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…DE UN CREPITAR DE FLASHES
—Me llamo Dorjnam Elbegdorj, soy ciudadano de la República de Mongolia y miembro del Ejército de los Mil Ríos. En nombre del pueblo mongol he tirado por la ventana a quien nosotros llamamos Tsakhigiyn, como castigo por todo lo que ha robado a mi nación. Lo he arrojado desde un piso de tres millones de dólares que se acababa de comprar en la Quinta Avenida con una parte de las comisiones ilegales y de los fondos desviados que había acumulado al amañar la atribución de decenas de concesiones mineras en mi país. El patrimonio adquirido fraudulentamente por Tsakhigiyn y su mujer está estimado en diez millones de dólares. Estas prácticas corruptas están generalizadas en mi país, en el que siete de las diez fortunas más grandes están en manos de cargos electos o de altos funcionarios, y Tsakhigiyn actuó con la complicidad tácita o activa de todos los sectores políticos y a todos los niveles del Estado. El Ejército de los Mil Ríos considera que el país ya no pertenece al pueblo, ni a sus representantes, sino a potencias mineras como la Colorado o la Durward, que lo explotan y lo corrompen sin ninguna vergüenza y que también serán castigadas muy pronto por sus crímenes contra la economía y el medio ambiente. Invito a todos los defensores del medio ambiente y de la democracia a permanecer atentos a la próxima declaración de otro miembro de nuestro ejército.
—Señor Elbegdorj, ¿va usted a entregarse a la policía?
—Evidentemente. Estoy aquí, en sus estudios del 1211 de la Avenue of the Americas, y la policía puede esperarme a la salida. Estoy dispuesto a pagar por esa ejecución que reivindico con orgullo en nombre del Ejército de los Mil Ríos.
—Señor Elbegdorj, ¿por qué ha elegido denunciarse a través de las antenas de la Fox?
—Porque si bien es cierto que Mongolia está lejos de aquí, el poder y los medios de compañías mineras como la Colorado o la Durward me llevan a pensar que nada de lo que yo hubiera podido confesar se habría hecho público en caso de entregarme directamente a la policía de mi país. A partir de ahora, las cosas pueden ir mal para mi persona, pero no para mi causa. El público ahora lo sabe.
—Señor Elbegdorj, usted ha amenazado con represalias específicamente a dos compañías mineras. ¿Cabe temer de parte de lo que usted llama «Ejército de los Mil Ríos» algún atentado o nuevas ejecuciones?
—Todos cuantos han participado del saqueo en Mongolia a costa de su pueblo deben prepararse para rendir cuentas. Pero hoy existen muchas maneras de vengarse. No es sangre lo único que puede correr.
—Eso es un poco ambiguo, ¿podría aclararlo? ¿Qué otra cosa podría correr?
—El dinero. El dinero puede correr como el agua. Igual que ha corrido a chorros en favor de especuladores y aprovechados, podría también correr en sentido contrario.
—¿Y matarlos económicamente con una hemorragia financiera?
—Exactamente.
—Señor Elbegdorj, me advierten por el audífono que los inspectores están ya en nuestro edificio y se dirigen hacia el estudio para detenerlo. ¿Tiene algo que añadir antes de que intervengan?
—Nada más que lo que ya he dicho. Otro grupo del Ejército de los Mil Ríos hará una declaración durante la próxima hora e invito a todos los mongoles y a todos los trabajadores de las minas repartidas por el mundo a escucharlo atentamente y a conectarse a www.amr.com.
Luego el realizador dio paso a otra cámara, una que llevaban al hombro, cuya imagen bailoteaba en directo. El técnico seguía el caminar apresurado de dos hombres que entraban en un ascensor. La imagen se movió de nuevo cuando Donelli usó los codos para hacerse espacio.
—¡Nuestro cuarto de hora a lo Warhol! —se burló Pfiffelmann—. ¡Dedicado a nuestros amores, por su belleza y nuestra gloria!
—¿Durante el sabbat no estáis obligados también a cerrar el pico?
—¡En absoluto!
—Qué pena.
—Y aquí en directo los dos inspectores que han venido a detener al señor Elbegdorj. Se trata del inspector Nathan Isaac Pfiffelmann y del inspector Michael Benito Donelli.
—¡Benito! —gritó Pfiffelmann—. ¡Benito! ¡Tu segundo nombre es un jodido nombre de fascista y nunca me lo has dicho! ¡Mierda, «Mike», «Isaac» y «Benito», te das cuenta!
Vieron al joven mongol a través del ventanal de cristal de un estudio, de donde salió una mujer. Era la caricatura de la working girl en versión presentadora de televisión.
—Soy Laureen…
—Sé quién es usted —refunfuñó Donelli—. Y en persona es más bajita y menos natural que en pantalla…
Entró en el estudio seguido de Pfiffelmann, que entre risas se disculpaba con la presentadora asegurándole que por el contrario se veía mucho más en 3D en la realidad que en la pantalla plana. Se dirigieron directamente hacia el hombre que acababa de confesar el crimen y lo arrestaron respetando el procedimiento, delante de tres cámaras y en medio de un crepitar de flashes.