CAPÍTULO 20

 

El grupo estaba reunido en el vestíbulo de la Peregrine esperando, con cierta impaciencia, que Clarissa volviera del retrete. Finalmente Maria le pidió a Althea que la fuera a buscar. Al cabo de un momento, Althea volvió, ceñuda.

—No está ahí. No sé adónde puede haber ido. Tal vez haya vuelto a la habitación de arriba.

Justo entonces entró trotando una de las señoritas Weatherby, con las mejillas encendidas.

—¡Mi querida lady Vandeimen! —exclamó. —Ay, mis señores. —Hizo varias reverencias, jadeante por la exaltación. —¿Buscan por una casualidad a la dama que los acompaña? Mi hermana y yo los vimos antes, en el prado, y luego vimos que volvían. Y vimos al guapo comandante volver con la dama.

—Señorita Weatherby —interrumpió Maria, impaciente. —¿Sabe dónde está la señorita Greystone?

—Ah, pues sí —dijo la dama, sin disimular muy bien su regocijo. —Acabo de verla pasar cabalgando a la grupa del comandante Hawkinville.

Maria miró a su marido.

—¿Van?

El había palidecido de rabia de una manera que ella no había visto nunca antes. Ya estaba saliendo cuando ella le cogió de la manga.

—¡Espera! Hablemos. —Le sonrió a la señorita Weatherby. —Muchísimas gracias. Sé que puedo fiarme de que no dirá nada.

Difícil esperar eso, pero al menos podría retrasar los rumores uno o dos minutos. No había visto a ninguno de los criados de la posada tan cerca para poderlos escuchar. Llevó a su marido a un salón contiguo, esperó que entraran los demás y cerró la puerta. No podría haber hecho eso si él se hubiera resistido, por lo que comprendió que eso era lo correcto.

—Yo creo que él la ama de verdad —dijo. —Y sé que ella lo ama.

—¿Por qué fugarse, entonces? —preguntó la señorita Trist, retorciéndose las manos. —Ella lo rechazó y él la ha raptado.

—Tonterías —ladró Maria. —El rapto es absolutamente ilegal hoy en día. No puede llevársela a Escocia a rastras, en contra de su voluntad.

—Tengo que impedir esto, Maria —dijo Van. —Por el bien de todos. Voy a enviarle una nota a Con.

Salió antes de que ella pudiera impedírselo y, la verdad, no sabía si debía detenerlo. Pero por un momento tuvo la impresión de que él mataría a su amigo.

El Demonio Vandeimen. ¿Sabía ella acaso de lo que era capaz realmente?

Van no tardó en volver con una carta en la mano.

—Ya le he enviado una nota a Con para que venga. Cuando llegue, entrégale esto.

Maria cogió la carta, y comprendió que él iba a ponerse en marcha para seguirlos.

—No lo mates, Van. Por favor, por tu bien, no lo mates.

El se relajó levemente.

—No lo mataré. Puede que lo golpee hasta convertirlo en papilla, pero no lo mataré. —Le dio un rápido y tierno beso y le pasó la mano por la frente, como para deshacerle las arruguitas. —No te preocupes. Estamos metidos en un lío, pero encontraré la manera de solucionarlo.

—No la ha raptado —dijo ella. —Clarissa está enamorada de él, y yo diría que él siente lo mismo por ella. ¿Qué pasa?

—Es complicado.

Volvió a besarla y se marchó.

Maria se habría puesto a chillar de frustración. ¡Complicado! Ella le enseñaría qué era complicado. Consideró la posibilidad de romper el sello de la carta para ver si explicaba algo, pero su larga formación en buenos modales no se lo permitió.

Se decidió por tirar del cordón para llamar y ordenar que les trajeran el té, y se dedicó a tranquilizar a Althea. El pobre lord Trevor daba la impresión de desear estar en otra parte, pero lo sobrellevaba todo muy bien, como el bien entrenado oficial que era.

Con tardó extraordinariamente poco tiempo en aparecer, aunque a ella le hubiera parecido una hora. Entró seguido por otro hombre.

—El señor Nicholas Delaney —dijo, presentándolo. —Es mi huésped en estos momentos y ha venido porque es probable que esté involucrado.

Dicho eso cogió la carta, la abrió y la leyó.

Después se la pasó a su amigo.

—Con —dijo Maria, —si no me dices lo que pasa, voy a hacerle daño a alguien.

Él se rió pero enseguida se puso serio y paseó la mirada por la sala.

—Ffyfe, no me cabe duda de que eres tan curioso como cualquier ser humano, pero simplificaría las cosas si no estuvieras aquí. Y, señorita Trist, también podría ayudar a la señorita Greystone dando un paseo por el prado.

Lord Trevor aceptó la orden extraordinariamente bien, pero Althea miró a su alrededor.

—¿Qué pasa? ¿Clarissa está en peligro?

Lord Trevor la cogió del brazo.

—De verdad, señorita Trist, sería más sencillo si saliéramos. Confío en lord Amleigh para ocuparse de todo.

Maria lo observó mientras convencía a Althea de salir de la sala y después comentó:

—Llegará lejos.

—Sin duda. Escucha, Maria. El padre de Hawk le ha pedido un préstamo a Slade hipotecando Hawkinville y el resto de sus propiedades. En realidad, más que hipotecando. Está tremendamente endeudado con Slade, y este tiene la intención de derribar la mayor parte de la aldea para construirse una ridícula villa junto al río. Lógicamente, Hawk tiene que impedírselo.

—Sí, claro, pero... Ah, comprendo. La fortuna de Clarissa. Pero ¿para qué fugarse?

—Porque, según lo que dice Van en la carta, el señor terrateniente está a punto de convertirse en lord Deveril. Perdona —dijo, pasándole la carta. —Léela.

Maria la cogió y la leyó rápidamente.

—¿De veras él creía que ella lo rechazaría a causa de ese título?

—Y por el engaño. Supongo que más bien se trata de que Hawk no estaba dispuesto a arriesgarlo todo a la posibilidad de que ella lo rechazara. Así es como ha aprendido a funcionar su mente. Apunta con precisión hacia algo que debe o no debe ocurrir y se dirige hacia ese fin, y al cuerno los imprevistos.

—Imprevistos —masculló Maria, mirando nuevamente la carta. —Parte de esto es muy críptico.

—Juiciosamente críptico —dijo el señor Delaney, al que ella había olvidado totalmente, cosa rara, porque era un hombre de muy buena apariencia y gran prestancia. —Con, deberías seguir a Vandeimen para ayudarlo. Yo sostendré el fuerte aquí. Y hablando de cosas que no deben ocurrir: Clarissa no debe casarse con Hawkinville sin saber la verdad.

Con asintió y salió, y seguro que por poco no chocó con Althea, que en ese momento entraba a toda prisa.

—Esa señorita Weatherby dice que el padre del comandante Hawkinville es ahora lord Deveril. ¡Lord Deveril!

—Lo sabemos —dijo Maria, suspirando. —Siéntate, Althea, y toma otra taza de té.

 

 

Thérèse Bellaire estaba junto a la herrería observando el alboroto que se había armado en el prado comunal, e hirviendo de rabia.

La había inquietado ese encuentro con la heredera, aunque la chica no dio señales de haberla reconocido. Su principal preocupación, en realidad, era el tipo de relación que detectó entre esos dos. A sus ojos experimentados él no parecía un hombre tratando de hechizar a una jovencita tonta, sino un hombre hechizado.

Por el amor, la más traicionera de todas las emociones.

La tarea del Halcón debía ser eliminar a la heredera para dejar al viejo en posesión del dinero. Pero si se casaba con ella habría tres vidas entre su propósito y la victoria. Dos muertes accidentales se podían arreglar, pero una tercera sería peligrosamente sospechosa, sobre todo si ella sobrevivía como la rica viuda del señor terrateniente Hawkinville.

¿Qué estaría ocurriendo en ese momento? Una de las tontas y fisgonas hermanas Weatherby andaba revoloteando de aquí para allá, tocada por esa fea papalina excesivamente adornada. La gente salía de las casas como gusanos de una manzana podrida.

Ella había visto salir de la aldea a lord Vandeimen en dirección al norte, no exactamente al galope, pero sí con cierta urgencia, y sin embargo el coche de su mujer no se había movido.

Después llegaron dos jinetes a la posada a toda velocidad.

Uno de ellos era lord Amleigh, le pareció, y el otro...

¿Nicholas?

Sintió bajar un estremecimiento por la columna, por el peligro que eso representaba, y por la excitación también. Ah, si él estaba ahí, el asunto se convertiría en un fabuloso juego, y tal vez tendría la oportunidad de vengarse de verdad. Estaba su sosa mujer, y ya tenía una hija. Había hecho averiguaciones acerca de él, por lo que sabía que rara vez se separaba de ellas. ¿Estarían las dos ahí también?

Se lamió los labios. Eso era casi tan fabuloso como tener a su tierno corderito en la cama.

Sería deliciosamente peligroso ir hasta el otro lado del prado para estar cerca de la posada, donde Nicholas podría verla.

¿La reconocería así disfrazada?

Comenzó a atravesar el prado pensando si se atrevería a entrar en la posada para provocar un encuentro con él, para ver si la reconocía tal como estaba. Si alguien era capaz de hacerlo, ese era él. La relación entre ellos había sido deliciosamente íntima hace seis años, cuando él era muy joven y tierno. Ninguno de sus otros jóvenes amantes se podía comparar con Nicholas.

La intimidad entre ellos hacía dos años también había sido extraordinaria; obligarlo a rendirse le añadió un delicioso giro al asunto. Y si ahora le raptaba a la hija y la mantenía cautiva, ¿volvería a rendirse?

La idea era fatalmente tentadora, pero demasiado peligrosa. Era hora de ser sensata si quería tener la vida que deseaba. Recuperaría su fortuna, o lo que pudiera, y escaparía.

Mientras se acercaba a los grupos de personas oyó el título Deveril.

—Ah, señora Rowland —le dijo una de las señoritas Weatherby. —¿Se ha enterado? ¡Nuestro querido señor se ha convertido en el vizconde Deveril! Acaba de recibir la noticia.

—¡Pasmoso! —contestó ella. —Debo ir a felicitar a mi primo.

La chupada cara de la señorita Weatherby palideció. Ni ella ni su hermana se habían creído jamás ese supuesto parentesco. Pero claro, las dos hermanas, esas patéticas solteronas, estaban enamoradas del terrateniente Hawkinville. ¿Qué pensarían si supieran que ella, Thérèse, podía tenerlo con sólo hacer chasquear los dedos porque le proporcionaba adulación, conversación inteligente y opio?

Ahí fuera estaba uno de los mozos del establo de la posada, y este le sonrió enseñando sus dientes torcidos. Él era la prueba de que ella todavía era capaz de esclavizar a hombres incluso con ese feo disfraz. No todo era cuestión de apariencia. Muy pocas mujeres lo comprendían.

Tal vez el pobre hombre se sentía desconcertado y culpable por los lujuriosos deseos que le inspiraba la triste extranjera con el marido enfermo.

Él se le acercó.

—Fabulosa noticia, ¿no, señora?

—Maravillosa.

—Y tanto ir y venir de gente —continuó él, como si estuviera a punto de reventar con las noticias.

—¿Sí? —le preguntó ella, como si él fuera un hombre inteligente e importante.

—En la posada están lord y lady Vandeimen, con un grupo que vino a visitar la aldea. ¡Y una de las damitas ha desaparecido! La señorita Weatherby —hizo un gesto con la cabeza hacia la dama— dice que vio marcharse a la muchacha con el comandante Hawkinville, a caballo. Y ahora —añadió en un susurro, —se ha marchado lord Vandeimen, con cara de ir de un humor muy raro. Lo conozco desde que era un muchacho, y estoy seguro de que llegarán a las manos antes que acabe la noche, aun cuando sea con otro George.

A ella se le escapaban a veces ciertas expresiones inglesas. Se desentendió del último comentario, pero por dentro estaba soltando maldiciones.

Se han fugado. Ya se lo había temido.

—Y luego llegó el otro, con un amigo.

Puesto que era evidente que el mozo no tenía nada más que decir, ella le dio las gracias y echó a andar a toda prisa hacia la casa solariega. El nuevo lord Deveril ya no le servía de nada, pero era mejor no abandonar su papel. Y valdría la pena ir a verlo, para obtener unas pocas guineas.

Cuando salió de la casa, llevaba las guineas, y la confirmación de que el Halcón iba de camino a Escocia con la heredera.

Se detuvo un momento a contemplar la bucólica escena con los robustos campesinos ingleses que continuaban cotilleando. Gracias a Dios, podía escapar de ese lugar. Ojalá pudiera prenderle fuego y destruir esa presumida belleza antes de marcharse.

Podría intentarlo si no fuera por el tiempo húmedo. Sin duda la lluvia había dejado tan mojados los techos de paja que en ellos no prendería el fuego.

En su peligrosa vida había sobrevivido porque sabía reconocer cuándo abandonar un plan y elegir otro. Se dirigió a paso enérgico a la casa que tenía allí.

Todavía le quedaba el teniente Rowland, y la posibilidad de raptar a la hija de Nicholas. No todo estaba perdido. Posiblemente, sólo posiblemente, podría acabar teniendo su dinero y a Nicky suplicándole de rodillas antes que acabara todo.

 

 

Cuando Althea ya estuvo calmada, Maria pasó su atención al señor Delaney.

—Usted es el jefe de la Compañía de los Pícaros, ¿verdad? Le he oído hablar de usted a Sarah Yeovil, y luego Van me ha contado otro poco.

Él se veía curiosamente relajado y listo para la acción al mismo tiempo.

—¿Jefe? —dijo. —Eso era en Harrow. Ahora somos simplemente un grupo de amigos.

Maria miró de soslayo a Althea, deseando poder hacerla salir otra vez. El sensato lord Trevor no había reaparecido.

—¿Qué conexión hay, entonces, entre un grupo de amigos del colegio y Clarissa, para que usted pueda darle una orden a Con? Ah, no, seguro que me va a decir que sólo fue un consejo de amigo.

A él le brillaron de diversión los ojos.

—La conexión es lord Arden —dijo él, en una hábil evasiva para quedar él fuera. —Es un Pícaro. Su mujer fue una de las profesoras de Clarissa en el colegio y ahora se ha convertido en su amiga y mentora.

—Los Pícaros estáis muy dispuestos a desviviros los unos por los otros, ¿verdad?

—Por supuesto. ¿No es esa la raíz de la amistad?

Los interrumpió la entrada de lord Trevor, que traía en brazos a la gata de Hawk.

—¿Lady Vandeimen? Este gato anda por ahí maullando y se ha hecho molesto. Alguien me dijo que pertenece al comandante.

—Pertenece a su casa, supongo...

Maria se interrumpió al recordar a Van diciendo que los perros del padre de Hawk se lo comerían.

La gata saltó de los brazos de lord Trevor a la mesa y miró alrededor de una manera que sólo se podría describir como inmenso fastidio. Maria le resumió la historia de su rescate a Delaney y él se echó a reír.

—Me la llevaré a Somerford Court y trataré de mantenerla allí hasta que vuelva Hawkinville. La única certeza de todo esto es que él volverá. —Cogió a la gata, y aunque esta continuó irradiando fastidio, se quedó en sus brazos. —¿Qué desea hacer ahora, lady Vandeimen? Creo que aquí no le queda nada por hacer.

Maria simpatizó con los sentimientos de la gata.

—No soy una de sus Pícaros, señor Delaney. —De todos modos, se levantó. —Veo que tendré que explicarle yo a la carabina de Clarissa que permití que se la llevaran a casarse en secreto.

La cara de él expresó una moderada alarma.

—Por supuesto. No seré yo el que le dé esa noticia a Arabella Hurstman.

—Conoce a la dama, veo —dijo ella, comenzando a ponerse los guantes.

—Ah, sí. Yo le pedí que cuidara de Clarissa.

—¡Nepotismo! —exclamó Althea, que parecía algo aturdida.

Él la miró.

—¿Ella dijo eso? Seguro que sí. Ocurre que es la madrina de mi hija. Dígale que Arabel está cerca y que irá a visitarla cuando esto se haya arreglado, si no se ha comido a nadie mientras tanto.

—¿Su hija tiene tendencias caníbales, señor Delaney?

Él sonrió de oreja a oreja.

—Es más que probable. Pero me refería a la señorita Hurstman. No se preocupe. Todo esto por el momento parece un terrible drama, pero se solucionará con bastante facilidad si le prestamos un poco de atención.

—¡Vaya! Qué lástima que usted no interviniera en la guerra.

Aunque él no hizo ni el menor gesto, quedó claro que eso le dolió, por lo que María salió con Althea de la sala lamentando sus duras palabras. Pero la irritaba que la excluyeran del círculo íntimo, y estaba tremendamente preocupada por Van.

Todo había sido delicioso desde la boda, pero no había pasado mucho tiempo desde que él intentara volarse la tapa de los sesos. Sus propiedades no estaban en peligro, y tenía muchísimos motivos para vivir, aunque algunos de ellos tenían sus raíces en Hawk in the Vale y en los Georges.

¿Qué ocurriría si el presente problema abría una profunda grieta en su amistad con Hawk?

Subieron al coche y apareció lord Trevor conduciendo su caballo, listo para escoltarlas. Qué joven más excelente; afortunadamente se había librado de las secuelas físicas y mentales de la guerra.

A diferencia de Con, que se había marchado para seguir a Van; de repente, al recordar eso cayó en la cuenta de que su marido podría llegar a tener que elegir entre dos grupos de amigos.

Sintió el impulso de quedarse allí, y estuvo a punto de bajarse del coche. Pero ¿para qué? Ahí no podría hacer nada. Ocurriera lo que ocurriera, todo pasaría lejos de este lugar, probablemente en el camino del norte. ¿Lograría Hawk correr más rápido que Van? ¿Y qué ocurriría cuando este les diera alcance?

Van decía que Con era el sensato, el ecuánime, el que siempre los sujetaba para impedirles llegar a extremos. Pero el Con Somerford que ella había conocido esas pasadas semanas no le daba la impresión de ser una roca sólida, ni siquiera después de su reciente felicidad con Susan.

Van decía que eso se debía a Waterloo y a la muerte de su compañero Pícaro, Dare Debenham, en la batalla.

Ella había conocido a Dare; su madre, la duquesa de Yeovil, era prima lejana suya. Dare era un joven traído a la tierra para hacer sonreír a los demás, y Sarah Yeovil ni siquiera había comenzado todavía a recuperarse de su muerte, en especial después de que no encontraron su cadáver para enterrarlo. Le había llevado meses aceptar la idea de que su hijo había muerto.

Con Somerford no se engañó de esa manera, pero al parecer, contra toda razón, se culpaba de su muerte, como si él pudiera haber cuidado de Dare durante la batalla para mantenerlo a salvo.

Con no podía permitirse perder a otro amigo.