CAPÍTULO 13
Cuando terminó el desayuno, Clarissa había ideado y descartado un buen número de astutos planes para llevar su carta al correo. Al final se decidió por el más sencillo. Mientras la señorita Hurstman leía el periódico y Althea escribía su carta diaria a su familia, salió sigilosamente de la casa y recorrió a toda prisa las pocas manzanas que separaban la casa de la oficina de correos.
Si el señor Crawford encontró raro ver a una damita sola, no hizo ningún comentario.
Clarissa le entregó la carta.
—¿Me podría decir, por favor, cuánto tardará en llegar?
El leyó la dirección.
—¿Cerca de Yeovil? Mañana, estimada señora. Me encargaré de que salga en el primer y mejor correo. —Su benévola sonrisa decía que creía que era una carta de amor. Entonces volvió a mirar la dirección. —¿Al señor Delaney de Red Oaks? Vamos, estoy casi seguro de que su acompañante, la señorita Hurstman, envió una carta a esta misma dirección no hace muchos días.
A Clarissa no se le había pasado por la cabeza que un hombre como el señor Crawford llevara la cuenta de las cartas que pasaban por sus manos. Dios la amparara, ¿es que acababa de cometer otra estupidez?
Entonces cayó en la cuenta de lo que significaba lo que le acababa de decir.
¡La señorita Hurstman!
¿La señorita Hurstman en connivencia con los Pícaros?
No tenía tiempo para analizar eso, estando el señor Crawford sonriéndole. Le arrancó la carta de la mano.
—Ah, si la señorita Hurstman ya escribió al señor Delaney, creo que esta carta no le dirá nada nuevo. —Se obligó a esbozar una alegre y despreocupada sonrisa. —Gracias, señor Crawford.
Salió a toda prisa, y ya había atravesado dos calles cuando se detuvo a pensar. Era ridículo, pero se sentía como si alguien la estuviera observando, buscando señales de culpabilidad en ella.
Aun era temprano, por lo que solamente los más animosos y robustos habían salido a dar una enérgica caminata, aún así, no podía quedarse detenida ahí como una estatua. Y si no llegaba pronto a casa la echarían de menos. Sintió el fuerte deseo de romper la carta y tirar los pedazos al viento para que se los llevara hasta el mar, pero al instante se imaginó a alguien corriendo a recogerlos para recomponer el escrito.
Ridículo. Se estaba volviendo loca.
Al menos, se sentía totalmente confundida, desconcertada, y necesitaba a alguien con quien hablar. A alguien en quien confiar. Primero Madame Mystique y ahora la señorita Hurstman.
Se metió la carta en el fondo del bolsillo y reanudó la marcha hacia Broad Street, tratando de encontrarle sentido a las cosas.
Crawford podría estar equivocado, pero eso era estrafalario.
O sea, que la señorita Hurstman conocía al señor Delaney.
No había otra manera de verlo. Era probable que el señor Delaney hubiera organizado las cosas para que la señorita Hurstman fuera su carabina en Brighton. Y entendía claramente por qué. Seguro que a él lo había preocupado que ella saliera sola al mundo, y por eso instaló a una persona que equivalía a una guardiana. La señorita Hurstman no hacía muy bien su papel, porque en realidad debería acompañarla siempre, en todo momento, aunque tal vez la dama no sabía o no entendía todo lo que estaba en juego.
La gran pregunta era: ¿cómo reaccionaría la señorita Hurstman si ella hiciera algo que supusiera un peligro?
¿Qué podrían hacer los Pícaros, aparte de matarla?
Eso no podía creerlo, pero se obligó a ser lógica. No tendrían ninguna otra manera de mantenerse a salvo ellos y mantener a salvo a sus seres queridos. No eran solamente los Pícaros y ella. Beth Arden estaba en peligro. Y la que corría el mayor riesgo de todos era Blanche Hardcastle.
Madame Mystique le habló de muerte...
Se detuvo bruscamente y se apresuró a retroceder hasta Manchester Street. Pasado un momento, asomó con sumo cuidado la cabeza por la esquina y miró. Al otro lado de Parade Marine estaba la señorita Hurstman, con su muy distintiva figura recta y gris, hablando con un hombre rubio.
¡Con Nicholas Delaney!
Él estaba ahí. La señorita Hurstman lo había llamado. Y debió haberlo hecho hace dos días por lo menos, tal vez debido a que Hawk la estaba cortejando. Hawk. El Halcón. La señorita Hurstman debió alarmarse al saber que era un hábil investigador.
Continuó caminando por Manchester Street para entrar por el otro lado en Broad Street.
El señor Delaney estaba ahí, por lo tanto podría ir a verlo para explicarle lo de Madame Mystique. Si se fiaba de él. También podría asegurarle que ella no representaba ningún peligro para él. ¿Le creería?
Él fue bueno y amable con ella aquella vez. Esa noche fue el único que se dio cuenta de que ella estaba desatendida. A Beth la estaba consolando el marqués, a Blanche, el comandante Beaumont, y a ella la habían dejado sola temblando. Él la abrazó y en cierto modo le transmitió la sensación de que eso no era tan malo y que todo iría bien.
De todos modos, ¿qué podía esperar de un hombre que al entrar en el sangriento escenario de un asesinato lo único que había hecho es quejarse de que «se ha perdido la acción»?
Cuando llegó a la casa se detuvo en la puerta, pensando vagamente que comprendía muy bien a las personas que se arrojan al mar para escapar de un dilema. Pero ella no sería tan débil. Tenía que hacer lo correcto, lo correcto para Beth y para Blanche, y también para ella. No deseaba morir por eso.
Entró, pero no logró subir a su habitación sin ser detectada. Althea salió del salón principal.
—¿Has salido? Creí que sería la señorita Hurstman. Recibió una nota y se marchó. Llegó un mensaje de lady Vandeimen.
Bueno, pensó Clarissa, por lo menos Althea no le había preguntado adonde había ido. Cogió la nota y la abrió.
—Nos invitan a salir a caminar con ellos otra vez.
—¿Y con el comandante Hawkinville? —bromeó Althea.
El mundo se detuvo a su alrededor, y luego volvió a moverse, de otras maneras.
—Y con el comandante Hawkinville —dijo. —Le enviaré una nota de aceptación y subiré a ponerme un vestido más bonito. —Mientras se acercaba al escritorio preguntó: —¿Adonde ha ido la señorita Hurstman?
—No lo dijo. ¿Y tú?
—Quería tomar un poco de aire fresco antes que se junte la multitud.
Escribió rápidamente la nota y llamó al lacayo para que la llevara. Después llamó a Elsie y subió a cambiarse. Eligió el vestido crema con adornos naranja oscuro que se puso el primer día y cogió el quitasol también; eran pocas las oportunidades de hacerlo servir.
Hawk. La única persona de la que podía fiarse era Hawk. Bueno, se fiaba de Althea, pero esta no le sería de ninguna utilidad en ese apuro. En realidad, era otra carga para ella. No debía implicar a Althea en eso.
Con Hawk sabía exactamente dónde estaba. Era un cazador de fortunas. Aparte de eso, era todo lo honorable que podía ser. Además, era el Halcón. Él la protegería.
En especial, se le ocurrió de repente, si estaban casados. Una vez que se casaran, los intereses de él coincidirían totalmente con los suyos. Tendría que decirle la verdad, claro, pero no antes de que estuvieran casados. Por Beth, por Blanche y por los Pícaros, no podía decirle la verdad antes.
Eso la preocupaba y afligía, porque le encantaría que hubiera absoluta sinceridad entre ellos al casarse, pero era la única manera. Y no creía que para él fuera a ser un golpe muy terrible. Después de todo, le dijo que ojalá pudiera haber matado a Deveril por ella. Nadie podía considerar una mala acción la muerte de Deveril, a excepción, tal vez, de un tribunal de justicia.
Muy bien, pues, basta de juegos. Debía llevar a Hawk al punto de proponerle matrimonio, lo cual seguro que no sería muy difícil. Después ella tendría que insistir en un matrimonio rápido. La idea de casarse con él, de capturarlo para ella, bastaba para iluminar con un brillo dorado toda la oscuridad. Si lograba convencer a todo el mundo, la boda podría celebrarse antes de una semana.
La señorita Hurstman volvió a casa y no puso ninguna objeción a la salida, aunque declinó ir ella.
—Puro callejeo ocioso —dijo.
Clarissa la notó algo preocupada.
—¿Había algo en el mensaje que la preocupó, señorita Hurstman? —le preguntó.
—No.
Y eso fue todo lo que dijo, pues en ese instante llegaron los Vandeimen y Hawk, y Clarissa no pudo continuar haciendo preguntas. Dudaba que le hubiera servido de algo en todo caso, aunque le habría encantado saber de qué hablaron la señorita Hurstman y el rey Pícaro, como llamaban a Nicholas Delaney.
No tardó en quedarse sola con el hombre con el que necesitaba casarse, pero con gran alarma comprobó que tenía dificultades para hablar. Hawk la aturullaba con una sola mirada, aunque por lo general lograba recuperar el aplomo. Pero claro, consciente ya de que quería cazarlo, no se le ocurría qué decir.
Finalmente encontró un tema poco comprometido.
—¿Cómo está la gata, comandante Hawkinville?
Él le ofreció el brazo y descendieron por la escalinata de amplios peldaños.
—Fortaleciéndose con una dieta de hígado y crema de leche. Anoche cazó tres ratones y se ha convertido en la mimada de la cocinera.
Viraron en dirección a la orilla del mar.
—Entonces, ¿por qué no quería complacer a los cazadores de ratas?
—Puro orgullo. ¿Tú habrías trabajado para ellos? Ella le correspondió la sonrisa. —¡Ah, la apruebo!
—Le he puesto Jetta, por su color, y porque fue arrojada.
—Ah, jettison, arrojar por la borda. Espero que tenga un futuro mejor.
—¿Quieres quedarte la gata?
—¿Yo? En estos momentos no tengo casa para tener un gato.
—Tienes más casa que yo.
Clarissa cayó en la cuenta de que habían pasado a la manera normal de hablar entre ellos, y que no era probable que esto le llevara a una proposición de matrimonio. Una conversación sobre casas u hogares tal vez sí lo haría.
—Pero tú tienes una casa en Hawk in the Vale, ¿verdad?
—Es de mi padre.
Qué raro decir eso.
—Por lo general la casa del padre se considera el hogar del hijo. Sobre todo de su heredero.
—Tal vez los años que he pasado lejos me la han hecho menos parecida a un hogar.
—¿Dónde vas a vivir cuando te establezcas, entonces?
Toma, eso sí que era una insinuación.
Él no pareció notarlo.
—Tendré que vivir ahí por un tiempo. Mi padre no está bien y necesita ayuda para llevar sus asuntos. Jetta podrá venirse conmigo cuando yo vuelva a Hawkinville.
Atravesaron la calzada en dirección a la playa, donde las casetas de baño seguían haciendo poco negocio. De todos modos, Clarissa tenía puesta la atención en otras cosas.
—¿Piensas volver pronto?
Si se notaba su preocupación, tanto mejor.
Él la miró.
—No puedo estar ausente durante periodos largos. ¿Y qué me dices de tu casa, Azor? ¿Te irás a vivir con tu tutor cuando termine la temporada aquí?
Ella esperaba estar casada con él cuando terminara la temporada.
—Creo que no. No sé qué haré.
¿Qué tiene que hacer una mujer para empujar a un hombre a proponerle matrimonio?
—¿Seguirá contigo la señorita Hurstman?
No, si yo puedo dar mi opinión, pensó ella.
—Eso tampoco lo sé. No he pensado mucho en el futuro. Al fin y al cabo —añadió, haciendo girar el quitasol— podría ocurrir algo.
Como una boda, por ejemplo, pensó, mirándolo.
Althea, como siempre, estaba rodeada por un enjambre de pretendientes, y los Vandeimen estaban con ella. Pensó si no debería ir a acompañarla, aunque no era mucho lo que podría hacer para ayudarla a decidir qué caballero se merecía el honor.
—Tal vez vayas a vivir con lady Arden —le dijo él.
Clarissa lo miró sorprendida. Estaba segura de que nunca le había hablado de Beth.
—¿Por qué lo sugieres?
Pero claro, él era el Halcón. Y eso era parte de las razones por las que debería casarse con él. Ay, si él se decidiera a proponérselo. Sin duda estaba representando el papel de cazador de fortunas cauteloso, pero ahí estaba ella, como una cierva expuesta con el letrero «Dispárame», y nada, no ocurría nada.
—Era profesora en el colegio de la señorita Mallory —dijo él. —Fue sencillo suponer que ella le pidió a su suegro que se ocupara de tus asuntos.
—Supongo que podría estar con ella durante un tiempo corto. Cuando termine la temporada ya tendría que haber nacido su bebé y pasado sus primeras semanas.
—Pero ¿no lo deseas? ¿Sigue siendo para ti la profesora severa?
Clarissa se rió.
—Nunca lo fue.
—¿Pero...?
Ella lo miró.
—Eres muy insistente, Hawk. ¿Qué te importa eso a ti?
Él sonrió.
—Me encanta verte desafiante.
Algo en la actitud de él la inquietaba.
—¿Te encanta contestar también?
—Pues claro. No querría que te trasladaras, por ejemplo, al condado de Durham.
La actitud de él era de coqueteo, lo cual por lo menos era prometedor, pensó ella. Le dio la espalda, como si el mar la fascinara.
—No tengo ningún pariente en Durham, que yo sepa.
—Es sorprendente lo que se puede encontrar en el árbol genealógico —dijo él, en un tono que la hizo pensar qué querría decir; pero antes de que pudiera preguntárselo, él añadió: —Pero me tranquilizas el corazón.
Aja. Se giró a mirarlo.
—¿El corazón, Hawk?
El momento quedó estropeado por un agudo ladrido y un tirón en su falda. Una bola de pelo blanco tenía enterrados los dientes en los flecos de la orilla de su vestido.
—¡Para! —gritó, tratando de liberarse la falda.
Hawk se agachó a coger al perro, pero cuando lo hizo, le levantó la falda también.
—¡Hawk! —chilló ella, tratando de bajarse la orilla de la falda.
Riendo, él se arrodilló y le cogió las mandíbulas al animalito tratando de abrirle el hocico.
Clarissa se reía por lo ridículo de la escena, pero también estaba muy consciente de que le ardían las mejillas por ser el foco de atención de todos los ojos y porque todavía enseñaba demasiado de las piernas.
—¡Button, no! —gritó una mujer, que llegó corriendo y se agachó a darle una palmada en el hocico al perro. —¡Suelta! ¡Suelta!
El perro obedeció, debatiéndose enérgicamente entre las manos de Hawk y tratando de ir hacia su dueña: Blanche Hardcastle.
Esta iba vestida toda de blanco, como siempre, pero con la cara pasmosamente sonrosada, por la molestia y la carrera.
Cogió al pequeño perro y lo acunó, al tiempo que miraba a Clarissa. El comandante Beaumont y otra pareja estaban muy cerca, pero durante un momento todo fue inmovilidad y silencio.
Clarissa pasó un instante de pánico pensando que Hawk sabría inmediatamente toda la verdad sobre la muerte de Deveril. Pero le volvió la cordura y su único reparo fue el escándalo. Blanche era actriz y si bien estaba muy bien considerada en su profesión, el mundo sabía que su pasado no era intachable. Para empezar, había sido la conocida amante de lord Arden.
De todos modos, le repugnó la idea de hacerle un desaire a la mujer que había sido tan buena con ella; en realidad más que buena.
—Blanche —dijo, sonriendo, —¿es tuyo este monstruo?
Blanche parecía algo preocupada también, por el mismo motivo, pero le correspondió la sonrisa.
—Ay de mí; lo encontré abandonado, y es blanco, pero no logro enseñarle buenos modales.
—Ah, porque no eres lo bastante firme con él —dijo el comandante Beaumont.
—Y a ti sin duda te gustaría darle una paliza al pobrecillo —replicó Blanche.
La sonrisa que intercambiaron entre ellos le quitó la espina a la réplica. Clarissa se sintió verdaderamente encantada de verlos tan relajados y felices. De ninguna manera podía permitir que algo les estropeara esa felicidad.
—Señorita Greystone —dijo entonces el comandante Beaumont, —usted tiene parte de culpa. Ese fleco que lleva está pensado para provocar la locura entre los seres del sexo masculino.
Ella se echó a reír, mientras no paraba de pensar: Él estuvo involucrado también. ¿Podría haber algo en ese encuentro que le sirviera a Hawk para desentrañar la verdad?
—Lo reconozco —dijo, en el tono más alegre que pudo. —¿Conocen al comandante Hawkinville?
Hizo las presentaciones, observando que la otra pareja se había alejado. Probablemente eran actores y querían ser discretos.
Hawk y el comandante Beaumont entablaron una conversación acerca de militares, al parecer para dejar claro sus respectivos puestos en el ejército. Ese fue el momento que aprovechó Blanche para decir:
—Te veo espléndida, Clarissa, y tu «Halcón» es muy guapo.
Clarissa se ruborizó al pensar que tal vez había proclamado eso a gritos ante la mitad del mundo, aunque manifestó su acuerdo. Y ahí tenía a una persona a la que podía acudir para pedir consejo. Blanche sabía todos los secretos y tenía más sabiduría mundana que diez personas.
—¿Podría ir a verte? —le preguntó.
Blanche arqueó las cejas, pero dijo:
—Si no te causa problemas. Estoy en Prospect Row número dos.
Estoy actuando aquí, en el New Theater. —Mirando con cuidado alrededor, añadió en voz baja: —En Macbeth.
Clarissa notó que se quedaba boquiabierta y se apresuró a cerrar la boca. Sonrió por algo que dijo el comandante Beaumont, mientras pensaba si podría fiarse realmente de Blanche.
Representar a lady Macbeth, ¡una absoluta locura!
Estaba inmersa en el pasado, le parecía estar oyendo a Blanche decir: «Siempre he deseado actuar en Macbeth». Incluso lord Arden se horrorizó al oírla decir eso después de haberla oído citar a lady Macbeth un rato antes: «¿Quién habría imaginado que ese viejo iba a tener tanta sangre?»
Un apretón en la mano la volvió al presente. Era Blanche.
—Espero que mi perrito no te asustara, Clarissa.
Ella se rió.
—¡No, claro que no!
Entonces le contó la historia de los cazadores de ratas en la feria.
—Así que fueron ustedes —dijo el comandante Beaumont. —Apareció un reportaje en el Herald de hoy, pero sin decir el nombre de la dama ni el del caballero.
—No los saben, eso esperamos —dijo Hawk.
Después de otro poco de charla trivial, Blanche y su comandante se despidieron y continuaron su paseo.
—¿Me permites ser curioso? —le preguntó Hawk entonces. —Una famosa actriz londinense es una amiga insólita para una colegiala de Cheltenham.
Clarissa había esperado ese comentario y tenía preparada la respuesta.
—Es una relación extraña y ligeramente escandalosa. ¿Puedo fiarme de ti?
Consternada vio que él se lo pensaba. Finalmente le dijo:
—Por supuesto. No soy un chismoso.
Echaron a andar de vuelta a donde estaban los Vandeimen y la muy bien atendida Althea.
—Blanche fue la amante del marqués de Arden hasta muy poco antes de su boda. Podrías creer que eso crearía enemistad entre ella y la esposa del marqués...
—Yo diría que eso haría imposible cualquier encuentro entre ellas.
—Ah, pero es que no conoces a lady Arden.
—¿Y cómo sabes tú esas cosas?
¿Cómo podía explicárselo? No se le había ocurrido pensar en eso.
—A ella se le escapó. —Eso no era del todo una mentira. Lo miró. —No soy una inocente, Hawk, y no voy a fingir que lo soy ante ti.
A él se le curvaron los labios.
—Espero que no. Así pues, ¿cómo se produjo el inverosímil encuentro entre esas dos damas?
—Beth se enteró de lo de Blanche y se las ingenió para concertar un encuentro con ella.
—Es curioso. Me pareció que la señora Hardcastle no tenía ni un solo rasguño.
Clarissa lo miró enfurruñada.
—Tú crees, claro, que dos damas se pelearían por un hombre. En realidad, descubrieron que tenían un interés común en los derechos de la mujer y las obras de Mary Wollstonecraft, y se hicieron buenas y firmes amigas. El marqués se sintió algo desconcertado —añadió.
Hawk se rió.
—Desconcertado se queda algo corto, supongo.
—Decididamente.
Clarissa ensanchó la sonrisa y perdió el hilo pensando en lo guapo que estaba cuando se reía. —Y lady Arden os presentó. Clarissa volvió la atención al tema.
—Sí. Aunque sólo he estado una vez en la casa de Blanche.
Rogó que no se le notara en la cara cómo esa sola vez le cambió la vida.
Él la estaba observando. ¿Por qué?
—¿Eres seguidora de Mary Wollstonecraft?
Ella casi se rió de alivio ante ese prosaico interés.
—¿Te importaría?
—Tendría que estudiar los escritos de la dama para estar seguro. Pero creo que la prueba está en el producto.
La estaba mirando, seguro, con cálida aprobación. Se detuvo, esperando, deseando...
—¿Y el comandante Beaumont? —preguntó entonces él. —¿Cómo entra en el cuadro?
Clarissa tuvo que hacer un esfuerzo para no mirarlo fastidiada.
—Es amigo íntimo del marqués desde que estaban en el colegio. Y, como ves, ahora tiene una relación especial con Blanche. Según Beth, desea casarse con ella, pero Blanche encuentra que es inconveniente un matrimonio. Y ahora ha quedado claro que pensó que era inconveniente hablar conmigo también. A veces no me gusta nuestro mundo.
¡Sobre todo por tener que hacer todos estos juegos tontos!
Él arqueó las cejas ante su tono agudo.
—Veo en ti un espíritu muy libre, Azor. No creo que la sociedad logre reprimirte gravemente.
Eso casi podría ser una apertura para que ella le propusiera matrimonio, pero le faltó valor. ¿Y si decía que no? Entonces, ¿qué? Era posible que él le dijera que no por principio si ella transgredía hasta tal punto las reglas.
Se decidió por una escapada cobarde.
—Trato de portarme con decoro por el bien de Althea. Deberíamos ir a rescatarla.
—¿De los admiradores? ¿Te lo agradecerá?
—Por supuesto. Se aturulla con tanto halago y lisonjas, y los hombres siempre insisten en decir las cosas más absurdas.
A diferencia de ti, pensó. Tan segura que se había sentido de que él por lo menos le iba detrás a su fortuna; pero comenzaban a invadirla unas nauseabundas dudas. ¿Se mostraría lento en cazarla porque no la encontraba atractiva, después de todo? ¿Se había engañado totalmente?
—¿Tal vez los hombres dicen cosas absurdas porque a las mujeres les gusta que lo hagan? —comentó él. —¿Te ofenderías si te dijera que eres como una rosa dorada?
Ella lo miró sorprendida.
—Me sentiría escéptica, quizá —dijo, sintiendo la boca reseca y el corazón acelerado.
—¿Me acusarías de mentir?
—O de adular.
—En realidad —dijo él, en tono casi prosaico— me haces pensar en una rosa dorada. No roja, que es un color demasiado fuerte y oscuro, ni blanca, color demasiado sosegado. Ni siquiera rosa, que es demasiado coquetón, ruboroso, sino dorado, como la cálida luz del sol, que ilumina y alegra lo que toca.
Ella tuvo que mojarse los labios, y sintió subir el rubor a las mejillas. Debería decirle otra vez que eso no era cierto, pero deseaba que lo fuera. A él lo deseaba por muchos motivos, pero, más que nada en el mundo, deseaba ser amada por él.
Porque lo amaba.
Sí, eso le dificultaba la respiración, la aterraba, pero era cierto. Lo amaba. No podría soportar perderlo.
—Gracias —dijo al fin, rogando que le dijera algo más.
Hawk estaba pensando qué demonio demente se había apoderado de su lengua. Ese día había salido con la intención de enterarse de algo más sobre Clarissa y los Arden, y su éxito había superado todas sus expectativas gracias a ese casual encuentro.
No había ido ahí con la idea de destrozarle aún más el corazón. Temía mirarla porque vería la radiante expresión de sus ojos.
—La señorita Trist —le recordó, girándose a mirar a su amiga.
Percibió su decepción, pero pasado un momento ella dijo en tono bastante tranquilo:
—Teniendo tantos hombres cotizables revoloteando a su alrededor, uno diría que ya tendría alguna preferencia.
Fuerte Clarissa. Ojalá él...
—¿Crees tal vez que le disgustan tantas atenciones? —preguntó.
Ella lo miró sorprendida, muy controlada.
—¿Que le disgusta ser la celebridad de Brighton?
—Es posible.
—¿De qué otra manera va a encontrar un marido distinguido? —Tal vez no lo necesita.
—Lo necesita, Hawk. Si no encuentra algo mejor tendrá que volver a su pueblo y casarse con un remilgado viudo cuyos hijos son casi de la misma edad que ella.
Él no pudo evitar sonreír.
—Te muestras encantadoramente fervorosa por su causa. Y amable.
—No es amabilidad. Es amistad. Eso lo entiendes, supongo. Me han dicho que tú y lord Vandeimen sois viejos amigos. Y lo entendía. —Desde la cuna.
—Con Althea somos amigas desde hace menos de un año, pero la verdadera amistad surge muy rápido.
Eso lo dijo con intención, como un reto, percibió él. Y tenía razón. Más que nada, por encima de cualquier emoción, los dos habían descubierto la amistad. Amistad en el matrimonio. Ese había sido su ideal antes.
Ah, bueno. Los ideales suelen ahogarse en la guerra.
Ella se giró a mirar atentamente a su amiga.
—¿Crees que no encuentra lo que desea?
—Lo que creo es que no parece feliz —repuso él sinceramente, —pero, como dices, en alguna parte de Brighton tiene que existir el hombre perfecto.
Llegaron hasta el grupo y la expresión de la señorita Trist fue de visible alivio al verse rescatada.
—¿No eres feliz aquí, Thea? —le preguntó Clarissa en voz baja, observándola.
—Sí que lo soy —contestó Althea, y añadió: —Aunque echo un poco de menos el campo.
Eso lo dijo en voz baja, pero lady Vandeimen la oyó.
—Podríamos ir a visitar Hawk in the Vale —le propuso.
—¿Por qué? —preguntó Hawk.
Eso sonó brusco a los oídos de Clarissa, y vio que lady Vandeimen lo miró sorprendida.
—¿Por qué no? —dijo lady Vandeimen. —Las visitas a los campos de los alrededores están haciendo furor, y a mí me gustaría tener la oportunidad de ver cómo van las obras en Steynings. Si mañana partimos temprano, podríamos disfrutar de todo un día allí.
—Es probable que llueva.
—Hawk, si nos quedáramos en casa por temor a la lluvia nadie haría nada este verano.
Clarissa oía la conversación pensando por qué a él le desagradaba la idea de ir a visitar su aldea. Ella ansiaba ver su casa. La casa que, esperaba, sería la suya. ¿Acaso él creía que a ella no le gustaría?
Deseó poder tranquilizarlo al respecto. La casa podía ser un tugurio y a ella no le importaría. Al fin y al cabo, con su dinero podrían construirse una mejor, y era Hawk a quien deseaba.
Hawk.
Tal vez durante una visita al campo, a su aldea, tendría más oportunidades de hacer algún progreso. Los mensajes que le dio la reina Cleopatra fueron muy raros, pero los consejos que le dio a Miriam eran prometedores: aparta al hombre de los demás, quítate los guantes y tócalo.
Tal vez en el campo ella podría hacer precisamente eso. Y ahora que Blanche había despertado la curiosidad de Hawk, debía tener éxito. Debía atarlo a su causa.