Nunca quise esto, cierto. Pero alguien tiene que detener la Profundidad. Y, al parecer, Terris es el único sitio donde puede hacerse.
Sin embargo, sobre este hecho, no tengo que aceptar la palabra de los filósofos. Ahora puedo sentir nuestro objetivo, puedo sentirlo, aunque los otros no puedan. Late, en mi mente, allá lejos en las montañas.
6
Vin despertó en la habitación silenciosa. La luz roja de la mañana se colaba por las rendijas de los postigos. Permaneció en la cama un instante, inquieta. Algo iba mal. No era por el hecho de despertar en un lugar desconocido: viajando con Reen se había acostumbrado a un estilo de vida nómada. Tardó un instante en comprender la fuente de su incomodidad.
La habitación estaba vacía.
No solo estaba vacía, sino que estaba abierta. Sin abarrotamientos. Y era… cómoda. Estaba acostada en un colchón de verdad, alzado sobre postes, con sábanas y una colcha mullida. La alcoba estaba decorada con un recio armario de madera e incluso tenía una alfombra circular. Tal vez otra persona la hubiese encontrado espartana, pero a Vin le parecía lujosa.
Se sentó, frunciendo el ceño. No le parecía bien tener una habitación para ella sola. Siempre había dormido en huecos estrechos llenos de miembros de las bandas. Incluso mientras viajaba dormía en callejones de mendigos o cuevas de rebeldes, y Reen estaba allí con ella. Siempre se había visto obligada a luchar para tener intimidad. Tenerla tan fácilmente parecía devaluar los años que había pasado saboreando sus breves momentos de soledad.
Se levantó de la cama, sin molestarse en abrir los postigos. La luz del sol era débil, lo que significaba que todavía era temprano, pero ya oía gente moverse en el pasillo. Se acercó a la puerta y se asomó.
Después de dejar a Kelsier, la noche anterior, Dockson había acompañado a Vin al taller de Clubs. Como era muy tarde, Clubs los había llevado directamente a habitaciones separadas. Vin, sin embargo, no se había acostado de inmediato. Cuando ya todos dormían salió a inspeccionar el lugar.
La residencia era casi más una posada que un taller. Aunque tenía una sala de muestras abajo y un gran espacio de trabajo al fondo, la primera planta del edificio estaba dominada por varios pasillos largos flanqueados por habitaciones de invitados. Había una segunda planta con las puertas más espaciadas, lo que implicaba habitaciones más grandes. No había sondeado en busca de trampillas o paredes falsas (el ruido podría haber despertado a alguien), pero la experiencia le decía que no sería una guarida adecuada si no tuviera al menos un sótano secreto y algunos escondites.
En general, se sintió impresionada. Las herramientas de carpintería y los proyectos a medio acabar de abajo indicaban una tapadera de trabajo decente. La guarida era segura, estaba bien abastecida y bien mantenida. Al asomarse a la puerta, distinguió un grupo de unos seis jóvenes adormilados que salían del pasillo situado frente al suyo. Vestían ropa sencilla y bajaban las escaleras hacia el taller.
Aprendices de carpintero, pensó Vin. Esa es la tapadera de Clubs: es un skaa artesano. La mayoría de los skaa vivían hacinados en las plantaciones; incluso aquellos que vivían en la ciudad se veían generalmente obligados a hacer trabajos miserables. Sin embargo, unos cuantos con talento podían dedicarse al comercio. Seguían siendo skaa: se les pagaba mal y casi siempre estaban sometidos a los caprichos de los nobles. Sin embargo, tenían una libertad que la mayoría de los skaa envidiaban.
Clubs debía de ser un maestro carpintero. ¿Qué podía impulsar a un hombre así (alguien que tenía, para ser skaa, una vida sorprendente) a arriesgarse a unirse a los bajos fondos?
Es un brumoso, pensó Vin. Kelsier y Dockson lo llamaron «ahumador». Quizá tuviera que intentar averiguar por su cuenta lo que significaba eso: la experiencia le decía que un hombre poderoso como Kelsier le ocultaría el conocimiento cuanto fuera posible, impulsándola a seguir adelante con algunas migajas ocasionales. Su conocimiento era lo que la ataba a él: no sería sabio revelar demasiado tan rápidamente.
Sonaron unos pasos en el exterior y Vin continuó asomada a su puerta.
—Querrás estar preparada, Vin —dijo Dockson mientras pasaba ante ella. Llevaba camisa y pantalones de noble, y ya parecía despierto y aseado. Se detuvo—. Hay un baño esperándote en la habitación del fondo y le dije a Clubs que te buscara una muda de ropa. Te servirá hasta que te consigamos algo más apropiado. Tómate tu tiempo en el baño: Kell ha planeado una reunión para esta tarde, pero no podremos empezar hasta que lleguen Brisa y Ham.
Dockson sonrió, la miró y continuó pasillo abajo. Vin se ruborizó porque la había pillado. Estos hombres son observadores. Voy a tener que recordarlo.
El pasillo quedó en silencio. Vin abrió de par en par la puerta y se dirigió a la habitación indicada. Se sorprendió de descubrir que en efecto había un baño caliente esperándola. Frunció el ceño y estudió el alicatado y la bañera de metal. El agua olía a perfume, como solían oler las damas nobles.
Estos tipos parecen más nobles que skaa, pensó Vin. No estaba segura de qué conclusión sacar de ello. Sin embargo, estaba claro que esperaban que hiciera lo que le decían, así que cerró la puerta, echó el cerrojo y luego se desnudó y se metió en la bañera.
Olía raro.
Aunque el olor era leve, Vin todavía captaba efluvios de sí misma ocasionalmente. Era el olor de una noble de paso, el olor de un cajón perfumado abierto por los burdos dedos de su hermano. El olor se fue haciendo menos claro a medida que la mañana progresaba, pero seguía preocupándola. La distinguiría de los otros skaa. Si esa banda esperaba que se bañara de manera regular, tendría que pedir que eliminaran los perfumes.
La comida de la mañana estuvo más cerca de sus expectativas. Varias mujeres skaa de diversas edades trabajaban en la cocina del taller, preparando rollos de pan fino rellenos de cebada hervida y verdura. Vin observó a las mujeres trabajar desde la puerta. Ninguna olía como ella, aunque eran más limpias y vestían mejor que la mayoría de los skaa.
De hecho, había una extraña sensación de limpieza en todo el edificio. No lo había advertido la noche anterior a causa de la oscuridad, pero el suelo estaba limpio. Todos los trabajadores (las mujeres de la cocina o los aprendices) tenían la cara y las manos limpias. A Vin le parecía raro. Estaba acostumbrada a que sus propios dedos estuvieran negros de ceniza: estando con Reen, si alguna vez se lavaba la cara volvía a frotársela con ceniza. Una cara limpia destacaba en las calles.
No hay ceniza en los rincones, pensó, mirando el suelo. Barren el suelo. Nunca había vivido en un lugar semejante. Era casi como vivir en la casa de un noble.
Miró de nuevo a las mujeres de la cocina. Llevaban sencillos vestidos blancos y grises, con pañuelo en la cabeza y una larga cola. Vin se acarició el pelo. Lo llevaba corto, como el de un chico: uno de los miembros de la banda se encargaba de cortárselo. Ella no era como esas mujeres: no lo había sido nunca. Por orden de Reen, Vin había vivido de modo que los otros miembros de la banda pensaran primero en ella como ladrona y luego como muchacha.
Pero ¿qué soy ahora? Perfumada por el baño y vestida con los pantalones marrones y la camisa de botones de un aprendiz, se sentía claramente fuera de lugar. Y eso era malo: si se sentía incómoda, entonces indudablemente lo parecería. Otra cosa más que la haría destacar.
Vin se volvió y contempló el taller. Los aprendices estaban ya en sus puestos, trabajando en diversos muebles. Ocupaban el fondo de la sala. Clubs trabajaba en la zona de exhibición de los detalles finales de las piezas.
La puerta trasera de la cocina se abrió de golpe. Vin se apartó instintivamente, apretando la espalda contra la pared mientras se volvía a mirar.
Ham estaba en la puerta, enmarcado por la luz roja. Llevaba una camisa suelta sin mangas y chaleco, y cargaba con varias bolsas grandes. No estaba sucio de hollín: ninguno de la banda lo estaba las pocas veces que Vin los había visto.
Ham cruzó la cocina camino del taller.
—Bien —dijo, soltando las bolsas—, ¿alguien sabe qué habitación es la mía?
—Se lo preguntaré a maese Cladent —contestó uno de los aprendices, marchándose a otra habitación.
Ham sonrió, se desperezó y se volvió hacia Vin.
—Buenos días, Vin. ¿Sabes?, no tienes que ocultarte de mí. Estamos en el mismo equipo.
Aunque Vin se relajó, permaneció donde estaba, junto a una hilera de sillas a medio terminar.
—¿Vas a vivir aquí también?
—Siempre compensa estar cerca del ahumador —dijo Ham, volviéndose y desapareciendo en la cocina. Regresó un momento después con cuatro grandes rollitos—. ¿Alguien sabe dónde está Kell?
—Durmiendo —respondió Vin—. Regresó tarde anoche y no se ha levantado todavía.
Ham gruñó y dio un mordisco a un rollo.
—¿Y Dox?
—En su habitación, en la segunda planta —dijo Vin—. Se ha levantado temprano, ha bajado a comer algo y ha vuelto a subir.
No añadió que sabía, porque había mirado por el ojo de la cerradura, que estaba sentado a su mesa escribiendo unos papeles.
Ham alzó una ceja.
—¿Siempre llevas el control de dónde está todo el mundo?
—Sí.
Ham hizo una pausa, luego se echó a reír.
—Eres una chica extraña, Vin.
Recogió sus bolsas cuando el aprendiz regresó, y los dos subieron las escaleras. Vin se quedó allí, escuchando sus pasos. Se detuvieron a la mitad del primer pasillo, quizás a unas cuantas puertas de distancia de su habitación.
El olor de la cebada hervida le llamó la atención. Vin contempló la cocina. Ham había ido a buscar comida. ¿Le permitirían hacer lo mismo?
Tratando de parecer confiada, entró en la cocina. Había un puñado de rollitos en un plato, quizá para ser repartidos entre los aprendices mientras trabajaban. Tomó dos. Ninguna mujer puso objeciones; de hecho, unas cuantas asintieron con respeto al mirarla.
Ahora soy una persona importante, pensó con cierta incomodidad. ¿Sabían que era una… nacida de la bruma? ¿O solo la trataban con respeto porque era una invitada?
Al cabo de un rato, Vin tomó un tercer rollito y corrió a su habitación. Era más comida de la que podía comer; sin embargo, pretendía quitarle la cebada y quedarse con la oblea de pan, que se conservaría bien si lo necesitaba más tarde.
Llamaron a la puerta. Vin la abrió con precaución. Había un joven fuera: el muchacho que había acompañado a Clubs a la guarida de Camon la noche anterior.
Alto, delgado y de aspecto desgarbado, iba vestido de gris. Tendría unos catorce años, aunque por su altura parecía mayor. Estaba nervioso por algún motivo.
—¿Sí? —preguntó Vin.
—Hmm…
Vin frunció el ceño.
—¿Qué?
—Te en llaman —dijo con fuerte acento del este—. Ahí en arriba con lo que hacen. Con el maestro Jumps en el segundo piso. Uh, en me tengo que irme. —El chico se ruborizó, se dio la vuelta y se marchó escaleras arriba.
Vin se quedó en la puerta de su habitación, desconcertada. ¿Se supone que eso tenía algún sentido?, se preguntó.
Se asomó al pasillo. Parecía que el chico esperaba que la siguiera. Finalmente, decidió hacerlo y subió con cautela los escalones.
Llegaban voces de una puerta abierta al fondo del pasillo. Vin se acercó y se asomó. Se encontró en una habitación bien decorada, con una hermosa alfombra y sillones de aspecto cómodo. Una chimenea ardía al fondo y los sillones estaban dispuestos en torno a un gran tablero de pizarra colocado en un atril.
Kelsier estaba de pie, con un codo apoyado en la chimenea de ladrillo y una copa de vino en la mano. Vin vio que estaba hablando con Brisa. El aplacador había llegado pasado el mediodía y se había apropiado de la mitad de los aprendices de Clubs para que descargaran sus pertenencias. Vin había visto desde su ventana cómo los aprendices transportaban el equipaje (disfrazado de cajas de trozos de madera) hasta la habitación de Brisa, quien no se había molestado en ayudar.
Ham estaba allí, al igual que Dockson, y Clubs, sentado en el sillón más grande y cómodo, alejado de Brisa. El chico que había llamado a Vin estaba sentado en un banco junto a Clubs y obviamente se esforzaba por no mirarla. En el último sillón ocupado se hallaba Yeden, vestido, como antes, con ropa corriente de obrero skaa. Estaba sentado sin apoyar la espalda, como si desaprobara que fuese mullido. Llevaba la cara manchada de hollín, como Vin esperaba de un obrero skaa.
Había dos asientos vacíos. Kelsier advirtió a Vin de pie en la puerta y le dirigió una de sus sonrisas cautivadoras.
—Bien, ahí está. Pasa.
Vin escrutó la habitación. Había una ventana, aunque con los postigos cerrados. Los únicos asientos eran los que formaban un semicírculo en torno a Kelsier. Resignada, avanzó y ocupó el asiento vacío junto a Dockson. Era demasiado grande para ella y se sentó de rodillas.
—Ya estamos todos —dijo Kelsier.
—¿Para quién es el último asiento? —preguntó Ham.
Kelsier sonrió, le hizo un guiño, pero ignoró la pregunta.
—Muy bien, hablemos. Tenemos una gran tarea por delante y, cuanto antes empecemos a esbozar un plan, mejor.
—Creía que ya tenías un plan —dijo Yeden, incómodo.
—Tengo una idea general —respondió Kelsier—. Sé lo que tiene que pasar y tengo unas cuantas ideas para lograrlo. Pero no se reúne a un grupo como este y se les dice a sus miembros lo que tienen que hacer. Tenemos que planear esto juntos, empezando por elaborar una lista de problemas que tenemos que resolver si queremos que el plan funcione.
—Bien —dijo Ham—, déjame que esboce la idea general primero. ¿El plan es conseguirle un ejército a Yeden, causar el caos en Luthadel, asegurar el lugar, robar el atium del lord Legislador y luego dejar que el gobierno se desmorone?
—Básicamente —dijo Kelsier.
—Entonces nuestro principal problema es la Guarnición. Si queremos caos en Luthadel, no podemos tener aquí dentro a veinte mil soldados para mantener la paz. Por no mencionar el hecho de que las tropas de Yeden nunca tomarán la ciudad mientras haya algún tipo de resistencia armada en las murallas.
Kelsier asintió. Con tiza escribió «Guarnición de Luthadel» en la pizarra.
—¿Qué más?
—Necesitamos un modo de causar ese caos en Luthadel —dijo Brisa, haciendo un gesto con la copa de vino en la mano—. Tus instintos son certeros, querido amigo. En esta ciudad el Ministerio tiene su cuartel general y desde ella las Grandes Casas dirigen sus imperios mercantiles. Tenemos que derribar Luthadel si queremos acabar con la capacidad del lord Legislador para gobernar.
—La mención de los nobles nos lleva a otro punto —añadió Dockson—. Todas las Grandes Casas tienen guardias en la ciudad además de alománticos. Si vamos a entregarle la ciudad a Yeden, tendremos que tratar con esos nobles.
Kelsier asintió, añadiendo «caos» y «Grandes Casas» junto a «Guarnición de Luthadel» en la pizarra.
—El Ministerio —dijo Clubs, tan apoltronado en su mullido sillón que Vin apenas veía su rostro gruñón—. No habrá ningún cambio en el gobierno mientras los inquisidores de acero tengan algo que decir al respecto.
Kelsier escribió «Ministerio» en la pizarra.
—¿Qué más?
—El atium —dijo Ham—. Bien puedes anotarlo: tendremos que asegurar el lugar rápidamente, cuando se desate el caos general, y asegurarnos de que nadie más aproveche la oportunidad para apoderarse del tesoro.
Kelsier asintió y escribió «atium: asegurar el tesoro».
—Tendremos que encontrar un modo de reunir a los soldados de Yeden —añadió Brisa—. Tendremos que ser silenciosos pero rápidos, y entrenarlos en algún sitio donde el lord Legislador no los encuentre.
—También tendríamos que asegurarnos de que los rebeldes skaa están dispuestos a tomar el control de Luthadel —añadió Dockson—. Apoderarse del palacio y atrincherarse en él será una hazaña espectacular, pero no estaría de más que la gente de Yeden estuviera preparada para gobernar cuando todo haya acabado.
«Soldados y rebelión Skaa» fueron añadidos a la pizarra.
—Y voy a añadir «lord Legislador» —dijo Kelsier—. Al menos querremos tenerlo fuera de la ciudad, si fallan otras opciones.
Después de añadir «lord Legislador» a la lista, se volvió hacia el grupo.
—¿Se me olvida algo?
—Bueno —dijo Yeden secamente—, si estás haciendo una lista de los problemas que tendremos que superar, deberías escribir que todos estamos locos de remate… aunque dudo que podamos arreglar ese hecho.
El grupo se echó a reír y Kelsier escribió «mala actitud de Yeden» en la pizarra. Entonces dio un paso atrás y examinó la lista.
—Cuando se reduce a algo así, no parece tan terrible, ¿verdad?
Vin frunció el ceño, tratando de decidir si Kelsier intentaba hacer un chiste o no. La lista no era solo preocupante: era terrorífica. ¿Veinte mil soldados imperiales? ¿Las fuerzas y poderes reunidos de la alta nobleza? ¿El Ministerio? Se decía que un inquisidor de acero era más poderoso que mil soldados.
Lo más incómodo, sin embargo, era la manera desenfadada en que todos consideraban el tema. ¿Cómo se les podía ocurrir siquiera resistirse al lord Legislador? Él era… Bueno, era el lord. Gobernaba todo el mundo. Era el creador, protector y castigador de la humanidad. Los había salvado de la Profundidad y luego había traído la ceniza y las brumas como castigo por la falta de fe del pueblo. Vin no era particularmente religiosa (los ladrones inteligentes sabían evitar el Ministerio de Acero), pero incluso ella conocía las leyendas.
Y, sin embargo, el grupo observaba su lista de «problemas» con determinación. Había en ellos una alegría sombría, como si comprendieran que tenían más posibilidades de conseguir que el sol saliera de noche que de derrocar al Imperio Final. Sin embargo, iban a intentarlo de todas formas.
—Por el lord Legislador —susurró Vin—. Habláis en serio. Vais a hacerlo de verdad.
—No uses su nombre en vano, Vin —dijo Kelsier—. Incluso la blasfemia le honra: cuando maldices usando el nombre de esa criatura, lo reconoces como tu dios.
Vin guardó silencio y se quedó sentada en su sillón, algo aturdida.
—Muy bien —dijo Kelsier, sonriendo levemente—. ¿Alguien tiene alguna idea sobre cómo superar estos inconvenientes? Aparte de la actitud de Yeden, por supuesto: todos sabemos que no tiene remedio.
Todos en la habitación permanecieron en silencio, pensativos.
—¿Ideas? —pidió Kelsier—. ¿Puntos de vista? ¿Impresiones?
Brisa negó con la cabeza.
—Ahora que todo está ahí anotado, no puedo dejar de preguntarme si la chica tiene razón. Es una tarea colosal.
—Pero puede hacerse —dijo Kelsier—. Empecemos discutiendo cómo influir en la ciudad. ¿Qué podemos hacer que sea tan amenazador que lance a la nobleza al caos, tal vez incluso que haga salir a la guardia de palacio de la ciudad exponiéndolo a nuestras tropas? Algo que distraiga al Ministerio, y al propio lord Legislador, mientras nosotros preparamos nuestras tropas para el ataque.
—Bueno, se me ocurre una revolución general entre el populacho —dijo Ham.
—No funcionará —dijo Yeden con firmeza.
—¿Por qué no? —preguntó Ham—. Sabes cómo tratan al pueblo. Viven en suburbios, trabajan en fábricas y fraguas todo el día, y la mitad sigue pasando hambre.
Yeden sacudió la cabeza.
—¿No lo entiendes? La rebelión lleva mil años intentando que los skaa de esta ciudad se levanten. Nunca funciona. Están demasiado sometidos: no tienen ni voluntad ni esperanza para resistir. Por eso tuve que recurrir a vosotros para conseguir un ejército.
La habitación quedó en silencio. Vin, sin embargo, asintió lentamente. Lo había visto; lo había sentido. No se combatía al lord Legislador. Incluso viviendo como una ladrona, agazapada al filo de la sociedad, lo sabía. No habría ninguna rebelión.
—Me temo que tiene razón —dijo Kelsier—. Los skaa no se levantarán, no en su estado actual. Si vamos a derrocar a este gobierno, necesitaremos hacerlo sin la ayuda de las masas. Quizá podamos reclutar a nuestros soldados entre ellos, pero no debemos contar con el populacho.
—¿No podríamos causar algún desastre? —preguntó Ham—. ¿Un incendio, tal vez?
Kelsier sacudió la cabeza.
—Interrumpiría el comercio cierto tiempo, pero no tendría el efecto que queremos. Además, el coste en vidas skaa sería demasiado alto. Arderían los suburbios, no las mansiones de piedra de los nobles.
Brisa suspiró.
—Entonces, ¿qué quieres que hagamos?
Kelsier sonrió con chispitas en los ojos.
—¿Y si volvemos a las Grandes Casas unas contra otras?
Brisa hizo una pausa.
—Una guerra entre casas… —dijo, tomando un sorbo de vino, especulativo—. Ha pasado mucho tiempo desde que la ciudad padeció una de esas.
—Lo cual significa que la tensión ha tenido tiempo de sobra para irse acumulando —dijo Kelsier—. La alta nobleza es cada vez más poderosa: el lord Legislador apenas la controla y por eso tenemos una oportunidad de sacudir su tenaza. Las Grandes Casas de Luthadel son la clave: controlan el comercio imperial, por no mencionar que esclavizan a la gran mayoría de los skaa.
Kelsier señaló la pizarra, pasando el dedo entre la línea que decía «caos» y la que decía «Grandes Casas».
—Si conseguimos que las casas de Luthadel luchen entre sí, podremos derribar la ciudad. Los nacidos de la bruma empezarán a asesinar a los jefes de las casas. Las fortunas se desplomarán. No pasará mucho tiempo antes de que haya una guerra abierta en las calles. Parte de nuestro trato con Yeden es que le daremos una oportunidad para apoderarse de la ciudad. ¿Se os ocurre algo mejor?
Brisa asintió con una sonrisa.
—Tiene estilo… y me gusta la idea de que los nobles se maten entre sí.
—Siempre te gusta más que otros hagan el trabajo, Brisa —comentó Ham.
—Mi querido amigo —repuso Brisa—, el sentido de la vida es lograr que otros hagan el trabajo por ti. ¿Sabes algo de economía básica?
Ham alzó una ceja.
—Bueno, yo…
—Era una pregunta retórica, Ham —lo interrumpió Brisa poniendo los ojos en blanco.
—¡Esas son las mejores! —replicó Ham.
—Dejemos la filosofía para más tarde, Ham —dijo Kelsier—. A lo nuestro. ¿Qué os parece mi sugerencia?
—Podría funcionar —dijo Ham, acomodándose—. Pero no veo cómo el lord Legislador va a dejar que las cosas lleguen tan lejos.
—Nuestro trabajo es encargarnos de que no tenga otra opción. Se sabe que alguna vez ha dejado a su nobleza pelear, es probable que para mantener el desequilibrio —dijo Kelsier—. Prenderemos esas tensiones y luego obligaremos de algún modo a la Guarnición a salir. Cuando las casas empiecen a luchar en serio, el lord Legislador no podrá hacer nada para detenerlas… excepto, tal vez, enviar a su guardia de palacio a las calles, que es exactamente lo que queremos que haga.
—También podría llamar a un ejército de koloss —advirtió Ham.
—Cierto. Pero están acantonados a cierta distancia. Es un fallo que tendremos que explotar. Las tropas koloss gruñen estupendamente, pero tienen que mantenerse alejadas de las ciudades civilizadas. El mismo centro del Imperio Final queda expuesto, pero el lord Legislador confía en su fuerza… ¿Y por qué no iba a hacerlo? No se ha enfrentado a ninguna amenaza seria desde hace siglos. La mayoría de las ciudades solo necesitan fuerzas policiales pequeñas.
—No puede decirse que veinte mil hombres sea un número «pequeño» —dijo Brisa.
—Lo es a escala nacional —contestó Kelsier, alzando un dedo—. El lord Legislador mantiene a la mayoría de sus tropas en las fronteras de su imperio, donde la amenaza de rebelión es mayor. Por eso vamos a golpearlo aquí, en la propia Luthadel… y por eso vamos a tener éxito.
—Suponiendo que podamos encargarnos de la Guarnición —aclaró Dockson.
Kelsier asintió y se volvió para escribir «guerra de Casas» bajo «caos» y «Grandes Casas».
—Muy bien. Hablemos de la Guarnición. ¿Qué vamos a hacer al respecto?
—Bueno —especuló Ham—, históricamente, la mejor forma de oponerse a un gran número de soldados es tener un gran número de soldados. Vamos a conseguirle un ejército a Yeden, ¿por qué no dejar que ataque a la Guarnición? ¿No es ese el objetivo de reunir a un ejército?
—No funcionará, Hammond —dijo Brisa. Miró su copa de vino vacía y luego la alzó hacia el chico que estaba sentado junto a Clubs, quien corrió a llenarla de nuevo—. Si quisiéramos derrotar a la Guarnición —continuó diciendo—, necesitaríamos que nuestras fuerzas tuvieran al menos el mismo tamaño que las suyas. Nos vendría bien tener muchos más hombres, tal vez, ya que los nuestros no serán veteranos. Podríamos conseguirle un ejército a Yeden… Quizás incluso pudiéramos conseguirle uno lo bastante grande para conservar la ciudad durante un tiempo. Pero ¿conseguirle uno lo bastante grande para enfrentarse a la Guarnición dentro de sus fortificaciones? Si ese es nuestro plan, bien podríamos dejarlo ya.
El grupo guardó silencio. Vin se agitó en su asiento y miró por turno a cada hombre. Las palabras de Brisa tuvieron un profundo efecto. Ham abrió la boca para hablar, pero la volvió a cerrar y lo reconsideró.
—Muy bien —dijo Kelsier por fin—. Volveremos a la Guarnición más adelante. Hablemos de nuestro propio ejército. ¿Cómo podemos reunir un ejército de tamaño importante y ocultárselo al lord Legislador?
—Eso será difícil, una vez más —respondió Brisa—. Hay una razón muy clara por la que el lord Legislador se siente a salvo en el Dominio Central. Hay patrullas constantes en las carreteras y los canales, y apenas puede uno pasar más de un día de viaje sin toparse con una aldea o una plantación. No es el tipo de lugar donde se pueda formar un ejército sin llamar la atención.
—Los rebeldes tienen cuevas al norte —dijo Dockson—. Tal vez podamos esconder algunos hombres allí.
Yeden se puso pálido.
—¿Sabéis lo de las cavernas Arguois?
Kelsier puso los ojos en blanco.
—Incluso el lord Legislador lo sabe, Yeden. Pero los rebeldes no son lo suficientemente peligrosos para constituir una molestia todavía.
—¿Cuánta gente tienes, Yeden? —preguntó Ham—. En Luthadel y en los alrededores, cuevas incluidas. ¿Qué tenemos para empezar?
Yeden se encogió de hombros.
—Tal vez trescientos… incluyendo mujeres y niños.
—¿Y a cuántos crees que podrían albergar esas cuevas?
Yeden volvió a encogerse de hombros.
—Las cuevas podrían albergar a un grupo más grande, eso es seguro —dijo Kelsier—. Tal vez a diez mil personas. He estado allí. Los rebeldes han estado escondiendo gente allí durante años y el lord Legislador nunca se ha molestado en destruirlas.
—Imagino por qué —comentó Ham—. Luchar en las cuevas es un asunto desagradable, sobre todo para el agresor. Al lord Legislador le gusta mantener las derrotas al mínimo: sobre todo es vanidoso. Pero, diez mil… Es un número decente. Podríamos tomar el palacio con facilidad, tal vez incluso mantener la ciudad si tomáramos las murallas.
Dockson se volvió hacia Yeden.
—Cuando pediste un ejército, ¿en qué cantidad de hombres estabas pensando?
—Supongo que diez mil es un buen número —contestó Yeden—. La verdad es que… es más de lo que pensaba.
Brisa inclinó ligeramente la copa, agitando el vino.
—Odio llevar de nuevo la contraria (ese suele ser el trabajo de Ham), pero tengo que volver a nuestro problema anterior. Diez mil hombres. Eso ni siquiera asustará a la Guarnición. Estamos hablando de veinte mil soldados bien armados y entrenados.
—Tiene razón, Kell —dijo Dockson. Había encontrado un librito en alguna parte y se había puesto a tomar notas sobre la reunión.
Kelsier frunció el ceño.
Ham asintió.
—Lo mires como lo mires, Kell, esa Guarnición va a ser un hueso duro de roer. Tal vez deberíamos concentrarnos en la nobleza. Tal vez podamos causar suficiente caos para que ni siquiera la Guarnición sea capaz de controlarlo.
Kelsier negó.
—Lo dudo. El cometido principal de la Guarnición es mantener el orden en la ciudad. Si no podemos enfrentarnos a esas tropas nunca nos saldremos con la nuestra. —Hizo una pausa, luego miró a Vin—. ¿Qué te parece, Vin? ¿Alguna sugerencia?
Ella se quedó helada. Camon nunca le preguntaba su opinión. ¿Qué quería Kelsier de ella? Se enderezó ligeramente en su asiento cuando se dio cuenta de que los otros miembros del grupo se habían vuelto a mirarla.
—Yo…
—Venga ya, Kelsier, no intimides a la pobrecilla —dijo Brisa, agitando la mano.
Vin asintió, pero Kelsier no cedió.
—No, en serio. Dime lo que estás pensando, Vin. Tienes un enemigo mucho más numeroso amenazándote. ¿Qué haces?
—Bueno —dijo ella lentamente—, no lo combates, eso seguro. Aunque ganaras, saldrías tan maltrecho que no podrías luchar contra nadie más.
—Tiene razón —dijo Dockson—. Pero tal vez no tengamos elección. Tenemos que deshacernos de ese ejército de alguna forma.
—¿Y si saliera de la ciudad? —preguntó ella—. ¿Funcionaría eso? Si tuviera que vérmelas con alguien tan poderoso, intentaría distraerlo primero, obligarlo a dejarme en paz.
Ham se echó a reír.
—¿Conseguir que la Guarnición abandone Luthadel? Buena suerte. El lord Legislador envía escuadrones de patrulla algunas veces, pero la única vez que la Guarnición entera se marchó, que yo sepa, fue cuando la rebelión skaa estalló en Courteline hace medio siglo.
Dockson negó con la cabeza.
—La idea de Vin es demasiado buena para descartarla tan alegremente, creo. Es cierto que no podemos combatir a la Guarnición… al menos, mientras esté atrincherada. Así que necesitamos que de algún modo salga de la ciudad.
—Sí —dijo Brisa—, pero haría falta una crisis concreta que implicara recurrir a la Guarnición. Si el problema no fuera lo suficientemente amenazador, el lord Legislador no enviaría a toda la Guarnición. Si fuese demasiado peligroso, se atrincheraría y mandaría llamar a sus koloss.
—¿Una rebelión en una de las ciudades cercanas? —sugirió Ham.
—Eso nos deja con el mismo problema que antes —dijo Kelsier, sacudiendo la cabeza—. Si no podemos conseguir que los skaa de aquí se rebelen, nunca conseguiremos que lo hagan los que están fuera de la ciudad.
—¿Y algún tipo de treta? —preguntó Ham—. Estamos dando por hecho que podremos congregar un ejército de tamaño apreciable. Si fingiera atacar algún lugar cercano, tal vez el lord Legislador enviara la Guarnición como ayuda.
—Dudo que la enviara para proteger otra ciudad —dijo Brisa—. No si eso dejara Luthadel sin protección.
El grupo guardó silencio, pensando de nuevo. Vin miró alrededor y entonces descubrió que Kelsier la estaba mirando.
—¿Qué? —preguntó él.
Vin se rebulló un poco, la cabeza gacha.
—¿A qué distancia están los Pozos de Hathsin? —preguntó por fin.
Todos se quedaron inmóviles.
Finalmente, Brisa se echó a reír.
—Ay, eso sí que es retorcido. La nobleza no sabe que los Pozos producen atium, así que el lord Legislador no podría armar mucho alboroto… No sin revelar que hay algo muy especial en esos Pozos. Eso significa que nada de koloss.
—No llegarían a tiempo, de todas formas —dijo Ham—. Los Pozos están a solo un par de días de distancia. Si fueran amenazados, el lord Legislador tendría que responder con rapidez. La Guarnición sería la única fuerza capaz de actuar.
Kelsier sonrió, los ojos iluminados.
—Y tampoco haría falta un gran ejército para amenazar los Pozos. Mil hombres podrían hacerlo. Los enviamos para que ataquen y, cuando la Guarnición salga, nuestra segunda y mayor fuerza actúa y toma Luthadel. Para cuando la Guarnición se dé cuenta del engaño, no podrá volver a tiempo de impedirnos que tomemos las murallas de la ciudad.
—Pero ¿podremos conservarlas? —preguntó Yeden, aprensivo.
Ham asintió ansiosamente.
—Con diez mil skaa podría defender esta ciudad contra la Guarnición. El lord Legislador tendría que mandar llamar a sus koloss.
—Para entonces ya tendríamos el atium —dijo Kelsier—. Y las Grandes Casas no estarían en condiciones de detenernos: estarían debilitadas y frágiles debido a sus luchas internas.
Dockson escribía frenéticamente en su libreta.
—Entonces necesitaremos utilizar las cuevas de Yeden. Están cerca de ambos objetivos, y mucho más cerca de Luthadel que los Pozos. Si nuestro ejército partiera de allí, podría llegar aquí antes de que la Guarnición regresara de los Pozos.
Kelsier asintió.
Dockson continuó escribiendo.
—Tendré que empezar a acumular suministros en esas cuevas, tal vez incluso hacer un viaje para comprobar su estado.
—¿Y cómo vamos a llevar a los soldados hasta allí? —preguntó Yeden—. Está a una semana de la ciudad… y los skaa no pueden viajar solos.
—Ya tengo a alguien que puede ayudarnos allí —dijo Kelsier, escribiendo «atacar los Pozos de Hathsin» bajo «Guarnición de Luthadel» en su pizarra—. Tengo un amigo que puede ofrecernos una tapadera para llevar barcos al norte por el canal.
—Suponiendo que seas capaz de cumplir tu primera promesa —dijo Yeden—. Te pagué para que me consiguieras un ejército. Diez mil hombres son muchos, pero todavía no me has explicado cómo vas a lograr reunirlos. Ya te he contado los problemas que hemos tenido tratando de reclutar gente en Luthadel.
—No necesitaremos el apoyo de la población en masa —dijo Kelsier—, solo de un pequeño porcentaje: hay casi un millón de obreros en Luthadel y sus alrededores. Esta debería ser la parte más sencilla del plan, ya que estamos en presencia de uno de los mejores aplacadores del mundo. Brisa, cuento con tu fuerza y la de tus alománticos para que nos proporciones una buena selección de reclutas.
Brisa bebió vino.
—Kelsier, mi buen amigo, desearía que no emplearas palabras como «fuerza» para referirte a mis talentos. Yo me limito a animar a la gente.
—Bueno, ¿puedes animar un ejército para nosotros? —preguntó Dockson.
—¿Cuánto tiempo tengo?
—Un año —respondió Kelsier—. Planeamos llevar esto a cabo el próximo otoño. Suponiendo que el lord Legislador congregue a sus fuerzas para atacar a Yeden cuando tomemos la ciudad, bien podríamos obligarlo a hacerlo en invierno.
—Diez mil hombres —dijo Brisa con una sonrisa—, reunidos a partir de una población reacia en menos de un año. Desde luego, será todo un desafío.
Kelsier se echó a reír.
—De ti, eso es tan bueno como un sí. Empieza por Luthadel, luego dirígete a las ciudades cercanas. Necesitamos gente que esté lo bastante cerca para reunirse en las cuevas.
Brisa asintió.
—También necesitaremos armas y suministros —dijo Ham—. Y habrá que entrenar a los hombres.
—Ya tengo un plan para conseguir las armas —respondió Kelsier—. ¿Puedes buscar a algunos hombres para que se encarguen del entrenamiento?
Ham reflexionó un momento.
—A lo mejor. Conozco a algunos soldados skaa que lucharon en una de las Campañas de Supresión del lord Legislador.
Yeden palideció.
—¡Traidores!
Ham se encogió de hombros.
—La mayoría no están orgullosos de lo que hicieron —dijo—. Pero a la mayoría también le gusta comer. Es un mundo duro, Yeden.
—Mi gente nunca trabajará con esos hombres.
—Tendrán que hacerlo —dijo Kelsier con severidad—. Gran número de rebeliones skaa fracasan porque sus hombres están mal entrenados. Vamos a darte un ejército de hombres bien alimentados y bien entrenados… y que me zurzan si voy a dejarte que los hagas matar porque nunca les enseñaron por qué extremo se empuña una espada. —Hizo una pausa y luego miró a Ham—. Sin embargo, te sugiero que busques hombres que estén furiosos con el Imperio Final por lo que les obligó a hacer. No confío en tipos cuya lealtad solo se cuenta por las monedas de sus bolsillos.
Ham asintió y Yeden guardó silencio. Kelsier se dio la vuelta y escribió «Ham: entrenamiento» y «Brisa: reclutamiento» en la pizarra, debajo de «tropas».
—Me interesa tu plan para conseguir armas —dijo Brisa—. ¿Cómo, exactamente, pretendes armar a diez mil hombres sin que el lord Legislador recele? Controla con mucho cuidado cómo fluyen las armas.
—Podríamos hacerlas nosotros —dijo Clubs—. Tengo madera de sobra para fabricar un par de bastones de combate al día. También podría conseguiros algunas flechas.
—Agradezco el ofrecimiento, Clubs —dijo Kelsier—. Y creo que es una buena idea. Sin embargo, vamos a necesitar algo más que bastones. Necesitaremos espadas, escudos y armaduras… Y las necesitaremos rápidamente para empezar a entrenarnos.
—Entonces, ¿cómo vas a hacerlo? —preguntó Brisa.
—Las Grandes Casas consiguen armas —dijo Kelsier—. No tienen ningún problema para equipar a sus retenes personales.
—¿Quieres que se las robemos?
Kelsier negó con la cabeza.
—No, por una vez vamos a hacer las cosas de manera más o menos legal… Vamos a comprar nuestras armas. O, más bien, vamos a hacer que un noble comprensivo las compre por nosotros.
Clubs soltó una risotada.
—¿Un noble comprensivo con los skaa? Nunca.
—Bueno, entonces «nunca» ha sido hace poco —respondió alegre Kelsier—. Porque ya he encontrado a alguien que va a ayudarnos.
La habitación permaneció en un silencio roto solo por el chisporroteo del fuego. Vin se agitó en su asiento mirando a los demás. Parecían sorprendidos.
—¿Quién? —preguntó Ham.
—Se llama lord Renoux —dijo Kelsier—. Llegó a la zona hace unos cuantos días. Se aloja en Fellise… No tiene todavía suficiente influencia para establecerse en Luthadel. Además, creo que es prudente mantener las actividades de Renoux un poco apartadas del lord Legislador.
Vin ladeó la cabeza. Fellise era una ciudad pequeña y suburbana a una hora de Luthadel; Reen y ella habían trabajado allí antes de trasladarse a la capital. ¿Cómo había reclutado Kelsier a este lord Renoux? ¿Lo había sobornado o lo había timado de alguna manera?
—He oído hablar de Renoux —dijo Brisa lentamente—. Es un lord del oeste; tiene mucho poder en el Dominio Extremo.
Kelsier asintió.
—Lord Renoux decidió hace poco intentar elevar a su familia a un rango nobiliario superior. Su historia oficial es que vino al sur para expandir sus objetivos mercantiles. Enviando buenas armas sureñas al norte espera ganar suficiente dinero (y hacer suficientes contactos) para construirse un torreón en Luthadel a finales de la década.
Todos guardaron silencio.
—Pero esas armas irán a parar a nuestras manos —dijo Ham lentamente.
Kelsier asintió.
—Tendremos que falsificar los registros de los consignatarios, por si acaso.
—Eso es… es bastante ambicioso, Kell —dijo Ham—. La familia de un lord trabajando de nuestra parte.
—Pero, Kelsier, si tú odias a los nobles —comentó Brisa, confuso.
—Este es diferente —contestó Kelsier con una sonrisa taimada.
El grupo estudió a Kelsier. No les gustaba la idea de trabajar con un noble: Vin lo notaba con absoluta claridad. Quizá tampoco ayudara el hecho de que Renoux fuese tan poderoso.
De repente, Brisa se echó a reír. Se acomodó en su asiento y apuró el vino que le quedaba.
—¡Bendito loco! Lo has matado, ¿verdad? A Renoux… Lo has matado y lo has sustituido por un impostor.
La sonrisa de Kelsier se ensanchó.
Yeden maldijo, pero Ham se limitó a sonreír.
—Ah. Ahora sí que tiene sentido. O, al menos, tiene sentido si eres Kelsier el Atrevido.
—Renoux va a establecerse de manera permanente en Fellise —continuó diciendo Kelsier—. Será nuestra tapadera si necesitamos hacer algo oficial. Lo utilizaré para comprar armas y suministros, por ejemplo.
Brisa asintió con la cabeza, contemplativo.
—Eficaz.
—¿Eficaz? —preguntó Yeden—. ¡Has matado a un noble! Y a uno muy importante.
—Estás planeando derrocar el imperio entero, Yeden —le advirtió Kelsier—. Renoux no va a ser la única baja aristocrática en esta pequeña empresa.
—Sí, pero… ¿hacerse pasar por él? —preguntó Yeden—. Eso me parece un poco arriesgado.
—Nos contrataste porque querías resultados extraordinarios, querido amigo —dijo Brisa—. En nuestro trabajo, los resultados extraordinarios suelen requerir riesgos extraordinarios.
—Los minimizamos lo mejor que podemos, Yeden —dijo Kelsier—. Mi actor es muy bueno. Sin embargo, estas son las cosas que vamos a tener que hacer en este trabajo.
—¿Y si os ordeno no hacer unas cuantas? —preguntó Yeden.
—Puedes cancelar el trabajo en cualquier momento —dijo Dockson sin levantar la cabeza de sus papeles—. Pero mientras el asunto esté en marcha, Kelsier tiene la última palabra en lo referente a planes, objetivos y procedimientos. Así es como trabajamos: lo sabías cuando nos contrataste.
Yeden sacudió tristemente la cabeza.
—¿Bien? —preguntó Kelsier—. ¿Continuamos o no? La decisión es tuya, Yeden.
—Siéntete libre de darlo por terminado, amigo —dijo Brisa en tono servicial—. No temas ofenderlo. Yo particularmente agradezco el dinero regalado.
Vin vio a Yeden palidecer levemente. En su opinión, tenía suerte de que Kelsier no le hubiera quitado el dinero y le hubiera clavado un puñal en el pecho. Pero cada vez se convencía más de que esa no era la manera en que funcionaban por allí las cosas.
—Es una locura —dijo Yeden.
—¿Tratar de derrocar al lord Legislador? —preguntó Brisa—. Bueno, sí, la verdad es que sí.
—Muy bien —suspiró Yeden—. Continuamos.
—Bien —dijo Kelsier, y escribió «Kelsier: equipo» debajo de «tropas»—. La fachada de Renoux también nos permitirá frecuentar la alta sociedad de Luthadel. Será una ventaja muy importante: necesitaremos seguir con atención la política de las Grandes Casas si queremos iniciar una guerra.
—Esta guerra de casas tal vez no sea tan fácil de promover como crees, Kelsier —comentó Brisa—. El grupito de altos nobles actual es cuidadoso y discriminador.
Kelsier sonrió.
—Entonces es buena cosa que estés aquí para ayudarnos, Brisa. Eres un experto consiguiendo que la gente haga lo que quieres… Juntos, tú y yo, planearemos cómo hacer que los altos nobles se vuelvan unos contra otros. Hay guerras entre las casas importantes cada dos siglos más o menos. La competencia del grupo actual solo los volverá más peligrosos, así que enfrentarlos no debería ser tan difícil. De hecho, ya he iniciado el proceso…
Brisa alzó una ceja y luego miró a Ham. El violento gruñó, sacó una moneda de oro de diez cuartos y la lanzó al otro lado de la sala para satisfacer a Brisa.
—¿De qué va esto? —preguntó Dockson.
—Hicimos una apuesta acerca de si Kelsier estuvo o no implicado en los disturbios de anoche —explicó Brisa.
—¿Disturbios? —preguntó Yeden—. ¿Qué disturbios?
—Alguien atacó la Casa Venture —dijo Ham—. Se comenta que tres nacidos de la bruma fueron enviados a asesinar al mismísimo Straff Venture.
Kelsier hizo una mueca.
—¿Tres? Desde luego, Straff tiene una opinión muy elevada de sí mismo. Ni siquiera me acerqué a Su Alteza. Fui por el atium… y para asegurarme de que me vieran.
—Venture no sabe a quién echar la culpa —dijo Brisa—. Pero como hubo nacidos de la bruma de por medio, todo el mundo supone que fue de una de las Grandes Casas.
—Esa era la idea —dijo Kelsier con regocijo—. La alta nobleza se toma muy en serio los ataques de los nacidos de la bruma: tienen un acuerdo tácito de que nunca enviarán a un nacido de la bruma a asesinar a otro. Unos cuantos golpes más como este y haré que salten unos contra otros como animales.
Se volvió y añadió «Brisa: planificación» y «Kelsier: caos general» bajo «Grandes Casas» en la pizarra.
—Necesitaremos además estudiar la política local para averiguar qué Casas están haciendo alianzas —continuó—. Eso significa enviar un espía a algunos de sus actos.
—¿Es realmente necesario? —preguntó Yeden, incómodo.
Ham asintió.
—Es el procedimiento normal para cualquier trabajo en Luthadel. Si hay alguna información, pasará por los labios de los poderosos de la corte. Siempre compensa tener un par de oídos atentos en sus círculos.
—Bueno, eso debería ser fácil —dijo Brisa—. Traemos a tu impostor y lo enviamos a las fiestas.
Kelsier negó con la cabeza.
—Desgraciadamente, lord Renoux no podrá venir a Luthadel.
Yeden frunció el ceño.
—¿Por qué no? ¿No aguantará tu impostor un escrutinio de cerca?
—Bueno, se parece a lord Renoux —dijo Kelsier—. Es exactamente igual, en realidad. Pero no podemos dejar que se acerque a un inquisidor…
—Ah —dijo Brisa, intercambiando una mirada con Ham—. Uno de esos. Bien, entonces.
—¿Qué? —preguntó Yeden—. ¿Qué quiere decir?
—No quieras saberlo.
—¿No?
Brisa negó con la cabeza.
—Cuando Kelsier ha dicho que había sustituido a lord Renoux por un impostor, eso te ha inquietado, ¿verdad? Bueno, esto es una docena de veces peor. Confía en mí: cuanto menos sepas, más cómodo te sentirás.
Yeden miró a Kelsier, quien sonreía de oreja a oreja. Palideció y volvió a acomodarse en su asiento.
—Es probable que tengas razón.
Vin frunció el ceño y contempló a los otros hombres presentes en la habitación. Parecían saber de qué estaba hablando Kelsier. Tendría que estudiar a ese lord Renoux en alguna ocasión.
—De todas maneras, tenemos que enviar a alguien a las fiestas de sociedad —dijo Kelsier—. Dox, por tanto, hará de sobrino y heredero de Renoux, un miembro de la familia que recientemente se ha ganado el favor de lord Renoux.
—Espera un momento, Kell —dijo Dockson—. No me habías hablado de esto.
Kelsier se encogió de hombros.
—Vamos a necesitar a alguien que sea nuestro topo en la nobleza. Suponía que tú encajabas en el papel.
—No puedo ser yo —dijo Dockson—. Me marcaron durante el trabajo de Eiser hace un par de meses.
Kelsier frunció el ceño.
—¿Qué? —preguntó Yeden—. ¡Quiero saber de qué estáis hablando esta vez!
—Quiere decir que el Ministerio lo anda buscando —dijo Brisa—. Se hizo pasar por noble y lo descubrieron.
Dockson asintió.
—El propio lord Legislador me vio en una ocasión, y tiene una memoria perfecta. Aunque consiguiera evitarlo, alguien me reconocerá tarde o temprano.
—Así que… —dijo Yeden.
—Así que necesitamos a otra persona que haga de heredero de lord Renoux —dijo Kelsier.
—A mí no me mires —repuso Yeden, aprensivo.
—Créeme: nadie pensaba en ti. Clubs también queda descartado: es un artesano skaa demasiado conocido.
—Yo también quedo fuera —dijo Brisa—. Ya tengo varios alias entre los nobles. Supongo que podría usar uno de ellos, pero no podría asistir a ninguno de los bailes ni fiestas importantes… Sería muy embarazoso si me encontrara con alguien que me conociera por un alias diferente.
Kelsier frunció el ceño, pensativo.
—Yo podría hacerlo —dijo Ham—. Pero ya sabéis que no actúo bien.
—¿Y mi sobrino? —dijo Clubs, señalando al jovencito que tenía al lado.
Kelsier estudió al muchacho.
—¿Cómo te llamas, hijo?
—Lestibournes.
Kelsier alzó una ceja.
—Vaya nombrecito. ¿No tienes ningún apodo?
—En todavía no de los jamases.
—Tendremos que trabajar en eso —dijo Kelsier—. ¿Siempre hablas con ese argot callejero del este?
El chico se encogió de hombros, obviamente nervioso por ser el centro de atención.
—Por allá que andaba en cuando era chaval.
Kelsier miró a Dockson, que negó con la cabeza.
—No creo que sea buena idea, Kell.
—Estoy de acuerdo. —Kelsier se volvió hacia Vin y sonrió—. Supongo que solo nos quedas tú. ¿Cómo se te da imitar a una noble?
Vin palideció un poco.
—Mi hermano me dio unas cuantas lecciones. Pero nunca he intentado…
—Lo harás bien —dijo Kelsier, y escribió «Vin: infiltración» bajo «Grandes Casas»—. Muy bien, Yeden, aunque deberías empezar a planear cómo conservar el control del imperio cuando todo esto haya acabado.
Yeden asintió. Vin sintió un poco de lástima por el hombre, viendo cómo el plan, su descarada audacia, parecía estar abrumándolo.
¿Hacerme pasar por una noble?, pensó. Tiene que haber alguien que pueda hacerlo mejor…
Brisa todavía estaba dedicando su atención a Yeden, claramente incómodo.
—No te pongas tan solemne, mi querido amigo —dijo Brisa—. Lo más probable es que nunca tengas que gobernar la ciudad. Es casi seguro que nos capturarán a todos y nos ejecutarán mucho antes de que eso suceda.
Yeden sonrió sin ganas.
—¿Y si no lo hacemos? ¿Qué os impide a todos vosotros apuñalarme y quedaros con el imperio?
Brisa puso cara de hartazgo.
—Somos ladrones, querido mío, no políticos. Una nación es una molestia demasiado grande para merecer nuestro tiempo. Cuando tengamos nuestro atium, seremos felices.
—Por no decir ricos —añadió Ham.
—Las dos palabras son sinónimas, Hammond —dijo Brisa.
—Además —Kelsier se dirigió a Yeden—, no vamos a darte todo el imperio. Es de esperar que se desmorone cuando Luthadel se desestabilice. Tú tendrás tu ciudad, y quizás un buen pedazo del Dominio Central… suponiendo que consigas sobornar a los ejércitos locales para que te apoyen.
—¿Y… el lord Legislador? —preguntó Yeden.
Kelsier sonrió.
—Sigo con la intención de ocuparme de él personalmente… Solo tengo que averiguar cómo hacer funcionar el Undécimo metal.
—¿Y si no lo logras?
—Bueno —dijo Kelsier, escribiendo «Yeden: preparación y gobierno» bajo «rebelión skaa» en la pizarra—, intentaremos buscar un modo para hacerlo salir de la ciudad. Tal vez consigamos que vaya con su ejército a los Pozos y asegurar allí las cosas.
—¿Y luego qué?
—Encuentra tú un modo de tratar con él —respondió Kelsier—. No nos contrataste para matar al lord Legislador, Yeden: eso no es más que una flecha que pretendo arrojar si puedo.
—Yo no me preocuparía demasiado, Yeden —añadió Ham—. No podrá hacer mucho sin fondos ni ejército. Es un alomántico poderoso, pero en modo alguno omnipotente.
Brisa sonrió.
—Sin embargo, si lo piensas bien, cabe la posibilidad de que las seudodeidades hostiles destronadas sean unos vecinos desagradables. Tendrás que meditar qué hacer con él.
Al parecer a Yeden no le gustó mucho la idea, pero no insistió.
Kelsier se dio la vuelta.
—Entonces, eso es todo.
—Hummm… ¿Y el Ministerio? —dijo Ham—. ¿No deberíamos encontrar al menos un modo de echar un ojo a esos inquisidores?
Kelsier sonrió.
—Dejaremos que mi hermano se encargue de ellos.
—Y un rábano —dijo una nueva voz desde el fondo de la habitación.
Vin se levantó de un salto, giró y miró hacia la oscura puerta. Había un hombre de pie en el umbral. Alto y ancho de hombros, tenía una rigidez estatuaria. Vestía de forma modesta, con una sencilla camisa, pantalones y una casaca skaa suelta. Tenía los brazos cruzados en gesto de insatisfacción y un rostro duro y cuadrado que le resultaba familiar.
Vin se volvió a mirar a Kelsier. El parecido era evidente.
—¿Marsh? —dijo Yeden, poniéndose en pie—. ¡Marsh, eres tú! ¡Nos prometió que te unirías a nosotros, pero yo…! ¡Bueno, bienvenido de vuelta al grupo!
El rostro de Marsh permaneció impasible.
—No estoy seguro de haber «vuelto» o no, Yeden. Si no os importa, me gustaría hablar en privado con mi hermano pequeño.
Kelsier no pareció intimidado por el duro tono de Marsh. Hizo un gesto al grupo.
—Hemos terminado por hoy, amigos.
Los demás se levantaron despacio, dando a Marsh un fuerte abrazo al salir. Vin los siguió, cerró la puerta y bajó las escaleras para dar la impresión de que se retiraba también.
Menos de tres minutos más tarde había vuelto a la puerta para escuchar en silencio la conversación que tenía lugar al otro lado.