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EL DIARIO DE RICARDA

19 de abril.

Antes mi padre era mi mejor amigo, pero ahora todo ha cambiado. Ya no le interesan mis asuntos, estoy segura. Sólo me pregunta de vez en cuando porque espera enterarse de algo y ejercer su poder sobre mí. Pero no pienso hablarle de Keith. ¡Seguro que me diría que soy demasiado joven para tener una relación!

Mamá me dijo en una ocasión que papá depende totalmente de sus amigos y que ella no pudo soportarlo. Cuando me lo dijo me puse hecha una furia porque no quería que hablara mal de él, aunque ahora pienso que tenía razón. Es extraño, pero en estas vacaciones lo veo todo mucho más claro. Al principio el ambiente de grupo sólo me ponía nerviosa, pero como siempre había sido así no me paraba a pensar en ello. Sin embargo, ya no soy una niña. Ahora veo que todos se sienten de algún modo perdidos y que las cosas no van bien. Nada bien. ¿Los mejores amigos? ¡Y una porra!

En cuanto la gorda de Evelin sale de la habitación, Patricia empieza a meterse con ella, y está claro que Tim y Leon se han peleado. Un día los oí. No llegué a pillar de qué iba el asunto, pero Tim fue de lo más antipático y Leon parecía súper acobardado. Y luego, durante la cena, los muy hipócritas siempre hacen ver que todo va bien. Es de risa.

Veo a Keith cada día. Solemos sentarnos en su granero y nos pasamos horas charlando de todo lo que nos preocupa. Nunca había conocido a nadie con quien pudiera hablar así. Cuando le explico cómo me siento por la separación de mis padres y la aparición de J. y lo pesados que son los demás, él me escucha con atención y luego me dice algo, lo que sea, que me demuestra que ha entendido exactamente lo que quería decirle. Es la primera persona del mundo que me entiende. A veces nos tumbamos en el sofá que tiene en el granero y nos abrazamos. Entonces me siento protegida, como cuando era pequeña. Su jersey de lana me acaricia la cara y oigo cómo late su corazón. Huele tan bien, y es tan agradable sentirlo…

¡Creo que nunca podré amar a nadie tanto como a él!

Keith también tiene un montón de problemas. No encuentra trabajo y dice que en ese sentido las cosas están muy mal. Quiere estudiar para ser estucador, y en el futuro le gustaría irse a Londres y trabajar en las bonitas casas de la gente rica. Siempre dice que quiere ganar dinero haciendo algo que tenga que ver con el arte. Le gusta mucho pintar. Ayer, cuando me recogió en casa, vio a Barney. Yo le dije que Barney me encanta pero que no pienso decírselo a nadie para que J. no piense que tiene un arma con la que ganarse mi cariño. Y hoy Keith me ha regalado un retrato de Barney hecho por él. ¡Es genial! Se reconoce enseguida su graciosa carita y sus extrañas orejas, demasiado grandes. Keith sólo lo vio un momento, pero le bastó para darse cuenta, y acordarse, de lo que era esencial. Por eso estoy segura de que tiene un gran talento artístico, y siempre le digo que no tire la toalla y que algún día trabajará en lo que le gusta.

Por supuesto, su padre no le pone las cosas precisamente fáciles. Él y su mujer, la madre de Keith, llevan una granja, y les gustaría que Keith se ocupara de ella en el futuro. Tienen otra hija mayor que por el momento trabaja en la granja, pero temen que un día se case y se marche. Según Keith, su padre opina que ser estucador no es un oficio sino una tontería, y muchas mañanas lo despierta diciéndole:

«Vamos, perezoso, ¿con qué modalidad de holgazanería piensas pasar el día de hoy?». A él le duele oír estas palabras. No me extraña, ¡¡si me duelen hasta a mí!! Me encantaría ir a ver a su padre y decirle lo estúpido que es y el daño que está haciendo a su hijo. Pero Keith dice que a su padre le importaría un pito y sólo serviría para complicar las cosas aún más.

Sea como fuere, espero estar dándole fuerzas de algún modo.

Él me las da a mí.