Notas
[1] Juliá, S. Un siglo de España. Política y sociedad. Marcial Pons. Madrid, Barcelona, 1999. Pág. 14. <<
[2] 1875-1881, 1884-1885, 1890-1892, y 1895-1897. <<
[3] 1881-1883, 1885-1890, 1892-1895 y 1897-1899. <<
[4] Martínez Cuadrado, Restauración y crisis de la monarquía, 1874-1931. Alianza, Madrid, 1991, pág. 60. <<
[5] La precariedad de las estructuras económicas, aun pese a los avances que se dan en este período, se refleja en el desfase con respecto a los procesos económico-sociales de los países septentrionales de la Europa occidental y en la intensa desigualdad económica interior que se da no sólo entre clases, sino entre regiones, unido al injusto régimen tributario que, pese a la intención equilibradora de la reforma Fernández-Villaverde (1900, gobierno conservador de Silvela), se basaba en la tributación indirecta a través de la contribución de consumos. <<
[6] Martínez Cuadrado, Op. cit. pág. 433. <<
[7] Angoustures. Op. cit. pág. 91. <<
[8] Angoustures. Op. cit. pág. 95. <<
[9] Tusell, J. Op. cit. pág. 18. <<
[10] Juliá. S. Op. cit. pág. 43. <<
[11] «El Estado cedió ante quienes gozaban de poder y autonomía las funciones esenciales de la enseñanza: en la Iglesia, mayoritariamente, y en grupos de instituciones o minorías socialistas (Escuela Nueva) o anarquista (Escuela Moderna). Contribuyó con ello —a diferencia de la Inglaterra victoriana o posvictoriana, la Francia republicana— a que todos los sectores poseedores de educación cualificada procediesen de las instituciones en las que la crítica al Estado liberal era denominador común, aunque por diversas causas y enfoques ideológicos. Cuando, finalmente, se encontró aislado y combatido por la mayoría de sus crecidos enemigos, el Estado liberal recogía el fruto de su propia apostasía educativa». Martínez Cuadrado, Op. cit. pág. 473. <<
[12] «Los expulsados fundaron en 1876 el primer centro libre educativo, la Institución Libre de Enseñanza, que gozó enseguida de gran crédito entre los sectores a quienes el Régimen segregaba de las funciones docentes y de la actividad política. Por la ILE pasaron a enseñar o recibieron educación una minoría de intelectuales y profesionales, activa y resuelta, liberal y con mentalidad de pertenecer a la élite mejor preparada del país». Martínez Cuadrado, Op. cit. pág. 496. <<
[13] «La larga paz que se instala entre 1876 (a pesar de la guerra chica en Cuba) y los comienzos hacia 1895 de la guerra colonial, configuran dos décadas de normalización y arranque de la segunda revolución industrial y los cambios consiguientes favorables al desarrollo cultural y económico de la vida social. En todas las regiones el cambio fue inmediatamente perceptible por el crecimiento demográfico moderno, la afirmación y consolidación de ensanches urbanos diseñados en los años isabelinos, el crecimiento de la población urbana, la producción de bienes y servicios industriales, la mejora de la alimentación y de la sanidad pública, la forma positiva de beneficiarse del ferrocarril, la marina mercante, las redes comerciales y la importación y penetración de patentes y marcas comerciales de la renovada Europa de fines de siglo. Todo ello favorece el alumbramiento de una comunicación y participación de crecientes sectores de la sociedad en el acceso a la cultura nueva, destilada en el racionalismo moderno y que se distancia de los valores tradicionales detentados en el ámbito eclesiástico y en la limitada comunicación de los medios del liberalismo moderado o progresista desarrollados desde la guerra de Independencia hasta la Gloriosa». Martínez Cuadrado, Op. cit. pág. 482. <<
[14] «Tras las revoluciones liberales y los movimientos románticos las sociedades europeas estabilizaron hacia 1875 sus perspectivas sociales y políticas, dibujaron un orden europeo y mundial, contuvieron los procesos de modernización radical y permitieron un desarrollo económico y cultural sin precedentes desde la sacudida del Renacimiento o de la Ilustración». Martínez Cuadrado, Op. cit. pág. 481. <<
[15] Martínez Cuadrado. Op. cit. pág. 491. <<
[16] «Aunque nación retrasada en el conjunto de los aspectos sociales y económicos, en los culturales y políticos poseían una envidiable posición y sus progresos eran constantes. (…) Al analizar el conjunto de aportaciones culturales vertidas por los españoles entre la Revolución de septiembre de 1868 y los albores republicanos de 1931, historiadores y observadores de la sociedad hispana coinciden en el impresionante volumen de resultados en cantidad y calidad de los creadores culturales del ciclo situado entre las dos fechas anteriores». Martínez Cuadrado, Op. cit. págs. 453 y 481. <<
[17] Marichal, J. El secreto de España. Taurus. Madrid, 1995. Pág. 117. <<
[18] Martínez Cuadrado. Op. cit. pág. 495. <<
[19] Fusi, J. P. Op. cit. pág. 31. <<
[20] La élite intelectual, como ha escrito Gramsci, no supo entender que «frente a toda tendencia culturalista, el valor de lo popular no reside en su autenticidad o su belleza, sino en su representatividad sociocultural, en su capacidad de materializar y de expresar el modo de vivir y pensar de las clases subalternas, las maneras como sobreviven y las estratagemas a través de las cuales filtran, reorganizan lo que viene de la cultura hegemónica, y lo integran y funden con lo que viene de su memoria histórica». Jesús Martín Barbero vincula la teoría gramsciana de la cultura a estudios posteriores de Hoggart y Williams, siendo de especial utilidad para nuestros fines su propuesta de una topología de las formaciones culturales en tres estratos: el arcaico (lo que sobrevive del pasado como objeto únicamente de estudio o rememoración), el residual (lo formado en el pasado pero activo dentro del proceso cultural como elemento del presente) y el emergente (lo nuevo, el proceso de innovación). El residual «es la capa pivote, y se torna la clave del paradigma», ya que «no es uniforme, sino que comporta dos tipos de elementos: los que ya han sido plenamente incorporados a la cultura dominante o recuperados por ella, y los que constituyen una reserva de oposición, de impugnación a lo dominante, los que representan alternativas». Así, «la diferencia entre arcaico y residual representa la posibilidad de superar el historicismo sin anular la historia, y una dialéctica del pasado-presente sin escapismo ni nostalgias. El enmarañamiento de que está hecho lo residual, la trama en él de lo que empuja desde atrás y lo que frena, de lo que trabaja por la dominación y lo que resistiéndola se articula secretamente con lo emergente, nos proporciona la imagen metodológica más abierta y precisa que tengamos hasta hoy». <<
[21] Tan presentes y reales fueron estas tensiones entre clases en lo que a la Semana Santa se refiere, que un grupo de hermanos de la Macarena (que podríamos identificar con la burguesía integrista) propuso, al término de la Guerra Civil, que el nuevo templo se erigiera en el centro de Sevilla, para que la Virgen no volviera a su barrio, ya que éste, es decir, las clases populares que lo habitaban, habían querido quemar a la Esperanza en el incendio intencionado de San Gil. <<
[22] Décima conclusión del informe Oligarquía y caciquismo: «España aún no ha salido del siglo XV, y no puede competir, ni convivir siquiera, con naciones del siglo XX». <<
[23] Decimoquinta conclusión del informe Oligarquía y caciquismo: «Cambio radical. Desafricanización y europeización de España. Instrucción pública, Seguro social, Obras públicas…» <<
[24] Tusell Op. cit. págs. 233 y 234. <<
[25] «La importancia y presencia cada vez mayor del escritor en la prensa diaria o en las revistas así como la transmisión de críticas, inquietudes y proyectos de cambio es un trasunto del desarrollo urbano y de las demandas de la multiplicación y diferenciación del trabajo producidas por los mejores medios de comunicación. (…) Los mejores escritores colaboran habitualmente en la prensa… Costa, Unamuno u Ortega no habrían alcanzado su capacidad de líderes de opinión sin su presencia constante en las páginas de los diarios». Martínez Cuadrado, Op. cit. págs. 483 y 486. <<
[26] Martínez Cuadrado, Op. cit. pág. 494. <<
[27] Tusell. Op. cit. pág. 191. <<
[28] Fusi, J. P. y Palafox, J. Un siglo de España. La cultura. Marcial Pons. Madrid, Barcelona, 1999 Op. cit. pág. 157. <<
[29] Fusi, J. P. Op. cit. pág. 28. <<
[30] Martínez Cuadrado, Op. cit. pág. 297. <<
[31] Por ejemplo, la expulsión de las órdenes religiosas de Francia, «que cayeron en avalancha sobre España, más proclive que la República Francesa a la apertura de conventos y al establecimiento de escuelas católicas» (Juliá, S. Op. cit. pág. 27). <<
[32] Id. <<
[33] Beyrie, J. Las crisis mayores (1917-1936). En: Bennassar, B. Historia de los Españoles. Crítica. Barcelona, 1989. Pág. 308. <<
[34] Martínez Cuadrado, Op. cit. pág. 300. <<
[35] En realidad, la crisis religiosa afectaba a amplísimos sectores sociales, en parte por razones intelectuales (oposición de la Iglesia a la modernidad) y en parte por razones históricas (alianza con los poderes), de tal forma que, según datos de 1931, sólo un 5% de los campesinos de Castilla la Nueva cumplía con el precepto pascual, en Andalucía sólo iba a misa uno de cada 100 hombres. Los datos de las parroquias de San Ramón y San Millán en Madrid son relevantes: sólo asistían a los cultos un 3,5% de los feligreses, el 25% de los nacidos no se bautizaba y el 40% de las personas morían sin los sacramentos (datos ofrecidos en el texto antes citado de Jacques Beyrie). <<
[36] Uno de los ejemplos más conocidos es la arenga de Alejandro Lerroux a los jóvenes bárbaros ya en 1906: «Destruid sus templos, acabad con sus dioses, alzad el velo de las novicias y elevadlas a la categoría de madres para virilizar la especie». <<
[37] Entre 1872 y 1901 se triplica la longitud de explotación de la red ferroviaria nacional, pasando de 5000 a 13 000 kilómetros. <<
[38] La definitiva modernización de la red terrestre se hará a partir de 1918, cuando el rápido desarrollo de los vehículos de motor compita con el ferrocarril y obligue a intensificar los trabajos en la red de carreteras (en tan sólo una década, de los años diez a los veinte, se pasa de mil matriculaciones anuales a más de veinte mil). <<
[39] El periódico El Resumen fundó el sensacionalismo en nuestro país desde 1885 a través de la inclusión de la crónica de tribunales y de los sucesos. El crimen de la calle Fuencarral (1888) fue el momento de su eclosión, y el inicio de la no terminada disputa sobre el uso comercial de lo sensacional. Periódicos como El Liberal lo explotaron, y otros, como El Socialista, los acusaron de «sensacionalismo burgués», denunciando «esa prensa asquerosa y despreciable (…) más atenta cada vez a convertirlo todo en mercancía y negocio, (…) aguijoneada por el incentivo de vender algunos miles de ejemplares de más, (…) producto natural y lógico, como otros muchos, de una sociedad que vive en la holganza y sólo piensa en satisfacer sus más groseros apetitos». Éste es el momento histórico de la aparición de los grandes titulares, de la toma de conciencia por parte de la prensa de su poder sobre la opinión pública, y de la primera discusión sobre los límites de la información y del tratamiento de las noticias sensacionalistas. Y no faltaba autoconciencia de ello. En La Época, se escribe el 1 de agosto de 1888: «El ruido y la emoción que causa en España el crimen de la calle Fuencarral no consiste sino en que por primera vez vemos en nuestro país a la prensa tomar poderosa iniciativa en asuntos que interesan directamente a la sociedad (…). A pesar de los odios, desdenes, indiferencias y diatribas que a la prensa dedican los que la temen o no la comprenden, ella va siendo en todas las partes omnipotente y a la vez fiscal y jurado que todo lo resuelve (…) Somos pues nosotros abogados del público, centinelas constantes de todo suceso». España había entrado en la época de la comunicación social, aunque hay que matizar que con las limitaciones y altibajos propios de sus desequilibrios políticos, desigualdades sociales, problemas educativos y carencias económicas. Como ha escrito Timoteo Álvarez: «En 1880 da la impresión que cualquier día podía aparecer un Pulitzer o un Hearts…, que se establecería la prensa de masas, con tirada, publicidad e influencia». Pero todo el mundo sabe que no sucedió, que en España nunca se estableció una prensa de masas y que, según afirma R. Carr, ése fue el auténtico, el real fracaso de la Restauración… El tratamiento del crimen de la calle Fuencarral sería un síntoma comunicativo (y una producción de efectos) típica del periodismo de masas, como supieron ver sus coetáneos, pero no un síntoma empresarial, por estar desligado de la autonomía y fortaleza empresarial que caracterizó el surgimiento de los grandes medios masivos como Le Petit Parisien, The Daily Mail, The Journal o The World y darse en una España que no era aún un país de masas sino un país de campesinos. <<
[40] Aunque en principio la Restauración supuso, por motivos de equilibrio político, fuertes restricciones para la libertad de prensa, la llegada al poder de los liberales (1881) supuso un avance que se plasmó en la Ley de Policía de Imprenta (1883). Comienza una edad de oro del periodismo español, que llegará hasta la Guerra Civil, tanto en lo que a la prensa burguesa se refiere, como a la obrera. Se multiplicaron las tiradas (los grandes diarios alcanzaron los 150 000 ejemplares), pero sobre todo se multiplicaron los lectores gracias a las lecturas comunitarias entre los analfabetos y a los gabinetes de lectura, casinos, ateneos y cafés entre las moderadamente crecientes clases alfabetizadas. Es revelador, en este sentido, el testimonio del diario conservador La Época, el 30 de junio de 1888: «Llegan (los periódicos) a la villa, al pueblo, a la aldea; uno de los dos o tres que saben leer reúne en derredor a los que no tienen más ideas que las que otro les transmite; se leen los artículos o sueltos en que se reniega de todo, desde el Evangelio hasta la última encíclica; se pone en evidencia y ridículo al orden sacerdotal, clero superior e inferior; se presenta como un personaje grotesco al cura de aldea y se diviniza al individuo, haciéndole independiente y proclamando lo que se llama libertad de conciencia». <<
[41] Braojos, A., Parias, M., Álvarez Rey, L. Sevilla en el siglo XX. Tomo I. En Historia de Sevilla. Universidad de Sevilla, Sevilla, 1990. Págs. 11 y 12. <<
[42] Citado en Braojos, Parias, Álvarez Rey. Op. cit. pág. 31. <<
[43] Id. Pág. 33. <<
[44] Id. 36. <<
[45] Id. 37. <<
[46] Id., pág. 216. <<
[47] Id., pág. 216. <<
[48] Id., pág. 87. <<
[49] Id., pág. 16. <<
[50] Izquierdo, J. M. Divagando por la ciudad de la gracia. Publicaciones de la Universidad de Sevilla, Sevilla, 1978. <<
[51] Colón, C. Imagen de Sevilla. El País - Aguilar, Madrid, 1991. <<
[52] El profesor González Troyano ha estudiado en profundidad la vida del mito de Carmen en Sevilla y en España, y las dificultades para su completa identificación con la ciudad real por su carácter sexualmente transgresor y por la radical diferencia entre el modelo literario femenino que propone y los tipos femeninos de la literatura española contemporánea de la cigarrera, diferencia que en lo que se refiere a la situación y el rol de la mujer en la sociedad española de la época se hace aún más profunda. <<
[53] «El amor con el que el sevillano ama a Sevilla y a la vida (¿acaso no son, para muchos, lo mismo?) es Amor de Bagdad, corriente islámica místico-erótica, que tuvo en el filósofo y poeta arábigo andaluz Ibn Hazm de Córdoba a uno de los más exquisitos cantores de la espera como máxima tensión, la no consumación como inagotable fuente de un deseo nunca saciado, el arco tensado hasta el punto de quebrarse, pero sin disparar la flecha» (C. Colón, Imagen de Sevilla). <<
[54] El extraordinario desarrollo que las novelas de Mérimée y la de Louys tendrán en el arte nuevo que nacería a finales del siglo XIX —el cinematógrafo— prolongará más allá de sus naturales límites cronológicos el cliché de la Sevilla pasional. Piénsese en las grandes divas del mudo —Asta Nielsen, Theda Bara, Pola Negri, Raquel Meller— que interpretaron el personaje de Carmen, desarrollado en el sonoro por estrellas como Rita Hayworth o Dorothy Dandridge, como Laura del Sol o Maruchka Detmers; o que realizadores especializados en lo que podría llamarse una épica erótica —como Von Stemberg o Buñuel— hicieron extraordinarias adaptaciones del texto de Louys. <<
[55] Citado por Azaña. M. en el prólogo a La Biblia en España. Alianza Editorial, Madrid. 1977. <<
[56] Ford, R. Manual para viajeros por Andalucía y lectores en casa, Ediciones Turner, Madrid, 1980. <<
[57] Azaña, Op. cit. <<
[58] Rodríguez Barberán, J. Las miradas. En Colón, C. y Rodríguez Barberán, J. (Eds.) El poder de las imágenes. Iconografía de la Semana Santa. Ediciones de Diario de Sevilla. Sevilla, 2000. <<
[59] En opinión de Romero Murube, no se trata de saturnal melancolía, sino de tristeza: «Izquierdo, en todos sus actos, en todos sus gestos, tenía siempre un dejo de tristeza. No era melancolía ni era amargura: era tristeza. Queremos puntualizar bien estos conceptos (…) La melancolía denota ya cierta morbosidad del ánimo, cierta afección del espíritu en quebranto. Lo de Izquierdo era tristeza, una tristeza clara y cristalina» (en Bondad y tristeza de J. M. Izquierdo, en José María Izquierdo y Sevilla). <<
[60] Hijo del mediodía, Hacia el Sur, A los hermanos del Sur, Mensaje indirecto, Poemas para la hermana, Sur, La plenitud del Sur, Invocación a Madre Andalucía, Los silencios del Sur, A la sirena de la Alameda de Hércules, El niño y el Sur, Poemas meridionales, Mirando hacia el Sur, La nostalgia de Sevilla. Recogidos en: Barrera López, J. M. El ultraísmo de Sevilla. Ediciones Alfar, Sevilla, 1987, 2 vols. <<
[61] En Hijo del Mediodía. <<
[62] En A los hermanos del Sur. <<
[63] En Mensaje indirecto. <<
[64] En Sur. <<
[65] En La plenitud del Sur. <<
[66] En Mirando hacia el Sur. <<
[67] En La nostalgia de Sevilla. <<
[68] Mañes, A. Esplendor y simbolismo en los bordados. En Sevilla Penitente, VV. AA. Gever, Sevilla, 1995. <<
[69] Ollero, A. y León, L. Capataces y costaleros. En Sevilla Penitente, Gever, Sevilla, 1995. <<
[70] 1136. Catecismo de la Iglesia Católica. 1992. <<
[71] 1141. <<
[72] 1145. <<
[73] 1146. <<
[74] 1161. <<
[75] 1148. <<
[76] 1149. <<
[77] 1159. <<
[78] 1160. <<
[79] 1161. <<
[80] 1204. <<
[81] 1205. <<
[82] Maldonado, L. Liturgia. En Floristán, C. y Tamayo, J. J. Conceptos fundamentales del cristianismo. Trotta, Madrid, 1993. <<