Aunque muchos terrisanos expresan cierto desprecio por Khlenium, también sienten envidia. He oído a los porteadores hablar con asombro de las catedrales de Khlenni, con sus sorprendentes vidrieras pintadas y sus amplios salones. También parecen muy aficionados a nuestra moda en el vestir: en las ciudades, vi cómo muchos jóvenes terrisanos cambiaban sus pieles y pellizas por trajes de caballero hechos a medida.

32

Dos calles más allá del taller de Clubs había un edificio de altura inusitada comparado con los que lo rodeaban. Era una especie de casa de vecinos, pensó Vin: un lugar donde hacinar a familias skaa. Sin embargo, nunca había estado dentro.

Lanzó una moneda y se impulsó a lo largo del costado del edificio de cinco plantas. Aterrizó ágilmente en el tejado, haciendo que la figura agazapada en la oscuridad diera un respingo de sorpresa.

—Solo soy yo —susurró, caminando en silencio por el tejado inclinado.

Fantasma le sonrió en la oscuridad. Siendo el mejor ojo de estaño de la banda, normalmente se encargaba de las guardias más importantes. Recientemente, eran las que tenían lugar durante las primeras horas de la noche: era el momento en que el conflicto entre las Grandes Casas solía convertirse en lucha abierta.

—¿Todavía siguen en ello? —preguntó Vin en voz baja, avivando estaño y escrutando la ciudad. Un brillante resplandor en la distancia prestaba a las brumas una extraña luminiscencia.

Fantasma asintió, señalando hacia la luz.

—El Torreón de Hasting. Soldaos de Elariel en atacando esta noche.

Vin asintió. La destrucción de esa fortaleza se esperaba desde hacía algún tiempo: había sufrido media docena de ataques de diferentes casas durante la última semana. Con los aliados retirándose y las finanzas en bancarrota, era cuestión de tiempo que cayera.

Extrañamente, ninguna de las casas atacaba de día. Había un fingido aire de secretismo en la guerra, como si la aristocracia reconociera el dominio del lord Legislador y no quisiera molestarlo recurriendo a una guerra diurna. Todo se hacía de noche, bajo una capa de bruma.

—En queriendo el querer desto —dijo Fantasma.

Vin vaciló.

—Hummm, Fantasma. ¿Podrías intentar hablar… normal?

Fantasma señaló una lejana y oscura estructura en la distancia.

—El lord Legislador. Es probable que le en guste la lucha.

Vin asintió. Kelsier tenía razón. No ha habido ninguna reacción del Ministerio ni de palacio en lo referente a la guerra de casas, y la Guarnición se está tomando su tiempo para regresar a Luthadel. El lord Legislador esperaba la guerra de casas… y pretende dejar que siga su curso. Como un fuego salvaje, para que arrase y renueve el campo.

Excepto que esta vez, cuando un fuego se apagara, otro se encendería: el ataque de Kelsier a la ciudad.

Suponiendo que Marsh pueda averiguar cómo detener a los inquisidores de acero. Suponiendo que podamos tomar el palacio. Y, naturalmente, suponiendo que Kelsier encuentre un modo de encargarse del lord Legislador…

Vin sacudió la cabeza. No quería pensar mal de Kelsier, pero no era capaz de imaginar cómo iba a suceder todo aquello. La Guarnición no había regresado todavía; sin embargo, según los informes estaba cerca, a una semana o dos de viaje. Algunas casas nobles estaban cayendo, pero no parecía que reinara el caos general que Kelsier había querido causar. El Imperio Final se tensaba, pero ella dudaba que acabara por quebrarse.

Sin embargo, tal vez esa no fuera la cuestión. La banda había hecho un trabajo sorprendente al instigar una guerra entre casas: tres Grandes Casas enteras ya no existían y el resto estaban seriamente debilitadas. La aristocracia tardaría décadas en recuperarse de sus propias luchas.

Hemos hecho un trabajo sorprendente, decidió Vin. Aunque no ataquemos el palacio, o si el ataque fracasa, habremos conseguido algo maravilloso.

Con los datos de Marsh sobre el Ministerio y la traducción de Sazed del libro, la rebelión tendría información nueva y útil para una resistencia futura. No era lo que Kelsier había esperado; no era el derrocamiento completo del Imperio Final. Sin embargo, se trataba de una victoria importante: una victoria a la que los skaa podrían referirse durante años como fuente de valor.

Y, con un sobresalto de sorpresa, Vin advirtió que se sentía orgullosa de haber tomado parte en ello. Tal vez, en el futuro, podría ayudar a iniciar una verdadera rebelión, en un lugar donde los skaa no estuvieran tan sometidos.

Si existe ese lugar… Vin estaba empezando a comprender que no eran solo Luthadel y sus comisarías aplacadoras lo que sometía a los skaa. Era todo: los obligadores, el trabajo constante en el campo y las fábricas, la manera de pensar potenciada por mil años de opresión. Había un motivo por el que las rebeliones skaa eran siempre tan pequeñas. El pueblo sabía (o creía saber) que no se podía combatir contra el Imperio Final.

Incluso Vin, que se consideraba una ladrona «liberada», hasta hacía poco lo creía. Había hecho falta el plan loco e imposible de Kelsier para convencerla de lo contrario. Tal vez por eso había planteado unos objetivos tan elevados para la banda: sabía que solo un reto semejante les haría darse cuenta, de manera extraña, de que podían resistir.

Fantasma la miró. Su presencia todavía lo hacía sentirse incómodo.

—Fantasma —dijo Vin—, sabes que Elend rompió su relación conmigo.

Fantasma asintió, estirando levemente el cuello.

—Sin embargo —lamentó Vin—, todavía lo amo. Lo siento, Fantasma. Pero es la verdad.

Él agachó la cabeza, entristecido.

—No eres tú —dijo Vin—. De verdad que no. Es que… bueno, no se puede evitar amar a alguien. Créeme, hay personas a las que preferiría no haber amado. No se lo merecían.

Fantasma asintió.

—Comprendo.

—¿Puedo quedarme el pañuelo?

Él se encogió de hombros.

—Gracias —dijo ella—. Significa mucho para mí.

Él alzó la cabeza y contempló las brumas.

—No soy un zangolotino. Yo… sabía que no en iba a pasá. Veo cosas, Vin. Veo un puñao de cosas.

Ella le puso una mano en el hombro para tratar de consolarlo. Veo cosas… Una declaración apropiada, viniendo de un ojo de estaño como él.

—¿Hace mucho tiempo que eres alomántico? —le preguntó.

Fantasma asintió.

—En llegué a romper cuando tenía cinco años. Casi no en macuerdo.

—¿Y desde entonces has estado practicando con el estaño?

—Casi siempre. Fue una en buena cosa pa mí. Me en dejaba ver, me en dejeba oír, me en dejaba sentir.

—¿Hay algún consejo que puedas darme?

Él reflexionó, sentado en el borde del tejado inclinado, con un pie colgando.

—Quemar estaño… No es como ver. Es como no ver.

Vin frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir?

—Cuando quemas, to viene. Montones de to. Distracciones aquí, allí. Si en quieres el poder de los quereres, ignora las distracciones de los dos.

Si quieres ser buena quemando estaño, pensó ella, traduciendo lo mejor posible, aprende a manejar la distracción. No es lo que ves: es lo que puedes ignorar.

—Interesante —dijo, pensativa.

Fantasma asintió.

—Cuando miras, ves la bruma y ves las casas y sientes la madera y oyes las ratas debajo. Elige uno y no te distraigas.

—Buen consejo.

Fantasma asintió mientras algo sonaba tras ellos. Ambos dieron un respingo y se agacharon, y Kelsier se echó a reír mientras cruzaba el tejado.

—Tendríamos que encontrar un modo mejor de advertir a la gente de que venimos. Cada vez que visito un nido de espías me preocupa que alguien se caiga del susto desde lo alto del tejado.

Vin se levantó y se sacudió el polvo de la ropa. Llevaba capa de bruma, camisa y pantalones: hacía días que no se ponía un vestido. Solo los usaba en sus apariciones protocolarias en la Mansión Renoux. A Kelsier le preocupaban demasiado los asesinos para dejar que se quedara allí demasiado tiempo.

Al menos hemos comprado el silencio de Kliss, pensó Vin, molesta por el gasto.

—¿Es la hora? —preguntó.

Kelsier asintió.

—Casi, al menos. Quiero hacer una pequeña parada por el camino.

Vin asintió. Para su segundo encuentro, Marsh había elegido un lugar que supuestamente estaba explorando para el Ministerio. Era una ocasión perfecta para reunirse, ya que Marsh tenía una excusa para estar en el edificio de noche buscando actividad alomántica por allí cerca. Habría un aplacador con él casi todo el tiempo, pero hacia medianoche Marsh calculaba que podría estar solo una media hora. No era mucho tiempo para escabullirse y regresar, pero sí para que un par de sigilosos nacidos de la bruma le hicieran una rápida visita.

Se despidieron de Fantasma y se lanzaron a la noche. Sin embargo, no viajaron mucho rato por los tejados: Kelsier no tardó en bajar a la calle y echó a andar para conservar fuerza y metales.

Es extraño, pensó Vin, recordando la primera noche en que practicó con Kelsier la alomancia. Ya ni siquiera me parece que las calles vacías sean temibles.

El empedrado estaba resbaladizo por la humedad de la bruma y la calle desierta acabó por desaparecer en la neblina. Oscuridad, silencio y soledad: ni siquiera la guerra lo había cambiado mucho. Los grupos de soldados, cuando atacaban, lo hacían en tropel, golpeando rápidamente y tratando de rebasar las defensas de una casa enemiga.

Sin embargo, a pesar del vacío de la noche en la ciudad, Vin se sentía cómoda. Las brumas la acompañaban.

—Vin —dijo Kelsier mientras caminaban—. Quiero darte las gracias.

Ella se volvió hacia él, una figura alta y orgullosa vestida con una majestuosa capa de bruma.

—¿Darme las gracias? ¿Por qué?

—Por las cosas que dijiste de Mare. He estado pensando mucho en ese día… en ella. No sé si tu habilidad para ver a través de las nubes de cobre lo explica todo, pero… bueno, si me dan a escoger, prefiero creer que Mare no me traicionó.

Vin asintió, sonriendo.

Él sacudió tristemente la cabeza.

—Parece una locura, ¿no? Como si… todos estos años hubiera estado esperando un motivo para ceder al autoengaño.

—No sé —dijo Vin—. En otra época tal vez hubiese pensado que estabas loco, pero… bueno, en eso consiste la confianza, ¿no? ¿Un deseo de engañarse a uno mismo? Tienes que acallar esa voz que susurra traiciones y esperar que tus amigos no vayan a hacerte daño.

Kelsier se echó a reír.

—No creo que estés mejorando el planteamiento, Vin.

Ella se encogió de hombros.

—Para mí tiene sentido. La desconfianza es realmente lo mismo… solo que desde el otro lado. Puedo comprender que una persona, si se le da a elegir entre dos puntos de vista, elija confiar.

—Pero ¿tú no?

Vin volvió a encogerse de hombros.

—Ya no lo sé.

Kelsier vaciló.

—Ese… Elend tuyo. Existe la posibilidad de que solo quisiera asustarte para que abandonaras la ciudad, ¿no? Tal vez dijo esas cosas por tu propio bien.

—Tal vez. Pero había algo diferente en él… en la forma en que me miró. Sabía que le estaba mintiendo, pero creo que no se daba cuenta de que soy una skaa. Quizá pensara que se trataba del espía de una de las otras casas. Sea como sea, parecía sincero en su deseo de librarse de mí.

—Tal vez pensaste eso porque ya estabas convencida de que iba a dejarte.

—Yo… —Vin guardó silencio y miró la calle resbaladiza y cenicienta mientras caminaban—. No sé… Es culpa tuya, ¿sabes? Antes lo entendía todo. Ahora todo es confuso.

—Sí, te he hecho la cabeza un lío —dijo Kelsier con una sonrisa.

—No pareces molesto por eso.

—No. Ni pizca. Ah, ya estamos aquí.

Se detuvo junto a un edificio grande y ancho, casi con seguridad otra casa de vecinos skaa. Dentro estaba oscuro: los skaa no podían permitirse lámparas de aceite y habrían apagado la chimenea central después de preparar la cena.

—¿Aquí? —preguntó Vin, inquieta.

Kelsier asintió. Se acercó a llamar con suavidad a la puerta. Para sorpresa de Vin, se abrió vacilante y una delgada cara skaa asomó a las brumas.

—¡Lord Kelsier! —dijo el hombre en voz baja.

—Te dije que vendría de visita —sonrió Kelsier—. Esta noche me ha parecido un buen momento.

—Pasa, pasa —dijo el hombre, abriendo la puerta. Dio un paso atrás, cuidando de no dejar que la bruma le tocara mientras Kelsier y Vin entraban.

Vin había estado antes en habitáculos de skaa, pero nunca le habían parecido tan… deprimentes. El olor a humo y cuerpos sin lavar era casi abrumador, y tuvo que apagar su estaño para no asfixiarse. La tenue luz de una pequeña estufa de carbón mostraba a un puñado de gente hacinada, durmiendo en el suelo. Mantenían el cuarto limpio de ceniza, pero solo hasta cierto punto: seguía habiendo manchas negras en la ropa, las paredes, los rostros. Los muebles eran escasos y las mantas para repartir pocas.

Yo antes también vivía así, pensó Vin, horrorizada. Los cubiles de las bandas eran iguales…, a veces aún más abarrotados. Esta… era mi vida.

La gente despertó al advertir que tenían visita. Vin se percató de que Kelsier iba remangado y las cicatrices de sus brazos eran visibles incluso a la luz de las ascuas. Destacaban claramente desde las muñecas hasta los codos, entrecruzándose y solapándose.

Los susurros comenzaron de inmediato.

—El Superviviente…

—¡Está aquí!

—Kelsier, el Señor de las Brumas…

Esa es nueva, pensó Vin, alzando una ceja. Permaneció en segundo plano mientras Kelsier sonreía y avanzaba al encuentro de los skaa. La gente se congregó a su alrededor con entusiasmo, tendiendo los brazos para tocarlo. Otros tan solo se quedaron mirando, observándolo con reverencia.

—He venido a difundir la esperanza —les dijo Kelsier—. La Casa Hasting ha caído esta noche.

Hubo murmullos de sorpresa y asombro.

—Sé que muchos de vosotros trabajasteis en las forjas y refinerías de acero de Hasting —dijo Kelsier—. Y, sinceramente, no puedo decir lo que esto significa para vosotros. Pero es una victoria para todos nosotros. Durante un tiempo, al menos, vuestros hombres no morirán en las fraguas o bajo los látigos de los capataces.

Se produjeron murmullos entre la pequeña multitud y alguien finalmente expresó la preocupación en voz lo suficientemente alta para que Vin la oyera.

—¿La Casa Hasting ha caído? ¿Quién nos dará de comer?

Qué asustado, pensó Vin. Yo nunca fui así… ¿verdad?

—Os enviaré otro cargamento de comida —prometió Kelsier—. Suficiente para una temporada, al menos.

—Has hecho mucho por nosotros —dijo otro hombre.

—Tonterías. Si queréis devolverme el favor, empezad a caminar algo más erguidos. Tened un poco menos de miedo. Ellos pueden ser derrotados.

—Por hombres como tú, lord Kelsier —susurró una mujer—. Pero no por nosotros.

—Os sorprendería —dijo Kelsier.

La multitud empezó a dejar espacio para que los padres pusieran en primera fila a sus hijos. Parecía que todo el mundo en el cuarto quería que sus hijos conocieran a Kelsier en persona. Vin lo observó con sentimientos encontrados. La banda todavía tenía sus reservas sobre la creciente fama de Kelsier con los skaa, aunque todos habían mantenido su palabra y guardaban silencio.

Parece que le importan de verdad, pensó Vin, viendo a Kelsier tomar en brazos a un niño pequeño. No creo que sea fingido. Así es como es él: ama a la gente, ama a los skaa. Pero… es más bien el amor de un padre por un hijo que el de un hombre por sus iguales.

¿Qué tenía de malo? Era, después de todo, una especie de padre para los skaa. Era el noble señor que siempre deberían haber tenido. Con todo, Vin no pudo dejar de sentirse incómoda mientras veía los rostros sucios de aquellas familias skaa, sus ojos llenos de adoración y reverencia.

Kelsier se despidió del grupo, diciéndoles que tenía una cita. Vin y él salieron de la abarrotada habitación al bendito aire fresco. Kelsier guardó silencio mientras viajaban hacia la nueva comisaría de aplacadores de Marsh, aunque había algo más de viveza en su paso.

Al cabo de un rato, Vin no pudo evitar preguntárselo.

—¿Los visitas a menudo?

Kelsier asintió.

—Al menos un par de casas por noche. Rompe la monotonía de mi otro trabajo.

Matar nobles y difundir rumores falsos, pensó Vin. Sí, visitar a los skaa debe de ser un buen cambio.

El punto de reunión estaba solo a unas cuantas calles de distancia. Kelsier se detuvo en un portal y escrutó la oscura noche. Finalmente, señaló una ventana apenas iluminada.

—Marsh dijo que dejaría una luz encendida si los otros obligadores se marchaban.

—¿Ventana o escaleras?

—Escaleras —dijo Kelsier—. La puerta no debería estar cerrada con llave y el Ministerio es dueño del edificio entero. Estará vacío.

Kelsier tenía razón en ambas cosas. El edificio no olía lo suficientemente a cerrado como para estar abandonado, pero las plantas inferiores no habían sido utilizadas. Vin y él subieron rápidamente las escaleras.

—Marsh debería poder decirnos la reacción del Ministerio a la guerra —dijo Kelsier mientras llegaban al piso superior. La luz de la linterna fluctuaba a través de la puerta, y la abrieron, todavía hablando—. Es de esperar que la Guarnición no vuelva demasiado pronto. El daño está casi hecho, pero me gustaría que la guerra continuara durante…

Se detuvo en la puerta, bloqueando la visión de Vin.

Ella avivó peltre y estaño inmediatamente y se agazapó, atenta a la presencia de algún atacante. No había nada. Solo silencio.

—No… —susurró Kelsier.

Entonces Vin vio el hilillo de oscuro líquido rojo que se arremolinaba junto al pie de Kelsier. Creó un charquito y luego empezó a caer por el primer escalón.

Por el lord Legislador, será posible…

Kelsier entró tambaleándose en la habitación. Vin lo siguió, pero ya sabía lo que iba a ver. El cadáver yacía cerca del centro de la cámara, desollado y desmembrado, la cabeza completamente aplastada. Apenas era reconocible como un ser humano. Las paredes estaban manchadas de rojo.

¿Puede un cuerpo contener realmente tanta sangre? Era igual que la otra vez, en el sótano de la guarida de Camon… pero con una sola víctima.

—Inquisidores —susurró Vin.

Kelsier, ajeno a la sangre, se arrodilló junto al cadáver de Marsh.

Alzó una mano como para tocar el cuerpo sin piel, pero detuvo el gesto, anonadado.

—Kelsier —dijo Vin urgentemente—. Esto es reciente… el inquisidor podría estar cerca todavía.

Él no se movió.

—¡Kelsier! —exclamó Vin.

Kelsier se estremeció, miró alrededor. Sus ojos se encontraron con los de ella y la lucidez regresó. Se puso en pie.

—La ventana —dijo Vin, cruzando la habitación.

Sin embargo, se detuvo al ver algo sobre una mesita, junto a la pared. La pata de madera de una silla, medio oculta bajo una hoja de papel en blanco. Vin la recogió mientras Kelsier llegaba a la ventana.

Él se dio la vuelta, contempló la habitación una vez más y saltó a la noche.

Adiós, Marsh, pensó apenada Vin, y lo siguió.

—«Creo que los inquisidores sospechan de mí» —leyó Dockson. El papel, una única hoja recuperada del interior de la pata de la mesa, estaba limpio y blanco, sin la sangre que manchaba las rodillas de Kelsier y el borde inferior de la capa de Vin.

Dockson continuó leyendo, sentado a la mesa de la cocina del taller de Clubs:

—«He estado haciendo demasiadas preguntas y sé que enviaron al menos un mensaje al obligador corrupto que supuestamente me entrenó como acólito. Quería descubrir los secretos que la rebelión ha necesitado siempre conocer. ¿Cómo recluta el Ministerio a los nacidos de la bruma para ser inquisidores? ¿Por qué son los inquisidores más poderosos que los alománticos normales? ¿Cuáles son sus debilidades, si las hay?

»“Por desgracia, apenas he descubierto nada sobre los inquisidores: aunque las maniobras políticas dentro de las filas regulares del Ministerio siguen sorprendiéndome. Es como si a los obligadores normales no les importara el mundo exterior, excepto por el prestigio que adquieren por ser los más listos o tener más éxito al aplicar los dictados del lord Legislador”.

»“Los inquisidores, sin embargo, son diferentes. Son mucho más leales al lord Legislador que los obligadores normales… y esta es en parte, tal vez, la causa de la disensión entre los dos grupos”.

»“En cualquier caso, me parece que estoy cerca. Tienen un secreto, Kelsier. Una debilidad. Estoy seguro. Los otros obligadores hablan de ello en susurros, aunque ninguno lo conoce”.

»“Me temo que he sondeado demasiado. Los inquisidores me siguen, me vigilan, preguntan por mí. Así que me preparo esta noche. Tal vez mi cautela es necesaria”.

»“Tal vez no”.

Dockson dejó de leer.

—Es… todo lo que dice.

Kelsier estaba de pie al otro lado de la cocina, la espalda apoyada en la alacena, en su postura habitual. Pero… no había ligereza en ella. Estaba cruzado de brazos, la cabeza ligeramente inclinada. Su pesadumbre parecía haberse desvanecido, sustituida por otra emoción… Una emoción que Vin había visto en ocasiones ardiendo oscura tras sus ojos. Normalmente cuando hablaba de la nobleza.

Vin se estremeció a su pesar. De pie como Kelsier estaba, ella fue súbitamente consciente de su ropa: una oscura capa de bruma gris, una camisa negra de manga larga, pantalones negros. En la noche, la ropa servía únicamente de camuflaje. En la habitación iluminada, sin embargo, los colores oscuros le daban un aspecto amenazador.

Kelsier se irguió y todos en la habitación se envararon.

—Decidle a Renoux que desaparezca —dijo suavemente, la voz como el hierro—. Puede usar la historia que planeamos para marcharse… Que se «retira» a sus tierras a causa de la guerra de casas. Pero quiero que esté fuera de aquí mañana. Enviad con él a un violento y un ojo de estaño para que lo protejan, pero decidle que abandone sus barcos a un día de la ciudad y que luego regrese con nosotros.

Dockson vaciló, luego miró a Vin y los demás.

—De acuerdo…

—Marsh lo sabía todo, Dox —dijo Kelsier—. Lo torturaron antes de matarlo… Así es como actúan los inquisidores.

Dejó flotar las palabras. Vin sintió un escalofrío. La guarida corría peligro.

—¿Al refugio de emergencia, entonces? —preguntó Dockson—. Solo tú y yo conocemos su emplazamiento.

Kelsier asintió con firmeza.

—Quiero a todo el mundo fuera de este taller, aprendices incluidos, dentro de quince minutos. Me reuniré contigo en el refugio de emergencia dentro de dos días.

Dockson miró a Kelsier, el ceño fruncido.

—¿Dos días? Kell, ¿qué estás planeando?

Kelsier se encaminó hacia la puerta. La abrió, dejando entrar la bruma, y luego miró al grupo con ojos tan duros como los clavos de los inquisidores.

—Me han golpeado donde más me hiere. Voy a hacer lo mismo.

Walin se abrió paso en la oscuridad, palpando a través de las estrechas cavernas, obligando a su cuerpo a pasar por grietas que casi resultaban demasiado pequeñas. Continuó bajando, buscando con los dedos, ignorando sus numerosos roces y cortes.

Debo continuar, debo continuar… Los restos de su cordura le decían que ese era su último día. Habían pasado seis días desde su último éxito. Si fracasaba una séptima vez, moriría.

Debo continuar.

No podía ver; estaba demasiado por debajo de la superficie para captar siquiera el reflejo de un atisbo de luz. Pero, incluso sin iluminación, podía encontrar el camino. Solo había dos direcciones: arriba y abajo. Los movimientos hacia los lados carecían de importancia y eran rechazados sin más. No podría perderse mientras continuara descendiendo.

Mientras tanto, tanteaba con los dedos buscando la áspera delación de la flor de cristal. No podría regresar esta vez, no hasta que hubiera tenido éxito, no hasta que…

Debo continuar.

Sus manos rozaron algo blando y frío mientras se movía. Un cadáver, pudriéndose atrapado entre dos rocas. Walin continuó. Los cadáveres no eran infrecuentes en las estrechas cavernas: algunos de los cuerpos estaban frescos aún, la mayoría era solo huesos. A menudo, Walin se preguntaba si los muertos no eran afortunados.

Debo continuar.

En realidad, el «tiempo» no existía en las cavernas. Normalmente, regresaba arriba para dormir: aunque en la superficie había capataces con látigos, también había comida. Era escasa, apenas lo suficiente para mantenerlo con vida, pero era mejor que el hambre que lo asaltaría si se quedaba abajo demasiado tiempo.

Debo continu…

Se detuvo. Tenía el torso metido en una estrecha grieta en la roca y estaba a punto de pasar. Sin embargo, sus dedos (siempre buscando, incluso cuando apenas era consciente) palpaban las paredes. Y habían encontrado algo.

Su mano tembló de expectación mientras palpaba las flores de cristal. Sí, sí, eso eran. Crecían en una amplia pauta circular en la pared; pequeñas por los bordes, se hacían gradualmente mayores cerca del centro. Justo en la parte central de la estructura circular los cristales se curvaban hacia dentro siguiendo un agujero en la pared. Allí los cristales se hacían largos y cada uno tenía un borde irregular dentado. Como si fuesen dientes alrededor de las fauces de una bestia de piedra.

Tomando aliento, rezando al lord Legislador, Walin metió la mano en la abertura circular del tamaño de un puño. Los cristales le arañaron el brazo, marcando largos y estrechos surcos en su piel. Ignoró el dolor, obligó a su brazo a seguir sondeando, hasta el codo, mientras sus dedos buscaban…

¡Allí! Sus dedos encontraron una pequeña roca en el centro del hueco: una roca formada por misteriosas gotas de cristal. Una geoda de Hathsin.

La agarró ansiosamente, la sacó, arañándose de nuevo el brazo mientras lo sacaba del agujero recubierto de cristales. Acunó la pequeña esfera rocosa, jadeando entrecortadamente de alegría.

Otros siete días. Viviría otros siete días.

Antes de que el hambre y la fatiga pudieran seguir debilitándolo, Walin empezó la laboriosa escalada hacia arriba. Se escurrió entre grietas, remontó los salientes de la pared. A veces tenía que moverse a derecha o izquierda hasta que el techo se abría, pero siempre lo hacía. En realidad solo había dos direcciones: arriba y abajo.

Estuvo al quite: había visto buscadores muertos, asesinados por hombres más jóvenes y más fuertes que esperaban robar una geoda. Por fortuna, no encontró a nadie. Eso era bueno. Era un hombre mayor, lo suficiente para saber que nunca debería haber intentado robar comida a un lord en su plantación.

Tal vez se había ganado aquel castigo. Tal vez se merecía morir en los Pozos de Hathsin.

Pero no moriré hoy, pensó, oliendo por fin el aire dulce y fresco. Era de noche arriba. No le importó. Las brumas no lo molestaban ya: ni siquiera las palizas lo molestaban ya. Estaba demasiado cansado para que le importase.

Walin empezó a salir de la grieta, una de las docenas que había en el pequeño valle conocido como los Pozos de Hathsin. Entonces se detuvo.

Había un hombre ante él en la noche. Iba vestido con una gran capa que parecía haber sido rasgada en tiras. El hombre miró a Walin, silencioso y poderoso con su ropa negra. Entonces le tendió la mano.

Walin dio un respingo. El hombre, sin embargo, agarró la mano de Walin y lo sacó de la grieta.

—¡Vete! —dijo el hombre suavemente en medio del torbellino de las brumas—. La mayoría de los guardias ha muerto. Reúne a cuantos prisioneros puedas y escapad de este lugar. ¿Tienes una geoda?

Walin retrocedió, llevándose la mano al pecho.

—Bien —dijo el desconocido—. Rómpela. Encontrarás una perla de metal dentro: es muy valiosa. Véndela en los bajos fondos de cualquier ciudad a la que vayas: deberías ganar lo suficiente para vivir durante años. ¡Vete rápido! No sé cuánto tiempo tienes hasta que den la alarma.

Walin retrocedió, confundido.

—¿Quién… quién eres tú?

—Soy lo que serás pronto —dijo el desconocido, acercándose a la grieta. Los lazos de su envolvente capa negra revoloteaban a su alrededor mezclándose con las brumas mientras se volvía hacia Walin—. Soy un superviviente.

Kelsier estudió la oscura cicatriz en la roca mientras escuchaba cómo el prisionero se perdía en la distancia.

—Y así regreso —susurró. Le ardían las cicatrices y los recuerdos regresaron. Recuerdos de meses pasados internándose entre grietas, arañándose los brazos con puñales cristalinos, buscando cada día una geoda… Solo una, para poder seguir viviendo.

¿Podía de verdad volver a bajar a aquellas estrechas y silenciosas profundidades? ¿Podía entrar de nuevo en esa oscuridad? Kelsier alzó los brazos, mirándose las cicatrices, todavía blancas y destacando en sus brazos.

Sí. Por los sueños de ella, podía.

Se acercó a la grieta y se obligó a bajar por su interior. Entonces quemó estaño. De inmediato oyó un chasquido desde arriba.

El estaño iluminaba la grieta que tenía debajo. Aunque se ensanchaba, también se dividía, desparramándose en todas direcciones. Parte cueva, parte grieta, parte túnel. Pudo ver su primer cristalino agujero de atium… o lo que quedaba de él. Los largos cristales plateados estaban fracturados.

Usar la alomancia cerca de los cristales de atium hacía que se estremecieran. Por eso el lord Legislador tenía que emplear esclavos, y no alománticos, para que le recogieran el atium.

Ahora la verdadera prueba, pensó Kelsier, internándose aún más en la grieta. Quemó hierro y de inmediato vio varias líneas azules apuntando hacia abajo, hacia los agujeros de atium. Aunque los agujeros en sí mismos ya no debían de albergar ninguna geoda en su interior, los cristales emitían leves líneas azules. Contenían cantidades residuales de atium.

Kelsier se concentró en una de las líneas azules y tiró levemente. Sus oídos amplificados por el atium oyeron algo quebrarse en la grieta, bajo él.

Kelsier sonrió.

Casi tres años antes, mientras se alzaba sobre el cadáver ensangrentado del capataz que había golpeado a Mare hasta la muerte, había advertido por primera vez que podía usar el hierro para sentir dónde estaban los huecos de cristal. Apenas comprendía entonces sus poderes alománticos, pero desde ese momento un plan había comenzado a fraguarse en su mente. Un plan de venganza.

Ese plan había evolucionado, creciendo hasta abarcar mucho más de lo que pretendía originalmente. Sin embargo, uno de los elementos clave había permanecido recluido en un rincón de su mente. Podía encontrar los huecos de cristal. Podía romperlos usando la alomancia.

Y eran el único medio de producir atium en todo el Imperio Final.

Tratasteis de destruirme, Pozos de Hathsin, pensó, mientras se internaba en la grieta. Es hora de que os devuelva el favor.