CAPÍTULO 30
La lluvia sólo era una leve llovizna, suave pero fría. Atravesaron el desierto paseo marítimo hasta la orilla del mar y de ahí siguieron en línea recta hacia los muelles.
—Ahora que estamos aquí no tenemos ninguna necesidad de darnos prisa —dijo Nicholas. —Es probable que nos esté observando por un catalejo, y si ve que hacemos lo que ha dicho, todo irá bien.
Clarissa escudriñó el agitado mar en busca de Hawk y Susan, pero había tantas embarcaciones que ni siquiera se podía distinguir si algunas de ellas se estaban moviendo.
—¿Por qué estaba tan asustada Eleanor? —preguntó, sintiéndose orgullosa porque la voz le salió normal. —¿Cree que nos van a asesinar?
—Es una vieja historia —dijo él, mirándola. —Una vez subí en un barco con Thérèse Bellaire, y estuvo seis meses sin verme. Pensó que yo había muerto. Pero estamos de acuerdo en decir la verdad, ¿no? La verdad es que Thérèse podría querer verme muerto, aunque sin duda primero desea atormentarme, para demostrarse que por fin puede ganarme. No creo que le interese hacerte daño a ti. Lo que creo es que desea tener un testigo, y será todo lo desagradable, grosera e impúdica que pueda ser. Lo siento.
—No es culpa tuya.
—¿Quién puede saberlo? Si yo hubiera tenido la sensatez de no liarme con ella hace muchos años... Pero Hawk tiene razón. Si es necesario, no vacilaré en herirla o matarla.
Se detuvo a mirar el mar.
—Ese es el Pretty Anna, y ahí —apuntó hacia un chinchorro amarrado a un embarcadero de madera— está el bote que debemos tomar para llegar hasta él.
—Se han cuidado de todos los detalles —dijo ella, y echaron a andar a toda prisa en esa dirección.
Se estremeció, en parte porque la llovizna le había mojado el vestido y la brisa soplaba fría, y en parte porque en ese bote que los esperaba, iban a seguir un camino trazado por la malvada madame Bellaire.
Volvió a escudriñar el mar y no vio ninguna embarcación moviéndose. Claro que era demasiado pronto.
Sus pasos sonaban fuertes sobre los irregulares tablones del embarcadero, y de pronto se encontraron mirando el bote, y una tosca escalera de madera para bajar a él.
—¿Podrás arreglártelas? —le preguntó Nicholas.
—Tengo que poder, ¿no?
—Yo bajaré primero —dijo él y lo hizo con agilidad, llevando la bolsa con el botín.
Clarissa hizo una inspiración profunda para darse valor y puso el pie en el primer peldaño.
—Hay que agradecer que en el Colegio de Señoritas de la señorita Mallory fueran partidarias del ejercicio físico y de la fortaleza femenina —comentó.
La escalera era áspera al tacto, y el viento soplaba como si quisiera llevársela, agitándole la falda y enganchándosela a los bordes rugosos. Bajó rápidamente dejando que se rompiera la tela de algodón. Otro vestido arruinado.
Cuando llegó al pie de la escalera, Nicholas la cogió por la cintura y la subió en volandas al bote, que no paraba de mecerse. La depositó en un banco, él se sentó en el otro y hundió los remos en el agua.
Clarissa se cogió a los costados del bote, segura de que este se volcaría con la siguiente ola.
—Nunca había estado en una embarcación —dijo.
—Hay cosas peores —respondió él, sonriendo, y comenzando a remar.
—No sé nadar.
El bote se ladeó y ella se aferró con más fuerza, resuelta a no gritar. ¿Irían avanzando algo en esas aguas revueltas? Pero ¿cómo estarían los demás? Los niños, lord Darius, Hawk.
Desde arriba el mar se veía agitado. Desde ahí, las olas se veían inmensas.
—¿Hawk dijo que se acercaría nadando?
—No le pasará nada—le aseguró Nicholas, remando a un ritmo parejo. —Dijo que es muy buen nadador, y no me parece que sea un fanfarrón.
Una ola azotó el costado de la barca y le empapó la mano. Ya estaban cerca del Pretty Anna, pero en su opinión no iban lo bastante rápido. Los esperaba una víbora y tal vez una prueba de valor, pero esa embarcación se veía mucho más sólida que el pequeño bote en que avanzaban y que no paraba de zozobrar.
La camisa mojada de Nicholas se le pegaba al cuerpo, un cuerpo, observó, tan bien hecho como el de Hawk. Lo encontraba hermoso pero no la excitaba. Dios mío, te lo ruego, que Hawk resulte sano y salvo, que logren salvar a los niños y a lord Darius.
Y si es preciso, que la francesa se quede las joyas y el dinero y se marche. Que se vaya lejos, muy lejos. Sabía que Hawk deseaba impedirle que huyera, pero ella estaba con Nicholas, deseando sencillamente que acabara todo.
—¿Ves algo? —le preguntó Nicholas.
Clarissa abandonó bruscamente sus pensamientos y miró hacia la barca, que ya estaba a unas seis yardas.
—No se ve a nadie. —Sigue mirando.
Ella observó atentamente el sencillo velero, que contenía una pequeña cabina parecida a un cobertizo, y un mástil alto. Se veía totalmente desierto. Si Nicholas estaba en lo cierto y Thérèse Bellaire deseaba jactarse de su triunfo, tenía que estar ahí en alguna parte.
El bote se sacudió al tocar al Pretty Anna y Nicholas lo amarró a la escala.
—Será mejor que yo suba primero —dijo.
—No, la chica primero —dijo una conocida voz en francés, —y con el rescate.
Clarissa se estremeció, e intentó reprimir los temblores. Después de mirar a Nicholas, se puso la pesada bolsa con las joyas colgada al cuello y se cogió a la escala con las dos manos. Era más difícil subir que bajar; se sentía torpe, pesada, y le dolían las manos por el frío. Pero consiguió subir y se dejó caer torpemente en la cubierta. Se puso de pie.
—Aquí estoy —dijo, tratando de que no le temblara la voz. —Con el dinero.
Oyó un ruido y se giró a mirar, pero era Nicholas, que acababa de ponerse a su lado.
—¿Thérèse? —dijo él, en un tono absolutamente tranquilo. —A tu servicio, como siempre.
De la pequeña cabina salió una mujer. Llevaba una capa que la cubría toda entera, pero a Clarissa le costó creer que fuera la señora Rowland. La piel de su cara era muy blanca e incluso se veía luminosa, sonrosada por el aire frío. Tenía unos ojos grandes y los labios carnosos y rojos. En cierta manera espeluznante, era muy bella.
—Nicky, cariño —dijo la mujer.
Y Nicholas tenía razón. Su sonrisa era jactanciosa, malignamente satisfecha. Clarissa tuvo que luchar una angustiosa batalla para no mirar alrededor por si veía acercarse el velero Seahorse, que traería a Susan y Hawk.
La mujer avanzó unos pasos hacia ellos, y detrás de ella apareció un hombre. Un hombre guapo, muy joven, pero alto y fornido, que tenía una pistola en la mano.
—¿Estos son, entonces? —dijo el joven, con el acento de la localidad. —¿Los que te robaron el dinero?
—Sí —ronroneó ella. —Pero me han devuelto una parte, así que no tenemos por qué ser demasiado duros. Avanza, querida mía, y dame esa bolsa.
Clarissa se descolgó la bolsa, la afirmó con ambas manos y avanzó. Ya se hacía una idea de lo que iba a ocurrir. El hombre la cogería, y Nicholas quedaría a merced de la mujer.
Dejó caer al suelo la bolsa, que quedó a unos cuantos palmos de los pies de la francesa.
Sus ojos oscuros se entrecerraron.
—Tráemela hasta aquí.
—¿Por qué? Está ahí. Cójala y váyase.
—Si no me la traes, no te diré dónde están los niños, ni dónde está lord Darius Debenham.
—¿Y a mí que me importa? —dijo Clarissa, imitando el tono de la escolar más tonta y despiadada que hubiera conocido. —Usted se va a quedar con mi dinero. Dice que es suyo, pero es mío, y me lo va a robar.
El joven dijo algo y Thérèse lo hizo callar con un siseo.
—Es mío. Trabajé mucho por ese dinero y tú no has hecho nada. ¡Nada! Ni siquiera mataste a Deveril. Ahora coge esa bolsa y tráemela.
—Oblígueme.
Thérèse sonrió.
—Samuel, dispárale a él.
El joven palideció, pero levantó la pistola.
Clarissa se agachó a recoger la bolsa.
—Eso está mejor —dijo Thérèse. —Como ves, no sale a cuenta luchar conmigo. No puedes ganar. Tráela aquí.
Clarissa avanzó lo más lento que se atrevió, rogando que apareciera Hawk. Cuando le faltaba poco para poner la bolsa en las manos de la mujer, el joven exclamó:
—¡Eh, tú! ¿Qué haces?
Clarissa se giró a mirar y vio que Nicholas se había desabotonado la bragueta de los pantalones y se estaba desatando los lazos de los calzones.
—Esto es lo que deseas, ¿verdad, Thérèse?
La mujer lo estaba mirando pasmada, extasiada, no por la vista, comprendió Clarissa, sino por la satisfacción.
—Sí, desvístete.
Nicholas continuó quitándose la ropa, lenta y seductoramente. Clarissa cayó en la cuenta de que tenía la boca abierta y se apresuró a desviar la mirada hacia el joven. Este tenía la cara roja; de repente, levantó la pistola y apuntó.
Clarissa le arrojó la bolsa, y con el golpe la pistola salió volando y cayó en el mar.
Dando un grito, el chico se abalanzó sobre ella. Ella le hurtó el cuerpo, con el movimiento perdió el equilibrio, se resbaló y, por pura casualidad, fue a caer al suelo justo detrás de la mujer Bellaire, por lo que él chocó con ella.
El joven volvió a gritar y se tambaleó hacia atrás. Clarissa vio sangre.
—¡Zoquete! —ladró la francesa, con un cuchillo ensangrentado en la mano.
Clarissa vio que Nicholas también tenía un cuchillo en la mano, y luego vio una barca acercándose, con las velas desplegadas; daba la impresión de que iba a chocar contra el Pretty Anna. Eso no podía ser, estando los niños ahí.
Se levantó y corrió hacia la cabina, pero una mano la detuvo y la tiró hacia atrás. Vio el cuchillo en la mano de Thérèse Bellaire, y comprendió que debería sentirse aterrada. Oyó gritar «¡Clarissa!»
Era Hawk.
A los ojos. Le enterró los dedos en la cara a la mujer, arañándola lo más fuerte que pudo.
La francesa chilló y la soltó. Al quedar libre, echó a correr, pero tropezó con la bolsa del tesoro y volvió a caer.
Entonces se abalanzó sobre ella otra vez, con la cara llena de arañazos, y horriblemente contorsionada por la furia y el odio.
Nicholas se acercaba corriendo, pero el joven Samuel, al que seguía manándole sangre del costado, se arrojó sobre él.
Todo le parecía lento, pero Clarissa hizo lo único que podía hacer: arrojó la bolsa con todas sus fuerzas.
Esta golpeó a la mujer, haciéndola tambalearse, y luego caer al suelo, por el que se desparramaron monedas de oro y joyas.
La mujer Bellaire se quedó inmóvil un momento, mirando el oro y las joyas. Mientras se levantaba, Clarissa intentó sacar su cuchillo, cogiéndolo por los dos bordes, en su esfuerzo por liberarlo.
De pronto la barca se ladeó y Hawk saltó a la cubierta. Cogió a la mujer por el brazo, pero ella se debatió, moviendo el cuchillo para enterrárselo. Una figura negra pasó volando por el aire y se le arrojó a la cara. La mujer chilló.
Hawk apartó a la furiosa gata, atrapó a la mujer con ambos brazos, la giró...
Y un instante después arrojó por la borda su cuerpo, que repentinamente se quedó fláccido.
Cuando se giró, había desaparecido su cuchillo.
No reinaba el silencio. El viento hacía crujir los maderos del velero y las olas azotaban los costados. Pero todas las personas estaban en silencio, incluso el joven Samuel, que había estado luchando con Nicholas, defendiendo a la mujer que lo había apuñalado.
—¿Qué has hecho con ella? —gritó al fin, acercándose tambaleándose a la baranda a mirar el mar.
Hawk y Nicholas se miraron.
—En otro tiempo fue hermosa para mí —dijo Nicholas, abrochándose y arreglándose la ropa. —Pero, gracias.
Samuel estaba llorando.
—¡Papá! —gritó entonces una vocecita débil.
Nicholas entró corriendo en la cabina, donde sin duda estaba la escalera para bajar.
Aturdida, Clarissa vio aparecer a los Amleigh por el costado de la barca. Debieron llegar remando. Al instante Susan comenzó a hacer cosas en la barca, mientras su marido corría hacia la escalera para bajar.
Entonces Clarissa miró a Hawk.
—Sí, la he matado —dijo él. —Lo siento si eso te perturba.
—Me acostumbraré.
Él la cogió en sus brazos.
—No, cariño, espero que no.
Continuaron estrechamente abrazados mientras ocurrían cosas alrededor. Pasado un momento subió Nicholas a cubierta llevando en brazos a la niñita; estaba pálida y aferrada a él. La barca ahora tenía una vela desplegada e iba avanzando lentamente en dirección al embarcadero.
Con subió con los otros dos niños, los dos bien aferrados el uno al otro. Entonces Clarissa se apartó de Hawk, se sentó en el suelo y les abrió los brazos. Pasado un momento, los niños se le acercaron. Hawk se sentó al lado de ella y un instante después Delphie se hallaba sentada en el regazo de ella y Pierre en el de Hawk.
—La señora Rowland ha muerto —les dijo Hawk amablemente en francés, y ellos agrandaron los ojos. —No va a volver.
Los niños se miraron y entonces el niño preguntó:
—¿Papá?
Clarissa se mordió el labio.
—Tu papá se pondrá bien —contestó Hawk, y miró a Clarissa, como si no supiera qué hacer.
—¿Tal vez nosotros podríamos cuidar de ellos? —le susurró ella, casi modulando las palabras.
Él sonrió y asintió.
Tan pronto como la embarcación tocó suavemente el muelle, Hawk y Clarissa bajaron, cada uno con un niño. Ella, por su parte, agradeció terriblemente tener una superficie sólida bajo los pies. Eleanor ya estaba allí, y Nicholas le puso a Arabel en los temblorosos brazos y luego la abrazó. Blanche los envolvió a los tres con una capa.
El comandante Beaumont y lord Vandeimen subieron corriendo a bordo para ayudar a transportar suavemente a lord Darius. Aunque lo sacaron entre tres hombres, era evidente que pesaba muy poco.
Tan pronto como lo vieron, los niños se apartaron de Clarissa y Hawk y se le acercaron, susurrando «Papá, papá». Él los acarició a los dos con las manos temblorosas y les dijo en francés que todo iría bien, que todas esas personas eran amigas, que él se encargaría de que ellos estuvieran bien.
Una gata negra se frotó en las piernas de Hawk y luego en las del niño y de la niña.
Clarissa se echó a llorar. Lloraba por el amor, por la valentía, por la confianza y la esperanza. Lloraba de cansancio, de frío y por la muerte. Lloró en los brazos de Hawk, y él la alejó del horror y la llevó de vuelta a la casa de los Vandeimen.
En la casa estaban el duque y la duquesa de Yeovil.
Al ver a su hijo, la duquesa medio se desmayó y se arrastró hacia él. El duque estaba pálido y tembloroso, pero la ayudó a sentarse en el suelo y le cogió las manos a su hijo. Delphie y Pierre estaban pegados a lord Darius, como si no quisieran apartarse jamás. Entonces Clarissa pensó que los niños no aceptarían otro hogar y que lord Darius no los dejaría ir fácilmente.
Lo oyó hablar con esfuerzo.
—Es el opio, mamá. Soy adicto al opio.
Su madre le dijo que todo estaba bien, que ya estaba en su hogar y que ella se encargaría de que se pusiera bien. Clarissa se volvió hacia Hawk.
—Ahora estamos en casa, y creo que todo irá bien.
—Tienes mi solemne promesa, mi amor. Cásate conmigo, Azor.
—Por supuesto.
De repente le parecía posible el cielo, aunque, de todos modos, se alarmó bastante cuando después de un golpe en la puerta, aparecieron el duque y la duquesa de Belcraven. Esbelto, tranquilo y elegante, el duque levantó su monóculo y la miró a través de él.
—Me han dicho cosas alarmantes de ti, jovencita.
Clarissa no pudo evitarlo; se inclinó en una reverencia y contestó:
—Todas son ciertas, probablemente. Estoy encantada de verle aquí, excelencia. Usted me facilitará casarme con el comandante Hawkinville tan pronto como sea posible.
—Colijo que eso es una necesidad.
—Sin duda alguna —repuso ella.
La duquesa se rió y se le acercó a abrazarla.
El duque curvó los labios y miró alrededor.
—A juzgar por la tónica general, supongo que los objetos valiosos que hemos traído no son necesarios. ¿Los Pícaros han ganado otra vez?
—Y los Georges —dijo, Hawk, avanzando y haciéndole su venia. —Sin duda tiene sus reparos, excelencia, pero espero que dé su consentimiento a nuestro matrimonio. Haré todo lo que esté en mi poder para hacerla feliz.
—Como yo haré todo lo que esté en mi poder para asegurarme de eso, señor. Y todo lo que está en mi poder es formidable, por cierto. Dentro de un momento deseo verle para hablar del contrato de matrimonio.
Entonces se apartó para ir a hablar con los Yeovil y felicitarlos por la vuelta de su hijo.
La conversación sobre el asunto legal no tuvo lugar enseguida. Antes tuvieron que llamar a un médico para que examinara a lord Darius y enviar a reservar habitaciones para los Yeovils en la Old Ship. Una vez que el médico les aseguró a los duques que todo iría bien, la familia se marchó, lord Darius llevado en una camilla y los dos niños a su lado. Clarissa observó que Delphie y Pierre habían elegido su hogar. Sorprendentemente, Jetta también. De un salto se subió encima de la camilla y se instaló ahí, manteniendo los ojos fijos en los niños, como si estos fueran sus nuevos protegidos.
Todos los que se habían mojado fueron a cambiarse de ropa. Clarissa no tenía el menor deseo de marcharse, ni siquiera por un momento, pero Hawk la acompañó hasta Broad Street para que se pusiera ropa seca y después volvió a la casa con ella y con la aliviada y feliz señorita Hurstman. Al parecer, Althea y el señor Verrall acababan de marcharse. Clarissa decidió ponerse el vestido crema con adornos naranja oscuro que llevaba ese primer día en el Steyne, el de los flecos en la orilla. Sonriéndole a Hawk se levantó un poco la falda para enseñarle otro poco de las medias a rayas.
Él movió de un lado a otro la cabeza, aunque sus ojos le enviaban un mensaje diferente.
Podía esperar, pensó ella. Ahora que estaba todo asegurado, era capaz de esperar para estar nuevamente con él, los dos desnudos en una cama.
Cuando llegaron de nuevo a la casa de los Vandeimen, se encontraron con una algarabía; el alivio los tenía a todos en ánimo de celebración. Las damas se estaban adornando con las joyas, verdaderas y falsas. Clarissa se puso una diadema, y la señorita Hurstman no protestó cuando Nicholas le prendió un llamativo broche en su sencillo vestido. Ella tenía en los brazos a Arabel <¡n ese momento, y la pequeña, que ya comenzaba a revivir, alargó encantada la mano para tocarlo.
Riendo, Nicholas le dio a su hija el collar de Blanche, que ella aceptó con extasiada aprobación. De tanto en tanto, Clarissa notaba en él una leve expresión sombría, y recordó lo que le dijo: «En otro tiempo fue hermosa para mí».
Sabía que Hawk no olvidaría fácilmente esa muerte tampoco, aun cuando seguro que no era la primera vez que mataba a alguien. Ese era su modo de ser: arreglárselas solo con sus problemas, aunque con el tiempo ella tendría la dicha de compartirlos con él.
Después todos se sentaron a la mesa a cenar, todas las joyas por valor de miles de libras lanzando destellos con la luz de las velas de los candelabros.
Casi al instante, Hawk se levantó y alzó su copa.
—Por los amigos —brindó, —los viejos y los nuevos. Que nunca nos fallemos los unos a los otros.
Todos bebieron y entonces se levantó Nicholas a proponer otro brindis:
—Por los Pícaros, que por lo menos al final nunca fracasan. Dare se recuperará totalmente. Con se levantó a añadir.
—Con la ayuda de los Georges. —Sonrió de oreja a oreja. —Interesante alianza, ¿no os parece?
—Sin duda el mundo se ha desviado de su eje —musitó el duque de Belcraven, aunque sonriendo, y bebió brindando con todos los demás.
Después propuso él otro brindis, diciendo con cierta altivez algo acerca del matrimonio, lo que hizo ruborizar a su mujer.
Cuando terminó la cena, el duque comentó que nadie estaba en condiciones para redactar acuerdos legales, y citó a Hawk para el día siguiente en la Old Ship, donde él también tenía reservadas habitaciones. Clarissa exigió estar presente. Al final él cedió, pero insistió en acompañarlas a ella y a la señorita Hurstman de vuelta a Broad Street.
Cuando llegaron a la casa, antes de marcharse le dijo:
—No toleraremos más faltas de decoro, Clarissa.
Ella simplemente sonrió.
—Lo intentaré, excelencia, pero no sé si eso está en mi naturaleza.
Esa noche Clarissa durmió profundamente y hasta bastante tarde. Cuando despertó se sintió invadida por una extraordinaria sensación de calma, como la calma del mar en un día perfecto, con todo el poder del océano bajo la superficie. Desayunó con la señorita Hurstman y la puso al tanto de los detalles que ésta aún no sabía. Ella se quedó atónita al enterarse de que la habían considerado una guardiana, y bastante sorprendida al saber que alguien hubiera creído que ella hubiera podido tomar parte en una picara conspiración.
Después llegó Hawk, para ir con ella a la Old Ship. Se fueron caminando por Marine Parada, bordeando un mar en calma, que reflejaba el cielo azul despejado y el brillo de la luz del sol.
—¿Crees que aquí por fin ha llegado el verano? —preguntó ella.
—Carpe diem —contestó él sonriendo.
Ella le sonrió también.
—Le prometí al duque que intentaría comportarme. Podemos casarnos pronto, ¿verdad?
—Hoy no sería demasiado pronto para mí, cariño.
—Ni para mí. Pero, Hawk, me gustaría una boda en la aldea, como la que tuvo María. ¿Es posible?
Él le cogió la mano y se la besó.
—Te daría las estrellas si pudiera. Una boda en la aldea es muy posible, por supuesto.
Entraron en el hotel en perfecta armonía, pero cuando estaban en la reunión, ella tuvo que pelear con él para que aceptara el dinero para que su padre restaurara totalmente Gaspard Hall.
—Considéralo desde mi punto de vista —dijo. —Deseo nuestra casa para nosotros. Si le damos suficiente dinero a tu padre, es posible que se marche inmediatamente a ocuparse de las obras de reparación.
—Excelente argumento —dijo el duque. —Hawkinville, considéralo hecho. Legalmente, todo el dinero debería ir a parar a tu padre. Si te opones, yo podría entregárselo.
Hawk puso los ojos en blanco, pero se rindió.
—Pero el resto del dinero es de Clarissa. Quiero que quede bajo su control. Una vez libre de deudas, la propiedad dará para mantenernos.
Clarissa no discutió nada en ese sentido, aunque dijo: —Sabes que gastaré parte de ese dinero en comodidades y placeres para nosotros. Pero la mayor parte quiero usarla en obras de caridad. Este dinero tiene un historial negro. Se me ocurrió que tal vez podríamos establecer una escuela gratuita para pobres en la casa de Slade.
Hawk se echó a reír.
—¡Maravillosa idea! Sin duda él tendrá que vendernos la casa barata también.
—¿Cuándo nos casamos, entonces? —le preguntó ella.
—Esa decisión le corresponde a la dama, pero la licencia tardará unos días.
—Una semana entonces, si es posible organizarlo todo. Él se levantó y la levantó a ella también.
—Todo se organizará con la perfección del Halcón. Pero para hacerlo y conservar la cordura, me voy a marchar. —Desentendiéndose de la presencia del duque, la besó. —No tenemos ninguna necesidad de aprovechar el día, cariño. Tenemos la promesa de un perfecto futuro.
—¿Repetición de consonantes? —musitó ella, y él le hizo una mueca.
Hawk salió de la iglesia a la luz del sol y a la lluvia de granos y flores arrojados por los alegres y bulliciosos aldeanos. Todos sonreían por la boda, pero él veía que esas sonrisas reflejaban una alegría y placer de un grado extraordinario. No sólo él era el Nuevo Señor, como habían decidido llamarlo, sino que, además, el Viejo Señor ya se había marchado. Su padre había alquilado una casa cerca de Gaspard Hall y se había ido a vivir allí sin un asomo de pesar.
La aldea estaba libre de Slade también, y del peligro que todos habían percibido en él. Muy pronto su casa sería la de Clarissa, para que ella hiciera ahí lo que quisiera. Ya se estaban haciendo las reparaciones más importantes en las casas de los inquilinos, lo cual daba también trabajo a los que lo necesitaban.
Miró a su flamante esposa, que estaba resplandeciente, radiante con su felicidad perfecta mientras los aldeanos la saludaban, acogiéndola como si fuera una de ellos. Elevó una corta oración, rogando ser digno, ser capaz de crear una felicidad de la que ninguno de los dos habían gozado nunca de verdad. Tendría que ser fácil. Ella le había pedido a su modista que le hiciera un vestido crema igual al que llevaba cuando ocurrieron sus aventuras, y llevaba una pamela y una pañoleta similares. Él no veía las horas de quitarle toda esa ropa, en la casa, que estaba ahí esperándolos, con las ventanas abiertas al sol.
Dejó de pensar en eso, que aún debería esperar, para recibir las felicitaciones de Con y de Van. A Susan ya se le notaba el embarazo, y Maria se veía esperanzada. Quizá Clarissa también diera a luz un hijo dentro de nueve meses. Habría un nuevo trío para correr desmadrados por la aldea y los alrededores.
Ya se le hacía insoportable estar separado de ella, así que fue a sacarla del grupo de sonrientes aldeanos que la rodeaba y la cogió en sus brazos para darle un beso.
—Da las gracias —le dijo, pensando cuánto debía esperar para cogerla en brazos riendo y llevarla a la habitación de arriba, a una cama cubierta por suaves sábanas frescas y olorosas por haber estado tendidas al sol. —Tenemos excelentes esperanzas del cielo.
—¡Repetición de iniciales! —exclamó ella, guiñando los ojos en un gesto que le dijo que sus pensamientos estaban en total armonía con los de él.
¡Basta! La levantó en los brazos y le dio dos vueltas en volandas.
—¡Disfrutad de la fiesta! —les gritó a todos, y echó a correr con ella hacia la casa.
FIN
[1] Hawk: además de ser el nombre elegido por el protagonista, tomado de su apellido, significa «halcón». (TV. de la T.)
[2] Broad Street: Calle Ancha. (N. de la T.)
[3] Une jolie laide: Una fea bonita. (N. de la T.)
[4] The Downs: Las Downs, las Colinas. Se llama así a las colinas del sur de Inglaterra. (N. de la T.)
[5] Carpe diem: (latín) Literalmente: «cosecha el día»; por lo general se traduce «aprovecha el día», en el sentido de «a vivir, que es un día», de aprovechar de disfrutar el momento, no dejarlo pasar, pues el mañana es incierto. (N. de la T.)
[6] In loco parentis: (lat.) En lugar del padre. (TV. de la T.)
[7] Jet: azabache. (TV. de la T.)
[8] Dog and Partridge: Perro y Perdiz. (N. de la T.)