Un forastero llamado Dalessius llega a un puerto con el corazón de Voltaire en un frasco y la obsesión no menos terrible por una mujer. Con estos elementos iniciales y el trasfondo de las ruinas del Antiguo Régimen, ocasionadas por la Revolución Francesa, la novela consigue colocar a Voltaire y al arte de la caligrafía en un clima más misterioso, que real. En la búsqueda de la renovación de ese arte, Dalessius descubre palabras que desaparecen, letras que brillan en la oscuridad o tintas que envenenan. Recostado entre los ataúdes de un servicio nocturno de entregas de cadáveres, y bajo las órdenes de Voltaire, viaja primero a Toulouse y luego a París, donde debe investigar un plan de fanáticos religiosos que luchan por acabar con la Ilustración y devolver a Francia la fe perdida. Dalessius sigue los pasos de un fabricante de autómatas, pinta mensajes secretos sobre mujeres desnudas y deja que el amor lo distraiga de su misión. A cada paso lo acecha la sombra del legendario calígrafo Silas Darel y una certeza última sobre su oficio: todo lo que sirve para escribir, también sirve para matar.