CAPÍTULO 07

 

Los amigos del comandante Hawkinville eran una elegante pareja, aunque lord Vandeimen tenía la piel aún más morena que la del comandante y una rugosa cicatriz le estropeaba la mejilla derecha. Otro oficial, seguro, pensó Clarissa. Lady Vandeimen tenía la tez perfecta, y unos ojos hermosos y profundos que hacían que pareciera tener los párpados entornados, además de una cálida sonrisa.

Tuvo la impresión de que la dama era mayor que su marido, pero las miradas y sonrisitas que intercambiaban hablaban de fuertes sentimientos entre ellos.

—¡María! —exclamó la señorita Hurstman, avanzando. —Cuánto me alegra verte. Este debe de ser el bribón con el que te acabas de casar. —Le hizo un rápido examen a lord Vandeimen. —Bien por ti.

—¿Celosa? —musitó lady Vandeimen.

Eso hizo reír a su marido, que le cogió la mano a la señorita Hurstman y se la besó.

—La temible señorita Hurstman. Un honor, señora.

Curiosamente, la señorita Hurstman parecía ruborizada.

—Bribón —repitió. —Pero veinte años antes podría haberme hecho perder la cabeza a mí también. Por lo menos ahora está debidamente encadenado y es un pícaro menos de los que tengo que proteger a estas frívolas criaturas.

Pareció recalcar eso echando una rápida mirada al comandante Hawkinville, observó Clarissa.

Pasado un momento de conversación, la señorita Hurstman se volvió hacia ella.

—Será mejor que volvamos a casa. Tenemos cosas que hacer.

¿Tenemos?, pensó Clarissa, pero la señorita Hurstman estaba al mando de esa expedición, así que se despidió del comandante y de la pareja, y oyó la promesa de un próximo encuentro en la sala de fiestas. Sin embargo se quedó frustrada, porque no le quedó claro si la promesa incluía al comandante.

Los jóvenes oficiales continuaron con ellas mientras se alejaban por el Steyne.

—No ha estado muy bien que se haya dejado robar por un oficial del estado mayor, señorita Greystone —protestó lord Trevor. —¿Qué podemos hacer ante eso nosotros los pobres inferiores?

—¿Luchar? —bromeó Clarissa.

—¿Con Hawk Hawkinville? Creo que no.

Hawk Hawkinville. Sí, ese nombre le sienta bien, pensó ella.

—¿Tiene una fama formidable? —preguntó.

Sabía que con eso manifestaba interés, pero no pudo resistirse. La tontería viene con la brisa de Brighton, había dicho la señorita Hurstman. Más bien parecía que bajara con el calor del sol de mediodía, derritiendo la voluntad y el juicio y dejándolos convertidos en un charco turbio.

—Era la mano derecha del coronel De Lancey, del Departamento del Intendente General de Wellington. Hacía un trabajo importantísimo, esencial. Pero vio un poco de acción también. Dicen que salvó a un batallón en Saint Pierre él solo, cuando cayeron muertos todos los oficiales.

—¿De veras? —dijo ella, con la esperanza de que dijera más. Claro que un héroe militar podría ser un sinvergüenza en otros aspectos. Un cazador de fortunas. Debido a una insidiosa atracción, ya no encontraba tan terrible esa idea.

—He sabido que su principal trabajo era hacer investigaciones, señorita Greystone.

—¿De delitos?

—Sí, pero también de problemas. Cuando en las carretas nos enviaban zapatos y necesitábamos carne, o carne cuando los caballos necesitaban heno. Cuando se desgastaban las botas y teníamos que ponerles suelas de papel, y se acababan los rifles. Ningún proveedor tramposo quería caer bajo la mirada escrutadora de Hawk, se lo aseguro. Se dice que rara vez deja de ver u olvida un detalle.

O sea, que descubrir lo de su compromiso con lord Deveril y lo de su tutor tuvo que ser un juego de niños para él, pensó Clarissa. Sintiendo una repentina inquietud, pensó qué podría descubrir Hawk Hawkinville si comenzaba a observar con más atención. Él no tenía ningún motivo para investigar los detalles de la muerte de lord Deveril, pero ella tuvo la sensación de que la rozaba el peligro.

—Inmediatamente detalló todos los parentescos de la señorita Hurstman —dijo.

—¿Sí? —preguntó la señorita Hurstman, con cierta brusquedad. —¿Y acertó?

—Confieso que he olvidado qué dijo exactamente, señora. Creo que lord Trevor es hijo de un primo suyo, por lo tanto no es un sobrino propiamente tal, y que usted es nieta de un duque.

¿Era tonta al pensar que la señorita Hurstman estaba preocupada? ¿Tendría algo que ocultar también? ¿Por qué se había empleado como carabina?

—Ja —dijo entonces la señorita Hurstman. —No es infalible. Soy biznieta de un duque. Trevor, vete y llévate a tus amigos. Mañana tendrás otra oportunidad.

Diciendo eso se las llevó a Althea y a ella con sospechosa prisa.

—Hay que estar vigilante con un hombre que lleva un nombre como Hawk Hawkinville —dijo.

¿Es que la señorita Hurstman tenía ropa sucia en su armario? Por pura y traviesa curiosidad Clarissa deseó saber qué era.

—¿Por qué? —preguntó.

—¿Un ojo de halcón para los detalles y una memoria casi infalible? Una mujer no podría ponerse el mismo vestido dos veces. —Como si a mí me importara eso. Y a usted no le importa. La señorita Hurstman no contestó a eso. —Sería prudente que lo evitara. Vamos.

Ya habían salido del Steyne e iban caminando por Broad Street. La señorita Hurstman se veía preocupada, y Clarissa descubrió que se sentía más protectora que curiosa. Sabía cómo era no desear un ojo de halcón en el propio pasado.

Pero ¿la señorita Hurstman? Comenzó a funcionar su hiperactiva imaginación. ¿Un romance escandaloso cuando era joven? ¿La pillaron haciendo trampas en el whist? ¿Pasó un tiempo en la prisión Fleet por deudas? Todo eso lo encontraba muy inverosímil.

Pero claro, probablemente su implicación en un asunto violento también se vería así, y esa idea le evaporó todas sus fantasías y el buen humor. El comandante Hawkinville era, en efecto, un cazador profesional de delincuentes. Era la última persona del mundo a la que debía animar a interesarse por sus asuntos.

La instantánea resistencia que sintió a la idea de renunciar a él fue un aviso de que sus sentimientos eran más fuertes de lo que creía. Por primera vez se permitió pensar en serio en la posibilidad de que su cazador de fortunas la atrapara. El simple hecho de necesitar casarse por dinero no hace villana a la persona. Althea necesitaba casarse con un hombre que por lo menos tuviera ingresos para vivir cómodamente.

Pero comprendía que ella no debería ceder al atractivo de ese determinado predador.

Cuando llegaron a la casa ya se sentía enferma de preocupación. El señor Delaney, el jefe de la Compañía de los Pícaros, le había insistido en que no dejara escapar absolutamente nada acerca de la muerte de Deveril porque eso podría llevar a la horca a las personas que la ayudaron; y a ella podrían colgarla por su participación.

Beth Arden, que fue tan buena y amable, se vería involucrada también, justo cuando estaba esperando el nacimiento de su hijo. Y Blanche Hardcastle.

Necesitaba un lugar tranquilo para pensar, pero la señorita Hurstman les ordenó que entraran en el salón. Una vez que estuvieron ahí, clavó su penetrante mirada en ella.

—¿De qué conoce a Hawkinville?

Clarissa no se había esperado ese ataque. Sintió arder las mejillas, seguro que las tenía rojas, aun cuando no tenía nada de qué avergonzarse.

—Nos conocimos en Cheltenham. Nos rescató de un violento alboroto, a mí y a varias niñas del colegio.

La mujer entrecerró los ojos.

—¿En Cheltenham? ¿Qué hacía él en Cheltenham?

—¿Por qué no debía estar en Cheltenham?

—Su casa está cerca de aquí, a no ser que esté equivocada. ¿Por qué estaba en Cheltenham?

—Iba de camino a una propiedad recientemente adquirida por su padre.

La señorita Hurstman pareció repentinamente pensativa.

—Ah.

¿Ah? —repitió Clarissa. —¿Qué significa eso? Señorita Hurstman, si sabe algo que perjudique la reputación del comandante, yo también deseo saberlo.

Estaba claro que la señorita Hurstman sabía que él era un cazador de fortunas, y ella deseaba que saliera a la luz ese pequeño problema para tratarlo.

—¿Que perjudique su reputación? No. Según Trevor es un excelente oficial. Además, pertenece a una de las familias más antiguas. Se remontan a la Conquista. —Agitó una huesuda mano. —Ahora váyanse a hacer algo.

Clarissa se mantuvo firme.

—¿Por qué se muestra tan desconfiada?

—¿Por qué? Me dijeron que ha vivido encerrada casi como una monja y entonces va y se presenta como conocido de usted un galán que no tiene ninguna relación con Cheltenham. Es lógico que me extrañara. Y a juzgar por la forma de mirarse a los ojos los dos, hay más de lo que me ha dicho.

Clarissa volvió a sentir las mejillas rojas, pero contestó:

—Todo fue tal como le he dicho. —Y no pudo dejar de añadir: —Entonces, ¿no sabe nada vergonzoso de él?

—No.

De todos modos Clarissa detectó una frustrante sombra de duda. Cambió de táctica.

—¿Sabe algo acerca de lord y lady Vandeimen?

—¿Otro galante rescate en Cheltenham? —preguntó la señorita Hurstman, mordaz. —Si es así, se le escapó de la red. Se casó hace unas semanas. Ella era la señora Celestin, viuda rica de un extranjero. Es mayor que él, por supuesto, pero no hay nada malo en eso, y viene de una familia del mejor de los linajes. Es una Dunpott-Ffyfe. Somos primas muy, muy lejanas. La familia de él es bastante nueva aquí; de origen holandés, pero su madre era una Grenville. ¿A qué viene tanta curiosidad?

Clarissa se sintió como si hubiera abierto un grifo y quedado empapada de información, toda ella ajena a lo que le interesaba saber.

—El comandante Hawkinville me dio la dirección de ellos, como el lugar para contactar con él.

—¿Y para qué habría de contactar con él, si se puede saber?

Excelente pregunta. Ella creyó que se había manejado bien con la conducta atrevida del comandante, pero de todos modos él la empujó al indecoro.

—No sé para qué. Eso sí, le dije que podía venir de visita.

—No hay nada malo en eso. Pero ninguna de las dos va a recibir aquí a un caballero sola, ¿entienden?

—Por supuesto —contestó Clarissa por las dos.

La cara de Althea indicaba que le iba a venir otro dolor de cabeza.

—Nada de encuentros clandestinos y nada de matrimonios clandestinos. Si alguna de las dos acaba embarazada de un bastardo, me avergonzará y enfurecerá.

Althea chilló y tartamudeó algo en que se oyeron las palabras «nunca» y «horror».

Clarissa, en cambio, se inclinó en una mansa reverencia de colegiala.

—Sí, señorita Hurstman.

El bufido de diversión de la mujer le dijo que se había librado de las sospechas, pero por dentro estaba hecha un torbellino de confusión y ansiedad. Hawk Hawkinville era un peligro tanto para su virtud como para sus secretos y su única seguridad era cortar toda relación con él.

Y no sabía si tendría la fuerza necesaria para hacer eso.

 

 

Cuando salieron las jóvenes, Arabella Hurstman estuvo un momento ceñuda, pensando. Después fue al pequeño escritorio, se sentó y sacó un papel de carta. Con su pulcra letra y tinta negra, le explicó lo ocurrido al hombre que la envió ahí.

 

Me advertiste de un posible peligro por parte del nuevo lord Deveril, y está aquí el hijo de John Gaspard, tan pecaminosamente guapo como su padre, desviviéndose por complacer, y está claro que ya ha hecho mella. Más aún, el comandante Hawkinville es un hombre al que no se puede tomar a la ligera. Presiento que va a ocurrir muchísimo más de lo que se me llevó a esperar. Exijo que me explique todos los detalles inmediatamente. De preferencia en persona.

Y trae a mi ahijada contigo. Hace demasiado tiempo que no la veo.

Dobló la carta, la selló y escribió la dirección: «Honorable Nicholas Delaney, Red Oaks, Cerca de Yeovil, Somerset».

 

 

Cuando ya estaban en el refugio de su habitación, Althea se presionó las mejillas.

—¡Esa mujer dice las cosas más escandalosas!

—Sí, ¿verdad? A mí me gusta bastante.

Althea expulsó el aliento en un soplido y comenzó a quitarse su complicada papalina.

—A ti, seguro. ¿Sigues complacida con el comandante, entonces?

Clarissa reprimió un suspiro. No habría paz todavía. Iba a tener que hablar de galanes.

—Me servirá para pasar el tiempo —dijo alegremente, dejando su sombrero en una silla.

—¿Es sólo eso?

—Dudo de que tenga comprometido el corazón, Thea. ¿Tú estás chalada por lord Trevor, entonces?

Althea la miró mal.

—Es demasiado joven. Y no intentes cambiar de tema. —Guardó con sumo cuidado la papalina en su caja. —No debes volverte coqueta, Clarissa.

—Pero es que deseo coquetear. Y puesto que no tengo la menor intención de casarme, es lo único que puedo hacer. Advertí de eso al comandante.

Althea agrandó los ojos.

—¿Y qué dijo?

Clarissa sonrió de oreja a oreja.

—Creo que se lo tomó como un desafío.

Se le evaporó el humor. Sería absolutamente delicioso si él no hubiera resultado ser un Halcón.

—¿Qué te pasa, Clarissa?

No podía decírselo, porque eso la obligaría a explicar lo de la muerte de Deveril.

—Todo esto es muy nuevo para mí. Deseo disfrutarlo, pero sin provocar un escándalo.

—Sólo tienes que comportarte bien, correctamente.

—Pero ¡eso sería tremendamente aburrido!

Sin poder resistirse, pensó cómo sería salir furtivamente por la noche a explorar Brighton.

Eso era imposible, por supuesto, pero ay, qué tentador.

En el colegio muchas veces salía furtivamente al jardín por la noche. Era un pecado venial, pero le encantaba. Si no hubiera descubierto que el comandante Hawkinville era también peligroso, tal vez podría haber caído en la tentación de aventurarse.

Althea la estaba mirando moviendo de lado a lado la cabeza.

—Oí decir que no eras la niña que mejor se comportaba del colegio, y ahora comienzo a creerlo.

Clarissa tuvo que reírse.

—Culpable, me temo. Pero nunca armé un escándalo, y tampoco lo voy a armar ahora, Thea, así que no te preocupes.

Entonces, para su inmenso alivio, Althea fue a sentarse al escritorio a escribir su carta diaria a su familia.

Ella cogió un libro y fingió que estaba leyendo, con el fin de tener tiempo para pensar.

Lo único sensato era rechazar las atenciones del comandante Hawkinville y eliminarlo de su vida. Aunque, ¿serviría de algo eso? Si él deseaba su fortuna, continuaría el asedio; y además, era posible que ya se hubiera despertado su interés por la muerte de lord Deveril.

Tal vez sería mejor continuar la relación con él para observar qué hacía. Desde luego eso era un absoluto sofisma, porque si él estaba investigando su pasado, ¿qué podía hacer ella?

¿Matarlo?

Su intención al pensar eso fue reírse, pero le despertó un nuevo temor.

Los Pícaros fueron buenos y amables con ella, pero eran implacables, despiadados, y no podía infravalorarlos. ¿Qué no harían si se trataba de defender a sus seres queridos?

De pronto se sintió como si fuera una especie de Jonás, que atraía la desgracia a las personas con que se relacionaba: Beth, los Pícaros, e incluso lord Deveril. Y ahora el inocente comandante Hawkinville. Tal vez debería encerrarse en un convento para poner a salvo el mundo.

 

 

Hawk acompañó a sus amigos hasta su casa, aunque había decidido no quedarse a pasar la noche. Su encuentro con Clarissa Greystone lo había dejado condenadamente desequilibrado. ¿Era inocente o malvada, sincera o falsa? Necesitaba tiempo y distancia para reordenar sus pensamientos y recuperarse.

Todos sus instintos le decían que era la misma chica valiente y sencilla que conoció en Cheltenham. Pero todos los hechos apuntaban a lo contrario.

¿Qué era? No tenía ni idea, aparte de que era sorprendentemente peligrosa para él como persona. Le encantaba la esgrima verbal entre ellos. Se sentía extrañamente protector. Incluso comenzaba a encontrarla guapa, en el sentido de la expresión une jolie laide[3] que empleaban los franceses para referirse a una mujer que no es hermosa pero que casi lo es por su vitalidad.

—¿Te gusta este diseño de la puerta de la cochera, Hawk?

La pregunta de María interrumpió bruscamente sus pensamientos, y miró el dibujo extendido sobre la mesa del salón. María y Van, principalmente María, estaban dedicados a redecorar la descuidada casa de Van. Por eso estaban pasando el verano en Brighton; para mantenerse lejos del ruido y el polvo de las obras, pero estando lo bastante cerca para supervisarlas.

—Serviría a la finalidad —contestó. —¿Vais a añadir una puerta a la cochera?

Van se encogió de hombros.

—María la quiere.

—¡Por supuesto que la quiero! Imagínate si volvemos a casa una noche y está lloviendo a cántaros.

—¿Paraguas? —sugirió Van.

María se limitó a mirarlo, pero la mirada crepitó.

Hawk exhaló un suspiro. Recién casados; otro motivo para no quedarse. Se sentía intruso. Y un poquitín envidioso también; ¿de dónde le venía eso? Se levantó, dejando en la mesa su taza de té a la mitad.

—Tendría que ponerme en marcha para volver a Hawkinville. María también se levantó.

—Espera un momento, Hawk. Tengo una cosa para que me la lleves, si eres tan amable. Clavos especiales —explicó, y salió a toda prisa.

—¿Huyendo a toda prisa? —dijo Van. —Nos sería grato si te quedaras. Te vi mirando con mucho sentimiento a los ojos de la señorita Greystone.

Hawk le dirigió una mirada fulminante, aunque él mismo había buscado ese momento de contacto justamente para ese efecto. Para avisar a los demás, en especial a los otros hombres. Para poner su marca en ella.

—Tal vez huyo del sentimiento —dijo.

—La encuentro encantadora.

—Es una descarada.

—Una descarada encantadora, entonces. No hay nada malo en el matrimonio, Hawk. Lo recomiendo. Y la señorita Greystone sería una excelente opción. Me han dicho que es toda una heredera.

—¿Crees que necesito casarme por dinero también?

El «también» era un pinchazo a su amigo, que se había casado con una mujer muy rica. Fue intencionado. No quería que Van excavara en esos asuntos.

Van se apoyó en la mesa, totalmente imperturbable.

—¿Huyes por miedo?

—Huyo por cautela. Apenas conozco a la muchacha, así que ¿para qué hablar de matrimonio?

—Soy como un converso. Fervoroso en reclutar nuevos adeptos. Hawk se echó a reír.

—Me encanta verte feliz, Van, pero ese no es mi camino por el momento. ¿Me imaginas llevando a mi flamante esposa a la casa Hawkinville, a vivir entre las incesantes escaramuzas que lidiamos mi padre y yo?

—Difícil, te lo concedo.

—Y debo seguir ahí hasta que el señor recupere sus fuerzas para llevar la propiedad.

No le había dicho a nadie lo del título de su padre ni el peligro que corría Hawk in the Vale. El título era una ridiculez, y esperaba anular el peligro para la aldea. En un recoveco de su mente estaba la idea de que en un caso desesperado podría pedirles un préstamo a Van y María para pagarle a Slade.

¿Veinte mil libras?

¿Cuándo diablos podría pagarles esa inmensa suma? Además, dudaba de que en esos momentos María tuviera mucho dinero para prestar.

Sabía que ella se había ocupado de devolverles el dinero a personas a las que había engañado su marido, y donaba generosas sumas a las instituciones de beneficencia para los veteranos, porque Maurice Celestin había hecho sucios beneficios vendiendo provisiones para el ejército. Con las extensas obras de renovación en Steynings, probablemente estaban escasos de dinero en efectivo.

Pero más que eso, no quería confesar lo que estaba haciendo para intentar obtener el dinero Deveril. Aunque podía justificarlo, no quería que nadie supiera lo que se proponía hacer con la heredera.

—Espero que te tomes el tiempo para venir a visitarnos con frecuencia, entonces —dijo Van afablemente. —Con y Susan hablaron de venir a pasar unos días con nosotros.

—Por supuesto.

La entrada de Maria lo libró de seguir conversando. Traía un bolso colgado del hombro y una bolsa de piel en los brazos.

—Los clavos son bastante pesados, me temo.

El cogió la bolsa y fingió que se le doblaban las rodillas con el peso.

—Centaur no llegará a casa. Ella se rió.

—Si puedo molestarte, el carpintero los está esperando. Las cabezas decorativas son parte del diseño. —Las dejaré allí esta misma noche.

—Y volverás pronto, espero —dijo ella, con una ancha y amistosa sonrisa.

Eso era extraordinario, puesto que él hizo todo lo posible por alejar a Van de ella.

—¿Para perseguir a la señorita Greystone, tal vez? —añadió ella bromeando.

—En cierto modo —contestó Hawk, y escapó.