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…SE HUNDIÓ EN UN SUEÑO SIN IMÁGENES
—¿Y bien?
—Nada. Profesionales. He revisado el vehículo y los equipajes. Y nada.
—¿Papeles?
—Canadienses, pero no me fio. Ella, Caroline François, de Montreal, y él, Michael Brome, de Vancouver. Ella editora y él traductor. Visa de entrada de hace apenas setenta y dos horas. El tiempo de llegar hasta aquí de un tirón: esos dos habían venido por ti. Billetes de regreso para dentro de tres días. Destino Montreal, pero con escala en París, como a la venida. Si tienes problemas con los franceses, este es el momento de decirlo.
—¿Y tú dónde estabas? —preguntó Yeruldelgger evitando responder sobre su relación con los franceses para no implicar a Zarza.
—A un kilómetro y medio al sur, así no me daba el sol de frente —respondió Jebe.
—Buenos tiros, te debo una, pero esto suma otros dos muertos. ¿Por qué me seguías? ¿Habías reparado en ellos?
—No. Más bien me esperaba un comando del ejército o de la policía.
—¿Contra mí? ¿Tengo motivos para temerlos?
—¿Cómo? ¿No estás al corriente? Para todo el mundo eres ahora Delgger Kan, el nuevo líder de la resistencia nacional. La tele, los medios extranjeros, el pueblo… Desde la liberación del burdel de la Colorado se habla de ti en el mundo entero.
—Pero ¡qué idiotez es esa! —se indignó Yeruldelgger—. ¡Yo no tengo nada que ver con esas historias! Tan sólo he ayudado a Tsetseg a encontrar a su hija. ¡Nunca he hecho ni he deseado una revolución!
—Lo siento, abuelo, pero ya no eres tú quien decide. Tu destino no está en tus manos. Toma, bebe más, tienes que reponerte antes de que lleguen los medios de comunicación —se burló de él Jebe.
Yeruldelgger se bebió la leche de yegua fermentada que le tendía.
Después de que los tres hombres de Jebe lo ayudaran a salir del agua, había sentido que le fallaban las fuerzas y la voluntad. Quisieron llevarlo al interior de la yurta, pero él prefirió que lo desnudaran y lo tumbaran al sol mientras esperaban a su jefe. Debía de haber perdido la conciencia, o caído en un sueño comatoso varias veces, porque en su último despertar descubrió a Jebe inclinado sobre él.
—¿Los cuerpos?
—Enterrados.
—¿El coche?
—Botín de guerra. Mis hombres se ocuparán de él.
—¿Y ahora?
—Voy a ponerte a resguardo. Hay mucha gente, y muy poderosa, que está furiosa contigo. Mucha.
—No voy a huir de nadie. No tengo nada que reprocharme.
—Quizá, pero debes esperar a que estén dispuestos a escucharte y a creerte. Y ese no es el caso, de momento. Ya veremos cuando haya pasado algo de tiempo. Ahora descansa, tenemos un largo viaje por delante.
—¿Nos vamos?
—Sí, en cuanto sea posible. Mientras tanto, duerme, yo cuido de ti.
—No es necesario.
—¿Ah, no? Diría que una mujer desnuda y desarmada ha estado a punto de ahogarte en el río hace apenas unas horas…
Yeruldelgger no respondió. El vértigo desplazó el cielo sobre el horizonte y él se hundió en un sueño sin imágenes.