¿Cómo sería si todas las naciones, desde las islas al sur hasta las montañas de Terris al norte, estuvieran unidas bajo un solo gobierno? ¿Qué maravillas podrían conseguirse, qué progreso podría lograrse si la humanidad renunciara permanentemente a sus disputas y se uniera?

Supongo que es demasiado esperar. ¿Un único imperio humano, unificado? Nunca sucederá.

12

Vin resistió las ganas de tirar de su vestido de noble. Incluso después de media semana de verse obligada a llevar uno (sugerencia de Sazed), el pesado atuendo le resultaba incómodo. Le apretaba en la cintura y el pecho, y luego caía al suelo en varias capas de tejido rizado que entorpecía el andar. Seguía creyendo que iba a tropezar… y a pesar de lo ampuloso del vestido le parecía que iba desnuda por lo apretado que le quedaba en el pecho, por no mencionar el escote. Aunque enseñaba casi tanta piel cuando vestía camisas normales de botones, aquello le parecía diferente.

Sin embargo, tenía que admitir que el vestido lo cambiaba todo. La muchacha que la miraba desde el espejo era una criatura extraña y desconocida. El vestido celeste, con sus lazos y encajes blancos, hacía juego con los pasadores de zafiro de su pelo. Sazed decía que no estaría contento hasta que el pelo no le llegara al menos hasta los hombros, pero de todas formas había sugerido que comprara los pasadores y se los colocara sobre cada oreja.

—Los aristócratas no suelen ocultar sus defectos —le había explicado—. Al contrario, los resaltan. Llama la atención sobre tu pelo corto y, en vez de pensar que no vas a la moda, tal vez les impresione la declaración que estás haciendo.

Vin también llevaba un collar de zafiro; modesto para un noble, pero que valía más de doscientos cuartos. Lo complementaba con un brazalete de rubí, para acentuarlo. Al parecer, la moda del momento dictaba un único toque de color distinto para marcar contraste.

Y era todo suyo, pagado con fondos de la banda. Si se escapaba y se llevaba las joyas y sus tres mil cuartos, podría vivir durante décadas. Era más tentador de lo que quería admitir. Imágenes de los hombres de Camon, de sus cadáveres retorcidos en la silenciosa guarida, la acosaban. Eso debía de ser lo que le esperaba si se quedaba.

¿Por qué, entonces, no se marchaba?

Se apartó del espejo y se puso un chal de seda celeste, la versión femenina de una capa para los aristócratas. ¿Por qué no se marchaba? Tal vez era por su promesa a Kelsier. Él le había ofrecido el don de la alomancia, y dependía de ella. Tal vez era por su deber hacia los demás. Para sobrevivir, las bandas necesitaban que cada persona hiciera su trabajo.

Por la formación que le había dado Reen sabía que esos hombres eran unos necios, pero se sentía tentada, atraída por la posibilidad que ofrecían Kelsier y los otros. En el fondo, no eran las riquezas ni la emoción del trabajo lo que la hacían quedarse. Era la oscura perspectiva (improbable e irracional, pero seductora) de pertenecer a un grupo cuyos hombres se fiaban unos de otros. Tenía que quedarse. Tenía que saber si duraría, o si todo era, como prometían los crecientes susurros de Reen, una mentira.

Se dio la vuelta y salió de su habitación camino de la puerta de la Mansión Renoux, donde Sazed la esperaba con un carruaje. Había decidido quedarse y eso significaba que tenía que cumplir su cometido.

Era el momento de hacer su primera aparición como noble.

El carruaje dio una sacudida violenta y Vin se sobresaltó. Sin embargo, el vehículo continuó con normalidad su avance y Sazed no se movió de su lugar en el pescante.

Algo sonó en el techo. Vin avivó sus metales, tensándose, mientras una figura saltaba de la parte superior del carruaje y aterrizaba en el estribo, ante su puerta. Kelsier sonrió cuando asomó la cabeza por la ventanilla.

Vin dejó escapar un suspiro de alivio y se acomodó en su asiento.

—Podrías habernos pedido que te recogiéramos.

—No era necesario —dijo Kelsier, abriendo la puerta del carruaje y entrando. Fuera ya estaba oscuro y él llevaba su capa de bruma—. Ya le advertí a Sazed que me dejaría caer durante el viaje.

—¿Y por qué no me lo dijiste a mí?

Kelsier hizo un guiño y cerró la puerta.

—Supuse que te lo debía por la sorpresa en el callejón de la semana pasada.

—Qué madurez por tu parte —dijo Vin llanamente.

—Siempre he confiado mucho en mi inmadurez. ¿Estás preparada para la velada?

Vin se encogió de hombros, tratando de ocultar su nerviosismo. Bajó los ojos.

—¿Qué… uh, aspecto tengo?

—Espléndido —dijo Kelsier—. Igual que una noble joven. No te pongas nerviosa, Vin: el disfraz es perfecto.

Por algún motivo, a ella no le pareció que esa fuera la respuesta que quería oír.

—¿Kelsier?

—¿Sí?

—Hace tiempo que quería preguntarte algo —dijo, mirando por la ventanilla, aunque todo lo que podía ver era bruma—. Comprendo que pienses que es importante… esto de tener a una espía entre la nobleza. Pero… bueno, ¿de verdad tenemos que hacerlo así? ¿No podríamos encontrar informadores callejeros que nos dijeran lo que necesitamos saber sobre la política de las casas?

—Tal vez —respondió Kelsier—. Pero esos hombres se llaman «informadores» por un motivo, Vin. Cada pregunta que les haces les da una pista sobre tus verdaderos motivos… Incluso el hecho de reunirte con ellos revela un poco de información que podrían vender a otro. Es mejor confiar en ellos lo menos posible.

Vin suspiró.

—No te envío al peligro a ciegas, Vin —dijo Kelsier, inclinándose hacia delante—. Necesitamos a una espía entre la nobleza. Los informadores suelen conseguir sus datos de los criados, pero la mayoría de los aristócratas no son tontos. Las reuniones importantes tienen lugar donde ningún criado puede oírles.

—¿Y esperas que yo pueda participar en esas reuniones?

—Tal vez sí, tal vez no. Sea como sea, he aprendido que siempre es más útil tener a alguien infiltrado en la nobleza. Sazed y tú os enteraréis de temas vitales que los informadores callejeros no considerarían importantes. De hecho, estar en esas fiestas, aunque no te enteres de nada, ya nos proporcionará información.

—¿Cómo? —preguntó Vin, el ceño fruncido.

—Toma nota de la gente que parezca interesada en ti —dijo Kelsier—. Esas serán las casas que querremos vigilar. Si te prestan atención a ti, cabe pensar que estén prestándole atención también a lord Renoux… y hay un buen motivo para que estén haciéndolo.

—Armas —dijo Vin.

Kelsier asintió.

—La posición de Renoux como mercader de armas lo hará valioso para aquellos que planeen emprender acciones militares. Esas son las casas en las que necesitaré concentrar mi atención. Ya tendría que haber cierta tensión acumulada en la nobleza… Es de esperar que estén empezando a preguntarse qué casas van a volverse contra qué otras. No ha habido una guerra abierta entre las Grandes Casas desde hace más de un siglo, pero la última fue devastadora. Tenemos que repetirla.

—Eso podría significar la muerte de un montón de nobles.

Kelsier sonrió.

—Puedo vivir con eso. ¿Y tú?

Vin sonrió a pesar de la tensión.

—Hay otro motivo para que hagas esto —dijo Kelsier—. En algún momento durante este alocado plan mío puede que tengamos que enfrentarnos al lord Legislador. Tengo la sensación de que cuanta menos gente tengamos que colar en su presencia, mejor. Tener a una nacida de la bruma skaa oculta entre la nobleza…, bueno, podría ser una ventaja poderosa.

Vin sintió un ligero escalofrío.

—El lord Legislador… ¿estará allí esta noche?

—No. Habrá obligadores, aunque quizá no inquisidores… y, desde luego, quien no estará es el lord Legislador en persona. Una fiesta como esta no merece su atención.

Vin asintió con la cabeza. No había visto al lord Legislador: nunca había querido hacerlo.

—No te preocupes tanto —dijo Kelsier—. Aunque fueras a encontrarte con él, estarías a salvo. No puede leer la mente.

—¿Estás seguro?

Kelsier hizo una pausa.

—Bueno, no. Pero si puede leer la mente, no lo hace con todo el mundo al que ve. He conocido a varios skaa que se hicieron pasar por nobles en su presencia… Yo mismo lo hice varias veces antes de… —Se calló y se miró las manos cubiertas de cicatrices.

—Al final acabó capturándote.

—Y es probable que vuelva a hacerlo —respondió Kelsier, guiñándole un ojo—. Pero no te preocupes ahora por él: nuestro objetivo esta noche es la presentación de lady Valette Renoux. No tendrás que hacer nada peligroso ni extraño. Solo asistir y marcharte cuando te lo diga Sazed. Nos preocuparemos más tarde de ganarnos la confianza.

Vin asintió.

—Buena chica —dijo Kelsier. Abrió la puerta—. Estaré escondido cerca del torreón, vigilando y escuchando.

Vin asintió, agradecida, y Kelsier saltó del carruaje y desapareció entre las brumas oscuras.

Vin no estaba preparada para lo mucho que brillaba el Torreón de Venture en la oscuridad. El enorme edificio estaba envuelto en un aura de luz brumosa. Mientras el carruaje se acercaba, distinguió ocho luces gigantescas que ardían en el exterior del edificio rectangular. Brillaban tanto como hogueras, pero eran mucho más firmes y tenían espejos al lado para iluminar directamente la fortaleza. Vin no acababa de entender su propósito. El baile sería dentro, ¿por qué poner luz en el exterior del edificio?

—Mete la cabeza, por favor, mi señora —dijo Sazed desde su puesto en el pescante—. Las damas no se asoman.

Vin le dirigió una dura mirada que él no pudo ver, pero volvió a meter la cabeza, esperando con impaciente nerviosismo a que el carruaje se detuviera ante la enorme mansión. Al cabo de un rato se detuvo y un palafrenero inmediatamente le abrió la puerta. Un segundo criado se acercó y le ofreció una mano para ayudarla a bajar.

Vin aceptó la mano, tratando con toda la gracia posible de sacar del carruaje la falda de encajes de su vestido. Mientras descendía con cuidado, tratando de no tropezar, agradeció la mano firme del criado y finalmente se dio cuenta de por qué se esperaba de los hombres que ayudaran a las mujeres a salir de los carruajes. No era una costumbre tonta después de todo: lo tonto era la ropa.

Sazed entregó el carruaje y ocupó su lugar unos cuantos pasos detrás de ella. Llevaba una ropa aún más refinada que de costumbre; aunque con la misma pauta en forma de V, tenía un cinturón y anchas mangas envolventes.

—Adelante, señora —la animó Sazed desde atrás—. Hasta la alfombra, para que tu vestido no roce el empedrado, y luego entra por la puerta principal.

Vin asintió, tratando de tragarse su incomodidad. Avanzó, dejando atrás nobles y damas con diversas galas y vestidos. Aunque no la miraban, se sentía observada. Sus pasos no tenían la gracia de las otras damas, que estaban hermosas y parecían cómodas con sus atuendos. Las manos empezaron a sudarle dentro de sus guantes blanquiazules de seda.

Se obligó a continuar. Sazed la llevó hasta la puerta y entregó su invitación a los encargados. Dos hombres vestidos de negro y rojo asintieron y le cedieron el paso. Una multitud de aristócratas se congregaba en el vestíbulo, esperando para entrar en el salón principal.

¿Qué estoy haciendo?, se preguntó Vin, frenética. Podía desafiar la bruma y la alomancia, a ladrones y rateros, espectros y palizas. Sin embargo, enfrentarse a esos nobles y sus damas…, caminar entre ellos a la luz, visible, incapaz de esconderse… Eso la aterrorizaba.

—Adelante, señora —dijo Sazed con su voz tranquilizadora—. Recuerda tus lecciones.

¡Escóndete! ¡Busca un rincón! ¡Sombras, brumas, lo que sea!

Vin caminaba con las manos rígidas. Sazed se colocó a su lado. Con el rabillo del ojo, pudo ver la preocupación en su rostro normalmente calmado.

¡Y bien que debe preocuparse! Todo lo que le había enseñado parecía huidizo, vaporoso como las brumas mismas. No podía recordar nombres, costumbres, nada.

Se detuvo en el vestíbulo y un noble de aspecto imperioso vestido de negro se volvió a mirarla. Vin se detuvo.

El hombre la miró con gesto despectivo, luego se volvió. Ella oyó susurrar claramente la palabra «Renoux» y miró aprensiva a un lado. Varias mujeres la estaban mirando.

Y, sin embargo, no parecía que la estuviesen viendo siquiera. Estaban estudiando el vestido, el pelo y las joyas. Vin miró al otro lado, donde un grupo de hombres más jóvenes la miraba. Veían el escote, el hermoso vestido y el maquillaje, pero no la veían a ella.

Ninguno podía ver a Vin, solo el rostro que se había puesto, el rostro que ella quería que vieran. Veían a lady Valette. Era como si Vin no estuviera allí.

Como si… como si estuviera ocultándose, justo delante de sus ojos.

Y de repente la tensión empezó a remitir. Dejó escapar un largo suspiro para calmarse y la ansiedad se redujo. La formación de Sazed regresó y Vin adoptó la expresión de una muchacha asombrada por su primer baile de gala. Entregó el chal a un sirviente y Sazed se relajó a su lado. Vin le dirigió una sonrisa y entró en el salón principal.

Podía hacerlo. Todavía estaba nerviosa, pero el momento de pánico había pasado. No necesitaba sombras ni rincones: solo una máscara de zafiros, maquillaje y tela azul.

El salón principal Venture era grandioso e imponente. De tres o cuatro pisos de altura, varias veces más largo que ancho, con enormes vidrieras rectangulares en las paredes iluminadas por las extrañas luces del exterior, inundando con una cascada de colores la sala. Enormes columnas de piedra adornaban los muros entre las ventanas. Justo antes de que las columnas tocaran el suelo, la pared cedía creando un arco y una galería de una planta bajo las ventanas. Docenas de mesas ocupaban esta zona, protegidas tras las columnas y bajo el arco. En la distancia, al fondo del salón, Vin distinguió un balcón bajo donde había un grupo más pequeño de mesas.

—La mesa donde cena lord Straff Venture —susurró Sazed, indicando el lejano balcón.

Vin asintió.

—¿Y esas luces de fuera?

—Candilejas, señora —explicó Sazed—. No estoy seguro de cuál es el proceso empleado: de algún modo, las piedras de tilo pueden ser calentadas para que brillen sin derretirse.

Una orquesta de cuerda tocaba en un escenario a la izquierda, proporcionando música para las parejas que bailaban en el mismo centro del salón. A la derecha, las mesas ofrecían plato tras plato de comida que servían presurosos criados vestidos de blanco.

Sazed se acercó a un sirviente y le mostró la invitación de Vin. El hombre asintió, luego susurró algo al oído de un criado más joven. El muchacho hizo una reverencia a Vin y luego la guio por la sala.

—He pedido una mesa pequeña y apartada —dijo Sazed—. No necesitarás mezclarte en esta visita, creo. Solo que te vean.

Vin asintió, agradecida.

—La mesa apartada indicará que eres soltera —le advirtió Sazed—. Come despacio… Cuando acabes, los hombres vendrán a sacarte a bailar.

—¡No me has enseñado a bailar! —dijo Vin con un susurro urgente.

—No hubo tiempo, señora —respondió Sazed—. No te preocupes: respetuosamente y con todo derecho puedes rechazarlos. Ellos supondrán que estás anonadada por tu primer baile, y no pasará nada.

Vin asintió. El criado los condujo a una mesita, cerca del centro del pasillo. Vin se sentó en la única silla mientras Sazed ordenaba su comida. Luego se colocó detrás del asiento.

Vin esperó. La mayoría de las mesas se encontraba justo bajo el saliente de la galería, cerca de la pista de baile, y eso dejaba un pasillo entre ellas y la pared. Parejas y grupos pasaban, hablando tranquilamente. De vez en cuando alguien señalaba hacia Vin.

Bueno, esa parte del plan de Kelsier está funcionando. Reparaban en ella. Sin embargo, tuvo que esforzarse para no rebullirse ni hundirse en su asiento cuando un alto prelado caminó por el pasillo tras ella. Por fortuna, no era uno de los que había conocido, aunque llevaba la misma túnica gris y los mismos tatuajes alrededor de los ojos.

La verdad era que había varios obligadores en la fiesta. Caminaban, mezclándose con los asistentes. Y, sin embargo, había en ellos cierto distanciamiento. Se mantenían aparte, casi como carabinas.

La Guarnición vigila a los skaa, pensó Vin. Al parecer, los obligadores realizan una función similar con la nobleza. Era una constatación extraña: siempre había pensado que los nobles eran libres. Y, desde luego, eran mucho más confiados que los skaa. Muchos parecían estar divirtiéndose y los obligadores no parecían actuar como policía, ni siquiera específicamente como espías. Sin embargo, allí estaban. Deambulando, uniéndose a las conversaciones. Un recordatorio constante del lord Legislador y su imperio.

Vin dejó de prestar atención a los obligadores (su presencia aún seguía haciéndola sentirse un poco incómoda) y se concentró en otra cosa: las hermosas vidrieras. Sentada donde estaba, podía ver algunas de las que estaban directamente enfrente y encima.

Eran escenas religiosas, como muchas de las preferidas por la aristocracia. Tal vez para mostrar devoción, o tal vez se trataba de una exigencia. Vin no lo sabía con exactitud… pero Valette tampoco debía de saberlo, así que no importaba.

Por fortuna, reconoció algunas de las escenas, sobre todo por las enseñanzas de Sazed. Parecía saber tanto sobre la doctrina del lord Legislador como de otras religiones, aunque a ella le resultaba extraño que estudiara la religión que consideraba tan opresiva.

En el centro de muchas de las vidrieras estaba la Profundidad. Negra (o, en términos de vidriera, violeta), era informe, con vengativas masas en forma de tentáculos extendiéndose por varias ventanas. Vin la contempló, junto con las brillantes imágenes coloreadas del lord Legislador, y se sintió un poco transfigurada por las escenas a contraluz.

¿Qué era la Profundidad?, se preguntó. ¿Por qué describirla de manera tan informe? ¿Por qué no mostrar lo que realmente era?

Nunca había pensado en la Profundidad hasta entonces, pero las lecciones de Sazed la habían hecho dudar. Su instinto gritaba que había engaño. El lord Legislador había inventado una amenaza terrible que había sido capaz de destruir en el pasado, «ganándose» por tanto su puesto como emperador. Y, sin embargo, al contemplar aquella cosa horrible y retorcida, Vin casi podía creer.

¿Y si algo así hubiera existido? De ser cierto, ¿cómo había conseguido derrotarla el lord Legislador?

Suspiró, sacudiendo la cabeza. Ya empezaba a pensar como una noble. Estaba admirando la belleza de los adornos, pensando en lo que significaban, sin pensar más que de pasada en el dinero que habían costado. Pero todo parecía maravilloso y ornado.

Los pilares del salón no eran solo columnas normales, sino obras maestras talladas. Grandes estandartes colgaban del techo sobre las vidrieras y la suave bóveda del techo estaba cruzada por vigas y rematada con piedras angulares. De algún modo, supo que cada uno de aquellos remates estaba intrincadamente tallado, a pesar de que estaban demasiado lejos para verlos desde abajo.

Y los bailarines rivalizaban, quizás incluso superándolo, con el exquisito entorno. Las parejas se movían con gracia, siguiendo la suave música con movimientos fluidos, aparentemente sin esfuerzo. Muchos incluso charlaban mientras bailaban. Las damas se movían libremente con sus vestidos…, muchos de los cuales, advirtió Vin, hacían que su propio atuendo de encajes pareciera sencillo en comparación. Sazed tenía razón: el pelo largo estaba de moda, aunque el mismo número de damas lo llevaba recogido.

Rodeados por el majestuoso salón, los nobles con sus atuendos de gala parecían de algún modo diferentes. Distinguidos. ¿Eran estas las mismas criaturas que golpeaban a sus amigos y esclavizaban a los skaa? Parecían demasiado… perfectos, demasiado bien educados para cometer esos terribles actos.

Me pregunto si alguna vez se fijarán en el mundo exterior, pensó, cruzando los brazos sobre la mesa mientras contemplaba el baile. Tal vez no pueden ver más allá de sus fortalezas y sus bailes… igual que no pueden ver más allá de mi vestido y mi maquillaje.

Sazed le dio un golpecito en el hombro y Vin suspiró, adoptando una postura más digna de una dama. La comida llegó unos instantes después, un festín de sabores tan extraños que se hubiera quedado desconcertada de no haber comido cosas similares durante los últimos meses. En sus lecciones Sazed podía haber omitido la danza, pero había sido bastante puntilloso en lo referente a la etiqueta para cenar, cosa que Vin agradeció. Como había dicho Kelsier, el principal objetivo de la noche era hacer acto de presencia… y por eso era tan importante que lo hiciera de manera adecuada.

Comió con delicadeza, como le habían enseñado, y eso le permitió ser lenta y meticulosa. No le gustaba la idea de que la invitaran a bailar; en el fondo temía que fuera a dejarse llevar por el pánico si alguien llegaba a hablarle. Sin embargo, una comida podía durar un tiempo limitado… sobre todo dado lo pequeñas que eran las raciones servidas a una dama. Terminó pronto y colocó el tenedor sobre el plato indicando que había acabado.

El primer pretendiente apareció apenas dos minutos más tarde.

—¿Lady Valette Renoux? —preguntó el joven, haciendo una ligera reverencia. Llevaba un chaleco verde bajo su traje largo y oscuro—. Soy lord Rian Strobe. ¿Le gustaría bailar?

—Mi señor… —dijo Vin, bajando vergonzosa la mirada—. Es usted muy amable, pero este es mi primer baile, ¡y aquí todo es tan grandioso! Y temo tropezar por el nerviosismo. ¿Quizá la próxima vez…?

—Por supuesto, mi señora —dijo él, asintiendo cortés antes de retirarse.

—Muy bien hecho, señora —susurró Sazed—. Tu acento ha sido magistral. Naturalmente, tendrás que bailar con él en la próxima ocasión. Sin duda para entonces ya te habremos enseñado, creo.

Vin se ruborizó.

—Tal vez él no asista.

—Tal vez —dijo Sazed—. Pero no es probable. Los jóvenes nobles son muy aficionados a sus diversiones nocturnas.

—¿Hacen esto cada noche?

—Prácticamente. Los bailes son, después de todo, el principal motivo por el que la gente viene a Luthadel. Si estás en esta ciudad y hay un baile (y casi siempre lo hay), sueles asistir, sobre todo si eres joven y soltero. No esperarán que acudas con mucha frecuencia, aunque deberíamos intentar que asistieras a dos o tres por semana.

—Dos o tres… —dijo Vin—. ¡Pero voy a necesitar más vestidos!

Sazed sonrió.

—Ah, ya piensas como una noble. Ahora, señora, si me disculpas…

—¿Disculparte? —preguntó Vin, dándose la vuelta.

—Voy al comedor de los mayordomos. Normalmente un sirviente de mi categoría se retira cuando su señor ha terminado de comer. No me apetece irme y dejarte, pero esa habitación estará llena de los presumidos criados de los altos nobles. Habrá conversaciones que maese Kelsier desea que oiga.

—¿Me dejas sola?

—Hasta ahora lo has hecho bien, señora —dijo Sazed—. No has cometido ningún error importante… o al menos ninguno que no quepa esperar de una dama nueva en la corte.

—¿Como cuál? —preguntó Vin, aprensiva.

—Los discutiremos más tarde. Quédate en la mesa tomando vino… Trata de que no llenen la copa demasiado a menudo y espera mi regreso. Si otros jóvenes se acercan, recházalos tan delicadamente como has hecho con el primero.

Vin asintió, vacilante.

—Regresaré dentro de una hora —prometió Sazed. Sin embargo, se quedó allí de pie, como si esperara algo.

—Hummm, puedes retirarte —dijo Vin.

—Gracias, señora —dijo él, haciendo una reverencia antes de marcharse y dejarla sola. No estoy sola, pensó. Kelsier está ahí fuera en alguna parte, vigilando en la noche. La idea la reconfortó, aunque deseó no sentir de manera tan aguda el espacio vacío tras la silla.

Tres jóvenes más se acercaron para invitarla a bailar, pero cada uno de ellos aceptó su amable rechazo. Ningún otro vino después: debía de haberse corrido la voz de que no estaba interesada en bailar. Memorizó los nombres de los cuatro hombres que la habían abordado (Kelsier querría conocerlos) y se dispuso a esperar.

Extrañamente, pronto se sintió aburrida. La sala estaba bien ventilada, pero seguía notando calor bajo las capas de tela. Lo peor eran sus piernas, ya que tenían que soportar toda aquella ropa interior que le llegaba hasta los talones. Las mangas largas no ayudaban tampoco, aunque la seda era suave contra su piel. El baile continuó y ella lo observó con interés durante un rato. Sin embargo, pronto dedicó su atención a los obligadores.

Parecía que tenían algún tipo de función en la fiesta. Aunque a menudo se mantenían apartados de los grupos de nobles que charlaban, de vez en cuando se unían a ellos. Y, con la misma frecuencia, algún grupo se detenía y buscaba a un obligador, llamándolo con un gesto respetuoso.

Vin frunció el ceño, tratando de decidir qué estaba pasando por alto. Al cabo de un rato, un grupo sentado a una mesa cercana llamó a un obligador que pasaba. La mesa estaba demasiado lejos para oír nada sin ayuda, pero con estaño…

Buscó en su interior para quemar el metal, pero se detuvo. Primero cobre, pensó, encendiendo el metal. Tendría que acostumbrarse a dejarlo encendido casi todo el tiempo, para no exponerse.

Oculta su alomancia, encendió estaño. Inmediatamente, la luz de la sala se volvió cegadora y tuvo que cerrar los ojos. La música de la banda se hizo más fuerte, y una docena de conversaciones a su alrededor pasaron de ser zumbidos a voces audibles. Tuvo que intentar concentrarse con fuerza en la que le interesaba, pero la mesa era la que estaba más cerca, así que al final logró aislar las voces adecuadas.

—… juro que compartiré con él la noticia de mi compromiso antes que con nadie —dijo una de ellas. Vin abrió un poquito los ojos: era una de las nobles sentadas a la mesa.

—Muy bien —dijo el obligador—. Soy testigo y doy fe de esto.

La noble tendió una mano y las monedas tintinearon. Vin apagó su estaño, abriendo del todo los ojos a tiempo para ver al obligador marcharse, guardando algo (las monedas, seguramente) en uno de los bolsillos de su túnica.

Interesante, pensó.

Por desgracia, la gente de la mesa no tardó en levantarse y marcharse, dejando a Vin sin nadie cerca para escuchar. Su aburrimiento regresó mientras observaba al obligador cruzar la sala y acercarse a uno de sus compañeros. Empezó a tamborilear con los dedos sobre la mesa, mirando a los dos obligadores hasta que se dio cuenta de algo.

Reconoció a uno de ellos. No el que había aceptado el dinero, sino su compañero, un hombre mayor. Bajo y de rasgos firmes, tenía un aire dominante. Incluso el otro obligador lo trataba con deferencia.

Al principio, Vin creyó que su familiaridad se debía a su visita al Cantón de las Finanzas con Camon y sintió una puñalada de pánico. Entonces, sin embargo, se dio cuenta de que no se trataba del mismo hombre. Lo había visto antes, pero no allí. Era…

Mi padre, advirtió con estupefacción.

Reen se lo había señalado una vez, a su llegada a Luthadel un año antes: él estaba inspeccionando a los obreros de una fragua local. Reen coló a Vin en el lugar, insistiendo en que al menos viera una vez a su padre… aunque ella no comprendió por qué. De todas formas, había memorizado su cara.

Resistió las ganas de encogerse en su silla. Era imposible que el hombre pudiera reconocerla: ni siquiera sabía que existía. Se obligó a desviar su atención de él y miró en cambio las vidrieras. Sin embargo, no pudo echarles un buen vistazo porque las columnas y los tapices se lo impedían.

Mientras estaba allí sentada, reparó en algo que no había advertido antes: un balcón descubierto que corría por encima de la pared del fondo. Era como una contrapartida al hueco bajo las ventanas, excepto que corría por la parte superior de la pared, entre las vidrieras y el techo. Vio movimiento allí, parejas y gente sola paseando y contemplando la fiesta de abajo.

Se sintió atraída por el balcón, desde donde podría ver la fiesta sin ser vista. También le permitiría contemplar los maravillosos estandartes de las ventanas que había directamente sobre su mesa y estudiar las piedras angulares sin parecer curiosa.

Sazed le había dicho que se quedara allí sentada, pero cuanto más tiempo pasaba, más se dirigían sus ojos al balcón oculto. Ansiaba levantarse y moverse, estirar las piernas y airearlas un poco. La presencia de su padre (ajeno a ella o no), era otra motivación para dejar la planta principal.

No se puede decir que nadie más vaya a invitarme a bailar, pensó. Y ya he hecho lo que quería Kelsier: los nobles me han visto.

Se detuvo y llamó a un criado, que se acercó velozmente.

—¿Sí, lady Renoux?

—¿Cómo se llega allí arriba? —preguntó Vin, señalando el balcón.

—Hay escaleras al lado de la orquesta, mi señora —respondió el muchacho—. Conducen al rellano.

Vin asintió dándole las gracias. Entonces, decidida, se levantó y se encaminó al lugar. Nadie le dirigió más que una mirada al pasar, y caminó con más confianza cuando hubo cruzado el salón y llegó a la escalera.

El corredor de piedra se retorcía hacia arriba, enroscándose sobre sí mismo, sus escalones cortos pero empinados. Pequeñas vidrieras, no más anchas que su mano, se abrían en la pared exterior, aunque oscuras, sin contraluz. Vin subió ansiosamente, consumiendo su inquieta energía, pero pronto empezó a jadear por el peso del vestido y la dificultad de sujetarlo para no tropezar. Sin embargo, una chispa de peltre quemado la hizo subir sin esfuerzo para no sudar y no estropearse el maquillaje.

La subida mereció la pena. El balcón superior estaba iluminado solamente por varias linternitas de cristal azul en las paredes y proporcionaba un panorama sorprendente de las vidrieras. La zona estaba tranquila y Vin se sintió prácticamente sola mientras se acercaba a la barandilla de hierro entre dos columnas y se asomaba. Las losas de piedra del suelo de abajo formaban un dibujo que no había advertido, una especie de caprichosa curva de gris sobre blanco.

¿Brumas?, se preguntó, apoyada contra la barandilla, que al igual que la linterna que tenía detrás era intrincada y detallada: las dos habían sido forjadas en forma de gruesas enredaderas que se curvaban entre sí. A ambos lados, los capiteles de las columnas eran animales de piedra detenidos en el momento de saltar del balcón.

—Bueno, ese es el inconveniente que tiene ir a volver a llenar la copa de vino.

La súbita voz hizo que Vin diera un respingo y se girara. Había un joven tras ella. Su traje no era el más bonito que había viso, ni su chaleco el más brillante. La casaca y la camisa le quedaban demasiado grandes e iba un poco despeinado. Llevaba una copa de vino y en el bolsillo exterior de su casaca se notaba un bulto: un libro demasiado grande para caber en él.

—El problema es —dijo el joven—, que regresas y descubres que te ha robado tu sitio favorito una chica guapa. Un caballero se iría a otra parte, dejando a la dama con sus meditaciones. Sin embargo, este es el mejor sitio del balcón, el único lugar que está lo bastante cerca de una linterna para tener buena luz para leer.

Vin se ruborizó.

—Lo siento, mi señor.

—Ah, vaya, ahora me siento culpable. Todo por una copa de vino. Mira, hay espacio suficiente para dos personas aquí arriba…, échate un poco para allá.

Vin se detuvo. ¿Podía rechazarlo amablemente? Estaba claro que él quería que se quedara cerca. ¿Sabía quién era? ¿Debería tratar de averiguar su nombre para poder contárselo a Kelsier?

Se apartó un poco y el hombre ocupó su sitio a su lado. Se apoyó contra una columna y, sorprendentemente, sacó su libro y se puso a leer. Tenía razón: la linterna iluminaba directamente las páginas. Vin se quedó allí mirándolo un momento, pero él parecía completamente absorto. Ni siquiera se detuvo a mirarla.

¿Es que no va a prestarme atención?, pensó Vin, sorprendida de su propio malestar. Tal vez debería haberme puesto un vestido más bonito.

El hombre bebía vino concentrado en su libro.

—¿Siempre lees en los bailes?

El joven alzó la cabeza.

—Cada vez que puedo escaparme.

—¿No va eso en contra de la idea misma de asistir? —preguntó Vin—. ¿Por qué asistir si vas a evitar relacionarte con nadie?

—Tú también estás aquí arriba —señaló él.

Vin se ruborizó.

—Solo quería ver bien el salón.

—¿Sí? ¿Y por qué has rechazado bailar con esos tres hombres que te invitaron?

Vin se detuvo. El hombre sonrió, luego volvió a su libro.

—Han sido cuatro —rezongó—. Y los he rechazado porque no sé bailar muy bien.

El hombre bajó un poco el libro para mirarla.

—¿Sabes? Eres mucho menos tímida de lo que parece.

—¿Tímida? No soy yo quien está mirando un libro cuando hay una joven a su lado, sin que hayan sido presentados adecuadamente.

El hombre alzó una ceja, especulativo.

—Ahora hablas igual que mi padre. Más atractiva, pero igual de gruñona.

Vin se lo quedó mirando con mala cara. Finalmente, él se encogió de hombros.

—Muy bien, seamos caballerosos. —Le hizo una reverencia, formal y refinado—. Soy lord Elend. Lady Valette Renoux, ¿puedo tener el placer de compartir este balcón contigo mientras leo?

Vin se cruzó de brazos. ¿Elend? ¿Eso es nombre o apellido? ¿Debe importarme? Solo quiere recuperar su sitio. Pero… ¿cómo sabía que me he negado a bailar? Tuvo la sospecha de que Kelsier querría enterarse de esa conversación.

Curiosamente, no sentía ningún deseo de rechazar a ese hombre como había hecho con los otros. Sintió otra punzada de malestar cuando él volvió a levantar su libro.

—Todavía no me has dicho por qué prefieres leer a participar.

El hombre suspiró y volvió a bajar el libro.

—Bueno, verás, tampoco soy exactamente el mejor de los bailarines.

—Ah.

—Pero —dijo él, levantando un dedo—, eso es solo una parte. Puede que todavía no te des cuenta, pero es difícil no hartarse de fiestas. Cuando has asistido a quinientos o seiscientos bailes de estos empiezan a parecerte un poco repetitivos.

Vin se encogió de hombros.

—Aprenderías a bailar mejor si practicaras, supongo.

Elend alzó una ceja.

—No vas a dejarme volver a mi libro, ¿verdad?

—No lo pretendía.

Él suspiró y volvió a guardarse el libro en el bolsillo de la casaca, que empezaba a mostrar signos de desgaste.

—Muy bien. ¿Quieres ir a bailar?

Vin se quedó inmóvil. Elend sonrió indiferente.

¡Señor! O es increíblemente sibilino o socialmente incompetente. Era preocupante no poder determinarlo.

—¿Debo suponer que eso es un no? —dijo Elend—. Bien… creía que debía ofrecerme, ya que has establecido que soy un caballero. Sin embargo, dudo que las parejas de abajo aprecien que les pisemos.

—Estoy de acuerdo. ¿Qué lees?

—Dilisteni —dijo Elend—. Juicios de monumento. ¿Lo conoces?

Vin negó con la cabeza.

—Ah, bueno. No lo conocen muchos. —Se apoyó en la barandilla y contempló el salón—. Bien, ¿qué te parece tu primera experiencia en la corte?

—Es muy… abrumadora.

Elend se echó a reír.

—Di lo que quieras sobre la Casa Venture: saben dar una fiesta.

Vin asintió.

—¿No te gusta entonces la Casa Venture? —dijo. Tal vez esta fuera una de las rivalidades que Kelsier estaba esperando.

—No particularmente, no —respondió Elend—. Son ostentosos, incluso para la alta nobleza. No pueden dar una fiesta cualquiera, no, tienen que dar la mejor fiesta. No les importa que sus sirvientes se queden hechos polvo preparándola, luego tienen que golpear a los pobres cuando el salón no está perfectamente limpio a la mañana siguiente.

Vin ladeó la cabeza. No son palabras que esperara oír de un noble.

Elend se detuvo. Parecía un poco cohibido.

—Pero, bueno, no importa. Creo que tu terrisano te está buscando.

Vin se asomó al balcón. En efecto, la alta figura de Sazed estaba junto a la mesa vacía, hablando con un criado.

Dejó escapar un gritito.

—Tengo que irme —dijo, volviéndose hacia la escalera.

—Ah, bien, volveré a leer —dijo Elend. Le hizo un gesto de despedida, pero había abierto el libro antes de que ella bajara el primer escalón.

Vin llegó abajo sin aliento. Sazed la vio de inmediato.

—Lo siento —dijo ella, avergonzada.

—No te disculpes, señora —respondió Sazed en voz baja—. Es algo extraño e innecesario. Moverte por tu cuenta ha sido buena idea, creo. Te lo habría sugerido, pero parecías nerviosa.

Vin asintió.

—¿Es hora de irse ya?

—Es un momento adecuado para retirarse, si lo deseas —dijo él, mirando hacia el balcón—. ¿Puedo preguntar qué estabas haciendo allá arriba, señora?

—Quería echar un vistazo a las vidrieras. Pero acabé charlando con alguien. Pareció interesado en mí al principio, pero ahora creo que no pretendía prestarme mucha atención. No importa… ni siquiera me parece lo bastante importante para molestar a Kelsier con su nombre.

Sazed se detuvo.

—¿Con quién has estado hablando?

—Con el hombre de aquel rincón, en el balcón.

—¿Uno de los amigos de lord Venture?

—¿Se llama Elend uno de ellos?

Sazed palideció visiblemente.

—¿Estuviste charlando con lord Elend Venture?

—Hummm… ¿sí?

—¿Te invitó a bailar?

Vin asintió.

—Pero no creo que lo pretendiera en serio.

—Ay, cielos —dijo Sazed—. Se acabó el anonimato controlado.

—¿Venture? —preguntó Vin, frunciendo el ceño—. ¿Como el Torreón de Venture?

—El heredero del título.

—Hummm —dijo Vin, dándose cuenta de que quizá debería haberse sentido un poco más intimidada de lo que se sentía—. Ha sido un poco molesto… de una manera agradable.

—No deberíamos hablar de esto aquí —dijo Sazed—. Estás muy, muy por debajo de su nivel. Venga, retirémonos. No debería haberme ido a cenar…

Echó a andar, murmurando para sí mientras conducía a Vin a la salida. Ella miró una vez más hacia el salón mientras recuperaba su chal, y quemó estaño, entornó los ojos contra la luz y buscó en el balcón.

Él tenía el libro, cerrado, en una mano. Y ella hubiese jurado que la miraba. Vin sonrió y dejó que Sazed la condujera hasta el carruaje.