CAPÍTULO 15
Como por mutuo acuerdo, los dos caminaron hasta la ventana a contemplar las vistas. Más allá del río se extendían apacibles campos, algunos de cultivo y también prados en los que pacían vacas. En la distancia se veía la elevación de terreno donde comenzaban las colinas que separaban esos campos de Brighton.
—¿Qué es esa inmensa casa blanca que se ve allá? —preguntó Clarissa. —¿Steynings?
—Sí.
—¿Por qué la aldea sólo está en este lado del río?
—En esta parte el Edén es profundo y es difícil cruzarlo, y el puente es bastante reciente. Antes de que lo construyeran, para cruzarlo era necesaria una embarcación, o caminar una milla río abajo, hasta Tretford.
Entonces ella vio hacia un lado un cobertizo para botes, sin usar, todo envuelto y agrietado por una frondosa glicinia.
—O sea, que la casa de lord Vandeimen no se habría construido ahí si no existiera el puente.
—No, a no ser que desearan mantener a raya a sus vecinos inferiores.
Ella se sentó en el asiento de la ventana y le sonrió, simplemente porque se sentía feliz. Feliz con todo.
—¿Y eso deseaba él?
La mano de él continuaba acariciando a la dichosa gata.
—Dicen que cuando se instaló aquí el primer barón Vandeimen se inclinaba a menospreciar nuestra sencilla forma de vivir. Era extranjero, ¿sabes? Pasadas varias generaciones, han comenzado a integrarse.
Clarissa oyó a lord Vandeimen comentar eso riendo, pero toda su atención estaba en Hawk. Él tenía los ojos cálidos, llenos de humor. ¿Y de algo más? Era muy difícil detectar algo en él.
Él volvió a mirar el panorama.
—Mi dormitorio está justo encima de esta sala. Por las noches experimentábamos enviándonos mensajes con la luz de una vela. Van y yo veíamos las luces de cada uno, y después Van y Con podían enviarse los mensajes a través del valle.
—Me sorprende que eso no se haga con más frecuencia.
—Se hace, en especial los contrabandistas, aunque claro, depende del tiempo, ya que si es malo no se ven las señales. Vamos, te enseñaré otra cosa.
La llevó de vuelta al corredor vestíbulo, de allí subieron un corto tramo de escalera y la hizo entrar en otra sala como si ella fuera la única a la que le enseñaría ese recorrido.
—Pero esto es demasiado grande —comentó ella, mirando el espacio que parecía tan grande como la casa.
—Lo llamamos la sala grande, suena un poco pretencioso, pero va bien para su función. Mi madre celebraba aquí alguno que otro baile. —La llevó más al fondo de la sala. —Ahora estás en la torre vieja.
Entonces ella comprendió de dónde venía ese espacio extra. La mayor parte de la sala estaba dentro de la torre hexagonal. A la derecha se abrían las saeteras que había visto desde el patio. En ese momento vio que tenían cristal. Había más a intervalos regulares, pero en la pared de la torre opuesta a la puerta habían abierto otra hilera de ventanas. Dado que las paredes de la torre tenían mucho grosor, los asientos de las ventanas formaban cada uno su propio esconce.
Fue a arrodillarse en uno de los cojines para mirar hacia fuera. Desde ahí la vista era en diagonal, daba a una huerta y un huerto; los árboles ya estaban cargados de frutas pequeñas. A la derecha se veían las dependencias de la granja de las que hablara él, y más allá, el río formaba un recodo por entre más campos fértiles.
—La cocina y las otras dependencias de servicio están debajo, y por eso esto está elevado —dijo él.
Se había acercado y estaba justo detrás de ella, por lo que casi sentía vibrar en su interior el ronroneo de la gata. Si se giraba... ¿estaría muy cerca?
—Y esto es todo lo que puedo enseñarte hoy, me temo —continuó él. —Mi padre no desea que lo perturben.
Ella se giró y descubrió que sus rodillas casi tocaban las de él.
—¿Está muy mal?
—Tiene una parálisis parcial. Está mejorando, pero la mejoría es lenta, por lo que prefiere no dejarse ver por desconocidos. Además, suele estar irritado, de mal humor. —Le cogió la mano y la instó suavemente a bajar del asiento con cojín. —Permíteme que te lleve al jardín.
La sorprendió encontrar a los demás en ese espacio de la torre, con ellos, y francamente deseó que no estuvieran. Según la reina Cleopatra, necesitaba estar con él a solas.
Entonces cayó en la cuenta de que él no le había soltado la mano. Ella seguía con los guantes puestos, pero eran de encaje de algodón, por lo que casi se tocaban la piel. La reina Cleopatra tenía razón en cuanto a la importancia de eso.
Él seguía sosteniendo a la gata en el otro brazo, y esta la miraba desconfiada con sus ojos sesgados, pero por lo menos no le siseaba todavía. Le gustaba la idea de que la gata se sintiera celosa; al parecer, los animales tienen buenos instintos.
Mientras bajaban por un sendero empedrado hacia la orilla del río con las manos entrelazadas, ella sintió el contacto de las palmas y los dedos; estaban tan unidos, que las manos parecían una sola, pero cuando llegaron a la orilla él le soltó bruscamente la mano; casi como si hubiera notado esa unión.
Se sintió desorientada, como si necesitara un mapa en medio de esa especie de selva de emociones y contactos.
Una familia de patos nadaba cerca de la orilla, agitando las cabezas como esperando que les arrojaran comida: los patitos graznando y nadando de prisa para ir al paso de la pata. Jetta saltó al suelo y se echó al sol, observando a los patos, sin duda a la espera de que se acercaran más.
—No te atrevas —le dijo Clarissa.
La gata se limitó a entrecerrar los ojos.
Clarissa decidió quedarse cerca, por si acaso, aunque se giró a mirar hacia la casa. Esta parecía estar agradablemente adormecida al calor del sol, arropada por las plantas trepadoras y el techo de paja. El sol le calentaba la piel y le daba un bello resplandor a todo.
Ese era uno de los momentos perfectos de la vida. No había experimentado muchos, pero sabía reconocer uno. Nunca lo olvidaría, aunque esperaba que hubiera muchísimos más como ese.
—Un penique por tus pensamientos —dijo él.
Bueno, eso era una invitación, pero no se precipitaría a decir nada mientras él no hubiera tenido su oportunidad. Podía esperar.
—Estaba pensando que es una casa preciosa y que tienes mucha suerte por haberte criado aquí.
—Ah.
El tono en que él dijo eso, la incitó a mirarlo.
—La verdadera suerte —dijo él entonces— es criarse rodeado de amor, ¿no lo crees, a pesar de las circunstancias? Si esta hubiera sido la casa de tu familia, ¿habría hecho que tu infancia fuera feliz?
—Si esta hubiera sido la casa de mi familia no estaría ni de cerca en tan buenas condiciones. Y ya la habrían despojado de todo lo de valor hace años.
—Comprendo. ¿Crees que debo estar agradecido por lo que tengo?
Ella lo miró a los ojos.
—Creo que todos deberíamos estarlo. Y el principal bien es el futuro. Haya sido como haya sido el pasado, siempre podemos crearnos el futuro.
Él la estaba escuchando pensativo.
—¿Un futuro sin los zarcillos del pasado? —dijo, y miró hacia la casa. —Una casa como esta dice otra cosa. El futuro no es un camino que se extiende llano ante nosotros. Es una capa que se construye sobre los cimientos del pasado.
Ella pensó en su familia, en su infancia, en Deveril, en la muerte de Deveril.
—¿Nadie puede comenzar a construir de nuevo?
Él sonrió sarcástico.
—Tal vez, y menos alguien que pertenece a un lugar como Hawkinville Manor.
—Que pertenece —dijo ella. —Me gusta eso.
En ese momento le captó la atención un movimiento en el suelo. Jetta había levantado el lomo y estaba en posición de acecho, lista para saltar; un patito estaba acercándose a la orilla. Ella avanzó hasta allí y agitó las manos para alejarlo.
—No lo atraparía, ¿verdad? —le dijo a Hawk.
—Es excelente cazando ratones.
—Eso es distinto.
—No para el ratón. El gato es un predador, Clarissa. Cazar está en su naturaleza.
Ella volvió a mirar a los patitos.
—También está en la naturaleza del halcón.
—Y en la del azor.
Ella lo miró de soslayo. ¿Eso era una insinuación? ¿Acaso él quería que ella le propusiera matrimonio? ¿Por qué?
—Te aseguro que no te llevaré presas pequeñas de regalo.
Él levantó la mano y le acarició ligeramente la mejilla.
—En cambio, a mí me gustaría llevarte de regalo a tus enemigos, pero sin cabeza.
—¿Enemigos? —preguntó ella, desconcertada por la caricia y por esas palabras.
—Las personas que te desean mal. Personas a las que temes.
Ella se rió, y notó que la risa le salía algo temblorosa.
—Ay de mí, no tengo ningún enemigo digno de un halcón.
—Ay de mí, sí. Pero a falta de un verdadero enemigo, me conformaré con uno de poca monta. ¿Nadie ha hablado mal de ti? ¿Ningún coche te ha salpicado barro en el vestido? ¿Ningún criado te ha servido la sopa fría?
Él estaba bromeando, pero antes no hablaba en broma. ¿Por qué sospecharía que ella tenía enemigos? ¿Cuánto habría descubierto ya?
—Yo no pediría la cabeza de nadie por eso —dijo. —En realidad, no deseo más violencia en mi vida.
—¿Más?
Ella se quedó atascada, sin saber qué decir. Justo entonces lord Trevor dijo:
—Alguien nos hace señas, señor.
Los dos se giraron a mirar y vieron a una mujer con delantal agitando una mano desde la puerta de la casa.
—Ah —dijo Hawk, —el coche debe de haber vuelto para llevarnos a Steynings.
Cuando echaron a caminar detrás de los demás, él cogió a la gata en un brazo y puso la otra en la espalda a ella, para llevarla hacia la casa. Tal como hiciera esa vez en el salón pequeño de la Old Ship.
La tela del vestido era delgada y llevaba un corsé finísimo. Sentía el calor de su mano en la piel y el placer de ese contacto le subía y le bajaba por la espalda, y así continuó todo el camino.
Hawk y Hawkinville.
Los tendría a los dos. Debía tenerlos a él y la casa.
La casa Steynings era totalmente diferente a la casa Hawkinville, un contraste absoluto; todo en ella eran espacios elegantes y modernos, todo simetría. En el interior, sin embargo, había un verdadero torbellino de actividad y ruido, por las obras de reparaciones del estucado, martillazos, y trabajos de pintura y limpieza. Los olores a yeso mojado, aserrín y aceite de linaza le quitaban toda sensación de comodidad y agrado, en opinión de Clarissa. Siguió a María en el recorrido de la casa que les hizo a ella y Althea, pensando si a lord Vandeimen le importaría que su mujer se hubiera apoderado así de su casa familiar.
No creía que a lord Vandeimen le importara mucho lo que hiciera su mujer, igual que a ella le resultaría difícil molestarse por lo que hiciera Hawk. Ahora él no estaba a su lado; los hombres habían desaparecido, tal vez buscando un rincón tranquilo para beber cerveza, por lo que cada momento de ese recorrido se le antojaba una pérdida de tiempo.
Pero puesto que no podía escapar, se esforzaba en prestar atención y hacer comentarios inteligentes. Algún día, muy pronto, esperaba, los Vandeimen serían sus vecinos.
Pensando bien las cosas, sí que le parecía que la mayor parte de las renovaciones eran mejoras. Habían eliminado algunas puertas y echado abajo una pared para convertir dos habitaciones en una. Las pinturas en tonos claros le daban a la casa un aire de frescor, alegría y espacio. Era fácil hacer comentarios halagadores de todo aquello.
Cuando volvieron al vestíbulo con suelo de mármol, aparecieron los hombres.
Hawk se acercó a ella.
—¿Esto es más de tu gusto, supongo?
Antes de contestar, ella tuvo buen cuidado de comprobar que no estuviera cerca la anfitriona.
—Pues, en realidad no. Es demasiado grande y fría.
Él la miró escéptico, como si no le creyera. ¿De veras creía que todo el mundo prefería el estilo moderno?
—De verdad, Hawk. Encuentro preciosa tu casa.
Frustrada, vio que él parecía tomarse su comentario simplemente como un acto de buena educación. ¿Qué otra cosa podía decir? ¿Que le gustaba tanto su casa que se casaría con lord Deveril para tenerla? Bueno, no llegaría a tanto, seguro.
En ese momento entraron lord Amleigh y su mujer, los dos con traje de montar y muy contentos y animados. A Clarissa le pareció que no eran producto de su imaginación las miradas penetrantes que le dirigieron, como si quisieran evaluar la situación entre ellos. Era una señal muy esperanzadora que los dos amigos de Hawk la tuvieran en consideración.
Todos entraron en el comedor y se sentaron a servirse un almuerzo frío. Aunque la sala estaba en condiciones para recibir invitados, Clarissa observó que en varios lugares faltaban acabados. La comida era excelente y la tranquilidad general sugería que los trabajadores también estaban almorzando.
Clarissa comenzó a formarse una idea de cómo sería la casa una vez que estuviera terminado todo, y en medio de la conversación alegre y relajada, se permitió imaginarse cenas ahí con esas dos parejas que ya serían sus amigos. De ahí su imaginación la lanzó a visualizar a los hijos, criándose juntos, tal como se criaron los tres amigos, pero todos en hogares totalmente felices.
No en hogares como el suyo o como el de Hawk.
En algunas cosas, por lo menos, era posible volver a comenzar.
Prestó atención a los comentarios sobre la celebración de bodas de los Vandeimen. Sería maravilloso casarse así, pensó; ser presentada así a la gente de la aldea.
—Pronto tendrás que elegir esposa, Hawk —bromeó lady Amleigh, —así que podremos tener otra fiesta antes que acabe el verano.
—Estás muy glotona, ¿eh, Susan? ¿No sería mejor esperar uno o dos veranos? No habrá probabilidades de celebrar otro tipo de fiesta así hasta pasada una generación.
—Hablando de generaciones —contestó lady Amleigh, —¡podemos celebrar bautizos! —Se ruborizó y sonrió. —Y sí, eso significa que creo que va a celebrarse un bautizo en febrero.
Todos se apresuraron a felicitar a los Amleigh.
—Entonces no hará buen tiempo para celebrar una fiesta en la aldea —dijo Hawk, después de las felicitaciones.
Clarissa vio pasar una leve expresión de tristeza por la cara de Maria Vandeimen, que le dio que pensar. La dama había estado casada y no tenía ningún hijo. ¿Podría ocurrirle eso a ella? Claro, eso podía ocurrirle a cualquier mujer.
Con la animada conversación sobre fiestas y bebés, nadie tenía prisa por levantarse de la mesa, hasta que finalmente Maria les dijo que era necesario que los trabajadores volvieran a sus tareas, y que se les había pedido que estuvieran en silencio mientras estaban ahí los invitados.
Todos salieron al vestíbulo y allí los Amleigh se despidieron y se marcharon. Los Vandeimen no tuvieron tiempo para decirles nada al resto de los invitados, ya que en ese momento se les acercó un hombre con mandil llevando varios rollos de planos, y al instante los tres comenzaron una seria conversación sobre los detalles de las reparaciones.
Lord Trevor y Althea se alejaron a mirar unos paneles pintados, dejando solos a Clarissa y Hawk. Pero no estaban lo bastante separados del resto, pensó ella. El paseo ya estaba casi a punto de terminar. No tardarían en subir al coche y emprender el viaje de vuelta, y se le habrían acabado todas las oportunidades. Y ella se había prometido proponerle matrimonio antes que se marcharan.
¿Ahí?
La acústica del vestíbulo era tal que prácticamente oía lo que estaban diciendo todos los demás. Necesitaba estar fuera con él. Un rato bien largo.
—Después de un almuerzo como este —dijo— me encantaría caminar un poco. ¿Podríamos volver a la aldea?
Hawk la miró dudoso, y al final dijo:
—Es probable que Maria esté un buen rato ocupada, y será un alivio para ella no tenernos a nosotros aquí. Detrás de la casa hay un sendero para una agradable caminata, que nos llevaría una media hora más o menos.
A Clarissa se le formó un nudo en el estómago, por la expectación y los nervios, pero logró decir:
—Eso lo encuentro perfecto.
—Les preguntaré a lord Trevor y a la señorita Trist si les apetece venir con nosotros —dijo él entonces.
Clarissa le envió un enérgico mensaje mental a Althea ordenándole que se negara, pero la pareja se acercó a ella mientras Hawk iba a hablar con los Vandeimen. Buscó una oportunidad para hablarle en susurros a su amiga, pero no se le presentó ninguna, y pasado un momento se encontró saliendo por la terraza de atrás con Hawk y la pareja, con todos sus planes y esperanzas destrozados.
Trató de imaginarse a Althea quedándose atrás con lord Trevor, pero no pudo; era tremendamente rigorista en lo que a decoro, etiquetas y esas cosas se refería.
Sin embargo, ocurrió que cuando iban a medio camino por el jardín de césped en dirección al bosque, Althea se detuvo.
—Ay, Dios. Cuánto lo siento. Me ha empezado a doler el tobillo. Me lo torcí ligeramente en la feria al resbalarme en el barro.
Los cuatro se quedaron detenidos ahí, hasta que Hawk dijo:
—Volvamos a la casa.
—¡Ay, no! Por favor, no —protestó Althea. —Sé cuanta ilusión les hacía la caminata. Pero —añadió, mirando a lord Trevor, —si usted me ofreciera el brazo para acompañarme a la casa, milord...
Él aceptó al instante, lógicamente. Clarissa miró a Hawk, pensando si él insistiría en volver a la casa también, pero no dijo nada.
—Bueno, entonces —dijo a Althea, —si estás segura de que estarás bien...
—Perfectamente —contestó Althea, y le hizo un disimulado guiño.
Haciendo un esfuerzo para no reírse, Clarissa se giró y reanudó la marcha, sola con Hawk, por fin.
La intuición le decía que esa sería la media hora más importante de su vida.