Sobre Annar y los Siete Reinos

 

Annar, a veces llamada el Reino Interior, era la parte más grande del continente de Edil-Amarandh, y por lo general se sostiene que era la tierra situada al sur del río Lir, al oeste del Osidh Annova (las Montañas de la Tierra) y al norte de los Desiertos del Sur.

Los Siete Reinos eran más pequeños, estaban situados en forma de anillo abierto alrededor de Annar, a lo largo de la costa oeste: de norte a sur eran Lirhan, Culain, Ileadh, la Isla de Thorold, Lanorial, Amdridh y Suderain.

Suderain estaba cerca del reino de Den Raven —llamado a veces el Reino Perdido—, país envenenado que era la fortaleza del Sin Nombre, y que continuaba siendo el lugar en el que se mantenía a los Glumas y sus siervos supervivientes incluso después de ser derrotados por Maninae el Grande y la Restauración de la Luz en Annar9.

Maninae unió los Siete Reinos bajo un único gobierno por primera vez desde que El Sin Nombre había sido derrocado, marcando el comienzo de una larga paz. Maninae era una persona poco común, ya que era tanto Rey como Bardo, pese a que la condición de Bardo no era muy fuerte en él, y renunció a serlo al convertirse en Rey. Con alguna que otra excepción, los Reyes y Reinas de Norloch nunca han sido Bardos, y esto se consideraba un elemento crucial para el Equilibrio.

La autoridad del Monarca sobre los Siete Reinos era extremadamente limitada, y se ofrecía libremente más que imponerse por la fuerza; la situación podría compararse con una alianza de ciudades-estado y las regiones autónomas que las rodeaban. Resulta revelador que el único nombre para todo el continente fuese el extremadamente arcaico Edil-Amarandh, que data de antes de la Edad del Alba, y que este nombre fuese empleado en escasas ocasiones. La unidad de Edil-Amarandh era resultado de la influencia de los Bardos, más que de la autoridad de los Reyes. Los Bardos eran también la fuente de las jerarquías relativamente libres de Edil-Amarandh; ya que un Bardo podía proceder de cualquier lugar, incluso de la más pobre de las comunidades, era completamente concebible —y ocurría con frecuencia, especialmente durante los primeros siglos tras la Restauración— que los que estaban en el escalón más bajo pudiese dominar a los Sabios.10

Las regiones se llamaban reinos, pero no eran estrictamente reinos o principados en el sentido generalmente aceptado. Esto era así a causa de la autoridad dual de los Bardos y los dirigentes, pues ambos compartían el gobierno de sus diferentes pueblos, y a causa de su naturaleza compleja mitigaban la autoridad absoluta. Durante muchos años esto evolucionó hacia un complejo sistema político y social, que difería en cada región, de estructuras autónomas mutuamente interdependientes. Parece ser que en muchas Franjas —las regiones que rodeaban a las Escuelas— y otras regiones funcionaban según una variante de la democracia: se elegía a un administrador por votación popular, y todos los adultos mayores de veinticinco años, sin importar cuál fuese su estatus social, tenían derecho al voto. Solo la monarquía funcionaba siguiendo un sistema de gobierno hereditario, y muchos Bardos veían esto como un sistema primitivo, con lo que se ubica en este «pecado original» la posterior muerte de la democracia.¹¹ Aun así, se ha de admitir que la democracia, dentro de sus poderes limitados, gobernó un reino en paz durante varios siglos antes de degenerar en una guerra civil.

Se consideraba que el sistema dual —que solo podría compararse de manera aproximada a la división medieval de poderes seculares y religiosos entre iglesia y estado, pese a que este es solo un vacilante silogismo— había alcanzado su máximo ideal en la comunidad de los Dhyllin, donde Bardos y comunidad vivían y trabajaban juntos y cercanos, para beneficio y complacencia mutuos. En la práctica no siempre era ideal, y en ocasiones hubo desacuerdos y rivalidades que dieron lugar a riñas e incluso guerras, a veces entre Bardos y monarcas, a veces entre regiones rivales. Los Sabios consideraban todos estos acontecimientos como corrupción de la Luz.¹²

 

 

 

El Habla: notas generales 

 

El Habla, el atributo definidor de un Bardo y misterio central del Saber, es un tema que ha dado que pensar a muchos pensadores Bárdicos durante siglos.¹³ Por lo tanto, mucho se debe de haber escrito al respecto, de lo que solo se presenta aquí un boceto con lo estrictamente esencial.

El Habla funciona como una lengua, con ciertas diferencias cruciales, y de hecho se podía aprender; era por ejemplo la lengua hablada por el pueblo Dhyllin como primera lengua. Pero en boca de aquellos que la aprendían, a diferencia de en aquellos que poseían el Don, esta no tenía virtudes Bárdicas.

Los Bardos la empleaban para hablar de asuntos de gravedad e importancia, pues se consideraba imposible mentir en Habla. Esto no es completamente cierto: los Gluma empleaban el Habla y eran capaces de mentir, pese a que con este uso no se consideraba Habla propiamente dicha, y se le ha llamado en ocasiones Habla Oscura o Negra. También está la cuestión de aquellos que alcanzaban el Habla pero nunca eran educados en el Saber o la Luz y, lo que resultaba más crucial, nunca llegaban a su Nombre Bárdico o Secreto (también conocido como Nombre Verdadero). Era esta una circunstancia que normalmente tenía consecuencias trágicas, ya que tales personas eran incapaces de comprender correctamente o de canalizar sus poderes, y nunca conseguían madurar su Don por completo. Esto era, por lo general, algo raro, aunque se fue haciendo más común a medida que las Escuelas cayeron en descrédito tras la desaparición de los Monarcas de Annar.

También se daban casos de quien tenía solo un ligero Don. Estas personas habrían sido brujas de pueblo (de aquí la expresión «habla de brujas»), y por lo general hablaban una versión truncada y corrupta del Habla, con no más de unas cuantas palabras con potencia, pese a que a veces podían alcanzar un considerable, aunque limitado, poder. Pero no eran consideradas Bardos, ya que no alcanzaban el Habla por completo, ni tampoco sabían sus Nombres. En consecuencia, a veces se les llamaba los No Nombrados, para distinguirlos de los Sin Nombre, que son quienes han rechazado su nombre.

Esto convierte claramente la posesión del Habla en algo menos sencillo de lo que podría parecer en un principio. El hecho de que aquellos que no estuviesen en posesión del Don pudiese aprender el Habla sugiere que las virtudes del Habla no eran inherentes a las palabras en sí mismas, tal y como argumentaron muchos Bardos en los Años Medios, sino que expresaba los misterios del propio cosmos dentro de sus relaciones sintácticas y las vibraciones de su sonido, de donde extraía sus poderes únicos14. El principal argumento a favor de que su potencia era inherente a las palabras en sí mismas era la prioridad e importancia dada a los Nombre en el Habla, y a los Nombres Bárdicos. Es bastante probable que la verdad resida en una amalgama de ambos argumentos, tal y como señalaron otros Bardos.

Los Bardos eran los únicos que poseían Nombres Secretos, y el nombre de un Bardo ha sido y continúa siendo un misterio central que solo puede vislumbrarse parcialmente y darle vueltas para encontrarle sentido. El único documento escrito completo de una ceremonia de proclamación y Nombramiento acontece en El enigma del Canto del Árbol, que confirma más que niega la crucial importancia del ritual. Otros escritos indican que los misterios más importantes no eran escritos sino que se mantenían en los «anillos de memoria viva». En el texto del Canto del Árbol 15los autores se sienten obligados a defender su opción de documentarlo, destacando que, ya que la Oscuridad ha arrancado bosques de conocimiento por completo, «es necesario conservar, aunque sea de una forma tan rudimentaria, los Secretos que se nos dan a conocer, por si se diese el caso de que el Saber se desvaneciese de la faz de la tierra».16

Parece ser que el Nombre de un Bardo era mucho más que una mera apelación o significante de estatus u origen, era el ser del Bardo, y su consecución era la señal de la maduración de un Bardo al poder completo.

Quien conocía el Nombre Secreto o Verdadero de un Bardo tenía poder sobre él o ella, y por lo tanto los Nombres eran celosamente guardados y solo se le daban a los más íntimos como símbolo de confianza extrema.

Rechazar el propio nombre era algo inaudito hasta el Conjuro de Vinculación de Sharma, y era visto como la más grande de las blasfemias.

Aun así, Sharma de Den Raven fue el único Bardo que lo consiguió con éxito. Los Glumas no empleaban sus Nombres, pero eran incapaces de rechazarlos por completo, y aquellos que poseían los Nombres de los Glumas podían destruirlos.

Ya que el Habla no se aprendía de la manera habitual, y por lo tanto no estaba sujeta a las mismas fuerzas de cambio o variedades culturales, permanecía más constantemente que otras lenguas humanas. Los Bardos procedentes de regiones sumamente diferentes no tenían ninguna dificultad para entenderse entre ellos si empleaban el Habla, pese a los abismos entre tradiciones y culturas que los separaban. Aun así, lo cierto es que sí había variantes del Habla: aunque esta siempre brotaba, por así decirlo, del mismo tallo, los diferentes entornos la hacían crecer de maneras variadas. Había, por ejemplo, una diferencia apreciable, aunque ligera, entre el Habla de Afinil y el Habla de los tiempos de Maerad; y al oído de Maerad el Habla de Saliman, procedente de una región muy al sur, tendría el equivalente a un acento regional.

Quienes poseían el Don utilizaban el Habla para todas las Artes del Saber.

El uso del Habla era central para la curación, el canto —que se tenía en gran aprecio como arte de sabiduría— y todos los conjuros, e igualmente para las investigaciones —tales como astronomía o ciencias naturales— que estaríamos acostumbrados a considerar científicas. Los Bardos no hacían distinciones, como nosotros sí hacemos, entre arte y ciencia, ya que consideraban a ambas parte de un único Saber. El Habla también capacitaba a los que tenían el Don para hablar con los animales y, menos frecuentemente, con las plantas. El Habla no necesitaba ser físicamente pronunciada para tener potencia, los Bardos podían utilizarla de manera efectiva como una mera forma de pensamiento. Esto nos lleva a las diferencias más considerables e importantes entre el Habla y otras lenguas, que son las sutilezas de sus registros como forma de comunicación mental. Esto, por crucial que sea, no se puede explicar, y aquí deberíamos hacer una referencia a la paradoja Bárdica que dice que «el centro del Habla es el Silencio». También es esa la razón por la que, pese al hecho de que los Bardos tenían una cultura escrita muy sofisticada, la lengua oral y las artes mnemotécnicas que la acompañan continuaban teniendo preferencia.