezas que empezaba a ser insensible al esplendor. Sin embargo, había algo especial en el Torreón de Venture: algo que las otras torres ansiaban, pero no conseguían del todo. Era como si Venture fuera el padre y los demás, niños bien enseñados. Todas las mansiones eran hermosas, pero no se podía negar cuál era la mejor.

El inmenso salón Venture, flanqueado por una fila de enormes columnas a cada lado, parecía aún más grandioso que de costumbre. Vin no acababa de entender por qué. Lo pensó mientras esperaba a que un sirviente se llevara su chal. Las candilejas normales brillaban al otro lado de las vidrieras, inundando la sala con motas de luz. Las mesas estaban inmaculadas bajo sus palios. La del lord, situada en el pequeño balcón del fondo del salón, tenía un aspecto tan regio como siempre.

Es casi… demasiado perfecto, pensó Vin. Todo parecía levemente exagerado. Los manteles eran aún más blancos y estaban mejor planchados que de costumbre. Los uniformes de los criados parecían particularmente elegantes. En vez de soldados regulares, en las puertas había mataneblinos de aspecto intencionadamente imponente, reconocibles por sus escudos de madera y su falta de armadura. En conjunto, la habitual perfección de la sala había aumentado.

—Algo va mal, Sazed —susurró mientras un criado se disponía a preparar su mesa.

—¿Qué quieres decir, señora? —preguntó el alto mayordomo, caminando tras ella.

—Hay demasiada gente —dijo Vin, advirtiendo que era una de las cosas que la estaban molestando.

La asistencia a los bailes había menguado durante los últimos meses. Sin embargo, parecía que todo el mundo hubiese regresado para la fiesta Venture. Y todos llevaban sus mejores galas.

—Está sucediendo algo —dijo Vin en voz baja—. Algo que no sabemos.

—Sí… —respondió Sazed—. Yo también lo siento. Tal vez debería ir a cenar pronto con los otros mayordomos.

—Buena idea. Creo que me saltaré la cena esta noche. Llegamos un poco tarde y parece que la gente ya ha empezado a charlar.

Sazed sonrió.

—¿Qué?

—Recuerdo una época en que nunca te saltabas una cena, señora.

Vin bufó.

—Alégrate de que nunca intentara llenarme los bolsillos de comida en estos bailes… Créeme, estuve tentada. Ahora, márchate.

Sazed asintió y se marchó al comedor de los mayordomos. Vin escrutó los grupos de gente que charlaba. Ni rastro de Shan, afortunadamente, pensó. Por desgracia, tampoco Kliss estaba a la vista, así que tuvo que elegir a otra persona para chismorrear. Avanzó, sonriéndole a lord Idren Seeris, primo de la Casa Elariel, con quien había bailado en varias ocasiones. Él la reconoció con un estirado saludo y Vin se unió a su grupo.

—Hacía algún tiempo que no venía al Torreón de Venture —dijo Vin, adoptando su personalidad de chica del campo—. ¡Había olvidado lo majestuoso que es!

—En efecto —dijo una de las damas—. Discúlpenme… voy a buscar algo de beber.

—Te acompaño —dijo otra, y ambas abandonaron el grupo.

Vin las vio marchar y frunció el ceño.

—Ah —dijo Yestal—. Nuestra cena ha llegado. ¿Vienes, Triss?

—Naturalmente —dijo la última dama, y se marchó junto a Yestal.

Idren se ajustó las gafas, dirigió a Vin una tibia mirada de disculpa, y se retiró. Vin se quedó allí sola, aturdida. No había recibido una recepción tan fría desde sus primeros bailes.

¿Qué está pasando?, pensó, con nerviosismo creciente. ¿Es obra de Shan? ¿Puede volver en mi contra un salón entero?

No, no parecía eso. Hubiese requerido demasiado esfuerzo. Además, lo raro no era solo el comportamiento con ella. Todos los grupos de nobles eran… diferentes esa noche.

Vin probó un segundo grupo, con resultados aún peores. En cuanto se unió a ellos, la ignoraron al instante. Vin se sintió tan fuera de lugar que se retiró, huyendo a servirse una copa de vino. Mientras caminaba, advirtió que el primer grupo (el de Yestal e Idren) había vuelto a formarse con exactamente los mismos miembros.

Vin vaciló, se colocó bajo el balcón oriental y estudió a la multitud. Había muy poca gente bailando y los reconoció a todos como parejas formales. También parecía haber poca relación entre grupos o mesas. Aunque la sala estaba llena, parecía que la mayoría de los asistentes estaba tratando claramente de ignorarse entre sí.

Tengo que echar un buen vistazo a esto, pensó, yendo hacia las escaleras. Poco después salió al largo balcón sobre la pista de baile, sus familiares linternas azules tiñendo las paredes de un suave tono melancólico.

Vin vaciló. El refugio de Elend estaba entre la columna de la derecha y la pared, iluminado por una sola linterna. Casi siempre se pasaba los bailes en Venture leyendo allí: no le gustaban la pompa y la circunstancia que implicaba ser anfitrión de una fiesta.

El refugio estaba vacío. Vin se acercó a la barandilla y se asomó a contemplar el otro extremo del gran salón. La mesa del anfitrión estaba situada al mismo nivel de los balcones, y se sorprendió al ver a Elend sentado junto a su padre.

¿Qué?, pensó incrédula. Ni una sola vez, durante la media docena de bailes a los que había asistido en el Torreón de Venture, había visto a Elend sentado con su familia.

Allá abajo vio una figura familiar caminando entre la multitud. Llamó a Sazed, pero él ya la había visto. Mientras lo esperaba, a Vin le pareció oír una voz familiar al otro lado del balcón. Se volvió a mirar y vio una figura bajita que había pasado por alto antes. Kliss charlaba con un grupito de lores menores.

Así que aquí está Kliss, pensó. Tal vez hable conmigo. Se puso en pie, esperando a que Kliss terminara su conversación o a que Sazed llegara.

Sazed llegó primero, jadeando por haber subido las escaleras.

—Señora —dijo en voz baja, uniéndose a ella junto a la barandilla.

—Dime que has descubierto algo, Sazed. Este baile es… extraño. Todo el mundo está tan frío y solemne. Es casi como si estuviéramos en un funeral, no en una fiesta.

—Es una metáfora adecuada, mi señora. Nos hemos perdido un anuncio importante. La Casa Hasting ha dicho que no va a celebrar su baile habitual esta semana.

Vin frunció el ceño.

—¿Y? Las casas han cancelado bailes antes.

—La Casa Elariel lo ha cancelado también. Normalmente, Tekiel vendría a continuación… pero esa casa ya no existe. La Casa Shunah ya ha anunciado que no celebrará más bailes.

—¿Qué estás diciendo?

—Parece, señora, que este será el último baile durante un tiempo… Quizá durante mucho tiempo.

Vin contempló las magníficas vidrieras del salón, que se alzaban sobre los grupos de personas distantes, casi hostiles.

—Eso es lo que está pasando —dijo—. Están finalizando alianzas. Todos se sitúan con sus amigos y partidarios más fuertes. Saben que es el último baile, así que vienen por las apariencias, pero saben que no les queda tiempo para el politiqueo.

—Eso parece, señora.

—Todos van a pasar a la defensiva —dijo Vin—. Se retiran tras sus murallas, como si dijéramos. Por eso nadie quiere hablar conmigo: hemos hecho de Renoux una fuerza demasiado neutral. No soy de ninguna facción y es mal momento para apostar por un elemento político aleatorio.

—Maese Kelsier tiene que enterarse de esto, señora —dijo Sazed—. Planeaba hacerse pasar por informador de nuevo esta noche. Si desconoce esta situación, su credibilidad podría resultar seriamente dañada. Deberíamos marcharnos.

—No —respondió Vin, volviéndose hacia Sazed—. No puedo irme… No cuando todo el mundo se queda. Todos pensaban que era muy importante venir y que los vieran en este último baile, y por eso yo no debería marcharme hasta que ellos empiecen a hacerlo.

Sazed asintió.

—Muy bien.

—Vete tú, Sazed. Alquila un carruaje y ve a decirle a Kell lo que hemos descubierto. Yo me quedaré un poco más, y luego me marcharé cuando no haga parecer débil a la Casa Renoux.

Sazed vaciló.

—Yo… no sé, señora.

Vin puso los ojos en blanco.

—Agradezco la ayuda que me has prestado, pero no es necesario que me lleves de la mano. Mucha gente viene a estos bailes sin mayordomo que la atienda.

Vin asintió, despidiéndolo, y él se retiró. Vin se apoyó contra el balcón del sitio de Elend, hasta que Sazed apareció abajo y se encaminó hacia las puertas.

¿Y ahora qué? Aunque pueda encontrar a alguien con quien hablar, ya no tiene sentido difundir rumores.

Sintió un atisbo de temor. ¿Quién habría pensado que llegaría a disfrutar tanto de la frivolidad de los nobles? La experiencia quedaba empañada por el conocimiento de lo que muchos nobles eran capaces de hacer, pero incluso así, había sido un… sueño disfrutar de todo aquello.

¿Volvería a asistir a bailes como esos? ¿Qué sucedería con Valette la noble? ¿Tendría que guardar los vestidos y el maquillaje y volver a no ser más que Vin, la ladrona callejera? Casi con toda seguridad no habría tiempo para grandes bailes en el nuevo reino de Kelsier, y tal vez no fuera mala cosa: ¿qué derecho tenía ella a bailar mientras los otros skaa morían de hambre? Sin embargo… el mundo perdería algo hermoso sin las mansiones y los bailarines, los vestidos y las fiestas.

Suspiró, se apartó de la barandilla y se miró el vestido. Era de un profundo azul brillante, con diseños circulares blancos en la base de la falda. No tenía mangas, pero los guantes de seda azul le llegaban por encima de los codos.

Antes el vestido le hubiese parecido frustrantemente vaporoso. Ahora, sin embargo, le parecía maravilloso. Le gustaba su diseño, que le realzaba el pecho y sin embargo acentuaba también su fino torso. Le gustaba cómo le encajaba en la cintura y se desplegaba en una amplia campana que crujía cuando caminaba.

Lo echaría de menos… Lo echaría de menos todo. Pero Sazed tenía razón. No podía detener el paso del tiempo, solo podía disfrutar del momento.

No voy a dejarlo ahí sentado toda la noche en la mesa, ignorándome, decidió.

Se dio media vuelta y recorrió el balcón, saludando a Kliss al pasar. El balcón terminaba en un pasillo que giraba y, como Vin había deducido correctamente, daba al saliente donde se encontraba la mesa del anfitrión.

Se quedó en el pasillo un momento, asomada. Los lores y las damas estaban acomodados con sus regios vestidos, disfrutando del privilegio de haber sido invitados a sentarse con lord Straff Venture. Vin esperó, tratando de llamar la atención de Elend. Uno de los invitados reparó en ella, al cabo, y le dio un codazo a Elend. Este se volvió, sorprendido, vio a Vin y se ruborizó levemente.

Ella lo saludó y él se levantó, excusándose. Vin volvió al pasillo para poder hablar en privado.

—¡Elend! —dijo mientras él se acercaba por el pasillo de piedra—. ¡Estás sentado con tu padre!

Él asintió.

—Este baile se ha convertido en un acontecimiento especial, Valette, y mi padre insistió en que siguiera el protocolo.

—¿Cuándo vamos a tener tiempo para hablar?

Elend vaciló.

—No estoy seguro de que podamos.

Vin frunció el ceño. Él parecía… reservado. En lugar de su habitual traje, algo gastado y arrugado, llevaba uno nuevo y elegante. Incluso iba peinado.

—¿Elend? —dijo ella, avanzando un paso.

Él alzó una mano, deteniéndola.

—Las cosas han cambiado, Valette.

No, pensó ella. ¡Esto no puede cambiar, todavía no!

—¿Cosas? ¿Qué «cosas»? Elend, ¿de qué estás hablando?

—Soy heredero de la Casa Venture —dijo él—. Y se avecinan tiempos peligrosos. La Casa Hasting ha perdido un convoy entero esta tarde y eso es solo el comienzo. Dentro de un mes, los torreones estarán abiertamente en guerra. No son cosas que pueda ignorar, Valette. Es hora de que deje de ser una molestia para mi familia.

—Muy bien. Pero eso no significa…

—Valette —la interrumpió Elend—. Tú también eres una molestia. Muy grande. No mentiré y diré que nunca me has importado… Me importabas y todavía es así. Sin embargo, supe desde el principio (igual que tú) que esto nunca podría ser más que una relación de pasada. La verdad es que mi casa me necesita… y es más importante que tú.

Vin palideció.

—Pero…

Él se dio media vuelta para marcharse.

—Elend, por favor, no me dejes.

Él se volvió a mirarla.

—Sé la verdad, Valette. Sé que has mentido sobre tu identidad. No me importa, en realidad. No estoy enfadado, ni siquiera decepcionado. La verdad es que lo esperaba. Estás solo… jugando el juego. Como hacemos todos. —Vaciló, sacudió la cabeza y se dio media vuelta—. Como hago yo.

—¿Elend? —dijo ella, tendiendo la mano hacia él.

—No me hagas avergonzarte en público, Valette.

Vin vaciló, sintiéndose aturdida. Y luego se sintió demasiado furiosa para estar aturdida: demasiado furiosa, demasiado frustrada… y demasiado aterrorizada.

—No me dejes —susurró—. No me dejes tú también.

—Lo siento. Pero tengo que ir con mis amigos. Ha sido… divertido.

Y se marchó. Vin se quedó en el pasillo a oscuras. Se sintió temblar y se volvió para regresar tambaleándose al balcón principal. Al lado, pudo ver a Elend despedirse de su familia y luego encaminarse por un pasillo trasero hacia las viviendas de la mansión.

No puede hacerme esto. Elend, no. Ahora no…

Sin embargo, una voz en su interior (una voz que casi había olvidado) empezó a hablar. Pues claro que te ha dejado, susurró Reen. Pues claro que te ha abandonado. Todos te traicionarán, Vin. ¿Qué fue lo que te enseñé?

¡No!, pensó ella. Se debe solo a la tensión política. Cuando esto se termine, podré convencerle de que vuelva…

Yo nunca volví por ti, susurró Reen. Él tampoco lo hará. La voz parecía tan real que era como si pudiera escuchar a su hermano a su lado.

Vin se apoyó en la barandilla del balcón, usando la reja de hierro para sostenerse y erguirse. No dejaría que él la destruyera. Una vida en las calles no había podido romperla; no dejaría que un noble cargado de importancia lo hiciera. Se lo repitió una y otra vez.

Pero ¿por qué aquello dolía mucho más que el hambre, mucho más que las palizas de Camon?

—Vaya, Valette Renoux —dijo una voz tras ella.

—Kliss. No estoy… de humor para hablar, ahora mismo.

—Ah —dijo Kliss—. Así que Elend Venture por fin se ha librado de ti. No te preocupes, niña: pronto recibirá lo que se merece.

Vin se dio la vuelta, el ceño fruncido por el extraño tono de voz de Kliss. La mujer no parecía ella misma. Parecía demasiado… controlada.

—Entrégale un mensaje a tu tío de mi parte, ¿quieres, querida? —preguntó Kliss animosamente—. Dile que un hombre como él, sin alianzas de casas, podría tener problemas para recopilar información en los meses venideros. Si necesita una buena fuente de información, dile que me llame. Sé un montón de cosas interesantes.

—¡Eres una informadora! —dijo Vin, ignorando su dolor por el momento—. Pero, eres…

—¿Una chismosa tonta? —preguntó la mujer—. Bueno, sí, lo soy. Es fascinante, las cosas de las que te enteras cuando te conocen como a la chismosa de la corte. La gente viene a ti para difundir mentiras obvias… como las que me contaste sobre la Casa Hasting la semana pasada. ¿Por qué querías que difundiera tales falsedades? ¿Podría la Casa Renoux estar intentando hacerse con el mercado de armas durante la guerra de casas? De hecho… ¿podría Renoux estar detrás del reciente ataque a los barcos Hasting? —Kliss tenía chispitas en los ojos—. Dile a tu tío que puedo guardar silencio sobre lo que sé… por una pequeña tarifa.

—Me has estado engañando durante todo este tiempo… —dijo Vin, aturdida.

—Naturalmente, querida —dijo Kliss, dándole una palmadita en el brazo—. Es lo que hacemos aquí en la corte. Acabarás por aprenderlo… si sobrevives. Ahora, sé una buena chica y entrega mi mensaje, ¿de acuerdo?

Kliss se volvió, su traje cuadrado y chillón de pronto le pareció a Vin un disfraz brillante.

—¡Espera! ¿Qué es lo que has dicho antes sobre Elend? ¿Que va a recibir lo que se merece?

—¿Hummm? —dijo Kliss, volviéndose—. Bueno… eso es. Te has estado preguntando por los planes de Shan Elariel, ¿no?

¿Shan?, pensó Vin, con creciente preocupación.

—¿Qué está planeando?

—Ah, querida, eso sí que es un secreto caro. Podría decírtelo… pero ¿qué obtendría a cambio? Una mujer de una casa poco importante como yo necesita encontrar sustento en alguna parte…

Vin se quitó el collar de zafiros, la única pieza de joyería que llevaba.

—Toma. Cógelo.

Kliss aceptó el collar con expresión pensativa.

—Hummm, sí, muy bonito, desde luego.

—¿Qué es lo que sabes? —le espetó Vin.

—El joven Elend va a ser una de las primeras bajas Venture en la guerra de casas, me temo —dijo Kliss, guardándose el collar en un bolsillo de su manga—. Una lástima… Parece un muchacho agradable. Demasiado agradable, quizá.

—¿Dónde? —exigió Vin—. ¿Dónde? ¿Cómo?

—Tantas preguntas y un solo collar…

—¡Es todo lo que tengo ahora mismo! —dijo Vin sinceramente. Su monedero contenía solo piezas de bronce para empujarlas.

—Pero es un secreto muy valioso, querida. Como decía —continuó Kliss—, al decírtelo mi propia vida correría…

¡Ya basta!, pensó Vin, furiosa. ¡Estúpidos juegos aristocráticos!

Vin quemó cinc y latón golpeando a Kliss con una poderosa andanada de alomancia emocional. Aplacó todos los sentimientos de la mujer menos el miedo y luego se apoderó de ese miedo y dio un firme tirón de él.

—¡Dímelo! —rugió Vin.

Kliss jadeó, se tambaleó y estuvo a punto de caer al suelo.

—¡Una alomántica! ¡No me extraña que Renoux trajera a una prima lejana a Luthadel!

—¡Habla! —dijo Vin, dando un paso hacia delante.

—Es demasiado tarde para ayudarle. ¡Yo nunca vendería un secreto así si pudiera volverse contra mí!

—¡Dímelo!

—Será asesinado por alománticos de Elariel esta noche —susurró Kliss—. Puede que ya esté muerto: se suponía que iba a pasar en cuanto se retirara de la mesa de su padre. Pero si quieres venganza, tendrás que mirar también a lord Straff Venture.

—¿El padre de Elend? —preguntó Vin con sorpresa.

—Naturalmente, niña tonta —dijo Kliss—. Nada le gustaría más a lord Venture que tener una excusa para entregar el título de la casa a su sobrino. Todo lo que Venture ha tenido que hacer ha sido retirar a unos cuantos soldados del tejado, cerca de la habitación de Elend, para dejar entrar a los asesinos de Elariel. ¡Y como el asesinato tendrá lugar durante una de las pequeñas reuniones filosóficas de Elend, lord Venture podrá deshacerse también de un Hasting y un Lekal!

Vin se dio media vuelta. ¡Tengo que hacer algo!

—Naturalmente —dijo Kliss con una risita—. A lord Venture le espera también una sorpresa. He oído que tu Elend tiene algunos libros muy… escogidos en su poder. El joven Venture debería tener más cuidado con las cosas que cuenta a sus mujeres, creo.

Vin se volvió hacia la sonriente Kliss. La mujer le guiñó un ojo.

—Mantendré tu alomancia en secreto, niña. Pero asegúrate de que cobro mañana por la tarde. Una dama tiene que comprar comida… Y como puedes ver, yo necesito bastante.

»En cuanto a la Casa Venture… Bueno, yo me distanciaría de ellos, si fuera tú. Los asesinos de Shan van a crear un buen alboroto esta noche. No me extrañaría si la mitad de la corte acabara en la habitación del muchacho para ver a qué se debe tanto jaleo. Cuando la corte vea esos libros que tiene Elend… Bueno, digamos que los obligadores se van a interesar mucho en la Casa Venture durante un tiempo. Lástima que Elend ya esté muerto… ¡Hace mucho que no asistimos a la ejecución de un noble!

La habitación de Elend, pensó Vin a la desesperada. ¡Ahí deben de estar! Se volvió, sujetándose la falda y corriendo frenéticamente hacia el pasillo que había dejado momentos antes.

—¿Adónde vas? —preguntó Kliss, sorprendida.

—¡Tengo que impedirlo!

Kliss se echó a reír.

—Ya te he dicho que es demasiado tarde. El de Venture es un torreón muy antiguo, y los pasadizos que conducen a las habitaciones de los lores son todo un laberinto. Si no sabes el camino, te perderás durante horas.

Vin miró alrededor, sintiéndose indefensa.

—Además, niña —añadió Kliss, volviéndose para marcharse—. ¿No te acaba de rechazar el muchacho? ¿Qué le debes?

Vin vaciló. Tiene razón. ¿Qué le debo?

La respuesta le llegó inmediatamente. Lo amo.

Con esa idea, recuperó fuerzas. Echó a correr a pesar de las carcajadas de Kliss. Tenía que intentarlo. Entró en el pasillo y se internó en los oscuros pasadizos. Sin embargo, las palabras de Kliss pronto se revelaron ciertas: los oscuros corredores de piedra eran extraños y sin adornos. Nunca encontraría el camino a tiempo.

El tejado, pensó. Las habitaciones de Elend tendrán un balcón al exterior. ¡Necesito una ventana!

Se abalanzó por el pasillo, quitándose los zapatos y tirando de las medias. Luego corrió como mejor pudo con el vestido. Buscó frenéticamente una ventana lo bastante grande. Llegó a un pasillo más ancho, vacío a excepción de las fluctuantes antorchas.

Al otro lado había una enorme vidriera de color lavanda.

Esto me vale, pensó Vin. Avivando acero, se lanzó al aire y tomó impulso en una enorme puerta de hierro que tenía detrás. Voló hacia delante un momento, luego empujó con mucha fuerza el marco de hierro de la ventana.

Se detuvo en el aire, empujando hacia atrás y hacia delante al mismo tiempo. Se esforzó, flotando en el corredor vacío, avivando el peltre para no ser aplastada. El rosetón de la ventana era enorme, pero estaba hecho casi todo de cristal. ¿Sería resistente?

Muy resistente. Vin gruñó por la tensión. Oyó algo quebrarse tras ella y la puerta empezó a retorcerse en sus goznes.

¡Tienes… que… ceder!, pensó enfadada, avivando su acero. Lascas de piedra cayeron alrededor de la ventana.

Entonces, con un crujido, el rosetón se soltó de la pared de piedra. Cayó hacia la noche oscura y Vin salió despedida detrás.

La fría bruma la envolvió. Tiró levemente de la puerta de la habitación, impidiéndose llegar demasiado lejos, y luego tiró con fuerza contra la ventana que caía. La enorme vidriera giró bajo ella, agitando las brumas mientras Vin salía despedida directa hacia el tejado.

La ventana chocó con el suelo justo cuando Vin llegaba al borde del tejado, el vestido aleteando locamente con el viento. Aterrizó en un tejado recubierto de bronce de golpe, sin llegar a adoptar la postura correcta. Sintió el metal frío bajo sus pies y sus manos.

Avivó estaño, iluminando la noche. No vio nada fuera de lo corriente.

Quemó bronce, usándolo como Marsh le había enseñado, en busca de signos de alomancia. No había ninguno: los asesinos llevaban a un ahumador consigo.

¡No puedo buscar en todo el edificio!, pensó Vin, desesperada, avivando su bronce. ¿Dónde están?

Entonces, curiosamente, le pareció que sentía algo. Un pulso alomántico en la noche. Leve. Oculto. Pero suficiente.

Vin se levantó para echar a correr por el tejado, confiando en sus instintos. Mientras corría, avivó peltre y se subió el vestido casi hasta el cuello, luego lo rasgó de un solo tirón. Sacó el monedero y los frasquitos de metal del bolsillo oculto, y luego, todavía corriendo, terminó de quitarse el vestido, los encajes y las medias y lo tiró todo. El corsé y los guantes siguieron el mismo camino. Debajo llevaba una fina camisa sin mangas y unos pantaloncitos blancos.

Corrió frenética. No puedo llegar tarde, pensó. Por favor. No puedo.

En la niebla se movían unas figuras. Se encontraban junto a una claraboya, en el tejado. Vin había pasado junto a otras similares mientras corría. Una de las figuras señaló la claraboya con un arma brillando en su mano.

Vin gritó. Se impulsó lejos del tejado de bronce y trazó un arco al saltar. Aterrizó en el mismo centro del sorprendido grupo y lanzó su bolsa de monedas, rompiéndola en dos.

Las monedas se esparcieron por el aire reflejando la luz de la ventana de abajo. Mientras, la brillante lluvia de metal caía a su alrededor, Vin empujó.

Las monedas volaron como un enjambre de insectos, dejando un surco en la bruma. Las figuras gritaron cuando golpearon sus cuerpos y varias de las formas oscuras cayeron.

Otras no lo hicieron. Algunas de las monedas fueron desviadas, empujadas a un lado por invisibles manos alománticas. Cuatro personas permanecieron de pie: dos de ellas llevaban capa de bruma; una le era familiar.

Shan Elariel. Vin no necesitó ver la capa para comprender: solo había un motivo para que una mujer tan importante como Shan participara en una misión de asesinato como esa. Era una nacida de la bruma.

¿Tú? —preguntó Shan, sorprendida. Llevaba pantalones y camisa negra, el pelo oscuro recogido atrás y vestía la capa de bruma casi con elegancia.

Dos nacidos de la bruma, pensó Vin. Mala cosa. Echó a correr, esquivando a uno de los asesinos cuando blandió su bastón de duelo contra ella.

Vin corrió por el tejado, luego se empujó para detenerse, girando con una mano apoyada contra el frío bronce. Se volvió y tiró contra las pocas monedas que no se habían perdido en la noche, atrayéndolas hacia su mano.

—¡Matadla! —exclamó Shan.

Los dos hombres que Vin había derribado gemían en el tejado. No estaba muertos; de hecho, uno trataba de ponerse en pie.

Violentos, pensó Vin. Los otros dos deben de ser lanzamonedas.

Como dándole la razón, uno de los hombres trató de arrebatarle el frasquito de metales. Por fortuna, no contenía suficientes para proporcionarle un buen anclaje y ella lo sujetó fácilmente.

Shan volvió su atención hacia la claraboya.

¡No, eso sí que no!, pensó Vin, echando a correr de nuevo.

El lanzamonedas gritó cuando se acercó. Vin disparó una moneda contra él. El hombre, naturalmente, la devolvió de un empujón, pero Vin se ancló contra el tejado de bronce y avivó acero, empujando a su vez con firmeza.

El empujón de acero del hombre, transmitido de la moneda a Vin y al tejado, lo lanzó por el aire. Dejó escapar un grito mientras se perdía en la oscuridad. Era solo un brumoso, no podía tirar de sí mismo para volver al tejado.

El otro lanzamonedas trató de rociarla de monedas, pero Vin las esquivó con facilidad. Por desgracia, no era tan necio como su compañero y soltó las monedas poco después de empujarlas. Sin embargo, estaba claro que no podía golpearla. ¿Por qué entonces…?

¡El otro nacido de la bruma!, pensó Vin, y rodó mientras la figura saltaba de la oscuridad con los cuchillos de cristal destellando en el aire.

Vin apenas logró apartarse. Tuvo que avivar peltre para recuperar el equilibrio. Se incorporó junto al violento herido, que intentaba levantarse, debilitado. Avivando de nuevo peltre, Vin le hundió el hombro en el pecho al hombre, apartándolo de un empujón. Este se tambaleó, todavía sujetándose el costado sangrante. Luego resbaló y cayó por la claraboya. El fino cristal tintado se hizo añicos y los oídos de Vin amplificados por el estaño oyeron gritos de sorpresa abajo, seguidos de un golpe cuando el violento llegó al suelo.

Vin alzó la cabeza, sonriendo con malicia a la aturdida Shan. Tras ella, el segundo nacido de la bruma maldijo en silencio.

—Tú… Tú… —farfulló Shan, los ojos ardiendo peligrosamente de furia en la noche.

Acepta la advertencia, Elend, pensó Vin, y escapa. Es hora de que me marche.

No podía enfrentarse a dos nacidos de la bruma a la vez: ni siquiera podía derrotar a Kelsier la mayoría de las noches. Avivando acero, Vin se lanzó hacia atrás. Shan dio un paso adelante y, con decisión, se impulsó tras ella. El segundo nacido de la bruma la imitó.

¡Demonios!, pensó Vin, girando en el aire y tirando de sí hacia el borde del tejado, cerca de donde había roto la vidriera. Debajo corrían figuras y sus linternas iluminaban las brumas. Lord Venture debía de pensar que la confusión significaba que su hijo había muerto. Le esperaba una sorpresa.

Vin se lanzó de nuevo al aire, saltando al neblinoso vacío. Oyó a los dos nacidos de la bruma aterrizar tras ella, luego se impulsó otra vez.

Esto no va bien, pensó nerviosa mientras recorría las corrientes de aire. No le quedaban monedas, ni tenía dagas… y se enfrentaba a dos nacidos de la bruma bien entrenados.

Quemó hierro, buscando frenéticamente un anclaje en la noche. Una línea azul, moviéndose despacio, apareció bajo ella a la derecha.

Vin tiró de la línea, cambiando su trayectoria. Se lanzó hacia abajo: la muralla del Torreón de Venture apareció como una sombra oscura. Su anclaje era el peto de un desafortunado guardia de la muralla que se agarraba frenético a una de las almenas para no ser arrastrado hacia Vin.

Esta chocó contra el hombre con los pies, luego giró en el aire brumoso, volviéndose para aterrizar en la fría piedra. El guardia se desplomó, luego gimió, agarrándose desesperado a su asidero de piedra mientras otra fuerza alomántica tiraba de él.

Lo siento, amigo, pensó Vin, soltando de una patada la mano del hombre de la almena. El guardia salió inmediatamente despedido hacia arriba, como impulsado por un poderoso cable.

En la oscuridad se oyó el sonido de cuerpos chocando y Vin vio un par de formas caer flácidas al patio. Sonrió mientras echaba a correr por la muralla. Espero que fuera Shan.

Saltó y aterrizó encima de la caseta de guardia. Cerca de la fortaleza, la gente se congregaba y subía a sus carruajes para huir.

Y así empieza la guerra de casas, pensó. No creí que fuera a ser yo quien la iniciara oficialmente.

Una figura salida de la bruma se abalanzó hacia ella. Vin dejó escapar un grito, avivó peltre y saltó a un lado. Shan aterrizó con destreza, los flecos de la capa de bruma aleteando, encima de la garita. Empuñaba dos dagas y sus ojos resplandecían de ira.

Vin saltó a un lado, rodó de la garita y aterrizó en la muralla de abajo. Un par de guardias se alarmaron, sorprendidos al ver a una muchacha medio desnuda caer entre ellos. Shan saltó a la pared, tras ellos, luego empujó y lanzó a uno de los guardias contra Vin.

El hombre gritó cuando Vin empujó también su peto, pero era más pesado que ella y cayó de espaldas. Tiró del guardia para detenerse y el hombre chocó contra la parte superior de la muralla. Vin aterrizó ágilmente a su lado y recogió su bastón cuando ya rodaba libre de su mano.

Shan atacó en un destello de dagas giratorias, y Vin se vio obligada a saltar de nuevo hacia atrás. ¡Es muy buena!, pensó ansiosa. Vin apenas se había entrenado con las dagas: en aquel momento deseó haberle pedido a Kelsier un poco más de práctica. Blandió el bastón, pero nunca había usado uno y su ataque fue ridículo.

Shan descargó un golpe y Vin sintió una llamarada de dolor en la mejilla mientras esquivaba. Dejó caer aturdida el bastón, se llevó la mano a la cara y sintió la sangre. Retrocedió tambaleándose, viendo la sonrisa en el rostro de Shan.

Y, entonces, Vin recordó el frasquito. El que todavía llevaba… El que le había dado Kelsier.

Atium.

No se molestó en sacárselo de la cintura. Quemó acero, empujándolo al aire ante sí. Luego inmediatamente quemó hierro y tiró de la perla de atium. El frasquito se hizo añicos, la perla voló hacia Vin. La atrapó con la boca y se la tragó en el acto.

Shan vaciló. Entonces, antes de que Vin pudiera hacer nada, bebió de su propio frasquito.

¡Naturalmente, también tiene atium!

Pero ¿cuánto tenía? Kelsier no le había dado mucho a Vin… El suficiente para unos treinta segundos. Shan saltó hacia delante, sonriendo, su largo cabello negro ondeando en el aire. Vin apretó los dientes. No tenía elección.

Quemó atium. Inmediatamente, la forma de Shan despidió docenas de sombras de atium fantasma. Era un empate entre nacidas de la bruma: la primera que se quedara sin atium sería vulnerable. No se podía escapar de un oponente que sabía exactamente lo que ibas a hacer.

Vin retrocedió, sin perder de vista a Shan. La noble avanzó al acecho, sus fantasmas formando una insana burbuja de movimiento transparente a su alrededor. Parecía calmada. Segura.

Tiene atium de sobra, pensó Vin, sintiendo que su propia reserva se agotaba. Tengo que escapar.

Maldijo, mirando a un lado, hacia las brumas. Al hacerlo, captó una sonrisa en Shan.

Está esperando a que mi atium se consuma. Quiere que corra… sabe que puede alcanzarme.

Solo quedaba una opción: atacar.

Shan frunció el ceño, sorprendida, cuando Vin se abalanzó hacia delante. Unas flechas fantasma rozaron las piedras antes de que sus contrapartidas reales llegaran. Vin esquivó dos flechas (su mente amplificada por el atium sabía exactamente cómo moverse), pasando tan cerca entre ambas que sintió los proyectiles en el aire a cada lado.

Shan blandió sus dagas y Vin se volvió de lado esquivando un tajo y bloqueando el otro golpe con el antebrazo, con lo que se hizo un profundo corte. Su propia sangre voló por los aires mientras giraba, cada gotita desprendiendo una imagen transparente de atium, y avivó peltre y golpeó a Shan en el estómago.

Shan gruñó de dolor, se dobló levemente, pero no cayó.

El atium casi se ha consumido, pensó Vin, desesperada. Solo quedaban unos pocos segundos.

Por eso apagó su atium, exponiéndose.

Shan sonrió con malicia, se irguió, empuñando confiada la daga con la mano derecha. Supuso que Vin se había quedado sin atium… y que por tanto había quedado expuesta. Que era vulnerable.

En ese momento Vin quemó el último ápice de atium. Shan se detuvo brevemente, confundida, dejando a Vin un resquicio mientras una flecha fantasma surcaba las brumas sobre ellas.

Vin atrapó la flecha real que la seguía (el grano de la madera le quemó los dedos) y se la clavó en el pecho a Shan. El astil se quebró en su mano y se clavó aproximadamente una pulgada en el cuerpo de Shan. La mujer se tambaleó hacia atrás sin llegar a caer.

Maldito peltre, pensó Vin, desenvainando la espada del soldado inconsciente que tenía a sus pies. Saltó, apretando decidida los dientes, y Shan, todavía aturdida, alzó una mano para empujar la espada.

Vin soltó el arma (era solo una distracción) mientras clavaba la otra mitad de la flecha rota en el pecho de Shan, justo al lado de la primera.

Esta vez Shan cayó. Trató de levantarse, pero uno de los astiles debió de causar un grave daño a su corazón, pues su rostro palideció. Se debatió un momento y cayó sin vida al suelo.

Vin se irguió, jadeando entrecortadamente mientras se limpiaba la sangre de la mejilla… solo para advertir que su brazo ensangrentado empeoraba el estado de su cara. Tras ella, los soldados gritaban y seguían disparando flechas.

Vin miró hacia el torreón, se despidió de Elend y se abalanzó hacia la noche.