CAPÍTULO 19

 

Hawk se la llevó prácticamente a rastras, pero no hacia la puerta principal de la posada sino hacia la puerta de arco del patio interior. La hizo entrar y, sin tener en cuenta a los criados que pululaban por ahí, o tal vez sin verlos, la aplastó bruscamente contra una áspera pared.

—¿Qué demonios pretendías hacer?

—¡Fustigar al odioso Slade! —contestó ella, sonriendo, aun cuando las rodillas se le estaban convirtiendo en gelatina por el miedo; la gloria de la batalla se mezclaba con los recuerdos de la cara amoratada de Beth. —No me digas que no lo disfrutaste.

—¿Disfrutar de que me cojan por el pescuezo y me arrastren por un zarzal?

—Disfrutar de verlo tragar bilis.

De repente él cerró sus furiosos ojos y se echó a reír, apoyando la frente en la de ella.

—Zeus, sí. Ha valido por mil tormentos.

Clarissa pensó que debería sentirse herida por eso, pero no se sentía herida en absoluto. Repentinamente se sentía segura de que todo estaba bien en su mundo. No entendía la renuencia de él, pero estaba segura de que quedaría reducida a polvo. Por encima de todo, estaba segura de que lo deseaba y de que él sería todo lo que ella quería que fuera y mucho más.

Le dio un fuerte golpe en el vientre.

—Si vuelves a ser ofensivo acerca de la perspectiva de casarte conmigo, iré a decirle a Slade que se puede quedar Hawkinville, hasta el último poste y piedra.

Él se enderezó para mirarla, con los ojos todavía relampagueantes de risa.

—Clarissa, no hay nada que desee más que casarme contigo.

—Bueno, ¿entonces...?

Él la silenció con un beso, un beso ardiente, sorprendente, que le hizo bajar llamas por todo el cuerpo, aun cuando no podía dejar de pensar en los criados, que los estaban mirando.

Encantados y riendo.

Decididamente él tendría que casarse con ella después de eso.

—¡Hawk! ¡Clarissa! ¡Basta ya!

Saliendo de su aturdimiento, Clarissa abrió los ojos y vio a Maria golpeándole la espalda a Hawk con un leño. Afortunadamente el leño estaba podrido y salían volando trozos con cada golpe.

Hawk se giró hacia ella riendo, con las manos levantadas, y ella tiró al suelo el trozo de leño que quedaba, fastidiada.

—¿Qué os imagináis que estáis haciendo? —preguntó, y entonces miró a Clarissa. —O, mejor dicho, ¿qué habéis hecho?

—Me aproveché de ella en el jardín agreste, lógicamente.

—¿Qué?

—No seas gansa, Maria. Por cierto, ese jardín rústico tuyo está demasiado salvaje. Pero la mayor parte de nuestra desastrosa apariencia se debe a nuestro valiente rescate de dos niños en el río.

—¿Rescate? —repitió Maria, pero recobró el aplomo. —Eso no explica ese escandaloso beso delante de los criados.

—Siempre se apodera de nosotros una cierta locura después de la batalla.

—¿Batalla?

Mientras tanto Clarissa estaba incapacitada para hablar por un peligroso deseo de reírse, por cientos de motivos. Se limitó a continuar apoyada en la pared y a disfrutar del espectáculo.

—Clarissa acaba de dejar absolutamente derrotado a Slade diciéndole que estamos comprometidos en matrimonio. Se me ocurrió que sería mejor comprometerla del todo antes de que cambie de opinión.

Había ganado, pensó ella. No sabía cómo, pero había ganado. Amorosamente quitó trocitos de leña de los hombros de su futuro marido.

Él se giró a mirarla y la expresión que vio en sus ojos le convirtió la dicha en piedra fría. Había desaparecido la risa de sus ojos, reemplazada por algo sombrío, casi de extravío. Un movimiento más allá de él le captó la atención, y vio salir a lord Vandeimen de uno de los establos, con expresión letal.

Letal. ¿Por qué demonios se le ocurrió ese adjetivo?

Como si la expresión de ella le hubiera avisado, Hawk se giró a mirarlo.

—No ha ocurrido nada.

—¡Nada! —exclamó Maria, y no dijo ni una sola palabra más, tal vez silenciada por la crujiente tensión.

—Nada de gran importancia —dijo Hawk, con toda precisión.

Clarissa deseó protestar, pero también estaba paralizada ante la impresión de que en ese lugar tan tranquilo iba a estallar algo que lo transformaría en un mundo de garras y colmillos.

—Quiero hablar contigo, Hawk —dijo lord Vandeimen, haciendo un gesto con la cabeza hacia el establo de atrás.

Clarissa puso la mano en el brazo de Hawk, como para retenerlo, pero Maria la apartó.

—Vamos a la posada para que te laves y te peines, Clarissa.

—Pero...

Implacable, Maria continuó llevándola hacia la posada.

—No puedes volver a Brighton con esa facha —dijo, y continuó charlando.

Clarissa se soltó de su mano, obligándola a detenerse.

—Lord Vandeimen no es mi tutor. ¿Qué va a pasar ahí?

Maria la miró.

—Mejor dicho, ¿qué ocurrió durante vuestro paseo?

—Nada. Nada de gran importancia.

Entonces le salió toda esa tumultuosa media hora en forma de lágrimas. María la abrazó y la llevó a toda prisa hasta una habitación.

—Chss, cariño, tranquila. Sea lo que sea que haya pasado, arreglaremos las cosas. Sé que Hawk te ama.

Clarissa sacó un pañuelo y se sonó la nariz, mirándola. ¿Sí?

—Sí, por supuesto.

—Entonces, ¿por qué no quiere casarse conmigo?

Maria sonrió, casi riendo.

—¡Claro que lo desea!

Clarissa movió a un lado y otro lado la cabeza.

—Es muy difícil entender a los hombres, ¿verdad?

—Acabas de decir una verdad universal, querida mía.

 

 

Hawk entró en el establo detrás de Van, y aspiró el olor agradablemente acre de los corrales, pensando que el día ya no podía empeorar más, aunque sabiendo que sí lo haría.

Van se limitó a girarse a mirarlo y esperó.

—Ese beso tal vez ha estado fuera de lugar, pero no ha ocurrido nada peor. —Entonces recordó lo ocurrido en el jardín agreste y añadió: —Más o menos. Ese maldito paraje selvático tuyo es una vergüenza.

Vio que Van intentaba reprimir la risa, sin conseguirlo.

—Casi vale la pena con tal de verte en ese estado, Hawk. ¿Qué diablos pretendes?

—Intento salvar Hawkinville.

—Supongo que has decidido cortejar a la señorita Greystone. Pero ¿es necesario hacerlo de esa manera tan grosera?

—Ella le dijo a Slade que estamos comprometidos para casarnos.

Van se relajó visiblemente.

—¿Por qué diablos no lo has dicho, entonces? ¡Felicitaciones!

—No me voy a casar con ella, Van.

Van apoyó la espalda en un poste de madera, perplejo, ceñudo.

—¿Te importaría comenzar por el principio? ¿O desde un punto que tenga sentido?

—Mi padre es el nuevo vizconde Deveril.

Van frunció aun más el entrecejo.

—¿Eres hijo de lord Diablo? ¿Del que heredó la señorita Greystone? ¿Y yo nunca lo he sabido?

—El nuevo lord Deveril. Sabes que mi padre aceptó cambiar su apellido para poder casarse con mi madre. Cuando el año pasado se enteró de la muerte de lord Diablo revisó de arriba abajo el árbol genealógico y descubrió que él es el heredero. Las gestiones para demostrarlo le han llevado la mayor parte del año, pero acaba de conseguirlo.

—Felicitaciones. Algún día me superarás en rango.

—A la mierda. Ese título está hecho para escupirlo.

—Un título es un título. El primer lord Vandeimen era un lameculos sin carácter. ¿Así que de eso viene la deuda?

—Más o menos. Mi padre ha estado obsesionado por el dinero Deveril. Cree que debería recibirlo junto con el título, y que el testamento fue falsificado. —Miró alrededor y vio un cuarto con una puerta. —Ven aquí.

Van lo siguió y Hawk cerró la puerta. El cuarto era pequeño y en su mayor parte contenía remedios para tratar a los caballos.

—Por desgracia —continuó Hawk entonces, —es probable que mi padre tenga razón. —No deseaba decirlo, pero no tenía otra alternativa. —He estado rondando a la señorita Greystone no para cortejarla sino para incitarla a revelar algo sobre el testamento.

—Pues eres un actor excelente.

—He aprendido a serlo. Van, por el amor de Dios, no puede haber matrimonio. Cuando Clarissa se entere de lo que he estado haciendo y de que soy el futuro lord Deveril, se habrá acabado todo.

—Hawk, esto no es propio de ti.

—¿Qué, los métodos solapados y la investigación furtiva? Eso es mi capital en el oficio. He ablandado a muchos villanos para que suelten hasta las tripas.

—Pero no a una joven inocente.

—Si es inocente, no tendría que forzarla a hacer ninguna confesión.

Van frunció el ceño.

—De acuerdo. Hablemos de eso. ¿De qué exactamente la crees culpable?

—De asesinato o de conspiración de asesinato.

—¿Asesinato? —exclamó Van, aunque no se olvidó de hablar en voz baja. —A mi juicio, si es que es posible fiarse de él, la señorita Greystone sería incapaz de matar a una mosca.

—La mosca no la besaría por la fuerza ni la amenazaría con algo peor.

—¿Crees que mató a lord Deveril cuando él intentó violarla? ¿La enviarías a la horca por eso?

—No, caramba. Pero ten presente que ella acabó con el dinero del muerto.

Ese era un detalle que tendía voluntariamente a ignorar.

—De acuerdo —dijo Van, —¿tienes algún motivo, aparte de las ilusiones que te haces, para creer que el testamento de lord Deveril fue obra de un falsificador?

—¿Cuándo me has visto alguna vez complacerme en hacerme ilusiones? —Aunque su forma de pensar sobre Clarissa se acercaba mucho a eso. —El testamento fue escrito a mano —añadió secamente, —y los testigos de su firma fueron dos criados que han desaparecido convenientemente. Y le deja todo, sin condiciones, a una jovencita que entrará en plena posesión del dinero, y sin control, cuando cumpla los veintiún años.

Desapareció la condescendencia de la expresión de Van.

—Demonios.

—Demonios, sí. Puedo añadir que, dicho por la propia Clarissa, sus padres la vendieron a Deveril y que lo odiaba, y eso él tuvo que haberlo sabido. Le vomitó encima cuando él intentó besarla.

—Eso tiene muy mal aspecto. ¿Cómo murió Deveril?

—Apuñalado. Con virulencia.

Entonces Van movió la cabeza de un lado a otro.

—De todos modos no cuela. Yo no tengo tu agudeza para discernir entre verdad y mentira, pero Clarissa Greystone no encaja en el papel de ladrona, y mucho menos de asesina. Imposible.

—Las apariencias pueden ser engañosas. ¿Te he contado lo de ese niño de ojos grandes y aspecto inocente de Lisboa? Olvídalo. No te conviene saberlo.

Van arqueó las cejas.

—¿Quieres proteger al Demonio Vandeimen de detalles sórdidos, Hawk?

Hawk exhaló un suspiro.

—Lo haría si pudiera. A ninguno de nosotros le hace falta más oscuridad en nuestras vidas. Pero tengo que salvar Hawkinville. Debes entenderlo, Van.

—Sí, por supuesto. Tal vez simplemente le rebane el flaco cuello a Slade.

Era una broma, supuso Hawk, pero de todos modos negó con la cabeza.

—No más sangre si puedo evitarlo. —Entonces solucionemos esto. Hawk levantó una mano.

—Maria estará esperándonos. Podemos hablarlo después, si quieres.

—No, tiene que ser ahora. Si es necesario podemos quedarnos a pasar la noche aquí y llamar a Con para hablarlo con él. ¿De veras crees que Clarissa Greystone cometió un horrible asesinato y dejó en la casa un testamento falso?

—No, caramba, pero podría ser una ilusión engañosa voluntaria.

Van sonrió levemente ante ese reconocimiento implícito.

—Yo no me engaño voluntariamente. Consideremos esto. Si otro fue el asesino y el ladrón el año pasado, ¿quién podría ser? Por lo que he oído, ella dejó el colegio y se fue a pasar una temporada a Londres. No puede haber conocido a muchas personas que estuvieran dispuestas a matar y a falsificar por ella... —Se interrumpió. —Vamos, como si pudiera enseñarte algo a ti, que eres experto en esto. Ya debes de haberlo analizado todo.

Hawk se resistió, pero sabiendo que Van no cejaría, pasado un momento dijo:

—Arden.

—¿Arden?

—Lo mató el marqués de Arden. El año pasado se casó con una mujer que fue profesora de Clarissa en el colegio de Cheltenham.

Van lo miró boquiabierto.

—¿El heredero de Belcraven? ¿Estás loco?

—¿Tener un rango elevado confiere más honor? Sabes muy bien que no, Van.

—Pero se convertirá en un infierno para ti si te metes en eso y no logras demostrarlo sin la menor duda. ¿Y qué motivo podría haber tenido?

—María tiene una bonita sobrina, Natalie. Imagínate que cayera en poder de un hombre como Deveril. ¿María no podría convencerte de que hicieras algo ilegal para rescatarla?

—Lo apuñalaría en público si fuera preciso.

Hawk sabía que Van decía la verdad, literalmente. Él también lo haría. Por lo tanto, también lo haría un hombre como Arden, estaba seguro.

—Si eso fue lo que ocurrió, mejor dale una medalla —dijo Van.

—Y entonces, ¿cómo obtengo el dinero?

—¿Cómo obtienes el dinero estando así las cosas?

—Lo chantajeo —dijo Hawk, para explicarlo con palabras sencillas.

Van se apoyó en una mesa de trabajo.

—¿Arruinarías a personas que en esencia son honorables?

—No permitas que se te nublen los ojos. Matar a Deveril fue un acto virtuoso, pero apropiarse de su dinero, un robo deliberado.

—¿Cómo diablos piensas llevar esto? Hombres como Arden y su padre pueden destruirte con pronunciar una sola palabra.

—Ah, sí, el duque de Belcraven. Es el tutor de Clarissa, por cierto.

—¡Zeus! ¿Todos están metidos en esto? ¿Por qué?

—Simplemente para protegerla, supongo. Y eso hace que tengan mis más sinceras simpatías. Pero yo debo salvar Hawkinville, y no veo ningún motivo para no obtener lo suficiente de ese dinero para restaurar también Gaspard Hall y quitarme de encima a mi padre. Y, de paso, hacer algo por los pobres inquilinos de Deveril.

Van parecía estar levemente alarmado. Y había que esforzarse mucho para alarmar al Demonio Vandeimen.

—Tendrás que convencer al duque de que lo harás público. Y vigilarte la espalda —añadió.

—Soy bueno en eso. Van, todo va a depender de que sean personas esencialmente honorables. Pensaban que Deveril no tenía ningún heredero, y supongo que comprenderán que estuvo mal darle a otra persona todo ese dinero.

—¿Y Clarissa?

—No se va a quedar sin un céntimo.

—Ella es la parte inocente.

—¡Inocente! No da señales de tener una conciencia culpable por disfrutar de un beneficio mal adquirido. —Entonces otra pieza del rompecabezas cayó en su lugar. —Demonios, esa fortuna es un pago. Ella presenció el asesinato, por lo tanto Arden ideó la falsificación del testamento para pagarle. No es de extrañar que esté más silenciosa que una tumba.

—Hawk, eso está mal.

—No, caray, lo que está mal es la falsificación. Mi padre, malditos sus ojos, tiene razón. El dinero pertenece a Hawkinville y no voy a permitir que Slade la destruya por no herir los sentimientos de Clarissa.

—No puedes hacer eso.

Hawk estaba a punto de retorcerle el cuello a su amigo cuando vio la expresión de su cara; como si de repente tuviera una desagradable visión.

Van se enderezó.

—Arden dirá que es un farol.

—No se arriesgará.

—¿Por qué no? Si demuestras algo acabarás llevando a la horca a Clarissa además de a él.

—Si hay suerte, él no sabrá que ese es un factor.

—Y aún más, Arden es un Pícaro —dijo Van, pasado un momento.

¿Qué?

—Es un miembro de la Compañía de los Pícaros, a la que pertenece Con. No puedo creer que hayas pasado eso por alto. Roger, Nick, Francis, Hal, Luce... Le hemos oído hablar de ellos muchísimas veces. Y Luce es Lucien de Vaux, el marqués de Arden.

Se le había escapado ese detalle, pensó Hawk. El diablo en las llamas del infierno. Algo le había estado sonando respecto a Arden, pero Con siempre se refería a los Pícaros por sus nombres de pila, lo que era bastante insólito. Luce.

—Y Hal Beaumont —dijo, —el acompañante de la señora Hardcastle. Clarissa dijo que era un viejo amigo de Arden. Pero ser un Pícaro no le da inmunidad a Arden.

—No, pero él tiene que saber quién eres tú. No me cabe duda de que Con les hablaba de nosotros tanto como él nos hablaba a nosotros de ellos. Y nosotros sólo somos dos. A no ser que tenga el cerebro de una oveja y el valor de un conejo, tiene que saber que tú no intentarías aniquilar a uno de los Pícaros de Con. En todo caso, tal vez Con podría actuar como intermediario.

—¡No! —exclamó Hawk, instintivamente, pero a eso siguió la razón. —Sería colocarlo en una posición intolerable. «Reconoce voluntariamente el asesinato y la falsificación y pasa discretamente la mitad de la fortuna de Clarissa a mi amigo Hawk». No —repitió, sintiéndose destrozado. —Ya se me ocurrirá otra cosa.

—No tienes mucho tiempo. ¿Por qué sencillamente no le dices la verdad a Clarissa? Tal vez ella sea capaz de perdonar el engaño y hacer la vista gorda a su futuro como lady Deveril.

—Pero ¿cuál será la reacción de Arden y de su padre ante eso? De todos modos, ella necesita el permiso de su tutor para casarse.

—Condenación.

—Es extraño, ¿verdad? Tengo todas las cartas en la mano y sin embargo todavía es posible que pierda.

—Tenemos que decírselo a Con. No podemos dejarlo fuera de esto.

—¿No se te ha ocurrido que ya podría saberlo? Los Pícaros no guardan secretos entre ellos.

—¿Crees que sabe que redactaron un testamento que era una auténtica estafa para ti?

Hawk negó con la cabeza.

—No le he dicho nada sobre la deuda ni sobre el título Deveril. Pero alguno de los Pícaros tiene que saberlo, puesto que mi padre estuvo haciendo indagaciones a través de los tribunales.

—No creo que Con no hubiera hecho nada para arreglar la situación.

—Podría haberse visto atrapado en medio.

—No —dijo Van, —lo más probable es que no se lo dijeran para protegerlo. Hace muy poco que comenzó a recuperarse de Waterloo y de la muerte de Dare.

Hawk lo pensó y llegó a la conclusión de que eso podía ser cierto.

—Aún más a mi favor para no explicárselo todavía. —Se dirigió a la puerta. —Necesito un poco más de tiempo, Van. Tal vez necesito volver a barajar las cartas. Como mínimo necesito ir a casa a ponerme ropa limpia.

Salieron del cuarto y se separaron, pero de camino a la casa Hawk no logró barajar las cartas de forma que le dieran nada aparte de desastres.

¿Quién debía sufrir? Él, seguro, pero eso era por propia elección. ¿En cuanto a Con, o a Clarissa?

¿Y en cuanto a los Dadswell, los Manktelow y los Ashbee? ¿A la abuela Muggridge se le vendría el mundo abajo?

¿En qué momento se elevó tanto el precio de Hawkinville? Reduce las pérdidas.

Eso era algo que él había hecho con frecuencia durante la guerra, incluso cuando se trataba de elegir a un grupo de soldados sobre otros. ¿Tal vez si los consideraba a todos tropas de soldados...?

La opción que entrañaba menos pérdidas era fugarse con Clarissa. Tendría el dinero, o por lo menos la expectativa de tenerlo. Conocía el testamento, y ella tendría el dinero cuando llegara a su mayoría de edad, al margen de lo que hiciera o de con quién se casara. En calidad de marido suyo él podría pedir fácilmente un préstamo, con el aval de ese dinero.

Hawkinville estaría a salvo.

Habría una buena posibilidad de felicidad para ellos. Entre ellos existía algo profundo y verdadero, y él intentaría ganarse su perdón por haberla engañado.

Tal vez Van no le perdonaría nunca que hubiera faltado a su palabra, pero podía esperar que el tiempo también solucionara eso, sobre todo si él lograba hacer feliz a Clarissa.

Con. Por el momento era una incógnita. Si consideraba lo sucedido una traición de los Pícaros, podría llevar a un distanciamiento entre ellos. Seguro que a los Pícaros no les iba a gustar nada de eso. Tendrían que fiarse de que él no daría a conocer sus actos delictivos.

Pero era la única manera.

Armándose de la objetividad que lo había sostenido en las escenas de matanzas, subió a toda prisa a su habitación a cambiarse y luego cogió el dinero en metálico que había en la casa. Pensó en dejarle una nota a su padre, pero finalmente se decidió, golpeó y entró en su habitación.

El señor terrateniente estaba tumbado en la cama que usaba durante el día, acariciando, no se podía expresar de otra manera, unos papeles.

—Ya han llegado —dijo, con los ojos brillantes. —Los documentos. Ahora puedes llamarme oficialmente lord Deveril.

Hawk tuvo que reprimir el impulso de coger los papeles y romperlos en pedazos. No serviría de nada. De nada.

Pero eso precipitaba los acontecimientos. Su padre no tardaría en hacer correr la voz. Dado que Clarissa estaba en la aldea, se enteraría, y eso pondría fin a todo.

—Felicitaciones, milord. Puedes felicitarme a mí también. Me voy a casar con la señorita Greystone.

Su padre sonrió de oreja a oreja.

—Ya está, ¿lo ves? A buen fin no hay mal principio. Y su dinero servirá para restaurar Gaspard Hall.

—Ni un penique de su dinero irá a Gaspard Hall, milord. —Si tenía que hacer eso, sería de esa manera. —Le pagaremos a Slade, pero el resto del dinero lo controlará ella.

—¿Qué? ¿Estás loco? ¿Dejar esa fortuna en las manos de una muchachita como ella? No lo permitiré.

—No tendrás voz ni voto en eso. —Se giró y caminó hacia la puerta. —Simplemente vine a decirte que estaré ausente unos cuantos días.

—¿Te vas? ¿Adónde? Tenemos que organizar una grandiosa fiesta en la aldea para anunciar mi elevación. Ahora tengo un rango superior al de Vandeimen, y me encargaré de que lo reconozca.

La furia que hervía en el interior de Hawk estuvo a punto de desatarse, pero hasta ese instante nunca había golpeado a su padre y, decididamente, ese no era el momento para empezar a hacerlo.

—Eso tendrá que esperar, milord. Voy a Gretna Green.

Cerró la puerta apagando las protestas de su padre, no porque se fuera, sino porque tendría que retrasar su fiesta, y bajó corriendo la escalera. De alguna manera tenía que sacar a Clarissa de la posada Peregrine y tomar con ella el camino al norte antes de que su padre diera a conocer la noticia.

Lo impacientó el tiempo que tardaba el mozo en ensillar su caballo Centaur, imaginándose a su padre asomado a la ventana de su habitación proclamando a gritos la noticia. Eso no lo haría, seguro, pero se lo diría a su ayuda de cámara, tal vez ya se lo había dicho. Y este se lo diría a los demás criados y...

Era posible incluso que uno de los criados ya hubiera salido corriendo a propagar la noticia.

Llevó a Centaur hasta la posada pensando cómo sacaría de ahí a Clarissa. Tal vez tendría que raptarla mientras se dirigía al coche, como hizo Lochinvar con su amada para sacarla de la boda.

 

Ágilmente a la grupa montó a su bella dama.

Ágilmente saltó a la silla delante de ella.

«¡Me la he ganado! Nos vamos,

superando cuestas, matorrales y precipicios;

y a los veloces corceles que enviarán a seguirnos»,

citó el joven Lochinvar.

 

Y ese era, lógicamente, el problema. Dudaba de que el joven Lochinvar hubiera cabalgado tan rápido con una dama a la grupa, y él no tenía la menor intención de intentarlo si le perseguían

Van y Con, en especial Van, que era un jinete increíble, sobre todo ahora que estaba equipado por su rica mujer con los mejores caballos.

Tendría que entrar y de alguna manera persuadirla de salir con él.

Entonces la vio, a su amada, a su nada convencional e impetuosa Clarissa. Estaba en la puerta de arco del patio interior. Sola. Llevaba nuevamente la pamela que le ensombrecía la cara, y se había peinado un poco los rizos, pero su vestido seguía manchado sin remedio.

Cuando llegó hasta ella, Clarissa avanzó un paso a su encuentro.

—Les he explicado todo lo que le dije a Slade, y les he dicho que yo te besé a ti, no tú a mí.

Si no la adorara ya, habría caído desplomado a sus pies en ese mismo momento. Le tendió la mano enguantada.

—Fúgate conmigo.

Ella agrandó los ojos, pero solamente preguntó:

—¿Por qué?

—Para que no nos arrebaten esto.

Ella desvió la vista, al suelo y a los lados, visiblemente aturullada, y luego lo miró.

—¿Me amas, Hawk? No mientas. Por favor, no mientas.

—Te adoro, Clarissa. Y eso no es mentira.

Ella sonrió y puso la mano en la de él.

—Entonces, por supuesto. Es una idea loca, impetuosa, pero tal vez encaja bien con los dos.

Riendo, él subió a su bella dama a la grupa de su caballo y montó en la silla delante de ella.

—Yo solía ser un hombre cuerdo y reflexivo —dijo. —Afírmate bien. Vamos a pasar por cuestas, matorrales y precipicios.

Y se puso en marcha, pasando junto a unos cuantos aldeanos asombrados. Tomó el camino que finalmente los llevaría al norte, a Escocia, donde todavía podían casarse las menores de edad sin el consentimiento de sus padres, tutores o Pícaros.

Pero muy pronto se desvió del camino al norte y tomó una ruta hacia el oeste. No podría superar en velocidad a Van. Pero, por el cielo, sí que todavía podía superarlo en razonamiento.