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No podía mover la losa. La empujó y tiró de ella con todas sus fuerzas, pero no consiguió desplazarla ni un centímetro. ¿Era posible que se hubiese vuelto más pesada durante los últimos días? ¿O acaso era que ella estaba más débil?
El lugar apestaba. Su estómago amenazó varias veces con revolverse y en un par de ocasiones estuvo a punto de vomitar. El calor de aquel día lo empeoraba todo. ¿Cómo había podido soportarlo la vez anterior?
Se incorporó suspirando y se puso las manos en la zona lumbar. Le dolía una barbaridad. La camisa tejana, empapada de sudor, se le pegaba al cuerpo. Por unos instantes creyó que iba a tener un ataque de pánico, que no lo conseguiría, que tendría que abandonar, que no lo lograría sola.
Pero la otra vez lo había hecho todo sola. Tenía que pensar cómo.
Se sentó en la hierba y respiró hondo para calmarse y aclararse las ideas. Necesitaba reflexionar. Debía encontrar el modo… Un airecillo suave y cálido la abanicó con dulzura y le llegó un intenso aroma de flores. ¿Era posible un día más maravilloso que aquél?
Cerró los ojos.